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Capítulo Treinta y Seis





(Canción: Those Eyes (Sped Up) de New West)

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Al llegar a la cima de los Acantilados de Moher, la neblina que nos había rodeado durante todo el trayecto ha desaparecido de nuestra vista.

Aunque no porque haya dejado de haber sino porque ahora estamos por encima de ella.

Jamás habría imaginado que un día de niebla podría ser impresionante.

Pero este lo es.

Las nubes espesas crean una capa blanquecina alrededor de la roca, resaltando el verde de la parte superior —que es donde nos encontramos nosotros—. Algunos de los salientes tienen pequeños recovecos o grandes rocas a los pies de la falda, adentrándose al mar.

Si le echo un poco de imaginación, podría asemejarlo a la escena mítica en la película Cómo entrenar a tu dragón y visualizar a Hipo a lomos de Desdentado, surcando el aire, el agua y la tierra.

Ante la sacudida sobre mi hombro, aparto los ojos del horizonte encontrándome a Ryu enarcando, como siempre, una ceja.

—¿Piensas hacer algo o...? —No lo dejo terminar y le golpeo el brazo—. ¡Oye! Que solo estaba preguntando.

Entrecierro los ojos en respuesta, ambos sabiendo que esa no era ni de lejos su intención.

—Vale, no solo te estaba preguntando —confiesa, arrastrando las palabras.

Apartándolo sutilmente de mi camino, avanzo hasta llegar a la parte trasera del coche donde están Kieran y Kai sacando la pesada manta polvorienta que habíamos encontrado debajo de la escalera de la casa. Aunque, ante el gran tamaño, tengo mis dudas de si realmente no es una alfombra muy fina o algo similar. Paso a su lado, rodeando el coche de mi mejor amiga hasta posicionarme frente a Saoirse y Bri, que están sacando las bolsas de comida.

Agarro un par, notando los brazos tirantes ante el peso y ando, manteniendo lo mejor posible el equilibrio hasta llegar a la pequeña zona de picnic que hay a los pies del castillo medieval. En ella ya se encuentran Javi y Pheebs dejando otras dos bolsas que se hallaban en el vehículo.

—¿Vamos a hacer un picnic o sobrevivir a la Tercera Guerra Mundial? —cuestiona el español con retintín.

—No te quejes, que eres de los primeros en zampárselo todo —lo regaña Pheebs, señalándole con el dedo.

—Si no me quejo, pero es que pesan un huevazo y medio.

Es inevitable la risotada que se me escapa al escuchar la expresión. Aunque esta se vuelve más escandalosa ante la cara de confusión de mi amiga a su lado.

—¿Un huevazo y medio? —pregunta lentamente, vacilando la mirada entre los dos.

Entonces es Javi quien rompe a reír.

—¿Tan mal suena al decirlo? —me comenta, ladeando la cabeza hacia Pheebs.

—Fuera de contexto, a lo mejor —digo entrecortadamente, incapaz de dejar de reírme.

—¡No os riais! Lo digo muy enserio.

Javi y yo intercambiamos una mirada en silencio, cargada de muchas emociones juntas. Formo una línea recta con los labios, intentando contener lo mejor posible la nueva carcajada que amenaza con exteriorizarse cuando Bri y Saoirse llegan a nuestra altura.

—¿Por qué parecen estar a punto de asfixiarse? —cuestión Bri, frunciendo el ceño.

—Porque he dicho «huevazo y medio» —refunfuña Pheebs, cruzándose de brazos, mirándonos peor que antes si eso era posible.

Aprieto con más fuerza e hincho las mejillas, reteniendo lo mejor posible el impulso de mirar a Javi porque sé que estallaré si lo hago.

—No le veo la gracia —añade mi mejor amiga.

De reojo, observo que Javi está rojo cual pimiento de granja y está a medio camino entre romper a llorar o romper a reír. Entonces, clava la mirada en mí.

Huevazo y medio —dice, plagando la expresión española con el acento inglés.

No sé quién de los dos provoca al otro, pero estallamos en carcajada limpia. Hasta el punto en que empieza a dolerme el estómago y tengo que agacharme para no caer al suelo. Frente a este espectáculo, terminan de llegar Kai, Kieran y Ryu. No sabría decir cuál de los tres parece más confuso.

Aunque quien nos juzga al mirarnos es este último.

—¿Qué han dicho ahora? —cuestiona, mirándonos de hito en hito.

—Una expresión española —responde Bri, dejándose sobre la manta recién estirada por los gemelos.

—Pheebs la ha intentado pronunciar... —continúa mi mejor amiga, negando con la cabeza.

—Y han empezado a reírse —añade la víctima del crimen—. Los dos. Así.

Toso un par de veces, consciente de la falta de aire. Me retiro con la manga de la sudadera, las lágrimas saltadas debido a la intensidad de la risa y busco con la mirada a Javi. Este se encuentra tumbado sobre la hierba húmeda, con ambos brazos ocultando su rostro, igual de agotado que yo tras el ataque.

—Tenéis un problema grave —nos advierte mi novio a la vez que me tiende una mano para ayudarme a levantarme.

—Si no hemos hecho nada.

Al escucharme, enarca una ceja, escéptico. Asiento con la cabeza repetidas veces, como si de esa forma pudiera convencerlo. Lejos de parecer convencido, me observa incluso con mayor desconfianza que antes.

—No se os puede dejar solos a ninguno de los dos —se queja en voz alta para que el otro también se dé por aludido.

—¡Esa frase es mía! —grita desde el suelo, con la diversión intacta en su voz.

—Perdiste el privilegio cuando empezaste a reírte de la gente.

—¡No me estaba riendo! ¿A qué no, Esther?

Sonrío angelicalmente y niego con la cabeza antes de elevar la vista mi novio como diciendo «¿Ves? No soy la única»

—No tenéis remedio —se lamenta, frotándose la cara con frustración.

—¡Esa también! —interviene su mejor amigo.

Ryu ignora el reclamo de Javi y entrelaza nuestras manos para conducirme hacia el filo del acantilado, sin tentar a la suerte. Él se queda a mis espaldas, abrazándome por detrás mientras que yo apoyo la cabeza sobre su pecho.

Entonces, cierro los ojos y respiro hondo.

Hay un piar lejano que no logro ubicar, pero que me resulta familiar. El viento ruge con fuerza a tanta altura y en otra ocasión me resultaría molesto. Sin embargo, con las cuatro capas de ropa que llevaba encima, lo llego hasta agradecer. Teniendo en cuenta, además, la estufa andante que tengo pegada a mí.

No obstante, todo momento de paz explota ante la nueva discusión en el grupo, que se ha acercado hasta nosotros.

—¿Gorra y crema solar? —cuestiona Javi, sorprendido—. ¿Nos vamos a Canarias y no me he enterado?

Todavía sin abrir los ojos, escucho a alguien lanzándole lo que, supongo, será el bote de crema a Javi y este quejándose en respuesta.

—Me quemo igual, idiota —refunfuña Saoirse.

No contento con irritarla, escucho su grito agudo taladrándome los oídos. Consciente de que cualquier tranquilidad sentida antes era momentánea, fijo mi atención en ellos.

Saoirse, sonrojada hasta la raíz, no deja de golpear a Keiran mientras él se carcajea a su costa. Javi se tapa la boca para disimular, pobremente, la sonrisilla divertida y Pheebs parece haber envejecido diez años de golpe.

—¡Cómo se te ocurre hacerme eso! —vocifera, dándole un nuevo golpe—. ¡Me podrías haber matado, inconsciente!

Frunzo el ceño, sin entender absolutamente nada. Siento un tirón de la sudadera y aparto los ojos de ellos para centrarla en mi novio.

—Kieran ha asustado a Saoirse haciendo como que la tiraba —murmura, poniendo los ojos en blanco—. Claramente, no le ha hecho mucha gracia la broma.

Desvío un momento la vista de él a ellos de nuevo, viendo que mi mejor amiga sigue golpeándolo.

—Pocos golpes se está llevando.

—Miedo me da ver tu reacción si te lo llega hacer a ti.

—No la quieres ver —le aseguro, pendiente de la pelea entre los dos.

—¿No?

Aparto la mirada de golpe, observándolo con la advertencia grabada en la retina.

Ryu hace el amago de decir algo más, pero ante un nuevo grito, ambos centramos nuestra atención en el origen de este. Kieran está sujeto a Kai de todas las formas posibles en este mundo. Le rodea el cuello con ambos brazos a la vez que lo abraza con las piernas como si fuera un koala. Su gemelo, por otro lado, sonríe, divertido y Bri, que está a su lado, no para de reírse.

—No es tan graciosa la broma cuando la hace otro, ¿verdad? —dice con una seriedad que, si yo fuera Kieran, meditaba cada uno de mis movimientos.

—¡Me has pillado con la guardia baja!

Kai enarca una ceja en silencio y da un paso más cerca del precipicio. En respuesta, Kieran se aferra con más fuerza a él, provocando que rompa a reír.

Menos mal que uno de los gemelos tiene más cabeza que el otro, porque no tarda en liberarlo de su tortura. Kieran no tarda en correr hacia nuestro rincón en el césped, interrumpiendo la entretenida charla entre la parejita y Javi. Kai y Bri, al contrario que nosotros, empiezan a caminar por el estrecho sendero vallado que hay bordeando los acantilados.

Antes de poder perderles de vista, me fijo en el amago de sonrisa que le ofrece a Bri por algo que ella le ha dicho y juraría que soy capaz de ver a mi amiga sonrojada.

—¿Qué miras tanto? —pregunta muy cerca de mi oreja, logrando que su aliento cálido choque contra mi piel, erizándomela.

—Nada —balbuceo, con la mente en blanco.

Hace un ruidito de asentimiento, aunque tanto él como yo sabemos que no me cree.

En absoluto.

El resto de la tarde la pasamos tirados sobre la manta, saboreando los pocos rayos de sol que son capaces de traspasar las nubes grises que surcan el cielo. Saoirse y Pheebs están apoyadas la una encima de la otra mientras leen un libro juntas. Kieran está tumbado boca abajo, durmiendo. Bri y Kai únicamente han vuelto para comer y se han marchado de nuevo, pero en dirección contraria. Javi está terminando de rebañar el táper de macarrones con queso que hice con Ryu ayer por la noche, frunciéndole al trozo de plástico como si todos sus males residieran en él.

Aparto la mirada de él cuando me pellizcan una mejilla, captando mi atención.

—¿Te he dicho ya que eres un pesado? —refunfuño, rodeándole la muñeca.

Lejos de ofenderse, agacha un poco más la cabeza de forma que nuestros rostros queden a pocos centímetros el uno del otro y el muy engreído sonríe.

—Un par de veces.

—No las suficientes —añado, enarcando una ceja.

Ni lis sificintis —me imita en un susurro bajo.

Antes de que pueda rebatírselo, termina de eliminar la distancia entre los dos y me besa.

***

Un nuevo rayo surca el cielo.

El relámpago no tarda en tronar varios segundos después.

Ante el respingo asustado de Javi en el asiento del copiloto, soy incapaz de contener la carcajada. Indignado, se gira sobre el asiento para mirarme de malas formas, consiguiendo únicamente que me sea más difícil no reírme. Ryu, a mi lado, me da un pequeño codazo a modo de regañina, aunque por el brillo divertido en su mirada sé que estaría riéndose conmigo si no fuera por las ganas de asesinar a alguien que parece tener su mejor amigo.

Le ofrezco una sonrisa de boca cerrada a modo de disculpa y clavo la vista de nuevo en el cielo.

La lluvia ha caído sobre nosotros sin previo aviso. Un momento hacía sol y al otro teníamos una tormenta por encima de nuestras cabezas.

Ellos, a diferencia de mí —aunque ya llevo casi cinco meses aquí—, están acostumbrados a que estas cosas pasen constantemente, así que con una tranquilidad que no vería nunca en Málaga, hemos recogido el picnic, sin ningún tipo de prisa mientras nos empapamos de pies a cabeza.

Eso sí, a los coches hemos ido corriendo.

No nos molestara la lluvia, pero sí el resfriado que acarrea después.

En consecuencia, le hemos encharcado a Kieran su pobre coche. No parece importarle demasiado, sobre todo porque debido al cansancio, ningún se ha quejado en todo el trayecto sobre sus dotes de dj y ha podido escuchar la música electrónica a su manera.

—Qué ganas de ducharme —murmura Javi, apoyando la cabeza sobre la ventana.

—Caliente —añado.

—Con jabón —me sigue el rollo.

—Y calefacción.

—Y luego te pones el pijama peludito...

—Y la manta por encima...

—Y...

—Parecéis un matrimonio de ochenta años —nos irrita Ryu, juzgándonos con la mirada.

Lo observamos, indignados de vuelta.

Estoy a punto de replicarle, pero el español delante de mí se me adelanta.

—Un matrimonio muy feliz —recalca con altanería, sonriendo.

La sonrisa en el rostro de Ryu desaparece de golpe y se relame el labio inferior, enarcando una ceja.

—¿Muy feliz? —repite, sin disimular un poco que no le ha gustado el comentario.

O fingiendo que no lo hace.

No estoy muy segura.

—Muy feliz —cerciora Javi, ampliando la sonrisa cuando Ryu suelta un bufido.

Niego con la cabeza, incrédula y le doy un golpe a Javi en el hombro antes de mirar mal a mi novio por su actitud.

—No seáis críos.

—Ha empezado él —se queja, señalando a su mejor amigo como si todos los males se originaran por su culpa.

Aunque no tarda en bajar la mano al darse cuenta que se está comportando justamente así.

—No te aguanto —masculla, irritado, cruzándose de brazos.

Sonrío con malicia, arrastrándome por los asientos traseros hasta acabar a su lado y apoyo la barbilla sobre su hombro, acabando a escasos centímetros de su rostro.

—Oh, sí que lo haces —digo, divertida al ver que frunce el ceño—. Te encanta hacerlo.

Antes de que pueda decir algo, le doy un beso en la mejilla y vuelvo a mi sitio, pendiente de la carretera.

Entonces, escucho a cierta persona arrastrándose hasta llegar a mi lado y hace lo mismo. Apoya la barbilla sobre mi hombro, pero no dice nada al respecto. En silencio, aparto la mirada del exterior y la fijo en él.

—Tienes razón... —reflexiona, con los ojos clavados en mí de esa forma felina que siempre ha conseguido tambalear cada terminación nerviosa—. Me encantas.

Sonrojándome ante la forma en que lo ha dicho, desvío la atención de nuevo a la lluvia, con el frío inexistente en mi cuerpo en estos momentos. Siento que me retira un mechón de la cara antes de besarme la mejilla y separarse.

El resto del trayecto lo transcurrimos callados, salvo por los comentarios de Kieran y las quejas de Javi. De vez en cuando, miro a Ryu de reojo, pero tan rápido como lo hago, me arrepiento porque él ya me está observando de vuelta y me pilla in fraganti cada maldita vez.

Al llegar a la casa, antes que ninguno de nosotros se pueda bajar, Javi nos observa uno por uno con determinación.

—Me pido ser el primero en ducharse.

Aunque lo hace sonar como una sugerencia, en realidad es una orden.

Ni siquiera necesito mirarlo para saber quien está lejos de cumplirla.

—Eso ya lo veremos —dice Ryu.

Abre la puerta y se desabrocha el cinturón en un mismo movimiento rápido, saliendo escopeteado fuera del coche, todavía con la lluvia cayendo con fuerza y el viento rugiendo con fiereza.

—¡Esther no me dejes solo en esto! —grita sin dejar de correr.

No tiene que decírmelo una segunda vez para que haga exactamente lo mismo que él.

Javi suelta un nuevo bufido, molesto, pero si sale del coche no me entero. Estoy demasiado centrada en correr lo más rápido posible sin morir en el intento. El pequeño camino de baldosas que hay en la entrada resbala con cada nuevo paso que doy, menos mal que Ryu está en las escaleras del pequeño porche con una mano estirada para agarrarme a tiempo.

—Alguien no está muy contento con la carrera —murmura, divertido, mirando por encima de mi cabeza.

Solo me da tiempo a girar un poco la cara para ver a Javi corriendo hacia nosotros, haciendo aspavientos con las manos indignado.

Ryu abre la puerta con la misma rapidez con la que salió del coche y se quita los zapatos con los pies de malas maneras, dejándolos tirados en medio de la entrada. Si no fuera porque estamos en plena persecución, los dejaría colocados a un lado para que no molestaran. No hay tiempo para eso. Hago exactamente lo mismo que él y en calcetines, recorremos el pasillo.

Cualquiera que nos viera pensaría que hemos perdido la cabeza.

Y me pregunto cuánta razón tendría.

—¡Habéis hecho trampa! —se queja Javi a nuestras espaldas.

—¡Haber salido antes! —le responde Ryu, rompiendo a reír.

Niego con la cabeza, riéndome a carcajadas ante el resoplido de Javi.

—¡Sois unos tramposos! —repite casi sin respiración, indignado.

—¡Se más rápido la próxima vez! —lo irrito, sacándole la lengua por encima del hombro.

A mi lado, Ryu suelta un silbido, alzando una ceja, impresionado.

Cuando entramos al baño, cierra de un sonoro portazo y pone el pestillo, sin dejar de cogerme la mano en ningún momento. Permito que me arrastre por la inmensidad del lugar, dejando un río de gotas al ir ambos encharcados. Aunque intento contenerla, es imposible retener mucho más tiempo la carcajada incrédula que se me escapa.

Es en ese momento cuando Ryu mira por encima de su hombro con una ceja enarcada.

—¿Qué? —pregunta, sonriendo al recorrerme el rostro.

Debo de tener, por lo menos, el mismo aspecto desordenado que tiene él. El pelo apelmazado, el rostro húmedo, las mejillas sonrojadas, la ropa pegada como una segunda piel y la respiración agitada debido a la carrera.

—Al final vas a conseguir que me odie.

Frena en seco al escucharme, observándome de esa forma gatuna que siempre ha conseguido alterar cada una de mis terminaciones nerviosas. Niega con la cabeza en silencio a la vez que me rodea la nuca, alentándome a elevar la barbilla.

—Imposible —murmura con sus labios muy cerca de los míos.

—¿Cómo estás tan seguro de eso? —cuestiono con tono juguetón, empleando toda mi fuerza de voluntad en no mirarle la boca.

Se relame el labio inferior meditando un momento lo que va a decir. Desenlaza nuestras manos para colarla debajo de mi sudadera mojada, poniéndome la piel de gallina en el momento en que su mano cálida entra en contacto con mi costado frío.

—Porque yo estuve más de tres meses intentándolo... —susurra, sonando un octava más grave.

Un jadeo se escapa de mi boca sin que yo pueda controlarlo cuando escala hasta la tela del sujetador sin apartar la mirada. Trago saliva ruidosamente.

—¿Y qué tal te fue? —pregunto en voz baja que, si no fuera por lo cerca que estamos el uno del otro, dudo que me pudiera haber escuchado.

Entonces, dibuja esa sonrisa socarrona que siempre me mostraba al irritarme.

Agacha un poco más la cabeza, rozando su nariz contra la mía sin dejar de ascender con la mano, rodeando mi cintura con el brazo.

—Mal —responde a la misma vez que me desabrocha el sujetador.

Antes de que pueda decir nada más, tengo su boca sobre la mía. Apoyo ambas manos sobre sus hombros y arqueo ligeramente la espalda ante el contacto de su otra mano contra la piel desnuda de mi costado. Vamos dando tumbos por el cuarto de baño hasta que me termina acorralando contra las baldosas frías. No sé cómo no nos hemos chocado con los muebles. Tampoco es que hubiera importado demasiado.

Solo nos separamos para desnudar al otro.

Su sudadera acaba hecha una bola junta a la puerta, dictando el destino de su camiseta, mi sudadera y la camisa de manga larga. Al recostarme de nuevo sobre la pared, me separo rápidamente ante el cambio de temperatura. Ryu achica los ojos al reírse. Le doy un golpe en el hombro, molesta, cruzándome de brazos.

Cuando el efecto que tiene en él —como siempre— es el contrario, lo miro de malas formas.

—No hagas eso —me pide en un nuevo susurro ronco.

Alzo la barbilla con suficiencia, enarcando una ceja.

—¿El qué?

—Mirarme así.

Durante un instante, su respuesta me pilla con la guardia baja al pensar en lo que me confesó ayer en la cafetería y mi postura se debilita un poco.

—Ryu, si vuelves a decir que no eres suficiente, te juro que...

En un parpadeo hace desaparecer la distancia entre los dos, ahuecándome la cara con ambas manos. Al elevar la mirada, todo hilo de pensamientos se corta de golpe.

—Ahora mismo tengo demasiadas perversiones en la cabeza para que me importe si soy suficiente o no.

—¿Demasiadas? —pregunto con la voz un poco más aguda de la cuenta.

—La lista no deja de crecer, Esther.

—Eso es porque eres un pervertido —lo irrito, sacándole la lengua.

—Y porque tengo a cierta inspiración muy cerca todo el tiempo.

Me pongo de puntillas, apartando la mirada de él y clavando la vista a un punto por encima de su hombro.

—Uy, sí, ¿dónde?

—Idiota —dice, sin dejar de sonreír.

—¿Ahora quién es el de los motes pocos originales?

—Seguirás siendo tú.

—Lo dudo.

—Ah, ¿sí?

Sin embargo, antes de que sea capaz de rebatírselo, se inca de rodillas. Vuelvo a tragar saliva, demasiado consciente de su respiración caliente traspasando la tela del pantalón. Echo la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Me rodea los muslos con ambas manos, arrebatándome un nuevo jadeo.

—¿Decías algo? —cuestiona, divertido, juraría que más cerca aún.

Incapaz de poder articular palabras, niego con la cabeza.

—¿Segura? —insiste, reprimiendo muy pobremente la sonrisa.

Abro los ojos y bajo la mirada, encontrándome con la imagen de Ryu arrodillado ante mí. Un brillo extraño ilumina su mirada cuando lo miro directamente, pero tan rápido como aparece, desaparece dejando en su lugar un sentimiento distinto. Se relame de nuevo los labios y ancla con más fuerza las manos alrededor de los muslos, subiendo con una caricia lenta a través de ellos hasta llegar al botón del pantalón.

—No queremos que te resfríes, ¿no?

Enarco una ceja, incrédula ante su justificación.

—¿Prefieres que los deje? —pregunta en respuesta, sonriendo abiertamente.

En un rápido movimiento, desabrocho el botón como si el pequeño metal me quemara.

—Sutil —canturrea mientras desliza la tela a lo largo de mis piernas—. Muy sutil.

Saco un pie y luego el otro, quedándome solo en ropa interior. Todo el frío que me proporcionaba la ropa se ha evaporado, dejándome expuesta ante él.

—¿Para eso querías entrar primero? —pregunto, alzando ambas cejas al ver que sigue agachado a la altura perfecta y poder hacer... eso—. ¿Para hacer guarradas en la ducha?

Niega con la cabeza a la vez que se termina de desvestir, dejando a la vista los calzoncillos de Star Wars. Ya ni me molesto en ocultar la sonrisa ni en disimular a donde se ha dirigido mi atención.

Sin decir nada, estira una mano en mi dirección. La acepto, dejando que me guíe por el baño hasta entrar en la ducha.

—No era ni de lejos lo que pensaba hacer —confiesa, quitándose la ropa interior y lanzándola fuera de nuestro alcance.

Hago exactamente lo mismo, más expectante de lo que me gustaría admitir alguna vez en mi vida.

En silencio, observo como abre la ducha, cayendo primero el agua congelada, poniéndome la piel de gallina. Al cabo de varios segundos, Ryu mete la mano y parece que la temperatura está mejor, porque termina de adentrarse hasta acabar empapado de pies a cabeza. Con cautela me voy acercando a él, dejando que el agua caiga sobre mi cabeza.

Ryu se encarga de apartarme el pelo de la cara con esa delicadeza tan ajena a él y tan familiar a la vez. Elevo la cabeza hasta poder mantenerle la mirada.

—Espera lo inesperado, ¿no? —pregunto, alzando la voz un poco más de lo normal para que me pueda escuchar por encima del agua.

Recorre con la punta de los dedos cada facción de mi rostro hasta ahuecarlo, para luego realizar el mismo recorrido con los ojos. Si no fuera porque hay una calma extraña que me invade cada que hace eso, me encogería en mi sitio ante la intensidad de su mirada.

—No... —murmura, negando con la cabeza—. Eres tú.

Trago saliva, parpadeando un par de veces.

—¿Qué?

—Eres la persona más inesperada que he conocido en mi vida.

—¿En qué sentido?

Niega con la cabeza, volviendo a deslizar la mirada por toda mi cara como si todavía pudiera encontrar nuevos secretos en mi piel.

—No lo sé... ¿En todos? Es solo que...

Aunque intenta disimular, soy capaz de entrever una sonrisa surcándole el rostro.

—Inesperadamente tú, Esther —murmura—. Inesperadamente tú.

***

En cuanto salimos del baño, nos encontramos a Javi esperando en el pasillo, fulminando la puerta con la mirada como si de esa manera pudiera pulverizarla.

—¿Sabes cuánto habéis tardado? —pregunta, negando con la cabeza—. ¿Habéis ido a por agua a la Antártida o qué?

Miro a Ryu en busca de ayuda, pero el muy idiota se limita a sonreírme mientras me abraza por detrás.

—¡Genial! —exclama su mejor amigo, indignado, pasando por al lado nuestra—. No tenéis vergüenza ninguna —refunfuña mientras cierra tras un portazo.

La casa parece temblar durante un instante por culpa de la furia del español. Al mirar por encima del hombro, me fijo en que Ryu está apretando los labios con fuerza para no romper a reír tan cerca de cierta persona. Estoy igual que él.

Con paso rápido, recorremos el pasillo hasta acabar en nuestra habitación y me lanzo sobre nuestra cama a la vez que rompo a reír sin poder controlarlo mucho más. El colchón rebota cuando él se deja caer a mi lado.

—Puede que ahora si nos odie un poco —reflexiona, divertido.

Giro la cabeza para mantenerle la mirada y enarco una ceja, incrédula.

—¿Tú crees? Ni me había fijado.

Ryu niega con la cabeza, girándose hasta acabar mirando al techo. Por un momento, el recuerdo del día en que escuchamos el vinilo en su habitación se cuela en mi mente. Ni siquiera ha pasado tanto tiempo, pero se siente como si hubieran sido años desde entonces.

A diferencia de esa vez, puedo analizar cada una de sus facciones sin cohibirme en absoluto. Tiene los ojos cerrados y los brazos cruzados bajo su cabeza. La camiseta está ligeramente mojada por la zona del cuello al tener el pelo empapado de la ducha y el pantalón del pijama le queda suelto en la zona de la cintura, dejando entrever sus calzoncillos junto a una sombra en la línea alba que desciende hasta desaparecer por debajo de la tela.

—Deja de mirarme, Esther —murmura lentamente.

Desvío automáticamente la vista al techo.

—No te estaba mirando, engreído.

—Voy a hacer que te creo, mentirosa.

Viy i hicir qi ti cri —lo imito, irritada—. Es la verdad.

Hace ese gesto en el que mueve la mandíbula, chasquea la lengua y alza ambas cejas antes de sonreír.

—Inmadura.

No recibe ningún tipo de respuesta por mi parte.

Sin dirigirle una sola mirada más, siento que se mueve por la habitación. El techo de madera sobre mí es muchísimo más interesante, así que no despego la vista de él hasta que cierta persona aparece frente a mis narices. Literalmente.

—¿Qué quieres? —pregunto, intentando evitar el contacto visual lo máximo posible.

—¿Llamaste a Malva, al final?

«Mierda».

Abro mucho los ojos y me levanto de golpe, con la risa de Ryu inundando la habitación mientras yo busco el móvil en la mochila. Cuando lo encuentro, ni siquiera me molesto en mirar los mensajes pendientes y tecleo directamente su número de teléfono.

Al tercer bip, sin embargo, se cuelga la llamada.

«Qué raro», pienso.

Vuelvo a marcarle, consciente de que siendo su cumpleaños lo más probable es que no esté pendiente del móvil.

Aún así, me extraño cuando vuelve a saltarme el buzón de voz. Frunzo el ceño, llamándola una tercera vez y terminar obteniendo el mismo resultado.

—¿Qué pasa? —cuestiona Ryu, plantándose delante de mí.

—Nada —digo, negando con la cabeza—. Malva suele tener el móvil siempre a mano y me coge a la primera.

—A lo mejor está soplando las velas o algo.

Asiento con la cabeza, con la mirada clavada en la pantalla de mi teléfono.

Decido intentarlo con Enzo en su lugar, a ver si hay más suerte.

Sin embargo, cuando escucho la voz robótica, sé que algo no está bien.

—¿Tampoco lo ha cogido? —pregunta, sentándose a mi lado.

Recurro a la única otra persona que pudiera estar cerca de Malva.

«Por favor, cógelo, Evelyn», rezo mentalmente mientras busco su nombre en la lista de contactos.

Cada vez que oigo un bip, mis esperanzas decaen un poco cada vez.

No obstante, cuando la llamada está a punto de saltar como perdida, se descuelga.

—¿Esther?

—No hay quien pueda hablar con vosotros hoy —me quejo, aliviada de escucharla—. Espero que Malva tenga una buena excusa para no haberme cogido el teléfono, porque luego ella es la primera en quejarse de que...

—Esther...

—Y bueno, al menos ella puede decir que es su cumpleaños, ¿pero mi hermano? —continúo mi monólogo—. ¿Tanto le costaba mandarme un mensaje, aunque sea?

—Esther —insiste.

Estoy demasiado nerviosa para poder escucharla si quiera.

—También podría perdonarlo si estaba grabando —reflexiono, ansiosa de que ese sea el motivo por el cual no me ha cogido—. Que lo entiendo, eh. Si está grabando, no puede hablar a la vez con...

—No estaba grabando —ataja Evelyn con una calma rara en ella.

Por un momento no sé qué decir.

Espero que ella me aclare entonces dónde están o el motivo por el que ninguno de los dos me ha cogido el teléfono, pero no dice nada.

—¿Qué pasa?

La escucho tragar saliva y carraspear antes de hablar.

—¿Estás sola? —cuestiona, preocupada.

Automáticamente miro a Ryu en respuesta, que parece estar igual de pendiente que yo de todo lo que está diciendo mi prima. La pregunta está clara en su mirada. Soy consciente de que, si le pidiera que se fuera, lo haría sin pensarlo una segunda vez, pero hay algo dentro de mí que me grita que tiene que quedarse. Que no me quede sola ahora mismo.

Niego con la cabeza la vez que me cruzo de piernas, arrastrándome hasta acabar en el centro de la cama. Ryu me imita callado, acercándose lo máximo posible en mí, descansando una mano sobre mi muslo a modo de apoyo mudo.

—Está Ryu conmigo, ¿por qué?

Cuando el silencio es lo único que recibo en respuesta explotan todas las alarmas.

Me enderezo en mi sitio, mordiéndome la punta del dedo pulgar.

Por primera vez en todo lo que llevamos juntos, Ryu no hace nada por impedírmelo.

—¿Qué está pasando, Evelyn?

Vuelve a no recibir nada de vuelta.

—Evelyn... —insisto, con lo peor recreándose en mi mente.

Incluso me aseguro de que la llamada siga acumulando minutos.

—Enzo está hospitalizado.

Tres palabras.

Eso es todo lo que necesita el mundo para derrumbarse de golpe.

Al menos el mío.

N/A: Ya sé que no os habréis dado cuenta de lo que implica, pero ya sabemos de quién tratara Inesperdamente tú.

VA A SER UN INESPERADO AMOR DESDE LA PERSPECTIVA DE RYU.

¿Sorpresa?

Sé que muchas queríais la historia de Kai y Bri o la versión deJavi. Por ahora no será, a lo mejor en un futuro lejano sucede.

Y ahora sí, vamos a entrar en materia, este capítulo es el motivo por el que necesitabais leer "Tres amores y medio", así que si todavía seguís sin hacerlo, ESTÁIS TARDANDO.

Me voy a cenar, pero estaré esperando vuestros comentarios y mensajes privados de odio :)

Pd: ¿Lado bueno? No tendréis que esperar una semana para averiguar qué va a pasar jiji

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