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Capítulo Doce

Capítulo dedicado a KawaiiWorld8 porque amo demasiado que lo ames y no es perfecto, es perfectamente imperfecto y lo adoramos así 😏❤

(Canción: Oak Trees de Daniel Nunneelee)

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Me remuevo molesta ante los repetitivos golpes en la puerta.

Cierro los ojos con fuerza, no queriéndome despertar todavía.

Al dejar de escuchar golpes, suspiro aliviada y vuelvo a removerme para estar más cómoda, rozando mi nariz con algo que no se siente como mi almohada ni huele como ella.

Es una mezcla entre el aroma a la tierra mojada por la lluvia entremezclada con colonia varonil, pero decido no darle demasiada importancia.

Sin embargo, al apoyar la mano sobre algo más duro y cálido que el colchón, recuerdo que no estoy en mi habitación.

Todavía sin abrir los ojos recapitulo lo ocurrido ayer.

Recuerdo que Ryu volvió del entrenamiento, recuerdo lo mucho que me afectó su cercanía cuando me acorraló contra la encimera y la mirada divertida de Saoirse cuando él se marchó. También recuerdo la charla que tuve con mi mejor amiga a altas horas de la madrugada y que Nara se durmió sobre mi regazo.

Lo último que se viene a mi mente es el momento en que Saoirse me da el bote de pasta de dientes y yo recorro la mejilla de Ryu con el líquido espeso y blanco, descendiendo a través de su mandíbula y cuello.

Y luego...

Abro los ojos de golpe al caer en la cuenta de donde me encuentro.

Y junto a quien.

«Mierda».

Parpadeo un par de veces, adaptándome a la luz que se cuela a través de las cortinas oscuras y observo mi alrededor.

Lo primero en lo que me fijo es en que más de la mitad de mi cuerpo está encima del de Ryu. Lo segundo es que, aunque me quisiese mover, él me está abrazando y una de mis piernas está en medio de las suyas. Lo tercero es que hay escasos centímetros entre nuestro rostros. Y, por último, lo relajado que parece al estar dormido.

De esa forma se parece mucho más a Kairi que a Kenji. Es como si al dormir se quitase un par de años de encima.

Me fijo en que varios mechones tapan su frente y algunos incluso le rozan sutilmente el puente de la nariz, ocultando parcialmente sus cejas pobladas. Siento como me hormiguean la punta de los dedos ante la extraña necesidad de querer retirárselos. Tiene los labios entreabiertos, respirando con lentitud y no debería de estar mirando eso precisamente. Entonces me percato de lo larga que son sus pestañas en realidad, consiguiendo sombrear sus pómulos y como una de sus mejillas tiene un rastro irregular de algo de color blanco.

Tengo que morderme el labio inferior para no soltar la risotada que amenaza con escaparse al darme cuenta del desastre que hice ayer con la pasta de dientes.

«Esther, concéntrate».

Con muchísimo cuidado intento deshacer el abrazo en el que me tiene acorralada y mover una de sus piernas para liberar la mía. Al cabo de un par de segundos en total tensión, logro que uno de sus brazos esté junto a su costado y el otro termina por caer lánguido sobre el colchón a mis espaldas. Entonces, me enfoco en las piernas. Nos destapo a ambos, dejando a la vista su torso desnudo.

Nunca me había fijado en las pecas que tiene decorando parte de su clavícula y el lunar que tiene junto al ombligo. Tampoco había detallado con tanto esmero el dragón que tiene tatuado.

Siempre creí que era monocromático, pero en la parte superior de la clavícula donde se encuentra la cabeza me doy cuenta de que los ojos son de un rojo intenso que si no estuviese tan cerca pasaría desapercibido.

—¿Te gusta? —pregunta con voz somnolienta.

—¿Eh?

Aparto la mirada precipitadamente de él y la desvío a cualquier otro lugar de la habitación. Cualquier cosa es mejor que mirarlo a los ojos sabiendo que me ha pillado mirando su tatuaje con tanto ahínco.

—¿Sabes que te mueves mucho al dormir? —habla de nuevo, ignorando el hecho de que sigo parcialmente encima de él.

—Tú roncas —me defiendo.

—Que yo ronque no quita el hecho de que tú te mueves muchísimo.

Entrecierro los ojos en su dirección al entrever una sonrisa divertida en su cara.

—¿Qué quieres? ¿Qué te pida perdón? —pregunto, irritada.

—Bueno, hay muchas formas de disculparse con alguien —dice con aire pensativo. Se eleva un poco sobre sus brazos, acortando la escasa distancia entre nosotros que había logrado imponer—. No siempre tiene que ser verbal.

—Eres asqueroso —refuto, haciendo el amago de levantarme y marcharme de ahí.

Pero se queda en amago cuando con una velocidad a lo que yo solo aspiraría, rodea mi cadera y nos hace girar, acabando ahora yo debajo de él. Trago saliva en respuesta, aunque intento no demostrar lo intimidada que estoy en realidad en esta posición.

Una de sus piernas está en medio de las mías, obligándome a mantenerlas abiertas. Coloca las manos a cada lado de mi cabeza y, aunque podría acortar aún más la distancia entre nosotros, decide ser prudente.

—Apártate —siseo, molesta, elevándome sobre mis codos, acabando los dos a la misma altura.

—Apártame.

El muy idiota sonríe cuando suelto un bufido frustrado, pero no se mueve.

Sin tener todas conmigo apoyo mis manos sobre su pecho y lo empujo hacia atrás sin demasiada presión porque realmente no sé si quiero alejarlo o acercarlo más.

Él suelta una risa floja ante mi empujón, si es que se puede clasificar de esa manera y yo me cruzo de brazos, como si de alguna forma, así pudiese mantenerme protegida ante su presencia.

—Venga, Esther. Empújame con fuerza —se burla. Agarra una de mis manos y la apoya sobre su torso desnudo, manteniendo la suya encima de la mía. No despego los ojos de ahí y él tampoco, durante un par de segundos. Niega con la cabeza y quita su mano—. He visto portazos con mucha más energía.

—Te odio —mascullo entre dientes. Vuelvo a empujarlo, ahora con más fuerza, logrando que se tambalee ligeramente.

—Repítetelo las veces que necesites— responde él, acortando de nuevo la distancia entre los dos. Siento como el aire se atasca en mis pulmones y se me acelera el pulso. Hago el amago de apartar la mirada de él, pero Ryu se adelanta a mis movimientos y alza mi mentón, obligándome a mirarlo—. No te creo.

Le aparto la mano de un manotazo, molesta. Él rompe a reír ante el gesto.

—No necesito que me creas.

—Bien... —Sonríe de lado. Se pasa una mano por el pelo antes de dejarla de nuevo a escasos centímetros de mi cabeza. Soy cada vez más consciente de que partes de nuestros cuerpos se unen y cuáles no. Demasiado consciente del calor que emana—. Porque no lo hago.

Abro la boca para rebatir su lógica, pero al ver como deja de apoyarse sobre sus manos para pasar a hacerlo sobre sus antebrazos, acabando los dos peligrosamente cerca, la cierro de golpe.

No despego los ojos de cada uno de sus movimientos, fijándome en como se le marcan los músculos del brazo al flexionarlos y en las venas de los mismos que se ven más al estar en tensión.

Si acortase aún más la distancia entre los dos su pecho acabaría pegado al mío, y descubriría que, como temí ayer por la noche, no tengo sujetador. Nuestras narices se rozarían y una parte muy íntima suya acabaría en el punto exacto de la mía.

Siento el calor ascendiendo hasta llegar a mis mejillas tan solo con pensarlo.

Sin embargo, es el propio Ryu quien se encarga de interrumpir el hilo de mis pensamientos.

—Tú en el fondo tampoco —susurra, adquiriendo una ronquez extraña que solo le he escuchado un par de veces.

Ante mi silencio, amplía su sonrisa, observándome con malicia ante mi mutismo.

«No pienso darle esa satisfacción».

—¿Vas a callarte ya o necesitas inflarte un poco más el ego? —pregunto con retintín.

—Por algo me llamabas engreído, ¿no?

Gruño molesta ante su actitud y me remuevo con fuerza, intentándolo incomodar de alguna manera, pero solo consigo una carcajada floja en respuesta.

—Eres insoportable —bufo.

—Gracias.

Vuelvo a cruzarme de brazos y lo fulmino con la mirada. Él no se da por aludido y me observa igual de entretenido que antes.

«Lo odio».

—Y un pesado insufrible, y un chulo que piensa que todos quieren estar con él y un cabezota de mierda que siempre cree tener...

Ryu no me deja terminar cuando me tapa la boca ante un nuevo aporreo en la puerta. Él no parece arrepentido en absoluto y los dos nos mantenemos en silencio, en espera a que quien sea que esté al otro lado se marche o diga algo.

—Venga, holgazán —dice Helen al otro lado de la puerta—. Kairi quiere hacer una guerra de bolas de nieve contigo.

«¿N-Nieve?»

Ryu es capaz de leer la pregunta en mi mirada porque asiente con la cabeza a la misma vez que me pide que siga en silencio, aunque no quita la mano de mi boca.

—Voy ahora, mamá —grita de vuelta.

Los dos nos quedamos en silencio, en espera a escuchar a Helen alejándose.

Cuando sucede, le lamo la mano para que la quite de una vez de mi boca. Ryu hace una mueca de asco y se restriega su mano lamida contra el pantalón del pijama.

—¿Eso era necesario? —cuestiona entre asqueado y divertido.

—Sí, ahora muévete antes de que venga Kairi —lo aliento, volviéndolo a empujar, para que deje de estar encima de mí.

—¿Qué pasa con Kairi? —pregunta, enarcando ambas cejas.

Suspiro, frustrada y lo vuelvo a empujar.

—No quiero que nos vea así.

—¿Así cómo? —Sonríe de nuevo y la poca distancia que había conseguido al empujarlo, desaparece con un solo movimiento suyo—. Manteniendo una conversación, en mi opinión, muy interesante.

—Tu opinión, claramente.

Esta vez ya no mido mi fuerza y lo empujo con ganas, haciendo que Ryu caiga contra el colchón y yo acabe ahorcajadas encima de él. Intento no pensar demasiado en nuestra posición y me aparto de su lado, levantándome de la cama.

—Sabía que podías empujar con más fuerza —dice, a mis espaldas.

Abro la puerta con cuidado, vigilando que no haya nadie merodeando por el pasillo y miro una última por encima del hombro solo para regalarle un precioso corte de manga antes de salir. Su risa es lo único que se escucha en toda la planta de arriba. Decido dejar la puerta entreabierta para no enredar más.

No obstante, al mirar a mi derecha me encuentro con Nara en pijama agarrando un peluche de una tortuga, observándome con los ojos muy abiertos. Vacila la mirada un par de veces entre la puerta y yo.

Pongo el dedo índice sobre mis labios pidiéndole que guarde silencio.

Entonces la misma sonrisa traviesa que le vi hace un par de semanas la dibuja en su rostro antes de formar una línea recta con sus labios y pasar la mano sobre ellos como si se tratase de una cremallera. Mueve la mano un par de veces en la esquina de la izquierda y luego se acerca hasta la barandilla de las escaleras y abre la mano, tirando la «llave» lejos.

Le ofrezco una sonrisa cómplice en agradecimiento.

Ella se acerca de nuevo hasta donde estoy y estira su pequeña mano para que la entrelace con la mía.

* * *

Subrayo un nuevo párrafo que creo importante para el examen, aunque, en realidad, he subrayado casi más de media página. Dejo el rotulador a un lado, frustrada y miro de nuevo hacia el exterior.

Al estar la ventana de la habitación de cara a la calle, puedo observar a la perfección como en una noche la carretera que separa la casa de Saoirse y la mía se ha teñido por completo de blanco. Hay varios niños subiendo y bajando por ella, tanto a pie como en trineo, mientras que pequeños copos apenas perceptibles caen sobre sus cabezas.

Soy capaz de localizar a Helen con Nara en una pala de color roja. La primera va arrastrando la pala con la fuerza de sus piernas mientras que la segunda observa su alrededor emocionada.

Ryu y Kairi, por otro lado, son un poco más salvajes.

El hermano mayor alienta al pequeño a que lo imite y haga lo mismo que había estado haciendo él: coger carrerilla un par de metros del sitio donde piensa lanzarse en trineo, dejando la pala antes de caerse sobre ella y bajar la calle.

Los primeros intentos de Kairi no salen demasiado bien, pero no se da por vencido.

Aparto la mirada de ellos cuando siento que llevo mucho tiempo sin estudiar. Bajo la persiana un poco, para evitar distraerme y me vuelvo a sentar en el escritorio. Cojo el horrible subrayador y releo los párrafos subrayados sobre la Primera Guerra Mundial.

Paso la siguiente media hora así, subrayando, apuntando las palabras claves y terminando el esquema que había hecho hace una semana para el examen de mañana.

Entonces, mi salvación en forma de Mérida versión moderna aparece en mi habitación.

—¿Piensas pasar todo el día así? —pregunta, a mis espaldas.

—Tenemos examen mañana —digo, enseñándole el par de esquemas que tengo sobre el escritorio.

—Venga, Esther... —Se acerca hasta donde me encuentro y arrastra la silla lejos del escritorio, girándola para que acabe cara a cara con ella—. Hay que disfrutar de la nieve. Seguro que en Magala no nieva ni la mitad de lo que ha nevado aquí.

—Málaga —la corrijo.

—¿Eh?

—Es Málaga, no Magala.

Saoirse hace un gesto con la mano restándole importancia. Me obliga a levantarme de la silla, arrastrándome por la habitación hasta acabar frente al armario.

—Tecnicismos —suelta, mientras abre las puertas y comienza a mover las perchas de un lado al otro—. ¿Sudadera o jersey?

—Eres súper mala influencia.

—Corrección: soy súper buena amiga.

Gruño en respuesta, arrancándole una carcajada en respuesta.

Al final, no necesita hacerse demasiado de rogar para que yo acabe accediendo a salir y posponer los estudios para más tarde.

Además, según su padre, mañana lo más probable es que no fuésemos a clase porque tienen que limpiar todas las carreteras e, incluso teniendo las clases aclimatadas, no sería lo más seguro ya que realmente no están preparadas para tan bajas temperaturas.

Así que el horrible examen de historia acabaría posponiéndose para el martes, si no vuelve a nevar esta noche. Entonces, se sumaría otro día o lo haríamos on-line.

Cojo un paquete de galletas de la despensa y sigo a Saoirse a través del pasillo, guardándome el móvil en el vaquero antes de abrocharme el abrigo, subiéndome la cremallera hasta arriba. Veo que se pone de puntillas para alcanzar dos gorros del perchero antes de ver como el de lana oscura vuela en mi dirección.

No sé ni cómo lo hago, pero consigo cogerlo al vuelo.

—¿Una carrera? —pregunta, enarcando la ceja izquierda a la misma vez que gira el pomo.

—¿Carrera?

Sin embargo, no me responde la pregunta.

Directamente al abrir la puerta sale disparada hacia el exterior, lo más rápido que le permite la nieve. Como puedo, le sigo los pasos, sintiendo que peso el doble de lo normal entre las capas de ropa y que el suelo se hunde bajo mis pies.

No obstante, no me permito distraerme cuando capto por el rabillo del ojo que Saoirse se agacha y comienza a formar algo con la nieve. No sé por qué, pero acabo imitándola y cuando siento el impacto de una bola de nieve chocando contra mi espalda, tengo una ya preparada para devolvérsela.

Sonrío divertida al ver que Saoirse está distraída construyendo otra y con toda la fuerza que puedo la lanzo, apuntando contra su cabeza, aunque se desvía un poco y termina por darle en el hombro.

—¡Estaba con la guardia baja! —se queja, girándose sobre sí misma, mostrándome que tiene ya tres bolas de nieve preparadas—. Traidora.

—¡Tú has hecho lo mismo! —me defiendo, dando pasos hacia atrás, preparada para correr si la veo lanzar una nueva.

—Pero, pero... ¡da igual!

—¡Tramposa!

—¡Rastrera!

—¡Perdedora!

—¿Perdona? —cuestiona, indignada, apoyando una mano sobre su pecho con dramatismo.

—Perdonada. —Le saco la lengua y me giro, corriendo en dirección contraria a donde ella está.

La escucho gritar a mis espaldas mientras que yo sigo corriendo, alejándome de ella todo lo que puedo hasta encontrar algo con lo que protegerme para poder contratacar. En el proceso tengo que esquivar trineos, familias y niños correteando por alrededor, al igual que varios muñecos de nieve que ni siquiera sé de donde salen tantos.

No pueden ser más de las cinco, ¿en qué momento han hecho todo eso?

Al sentir la vibración de mi teléfono en el bolsillo me permito ralentizar mi carrera, pero no demasiado. Mientras que lo desbloqueo no dejo de echar ojeadas por encima del hombro, en busca de la furia pelirroja que tengo como amiga.

THAIS:

¿Qué tal de niñera? ¿Has quemado la cocina?

ESTHER:

Casi jeje.

Te llamo luego.

Ahora mismo estoy huyendo de una loca que me está amenazando a muerte con bolas de nieve.

Aunque corriendo no he escrito todo lo bien que podría y hay números en lugar de letras en algunas palabras, pero Thais es capaz de entenderme.

THAIS:

Vale jajaja.

Pásatelo bien y saluda a Saoirse de mi parte.

Estoy a punto de responderle que ella también se lo pase bien cuando siento el peso de alguien sobre mí junto al grito:

—¡Por Narnia! —vocifera junto a mi oído.

Al bajar la mirada me encuentro con Nara sonrojada, observándome divertida ante mi sorpresa. Intento mantenerme seria, pero cuando la pequeña parece sonrojarse incluso más por la vergüenza, supongo, no soy capaz de contener mucho más la carcajada.

—¿Me acabas de traicionar? —le pregunto, entrecerrando los ojos.

—Saoirse me dijo que me regalaría una chocolatina.

—¿Me has traicionado por chocolate?

—Perdón —susurra, arrepentida—. Prometo que la compartiré contigo.

Estoy a punto de decir algo cuando una bola de nieve impacta directamente contra mi rostro.

Nara se baja de mi espalda y corretea en dirección a su madre mientras que yo busco con la mirada a Saoirse, con la sed de venganza bullendo dentro de mí cuando al seguir, según mi suposición, por donde provenía la bola me encuentro a Ryu, apoyado sobre un roble, enarcando una ceja.

Le hago el corte de manga y me retiro los restos de nieve que todavía quedan sobre mis mejillas.

—¡No te enfades, Esther! —vocifera a mis espaldas. Lo ignoro y sigo caminando—. ¡Esther!

Hago como que no lo estoy escuchando y continúo andando, oyendo a la perfección como él empieza a acercarse a mí gracias al sonido de sus pisadas en la nieve. Al cabo de un metro, paro mis andares y espero a que Ryu me alcance.

Al escucharlo a mis espaldas, sonrío victoriosa.

Antes de que él sea capaz de evitarlo, me giro sobre mí misma y estampo mi pequeña bola de nieve contra su cara. Al ver como parpadea sorprendido no soy capaz de acallar la carcajada que se me escapa.

Ryu bufa algo en irlandés y restriega la mano enguantada contra su cara, quitándose la nieve de encima.

—¿Empate? —pregunto con inocencia.

Durante un par de segundos no dice nada.

Se limita a mirarme inexpresivo. Trago saliva, nerviosa, comenzando a temer que la broma haya resultado más pesada de la cuenta y esté enfadado o molesto conmigo, aunque él hace unos segundos me haya hecho lo mismo.

No aparto los ojos de él, todavía esperando a algo.

Lo que sea.

Me da igual.

Cualquier cosa es mejor que esto.

—¿Puedes decir algo? —cuestiono, interrumpiendo el silencio en el que nos había sumido.

No dice nada.

No hace nada.

Solo... me mira.

—¿En serio? —pregunto, irritada. Al igual que antes no hace nada—. ¿Sabes qué? Paso.

Le doy la espalda para marcharme cuando me estampan una nueva bola de nieve, aunque esta vez en la cabeza. Me acaricio la frente al sentir el hielo derretido recorriendo mi cara y miro a Ryu por encima del hombro, enarcando una ceja y sonriendo con picardía.

Al apartar la mirada de él me encuentro a Saoirse al lado de Ryu, también sonriendo.

—Empate —dice Ryu, haciendo que centre mi atención en él.

Bufo, incrédula y asiento con la cabeza, asumiendo mi derrota... más o menos.

Me acerco a Saoirse, que sigue sonriendo victoriosa ante la batalla de bolas de nieve ganada y la abrazo. Cuando ella me estrecha con fuerza, es mi señal para separar un poco la ropa de su cuerpo y colar hielo a través del espacio que he creado en la zona de su nuca.

En cuanto el hielo entra en contacto con su piel desnuda, Saoirse se retuerce entre mis brazos.

En un rápido movimiento me separo de ella y me acerco lo antes posible a Ryu para hacerle lo mismo.

Pero el muy idiota me ve venir incluso antes de que pueda dar un solo paso. Se agacha, rodeándome por detrás de las rodillas y me alza hasta acabar boca abajo sobre su hombro.

—¡¿Qué haces?! —chillo con voz aguda.

—Pide perdón —suelta tan tranquilo.

«¿Quién cojones se cree?»

—Bájame —siseo.

—Pide perdón —repite.

—¡Bájame, Ryu!

—¿Estás sorda o...?

Pero no le dejo terminar y empiezo a golpearle la espalda y a retorcerme sobre su hombro para que me suelte.

Sin embargo, lo único que recibo en respuesta es que me mueva para que acabe incluso más cerca del suelo, gritando ante la inminente caída.

—¡¿Pero a ti qué te pasa?!

—Me vas a dejar sin oído, Esther.

—¡Me da igual!

—A mí no. Deja de gritar.

—Lo haré si me bajas —bufo, molesta.

Ryu suelta una risa suave haciendo que su pecho vibre bajo mis muslos y que sus hombros se sacudan bajo mi estómago, provocando que su estúpida risa reverbere en sitios que ni siquiera sabía que existían.

—Pide perdón y te bajaré.

—No —suelto, dándole un nuevo golpe en la espalda.

—Pues no te bajo.

—Pues genial.

—Espléndido.

—Maravilloso.

—Inmadura —dice en medio de una nueva carcajada.

—Gilipollas.

—Prefiero engreído, si se me permite opinar.

Por el tono de su voz sé que está sonriendo el muy idiota.

—Me importa una mierda tu opinión.

Al elevar un momento la mirada del suelo me encuentro con Saoirse a escasos metros de nosotros, siguiéndonos.

—Dile que me baje —le pido.

Sonríe en respuesta.

—Ryu, bájala, venga.

Lo escucho bufar algo a mis espaldas.

Estoy a punto de soltar otra queja, pero al ver como se agacha para que me pueda bajar no lo hago. Le muestro una sonrisa de boca cerrada y el dedo corazón antes de apartarme de su lado y caminar hacia Saoirse, a la que también le enseño el dedo corazón.

Mi mejor amiga abre mucho los ojos en respuesta y suelta una risotada que solo consigue irritarme más.

—¿Te has enfadado? —pregunta, incrédula.

No le respondo y sigo caminando.

—¿En serio?

Sigo sin decir nada.

Esther —me llama, alargando dramáticamente mi nombre.

Sin embargo, el sonido de una llamada entrante nos distrae a ambas. Rebusco en el bolsillo del abrigo y saco mi teléfono, encontrándome con la videollamada entrante que está haciendo mamá.

A pesar de que ahora mismo no estoy del mejor humor, descuelgo y sonrío.

—¡Mi niña! —grita mamá, a modo de saludo.

—Hola, mamá.

Veo que acerca el teléfono a su cara y entrecierra los ojos a la pantalla, evaluándome.

—¿Por qué estás mojada? —pregunta, con el mismo tonito que pone la abuela. Es como si diesen por hecho todo lo malo que puedes llegar a hacer antes de que seas capaz de responder.

—Estábamos jugando a una guerra de bolas de nieve.

—Y su hija ha perdido, señora Guerrero —añade a mis espaldas Saoirse en español.

—¿Esa es la hija de Sebas? —pregunta mamá en inglés, con la emoción colándose en su voz.

—La misma e inigualable —responde mi mejor amiga.

Siento como me rodea por los hombros, apoyando la cabeza en el derecho. Mi madre vuelve a hacer el mismo movimiento de acercarse el teléfono a la cara para ver mejor a Saoirse, supongo, provocando que esta sonría ante el gesto.

—No puedes negar que eres hija de tu padre —bromea mamá, después de observarla detalladamente—. Y llámame Inma.

—Me lo dicen mucho. Salvo por los ojos azules, soy una copia idéntica de mi padre.

—Y por tu forma de ser —añado yo.

—¿Quién es peor, Sebas o Saoirse? —pregunta mamá, entretenida con nuestra batallita de miradas.

—Sebas siempre será peor —dice una voz grave a nuestras espaldas.

Tanto Saoirse como yo nos giramos, encontrándonos a Kenji acercándose a nosotras con Nara colgada de su cadera. Alejo un poco más el teléfono de nosotras para que mamá también sea capaz de ver a los nuevos integrantes de la conversación.

—¡Madre mía! ¡Cuánto ha crecido! —grita, mirando directamente hacia Nara—. ¿Cuántos añitos tienes, cielo?

A diferencia de la mayoría de los niños de su edad que se suelen mostrar más tímidos con desconocidos, Nara le sonríe y estira cuatro de sus cincos dedos.

Mamá sonríe divertida y abre mucho los ojos, falsamente sorprendida, como solía hacer con los mellizos cuando eran más pequeños.

—¡Qué mayor!

—¿Ves, papá? —Le señala Nara a Kenji mi teléfono—. ¡Soy mayor!

Los cuatro rompemos a reír ante el gritito entusiasmado mientras que ella nos observa confundida.

Al cabo de un rato charlando, Nara termina por aburrirse de tanta cháchara y arrastra a Kenji hacia la pala roja que le vi hace unas horas.

Saoirse y yo, por otro lado, ponemos a mamá al día de todos los acontecimientos —apropiados que una madre puede escuchar— y los planes futuros que tenemos.

Aunque los últimos son más planes que organiza Saoirse y a los que terminaré siendo arrastrada porque soy incapaz de decirle que no, aunque incluso si pudiese, ella no me dejaría.

Cuando cuelgo con mamá, apenas queda gente en la calle y ni siquiera necesito mirar la hora en el móvil para saber que son las seis pasadas y la mayoría debe de estar preparándose para cenar.

Saoirse me hace el corte de manga como puede con los guantes antes de caminar hacia su casa y yo hago lo mismo hacia la mía.

Subo con cuidado los escalones que, incluso después de que Helen quitase toda la nieve de encima, siguen resbalando.

Estoy tan enfocada en no desnucarme si me resbalo que no me percato de que hay alguien más en la puerta hasta que no lo tengo en mis narices.

Literalmente.

—Ha sido divertido, ¿verdad? —comenta, divertido.

Lo miro mal y le doy varios golpecitos en el pecho, irritada.

—Te la devolveré —lo amenazo.

Forma una línea recta con sus labios, y sé que está conteniendo la sonrisa que amenaza con surcar su rostro, aunque el brillo divertido de su mirada lo delata.

—Estaré preparado, entonces.

Entrecierro los ojos y Ryu aprieta aún más los labios en respuesta. Paso por delante de él y camino hacia el pasillo, sintiendo su mirada clavada en mi nuca.

Cuando estoy a punto de cruzar la puerta que conduce al estrecho pasillo de mi habitación, la escucho.

Su estúpida risa.

La misma que soltó la primera noche que nos conocimos.

No esa risa sarcástica o impertinente que siempre me ofrece en medio de nuestras discusiones y batallitas, sino esa que soltó el otro día en el coche cuando lo golpeé o cuando le dije que no podía imitarme.

Y, al igual que la primera vez, inevitablemente la repito en mi cabeza una y otra vez.

REDES SOCIALES:

@Teguisedcg

N/A: Hola, hola... tenía muchas ganas de estar de vuelta por aquí. Lo creais o no, actualizar cada dos semanas a mí tampoco me gusta, pero es eso o estresarme cada cierto tiempo y tampoco quiero eso.

Además, que con los adelantos que os doy por telegram creo que compensar un poco, al menos, la espera. 😏✨

Y bueno, ¿habéis visto alguna vez una nevada?

Yo llevo desde pequeña viéndola y me emociono igual que la primera vez. Es cierto que ya no suelo ir a la zona de trineos sino a la zona de esquí o de snow, pero igualmente en la nieve tengo recuerdos increíbles al igual de traumáticos.

Aunque esas "anécdotas" ya las leeréis cuando dentro de un tiempo (largo) conozcáis a Ivy... que, por cierto, salió en "Tres amores y medio". 🌚

Solo os voy a decir que ella e Iván tuvieron un primer contacto bastante brusco... que desencadenó una primera caída, que luego provocaría una seguna un poco más interesante *guiño guiño*.

Y, bueno... ya me ha quedado claro que queréis el capítulo ocho desde la perspectiva de Ryu, peeeeeero me sorprendió ver que nadie quería leer la ducha de agua fría y la pelea por el agua caliente desde su perspectiva. 🔥🔥🔥

Pero no os preocupéis, yo si me he acordado, aunque para los 200K, que queda bastante poco, he pensado más bien en una charla mañanera y un post-it amarillo.

Nos leemos dentro de dos viernes, inmaduras 🧡

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