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Capítulo Treinta




Capítulo dedicado a todos las lectoras que me han acompañado hasta hoy en la historia. Muchas gracias por acompañarme estos meses, leeros la nota de autora que es importante...
Os loveo, inmaduras 🧡🥺


(Canción: Antes De Los Veinte de Morat )

<< 30 >>



Apago la alarma por cuarta vez consecutiva, maldiciendo mentalmente a la Esther del pasado por decidir que hacer esto sería un gesto bonito por su diecinueve cumpleaños.

Lo es.

Aunque eso no quita que perder mis preciadas horas de sueño no me duelan en el proceso.

Al menos al mirar por la ventana, no parece que sea tan temprano.

El cielo está despejado de nubes y sopla una suave brisa que mece las delgadas ramas de los árboles repartidos a lo largo de la avenida, pero sin llegar a ser brusco como había sido durante casi toda esta semana.

Mis horas de estudio han agradecido el mal tiempo, porque de esa manera podía distraerme menos y centrarme más en los exámenes que vienen, que no son pocos, sobre todo en el de historia —en el que mi aprobado pende de un hilo cada vez más delgado—.

«No pienses en eso ahora», me recrimino a mí misma.

Guardo el regalo en una bolsa de cartón, dejándola a un lado en la habitación junto a la ropa que me pondré esta noche para la cena antes de salir con cuidado, intentando hacer el menor ruido posible. Ante el leve crujido de la puerta soy capaz de escuchar el correteo de cuatro patas de Boots recorriendo toda la parte de arriba antes de descender por las escaleras directo hacia mí.

Al llegar, sacude la cola de un lado al otro, sacando la lengua.

—Buenos días para ti también —murmuro, divertida, rascándole la cabeza.

Con Boots siguiéndome muy de cerca, subo las escaleras hacia la segunda planta con más lentitud que antes, si eso es posible.

El plan, originalmente, era acercarme a la habitación de Ryu y despertarlo para desearle un feliz cumpleaños por mi cuenta. Sin embargo, al cruzar por delante de las puertas de Kairi y Nara, suena incluso más divertido tener a un crío de doce y a una niña de cinco gritando conmigo.

Ante la oscuridad del pasillo, no me molesto en reprimir la sonrisa antes de acercarme a la habitación de Kairi.

Doy un par de golpes sobre la puerta a la vez que la entreabro. Una bola de edredón se remueve ante el sonido antes de desaparecer de mi vista para dejar a un despelucado Kairi, frotándose los ojos, mirándome.

—¿Qué haces aquí? —pregunta con voz somnolienta.

—¿Quieres ser el primero en felicitar a tu hermano? —cuestiono de vuelta, alzando una ceja.

Mi pregunta lo espabila de golpe. Se quita el edredón de un solo movimiento a la vez que se baja de la cama caminando con paso rápido hasta llegar a la puerta.

—¿Vamos a despertar a Nara también?

—Sería lo justo, ¿no?

Durante varios segundos se queda en silencio, meditándolo.

—Pues sí —dice, encogiéndose de hombros.

No me deja añadir nada más antes de abrir la puerta de su hermana pequeña de par en par, acercándose hasta su cama para empezar a zarandearla. Nara, la pobre, suelta un gruñido molesta e intenta liberarse del agarre de su hermano, pero se queda en un triste intento. Cuando entreveo que la molestia va a desembocar en un llanto, decido intervenir.

—Creo que ya la has despertado, Kairi —objeto, divertida.

—¿Tú crees? —pregunta, vacilando la mirada entre las dos—. Acaba de bostezar otra vez.

Asiento con la cabeza, agachándome hasta acabar a la altura de Nara que aparta la atención de su hermano para centrarla en mí.

—¿Cómo de bien cantas el «Cumpleaños feliz»?

Mi pregunta parece despertarla de golpe. Me sonríe con complicidad a la vez que se levanta de la cama y entrelaza nuestras manos, arrastrándome fuera de su habitación directa hacia el cuarto de cierta persona.

Al llegar frente a la puerta, tanto Nara como Kairi dejan a un lado el cuidado y el silencio para corretear, lanzándose sin miramientos sobre la cama de Ryu, con el pobre Ryu en ella, que suelta un gruñido frustrado ante los gritos infantiles de sus dos hermanos.

Yo me quedo más rezagada en la escena, tanteando el terreno. Oigo la risa de Kairi junto a los hipidos de Nara, que suele hacer cuando alguien lleva mucho tiempo haciéndole cosquillas sin parar.

Cuando estoy frente a los tres hermanos, carraspeo, advirtiéndoles de mi presencia.

El primero que me mira es Ryu, enarcando una ceja en respuesta y antes de saber qué está ocurriendo, tira de mí hasta acabar parcialmente tumbada encima de él, al igual que Nara y Kairi. Me fijo en que desvía un momento los ojos a mi boca, relamiéndose el labio inferior. Trago saliva, nerviosa.

Menos mal que ante el grito divertido de Nara, no soy capaz de centrar mi atención mucho más tiempo en él.

—¿Se puede saber por qué mi único día libre os tengo gritando? —cuestiona, divertido, vacilando la mirada entre los tres.

«No puede ser tan desastre», pienso para mí misma.

—¿Quién es ahora el de la mala memoria?

Ryu se eleva por los brazos hasta acabar los dos a la misma altura. El muy idiota me recorre el rostro de nuevo con la mirada, ajeno a los gritos de Kairi, en busca de atención y los ojos curiosos de Nara, que nos observa incluso con más interés que antes.

—Seguirás siendo tú —murmura antes de sonreír.

—Yo al menos recuerdo que es mi cumpleaños —apostillo, alzando una ceja.

—Sé que es mi cumpleaños, lista.

Se endereza por completo, frotándose la cara con ambas manos y suspira.

—¡Feliz cumpleaños, Ryu! —chilla Nara, lanzándose hacia él, abrazándolo por el cuello.

Kairi no parece querer quedarse atrás y sigue a su hermana pequeña, haciéndose hueco entre los dos. Ryu los mira a ambos con los ojos abiertos antes de clavar la vista en mí. No me molesto en reprimir la sonrisa ante la mirada de ayuda que me lanza. Al ver que no hago nada por ayudarlo, entrecierra los ojos y me ofrece un asentimiento de cabeza.

Nunca significa algo bueno.

—Está feo dejar a alguien fuera —les murmura, sin dejar de mirarme de soslayo.

Ante el giro de cabezas de Nara y Kairi me arrastro muy poco a poco por la cama hasta llegar al filo de ella. No obstante, no lo hago lo suficientemente rápido para evitar que se lancen, esta vez, a por mí.

—¡Abrazo grupal! —vocifera Nara, separándose de su hermano sin pensárselo una segunda vez.

Ante el abrazo efusivo, caemos las dos hacia atrás sobre el colchón. Kairi no tarda en unirse, divertido por los chillidos emocionados de su hermana pequeña y la carcajada escandalosa de su hermano mayor.

Asegurándome de que están distraídos, le hago el corte de manga a Ryu que, ante él, rompe a reír incluso con más ganas que antes. Estiro una pierna con intención de golpearlo, pero mi plan se trunca cuando me rodea el tobillo y tira de mí hasta acabar a su lado, ahogando un grito.

Soplo hacia arriba, molesta con un mechón sobre mi frente, para ser retirado por cierta persona que en otro momento le hubiera sonreído ante el gesto, pero que, ahora mismo, solo me entra ganas de apartarle la mano de un manotazo.

Él lo sabe tan bien como yo.

—¿Hay hueco para mí? —pregunta en voz alta sin despegar los ojos de mí.

—No —murmuro, lanzándole una de mis, como dice él, miradas asesinas.

—¡Sí! —gritan al unísono Nara y Kairi.

Sonríe complacido y no se hace de rogar antes de pasar los brazos por debajo de mi espalda, estrechándonos a los tres a la vez. Al principio, por lo menos, no parece tener más intenciones que esa.

No obstante, es como esperar que no llueva en Dublín o que nieve en Málaga, imposible.

Cuela una de sus manos por debajo de la camiseta del pijama. Arqueo ligeramente la espalda ante el contraste sorprendentemente cálido en comparación a mi piel. Ryu, en respuesta, amplía la sonrisa, comenzando a dibujar círculos o acariciándome arriba y abajo con parsimonia.

—No te pases —le advierto al sentir sus dedos en la zona de mis costillas.

—No estoy haciendo absolutamente nada.

Me remuevo, deslizándome hacia arriba, apartando su mano de mi cuerpo de esa forma. Por el brillo divertido en su mirada, lo que sea que tenga pensando en su cabeza parece cada vez más interesante.

—Oye... —llamo a Nara y a Kairi—. Me vais a dejar sin respiración.

Kairi no necesita nada más para separarse corriendo de mí, medio avergonzado. Nara, por otro lado, en ese sentido es idéntica a Ryu, porque aprovechando que no tiene a nadie más con la que compartirme, se aferra a mí con fuerzas renovadas.

—Que no se note el favoritismo, hermanita —comenda Ryu, fingiendo indignación.

—¿Qué es favotisrismo? —pregunta Nara sin despegarse de mí.

Le retiro un par de mechones que se le han escapado de las pequeñas coletas, colocándoselos detrás de la oreja antes de darle un pequeño beso en la sien. Sonríe complacida ante la atención y solo se limita a girar la cara para mirar a su hermano.

—El favoritismo... —comienza con aire pensativo, acercándose a nosotras con la intención clara en su mirada. Por lo menos a mí me lo aparece. Enarco una ceja, divertida y dejo de rodear a Nara, que no tarda en ser despegada de mí por su hermano mayor. Suelta un grito, asustada—, es abrazar a alguien más tiempo que a otra persona.

Entonces, la estrecha contra él, a lo que la niña rompe a reír, divertida.

—Pero yo también te he abrazado —murmura, confusa, mirándolo por encima del hombro.

—A ella la has abrazado más. —Me señala con el dedo. Pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza sin poder apartar la vista de ellos dos—. Encima hoy es mi cumpleaños.

—¿Si te canto «Cumpleaños feliz» dejarás de estar triste? —pregunta con genuina preocupación.

Ryu sonríe encantado, apretujándola aún más antes de darle un beso en la frente. Nara no necesita nada más para comenzar a canturrear el «Cumpleaños feliz» con la mejor de las intenciones.

Al cabo de un rato, Kairi termina escabulléndose fuera de la habitación, directo a su habitación al rescate del móvil. Mientras tanto, Nara no solo se limita a cantar el «Cumpleaños feliz» sino que, cito textualmente, va cantar una por cada año que está cumpliendo.

Es imposible negarle nada cuando te mira con sus grandes ojos azules.

En silencio, dejamos que desentone y desafine cada canción que haya escuchado en la televisión o en la radio. Ryu la mantiene sentada en su regazo y durante lo que dura su actuación no despega ni una sola vez la mirada de ella. Nara tampoco de él, salvo para sonreírme a mí de vez en cuando y animarme a que le haga los coros.

—En España hacemos algo más divertido —comento cuando llega a la última canción.

—¿El qué? —pregunta, frunciendo el ceño.

—Le tiramos de las orejas.

Nara vacila la mirada entre ambos, sin estar segura de si estoy siendo sincera o solo estoy de broma.

—Al final Saoirse va a tener razón —dice Ryu, a medio camino de una carcajada—. Tenéis tradiciones muy extrañas.

—No es extraña —me quejo.

—¿En qué momento se os ocurre hacer eso?

A decir verdad, es algo que siempre le he preguntado a mi madre cuando era mi cumpleaños y me lo hacían.

Aunque eso él no lo tiene que saber, solo yo puedo quejarme de mis tradiciones.

—Es una tradición muy bonita, muchas gracias.

—Gran sinónimo de raro —añade, alzando una ceja.

Arrugo la nariz a la vez que entrecierro los ojos.

—Esta tarde cuando quedemos todos, Javi se pondrá de mi parte.

—Ese se alía con cualquiera —refuta, falsamente indignado.

Reprimo todo lo que puedo la sonrisa.

—Ahora tiene sentido porqué sois amigos, entonces —lo irrito.

No sé en qué momento Nara tampoco está en la habitación, pero debí haberle prestado más atención a ese pequeño dato. En un parpadeo lo tengo encima de mí, alzando una ceja con el reto implícito en su mirada.

—Repite lo que has dicho.

—Está claro que tengo que devolver mi regalo y comprarte un sonotone porque esta sordera tuya...

Pero no puedo terminar.

Ryu cuela las manos de nuevo bajo mi camiseta, con una intención mucho menos divertida de la que esperaba, al menos para mí. Asciende hasta llegar a mis costillas y comienza a hacerme cosquillas. Me remuevo incómoda, apoyando las manos sobre su pecho para alejarlo de mí, pero él solo se acerca más.

—¡Para, para! —le pido, sin poder dejar de reírme.

—Así que soy un cualquiera —murmura, acortando la distancia entre nosotros hasta el punto en que nuestras narices se tocan.

Tengo la respiración acelerada y no dejo de moverme, intentando liberarme de él, pero resulta en vano.

—¡Deja de hacerme cosquillas! —exijo con voz ronca.

—¿Qué consigo a cambio?

—¡Que no te deje estéril! —digo, histérica.

Para durante un efímero segundo, como si se lo estuviera replanteando, cuando ambos sabemos que ni siquiera se ha parado a pensar.

—No es lo suficientemente convincente —murmura.

Al ver que no tiene intención de dejar de hacerlas, decido contraatacar de la misma manera. Con la ventaja de que está sin camiseta. Acaricio sus costados con lentitud a lo que Ryu frena momentáneamente su tortura, siguiendo con la mirada el recorrido de mis manos.

«¿Así que solo necesitaba hacer eso?»

—Eres un pervertido —susurro, enarcando una ceja.

Se encoge de hombros, clavando la vista de nuevo en mí.

—No contradigo verdades, Esther.

—Al menos eres honesto.

—Es una de mis cualidades.

—La única buena, eso está claro.

Él ladea la cabeza, no muy segura si ofendido o divertido, o ambas cosas a la vez.

—¿Cómo que la única buena?

—Definitivamente tengo que devolver el regalo —alego, intentando mantenerme lo más seria posible.

Esta vez cuando asciende por mi cuerpo es con una suave caricia que consigue ponerme la piel de gallina y que encoja los dedos de los pies ante el escalofrío de antelación que me recorre. Me muerdo el labio inferior cuando un calor al que estoy ya muy familiarizada comienza a subirme por todo el cuerpo.

—¿Cómo que la única cualidad buena, Esther? —repite, su voz una octava más grave.

Al hablar, su aliento cálido choca contra mi boca, instalando un hormigueo al que se le suma el recuerdo de sus besos. Trago saliva, parpadeando un par de veces.

—¿Qué?

—¿Quién es la sorda ahora?

—Sigues siéndolo tú —me defiendo—. Diecinueve años, deberías empezar a mirar el programa de jubilación.

Dibuja una sonrisa irónica de boca cerrada en su rostro, pegando todo lo que puede su cuerpo al mío, sin dejar un solo centímetro en el que no esté en contacto.

—Qué graciosa estás hoy.

—Hoy y siempre —añado con altanería.

—Engreída —murmura, sonriendo abiertamente esta vez.

—Eso lo serás tú.

—También —responde. Lo miro sorprendida—. Te dije que una de mis cualidades era ser honesto.

—¿No es la única? —cuestiono, consciente de que esto puede terminar de muchas maneras.

—No, no es la única.

Desvío sin poder controlarlo los ojos un momento a su boca antes de elevarlos de nuevo.

—¿Cuáles son las otras?

Ryu asciende con una mano un poco más hasta que roza la base de mi pecho con los nudillos antes de bajarla de nuevo. Durante un segundo, se me atasca la respiración. Entonces vuelve a hacer el mismo movimiento, con la diferencia de que en esta desliza su dedo por todo el contorno. Trago saliva, ruidosamente, a lo que él vuelve a repetir la caricia.

Con la otra mano, desciende hasta mi cadera antes de sacarla, apoyándola junto a mi cabeza. Me retira un mechón lejos de la frente, rodeándome la nuca, acariciando mi mentón con el pulgar.

—Estoy mayor para recordarlas.

—Tendremos que hacer memoria, ¿no? —lo reto, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello.

Vacila la mirada una última vez entre mi boca y mis ojos y...

Dan un par de golpes en la puerta.

Ryu y yo apartamos los ojos del otro a la misma vez que nos separamos de golpe, acabando él en el suelo y yo al filo de la cama. Al desviar los ojos a la entrada nos encontramos con Nara, observándonos, divertida junto a su gran peluche unicornio que habrá arrastrado hasta aquí.

—Mamá está preparando el desayuno —anuncia, mirando a uno y a otro, curiosa.

Su hermano se levanta al escucharla y se acerca a ella antes de alzarla en brazos, consiguiendo que suelte una pequeña risa incrédula.

—¿Y no lo has ayudado a hacerlo? ¿Ni siquiera en mi cumpleaños vas a cocinar?

—Mamá dice que es peligroso —dice, enfurruñada.

—Y lo es, así que no te acerques a los fogones.

—Pero...

—Pero nada —la corta, suavemente.

Nara desvía su atención a mí.

—¿Te gusta el bacon, Esther?

Asiento con la cabeza a la vez que me levanto de la cama, colocándome la camiseta en su sitio, aunque no se haya descolocado en ningún momento y los sigo escaleras abajo.

Antes de llegar al salón, Ryu mira por encima de su hombro, señalando después a Nara con la cabeza.

* * *

Al escuchar mi nombre, aparto la mirada de Ryu, centrando mi atención en Saoirse.

—¿Qué estabas diciendo? —pregunto, sin disimular que no estaba prestándole atención.

Saoirse chasquea los dedos muy cerca de mi cara.

—Deja de mirarlo tanto y hazme caso un rato, ¿quieres? —me pide.

Estoy segura de que en estos momentos debo de estar roja y sino, muy cerca.

—Perdón, tienes razón. ¿Qué habías dicho?

Frunce el ceño ante mi pregunta y frena el paso, pensando en lo que estaba hablando hace escasamente un minuto. Mi madre solía decirme que, si a mi edad ya estaba con pérdidas de memorias, no quería imaginarse cuando llegara a su edad o a los años de la abuela.

En otro momento, habría nombrado lo último que hubiera dicho para ayudarla a ubicarse, pero al no haberle prestado atención estaba igual de perdida que ella.

—Ah, vale, ya —suelta de sopetón, asustándome. Enlaza nuestros brazos, acercándose todo lo que pueda a mí, a la vez que mueve las cejas arriba y abajo—. ¿En qué momento has pasado de estar a punto de meterle una patada a querer follártelo?

Suelto una risa incrédula ante lo directa que va al tema. Aunque teniendo en cuenta que la conversación la he iniciado yo, no tiene sentido que me queje.

—Llevo pensándolo todo el día y sigo sin encontrarle una explicación.

Saoirse niega con la cabeza y me ofrece una pequeña sonrisa cómplice.

—A ver... yo en tu lugar estaría igual, porque quien es insoportable, lo es siendo o no tu novio —reflexiona—. Pero con la tensión que os cargáis, tampoco me sorprende.

—No es para tanto —nos defiendo—. Es como tú con Pheebs.

Vuelve a negar con la cabeza.

—No hay ni por donde cogerlo, Esther. Nosotras somos más del estilo que te da ganas de potar por una sobredosis de azúcar y vosotros del tipo que no sabes si tenerles envidia o proponerles un trío.

—¡Saoirse!

—¿Qué? Era un cumplido —alega, divertida—. Tranquila, yo soy muy feliz en mi relación con Pheebs, pero las cosas son como son.

—Nadie piensa como tú.

Ella enarca una ceja, aceptando el reto.

En cuanto aparta los ojos de mí para centrarla en los chicos a nuestras espaldas, sé que me voy a arrepentir relativamente pronto de haberle llevado la contraria. A estas alturas del viaje debería saberlo mejor, pero caigo igual que la primera vez.

—¡Oye, Javi! —lo llama.

Este deja de hablar de lo que sea que esté hablando con Ryu y acelera el paso hasta llegar a nuestra altura. Ryu, por otro lado, en lugar de andar más rápido, directamente corre hacia nosotras rodeándome los hombros con el brazo. Me da un beso en la mejilla cuando me separa de Saoirse, que se queja por ello.

—Llevas toda la mañana con ella, déjamela a mí ahora un rato —se queja, señalándolo.

—Ya te la he dejado un rato —dice, estrechándome más cerca de él.

—No sabía que eras tan posesivo —le recrimino, elevando la cabeza hasta sostenerle la mirada.

Él me ofrece una sonrisa ladina antes de besar la punta de mi nariz.

—Hay muchas cosas que no sabía de mí mismo hasta que te conocí.

Estoy a punto de preguntar qué cosas exactamente cuando el bufido de cierta persona a nuestra izquierda me distrae.

—Como sigáis así, me marcho a mi casa —nos amenaza Javi.

Su queja parece recordarle a Saoirse el porqué de su llamada, porque deja de prestarnos atención y se centra él.

—¿A qué Rysther y Sabs no son lo mismo?

—¿Rysther? —cuestiona Javi, confundido como si le estuviera hablando en un idioma totalmente distinto al suyo—. ¿Sabs?

Saoirse pone los ojos en blanco y le rodea los hombros, obligándole a girar hasta que acaba cara a cara con nosotros.

—Rysther —dice, señalándonos—. Sabs —añade, señalando su fondo de pantalla en el móvil.

La última vez que lo vi, hace menos de dos días, su fondo de pantalla era una foto de ella y Pheebs en nuestra última quedada en grupo. Fue un día de tantos días de lluvia y habíamos aprovechado que los padres de los gemelos se habían ido de viaje por trabajo para hacer una pijamada y quedarnos todos juntos el resto del fin de semana.

Al principio, y con toda la razón del mundo, pretendían que durmieramos separados en chicas y chicos, aunque rápidamente lo cambiaron al tener en cuenta que tanto Pheebs como Saoirse eran chicas, así que la norma básica es que solo podíamos estar en pareja si no había nadie despierto.

Fue divertido escuchar las quejas de Saoirse y la serie de motivos por lo que era injusto a lo que Kieran respondió: «Mi casa, mis normas» como un auténtico señor mayor. Al final de la tarde, dio igual la estúpida norma y Pheebs y Saoirse se quedaron dormidas en un sofá y fue el momento en que les hice la foto.

—¿No podías haber dicho que estos pesados... —Nos señala. Ryu se ríe en voz muy baja, que si no fuese porque estoy pegada a su pecho y lo siento bajar y subir no lo hubiera sabido—, y vosotras pesadas, sois unos pesados todos?

—¿Cuántas veces ha dicho «pesados»? —le pregunto a Ryu, levantando la cabeza.

Él agacha ligeramente la suya hasta casi poder besarnos.

—Las suficiente para que sean verdad.

Intento reprimir lo mejor que puedo la sonrisa, pero me cuesta horrores al escuchar un nuevo bufido de parte de Javi.

—Paso de vosotros, me voy dentro —anuncia a la vez que avanza hacia el interior del local de los bolos.

Al parecer, y fue algo de lo que no me percaté la última vez que estuvimos aquí, junto a la pista de bolos y la zona de recreativos, subiendo un par de escalones, al final del lugar hay una zona especializada de laser tag.

Sinceramente, el último sitio en que pensaba celebrar el diecinueve cumpleaños de alguien era en un sitio así, pero no es alguien cualquiera, es Ryu, el mayor friki de los Star Wars que he conocido en mi vida junto a Javi, así que no me sorprende en absoluto.

—¿Debajo de la camisa llevas algo más? —cuestiono a la vez que entramos al local.

Por el leve rubor que se apropia en la zona de sus mejillas y el puente de su nariz ni siquiera necesito que responda para saberlo.

—No me lo puedo creer —suelto en medio de una carcajada.

—Es de mala educación juzgar a la gente.

—Dime que no llevas los calzoncillos a juego —le pido.

Ante su silencio, lo miro de reojo, a lo que él rehuye mi mirada.

—Claro que los llevas —digo, consciente de que se va a molestar.

—¿Me meto yo con tu ropa interior? —pregunta, irritado.

No me molesto en disimular la sonrisa al escucharlo.

—Todo el tiempo.

Hace el amago de rebatírmelo, pero acaba cerrando la boca porque sabe que tengo razón.

—No es lo mismo.

—¿Cuál es la diferencia exactamente?

—Que yo no la juzgo, solo la quiero ver —alega, guiñándome un ojo.

Y claro, siento el calor escalando con velocidad por mi cuerpo hasta acumularse en mis mejillas.

—Odio cuando dices cosas como esas —refunfuño, avanzando un par de pasos por delante de él.

—A mí me encanta hacerlo.

—Voy a fingir que me sorprendo —respondo, irónica, enarcando una ceja.

Él suelta una risa corta antes de pasar un brazo alrededor de mi cintura, pegándome a su pecho. Deja un pequeño beso bajo mi oreja, deslizando su brazo hasta que solo me está abrazando ladeadamente y podamos caminar como dos personas normales.

Al llegar, Peter se arrastra por el sillón hasta dejarnos un hueco para los dos, pero Kieran es más rápido que él y tira de mí hasta sentarme a su lado. Ryu lo mira de malas formas y mi mejor amigo le ofrece la sonrisa más angelical posible. A nuestras espaldas, Kai suelta una carcajada que ni se molesta en disimular.

—No seas celoso —le aconseja, señalándole el hueco que había hecho Peter para los dos.

—No lo soy —refunfuña.

—Eso espero, no quiero a Esther con tóxicos.

Ryu le da una sonrisa de boca cerrada antes de hacerle el corte de manga. Ante la risotada de Kieran, le doy un golpe en el costado y eso parece alegrar a mi novio porque amplía la sonrisa.

Hombres.

Saoirse da un par de palmadas para captar nuestra atención.

—¿Cómo vamos a organizar los equipos?

—Chicas contra chicos —anuncia Peter, divertido.

—Sois más chicos —rebate Bri, que está al lado de Javi.

—Kieran cuenta como chica —añade este, señalándolo con la cabeza.

Lejos de sentirse ofendido, Kieran sonríe con suficiencia y asiente con la cabeza.

—Vamos a patearles el trasero.

Esta vez quien suelta una carcajada soy yo.

—Si te ríes, pierdo credibilidad —me regaña.

—Perdón, capitán —digo, imitando la voz de un militar.

—¿Y los regalos? —pregunta Kai.

—No hay —respondo de sopetón.

Ryu enarca una ceja.

—Sigues mintiendo fatal.

Sigis mintindi fitil —lo imito por lo bajo.

—No entiendo cómo habéis acabado juntos —reflexiona Kieran, señalándonos a los dos.

—Ni yo tampoco, si te sirve de consuelo —añado.

Pero me basta con mirar a Ryu chasqueando la lengua antes de sonreír ladinamente, para saber el por qué al sentir como el corazón se salta un latido y ese calor extraño que me recorre de pies a cabeza cuando me observa de esa manera felina tan suya.

—Mentirosa —murmura, divertido.

Pongo los ojos en blanco y aparto los ojos de él, carraspeando.

—Los regalos —digo, retomando el tema anterior.

Saoirse asiente con la cabeza y tamborilea sobre las mesas un par de veces.

—¿Quién empieza? —cuestiona, emocionada.

El silencio se asienta sobre la mesa durante un par de segundos, todos pendientes de todos.

Al final es Peter, quien girándose, le ofrece un pequeño paquete de cartón. Ryu lo observa detalladamente antes de aceptarlo después de darle las gracias. Rasga el papel y saca de él una gorra azul marina que al principio no parece gran cosa. Sin embargo, Ryu la gira para que todos podamos ver que descansa sobre la tela: «#1 Coach».

Me es imposible ocultar la sonrisa al darme cuenta de lo ilusionado que está al tenerla y, sin importarle en absoluto que no le pegue con la camisa y el pantalón de vestir, se la pone.

—¿Cuál es el siguiente? —cuestiona, paseando la mirada por nuestro círculo.

Bri se estira por encima de la mesa, alargando una pequeña bolsa de tela que él no tarda en coger.

Al abrirla, saca de ella una equipación de rugby de camiseta verde oscura y pantalones cortos blancos. Parece que está a punto de llorar en cualquier momento, aunque es al desdoblarla, dejando para nosotros a la vista el número diez —propio del jugador Jonathan Sexton—, cuando realmente se sorprende.

Abro mucho los ojos al ver que está firmada y solo necesito sumar dos más dos para saber que debe ser de su jugador favorito. Ryu no se ha dado cuenta de ello.

—Ryu —lo llamo. Él aparta automáticamente los ojos de ella, para centrarlos en mí. Le ofrezco una pequeña sonrisa antes de señalarla—. Dale vuelta —digo, divertida.

No se lo piensa dos veces antes de obedecerme.

Sé el instante exacto en que se encuentra con la firma cuando dobla —si se le puede llamar así— la camiseta de golpe. La desdobla al cabo de varios segundos, mirando a Bri con los ojos muy abiertos.

—No lo has hecho —murmura antes de volver a desdoblarla.

Miro a Bri de reojo que está igual o incluso más ilusionada con el regalo.

—¿Cómo te voy a pagar esto, Brittanny? —le pregunta.

—Es un regalo, Ryu. El punto es que no tienes que pagar nada.

Se estira por encima de la mesa hasta llegar a su altura y abrazarla. Ella le da un par de palmaditas en la espalda incómoda, soltando una pequeña risa.

—Supongo que te ha gustado —añade, sin dejar de sonreír.

—Si no tuviera a cierta juiciosa delante de mí, me la pondría, pero no necesito que me critique más —afirma.

Le lanzo la gorra recién regalada a la cara.

—No soy juiciosa.

—Deja de maltratar mis regalos, muchas gracias.

—Deja de inventar cosas que no son, muchas de nadas —refunfuño.

—¡Nuestro regalo! —grita Saoirse, interrumpiendo lo que sea que iba a decir Ryu.

A diferencia de los dos primeros, el nuestro no es más grande que un sobre. Javi lo desliza por encima de la mesa para que Ryu lo coja. Nos echa una mirada rápida a todos y abre el sobre con cierta desconfianza. Quién diría que somos sus amigos —y su novia—.

Saca de él un trozo de papel doblado.

Al no ser de muy buena calidad, gracias a la luz se transparentan las imágenes que imprimimos el otro día en la oficina de Patrick —el padre de Saoirse—. Kieran se tensa a mis espaldas, Kai por primera vez en toda la noche tiene su atención completa sobre el cumpleañero, Pheebs no deja de mordisquearse el pulgar y Saoirse parece que en cualquier momento va a abalanzarse sobre Ryu.

El único calmado es Javi, como siempre.

—¿Moher? —pregunta, confundido—. ¿Vamos a ver los Acantilados Moher?

—Vamos a quedarnos un fin de semana en ellos —le corrige Saoirse.

—¿Vamos? —repite.

—Os dije que teníamos que comprarle un sonotone —lo irrito, poniendo los ojos en blanco.

Esta vez quien lanza la gorra al otro es él.

—¿Quién está maltratando los regalos ahora? —cuestiono, enarcando una ceja.

—Son mis regalos. Yo sí puedo maltratarlos.

—Qué maduro —murmuro.

—La única inmadura aquí eres tú —rebate con altanería.

Escucho un silbido divertido a mis espaldas. Al apartar la vista de Ryu, me encuentro a Kieran observándonos con curiosidad.

—¿Así estáis todo el día?

—No —respondo.

—Sí —me contradice él.

Mi mejor amigo suelta una nueva risotada, negando con la cabeza.

—En las vacaciones de Pascuas nos vamos todos juntos un par de días a que nos hagas de guía turístico y nos cuentes todas tus frikadas sobre vikingos —explica Kieran, señalando el trozo de papel.

—No son frikadas, es cultura.

—Sinónimos —dice, haciendo un gesto con la mano, restándole importancia.

Ryu dobla cuidadosamente el papel antes de guardarlo en el sobre. Mete tanto la equipación como nuestra carta en la bolsa de tela junto a la gorra para después estirarse por encima de la mesa e ir abrazando uno por uno en agradecimiento, al llegar a mí, directamente se levanta hasta acabar cara a cara conmigo.

Sin embargo, lo detengo y miro a Pheebs.

En respuesta, saca una última bolsa de cartón y se la pasa a Kieran, para luego entregármela a mí y que yo se la dé a Ryu, que la observa sorprendido.

—¿Y esto?

—Tu regalo de cumpleaños —contesto con obviedad.

—Pero...

—Ábrela, venga —murmuro, alargando la mano para que la coja.

Ahora entiendo la histeria de Saoirse, el nerviosismo de Pheebs y la curiosidad de Kai por su reacción porque estoy sintiendo todo eso a la vez.

Al ver que iba a sacar primero el envoltorio grande, entro en pánico.

—¡Abre primero el pequeño! —chillo.

Por primera vez en los cuatro meses que llevo en Irlanda, Ryu pega un respingo sorprendido y deja el regalo grande dentro de la bolsa y saca el pequeño que, en comparación, da la sensación de que es minúsculo.

Al final, el pavor me invade de igual forma.

—Es un detallito pequeñito —empiezo a divagar—. Es una tontería. A lo mejor deberías abrir primero el grande, ¿no? Sí, mejor abre el primero.

Ryu se agacha de manera que acabamos a la misma altura y me ahueca la cara con una mano, sin dejar de sonreír.

—Me va a gustar —afirma, determinante.

—A lo mejor no.

—Seguro que sí.

—No estaría yo tan seguro, es que...

—Esther, escúchame, no hay nada que sea tuyo que no me guste.

—Mi pedo del otro día no te gustó —reflexiono, frunciendo el ceño.

—Tu bomba atómica del otro día casi me asfixia cuando levanté las sábanas.

Suelta una pequeña risa, liberando la tensión de los hombros.

—Eres un dramático —me quejo.

Ryu enarca una ceja, incrédulo, mirándome a la vez que se relame el labio.

—¿Yo soy el dramático? —pregunta retóricamente.

Lo obligo a levantarse y dejo que abra el primer regalo sin interrumpirlo más.

Al romper el papel, deja a vista de todos el pequeño mechero de color azul con un post-it pegado sobre él.

—Para: El engreído. Att: La inmadura —lee, sonriendo de esa forma genuina que parece hacer solo cuando los astros se alinean.

Despega el post-it, colocándolo cuidadosamente sobre la mesa de la bolera antes de volver a leer.

Ahorra agua, no te duches solo —murmura—. Sutil, muy sutil.

—Te dije que era una tontería —me defiendo.

—Es mi tontería, respétala.

Niego con la cabeza, señalando la bolsa de cartón.

—Te falta el importante —le recuerdo.

—Seguimos sin trabajar esa paciencia.

—No la vamos a trabajar nunca... ¡ábrelo!

Kieran apoya las manos sobre mis hombros y empieza a zarandearme con fuerza. Le doy un manotazo para que me suelte y eso solo consigue que lo haga con ganas renovadas.

—¿Mejor? —pregunta, ladeando la cabeza. Lo miro de la peor forma posible—. Siempre es un placer —añade, ajeno a mi irritación.

Si no estuviera tan nerviosa como estoy ahora mismo le hubiera respondido, pero al oír el sonido del papel siendo rasgado desconecto y centro mi atención en Ryu.

Solo con un rasguño me mira de vuelta y por el brillo en su mirada sé que ha reconocido el vinilo a la primera. Deja el regalo sin abrir sobre la mesa antes de abrazarme, pillándome desprevenida.

Como si se tratara de un instinto, se lo devuelvo.

Sin decir absolutamente nada, me alza en volandas, estrechándome con fuerza.

—¿Eso era necesario? —susurro contra la curva de su cuello.

—¿Era necesario lo tuyo? —pregunta de vuelta.

—No, pero quería.

—Pues yo también.

No tarda en dejarme en el suelo, agachando la cabeza para mantenerme la mirada en todo momento. Le retiro un mechón de la frente, peinándoselo hacia atrás.

—Feliz cumpleaños, engreído.


N/A: Pensaba que iba a poder, pero no puedo. 💔

Así que "Un inesperado amor" estará pausada hasta el 27 de mayo por lo menos, a lo mejor un viernes que esté más desahogada actualizaré, pero este mes está siendo una locura en referente a los exámenes y el próximo va a ser mortal. 

Tengo que anteponer los estudios al hobbie.

Lo siento mucho. 🥲

Espero que lo entendáis.

Y a todas las que estáis en una situación similar a la mía, mucho ánimo, mucha suerte y ya volveremos con fuerzas renovadas y para celebrar que todas somos unas genios jiji.

Espero vernos pronto, inmaduras. 🖤

Pd: Con Yin ocurrirá lo mismo, la única que mantendré actualizada es Opuestos Positivos porque le quedan dos capítulos y el epílogo para estar completa.

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