Capítulo Treinta y Ocho
(Canción: Mind Over Matter de Young the Giant)
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Ante el pitido de la cinta de maletas, paro la música y guardo el teléfono en la mochila. Analizo cada uno de los equipajes que circulan frente a mí hasta localizar el gran maletón negro con una pequeña cinta morada enganchada en el asa. Me abro paso a través de la gente y la arrastro fuera hasta que cae al suelo sobre las ruedas.
Tomando una respiración profunda, avanzo a través del aeropuerto hacia la salida de llegadas.
El aeropuerto siempre me ha parecido un huracán de emociones.
En un mismo sitio se puede encontrar el más reconfortante de los reencuentros como la más triste las despedidas.
Con solo un par de metros de diferencia.
En silencio, sigo a un grupo de amigos que no dejan de vitorear y reírse, dirigiéndose a la misma dirección que yo.
En otras circunstancias, me habría encantado llegar al aeropuerto así.
Con Saoirse quejándose del calor infernal, de Kieran abanicándose con uno de los abanicos que habría comprado en la tienda de recuerdos, con Pheebs poniéndose crema solar como si su vida dependiera de ello, de Bri analizando cada persona al igual que si nos encontráramos en un desfile de moda, con Kai inmerso en su pequeña burbuja y de Javi alabando el hecho de poder pisar de nuevo España.
Lo más probable es que Ryu y yo nos quedáramos más rezagados en el grupo y tendría que aguantar cada uno de sus comentarios respecto a lo horrible que es mi idioma.
Estoy segura de que la discusión respecto a eso se alargaría durante todo el viaje.
El hilo de mis pensamientos se corta de golpe al encontrar a mi padre al otro lado de la valla.
Vuelvo a tomar una respiración profunda sin dejar de avanzar hacia él.
Me muerdo el labio inferior al notar que me tiembla y parpadeo un par de veces cuando el escozor en los ojos empieza a tornarse insoportable para aguantar mucho más tiempo las ganas de romper a llorar.
Cuando estamos frente a frente, no me lo pienso una segunda vez antes de abrazarlo.
El huracán de emociones termina de arrollarme cuando me estrecha más cerca de él.
Cierro los ojos con fuerza y sorbo por la nariz, sin dejar de gimotear, sintiéndome muy tonta en estos momentos. A mi padre no puede darle más igual. Me peina el pelo antes de besarme la coronilla, apretujándome un poco más hasta casi dejarme sin respiración.
Enzo y yo solemos llamarlo el abrazo arcoíris.
Papá no suele dar abrazos.
Jamás.
Salvo en las ocasiones especiales, sobre todo cuando hay lágrimas de por medio, y entonces parece no querer soltarte nunca.
Al separarnos un par de centímetros, me retira el rastro de lágrimas con muy poquita delicadeza y me pellizca la nariz, acercándome de nuevo a él.
—Bienvenida a casa de nuevo, niñata —susurra contra mi pelo.
Entierro la cara en su pecho y vuelvo a cerrar los ojos, queriendo alargar el abrazo el máximo tiempo posible.
—Siento que haya tenido que ser así —murmura al cabo de varios segundos en silencio.
Niego con la cabeza, incapaz de decir nada sin volver a llorar a moco tendido.
La segunda vez que nos alejamos, agarro mi maleta, arrastrándola fuera del aeropuerto siguiendo los pasos de mi padre. Cada cierto rato, mira por encima de su hombro para asegurarse que no me he ido o que no estoy llorando.
A la cuarta vez que lo hace en menos de diez minutos, le ofrezco una sonrisa de boca cerrada.
—Estoy bien —miento, señalándole con la cabeza que mire al frente.
Muy a regañadientes, me hace caso y no vuelve a girarse hasta que llegamos al coche.
Se encarga de guardar la maleta en el maletero mientras que yo me siento en el lado del copiloto y aviso por el grupo que ya he llegado a España.
SAOIRSE:
Ya te echo de menos :,)
KIERAN:
Eres una dramática.
PHEEBS:
Tú cállate, que estabas lloriqueando antes.
KIERAN:
Era un momento de debilidad, ¿vale?
Al leer los mensajes, es imposible retener la sonrisa por mucho que lo intente.
Estoy a punto de responderles cuando me salta una notificación de Ryu. Me meto en nuestro chat sin pensármelo una segunda vez.
LA PERSONA MÁS INSOPORTABLE DE IRLANDA <3:
Ya sé que te lo dije ayer, pero lo vuelvo a decir:
Estoy a una llamada de distancia.
A cualquier hora.
No importa.
ESTHER:
Lo sé.
Intenta no echarme mucho de menos.
LA PERSONA MÁS INSOPORTABLE DE IRLANDA <3:
Haré mi mayor esfuerzo ;)
Ante el sonido de una puerta cerrándose, bloqueo el teléfono para mirar a mi padre. Vacila la mirada entre mi cara y el móvil un par de veces hasta quedarse satisfecho, suspirar y arrancar el coche.
Mientras da marcha atrás, me mantengo en silencio.
Tanto él como mamá siempre me han pedido que nos les hable cuando están concentrados porque tiendo a desvariar e, inevitablemente, se distraen para prestarme atención. Aunque al salir del aparcamiento, dejando atrás el aeropuerto al tomar la tercera salida de la rotonda, tampoco digo nada.
No sé qué decir, para ser sincera.
Así que opto porque sea mi padre quien diga la primera palabra.
Después de varios minutos y tras pasar Torremolinos, me mira de reojo.
—¿Estás muy cansada? —pregunta, frunciendo el ceño.
—No, ¿por qué?
Arruga aun más la frente y vuelve a mirarme.
—No has dicho nada.
Estiro la cabeza hacia atrás, clavando la vista al frente, en un intento de aclarar el remolino de ideas que se ha vuelto mi mente. Suspiro y me froto las manos contra el pantalón, al notarlas sudadas por los nervios.
—¿No tienes miedo? —cuestiono con un hilillo de voz.
—¿De qué?
—De lo que pueda pasar —respondo, forzando las palabras fuera de mí.
Tarda un par de segundos en volver hablar.
—Un poco —confiesa, observándome de reojo—. ¿Tú?
Asiento varias veces todavía con la mirada clavada en la carretera.
—¿Y mamá? ¿Tiene miedo?
El silencio inunda el coche ante mi última pregunta.
A lo mejor no pasa tanto tiempo, pero se me asemeja una auténtica eternidad.
—Tú y tu hermano sois lo más importante para ella —termina diciendo, dando pequeños golpes al volante.
Trago saliva, relamiéndome el labio inferior, insegura si soltar lo que llevo queriendo decir desde que aterricé.
—¿Se sabe ya si...?
Ante la negación de cabeza de mi padre, el peso sobre mis hombros parece aligerarse notablemente. Aunque sea solo un poco.
—Nos dan los resultados la próxima semana.
—¿Podemos ir al hospital?
En respuesta, mi padre pega un volantazo, sorprendido. Alguien detrás de nosotros nos da un bocinazo, llamándonos la atención. Papá le hace un gesto con la mano a través del espejo retrovisor a modo de disculpas y nos arrolla a un lado de la carretera para girarse por completo en mi dirección.
—¿Estás segura? —cuestiona, midiendo con mucha precisión cada una de mis reacciones.
«La verdad es que no», me gustaría decirle cuando se me forma un nudo en la garganta.
Sin embargo, me obligo a tragar y vuelvo a tomar una respiración profunda.
—Sí. Necesito ver a Enzo.
—¿Segura? —repite.
—Necesito verlo, papá.
Cualquier duda que pudiera tener respecto a mi decisión, la desecha y resopla, negando con la cabeza.
Ninguno de los dos vuelve a decir nada hasta que llegamos al hospital.
***
En cuanto llegamos, la tía Eva junto a los abuelos y Evelyn estaban esperando en la sala de espera.
Papá se ha acercado a ellos en el momento en que pasamos por la puerta. La abuela no deja de sonarse con un clínex, de la forma menos elegante que he visto. Quién le diría que estaría así cuando siempre ha sido doña perfecta.
El abuelo, por otro lado, mantiene el rostro impasible, pero por la manera en que se aferra a mí al abrazarlo sé que está igual o más afectado que la abuela.
La tía Eva no deja de abanicarse con la mano porque, según ella, no se le puede correr el maquillaje antes de las cinco debido a una reunión que tiene con un promotor. Evelyn, claramente, no desaprovecha la oportunidad de meterse con su madre.
Es ella quien se ofrece a acompañarme a la habitación de mi hermano.
Al menos, es la intención que pensaba que tenía.
Todo cambia cuando se cierran las puertas del ascensor.
Apoyándose en el mismo lado que yo, me da un codazo antes de mover las cejas arriba y abajo.
—Entonces... —empieza con aire sugerante—. Ryu —canturrea, alzando las cejas.
Un poco más y desaparecerían de su cara.
—¿Ryu? —pregunto, confundida.
—Tu novio —me aclara, sin disimular la diversión teñida en la voz.
—Ah.
Me encojo de hombros como si nada hasta que la palabra «novio» resuena en mi cabeza. La miro con el pánico claro y balbuceo varias veces al ver que amplía la sonrisa, satisfecha por mi reacción.
—¿Mi novio? —cuestiono, fingiendo que no sé de qué me habla.
Evelyn me observa en silencio, juzgándome.
—Tu novio —afirma. Hago el amago de decir algo, pero me interrumpe—. No te molestes en mentirme.
Me cruzo de brazos, indignada.
—No te iba a mentir —refunfuño.
—Ah, ¿no? ¿Y qué me ibas a decir exactamente?
—Pues... bueno, que yo.... Pues...
Las puertas del ascensor se abren en la cuarta planta, apareciendo frente a nosotras un largo pasillo en el que soy capaz de localizar tres figuras bastante familiares. La primera que capta mi atención es la tía Mar, destacando por el color de pelo tan llamativo. Me fijo en que tiene una mano sobre el hombro de mamá, que está sentada sobre un banco metalizado. A su lado está la Tía Esme con su característica vestimenta hippie que siempre he admirado.
—Hemos llegado —atajo, sonriendo con la boca cerrada antes de empezar a andar lejos de ella.
No tarda en alcanzarme, claramente.
—Ya hablaremos tú y yo —me advierte, entrecerrando los ojos. Al llegar a la altura de las tres mujeres, cambia por completo su actitud—. ¿Cómo está? —pregunta con dulzura.
Tía Esme vacila la mirada entre las dos, al igual que Mar, pero es mamá que, al levantar los ojos del suelo, se lanza a abrazarme.
Me aferro a su gabardina, notando el nudo afianzándose en mi garganta hasta el punto en que soy incapaz de respirar.
Debería ser yo quien la esté consolando a ella y no al revés.
No obstante, la que se toma la calma de susurrar palabras tranquilizadoras, peinarme el pelo y estrecharme con más vehemencia cuando empiezo a temblar es ella.
Mi madre.
Mi casa.
Mi lugar seguro.
Al separarnos, me aparta el pelo de la cara y me acaricia la mejilla con lentitud, como si todavía no terminara de creerse que estoy aquí. Delante de ella. Abrazándola. Entonces, me ofrece una pequeña sonrisa.
—Está dentro con Malva —susurra, señalando la puerta quince con la cabeza—. Te está esperando.
Me pongo de puntillas, dándole un beso en la mejilla antes de alejarme de ella por completo. Doy un par de golpes sobre la puerta y la abro, deslizándome dentro de la habitación.
—¡Ha vuelto la hija de perdida! —gritan desde dentro.
Cuando termino de cruzar el pasillo, veo a mi hermano tamborileando sobre la cama como si esto fuera una gran entrada triunfal en medio de una gala.
A su lado, sentada en la butaca, está Malva juzgándolo con la mirada. Lejos de cohibirse ante ello, la mira de soslayo y le guiña un ojo antes de enfocar su atención en mí de nuevo.
A pesar de su buen humor, es incapaz de ocultar el mal aspecto que tiene.
Unas oscuras ojeras decoran su piel, el pelo lo tiene desordenado, cada rizo apuntando en una dirección diferente, y hay una barba de varios días ensombreciendo su rostro. Sin contar, además, del pie escayolado que tiene fuera de las sábanas.
La venda ya está pintorreteada con diferentes caricaturas, la mayoría sobre el mundo del skate, junto a varias firmas de sus amigos.
—¿Vas a quedarte mirando todo el tiempo o piensas abrazar a tu pobre hermano? —cuestiona, enarcando una ceja, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.
A regañadientes y entrecerrándole los ojos, termino de acortar la distancia entre la cama y yo. Al llegar a su altura, mido con cuidado cada uno de mis movimientos para no sentarme sobre nada que no deba ni tocar ningún tipo de cable que pueda hacer saltar alguna alarma. Esa era mi intención, al menos.
Enzo tira de mí hacia abajo, escapándoseme un grito, sorprendida.
—No te recordaba tan estirada, hermanita.
—No lo soy —refunfuño, abrazándole.
Suelta una carcajada al mirar el espacio que he dejado entre los dos, temerosa de que pueda dolerle algo.
Si lo hace, no lo deja mostrar cuando tira de mí por segunda vez, estrechándome con fuerza.
—Esto... —dice, apretujándome de la misma forma que hizo papá en el aeropuerto—, es un abrazo.
Lo imito por lo bajo, irritada y solo consigo que se ría de nuevo a mi costa.
—No me seas cría —me regaña, divertido—. Sé que he arruinado tu esperado regreso, pero prometo que esta vez no lo he hecho aposta.
Niego con la cabeza, aferrándome a él con ganas y cierro los ojos.
—Cállate, ¿quieres?
Ni siquiera necesito mirarlo para saber que está sonriendo.
—¿Desde cuándo eres tan cariñosa?
—Como no te calles, voy a hacer que te escayolen la otra pierna, Enzo.
Por primera vez en su vida me hace caso.
A medias.
El silencio le dura menos de un minuto.
—Piensa que todavía tienes el treinta de junio para repetir tu regreso y hacerlo inolvidable —bromea, separándonos un par de centímetros.
Si cree que iba a reírme con ello, no ha podido escoger peor broma en estos momentos.
Quedan exactamente veinte días para esa fecha.
Veinte días.
Y yo sigo hecha un auténtico lío y sin una ápice idea de lo qué haré.
De lo qué pasará en consecuencia por mi decisión.
—¿Esther, estás ahí? —pregunta, zarandeándome débilmente.
—Sí, sí —digo, asintiendo con la cabeza—. ¿Cómo estás?
Se deja caer hacia atrás, rebotando sobre la cama de hospital y estira ambos brazos en cruz antes de suspirar con dramatismo.
—De puta madre, la verdad —comenta, mirando de reojo a Malva que vuelve a juzgarlo con la mirada—. ¿Qué? —Ella pone los ojos en blanco y vuelve a centrarse en el libro que tiene sobre el regazo—. Es como estar en un hotel de cinco estrellas, pero sin pagar un duro. Así que bastante bien.
Resoplo, incrédula por la comparación.
—No tienes remedio.
—Eso dice mamá todo el tiempo.
—Razón no le falta —apostillo, alzando una ceja.
—No, la verdad es que no.
Antes de que pueda levantarme, se endereza de nuevo y vuelve a abrazarme hasta casi dejarme sin respiración.
***
Consciente de que Evelyn no va a dejar el tema estar tan rápido, al despedirme de Enzo para que mamá y papá pudieran entrar en la habitación a verlo, le he pedido a mi prima que me acercara a casa.
Papá no ha tardado en saltar preocupado por mi cambio de actitud, así que me he limitado a decirle que estaba cansada del viaje y quería darme una ducha antes de volver al hospital por la tarde.
Aunque la verdad sea otra.
Los hospitales no son mi punto fuerte.
No me gustan.
Se me pone los pelos de punta solo con pensar en ellos.
Así que ver a mi hermano allí, con una intravenosa en el brazo, un par de cables pegados al pecho, vestido con el pijama típico y la pierna escayolada ha sido demasiado para un mismo día.
Me había mentalizado para ello y aún así las ganas de vomitar me han azotado igual.
Concentro todo mi esfuerzo en no potar en el ascensor y cierro los ojos, centrando mi atención en la voz de Evelyn.
—Sigo sin creerme que él y Malva no se traigan algo, ¿sabes? —repite. Hago un ruidito de asentimiento para que sepa que la estoy escuchando—. Es... son muy raros, Esther. No los has visto estos meses. Pasaban de estar todo el día encima el uno del otro a no mirarse en una semana. No entiendo cómo nadie más se ha dado cuenta. ¡Si es que está súper claro!
Ante el sonido de las puertas abriéndose de nuevo, salgo corriendo fuera del ascensor con un único objetivo en mente:
Encontrar una papelera.
Escucho a Evelyn corriendo detrás de mí, gritando mi nombre.
Ahora mismo, no me puede dar más igual.
En cuanto localizo una papelera, suelto todo lo que estaba conteniendo.
—¿Pero a ti qué te pasa? ¡Parecía que te estaba persiguiendo una fantasma! Tú no...
Ante una nueva arcada, disminuye su enfado y se acerca a mí para aguantarme el pelo.
—Respiraciones profundas —me recuerda cuando vuelvo a encogerme, vomitando vacío porque ya no queda nada dentro de mí—. ¿Quieres algo de la máquina?
—Creo que vomitaría hasta el agua ahora mismo.
Asiente con la cabeza, todavía acariciándome la espalda.
—¿Quieres ir a algún lado o a casa directamente?
—¿Podemos ir a la playa? —pregunto, con cierta ilusión ante la perspectiva.
No hace falta que diga nada más para que se aleje y vaya en busca del coche. Tarda menos de cinco minutos en aparecer frente a la puerta del hospital, dando un bocinazo para alertarme.
La playa más cercana está apenas diez minutos del hospital, así que no perdemos el tiempo. Antes de llegar, paramos en un quiosco que hay bajando la calle y compramos un par de botellas de agua junto a un paquete de patatas. Solo por si acaso. Ni siquiera me lo pienso una segunda vez cuando me quito los zapatos, sintiendo la arena contra mis pies.
Al cerrar los ojos y respirar profundo, el olor a mar se adentra en mi cuerpo.
Andamos en silencio por la orilla hasta una zona de merenderos que tiene varias mesas de madera ancladas al suelo. En una de ellas hay una familia comiendo y en otra una pareja de los más acaramelada, así que, a pesar de haber una mesa vacía, decidimos avanzar más en busca de algún sitio con un poco de privacidad.
En consecuencia, acabamos usando mi sudadera de almohada para las dos, tumbadas directamente sobre la arena.
Evelyn no ha tardado en formular cada un de las preguntas que llevaba guardándose todo el viaje: cómo era Irlanda, si había hecho amigos, qué tal me llevaba con la familia, cómo de difíciles son las clases y, según su criterio, la de mayor importancia, quién era Ryu.
—Ya sé que es tu novio, idiota —refunfuña, dándome un golpe en el hombro—. Me refiero, ¿qué es él para ti?
—Un inesperado amor —suelto sin pensar.
Me quedo meditando un momento con la vista clavada en el cielo.
Hay una nube con forma de dragón e inevitablemente pienso en el tatuaje que tiene Ryu en el brazo y como, a pesar de que la manga de la camiseta lo cubría casi por completo, me había fijado en él.
Desde el primer momento.
Giro todo el cuerpo hasta quedar acostada de lado, quedando cara a cara con Evelyn que me imita.
—¿Sabes eso que dicen sobre que el amor aparece cuando menos te lo esperas? Pues tienen razón. Aunque nunca fue el hecho de que apareciera o no cuando menos lo esperaba, sino que fuese él.
—¿Por qué?
El recuerdo del tren el día de San Patricio se reproduce en mi cabeza al igual que una película.
—Porque si del amor al odio hay solo un paso, del odio al amor solo hay un beso, Eve.
—¿Lo quieres?
No es hasta ese momento en que me lo planteo.
Ninguno se lo ha dicho al otro todavía.
Tampoco es como si hubiera hecho falta.
Asiento, incapaz de decir algo sin romper a llorar.
Siendo sincera, sirve de poco.
—Y me voy —murmuro, sorbiendo por la nariz—. En un mes me iré.
Mi prima termina de eliminar la distancia entre las dos, abrazándome. Escondo la cara en el hueco de su cuello, permitiendo que la incertidumbre que llevo arrastrando conmigo desde hace varias semanas termine de arrollarme.
—Me voy a ir —repito en medio de las lágrimas.
—No pienses en eso ahora, Esther. Un problema cada vez, ¿vale? Paso a paso.
Vuelvo a sorber por la nariz en respuesta antes de que se me escape un hipo.
Si mi psicóloga me viera ahora mismo, me echaría una bronca monumental por no estar haciendo los ejercicios de respiración.
—Enfócate en el presente —murmura, sonriendo débilmente—. No sabes lo qué pasará dentro de un mes.
A lo mejor dentro de un mes no.
Aunque sí dentro de una semana, cuando tenga que volver.
Y entonces tendré que descubrir si un corazón roto es capaz de salir a flote cuando se resquebraja una segunda vez.
N/A: No os alarméis tan rápido (o si), que hay guerras de milenios que se han arreglado en un solo capítulo.
Las que me conocéis de otras historias sabéis que me gusta hacer finales intensitos y es que la vida sin intensidad pierde un poco su gracia, siendo sinceros.
Así que, permitiendo la intensidad entrando en escena, ¿cómo estamos?
Para las dudas más existenciales que se han repetido en la caja de preguntas, procedo a responderlas:
¿Habrá maratón? Si y no.
Me he dado cuenta que actualizando más de seguido, pero sin ser días pegados gusta más que subir cuatro capítulos de golpe, aunque os sorprenda :)
¿Cuánto queda para que se acabe?
Pues yo creo (creo, que luego no pasa) UIA no pasará del capítulo 43... pero todo está por ver porque soy brújula y ni yo lo sé
¿Terminara bien?
¿Cuál es la gracia si digo que sí o no?
Pues eso, sabéis igual que yo que, sin importar la respuesta, lo leeréis igual.
Pues nada, nos vemos dentro de dos días o así, portarse bien ❤️
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