Capítulo Seis
Capítulo dedicado a rei_bigotitos la mejor estrategia siempre es shippear a todos con todos jeje 😏💜
(Canción: Here de Alessia Cara [Lucian Remix])
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No sé en qué momento pensé que ir a una fiesta repleta de desconocidos sería una buena idea.
Ahora, estando delante de la casa de ese tal Jason,me he dado cuenta de la pésima idea que es y de que ya es tarde para que pueda dar vuelta atrás y encerrarme en la seguridad de mi habitación.
—¡Venga, que vamos a llegar tarde! —me alienta Saoirse, arrastrándome hacia el interior de la casa.
Aunque podría considerarse perfectamente una mansión.
A diferencia de las otras veces que hemos quedado fuera del instituto, ha dejado atrás su vestimenta de jerséis anchos y coloridos junto a sus pantalones de campana, llevando en su lugar un vestido verde botella que se amolda a la perfección a su voluptuoso cuerpo, resaltando la palidez de su piel y su llamativo color de pelo.
A regañadientes, intento igualar su paso rápido, pero los tacones que me ha sugerido llevar me complican la tarea de andar a esa velocidad. Demos gracias que no me he tropezado todavía.
Cuando llegamos al primer escalón que lleva a la puerta de la entrada, suelto la mano de quien se ha convertido en mi confidente y me recoloco mi vestido negro, arrastrando la tela hacia abajo, porque por culpa de la carrera se ha subido a través de mis muslos, quedando más corto de lo que en realidad es. Me abrazo a mí misma, cuando la brisa nos sacude a ambas y revuelve mi pelo ondulado. Me retiro un mechón del rostro y respiro hondo antes de alcanzar a Saoirse, que ya ha subido un par de escalones.
Antes de tocar a la puerta se gira en mi dirección con una sonrisa pícara que no me gusta en absoluto. Entrecierro mis ojos en su dirección cuando comienza a acercarse.
—¿Qué? —cuestionó, recelosa.
—¿Qué de qué?
—Saoirse... —le advierto.
—No voy a hacer nada malo —dice, con la sonrisa ensanchándose en su rostro. Al plantarse en frente mía, me guiña un ojo—. O sí.
Entonces, sin pedir permiso, me recoloca el pelo a su gusto, mesándolo de un lado al otro mientras que yo la observo confusa, sin saber muy si quejarme por sus esfuerzos de no verme como un desastre o agradecérselo. Luego, pasa un dedo por debajo de mi ojos, retirando la máscara de pestañas que se me ha podido correr y saca de su pequeño bolso un pintalabios que abre con maestría y pone los labios en morritos.
Sé que quiere que la imite, pero en su lugar, frunzo los míos.
—Estoy esperando —suelta, al cabo de un par de segundos en silencio.
Balbuceo algo incomprensible con mis labios sellados.
—¿Quieres que saque mi artillería pesada? —cuestiona. Al ver que yo no digo nada, continúa con su monólogo—. ¿Por favor? ¿Por fa plis? ¿Please?
—Eres muy pesada.
—A mí me gusta llamarlo persuasiva —admite y sonríe de nuevo, al ver que dejo de fruncir los labios.
Siento el pintalabios en contacto con mi boca y me quedo lo más estática que he estado en mi vida, por miedo a acabar como un payaso si hago un solo movimiento en falso. Cuando termina, vuelve a guardarlo en su bolso. Sin embargo, parece que no ha terminado con su misión, porque de repente siento cóomo me baja el escote y me sube ligeramente la falda, mientras que yo la observo horrorizada. Ella suelta una pequeña risa ante mi mueca.
—¿Qué? —me pregunta. Enarco una ceja en respuesta y ella saca su móvil y lo planta en mis narices—. Estás preciosa. No admito quejas.
Observo mi rostro gracias al reflejo. Por culpa de la base que he usado antes, apenas se ven mis pecas, excepto las del puente de la nariz ya que las he dejado intactas. El eyeliner negro y de punta fina, le da un aspecto felino a mi mirada verdosa y el carmín de color vino resalta mis labios que, a pesar de ser finos, no pasan desapercibidos.
No puedo evitar sonreír al verme... guapa.
Mucho.
—Estás cañón —suelta con un silbido.
Le devuelvo el móvil a regañadientes.
—No puedes quejarte.
—No lo iba a hacer —refunfuño.
—Por si acaso —dice, entrelazando su mano con la mía de nuevo—. Ahora sí que llegamos tarde.
Subimos el resto de los escalones hasta posicionarnos frente al gran portón de madera blanca. Ningún sonido proveniente de la casa interrumpe el silencio noche que nos rodea. Si no viese lo determinada que está Saoirse por entrar, pensaría que nos hemos equivocado de casa o que todo el tema de la fiesta es una broma pesada.
No obstante, cuando el portón se abre de golpe, sin darle tiempo a Saoirse de tocar al timbre, la música electrónica me llega en un suave murmullo.
Aparto mi mirada del pasillo a oscuras y la enfoco en el chico de pelo cobrizo y ojos azules que nos observa con un brillo extraño. Sus labios se curvan hacia arriba a la misma vez que nos da un repaso de pies a cabeza, dibujando una sonrisa lobuna en su rostro. Como si se tratase de un león hambriento que observa a su presa indefensa.
Trago saliva, sin ser capaz de apartar la mirada de él.
—Esperaba verte con la rubita, Saoirse —comenta con la diversión colándose en su voz.
—Hoy no vengo con Pheebs, Jason —responde mordaz la pelirroja a mi derecha. No puedo evitar mirarla sorprendida ante su respuesta—. Ella es Esther.
—Hola —me obligo a decir.
La mirada de Jason se clava en mí y vuelve a hacerme un segundo repaso, como si la primera vez no hubiese sido suficiente. Se relame los labios y se cruza de brazos antes de subir sus ojos, encontrándose de nuevo con los míos.
—Esther —repite mi nombre, saboreándolo.
Un escalofrío me recorre al escucharlo. No me da muy buena espina.
—Límpiate la baba, Jay-Jay —suelta en medio de una risa Saoirse.
Jason abre la boca para contraatacar, pero la cierra de golpe cuando su nombre resuena a través del pasillo.
—¡Jason! —grita alguien, haciendo que su atención se desvíe de nosotras.
Se aleja de la puerta, haciéndonos un gesto con la mano, invitándonos a entrar.
—¡Cerrad la puerta al entrar!
Saoirse obedece a su orden y cierra con un portazo, sumiéndonos en la oscuridad del pasillo. Le doy un apretón a través de nuestras manos enlazadas. Si antes pensaba que estaba nerviosa, ahora estoy histérica. Si el anfitrión era así, no quiero imaginarme como puede ser el resto de invitados.
De verdad que no quiero.
Siento como me devuelve el apretón y a pesar de la escasa luz soy capaz de entrever una pequeña sonrisa.
Entonces, comenzamos a caminar en dirección a la música, que aumenta su volumen cuanto más cerca parecemos estar de la pista de baile. Incluso varias luces de colores invaden las paredes oscurecidas del pasillo. También soy capaz de escuchar el vitoreo y los gritos. Sonrío divertida al oír el inglés arrastrado de los adolescentes alcoholizados que deben de estar armando jaleo por doquier.
Pasamos de largo, solo dejándome ver por encima lo que me voy a encontrar al adentrarme en el salón, que es la pista de baile improvisada. Saoirse sigue caminando hacia el fondo del pasillo donde la luz es blanca y no de colorines. Se oye el tintineo de botellas de cristal y el abrir y cerrar de la nevera, así que supongo que estamos yendo hacia la cocina.
Al llegar, parpadeo un par de veces ante la gran diferencia de iluminación. Me dejo arrastrar por Saoirse, rodeando la isla, acabando al lado de la nevera. Entonces, la pelirroja suelta nuestras manos.
—¿Qué quieres beber? —cuestiona, mientras abre la nevera.
Balbuceo un par de cosas, sin ser capaz de parar de observar mi alrededor, asombrada.
Una gran isla circular está a rebosar de vasos de plásticos, botellas de refrescos y botellas de alcohol, junto a una montaña incoherente de cervezas de todo tipo y marcas. En una de las puntas hay incluso un par de chicos jugando al birra-pong, aunque están bastante perjudicados. El resto de la cocina está, en lo que cabe, impecable. Una larga encimera en forma de «L» ocupa casi la mitad de la estancia, siendo de mármol blanco, contrastando con las baldosas negras y los armarios beige, donde parece que se encuentran los vasos.
Al oír como cierran la puerta de la nevera, desvío mi atención.
—Te he hecho mi coctel especial —anuncia Saoirse, tendiéndome un vaso.
Huelo el vaso y arrugo la nariz, pero me obligo a dibujar una pequeña sonrisa en agradecimiento.
—¡Si está aquí la fiestera oficial de Irlanda! —grita alguien a mis espaldas.
Veo como Saoirse le saca el dedo corazón y me rodea los hombros, obligándome a girar para enfrentar al desconocido.
El chico es de tez morena, como si hubiera estado días y días en la playa, pero viviendo aquí es algo imposible. Tiene el pelo rizado de color castaño y los ojos de un marrón chocolate, casi rozando el negro. Al sonreír, me fijo en como tiene las paletas separadas.
—Y ha traído a una nueva víctima —añade al percatarse de mi presencia.
—Yo también me alegro de verte, Javi.
«Así que ese es Javi».
—¿Tu eres el español? —suelto sin venir a cuento, en voz alta.
«Palmada mental».
—Eh sí, supongo. —Enarca una ceja centrando su mirada en mí con curiosidad.
—Vale, pues ya no me siento tan incomprendida —digo en español.
Javi abre mucho los ojos al escucharme. Parece que va a decir algo, pero alguien le rodea los hombros y lo que sea que iba a decir, muere.
—Te estaba buscando, cabrón. ¿Dónde estabas? —suelta Ryu a modo de saludo, sin recaer en nosotras.
O lo hacía.
—Estaba descubriendo a la españolita de la fiesta —responde su amigo.
Entonces sus ojos se clavan en Saoirse, no sin desviarse hacia mí un par de segundos después. A diferencia de Jason, que nos observaba como el nuevo juguete con el que entretenerse, Ryu nos observa con curiosidad. O, bueno, me observa.
Es como si fuese un felino tanteando el terreno, preguntándose si es seguro o no caminar sobre él, si no será demasiado peligroso acercarse, o siquiera intentarlo. Trago saliva, sin ser capaz de apartar mi mirada de la suya, oscura como la noche.
Siento como alguien me da un ligero codazo y parpadeo un par de veces, desviando mis ojos a mi mejor amiga. Saoirse me mira fijamente, antes de desviar sus ojos a Ryu y luego volver a mirarme. Sé que hay una pregunta reflejada en su mirada, pero yo no tengo ninguna respuesta para darle.
—¿Y qué has descubierto? —cuestiona Ryu, jocoso.
—Pensaba preguntarle el nombre —escucho que responde Javi. Tanto Saoirse como yo miramos a ambos y Javi, al percatarse de que nuestra atención sobre él, sigue hablando—. Así que, ¿cómo te llamas?
No puedo evitar mirar de reojo a Ryu ante su pregunta.
«¿No le ha dicho quién soy?».
—Esther —me obligo a decir cuando el silencio se asienta entre los cuatro.
Él asiente con la cabeza, como si algún pensamiento en su mente terminase de encajar como un puzle con la pieza final.
—Y dinos Esther... —comienza Ryu, sonriendo de manera ladeada. Sé, solo con esa estúpida sonrisa, que lo que sea que vaya a decir a continuación no me va a gustar nada—. Tu nombre de qué viene... ¿de estéril?
«Lo odio».
Oigo como a Javi se le escapa una risa en forma de tos por intentar contenerla y Saoirse hace una mueca extraña, intentando ocultar una sonrisa. No me dejo amedrentar por su comentario, enarco una ceja —como él hace siempre— y sonrío, sin despegar mis ojos de los suyos en un desafío silencioso que culmina con una pregunta igual de tonta que la suya, pero también igual de efectiva.
—¿Y el tuyo? —pregunto con tono inocente, paseando mi mirada por todo él—. ¿De qué viene Ryu? ¿De rayo?
Él parpadea un par de veces sorprendido y su estúpida sonrisa en lugar de disminuir, se ensancha.
«¿Es masoca o qué?».
Tanto Javi como Saoirse nos miran a los dos, varias veces, como si estuviésemos en una especie de partido de tenis y este fuese el último set.
—No es gracioso, ¿verdad? —pregunto de nuevo, mirando directamente en su dirección—. Lo tuyo tampoco.
Sin ni siquiera mirar en dirección a Saoirse, me marcho de la cocina, pero no tardo en oír el sonido de los tacones chocando contra el suelo de mármol muy cerca de mí y sé que mi vecina pelirroja está pisándome los talones. Lo último que soy capaz de oír de ese dúo es a Javi.
—Me cae bien —suelta en medio de la risotada que lleva conteniéndose durante cinco minutos.
—Claro que te cae bien...
Pero su voz muere ante la distancia que hay y no sé qué dice al final.
Tampoco me importa.
«No. Me. Importa».
* * *
No sé cuánto tiempo ha pasado.
Lo único que sé es que ya empiezo a entender por qué Saoirse me miró como si estuviese loca cuando cogí el abrigo para venir aquí y por qué yo al mirarla como si estuviese mal de la cabeza era ilógico.
Hace demasiado calor.
Es sofocante estar en medio de la pista, después de haber saltado y bailado al ritmo de cada una de las canciones que han sonado por los altavoces.
Pero, ahora, es incluso pegajoso. Como el sudor que se adhiere a tu piel después de hacer ejercicio y que no es hasta que te duchas cuando te sientes de nuevo tú.
Aunque lo peor es ver a Saoirse morreándose con un chico, muy cerca de mí. Demasiado para mí gusto. Esta vez no contengo la mueca de asco ante la imagen.
Me lo tomo como mi señal para escapar de allí.
Así que, con toda la poquita determinación que tengo, entre codazos y disculpas voy haciéndome espacio a través de la marea de gente en busca de la salida. Algunos se lo toman mejor que otros, se apartan o avisan a las personas de su alrededor para dejarme pasar, otros me miran mal y los más insoportables me insultan. En irlandés, encima.
Suelto un suspiro aliviada, cuando al mirar por encima de mi hombro, estoy fuera del laberinto humano.
Me acerco hasta una esquina que hay entre el salón y la cocina, apoyándome sobre la pared y cerrando los ojos, notando como el sofoco anterior ha disminuido, aunque sea un poco.
Incluso fuera del círculo, soy capaz de localizar a Saoirse. No sé si por su llamativo color de pelo o por lo alto que es el chico al que le está chupando el alma. Sonrío divertida ante el pensamiento.
Tanteo el escote de mi vestido hasta localizar mi móvil en un lado del sujetador. De la manera menos femenina posible me lo saco y lo desbloqueo, entrando en el único chat que es capaz de alegrarme la noche o amargármela un poco más.
Y sé, viendo que los últimos mensajes son los míos, que va a ser lo segundo.
ESTHER:
Ya no puedo ir a tu casa para compensarte.
Por favor, respóndeme los mensajes y hablamos las cosas.
Pd: Ya hablé con mi madre.
Nada.
No hay nada.
Trago saliva, intentando desenredar el nudo que comienza a formarse en la base de mi garganta.
Si estuviese en casa sería tan sencillo como coger un autobús y plantarme en la puerta de su casa, u organizar un complot con mis amigas y quedar todas en el centro comercial sin que ella sepa de que voy y obligarla a escuchar lo que tengo que decir, incluso dejar simplemente una bolsa llena de chuches y porquerías varias que sé que le gustan junto a una pequeña notita de disculpa con un lugar y una hora, plantada enfrente de la puerta de su casa.
Habría mil formas distintas para poder pedirle perdón y aquí, sin embargo, casi que parece que solo hay una y no está surtiendo efecto.
Ese último pensamiento termina por decaerme del todo.
Así que transcurro el resto del tiempo observando el ir y venir de la gente, los movimientos de baile en plena pista, el tráfico de bebidas de un lado al otro de la casa, el choque de cuerpos, los amigos cantando y vitoreando en grupo, las parejas aprovechando las esquinas oscuras para morrearse, y, por último, los valientes o muy estúpidos —depende de cómo lo mires— que se atreven a lanzarse a la piscina en plena madrugada en invierno.
Todos ríen, todos sonríen... todos se divierten.
El último chico que ha saltado a la piscina es palmeado y halagado por sus amigos al salir. Uno le ha alcanzado una lata de cerveza y otro una toalla antes de sentarse todos en una zona del chill out que parece tener Jason en su jardín.
Y yo estoy aquí.
Sola.
Sin nadie en quién confiar realmente, exceptuando a Saoirse, a la que he perdido de vista.
Todo a mi alrededor me cohíbe un poco cada vez, al sentirme tan fuera de lugar.
Menos mal que gracias a la escasa iluminación paso desapercibida apoyada en la pared. Me limito a moverme para ir y volver de la cocina en busca de algo para beber. Sin embargo, al tercer vaso de agua, suspiro agotada. La música empieza a tornarse molesta para mis oídos, el olor concentrado a humanidad por los cuerpos sudorosos en constante movimiento me resulta insoportable, arrugo la nariz cuando tres chicos pasan a mí lado apestando a una mezcla de sudor y colonia de chico.
El calor a mi alrededor no deja de incrementar, resultando asfixiante incluso estando quieta.
Está decidido: me voy.
Dejo el vaso de agua sobre un mueble, junto a una pequeña plantita que en cualquier momento terminará por caerse con tanto movimiento brusco que hay tan cerca de ella. Me pongo sobre la punta de mis pies y estiro la cabeza en busca de Saoirse. Paseo la mirada varias veces, barriendo la pista por completo hasta que el vestido verde botella y su cabello pelirrojo y rizado captan mi atención.
No me lo pienso dos veces.
A regañadientes, empiezo a adentrarme de nuevo entre la marea de gente, ocurriendo lo contrario a antes. Esta vez soy yo quien recibe los codazos, pero ni una mísera disculpa. Cuando llego a su altura, toco dos veces su hombro haciendo que ella dejé de moverse muy cerca del chico desconocido y se gire, mirando en mi dirección.
—¡Esther! —grita en modo de saludo, abalanzándose sobre mí, estrechándome entre sus delgados brazos.
Comienza a repetir mi nombre varias veces en una retahíla en la cual, en cada nueva repetición, la palabra se alarga cada vez más.
Le devuelvo el abrazo insegura al percatarme de lo borracha que va.
Es Saoirse quien nos separa.
—¿Dónde estabas? —pregunta a gritos para hacerse escuchar por encima de la música.
—Por ahí —vocifero de vuelta—. Solo venía a decirte que me iba.
Veo como parpadea varias veces, asimilando, supongo, la información.
—¿Qué? —cuestiona, no sé si para sí misma o para mí—. ¡No! Esto solo acaba de comenzar, baby.
Y me cuesta horrores poder entenderla entre la música y su estado.
«¿Por qué no hice caso a las advertencias de Pheebs?».
—Ya, una pena —respondo, acercándome a su oreja para que me escuche mejor—. Pero para mí ha terminado por hoy.
Al separarme me obligo a dibujar una sonrisa en mi rostro, intentando quitarle hierro al asunto.
—¿Quieres que avise a Ryu?
Solo con escuchar su estúpido nombre hago el amago de mirar a mi alrededor para buscarlo, aunque me detengo a mí misma, no sin antes reprimirme mentalmente.
—No hace falta —contesto, a gritos.
—¿Y si te pierdes?
Niego con la cabeza divertida al escucharla.
—Tengo batería en el móvil y sé usar el GPS.
Aunque no parece demasiado convencida por mi respuesta, Saoirse asiente con la cabeza. Vuelve a abrazarme y me da un beso en la mejilla antes de volver con el chico al que le estaba robando oxígeno.
Esquivo cuerpos danzantes con cada paso que doy, centrando todo mi esfuerzo en escapar de la marea de adolescentes alcoholizados que me rodean. Esta vez no recibo tantos insultos ni malas miradas porque están demasiado ocupados intentando no caerse para prestar atención a la chica desconocida que va en el rumbo contrario al resto.
Suspiro aliviada cuando diviso la puerta.
Ando con más prisa cuanto más cerca estoy de ella hasta salir de la casa. El ruido y el calor se quedan dentro en el momento en que la puerta se cierra detrás de mí. Sin embargo, a falta de abrigo por la teoría de Saoirse, el frío no tarda en colarse por todo mi cuerpo, recorriéndome un escalofrío de pies a cabeza haciendo que tiemble en mi sitio.
Saco el móvil de nuevo de mi escote, me meto en el GPS y tecleo la dirección de casa.
20 minutos andando desde tu ubicación actual.
«Puedo soportar el frío», me aliento para mí misma.
«El frío es psicológico», repito las palabras que suele decir Malva cada vez que nos zambullimos en el mar y yo tiemblo por completo, mientras ella se adentra de un salto al agua salada.
Así que con eso en mente y abrazándome a mí misma, intentando contener al menos un poco de mi escaso calor corporal, comienzo a andar calle arriba, mirando de reojo cada cierto tiempo el GPS y la flechita que me indica hacia qué dirección dirigirme.
Entonces escucho el dichoso motecito.
—¡Inmadura! —vocifera a mis espaldas.
Solo con el sonido de su voz sé quien es sin necesidad de girarme.
—Tengo nombre. Lo sabes, ¿no? —grito de vuelta sin dejar de caminar.
Intento disimular el castañeo de mis dientes y el temblor de todo mi cuerpo, acariciando mis brazos de arriba abajo, brindándome un mínimo de calidez tras la caricia.
—¿Y a dónde vas? —cuestiona a mi lado.
Pego un respingo, ahogando el grito que pretendía escaparse de mis labios al encontrarme con Ryu a escasos centímetros de mí. El muy idiota sonríe ante mi reacción mientras que yo lo fulmino con la mirada. Su sonrisa se expande cuando entrecierro los ojos.
—Entonces, a mi pregunta...—vuelve a hablar.
—A otra fiesta a la que me han invitado —suelto de sopetón, interrumpiéndolo—. No te fastidia.
Ryu enarca una ceja, divertido sin despegar sus ojos de los míos.
—Me voy a casa.
Siento como su mirada recorre mi rostro, comenzando a descender a través de mi cuello, clavícula y pecho, continuando hasta llegar a mis incómodos tacones. Trago saliva, cuando al clavar sus ojos sobre mí, vuelve a hacer un nuevo escrutinio. Me abrazo a mí misma con más fuerza, nerviosa por el brillo extraño que ilumina sus ojos.
—¿Así?
—No he traído abrigo —confieso irritada.
Se pasa una mano por el pelo, desviando sus ojos de mí un momento, con aire pensativo. Lo único que interrumpe el silencio entre nosotros es el incesante repiqueteo que hace con su pie contra el asfalto.
—Dame dos segundos.
Se gira de golpe, comenzando a caminar de forma rápida, pero sin llegar a correr hacia la casa. Yo me quedo estática en mi sitio sin entender nada.
—¡No te muevas! —grita, mirando por encima de su hombro antes de entrar a la casa de Jason.
Y, no sé por qué, pero le hago caso.
Así que estoy un par de minutos en medio de la noche, sola, muy cerca de un parque que apenas tiene iluminación sin un alma a los alrededores. Me giro sobre mí misma, escaneando mis alrededores, como si al hacerlo pudiese sentirme más segura. Estiro el vestido, intentando cubrirme un poco más mis piernas y que estas entren en calor antes de abrazarme de nuevo.
Ryu da un portazo al salir de la casa esta vez con las manos ocupadas. Vuelve a caminar rápido, acortando la distancia entre nosotros.
—Ten —suelta, con la respiración agitada.
Aparto mi mirada de él, desviándola a la chaqueta de cuero que tiene entre sus manos.
—¿De quién es?
—Mía. Me la dejé el otro día cuando... —Pero lo que sea que iba a decir muere. Niega con la cabeza y alarga su mano con la chaqueta en ella—. Bueno, eso da igual. Póntela si no te quieres resfriar.
—¿Y tú? —no puedo evitar preguntar.
—Estoy acostumbrado.
Mascullo un «gracias» antes de vestirme con la chaqueta bajo su atenta mirada. Soy capaz de notar como sigue cada uno de mis movimientos. Suelto un suspiro al notar la calidez que me brinda en seguida.
«Bendita diferencia».
Vuelvo a abrazarme a mí misma, esta vez notando como no me congelo y no es en vano, sino que el calor inminente que me brinda la chaqueta logra que deje de temblar y no me castañeen los dientes.
—¿Nos vamos? —cuestiona, captando mi atención de nuevo.
Asiento con la cabeza, sonriendo agradecida por el gesto. Ryu me guiña un ojo en respuesta y comienza a caminar conmigo a su lado, en un cómodo silencio que no había experimentado antes a su lado.
El resto de los veinte minutos nos limitamos a andar. Aunque en las zonas más oscuras me he pegado a él de manera inconsciente, provocando que nuestros brazos se rozasen al caminar, pero no ha parecido importarle.
Sin embargo, he sido yo la que se ha tensado por completo cuando al pasar por delante de un grupo de chicos, muy cerca del centro comercial, él ha apoyado una mano sobre mi espalda, haciendo que los chicos desviasen su asquerosa atención de mí.
Su mano sigue en el mismo sitio, incluso después de estar lo suficiente lejos de ellos.
A él no parece molestarle estar tan cerca de mí y a mí... tampoco.
Al llegar a la entrada de casa, miro en su dirección, encontrándome con sus ojos ya sobre mí. Vuelvo a tragar saliva y me separo de él, sintiendo como esa parte de mi cuerpo, incluso estando abrigada, se enfría en respuesta.
Intento no darle demasiada importancia y sin mirar una segunda vez en su dirección camino hasta los escalones de la entrada.
Pero su voz, como siempre, me detiene en mi sitio.
—Será mejor que entres por la ventana —dice, cruzando los brazos sobre su pecho y alzando ambas cejas, en una especie de advertencia retadora. Porque sabe perfectamente que yo haré lo que me dé la gana—. Si no quieres montar un escándalo, claro.
Me alejo con cuidado de la entrada y acabo de nuevo frente a él, que sonríe orgulloso al ver que le he hecho caso.
«Solo esta vez», me digo a mí misma.
—¿Tú también vas a entrar?
Niega con la cabeza, acortando la escasa distancia que había entre los dos.
—Creo que hoy no te podrás deleitar con mi asombrosa compañía nocturna —responde con sorna.
—¿Te han dicho alguna vez que eres muy engreído?
—Tú. —Descruza los brazos, dejándolos caer lánguidos a sus costados y se encoge de hombros—. Un par de veces, además.
Sonríe de nuevo y se acerca hasta a mí, acabando los dos muy cerca.
Demasiado.
Siento como me tenso de pies a cabeza sin ser capaz de apartar mi mirada de él, ni tampoco alejarme o acercarme. Él tampoco hace nada. Se limita a clavar sus ojos sobre mí sin emitir un solo sonido. Ninguna carcajada pretenciosa, ningún comentario sarcástico, ningún mote irritante. Solo se queda ahí, parado, observándome fijamente.
Igual que yo a él.
En detallar como un par de mechones azabaches se le pegan en la frente debido al sudor, en que tiene unas pequeñas arrugas que se le forman alrededor de sus ojos rasgados al sonreír y en que no hay ni un solo lunar o peca decorando la tez de su rostro. Solo soy capaz de localizar un lunar debajo de su mentón.
—Tengo mi coche ahí.
Parpadeo un par de veces al escuchar su voz.
Asiento con la cabeza y observo como se aleja hasta cruzar la calle, parándose frente a un coche de color negro que hay aparcado al lado de la casa de Saoirse. Antes de subirse a él, vuelve a mirar en mi dirección y por primera vez desde que estoy en Irlanda, le sonrío de verdad.
Y, por primera vez, cuando Ryu sonríe de vuelta, no me parece tan insoportable.
Me giro sobre mí misma y camino hasta acabar bajo la ventana. Apoyo las manos sobre la valla de madera que separa nuestra entrada de la del vecino y coloco un pie sobre una de las tapas de los cubos de basura. Empujo el cristal hacia dentro, provocando que el metal chirríe ante el movimiento. Me quito los tacones y los lanzo al interior. Me maldigo a mí misma cuando hacen ruido al chocar contra el suelo. Miro por encima de mi hombro, encontrándome con Ryu apoyado sobre su coche, observándome. Le hago el corte de manga y me impulso hacia el interior de mi habitación.
Acabo colgada con medio cuerpo fuera y medio dentro. Poso mis manos sobre el filo metálico, clavándomelo en las palmas, empujándome una ultima vez. Me doy la vuelta, con mi estómago clavándose en la ventana y me deslizo hacia el interior de mi habitación, tirando algo en el proceso.
—Shhh —silencio lo que sea que haya tirado.
Me pongo de puntillas, observando como el coche de Ryu desaparece por la avenida.
Respiro hondo al ver que lo he conseguido.
Entonces, lo huelo.
Su olor.
Esa mezcla extraña entre cigarrillos con menta inunda mi nariz. Bajo mi mirada a su chaqueta, sorprendida de que él no la haya reclamado y de que yo no me hubiese percatado de que la seguía llevando puesta. Vuelvo a inhalar su aroma antes de quitármela, dejándola sobre el respaldo de la silla con un cuidado que no tengo con mi ropa. Me quito el vestido, tirándolo hecho una bola al suelo. Lo mismo ocurre con el bolso, que termina encima de la tela.
Cojo una camiseta al azar de la maleta y me la paso por la cabeza. Me dejo caer en la cama y coloco el móvil encima de la mesilla. Cierro los ojos con fuerza, arropándome hasta la coronilla con el edredón.
El silencio me rodea por completo y las luces de la calle, cada vez me molestan menos.
Estoy a punto de sucumbir al sueño cuando escucho como mi móvil vibra sobre la mesilla. A pesar del cansancio, lo agarro, desbloqueándolo y cegándome por la luz de la pantalla. Bajo el brillo y entro al nuevo chat. Al leer el mensaje, frunzo el ceño, sin entender nada.
DESCONOCIDO:
¿Y si hacemos una tregua?
«Ya me ha hablado otro loco», pienso mientras abro la herramienta de opciones para bloquearlo. Sin embargo, cuando el móvil vuelve a vibrar, esta vez en mis manos, me detengo.
DESCONOCIDO:
No me vayas a bloquear, desconfiada.
Soy el engreído.
No puedo evitar soltar una pequeña risa ante la forma de llamarse a sí mismo.
Aunque la acallo de golpe cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, por qué lo hago y gracias a quién.
N/A: Bueno... no está mal, ¿no?
No os podéis hacer una idea todo lo que me tuve que contener para no subir este capítulo antes de lo planeado porque es que AAAAAAA.
Vamos a ir detallando varias cosas juntas:
1) ¿Estéril? ¿Rayo?
Sí, súper originales, lo sé. Este capítulo es de las pocas escenas que tenía súper claras y ESE diálogo necesitaba aparecer. No era un capricho, era una necesidad.
2) El momento de la despedida.
O sea, ¿hola? ¿Esther cediendo? ¿Ryu siendo simpático?
Una teoría es que la bebia de Saoirse tiene algún tipo de sustancia extraña o algo y por eso se comportaron así.
La otra es que... está surgiendo algo que muchas de nosotras (sí, me incluyo) llevaba deseando desde que Esther aterrizó en Irlanda, para qué mentir.
3) ¿Qué esperáis? ¿Cuánto creeis que tardarán en volver a lanzarse cosas a la cabeza? ¿Y sobre Thais?
Os leeré. 😈✌
Y, nosotras, nos leeremos el próximo viernes as always, inmaduras 🧡
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