Capítulo Uno
Capítulo dedicado a csoridal porque lleva semanas y semanas aguantando mis fangirleos sin una queja, sino que fangirlea mil veces más conmigo. Espero que cumpla con tus expectativas, amiga 😏🔥
(Canción: I Knew You Were Trouble de Taylor Swift)
<< 1 >>
Escucho un murmullo robótico que se cuela en la neblina de mi sueño. Intento hacerle caso omiso y seguir durmiendo, pero al volverlo a escuchar, parpadeo un par de veces, despertándome.
—Pasajeros, abróchense sus cinturones, plieguen las mesas y pongan sus asientos en posición vertical debido al aterrizaje —vuelve a hablar la voz de un hombre, ligeramente robotizada.
Me estiro como puedo en el reducido espacio que supone el asiento del avión antes de hacer todo lo que ha indicado el piloto. Guardo mi libro y la bolsa de patatas en la mochila antes de plegar la mesa, vuelvo a ponerme las botas, me abrocho el cinturón y coloco el asiento en posición vertical. Apoyo de nuevo la cabeza en el respaldo y todavía con la música sonando suavemente por los auriculares, cierro los ojos.
En tan solo unos minutos siento la sensación de caer en picado recorrerme de pies a cabeza, notando ese cosquilleo extraño en el estómago al momento previo a cuando la montaña rusa desciende hacia la empinada bajada. No necesito ni abrir los ojos para saber que queda poco para que aterricemos en tierra.
Subo el volumen de la música, aislándome por completo de todo y todos.
Sin previo aviso y tomándome con la guardia baja, el avión se sacude por completo cuando, supongo, las ruedas tocan el suelo. Paro la música en un acto reflejo y soy capaz de escuchar el estridente chirrido de las ruedas contra el asfalto de la pista. Abro los ojos y me encorvo un poco para ser capaz de ver a través de la pequeña ventana.
El cielo está encapotado por completo, dándole un aspecto gris, muy distinto a como era en Málaga. Siendo invierno debería de ser normal que pareciese que está a punto de llover, pero en comparación al sol que reinaba en el otro lado, es llamativo el cambio.
Me fijo también en el edificio que doy por hecho que es el aeropuerto, solamente con verlo sé que es, mínimo, el doble de grande que el aeropuerto español. El nombre de la capital irlandesa descansa sobre el techo plano, resaltando sobre el fondo gris en comparación a su blancura.
—¿Necesitas que te baje la maleta?
Aparto la vista del exterior ante la pregunta. Una mujer, alrededor de la edad de mi madre, me mira con curiosidad mientras coloca las maletas que ha bajado encima de su asiento.
—N-No hace falta —me obligo a responder.
—¿Segura?
Trago saliva y asiento con la cabeza. La mujer no parece estar demasiado convencida con mi respuesta, pero lo deja pasar.
Asomo por encima de los asientos la cabeza, dándome cuenta de la larga fila que hay por delante y por detrás de mi asiento. Opto por volverme a sentar y esperar a que pase toda esa gente antes de atreverme a bajar la pequeña maleta, con mis dos cámaras de fotos y el ordenador, del compartimento superior.
Luego, tendré que ir a la cinta para recoger las otras dos maletas de ropa, pero ahora no voy a tener la ayuda de papá y Enzo para llevarlas.
«Va a ser divertido hacerlo sola».
Al cabo de veinte minutos, ya estoy andando alrededor de pasillos cristalizados en dirección a la zona de recogida de equipaje. No sé muy bien dónde queda porque los carteles están escritos en un idioma que no entiendo y eso que yo pensaba que el inglés era complicado.
Este simplemente parece un jeroglífico, así que me limito a seguir a la gente que tengo por delante.
Hay varias desembocaduras a distintos sitios y las únicas que soy capaz de diferenciar son el pasillo que lleva a las llegadas por el dibujito del avión que hay encima y la zona del parking por la «P» en color azul del cartel. Suspiro resignada y reuniendo toda la —poquita— valentía que tengo, me acerco al chico uniformado que hay en uno de los arcos.
Ahora me arrepiento un poco de no haberme arreglado como me sugirió mi madre. Mis pintas son un desastre absoluto. Aunque me fui de Málaga con el pelo suelto y medio decente, ahora mismo lo tengo en un moño desecho junto a mi vestimenta de «vagabunda» que siempre dice la Tía Mar.
—Perdone, hmm, ¿sabe cómo ir a las cintas del equipaje? —pregunto de la mejor forma que sé en inglés.
—¿No sabes leer? Está señalado en los carteles.
—No entiendo lo que pone.
—Pero está hablando inglés.
Lo miro confusa por su observación, hablo inglés no el idioma ese.
—Debajo de la palabra en irlandés está la traducción en inglés.
«Qué vergüenza».
—G-gracias —mascullo avergonzada, marchándome por donde he venido y fijándome en el detalle que ha señalado el señor.
Como ha dicho, debajo de «Éileamh bagáiste» se encuentra en inglés traducido «Recogida de equipajes» y no en letra pequeña. Pero no sé cómo no me pude fijar antes. Me hubiera ahorrado el ridículo.
Intento no pensar demasiado en ello cuando cruzo el umbral encontrándome con filas de cintas eléctricas con carteles de números encima de ellas junto al destino. Paseo mi mirada por cada uno de los carteles hasta localizar el mío casi al final. Resignada a tener que andar aún más, arrastro mi maleta y me recoloco la mochila mientras camino hasta llegar frente a la cinta.
Me acerco a la zona delantera en espera a escuchar el característico sonido que hace la máquina cuando comienza a funcionar. Afortunadamente, no tarda en ocurrir y la luz roja, que estaba apagada encima del cartel, comienza a parpadear repetidas veces mientras que el pitido que anuncia la llegada de las maletas me taladra los oídos.
Entonces, maletas desordenadas comienzan a pasar frente a mis ojos, de todos los tamaños, diseños y colores. Las mías son dos de color negro con un cordón morado atado en la asa, para poder diferenciarlas. Cada vez que veo una mínimamente parecida entrecierro mis ojos, centrando toda mi atención en la asa para poder averiguar si es la mía. De las cuatro que han pasado ya, solo una lo era. Me falta la otra. Al cabo de un par de segundos soy capaz de localizar la que me faltaba.
Ahora es cuando empieza el verdadero problema.
Monto la pequeña maleta encima de una de las grandes y vuelvo a colocarme las correas de la mochila bien, empezando a arrastrar las maletas por el aeropuerto en busca de la salida. Al igual que en los otros carteles, en grande está la palabra en irlandés y luego la traducción, aunque esta vez no he necesitado la ayuda de un tercero para fijarme.
Las puertas se abren automáticamente ante mi cercanía y junto a otros pasajeros salgo a la zona de llegadas, donde hay dos grupos muy diferenciados: los viajeros y los familiares o amigos de que vienen a recogerlos.
Mentiría si dijese que no estoy nerviosa.
No lo estoy, sino que estoy cagadísima.
No quiero dar una mala impresión y teniendo en cuenta que voy a estar varios meses con ellos, la primera impresión ahora mismo es de vida o muerte y yo sigo con mi aspecto de zombi, ahora más desastroso que antes con todo el equipaje que cargo.
Por el rabillo del ojo localizo a un hombre con rasgos asiáticos junto a una mujer bajita y rubia que no tardo en reconocer gracias a la videollamada que hicimos hace un par de semanas.
Son Kenji y Helen, los amigos de mamá y mis padres «adoptivos» aquí.
La segunda parece percatarse de que mi atención está sobre ellos y logra reconocerme, porque comienza a hacer aspavientos con las manos para que me acerque. Su marido, por otro lado, sonríe, todavía sosteniendo un pequeño cartelito con algo escrito, que con un par de pasos no tardo en entender que se trata de mi nombre.
Trago saliva, nerviosa antes de rodear la valla metalizada, acabando frente a ellos.
—¿Kenji y Helen? —pregunto con cautela.
Kenji hace el amago de decir algo, pero se corta cuando Helen se acerca a mí y me estrecha entre sus brazos. No puedo evitar mirarla sorprendida por el gesto. Kenji se da cuenta de ello porque su sonrisa se amplía mientras que yo me debato entre si devolverle el abrazo o no. Pero cuando me he decidido, Helen me separa de ella sin perder la sonrisa en su rostro.
—Me alegra mucho tenerte con nosotros, Esther. ¿Quieres ayuda con las maletas? —habla acelerada.
Asiento con la cabeza ante su pregunta y coge la maleta que no tiene nada encima.
Kenji se acerca a abrazarme también, pero menos efusivo que su mujer.
—Te pareces muchísimo a tu madre.
—Supongo, sí —suelto sin saber muy bien qué decir.
Siempre me lo dicen. Sobre todo, si está mamá cerca, a pesar de que ella tenga el cabello rubio y yo castaño, y que su piel sea más clara que la mía. Nunca falta la expresión: «sois como dos gotas de agua».
Aunque, según Tía Ali, había sacado la nariz, el tono de piel y el color del pelo de papá, pero que el resto era de mi madre, los ojos verdes, el cabello ondulado, las pecas —yo tengo más que ella— y mi facilidad para irritarme. Mamá dice que también soy igual de borde que papá.
—¿Quieres que lleve la otra maleta? —cuestiona Kenji, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.
—¿Eh? Vale, gracias.
Veo como se guarda el cartelito con mi nombre en un bolsillo antes de coger mi maleta y comenzar a arrastrarla por el aeropuerto. Helen anda al lado mía, preguntándome por todo: cuánto años tengo, qué asignaturas voy a estudiar, qué carrera quiero hacer, cuántos hermanos tengo y un gran etcétera que termina por preguntarme cómo está mamá.
—Bien. Está terminando la remodelación de un hotel del centro para inaugurarlo este verano.
—Tendremos que ir entonces, ¿verdad, Kenji? —dice, captando la atención de su marido.
—Si Esther nos invita, iré encantado —bromea, soltando una pequeña risa que no tarda en morir en un par de segundos—. ¿Has avisado a tus padres de que ya estás aquí?
«Oh, no».
Paro en seco al darme cuenta que ni siquiera he quitado el modo avión del teléfono. Solo lo había guardado en el bolsillo delantero de la mochila con los auriculares y no lo había vuelto a mirar.
Mamá me va a matar.
Estoy segura de ello.
Rebusco en el bolsillo, desordenando por completo su interior hasta que encuentro el móvil. Deslizo el dedo por la pantalla y desactivo el modo avión con el miedo arraigado en mi cuerpo. Entrecierro los ojos y alejo un par de centímetros el móvil de mí, como si el bombardeo de mensajes fuese una bomba de verdad. No dejan de llegarme notificaciones de mensajes y de llamadas perdidas. Muchas llamadas perdidas.
«Estoy muerta».
Voy a devolverle la llamada a mi madre cuando la pantalla se ilumina por una llamada entrante. Con la misma lentitud de antes, descuelgo.
—Hola, mamá —saludó temerosa.
—¿Cómo que «Hola, mamá»? ¿Cuándo pensabas avisarme de que estabas sana y salva? Ha pasado media hora desde el momento en que aterrizaste.
—Se me olvidó mirar el teléfono —mascullo, sintiendo las miradas curiosas de Helen y Kenji sobre mí.
—¿Se te olvidó? Siempre se te olvida —me regaña.
—Perdón.
La oigo suspirar. Se queda un par de segundos en silencio y soy capaz de escuchar más voces, pero no logro localizar a quiénes pertenecen.
—No vuelvas a hacerme esto.
—Dramática —añade una voz grave que no tardo en reconocer como el tío Iván.
—Mamá oso al ataque —y sé que es el tío Hugo.
—Callarse los dos un rato, ¿queréis? —les suelta y soy capaz de oír como ambos rompen a reír—. Avísame cuando llegues a la casa y saluda a Kenji y a Helen de mi parte. Pórtate bien, cariño. Te quiero.
Balbuceo un par de incoherencias al intentar hablar y ver que me ha colgado. Tiene la misma mala costumbre que Evelyn.
—Saludos de mi madre —suelto a la misma vez que guardo el móvil de nuevo en la mochila.
Kenji niega con la cabeza divertido por algo que no entiendo y Helen me da un pequeño apretón en el hombro, señalándome un coche blanco que hay en una esquina del aparcamiento.
Las luces delanteras y traseras parpadean a la misma vez que hace el característico «bip» cuando lo abren. Veo que Kenji guarda una de mis maletas en el maletero antes de alcanzar la que cargaba Helen y también meterla.
Hace el amago de coger mi pequeña maletita, pero le digo que no hace falta y cargo con ella cuando entro en los asientos traseros. Me quito la mochila, dejándola junto a mis pies y apoyo la cabeza en el respaldo, suspirando.
Oigo como se abren las puertas de delante y veo a Kenji y a Helen entrando al coche respectivamente. No es hasta que arrancan que me doy cuenta de que el volante está en el lado «incorrecto». Menos mal que yo no tenía que sentarme en el asiento del copiloto porque estoy segura de que me habría equivocado.
—Nara está súper entusiasmada de que vayas a venir. Es la primera vez que ha ordenado su pequeño cuartito bajo la escalera sin que se lo tenga que decir —dice Helen, riéndose al final ante el detalle.
Yo también tengo ganas de conocerlos, ahora incluso más después de saber que ha ordenado algo por mí. Con lo desordenada que soy yo, es como si me hubiera hecho la mejor declaración de amor.
—Kairi es más tímido que la pequeña, pero estoy segura de que os llevaréis genial.
—Vale, Nara la pequeña y Kairi, ¿el mayor? —susurro para mí misma e intentar recordarlos.
Son dos. ¿No eran tres?
—¿Helen? —pregunto, todavía un poquito intimidada, aunque ella no haya dejado de ser familiar conmigo.
—¿Sí, cielo?
—¿No son tres?
Pero no es Helen quien responde a mi pregunta.
—Ryu apenas pasa por casa, así que no tienes de que preocuparte —responde Kenji.
Estoy a punto de preguntar el por qué, pero me distraigo al ver la inmensa explanada de campo que se abre paso frente a nosotros, y no me llama la atención por lo verde que se ve sin necesidad de aspersores, que también; sino por los caballos salvajes que galopan por las colinas pareciendo que sean sacados de una película.
Si tuviéramos las ventanas bajadas, estoy segura de que seríamos capaces de escucharlos relinchar. A mí derecha también hay parte de esa explanada y no puedo apartar mi vista de ellos. El encuadre es perfecto, la luz, aunque es bastante grisácea para mi gusto hace que el verde de la hierba destaque más y los pelajes castaños oscuros y negros de los animales contrastan a la perfección con el fondo.
No me lo pienso dos veces.
Tumbo mi pequeña maletita en el asiento libre de mi izquierda y saco la primera cámara que encuentro sin pararme a pensar en sí está el objetivo de 35 mm o el de 50 mm, solo necesito inmortalizar la escena. No me importa si se ve borroso o no se aprecia los detalles.
El coche iguala la velocidad de los caballos, facilitándome el trabajo de captarlos en cámara. Cliqueo sin parar en el disparador, sin detenerme a mirar como están saliendo. En el único momento en que lo hago es para enfocar de nuevo el objetivo y seguir disparando.
De repente, aparece una arboleda que oculta por completo a los caballos. Helen gira en la salida de la izquierda y termino por perderlos del todo.
Me dejo caer en el asiento de nuevo, sonriendo satisfecha y comienzo a mirar las fotos que he sacado.
Las primeras se ven ligeramente desenfocadas. Luego no lo están, pero no se aprecia la fuerza del animal que quería reflejar y para finalizar hay un par que están borrosas porque son del momento en que el objetivo se desestabilizó. Borro todas aquellas que no me sirven y vuelvo a revisar las que están medianamente bien.
Entonces, una capta mi atención por completo, se ve menos nítida por el zoom, pero se aprecian los caballos con bastante definición.
Sus crines se mecen al son del viento y está inmortalizado a la perfección el galope que estaban llevando a cabo. Amplío la imagen varias veces para saber donde tendré que retocar después cuando tenga un rato libre y me fijo en el pequeño potro que me había pasado desapercibido en un primer momento.
Estoy tan enfocada en las fotos que ni siquiera me entero de que hemos llegado a casa.
No es hasta que escucho el sonido del maletero abriéndose y alguien sacando cosas de él cuando guardo la cámara y salgo del coche. Mis dos maletas están siendo llevadas por Kenji mientras que Helen abre la puerta y la aguanta para que pase él primero.
Cierro mi maletita antes de sacarla y la arrastro mientras me coloco bien la mochila. Siento como los nervios recobran su fuerza cuando comienzo a acercarme a la entrada de la casa. Helen parece darse cuenta de ello, porque baja un par de escalones y me señala la maletita con la cabeza. Se la entrego sin rechistar y la sigo al interior de mi nueva casa.
Helen deja la maletita junto a las otras dos y sigue andando a través del pasillo, cerrando la puerta que hay debajo de la escalera. Supongo que ese es el cuartito de Nara. Sonrío divertida ante la imagen de una niña de cinco años ordenando su propio desastre por mí. Helen mira por encima de su hombro y me sonríe antes de decir:
—¿Vienes o piensas quedarte a dormir con Boots?
No entiendo a lo que se refiere hasta que escucho pasos rápidos en la parte de arriba y como un perro baja las escaleras. Se acerca hasta a mí y me olisquea un par de veces, arrugando el hocico en el proceso.
Yo lo observo recelosa, la última vez que tuve un perro así de cerca fue el chihuahua de Evelyn y terminó por morderme la nariz. Por eso me quedo quieta, en espera a su siguiente movimiento que consiste en dar varias vueltas alrededor de un cojín muy grande antes de dejarse caer sobre él.
—No te hará nada. Pasa —me alienta Helen, haciendo un gesto con la mano.
Me recoloco la mochila en un gesto nervioso.
Aunque no me atrevería a admitirlo en voz alta, tengo que confesar que ando un poco —bastante— rápido frente a Boots que ni se inmuta de mi presencia.
—¿Te dan miedo los perros? —pregunta con curiosidad, haciendo que yo aparte mi vista del gran perro que duerme como si fuese un cachorro sobre el cojín.
—He tenido mala experiencia con ellos.
—Boots es muy tranquilito. Después de todo, tiene que aguantar a Nara.
No puedo evitar que se me escape una corta risa ante la mención de la pequeña. Con todo lo que me han dicho debe ser un verdadero trasto para haberse ganado esa reputación.
—Detrás de esta puerta está el baño y dos habitaciones. Escoge la que más te guste y te ayudo a llevar las maletas —dice a la misma vez que abre la puerta que hay frente a nosotras.
—No hace falta. Puedo traerlas yo, no quiero molestar más.
—¡Tonterías! ¿Quieres comer algo luego? —cuestiona, arrastrándome con ella al interior de un nuevo pasillo mucho más pequeño y estrecho que el de la entrada.
Helen me mira expectante y yo no sé qué narices tengo que hacer. Me fijo en el interior de la puerta entreabierta y soy capaz de entrever un váter, así que supongo que las dos puertas restantes son las habitaciones.
Abro la puerta a mi derecha encontrándome con una habitación de paredes turquesas y decoradas por diversos cuadros. Hay dos camas individuales separadas por dos mesillas de noche y en la pared que da de frente a la puerta hay una gran ventana que deja entrar los rayos del sol a través de la persiana de madera. Hay un armario al lado de la cama más cerca a la puerta y una alfombra gris extendida a lo largo de ambas.
—Me quedo esta —digo sin pensármelo dos veces.
—¿No quieres ver la otra?
—No, no hace falta. Yo con tener una cama para dormir, me basta —bromeo.
—Una chica práctica, me gusta.
Me sonríe de nuevo con esa calidez y familiaridad a la que me estoy empezando a acostumbrar. Estoy segura de que Helen y mamá deben de llevarse genial.
—¿Vamos a por tus maletas?
Asiento con la cabeza y la sigo hasta la entrada. En dos viajes de ida y vuelta somos capaces de llevar todo mi equipaje y dejarlo en la que será ahora mi habitación.
Dejo la maleta pequeña encima de la cama libre y las otras sobre el suelo, abiertas. Helen se queda bajo el marco, observándome poner su cuarto ordenado e impecable patas arriba en tan solo un par de segundos.
—¿Quieres que te prepare algo de cenar?
—Creo que me iré a dormir. No te preocupes.
Veo como asiente con la cabeza y comienza a cerrar la puerta detrás de ella, pero se detiene y dice:
—Si necesitas cualquier cosa, no dudes en pedírmelo. O a Kenji. Lo que sea.
Le agradezco el ofrecimiento y vuelco mi atención de nuevo en toda la ropa que tengo en el interior de la maleta y que debería meter en el armario.
No soy capaz de durar más de media hora colocándola antes de aburrirme, así que pongo la tapa encima y me dejo caer en la cama, rebotando contra el colchón. Tanteo en los bolsillos de mi pantalón en busca de mi móvil, al encontrarlo lo desbloqueo y entro en la aplicación de mensajería.
THAIS:
¿Qué tal?
Hemos ido a la terraza de esa cafetería que tanto te gusta y te hemos echado en falta.
Además, había un arbusto con flores nuevas, que con el sol que hacía hubieran quedado genial para una foto.
ESTHER:
Pues aquí hace un tiempo horrible. Sigo con la sudadera puesta y eso que hay calefacción.
THAIS.
No empieces a quejarte tan temprano, cariño.
ESTHER:
Vale.
Estoy cansada. ¿Hablamos mañana?
Buenas noches. <3
Y ni siquiera me molesto en esperar a su respuesta. Bloqueo el teléfono y lo dejo encima de la mesilla.
No debe de ser más de las cinco de la tarde y yo siento como no puedo más con mi cuerpo. Se me cierran los ojos y ya he bostezado varias veces.
Me quito las botas con los pies, quedándome en calcetines. Ando por la habitación dejando caer la sudadera sucia al suelo junto al sujetador, acabando solo con la camiseta puesta. También me quito los pantalones, lanzándolos a la misma esquina que el resto de la ropa. Giro con el palo la persiana de madera para que se queden entrecerradas, aunque sigue pasando luz. Tendré que acostumbrarme a ello, supongo.
Me meto bajo las sábanas y cierro los ojos.
Sin embargo, acabo con uno de los cojines que decoraban la cama encima de la cara para poder dormir y así es como sucumbo al sueño.
* * *
O por lo menos eso era lo que llevaba haciendo hasta hace diez minutos.
He escuchado el crujir de algo al ser abierto demasiado cerca de mí. Automáticamente he rodeado la lámpara de la mesilla central, todavía dándole la espalda a lo que sea que esté haciendo ese ruido.
«Espero que no sea un ladrón» pienso mentalmente, porque sería tener muy mala suerte que sea mi primer día en Irlanda y que asalten la casa.
Todo hilo de pensamientos se corta abruptamente cuando oigo pasos acercándose a mi cama. Resuenan por toda la habitación al estar los dos —porque he aceptado que es una persona— en completo silencio.
Entonces lo oigo bufar algo por lo bajo y me lo tomo como mi señal para atacarlo.
Me giro sobre mí misma y le apunto con la lámpara en la cara. Él, porque por la maldición grave que ha soltado sé que es un chico, da dos pasos hacia atrás ante mi nefasto acto de intimidación y rompe a reír.
—¿Pensabas atacarme con la lámpara? —cuestiona sin dejar de reírse, el muy gilipollas—. ¿Tú quieres que mi madre te mate?
—¿Quién eres?
—¿Quién eres tú?
Y vuelve a acortar la distancia entre mi cama y él.
A pesar de ser de noche, gracias a la luz de las farolas que se cuela a través de las persianas soy capaz de verle el rostro. Tiene los ojos rasgados como Kenji e igual de oscuros que su padre. También tiene el pelo azabache como él, aunque la mandíbula del loco que está en mi habitación es mucho más marcada y definida.
Lo único a lo que le encuentro similitud con Helen son sus labios rosados... y no debería de estar mirándolos, precisamente.
—Como no me vas a decir quién eres, por lo menos dime qué haces aquí.
—Duermo aquí —suelto de sopetón.
Él enarca una ceja y en su rostro comienza a dibujarse una sonrisa ladeada que no me gusta en absoluto.
«Debería haberle tirado la lámpara a la cabeza sin preguntar nada».
—Mira tú por donde... —comienza a decir, acercándose un poco más. De un acto reflejo me levanto de la cama, acabando de pie delante de él. Lo miro fijamente a los ojos sin dejarme amedrentar por la escasa distancia entre los dos—. Yo también duermo aquí.
Lo miro desconfiada y cruzo los brazos sobre mi pecho, en espera a que suelte alguna incoherencia más por su boca.
—¿Por qué no te quedaste con la habitación que tenía la cama de matrimonio?
Vale, eso no me lo esperaba.
—Eh, p-porque no.
—Pues debiste elegirla. Acabas de convertirte en mi compañera de habitación —bromea, dando un par de pasos hacia atrás.
Suspiro ante la distancia. Ni siquiera me había dado cuenta de que hubiese estado reteniendo el aire.
—Tus padres me dijeron que tu habitación está arriba. ¿Cómo...?
—Duermo aquí cuando vengo de una fiesta muy tarde. Entro por la ventana y así no hago ruido ni Boots alerta a nadie —dice, interrumpiendo mi pregunta.
Uf, con lo que me irrita que hagan eso.
Aunque estoy demasiado distraída con la palabra «muy tarde». Me acerco a la mesilla de noche sin apartar mi mirada de él y cojo mi móvil. Lo enciendo, cegándome por el brillo de la pantalla. Pestañeo un par de veces enfocando la vista, encontrándome con la hora que es: «05:56».
Bufo un insulto al darme cuenta de que tendré que despertarme dentro de una hora, porque me propuse dejar la habitación ordenada antes de desayunar y con lo que me cuesta quedarme dormida si no estoy muy cansada, acabaré durmiendo tan solo diez o veinte minutos como mucho.
Me giro hacia él, que aparta la mirada abruptamente de algo que estaba observando.
—A partir de hoy no podrás seguir durmiendo aquí, lo sabes, ¿no?
—¿Y por qué no?
—Porque lo digo yo —suelto irritada.
Vuelve a acercarse a mí y enarca de nuevo su maldita ceja, aunque esta vez no sonríe. Se limita a mirarme desde su altura —una cabeza más alta que yo—.
Me cruzo de brazos otra vez y en lugar de hacer lo que debe suponer él y apartarme o dar un par de pasos hacia atrás, acorto aún más la distancia entre los dos, siendo capaz de sentir su aliento con olor a chicle y cigarro chocando contra mi rostro.
—¿Y cómo me lo vas a impedir exactamente? —cuestiona con tono divertido.
—Cerraré la ventana con pestillo
—Uy, que miedo —dice, separándose de mí por completo.
Anda hasta la otra cama y comienza a quitarse la chaqueta. Detrás de ella le siguen la camiseta, el pantalón y los zapatos, acabando en ropa interior. Aunque intento evitarlo, acabo dándole un repaso de arriba abajo.
«Ya me arrepentiré más tarde».
Por último, se mete bajo las sábanas, todavía dándome la espalda y yo sigo sin moverme del sitio.
—Sé que mis calzoncillos son más interesantes que tus bragas, pero deberías disimular mejor la próxima vez.
—Si qui mis cilzincillis... ugh, engreído —mascullo, poniendo los ojos en blanco.
Me meto de nuevo en la cama, arropándome hasta el cuello y me giro sobre mí misma para darle la espalda, no sin hacerle el corte de manga antes de cerrar los ojos.
Lo último que escucho al quedarme dormida es su estúpida risa.
N/A: AAAAAAAAAAAAAAA.
Vale, pues ya sabéis quien es el ser más irritante de toda Irlanda.
Hoy estoy corta de palabras, pero es que llevo semanas queriendo subir esto y ya ha llegado el día y AAAAAAA soy muy feliz.
AAAAAAA NO SÉ QUÉ MÁS DECIR.
He vuelto cinco minutos después, porque hablando con Clau me he dado cuenta que sería gracioso confesar lo desastre que fui cuando viaje a Irlanda. Y sí, yo tampoco supe donde meterme con los carteles en irlandés, pero yo fui más lista y lo traduje gracias a Don Google, aunque una mujer me preguntó a donde ir y le solté: im as lost as you are. (Estoy igual de perdida que tú).
Lo que sí que me pasó fue olvidarme de llamar a mi madre cuando aterricé y flipar con los caballos en los campos que habían alrededor de la carretera.
Y asustarme por Boots (porque sí, Boots existe).
En fin, ¿buena primera impresión? 😏
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro