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Capítulo Treinta y Uno




Capítulo dedicado a nicoledegea porque nunca he entrado tan feliz a un examen de química y fue gracias a ti. No eres consciente de la ilusión que me hizo poder conocerte, que me reconocieras en medio del examen de inglés y poder charlas contigo y tu amiga. Habéis hecho de la selectividad un recuerdo feliz jeje... espero que llegues hasta el final, aunque te dé pena. Siempre quedará la opción de releer (u otra cosa *guiño guiño) ✨💛

Feliz cumpleaños a allc08 <3


(Canción: Water de Jack Garratt)

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Después de haberles pateado el trasero, como dijo Kieran, acabamos terminando en el mismo lugar de siempre: el karaoke de la señora Smith.

He perdido ya la cuenta de las veces que hemos ido, por no decir siempre.

Esta vez, sin embargo, nadie se ha animado a subir al escenario y nos hemos limitado a comer pizza, beber Guinnes y ver a un par de chicos de nuestra edad hacer el tonto arriba del escenario.

En un pestañeo, la noche ha pasado demasiado rápido.

Así que, tras Javi dejar bastante claro que nos dejaba el piso para nosotros solos, nos hemos marchado con un silencio expectante a nuestro alrededor que, después de bajar del coche, no nos ha abandonado, sino que ha ido incrementando hasta el momento en que hemos entrado en su habitación.

Al fijarme en las estanterías bajas del mueble, me encuentro con una colección poco sana de juegos de mesa. No soy quién para juzgar, porque en casa mamá tiene un número también bastante alarmante de ellos, pero en el salón. No en la habitación.

—No te consideraba un fan de los juegos de mesa —comento, paseando la mirada por cada una de las cajas.

Hay desde los más clásicos como el Trivial, el Twister o el Parchís hasta alguno bastante más friki como el Monopoly versión Star Wars o una especie de parchís extraño con temática del Hobbit.

Cuando no escucho ninguna respuesta de su parte, aparto la vista de ellos y miro por encima de mi hombro, encontrándome a Ryu sentando en la silla de su escritorio, con las piernas estiradas y los brazos flexionados hacia atrás, apoyando la cabeza sobre ellos.

En cuanto hemos llegado al apartamento se ha deshecho de la camisa, quedándose solo con la camiseta de Star Wars que ya sabía que tenía. Esta, no obstante, ahora se le ha subido un par de centímetros, dejando a la vista parte de su marcada V y la línea de vello en su ombligo.

Él sonríe complacido por mi escrutinio a la vez que yo desvío los ojos, tragando saliva.

—¿Por qué no los tienes en el salón? —pregunto, continuando con mi inspección.

Al entrever la caja del Monopoly, hago malabares con el resto para poder sacarla.

Mi hermano y yo llegamos a una teoría bastante estúpida, pero efectiva sobre cómo saber la personalidad de una persona en base al tipo de Monopoly que tuviera en casa. En su caso, es el clásico.

En el nuestro, era el de Bob Esponja.

—¿Por qué debería tenerlos?

Lo escucho moverse a mis espaldas por la habitación.

—Es donde la gente normal los tiene para jugar —reflexiono, volviendo a mirar por encima de mi hombro.

Ryu enarca una ceja, divertido.

—No juego a los juegos de mesa como alguien «normal» —rebate, haciendo comillas con los dedos.

Frunzo el ceño, ladeando la cabeza a un lado sin entender nada.

Parece leer a la perfección mi confusión porque se acerca hasta donde me encuentro, arrebatándome la caja del Monopoly, lanzándome miradas de reojo.

—El Monopoly, por ejemplo, en lugar de comprar las propiedades con dinero... lo haces con prendas de ropa.

—Te lo acabas de inventar, ¿no?

Niega con la cabeza sin dejar de sonreír.

—Eres un pervertido.

—Yo diría que soy un alma muy creativa —me corrige, acercándose peligrosamente a mí—. Pero pervertido también me sirve.

—¿Lo haces con todos los juegos?

—La mayoría —dice, encogiéndose de hombros.

Suelto una carcajada, incrédula.

—¿Qué? ¿No me crees? —cuestiona, lejos de parecer ofendido, entretenido.

—Ni un poquito.

—Ponme a prueba, venga.

Enarco una ceja y le doy un repaso rápido a la estantería, en busca de algún juego lo suficientemente difícil para que su mente pervertida no pueda llevarlo a su terreno.

—¿La Oca?

—Cada vez que te mueves, bebes —explica con tranquilidad—. ¿Tiras otra vez? Bebes. ¿Retrocedes? Bebes...

—¿Y si mueres?

—Te toca la bebida de castigo.

Si no fuera por lo sereno que suena, pensaría que está tomándome el pelo.

—¿La bebida de castigo? —cuestiono, más interesada de lo que debería en su invento.

—El resto de jugadores deben crear una bebida todos juntos con cosas al azar que encuentren en la cocina. El perdedor tiene que bebérselo de un solo trago sin hacer una sola mueca.

—¿Y si la hace?

Ante la sonrisa maliciosa que empieza a surcarle el rostro, sé que no puede ser nada bueno.

—Una nueva bebida de castigo.

Niego con la cabeza, dejando la Oca en su sitio de nuevo.

—¿Esto es lo que usas para ligar? —pregunto, a medio camino entre la curiosidad y el horror.

Elimina por completo la distancia entre los dos, deslizando un brazo alrededor de mi cintura, pegando nuestros pechos. Echo la cabeza hacia atrás para no dejar de mirarlo a la vez que él la agacha ligeramente, sin dejar de sonreír. Con la mano libre empieza a dibujar círculos por encima de la tela del vestido, sin apartar los ojos de mí.

—Eres la primera chica que entra en mi habitación —murmura, desviando por un efímero segundo la mirada a mi boca.

—¿En esta semana? —vacilo. Él niega con la cabeza, conteniendo una carcajada—. ¿En este mes?

—En mi vida.

Reprimo como puedo la sonrisa al entrever una cierta irritación en su voz.

«No va a ser el único en irritar al otro en esta relación», me aliento mentalmente.

—Madre mía, qué honor —susurro con un hilo de voz.

No sé quién de los dos se ha acercado al otro, o si lo hemos hecho los dos sin darnos cuenta, pero soy consciente de cada respiración que toma al chocar el aire contra mis labios. Un centímetro más y nuestras narices se estarían tocando. En ningún momento deja de acariciarme el costado y al apoyar ambas manos sobre su pecho siento como el brazo a mi alrededor se tensa en respuesta.

—No te haces una idea —añade, enarcando una ceja.

—Estaba siendo sarcástica.

—Yo no —acota, dejando de sonreír y desviando de nuevo su mirada hacia mi boca.

Me muerdo el labio inferior, nerviosa, dudando momentáneamente en si verbalizar o no lo que estoy pensando. Asciendo a través de una caricia larga hasta posar las manos sobre sus hombros, sin poder controlar el hormigueo que me recorre de pies a cabeza que supone la antesala a algo que estoy más que dispuesta a experimentar.

—Entonces... —murmura, caminando hacia atrás. Ni siquiera se molesta en disimular sus intenciones cuando se dirige hacia la cama dándole la espalda. Al notar el filo del colchón contra sus gemelos, se sienta, arrastrándome con él—. ¿Quieres jugar al Monopoly?

Ryu deja de rodearme la cintura y desliza ambas manos hasta llegar a mis muslos, comenzando a dibujar círculos irregulares sobre mi piel, dejando un halo de calor al subir y bajar. Trago saliva, afianzando el agarre sobre sus hombros. Repta lentamente hasta llegar al final del vestido y me da un pequeño apretón. Ante el primer jadeo, me muerdo el labio inferior, silenciándolo.

Ni siquiera era consciente de que había cerrado los ojos hasta que me obliga a dar un nuevo paso hacia delante, sintiendo su nariz pegada a mi abdomen. Durante un momento, no me atrevo a respirar demasiado fuerte. Al abrirlos, me encuentro con que me está mirando fijamente.

Entonces me percato de que se le han dilatado las pupilas, logrando que su mirada se oscurezca más de lo normal. En silencio, coloco una pierna en cada lado, acomodándome sobre su regazo. No me dejo caer por completo a sabiendas de lo que puedo encontrarme si lo hago.

—¿Cuál Monopoly? —pregunto en un susurro.

Por un momento no reconozco ni mi propia voz ante lo ronca que suena.

—El interesante, claramente.

Ancla ambas sobre mis caderas, consiguiendo que esa distancia preventiva que había conseguido entre los dos, se esfume en un solo movimiento. Arruga la tela de mi vestido cuando al acomodarme, me rozo sutilmente contra su entrepierna.

—El que se paga con dinero, ¿no?

Suelta una risa grave y baja, mordiéndose el labio inferior.

—Qué concepto de interesante más aburrido tienes —murmura, con su rostro pegado a mi cuello.

Ladeo la cabeza, dejándole vía libre. No necesita nada más para posar un beso en la base de mi clavícula. Esta vez no silencio el jadeo. Afianza con más fuerza su agarre sobre mi cadera. Al siguiente beso, me balanceo sobre él involuntariamente. Al tercer beso, es el propio Ryu quien me balancea, con más vehemencia incluso, sin dejar lugar a dudas que está igual de cachondo que yo.

—¿Sabes qué? —cuestiono en un suspiro cuando sale del escondite en mi cuello y me mira. Sin decir nada, me levanto de su regazo y me acerco a la estantería hasta coger el Twister—. Podemos jugar a este.

Lo último que espero es que me dé un repaso de pies a cabeza, sin decir absolutamente nada. Se pasa el pulgar por el labio inferior con aire pensativo, recorriéndome con los ojos una y otra y otra vez. Al bajar la mirada, me encuentro con que tengo el vestido subido por encima de las caderas y tiene una vista clara de mi ropa interior.

En un rápido movimiento, lo coloco en su sitio y le fulmino con la mirada.

Lejos de avergonzarse o arrepentirse, guiña un ojo y me señala de pies a cabeza.

—Yo no me molestaba en bajarlo una segunda vez —aconseja, divertido.

—Cretino —mascullo, acercándome a él.

—Primero pervertido, ahora cretino... ¿qué será lo siguiente?

Estampo la caja del Twister contra su pecho, silenciándolo.

—¿Quieres jugar o no?

Vacila la mirada entre el juego y yo varias veces.

—¿Cuál versión?

—La que tu cabecita pervertida se ha inventado.

Se levanta de golpe de la cama, dejando a un lado el juego. Camina hasta llegar a su escritorio, dándome la espalda. Oigo que mueve cosas de un sitio a otro, aunque no sé muy bien por qué hasta que se da la vuelta con varios post-its y un rotulador en la mano.

En silencio, saca el tablero del Twister, dejándolo sobre la cama. Saca cuatro post-its y los pega en cada uno de los cuadrados antes de apuntar los nombres en parejas. Cuatro partes del cuerpo, cuatro tipos retos: Cuello, culo, pecho y boca junto a beso, chupetón, agarrón y lametazo.

Me paso una mano por el cuello al notar un sudor frío bajando por la columna vertebral.

—¿Empiezas tú? —pregunto, desviando la atención del tablero.

Niega, alentándome a que empiece yo con un gesto de cabeza.

—Seré un pervertido, pero ante todo un caballero. Las damas primero, milady.

—¿Sabes que eso de las damas primero era la excusa de los caballeros para mirarles el culo? —cuestiono en respuesta, divertida.

Frunce el ceño, sorprendido.

—¿Es verídico?

—Ni idea, pero... ¿a qué suena convincente?

Vuelve a negar con la cabeza, mostrándome un atisbo de sonrisa al mirarme.

—Si te estás acobardando, podemos jugar al tradicional.

Aparto la vista del tablero automáticamente, clavándola en él antes de empujarlo por el hombro. Ryu rompe a reír ante mi indignación, enarcando una ceja en un reto silencioso.

—Yo nunca me acobardo —le advierto.

Acerco el tablero hasta donde estoy y giro la flecha. Esta da varias vueltas hasta que se detiene sobre el primer post-it que será el reto. Lametazo. De reojo me doy cuenta de que Ryu está demasiado atento a lo que vaya a salir a continuación. Vuelvo a girar la flecha. Se frena, leo el reto y luego la parte del cuerpo. Pecho.

Ante el carraspeo divertido a mis espaldas, aparto la mirada del tablero.

—Hora cumplir, ¿no? —pregunta, moviendo las cejas arriba y abajo.

—Túmbate.

Suelta un suspiro dramático.

—Tienes que dejar de decir cosas como esas si pretendes jugar más de una partida.

—Tienes un problema grave —murmuro, colocándome encima de él sin llegar a sentarme del todo.

Él, claro, no pierde la oportunidad para apoyar las manos sobre mis muslos y hacer presión, pero se las aparto de malas maneras.

—Eso no es parte del juego —le recuerdo.

—Sí que lo es, me lo he inventado yo.

—Ahora estamos jugando mi versión —rectifico—. Levanta los brazos.

Al contrario a lo que su mente puede haber creado, arrastro la camiseta por todo su cuerpo hasta llegar a la altura de los codos, dejándola ahí, bloqueándole parcialmente la visión. Siendo de color negra, solo juega aún más a mi favor. La subo un poco más hasta que tiene la nariz fuera.

—No te veo —se queja, intentando quitarse la tela de delante.

—Tenemos que trabajar en esa paciencia, Kimura —digo lo mismo que me dijo él hace un par de horas.

Hace el amago de quejarse de nuevo, pero se calla cuando me tumbo sobre él, con mi cara a escasos centímetros de su piel. Noto como se tensa bajo mi peso y no puedo evitar sonreír. Paso un dedo lentamente por la línea que hay en medio de sus dos pectorales a lo que él suspira en respuesta. Entonces, me estiro hacia delante, posando mi boca en la base de su clavícula.

Escucho que se le escapa un gemido suave que intenta controlar al morderse el labio.

Con el mismo ritmo despacio con el que había pasado el dedo, recorro con la lengua desde la base de su clavícula hasta el inicio de la línea alba. El juego no especificaba cuántas veces tenía que hacerlo, así que me tomo la libertad de que no sea solo una.

Cuando termino con su poca paciencia, Ryu se deshace de malas formas de la camiseta y nos obliga a girar hasta acabar encima de mí. Tiene la respiración acelerada, las mejillas sonrojadas y el bulto de su pantalón es mucho más notable que antes.

—Te toca —susurro con voz ronca.

Vuelve a relamerse el labio inferior, vacilando un momento si vale la pena o no seguir jugando.

Yo no debo tener un aspecto demasiado distinto al de él. Hace bastante rato que me deshice de la coleta y, aunque no me avergüence de lo que he hecho, eso no evita que me sonroje por haberlo llevado a cabo.

Sin separarse un solo milímetro, se estira hacia delante. Sigo con la mirada sus movimientos, girando la cabeza hacia atrás para ver como gira la flecha. En un par de segundos, esta se frena en un post-it que no llego a leer. Vuelve a girarla, esperando expectante al resultado. Cuando los obtiene, amplía la sonrisa antes de centrar su atención de nuevo en mí.

—¿Qué? —cuestiono al ver que no dice nada.

Coloca ambas manos sobre mis muslos antes de empezar a ascender por ellos. Solo aparta su vista para centrarla en el recorrido de sus manos por mi cuerpo. Sigue subiendo por mis extremidades hasta hacerlas desaparecer bajo la tela negra del vestido. Me tenso de pies a cabeza ante el cosquilleo que me invade. Hago puño las sábanas, sin estar segura de cerrar los ojos y dejarme llevar o no despegar los ojos de él y perder el control igualmente.

En silencio, vuelve a enrollar la tela hasta por encima de la cadera. Juguetea, tentativamente con la tira de mi ropa interior antes de rodearme la espalda con los brazos. Entonces, sin previo aviso, planta las dos palmas sobre mi culo.

—Estaba deseando que llegara este momento —habla, rozando a conciencia su boca con la mía.

Pasa un dedo por la línea baja de mi columna vertebral antes de darme un agarrón en una nalga. No tarda en hacer lo mismo en la otra. En respuesta se me escapa un gemido más escandaloso de lo que pensaba. Él sonríe, satisfecho ante el sonido y vuelve a ascender con un dedo por toda mi espalda.

—¿Fetichista de culos? —pregunto, enarcando una ceja.

Ryu niega con la cabeza, bajando por toda mi espina dorsal hasta rodearme el culo con ambas manos de nuevo.

—Fetichista de tu culo.

Niego con la cabeza, sin un ápice de sorpresa por su respuesta.

Sin decir nada, estiro el brazo hacia atrás, en busca de la ruleta. Él entrevé mis intenciones, porque me lo acerca. Todavía con él encima, giro ligeramente el cuerpo de forma que pueda ver en donde se detiene la flecha.

La giro en espera a que salga, primero el reto y luego la parte del cuerpo. «Chupetón», «Cuello». Reprimo como puedo la sonrisa antes de obligarle a girar, de manera que esta vez yo quede encima de él.

—¿Vas a volver a hacer trampas? —cuestiona, enfurruñado.

—Antes no hice trampas.

—No me dejaste mirar.

—Eso no es hacer trampas —rebato.

—En mi juego sí lo es.

Sonrío, divertida a la vez que enrollo la camiseta de nuevo hasta llegar al inicio de sus brazos.

—En nuestro juego no.

Si pretendía hacerse el ofendido, en cuanto me escucha se le olvida por un momento.

—Me gusta como suena —murmura con aire sugerente.

—¿El qué?

Me abraza con ambos brazos, pegándome a su pecho de manera que acabe por completo encima de él.

Nuestro —repite.

Durante un instante, ninguno de los dos dice nada. Tampoco nos movemos. Trago saliva, siendo demasiado consciente del bulto debajo de mi estómago y la humedad que empieza a concentrarse en mi entrepierna. El ir y venir de sus nudillos a lo largo de mis espaldas, subiendo hasta llegar a los hombros para retirarme el pelo de delante antes de rodearme la nuca, dibujando la línea de mi mandíbula. Vuelvo a tragar saliva cuando el nudo en mi estómago se retuerce con fuerza.

—¿Quién es el que está haciendo trampas ahora? —lo acuso, vacilando la mirada entre su boca y sus ojos.

—Es nuestro juego, ¿recuerdas?

—¿Te estás acobardando?

Me ofrece una de sus sonrisas ladinas antes de deslizar el pulgar por mi labio inferior, para luego apartar ambas manos de mi cuerpo, colocándolas detrás de la cabeza.

—Yo no me acobardo, preciosa.

Nunca lo diría en voz alta, pero había echado de menos su «preciosa».

—No te muevas —le advierto.

Hace el amago de sacar las manos de debajo de su cabeza a modo de respuesta.

Repto por cuerpo hasta acabar cara a cara. Por un efímero segundo, el brillo de su mirada ante la posibilidad de que el reto haya sido algo en relación con la boca no me pasa desapercibido. Sin embargo, es la tensión que se apropia de sus hombros cuando me desvío en dirección a su cuello lo que me produce una verdadera satisfacción.

Se lo rodeo con la mano, ladeándole la cabeza a un lado para tener mejor acceso. Siento como traga saliva con dificultad por el movimiento de su nuez bajo la palma de mi mano cuando poso los labios sobre su piel. Sonrío antes de besarle. De manera inconsciente —y no tan inconsciente— mueve la cadera hacia arriba, de forma que mi entrepierna choque directamente contra su bulto. Me acomodo, oyéndolo gruñir al rozarme más de lo estrictamente necesario contra él.

—¿Vas a estarte quieto? —pregunto con la respiración acelerada.

—Nunca debí decirte de jugar.

—A mí me está gustando.

Gira la cabeza de golpe en mi dirección, mirándome de arriba abajo.

—Clara que te está gustando.

Le obligo a apartar la vista de mí, recolocándome para estar más cómoda —y rozarme un poco más—, concentrando mi atención en el reto del juego. Beso la base de su clavícula, empezando de esa manera un reguero de besos húmedos hasta llegar debajo de su oreja. Hago el mismo recorrido a la inversa hasta detenerme en el centro de su cuello. Entonces, succiono durante varios segundos hasta que, al separarme, puedo ver una pequeña marca rojiza en ella.

—¿Quieres ver mi...?

Ni siquiera me da tiempo a terminar. Ryu estampa su boca contra la mía, acallándome.

El jadeo que se me escapa muere en sus labios, dándole la bienvenida a su lengua al entreabrirlos. El roce de antes entre ambos es una reverenda tontería en comparación al choque entre nuestros cuerpos ahora mismo. Me deslizo arriba y abajo, en pequeños movimientos circulares mientras que él alza su entrepierna de manera rítmica.

Solo dejamos de besarnos cuando me deshago de su camiseta, lanzándola lejos de nosotros y él arruga el vestido hasta sacarlo por mi cabeza.

—¿No tenías sujetador? —cuestiona, a medio camino entre sorprendido y excitado.

Niego con la cabeza, divertida.

—Joder...—murmura, mordiéndose el labio inferior.

Con una mano sobre mi cadera, marcando el vaivén, arrastra la otra perezosamente por todo mi costado hasta llegar a la parte superior de mis costillas. Primero tantea el contorno de mis pechos con los dedos. Arqueo la espalda en respuesta, con los puños cerrados alrededor de las sábanas, a cada lado de su cabeza. Si pensaba que lo que haría sería acariciarlos con las manos, no puedo estar más lejos de la realidad.

Lo siento deslizarse un poco hacia abajo antes de pasar la lengua por mi pezón. Esta vez, el gemido hace eco en la habitación. Sonríe con su boca pegada a mi pecho antes de volver a deslizar la lengua por él. Al bajar la mirada, veo que se levantan ante la atención recibida y cuando ha terminado con uno, pasa al otro. Cierro los ojos, al volver a arquearme.

Luego, asciende a besos hasta llegar a la base de mi clavícula, peinándome el pelo hacia atrás.

Al sentir que deja de besarme, abro los ojos, encontrándome con el hecho de que me está mirando fijamente.

Frunzo el ceño, sin entender nada.

—¿Qué pasa?

Ryu niega con la cabeza, rodeándome la nuca a la vez que me acaricia la mejilla con el pulgar, recorriéndome el rostro con lentitud, deteniéndose más de la cuenta sobre mis labios.

—Eres preciosa —susurra, más para sí mismo que para que yo lo escuche.

A pesar de que no es la primera vez que lo dice, me sonrojo como si lo fuera. Al igual que las veces anteriores, sonríe ante la reacción. Apoyo ambas manos sobre su rostro, obstruyéndole la visión. Suelta una risa, sorprendido, quitándome las manos, entrelazándolas con la suya. Entonces, las estira hacia atrás, consiguiendo que acabemos cara a cara.

—Podrías quedarte así el resto de la noche —dice, volviéndome a mirar arriba y abajo.

—Yo tenía en mente otra cosa.

Enarca una ceja a modo de pregunta silenciosa. Desvío los ojos, recorriéndolo hasta llegar al punto en que el bulto de su pantalón está pegado a mi entrepierna.

—La perversión es contagiosa, al parecer.

—Es culpa tuya —le recrimino, siguiéndole la corriente.

—No me he arrepentido nunca menos de algo.

Aleja aún más los brazos, provocando que acabemos frente a frente. Al respirar, nuestros alientos se entremezclan mientras que el roce de nuestros pechos es mucho más notable. No me lo pienso dos veces antes de besarlo. Suelta un nuevo jadeo que muere entre nuestras bocas antes de que le acompañe un gruñido bajo. Retoma el ritmo del vaivén, volviendo el beso mucho más intenso.

Al final, termina desenlazando nuestras manos para rodearme con un brazo mientras que se eleva con el otro. Yo, por otro lado, enredo las manos en su pelo, tirando suavemente de él cuando necesito coger aire, aunque no tardo en unir nuestras bocas de nuevo.

Con la intención clara en sus caricias, enrolla los dedos alrededor del tirante de mi ropa interior antes de empezar a deslizarla por mis muslos. Me alzo un momento para que se deshaga de ella y al bajar de nuevo, el roce de su pantalón directamente contra mi clítoris me nubla la mente.

Con una mano sobre su nuca, repto por su cuerpo hasta llegar a la cinturilla de su pantalón. Tensa el brazo a mi alrededor en respuesta, pero termina deslizando una mano entre los dos para ayudarme con la tarea. Le desabrocho el pantalón, tirando hacia abajo de él, esta vez con ambas manos hasta llegar al suelo. Sonrío, divertida al encontrarme con sus calzoncillos de Star Wars.

No me lo pienso dos veces.

—Levanta tu precioso culo —digo, mordiéndome el labio inferior.

—¿Quién es la fetichista ahora? —cuestiona, a la vez que obedece.

El calzoncillo acaba sufriendo el mismo destino que el resto de la ropa.

A sorpresa de ambos, en lugar de trepar de nuevo para terminar con esto o empezarlo de una vez por todas, apoyo ambos codos a cada lado de su cuerpo y poso los labios en su pecho, al igual que hice en el juego.

Con la diferencia de que, ahora, pienso seguir más abajo.

Dejo un camino de besos húmedos hasta llegar al inicio de su entrepierna. Siento que tensa todos los músculos en respuesta. Sonrío, con mi boca pegada a su estómago antes de terminar de bajar.

Lo rodeo con una mano y empiezo a masajearlo lentamente. Al menos al principio. Me relamo el labio inferior y me recojo con la mano libre el pelo para que no se interponga. No obstante, Ryu no tarda en hacerse cargo de esa tarea al hundir una mano en mi pelo, sujetándomelo con sorprendente delicadeza. Lo escucho tragar saliva cuando aumento el ritmo y dejo un beso sobre la punta. Deslizo la lengua por todo el tronco antes de metérmelo en la boca. Tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para no romper a reír ante el suspiro aletargado que suelta. Afianza la mano en mi pelo con un poco más de presión, pero sin llegar a resultar molesto.

Succino, lamo y beso cada rincón a la vez que sigo masajeándolo arriba y abajo hasta llevarlo al límite. O al menos, esa es mi intención. Afloja la sujeción en mi pelo hasta colocarla en mi mentón, obligándome a retroceder.

—No pienso correrme —explica en un susurro ronco—. Al menos, no en tu boca

Aprieto las piernas ante el sudor frío que me recorre debido a la antelación. Subo a gatas por toda la cama —y su cuerpo— hasta acabar de nuevo cara a cara.

—¿Y dónde te vas a correr entonces? —cuestiono manteniendo el mismo tono juguetón.

No responde directamente.

Desliza un dedo desde la longitud de mi cuello, hasta el relieve de mis pechos, descendiendo hasta llegar a mi entrepierna. No sé ni porqué me sorprendo ante el ritmo sosegado y calmado que se toma cuando tengo el recuerdo de la ducha intacto en mi memoria. Muevo las caderas hacia delante, para que capte la indirecta, pero la ignora deliberadamente.

—Impaciente —susurra antes de dejar hacerse de rogar y apoyar su pulgar en mi clítoris.

Aprieto las manos alrededor de sus hombros sin llegarle a clavarle las uñas, aunque dudo que se molestara. Comienza a dibujar círculos perezosos sobre él, haciéndome cada vez más consciente de mis terminaciones nerviosas. Muevo la cadera adelante y atrás, marcada por el ritmo de sus caricias. Cuando incrementa la velocidad, el vaivén se vuelve más rápido.

Sin dejar de mover el pulgar, baja con el resto de dedos hasta mi entrada antes de introducir el índice. A la vez que bombea, dibuja círculos y el balanceo se vuelve mucho más intenso que en un inicio. Con la mano libre se encarga de acariciarme ambos pechos, jugando con ellos antes de alzarse sobre el codo sin dejar de darme placer para besarlos. Me afianzo con más fuerza, enredando los dedos en su pelo, tirando levemente de él cuando las olas de éxtasis comienzan a arrollarme. Ante el retortijón de estómago, aprieto las piernas de nuevo con el obstáculo de su mano. En respuesta, aumenta el ritmo hasta que termina de arrollarme por completo. Arqueo la espalda y apoyo la frente contra la curva de su cuello, sintiendo varios espasmos golpeándome. Uno a uno.

Ryu saca el dedo de mi interior y, a diferencia de lo que creía que iba a hacer, se lo mete en la boca. Al sacarlo, coloca ambas manos sobre mis caderas y me mueve de manera que quede justo encima de él.

—¿Cómo de irresponsables seríamos si lo hacemos «sin»? —ronroneo, enarcando una ceja.

—Muy irresponsables.

Me balanceo a conciencia, rozándome contra la punta húmeda.

—Joder, Esther.

—¿Joder qué?

—Si hago a Javi tío con veinte años me va a arrancar los testículos —sisea, manteniendo la distancia entre él y yo.

Suelto una risa ahogada cuando esta vez es él quien se encarga de rozarnos.

Se estira hacia atrás sin apartar los ojos de donde estoy, como si temiera que, a traición, hiciera lo que los dos intentamos evitar y a la vez queremos. Apoyo ambas manos sobre su pecho, acariciándolo desde la base de su cuello hasta el final de la línea alba, notando cada músculo tenso bajo mi tacto.

—Deja de distraerme.

—Se más rápido.

—Lo sería si no me estuvieras distrayendo —se queja.

Suelto un bufido y me estiro por encima de él hasta alcanzar la mesilla. Abro el cajón que estaba intentando abrir y saco un envoltorio de aluminio en tiempo récord.

—Podrías quedarte así, ¿sabes?

Al bajar la mirada. me encuentro que al estar tumbada he acabado con los pechos sobre toda su cara.

—¿Estás seguro de eso? —le reto.

En contestación, me arrebata el condón, poniéndoselo en un solo movimiento antes de lanzar el envoltorio lejos y anclar las manos sobre mi cintura. Le rodeo con una mano la nuca mientras que la otra la dejo sobre su pecho. Ante un último balanceo, me dejo caer hacia abajo, empujada por él, adentrándose en una estocada firme.

Durante un segundo, ninguno de los dos se mueve, acostumbrándonos a la postura.

Trago saliva y desvío la mirada de él para enfocarla en la unión de nuestros cuerpos. Ryu empieza a moverme adelante y atrás hasta que yo misma soy la que marco el ritmo mientras que él se alza.

El silencio en el que se había visto inmerso la habitación es sustituido por el sonido del choque de cuerpos, de jadeos contra pieles sudorosas y gemidos que mueren en la boca del otro hasta que, como advirtió, se corre y no en mi boca.


N/A: HEMOS VUELTO *llora de alegría* 😭😭😭

Había echado muchísimo esto. Os había echado de menos. Me he pasado cada viernes durante casi dos meses pensando que era día de actualización y sabiendo que no iba a actualizar, que no iba a leer vuestros comentarios y ver vuestras reacciones vía mensajes y stories.

Así que, dos meses después, vamos a hacer preguntitas...

➡️ ¿A cuántas tengo que tirar agua bendita?

➡️ ¿A quién rezamos? ¿A Ryu? ¿A Esther?... ¿A Javi por dejarles el apartamento?

Y qué más...

➡️ ¿Teníais ganas de leerlos de nuevo?

Y la pregunta más importante de todas: ¿cómo habéis estado?

Y con esto, ahora sí, nos vemos la próxima semana, inmaduras 🧡

Pd: Para mis queridas mayantigos, este domingo os veo en Yin porque se viene lo bueno jeje 😜🤙

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