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Capítulo Once

Capítulo dedicado a writter_sp porque ✨más pesado que un pesado✨ es propiedad de la filosofía Sori jeje. Gracias por tanto, perdón por tan poco.

(Canción: Dumb Love de Mimi Webb)

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Llevo más de una hora hablando con papá. Y eso que la semana pasada me llamó dos veces y la anterior otras dos. No sé qué piensa al preguntarme si ha pasado algo interesante, cuando esta última semana se ha basado en estudiar, comer, dormir, ir al instituto y volver a repetir el ciclo.

Cuando se da por satisfecho ante su interrogatorio, me pone al día sobre cómo van los contratos con las nuevas bandas de música, la próxima gira que quiere hacer con el grupo "Nights" con el contactó cuando apenas tenían mi edad o incluso menos y que ahora se han vuelto una verdadera leyenda en la industria musical.

Cada vez que habla de ellos, el orgullo tiñe por completo su voz y, aunque debería cortar ya la llamada, no soy capaz al escuchar lo emocionado que suena. Así que estoy casi media hora más hasta que termina.

Sin embargo, antes de que pueda colgarle, soy capaz de escuchar la voz de mamá.

—¡Llama a tu hermano! —Se hace oír por encima del «adiós» de papá.

—Ponme en altavoz —le pido a mi padre.

—Ya estás.

—¡Lo haré, mamá! —grito de vuelta. No sé qué dice en respuesta porque la carcajada de mi padre inunda por completo la llamada, aun así, añado—: ¡Os quiero!

—Nosotros también. Pórtate bien.

—¿Cuándo me he portado yo mal?

Lo último que escucho al colgar es la risa de mi padre en contestación a mi pregunta.

Me guardo el móvil en el bolsillo del chándal y cojo la sudadera azul marina que dejé hace cinco minutos encima de la cama, antes de que mamá me llamase de improviso y me sometiese a uno de sus interrogatorios semanales, ya que, según ella, si no me llama, yo no lo haré.

En ese sentido, no puedo quitarle la razón.

Apago la luz de la habitación y salgo, encontrándome a Saoirse sentada en el suelo, con las dos manos sobre la mesa pequeña de café que hay en el centro del salón mientras que Nara está a su derecha con el pincel de la pintura de uñas manchado de rosa. Mi mejor amiga es la primera que se percata de mi presencia.

—¿Qué tal tus padres? —pregunta, haciendo que Nara centre su atención sobre mí.

—Mi madre te manda un fuerte abrazo. —Saoirse sonríe satisfecha al escucharlo, pero la sonrisa no tarda en desaparecer de su rostro y entrecierra los ojos en mi dirección—. ¿Qué?

—Tienes cara de fastidio.

—Me ha dicho que tengo que llamar a mi hermano —suelto en un bufido, a la misma vez que me dejo caer sobre el sofá.

—No puede ser tan malo.

—Oh, no tienes ni idea. Si crees que Ryu es irritante no has conocido a Enzo Rubio Guerrero.

—Ahora solo tengo más ganas de conocerlo —dice divertida.

Le saco el dedo corazón, logrando únicamente que rompa a reír en respuesta.

—¡No te muevas! —le grita Nara, mirándola mal.

Ahora soy yo quien rompe a reír ante la regañina de la pequeña y es mi mejor amiga quien me hace el corte de manga, consiguiendo que la carcajada se vuelva más sonora ante la molestia de su rostro.

Al cabo de un par de segundos, cuando las risas cesan y solo se escucha la música del altavoz que hay en el centro de la mesa, supongo que, elegida por Saoirse, me siento cruzando las piernas y llamo a Enzo.

Espero pacientemente a que cesen los tres bips antes de que salte como llamada perdida.

«¿Por qué no me sorprende?», me pregunto mentalmente, mirando la pantalla.

Sin embargo, sé, por experiencia propia, que si no lo coge es porque está con Malva y para hablar con él solo tendría que llamarla a ella. Esta vez, decido hacer una videollamada, sabiendo que va a aparecer mi otra pelirroja favorita en la pantalla. A diferencia de mi hermano, Malva descuelga a la primera.

—Si es la niña perdida —dice a modo de saludo.

—Si es mi persona favorita en este mundo.

Malva frunce los labios y achica los ojos, arrancándome una risita nerviosa.

—Eres una pelota. —Me señala con el dedo y le da varios toques a la pantalla, porque esta vez, no puede dármelos en la frente como tiende a hacer cuando la molesto—. Estás buscando a tu hermano, supongo.

—Supones bien.

Observo como se levanta de la cama, haciendo que varios rizos pelirrojos caigan sobre sus hombros y enmarquen aún más su redondeado rostro. Escucho sus pasos resonando sobre el parqué de madera al caminar y la veo alejándose de las puertas del familiar pasillo de su casa al bajar por las escaleras.

—¿Está en el sótano? —pregunto al fijarme en que se dirige hacia la derecha.

Malva asiente con la cabeza en respuesta.

Oigo el crujir de la puerta y Malva parpadea un par de veces al encender la luz del estrecho pasillo que se abre paso hasta las escaleras, pero cuando hace el amago de bajar el primer escalón, alguien le rodea los hombros.

—¿No ibas a decir nada? —cuestiona una voz grave que no tardo en reconocer.

Aunque es el propio tío Mikel quien, al sacar a Malva del pequeño pasillo, me confirma su identidad al ver sus cortas rastas y sus grandes ojos azules, idénticos a los de Malva.

—Esther ha llamado para hablar con Enzo —explica, sin evitar poner los ojos en blanco ante la mueca de decepción de su padre.

—Pero puede saludar a su tío favorito antes —replica, divertido. No soy capaz de ocultar la sonrisa al oírlo.

Llevaba semanas sin ver a ninguno.

La última vez fue en la barbacoa, si es que se puede llamar así porque suele haber más verduras que carne, antes de que me marchase, en casa de Iván y Hugo, que son los que tienen jardín propio.

—¿Esther está ahí?

Malva me mira mal al escuchar a su madre y yo tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para no soltar una carcajada ante su cara de fastidio.

Tía Mar aparece pocos segundos después junto a Mikel, que le saca casi dos cabezas, siendo incluso más bajita que Malva de estatura. Sin ni siquiera decir una palabra le arrebata el teléfono a su hija y se aleja un par de pasos de ellos, sonriéndome de la misma forma que lo hace mamá cuando le he hecho una videollamada.

—¿Cómo estás, mi niña? —cuestiona, parpadeando varias veces para no llorar.

—Bien... He llamado a Malva porque Enzo no me cogía el móvil y supuse que estaría con ella.

—Sí, está abajo con Manu jugando a no sé qué juego de pistolitas.

—Típico de Enzo, sí —suelto divertida.

A diferencia de Malva que es igual a su padre salvo por la piel un poco más clara, las pecas y el pelo pelirrojo, los gemelos son muy parecidos a tía Mar, con la distinción de tener el cabello azabache como su padre, aunque sí que tienen los ojos verdes.

—Mamá... —la llama Malva a sus espaldas.

Mar suelta una queja por lo bajo y me da muchos besos online antes de marcharse hacia la cocina, creo que dijo. Malva vuelve a hacer el mismo recorrido que antes, enciende la luz del pasillo y ya, sin interrupciones, baja las escaleras hasta el sótano.

Cuanto más cerca está de la entrada, más claros se hacen los sonidos. Soy capaz de distinguir la voz de mi hermano mayor y la de mi primo pequeño, la musiquita del videojuego e incluso el ruido de, supongo, sus personajes corriendo o saltando.

—¡Sordo! —grita Malva, colocándose frente a ellos. Le da al botón, cambiando de cámara, haciendo que yo deje de verla a ella y ahora los vea a ellos—. Tu hermana quiere hablar contigo.

Ambos abren mucho los ojos cuando Malva acaba delante de la tele provocando que no puedan ver.

Manu es el primero en hacer aspavientos con las manos para que su hermana mayor se quite, pero al ver como Malva lo ignora lanza el mando de la consola a un lado y se cruza de brazos.

Enzo, por otro lado, enarca una ceja, retándola a que siga de pie y soy capaz de escuchar a Malva tragar saliva, pero no se mueve del sitio. Por el movimiento de sus labios, sé que ha soltado una maldición y deja civilmente el mando sobre la mesa de cristal.

Enzo le hace un gesto con la mano para que le entregue el móvil.

—¿Qué quieres ahora? —pregunta a modo de saludo.

—Decirte que eres más pesado que un pesado —bromeo.

Se queda un par de segundos en silencio y frunce el ceño.

—¿Qué?

—¿Qué acabas de decir? —cuestiona, sorprendentemente confundido.

—Eres más pesado que un pesado —repito.

—¿Quién te ha enseñado eso?

La risa aguda e infantil de Nara es respuesta suficiente para que Enzo dibuje una sonrisa divertida en su rostro. Noto como el calor asciende por mi cuerpo hasta llegar a mis mejillas y sé, sin necesidad de mirar hacia el cuadradito donde salgo yo, que debo de estar igual de roja que el gorro de Papá Noel.

—Nara —mascullo entre dientes.

—¿Cuántos años tiene Nara?

—¡Cuatro! —grita la aludida en español.

Enzo no dice nada más. Entrecierro los ojos al entrever como eleva ligeramente las comisuras de sus labios.

—¿Qué? —pregunto irritada ante su silencio.

—Nada, nada —responde, sonriendo abiertamente—. ¿Vas a empezar a imitar el comportamiento de una cría de cuatro años? ¿En serio?

No puedo evitarlo y le saco el dedo corazón, sin sorprenderme que su sonrisa se ensanche ante mi molestia.

—Otro igual —susurro para mí misma, aunque por la mirada curiosa de Enzo sé que me ha escuchado.

—¿Cómo que otro igual?

—Ryu me dijo los mismo el otro día.

Por el rabillo del ojo me percato de que tengo tanto la atención de Saoirse como la de Nara sobre mí.

La primera arquea una ceja, apoya una mano sobre la mesa y recuesta el mentón en espera a que suelte algo más que podrá usar, más temprano que tarde, en el interrogatorio de después.

—Ah, sí. El hermano mayor, ¿no?

—Ajá.

Enzo se recoloca en el sofá, apoyando la cabeza en el respaldo y descansando la mano sobre su estómago, haciendo que vea por completo su papada con ese ángulo. Sonrío divertida y le saco una captura a la imagen.

Esta vez es mi hermano que entrecierra los ojos, sabiendo a la perfección lo que acabo de hacer.

—¿Cuántos años tenía? —pregunta al cabo de unos segundos.

—Uno más que yo —respondo sin disimular la confusión.

Cuando Enzo vuelve a quedarse en silencio, dicha confusión solo incrementa.

«¿En qué está pensando?»

Observo como se acaricia el mentón varias veces con aire pensativo, pero sigue sin decir nada, poniéndome un poco más nerviosa con el transcurso del tiempo.

—¿Qué?

—Creo que ya entiendo porqué Thais estaba tan preocupada —dice en voz baja, como si fuese más para él mismo que para mí.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto, frunciendo ligeramente el ceño.

—Sabes que adoro a Thais. —Se recoloca de nuevo en el sofá, elevando el móvil, dejándome de enseñar su papada. Carraspea un par de veces y se pasa un mano por los rizos—. Pero, a veces, tiene unos gestos un poco...

—Sobreprotectores —finalizo por él.

—Tóxicos.

Parpadeo un par de veces al oírlo.

—En algunas cosas es un pelín tóxica, hermanita. Aunque tú no te des cuenta, tienes una novia bastante celosa.

Algo dentro de mi pecho se estruja al escuchar mi propio pensamiento en la voz de otra persona.

De alguna forma es como si fuese más real así y no solo una sospecha mía.

Saber que alguien más aparte de mí misma se ha fijado hace que todo sea más tangible... y más doloroso también.

No necesito esto ahora.

No lo quiero.

—No estoy de humor para que me des la charla ahora mismo —musito, incómoda.

—No te la estoy dando —responde, de manera mucha más dulce que antes. Se queda un momento mirándome fijamente varios segundos antes de sonreír suavemente—. Solo te dejo caer ese detalle —bromea.

Suelto una risa corta y Enzo parece satisfecho ante el sonido.

Vaaaaaaale.

—¡Desagradecida! —exclama con dramatismo—. Encima que me preocupo.

—Vete a la mierda —siseo en voz baja, para que Nara no me escuche.

—Está sentada a mi lado ahora mismo —responde con sorna.

Pero la sonrisa divertida desaparece de su cara cuando Malva le propina un golpe en el hombro.

—¿Qué? —pregunta con falsa confusión. Malva le hace el corte manga y le vuelve a golpear, consiguiendo únicamente que mi hermano se carcajee a su costa cuando se sonroja—. Eres mi mierda favorita, zanahoria.

—Gilipollas.

—Gracias.

Carraspeo, para hacerme notar en la discusión entre los dos.

—Os dejo, pesados.

Enzo hace un gesto con la mano a modo de despedida y Malva acerca el móvil a su cara y le planta un beso a la cámara.

Al dejar el móvil sobre la mesa me percato de la falta de presencia de mi mejor amiga y Nara. Me levanto del sofá y camino hasta la cocina, pero también está vacía. Solo está la sartén con el lomo de pavo y el huevo frito que me dijo Helen que le hiciésemos a Nara junto al táper de puré de verduras que podía calentar directamente en el microondas.

Agudizo el oído, en busca de algún sonido que me indique donde puedan estar, cuando escucho la risa aguda de Nara, proviniendo del pasillo.

Termino en frente de la pequeña puerta entreabierta que hay bajo las escaleras. La abro por completo, encontrándome con Nara arropada con una manta peluda, sonriéndole a la pantalla del ordenador, donde aparecen varios coches de colores, moviéndose de un lado a otro.

—¿Sabes dónde está Saoirse? —pregunto, captando su atención.

—Dijo que se hacía pis.

Niego con la cabeza, divertida, y me separo del pequeño cuarto, dejando la puerta abierta para poder escuchar a Nara con claridad por si necesita cualquier cosa.

Antes de que pueda ser capaz de abrir la puerta del pasillo que da pie a mi habitación, se abre delante de mí con potencia.

—¡Ay, dios!¡Qué susto! —grita al verme delante de ella—. Te podría haber dado, insensata.

—No lo has hecho, dramática.

Saoirse me mira mal ante el mote.

—¿Qué tal tu hermanito? —pregunta, cerrando la puerta al salir.

—Bien, creo. Tampoco me ha dejado preguntarle.

—¿Y eso?

—Porque prefiere perder el tiempo metiéndose conmigo. Según él es más entretenido —refunfuño, siguiéndola hasta el salón.

—A ver... un poquito sí que lo es.

Le golpeo el hombro, molesta. Saoirse, en respuesta, me agarra del brazo y me arrastra con ella cuando se deja caer en el sofá, acabando yo encima suya.

Cuando hago el amago de levantarme, me apoyo en una zona de su cuerpo que no debería y aparto las manos por inercia, cayendo una segunda vez sobre ella.

—¿Te has puesto roja por tocarme las tetas? —cuestiona en medio de una carcajada.

—¿Qué? —pregunto con voz chillona—. Claro que no.

—¡Te has puesto roja por tocarme las tetas!

—¡Que no me he puesto roja!

—¡Repítelo hasta que te lo creas, Rudolph!

—¡Rudolph tenía la nariz roja, inculta!

—¡Tú tienes la cara!

—Te odio —mascullo, irritada.

—Sabes que eso no es verdad, me...

Sin embargo, al oler algo extraño, la silencio un momento. Saoirse me mira, confundida,cuando yo inhalo con profundidad el olor a quemado que se respira en el ambiente.

—¿Lo hueles? —pregunto, sin dejar de inspirar con fuerza repetidas veces.

—¿El qué?

—Huele como a quemado.

Saoirse me imita, inhalando con fuerza y asiente con la cabeza cuando ella también capta el olor.

—Ahora sí... ¿Qué se estará...?

Las dos nos giramos a la vez cuando empieza a pitar la alarma contra incendios.

Mierda.

No sé si cómo lo hacemos, pero yo termino por salir del sofá saltando a través del respaldo mientras que Saoirse corre sin miramientos hacia la cocina donde el humo gris se vuelve más espeso, proveniente de la sartén.

Saoirse deja la sartén sobre el fregadero y abre el grifo en un solo movimiento mientras que yo apago el fuego y con un trapo de cocina intento menguar la nube negra que reina la cocina. Abrimos todas las ventanas y la puerta de la terraza.

La alarma contra incendios, sin embargo, sigue sonando.

La puerta de las escaleras se abre y Nara se acerca a nosotras con pasos lentos, observándonos confundidas.

—¿Por qué no deja de sonar? —pregunta con genuina curiosidad.

—Porque le hemos dado a un botón sin querer, ¿sabes cómo se apaga?

Nara asiente con la cabeza y señala el aparatejo blanco que hay pegado al techo.

—Papá lo suele descolgar.

Saoirse arrastra uno de los taburetes que hay rodeando la isla hasta colocarlo bajo el aparato y yo cojo a Nara en brazos y la llevo conmigo hasta el salón, donde la siento en el sofá y enciendo la tele, en busca de algo que la pueda entretener mientras pienso en alguna solución.

De vez en cuando, miro por encima de mi hombro para saber qué tal le está yendo a Saoirse, aunque solo necesito dejar de escuchar el pitido agudo y molesto para saber que el cacharrito está desconectado.

Mi mejor amiga no tarda en aparecer al cabo de unos segundos delante de mí y se deja caer a mi lado, apoyando la cabeza sobre mi hombro antes de suspirar.

—¿Pizza? —pregunta, divertida.

—¿Llamo yo?

Noto como asiente con la cabeza. Me estiro hacia delante para coger el móvil de la mesa de café, bajo la atenta mirada de Nara, que ha desviado su atención del televisor.

—Cambio de planes —anuncio, sonriendo. Nara me sonríe de vuelta, y ladeada ligeramente la cabeza al verme buscar algo por internet. Sin embargo, cuando localizo la página web de una pizzería cerca de casa, me fijo en que ella se acerca más a mí—. ¿Te gusta la pizza de jamón y queso, Nara?

Ella asiente con la cabeza y siento como un peso desaparece de mis hombros.

Podría haber salido peor.

* * *

Dejo el borde de la pizza en la caja vacía, junto a los otros tres bordes que no me he comido. Saoirse, al igual que las otras veces anteriores, me juzga con la mirada.

—No sé cómo puedes hacer esa atrocidad —comenta, mientras se come su trozo.

—No tienen sabor —me defiendo.

—¡Los bordes son lo mejor!

—Siguen sin gustarme.

—Tienes gustos muy raros. —Señala la pizza con piña que pedí—. ¿Pizza con piña?

—Es la favorita de mi madre... y la mía. En casa siempre la pedimos.

—¿Tu hermano también?

Asiento con la cabeza divertida, cuando el recuerdo de Enzo y yo peleando por quien se iba a llevar el trozo con más piña en él se reproduce en mi mente.

Es la única que vez que peleamos de manera seria. Sé, por amigos e incluso por Thais, que la discusión más habitual es la del mando o quien va delante en el coche o quien se sienta en donde, pero en ese sentido siempre nos entendimos por turnos. Un día tú, otro día yo.

¿Pero la pizza? Eso era la verdadera guerra.

—Frente a mi hermano habrías perdido todos tus encantos insultando su pizza favorita.

—Si es como tú y no se come los bordes también habría perdido los suyos.

—Tú te lo pierdes, entonces —añado yo, dejándome caer hacia atrás, apoyando la cabeza sobre el respaldo.

Desvío un momento la mirada hacia Nara, que está sentada a mi lado, hecha una bolita con la manta turquesa que le bajé antes de su habitación.

Ella y Saoirse han compartido la pizza de jamón y queso, aunque casi toda se la está comiendo la segunda.

Al final ni siquiera le he dado el puré y a lo mejor Helen me echa la bronca mañana, pero no he sido capaz de decirle que no podía comérsela cuando le brillaban los ojos al mirarla.

Si fuese madre, terminaría con mis hijos súper malcriados.

—¿Y tu hermano no tiene novia? —suelta Saoirse al cabo de unos segundos.

—Tiene a Malva.

—¿Eso es un sí?

Sin tener que mirar hacia su lado, sé que se está moviendo, acercándose más a mí.

Si mirase en su dirección me la encontraría arqueando ambas cejas y abriendo un poco más los ojos de lo normal, porque siempre lo hace cuando algo le resulta interesante. Incluso ladearía ligeramente la cabeza.

Pero es cuando empieza a darme toquecitos en la mejilla que sé que he captado su curiosidad.

—Es un «no lo saben ni ellos» —termino por responder.

—Los dramas amorosos... —suspira—. ¡Me encantan!

—¿Y tú? —pregunto, desviando el tema.

—¿Yo qué?

—¿Yi qui? —la imito—. ¿Nada por ahí? Porque llevo suficiente tiempo aquí y he empezado a crearme mis propias teorías.

Ante el silencio que me ofrece en respuesta sé que he dado en el clavo.

Giro la cabeza para mirarla, ella me mira de vuelta, parpadeando varias veces por la sorpresa.

—¿Qué teorías tienes? —acaba preguntando.

—Muchas, así que va a ser más fácil que empieces a hablar tú.

Saoirse se remueve en su sitio, acerca las rodillas a su pecho y las rodea con los brazos antes de apoyar el mentón sobre ellas con aire pensativo. Me percato de que empieza a morderse el labio inferior varias veces y juguetea con la manga del jersey.

—No tienes que decirme nada si no quieres.

Veo que hace el amago de decir algo, pero ante el pitido del microondas termina por callarse.

—¡Las palomitas! —grita Nara, quitándose la manta de su alrededor y se baja del sofá.

La imito y acabo yendo detrás de ella hacia la cocina. Saco el paquete de las palomitas con cuidado, notando el calor ardiente en la punta de mis dedos y tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para no soltarlo de malas forma sobre la encimera. Nara sigue cada uno de mis movimientos.

Tiene la misma mala manía que su hermano mayor.

Abro un par de armarios, en busca de algún bol lo suficiente grande para poder verter todas las palomitas.

—Está en la zona de las golosinas. —Escucho a mis espaldas—. Es el armario que está junto al lavavajillas.

Miro por encima de mi hombro, encontrándome a Ryu apoyado en el respaldo del sofá, con sus ojos clavados sobre mí.

N/A: ¡Tará! Jeje.

El capítulo 11 está divido en dos partes y aunque esto debería de estar subiendolo la semana que viene, mi amiga María os hizo el bonito favor de quitarme el móvil y tuitear el reto de los 50 likes y llegásteis.

Podemos decir que también es para celebrar los 50 K, aunque la verdadera celebración va a ser en instagram en el directo que haré el lunes/martes (pondré la cuenta atrás vía stories) dónde podréis hacerme todas las preguntas que queráis en relación de "Un inesperado amor".

También podremos fangirlear sobre información inédita y nueva y muuuuy interesante que compartiré con vosotras.

Ahora sí...

➡️ ¿A quién creeis que le gusta Saoirse?

➡️ ¿Qué os ha parecido Malva y Enzo?

➡️ ¿Qué teorías tenéis sobre lo que ocurrirá a continuacion?

(Si alguien acierta algo, tendrá el emoji 🌚 en su comentario).

¿Estamos de acuerdo sobre que Nara es la mejor? ESTAMOS DE ACUERDO.

Nos vemos pronto, inmaduras 🧡

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