Capítulo Tres
Capítulo dedicado a Monica221102 felicidades retrasada, Larry.
Lof u 🥺❤
(Canción: When We Were Young de Lost Kings, Norma Jean Martine)
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A la cuarta alarma soy capaz de despertarme.
No sé por qué estoy tan cansada, si desde el viernes no he vuelto a salir salvo para estar con Saoirse cuando ha venido a visitarme a casa y explicarme como íbamos a hacer las cosas hoy.
En realidad, sí sé por qué tengo tanto sueño y esa razón es muy sencilla: no he dormido absolutamente nada.
Me costó muchísimo poder dormirme y ni siquiera pude ponerme música para tranquilizarme porque sigo con el móvil sin batería. Hoy pienso comprarme un adaptador. Si no, estoy segura de que mamá acabará matándome y Thais no me perdonaría en la vida.
Gruño frustrada y dejo caer mi brazo sobre mi rostro antes de suspirar.
Me permito remolonear un par de minutos más hasta que decido que ya ha pasado suficiente tiempo. Me acerco a una de mis maletas y saco de ellas un vaquero, una camiseta de una de mis bandas de música favoritas y una sudadera extragrande, de esas que mi madre siempre critica porque me hacen parecer una vagabunda, pero no entiende que esa es la intención. Más aún con el moño que me voy a hacer, porque estoy demasiado nerviosa para comerme la cabeza.
Me visto y me ato los cordones de mis zapatillas de la suerte, que se tratan de unas de color blanco, pero que están tan usadas que han adquirido un tono beige un tanto extraño y eso que las he puesto varias veces en la lavadora.
Cojo mi mochila, que solo tiene en su interior un estuche, un archivador con folios y mi cámara de fotos analógica en su funda, bien guardada.
No me molesto en coger el móvil porque sin batería de poco me va a servir.
Antes de salir de la habitación estiro las sábanas hacia atrás, dejándola «ordenada» y me marcho hacia el salón.
A diferencia del viernes, no hay rastro de Nara y Kairi pegando saltos en la zona de los sofás.
Dejo mi mochila en uno de los sillones y me adentro a la cocina encontrándome solo con Kenji y Helen. El primero está en los fogones haciendo unos huevos revueltos y la segunda está sentada en la mesa del comedor, bebiendo café o té de una taza.
—Buenos días —me saluda Helen, con su vitalidad habitual a pesar de ser las seis de la mañana—. ¿Has dormido mejor?
No he dormido nada, pero sí.
Asiento con la cabeza en respuesta, por no preocuparla más con mis nervios de ser la nueva en un instituto de otro país, donde hablarán otro idioma y encima siendo segundo trimestre.
Sin embargo, Kenji no me deja darle demasiadas vueltas al asunto cuando habla, captando mi atención.
—¿Necesitas que te acerquemos al instituto? —pregunta a la misma vez que sirve los huevos en un plato. Parece darse cuenta de que me quedo más tiempo del que debo mirando los huevos revueltos, porque añade: —¿Quieres?
—No te preocupes, yo me puedo preparar algo. Seguro que tienes muchas cosas que…
Pero me callo de golpe al escuchar como casca un huevo contra la sartén antes de dejarlo caer en su interior.
—Gracias —murmuro, nerviosa por todo en general a estas alturas.
—Vas a estar viviendo con nosotros durante seis meses, Esther —dice Helen, acercándose hasta donde yo me encuentro y apoyando sus manos sobre mis hombros. —. No te cortes en pedirnos lo que necesites. Si te gusta algo, si no te gusta, lo que sueles desayunar… no sé, qué tipo de champú utilizas, todo eso. Tus padres nos van a mandar dinero todos los meses que te quedes y es para que lo gastes tú en lo que necesites, ¿vale?
Asiento de nuevo sin saber qué decir. Helen me retira un mechón de pelo del rostro, colocándolo detrás de mi oreja en un gesto demasiado maternal, que me hace darme cuenta de que estoy empezando a echar de menos a mi madre.
—¿Estás nerviosa?
—Un poco —digo, soltando una corta risa al hablar.
—No lo estés. Con Saoirse estás en buenas manos, además que su padre es el director del instituto —añade, sonriendo de esa manera tan tranquilizadora.
Se aparta de mi lado y coge un maletín que hay a los pies de uno de los sofás. Se lo cuelga en su hombro y se acerca a Kenji para despedirse de él. Luego camina hasta a mí y se despide con un beso en la mejilla antes de salir por la puerta de la entrada.
Aparto la mirada de la entrada cuando noto algo rozándose contra mis piernas. Al bajar la vista me encuentro con Boots dando vueltas a mi alrededor. Con un poco más de valentía que los días anteriores, le acaricio la cabeza, haciendo que menee la cola en respuesta.
—Acabas de ganarte su amor eterno —bromea Kenji, dejando mi plato de huevos revueltos en la encimera.
—No es demasiado difícil, ¿no?
—No estaría yo tan seguro. Depende de la persona. Tú le caes bien —dice, separando a Boots de mí, señalándole la puerta de la entrada—. Voy a darle una vuelta antes de despertar a los dos trastos de arriba. ¿Puedes estar atenta?
—Eh sí, claro. Me espero a que vuelvas, no te preocupes —respondo sin pensar.
Kenji hace un gesto de agradecimiento con la cabeza y anda hacia la entrada con Boots meneando la cola con fuerza, pisándole los talones. Veo como le pone la correa y sale por la puerta. Espero que esta se cierre detrás de él, pero en su lugar, lo hace cuando una pelirroja demasiado familiar entra a casa. Saludo a Saoirse con la mano que tengo libre, mientras le doy el primer bocado a mi desayuno.
—Te tengo mucha envidia ahora mismo —suelta de golpe, al llegar a mi altura.
—¿Por qué?
—Porque no tienes que llevar este horrible uniforme —se queja, señalándose de arriba abajo.
Entonces observo con detenimiento su vestimenta. Lo primero en lo que me fijo es en la falda gris que le llega hasta por encima de las rodillas, también lleva una camisa blanca que tiene debajo de un jersey de color granate con el logo del instituto. Por último, viste unas medias azul marinas que le llegan hasta por debajo de las rodillas junto a unos zapatos que se ven muy incómodos.
En comparación a su jersey ancho de punto lleno de colorines y su vaquero de campana del domingo, parece una persona completamente distinta.
Tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para disimular la mueca de desagrado que amenaza con surcar mi rostro.
—No está tan… ¿mal?
—¿Te he dicho alguna vez que mientes fatal? —cuestiona, sentándose a mí lado en la mesa del comedor. Apoya los brazos en ella y deja caer su cabeza encima de estos, girando ligeramente la cabeza en mi dirección—. Porque mientes fatal.
Se me escapa una risa nerviosa, logrando que casi me atragante por ello. Toso varias veces, intentando no morirme antes de mi primera semana aquí.
—¿Yo te he dicho que no te soporto? —pregunto de manera retórica, irritándola.
—Otra mentira más para añadir a tu lista.
—Muérete —siseo antes de comer un nuevo bocado del desayuno.
—Ojalá, así por lo menos no tendría que llevar este horrible uniforme para ir a ese horrendo instituto y escuchar a los horripilantes profesores que nos van a dar clase.
—Sabes que, si murieses ahora, te enterrarían en ese uniforme, ¿no?
Sin necesidad de mirar de nuevo en su dirección, sé que se ha acercado más, porque no para de darme golpecitos en la mejilla con el dedo.
Frunzo el ceño al mirar en su dirección, encontrándomela sonriendo divertida ante mi confusión.
—Mi fantasma vendría a por ti si me enterrases en esto —responde, intentando mantener el rostro serio, dejando de darme golpecitos—. Me convertiré en tu peor pesadilla. Quedas advertida.
Antes de que pueda responderle de vuelta, escucho el crujir de la puerta de la entrada al abrirse y los pasos rápidos de Boots entrando en el salón, con Kenji detrás de él para quitarle la correa que todavía tiene colgada en el cuello.
Al perro, sin embargo, no parece molestarle porque se acerca hasta nosotras con la lengua fuera y la cola moviéndose de una lado a otro con fuerza, observándonos fijamente.
Le acaricio la cabeza un rato, pero es Saoirse quien le ofrece todo su atención mientras yo termino lo que me queda de desayuno. Dejo el plato en el lavavajillas y me marcho un momento a mi habitación para lavarme los dientes y las manos.
Al salir, Saoirse está apoyada en el respaldo del sofá con su mochila colgada y la mía en su mano. Me acerco hasta ella y me coloco una de las correas en mi hombro. No me da tiempo si quiera a despedirme de Nara o Kairi cuando me arrastra por el pasillo y me obliga a salir al exterior.
El frío golpea con fuerza todo mi cuerpo, logrando que tiemble de pies a cabeza. Me abrazo a mí misma, intentando mantener el calor que se me escapa sin poder evitarlo. Me maldigo mentalmente por no haber cogido nada más abrigado.
—Javi y tú tenéis los mismos malos hábitos —escucho decir a Saoirse detrás mía.
Entonces siento algo sobre mis hombros, brindándome al momento la calidez que pensaba estar perdiendo momentos antes. Al darme cuenta de que es un abrigo acolchado de color blanco, dejo mi mochila en el suelo y me visto con él, subiéndome la cremallera hasta el mentón. Vuelvo a colgarme la mochila y oculto mis manos dentro de los bolsillos.
Durante el camino a la parada del autobús al final de la avenida Saoirse me pone al día de todo y me explica quién es quién en su grupo de amigos.
Están Kai y Kieran, gemelos que, según ella, te pueden caer genial o no los puedes soportar. A veces, incluso puedes sentir las dos cosas a la misma vez porque es como si estuvieses con una persona, pero multiplicada para peor.
Luego está Phoebe, aunque prefieren que la llamen Pheebs. Según lo que me ha contado mientras hemos estado esperando al autobús es muy tímida al principio y una auténtica cabra loca cuando se siente cómoda a tu alrededor. Al parecer su cuerpo más curvilíneo y voluptuoso le ha jugado malas experiencias en el pasado.
Sinceramente, me apena decir que sé lo que se siente, pero desde el otro lado. Ser «demasiado» delgada tampoco le parece bien a la gente.
Por último, están Ryu y Javi. El año pasado estaban ellos seis, pero estos dos este año empezaron la universidad y ya solo se ven en las quedadas fuera del horario lectivo o de vez en cuando, que Ryu la acerca al instituto si va llegar tarde o tiene algún examen importante y se queda estudiando hasta que es la hora. Para mi sorpresa, habla muy bien de él, demasiado para mi gusto, teniendo en cuenta como ha sido capaz de sacarme de mis casillas en tan solo tres días.
No me quiero imaginar como estaremos a finales de curso. Alguno de los dos acabará matando al otro.
No tengo dudas.
Aun así, saber que Javi es español me tranquiliza. De alguna forma, es reconfortante saber que hay alguien más que habla tu propio idioma, que entiende lo que debe sentirse vivir en un país extranjero y lo que es más importante… entenderá tus bromas.
A diferencia de Málaga, el autobús llega puntual según su horario.
Subimos a él y Saoirse pasa dos veces su tarjeta por delante de una máquina que pita cada dos por tres. Debo de quedarme más tiempo de lo normal observando el cacharrito porque Saoirse me mira raro.
—¿Has pagado el autobús por mí? —pregunto, sorprendiéndola.
Andamos hasta sentarnos en los asientos del fondo, dejando las mochilas a nuestros pies.
—Esta tarde iremos a la oficina para conseguirte una tarjeta de estudiante —dice, evadiendo mi pregunta.
—No puedes pagarme todo. Acabaré debiéndote un montón de cosas.
—Las amigas se invitan a cosas Esther. En realidad, todo esto es un plan para que tengas que llevarme a un restaurante caro a cenar un día de estos —bromea, logrando que la sensación de malestar que me embarga desaparezca de mis hombros.
Los cuarenta minutos de viaje hasta la puerta del instituto los pasamos entre charlas y escuchando música en inglés que ella me recomienda y yo intentando introducirla al mundo musical español, que le resulta chino al escucharlo. No puedo evitar divertirme a su costa y ella acaba por amenazarme con nuestra corta amistad.
—Me adoras —suelto, dándole un ligero codazo.
—Te soporto, que es distinto.
—¿Sabes esa norma de que, a veces, debes darle la razón a tu amiga, aunque sepas que no la tiene? —cuestiono de manera retórica. Cuando ella no dice nada, sigo hablando—. Es lo que estoy haciendo ahora mismo.
—Eejit —masculla, intentando parecer molesta, pero no es capaz de ocultar la sonrisa.
—¿Qué significa?
—Idiota.
—Te estabas definiendo, ¿no? —la irrito, sin disimular la carcajada al ver como su rostro pecoso empieza a enrojecer.
—Da gracias que me caes bien, Esther. Da gracias.
Nos mantenemos un par de segundos la mirada la una a la otra, en una especie de desafío extraño y silencioso antes de que rompamos a reír de manera muy escandalosa.
Tanto, que un par de cabezas en la parte de delante del autobús se giran en nuestra dirección. Hacemos todo lo posible por acallarnos, pero parece que sucede todo lo contrario y comienza a ser vergonzosamente divertido.
Menos mal, gracias al universo o al chófer, de que llegamos a nuestra parada. Bajamos escopeteadas del autobús, terminando frente a una pequeña cafetería de fachada de color verde. Toda la calle está repleta de locales de restauración, que a pesar de ser tan temprano, están hasta arriba de personas desayunando. El olor a tostadas recién hechas, el aroma a chocolate caliente o el dulzor de los pasteles inunda mi nariz, consiguiendo que me ruja el estómago en respuesta incluso después de haberme desayunado los huevos revueltos hace apenas unos minutos.
Saoirse parece que piensa lo mismo que yo, porque me arrastra por la avenida hasta acabar frente a una pequeña cafetería que hace esquina al final. Estoy segura de que debe de pasar desapercibida por su pequeño tamaño, pero no creo que sea por eso el motivo por el que estamos frente.
Entonces, entrecerrando un poco los ojos soy capaz de reconocer a su grupo de amigos, gracias a las descripciones de la pelirroja a mi derecha.
Trago saliva nerviosa, ante la perspectiva.
«¿Tan temprano voy a tener que socializar?».
Si mamá quería que socializase, esta tarde cuando consiga cargar el teléfono y la llame lo va a flipar entonces.
Estoy acostumbrada a tener mi pequeño grupo de amigos de toda la vida. De esa clase de personas con los que llevas toda la vida juntos y no necesitas que te cuenten su vida, porque, literalmente, la has vivido junto a ellos. Tiene sus desventajas, claro está.
Como ahora, porque soy nefasta con la gente nueva.
Oigo el timbre que hay encima de la puerta al Saoirse abrirla. Mira por encima de su hombro, haciéndome un gesto con la cabeza para que sea yo la primera entrar. Sin tenerlas todas conmigo, entro, dejando que el calor del interior me abrace. El olor dulzón de antes me embriaga por completo.
—Huele bien, ¿a que sí?
Me limito a asentir con la cabeza, sin despegar mis ojos del grupo de amigos que hay en la esquina del establecimiento, desperdigados en los pequeños sillones, sillas y la alfombra.
Antes de que pueda si quiera dar un paso atrás, Saoirse entrelaza su brazo con el mío y me obliga a avanzar hacia delante. Sin embargo, la inseguridad desaparece un poco al saber que la voy a tener a mi lado.
Solo un poco.
El primero que se percata de nuestra presencia es uno de los gemelos, aunque no sé si es Kai o Kieran, sonríe en dirección a Saoirse antes de clavar sus ojos ambarinos en mí con curiosidad. No tarda mucho en darle un ligero codazo a su gemelo, —que tiene la misma piel tostada y el pelo largo y azabache, pero de alguna manera lo llevan con un estilismo distinto— captando su atención. La chica rubia que hay sentada en el sillón más alejado, metida por completo en un libro da un respingo cuando Saoirse grita su nombre.
—¡Pheebs! —grita la pelirroja, soltándome el brazo y abalanzándose sobre la rubia que casi tira su libro al suelo.
Al darse cuente de quien se trata rompe a reír y le devuelve el abrazo. Entonces se da cuenta, que esta vez, Saoirse no viene sola, sino que está acompañada.
—Esther, ¿verdad? —pregunta con una calma y dulzura que se me hace inevitable no sonreír al asentir—. Soy Pheebs —se presenta, levantándose del sillón, señalándolo con un gesto de mano.
Asiento en respuesta, sin atreverme a decirle que no a su ofrecimiento, notando dos pares de ojos sobre mí y cada uno de mis movimientos. Sin embargo, uno de los dos aparta su mirada de mí cuando Saoirse le mete una colleja.
—¿Por qué siempre me das a mí? —cuestiona con voz más grave de la que imaginaba.
—Porque te conozco, Kieran —sisea con diversión Saoirse, sin inmutarse de la mueca molesta de él.
Kai, supongo, pone los ojos en blanco antes de enfocar su mirada sobre la libreta que hay sobre la pequeña mesa de café. Está claro que Saoirse tenía razón y que, a pesar de ser idénticos físicamente, parecen día y noche en realidad.
Kieran le hace el corte de manga mientras Saoirse se marcha hacia a la barra, dejándome sola por completo.
—¿Hace cuánto que estás aquí? —cuestiona Pheebs con un hilo de voz bajo, como si la intimidase.
Cuando la intimidada soy yo.
Completamente.
—Eh, llegué el jueves.
—¿Has ido al puerto? —habla Kieran esta vez, observándome con la misma curiosidad felina de antes.
Asiento con la cabeza.
—¿Qué te pareció?
—No sabía que las focas estaban tan cerca de la gente.
—No solo las focas, suele haber también muchos caballos salvajes en los prados cerca la carretera y algún animal más —añade Pheebs.
—Sí, les saqué fotos el día que llegué —confieso.
—¿Eres buena? —cuestiona Kai, hablando por primera vez en la conversación.
—Es la mejor —responde por mí Saoirse, dejando dos tazas sobre la mesa.
Cuando acerca una en mí dirección, sé que lo ha comprado para mí. Voy a reprocharle que haga esas cosas cuando me da esa mirada de «hoy por ti, mañana por mí», pero parece que solo se le aplica a ella.
Pensaba compensárselo.
—¿Tienes fotos de ellos? —me pregunta directamente Pheebs, menos intimidada que antes.
—No me traído la cámara digital, pero creo que en esta habrá alguna de cuando fui de camping con mis amigos —digo, rebuscando en mi mochila hasta que doy con la funda. La desabrocho y saco de ella la cámara, encendiéndola en el proceso. Me meto dentro de las imágenes y paso varias con rapidez hasta que localizo la que quiero enseñar—. Esta.
Tanto Saoirse como Pheebs arrastran su silla y sillón, respectivamente hasta estar al lado mía.
En la imagen aparece mi grupo de amigos sentados sobre la arena, observando todos el atardecer. Ninguno de ellos sabía que estaba sacando la fotografía, así que sus siluetas salen ligeramente movidas, al estar riéndose o hablando. Aunque mi parte favorita fue sacar el momento justo en el que las gaviotas surcaron el cielo rosado, como si se tratasen de actores pagados, pero fue mera casualidad.
—Es preciosa —suelta Saoirse, pasando más fotos de la cámara.
Observo por el rabillo del ojo las que están viendo ahora.
Fue en mi cumpleaños de hace dos meses, salimos todos haciendo el tonto con gafas de sol y confetis, estando yo en el centro sosteniendo el número diecisiete con Thais a mi lado, besando mi mejilla. Esta vez no fui yo la fotógrafa sino la fotografiada y es una de mis favoritas.
—Hacéis muy buena pareja.
—G-gracias —digo antes de que Saoirse me devuelva la cámara.
La apago y la vuelvo a guardar en mi mochila. Arrastro mi sillón con cuidado de no hacer demasiado ruido y cojo la pequeña taza con chocolate, inhalando su olor para darle un pequeño sorbo después, saboreando el intenso sabor a cacao.
El tiempo transcurre con velocidad, Saoirse le cuenta al resto del grupo la anécdota del nombre y como, a pesar de no haberlo escuchado nunca, lo pronuncié mejor que Javi. Kai y Kieran rompen a reír en respuesta y Pheebs intenta justificar la mala pronunciación del español. Me cuentan mil anécdotas de cuando eran más pequeños y de ahora, siendo incluso más problemáticos que antes.
Sin embargo, todo lo bueno siempre llega a su final con más rapidez.
—¡Mierda! —maldice Kai de golpe.
—¿Qué? —cuestionamos todos a la vez.
—Vamos a llegar tarde. Otra vez.
Saoirse y yo dejamos las tazas sobre la mesa, Kai recoge sus apuntes de la mesa, Pheebs coloca los sillones mientras que Kieran se saca un paquete de tabaco del bolsillo y se cuelga su mochila con pasmosa tranquilidad, al contrario que su hermano, que parece que va a entrar en pánico en cualquier momento, guardando todo sin cuidado. Yo vuelvo a abrigarme con el abrigo acolchado de antes y agarro mi mochila de malas maneras, siguiendo a Saoirse, que capitanea el grupo.
Menos mal que el instituto solo está girando la calle y no llegaremos más de cinco minutos tarde, aunque se comportan como si aquello fuese una falta de respeto garrafal, cuando nosotros —mis amigos y yo— solemos entrar casi media hora después de la obligada porque a primera los profesores tienden a llegar a tarde y preferimos aprovechar ese rato libre para charlar.
Pero aquí se ve que no es así.
Lo primero que capta mi mirada es la fachada de ladrillo rojizo, decorada por columnas blancas que resaltan incluso con más intensidad por el otro color. Hay un gran portón, por donde los alumnos entran y salen con las mismas prisas que llevamos nosotros.
A pesar de la distancia soy capaz de discernir dos escaleras que ascienden, supongo, a la segunda planta.
A mi izquierda hay una valla metálica, donde hay varios coches, y a mi derecha hay una explanada de suelo hormigonado, donde hay una pista de baloncesto combinado con un campo de futbol. Hay un edificio de color negro, acristalado de la parte de arriba y Saoirse no tarda en explicarme que se trata del gimnasio y donde practican los de teatro.
Aunque me gustaría poder curiosear todo con más detalle, por lo menos hoy no podré, porque según el grito desesperado de Kai, ya vamos cinco minutos tarde.
Al entrar hay varios profesores cruzando de un pasillo a otro, ofreciéndonos una mirada reprobatoria cuando pasamos por su lado, sin embargo, mis amigos les hacen caso omiso. Subo las escaleras de dos en dos, siguiendo a Saoirse muy de cerca, caminando con paso rápido entre las taquillas hasta que se para de golpe en una de las puertas.
—Estás en la tutoría con Pheebs —me explica, mientras me hace girarme, acabando delante de la puerta blanca que está cerrada—. Después del primer timbre de descanso vendré a por ti y te explicaré esto mejor.
Asiento con la cabeza, todavía dándole la espalda. Siento como deja de apoyar sus manos sobre mis hombros al dar un paso hacia atrás.
Pheebs se coloca a mi lado, mirándome una última vez de soslayo antes de abrir la puerta. Inhalo y exhalo, armándome del poquito valor que tengo.
Mi padre suele decir que la Tía Ali siempre se supo hacerse notar cuando entraba en algún sitio y que yo debería hacer lo mismo.
«Pues hoy lo he hecho, pero no le va a gustar absolutamente nada», pienso para mis adentros divertida antes de entrar a la clase, haciendo que la atención de todos recaiga sobre Pheebs, para después desviarse en mi dirección.
N/A: Se ha hecho notar, ¿no? A Papi Eloy no le va a hacer gracia que llegue el primer día de clase tarde y mucho menos a la mamá oso que se ha convertido Inma.
Tengo que admitir que los capítulos donde aparece mi bebé pelirroja aka Saoirse siempre se alargan, porque sin planearlo, su amistad me está encantando. Como se desarolla, sus piques, la complicidad entre ambas y como, a pesar de llevar poco tiempo, tienen una confianza brutal.
Otra cosa que también quería añadir es que si tenéis buena memoria y recordáis el grupo de amigos irlandeses que estaba compuesto por Charlie, Scarlett, Kenji y Sebas, entonces os habréis fijado que este grupo tiene descendencia jeje. 😏
Sebas -> Saoirse.
Charlie -> Pheebs.
Scarlett -> Kai y Kieran.
Kenji -> Ryu.
Y ninguno de ellos puede negar que es hijo/a de su padre/madre, sobre todo Saoirse xd.
Y ahora bien... ¿qué os han parecido? ¿Alguna amistad que querais que ocurra? ¿Algún shippeo desbloqueado entre algunos?
En este capítulo la única anécdota que hay es que yo siempre llego tarde. Siempre. Si llego temprano en mi grupo de amigos se celebra y solo ocurre cuando se alinean los planetas, asi que podéis imaginaros el verdadero desastre que era en Irlanda cuando todos eran muy puntuales.
Espero que estéis muy bien y las que tengáis vacaciones de verano las disfrutéis un montón... ¿algo gracioso que os haya pasado? 👀
Nos vemos el próximo viernes, inmaduras 🧡
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