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Capítulo Diecisiete

Capítulo dedicado a arantxaBe tu necesidad por contraer matrimonio con Ryu va a tener una serie de obstáculos, pero el principal y más importante es, ejem, Javi... eh, quiero decir Esther jeje 🌚

Felicidades adelantadas a !

ALERTA: Este capítulo trata un tema sensible que pueda incomodar a ciertas personas, lo estás leyendo bajo tu propia responsabilidad y, aunque no es explícito, puede causar una sensación de angustia. <3

(Canción: All My Friends de Snakehips )

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Una semana.

Llevaba una semana ignorándolos.

Siete días enteros donde había intentando evitar cruzarme con cierta persona por casa y había terminado con Kieran estudiando en la biblioteca cada día, o aprovechaba para sacar Boots justo en el momento en él que solía llegar, o me iba a «dormir» cuando él se acercaba ese día a cenar.

Aunque ni el jueves ni hoy ha aparecido.

También sé que está raro, o al menos eso me ha dicho Saoirse por mensajes a lo largo de la semana.

Y, aún así, llevar una semana ignorándolo no ha servido para nada.

Estoy segura de que una segunda tampoco marcaría la diferencia.

Ni siquiera un mes.

Pero... ¡joder! Ojalá sí lo hiciera.

Porque si no lo hiciese, ahora mismo no tendría que estar haciendo esta llamada.

Cuando escucho el primer bip, cuelgo en control remoto, por culpa del miedo. Lanzo el móvil al otro lado de la cama y oculto la cara contra un cojín antes de gritar frustrada.

Podría dejarlo estar.

Podría esperar.

Podría... alargar lo inevitable.

Porque es lo que es...

Inevitable.

Suelto un suspiro y cierro los ojos con fuerza antes de coger aire y soltarlo con lentitud, armándome del poquito valor que tengo. Alargo el brazo y agarro el móvil, antes de volver a marcar su teléfono. Entonces, cuando suena de nuevo el primer bip, me obligo a esperar al segundo y al tercero, con el corazón latiendome embravecido, sintiendo que en cualquier momento se me puede salir del pecho.

Cuando creo que la llamada va a saltar como perdida, escucho su voz.

—¿Esther? —cuestiona Thais, sin disimular la confusión.

La entiendo.

No hace más de media hora que colgamos, después de habernos contado nuestra semana, habernos puesto al día mutuamente de la vida de la otra... y decirnos «te quiero» con la misma normalidad de siempre. A pesar de que hoy, ni ayer, ni desde hace una semana nada relacionado con lo nuestro me parece normal.

Suspiro y vuelvo a cerrar los ojos. No los abro ni siquiera al hablar.

—Estoy confundida —susurro, mordiéndome el labio inferior.

Mentiría si no dijese que me gustaría que el susurro hubiese sido tan flojo que no lo haya podido escuchar, pero es como pedir que llueva en medio del desierto. Imposible.

—¿Te gusta? —cuestiona al cabo de unos instantes en silencio.

Parpadeo un par de veces, sorprendida ante la pregunta.

—¿Eh?

—¿Te gusta Ryu, Esther? —pregunta con una suavidad que no espero.

Estoy a punto de responderle que no, pero me detengo a tiempo.

Lo último que se merece es que le mienta de esa forma, aunque yo todavía no tenga muy claro que siento exactamente por él.

—-Yo... es que, yo... a mí... no lo sé —suelto en un suspiro—. Lo siento mucho, Thais.

Me quedo en silencio en espera de su reacción.

En la media hora que he tardado en llamarla de vuelta, me he mentalizado para cada una de sus posibles reacciones. Desde que se ponga a llorar y me recrimine cosas de nuestra relación a que me grite, insulte antes de colgar la llamada. También la posibilidad de que eche en cara que ya me lo advirtió.

Por eso mismo, lo último que espero oír es lo calmada que suena.

—No te preocupes —responde, aunque intenta no sonar dolida, la conozco demasiado bien. Por eso solo necesito escuchar el pequeño sorbo por la nariz para saber que estará llorando y está intentando que no lo note, y no sé por qué, pero eso hace que todo esto sea incluso más duro. Y que yo me sienta aún peor—. Siempre tuve la certeza de que algo pasaría entre nosotras. Sin importar si era de parte mía o de parte tuya.

Me sienta como una patada en el estómago.

Se me salta una lágrima al oír que vuelve a sorber por la nariz y yo decido tumbarme, respirar hondo y contar hasta tres, porque sino sé que romperé a llorar, a pesar de que soy yo quien está rompiendo con ella y no al revés.

—Thais... yo... —Pero me silencio a tiempo, cuando se me está a punto de escapar un sollozo,

Trago saliva y me paso una mano por debajo de los ojos, notándome las mejillas húmedas por las lágrimas silenciosas que las recorren.

Ninguna de las dos dice nada.

El silencio se asienta en nuestra conversación y lo único que escucho al otro lado de la línea es su respiración suave y los sorbos por la nariz.

—Esto es el fin, ¿no? —pregunto yo, como si la respuesta que ella me diese pudiera cambiar algo.

Thais suspira y la escucho moverse por la habitación.

Conociéndola, se habrá encendido alguna vela que tendría repartida y apagaría las luces.

A Thais nunca le ha gustado llorar delante de nadie. Ni siquiera de ella misma. Fue algo que me costó entender, pero que terminé de comprender a lo largo de nuestra amistad y después en nuestra relación.

Aunque ese hermetismo que siempre la caracterizaba hizo más mal que bien cuando se trataba de nosotras.

—Creo que es lo mejor, Esther —responde con una calma que ni fingiéndola, sería capaz de transmitir—. Si estás empezando a sentir algo por él, me alegro que te hayas sincerado conmigo.

Asiento con la cabeza a la nada, dándome cuenta de que ya está hecho. Que no hay vuelta atrás.

Y que, a partir de ahora, nada va a ser lo mismo.

—Te quiero —murmuro, oyendo que se me rompe la voz al terminar.

No sé por qué me decepciono tanto cuando lo único que recibo en respuesta es el bip que me anuncia que han colgado la llamada. Al alejar el móvil de la oreja, se bloquea automáticamente la pantalla y me encuentro con la última foto que necesitaba. En ella salimos Thais y yo, en mi diecisiete cumpleaños.

Es de las pocas fotografías donde salgo yo y no la estoy haciendo.

Tenemos varias serpentinas sobre nuestras cabezas, que conjuntan con el fondo de cortinas plateadas que María, Mónica y Marta compraron en una tienda del centro. Visto uno de los pocos vestidos que tengo que no sea de color negro y llevo una corona de princesita, muy parecida a la que siempre lleva Nara, en la cabeza. Thais, por otro lado, tiene el pelo trenzado, que le llega hasta por encima del culo, entubada en un mono de color blanco que resalta a la perfección su tez oscura.

Antes de pensar dos veces lo que estoy haciendo, me meto en ajustes y borro la imagen de mi fondo de bloqueo y otra de todo mi grupo de amigos que tenía de fondo de pantalla, quedándose mi teléfono con un triste fondo negro, encontrándome con mi reflejo en consecuencia.

Me fijo en que tengo los ojos hinchados de llorar y la nariz roja por habérmela frotado tanto con la manga de la sudadera. Con el móvil en una mano, me retiro el rastro de lágrimas de la cara e intento fingir una sonrisa que expresa de todo menos felicidad. Repito el proceso varias veces, pero cuando el resultado acaba siendo el mismo, desisto.

No me molesto en mirar si tengo mensajes nuevos o alguna llamada, directamente apago el móvil. Lo dejo sobre la cómoda y giro el palo de las persianas hasta que las cierro del todo, aunque la luz sigue colándose en la habitación, al menos no lo hace tanto como antes. Me recojo el pelo en una coleta y apago las luces.

Sin importar que no sean más de las tres de la tarde, me meto en la cama y me arropo hasta la coronilla. Entonces ahí, sola, en medio de oscuridad —a medias— de mi habitación, me permito llorar todo lo que no soy capaz de expresar con palabras. De soltar a través del llanto el peso que se asienta con fuerza sobre mi pecho.

No dejo de llorar hasta que el cansancio termina por tomar el control y sucumbo al sueño.


* * *


Siempre había visto lo mal que lo pasaban mis amigos cuando la persona que les gustaba los rechazaba o les rompían el corazón.

Viví en primera persona las noches frustradas de mi hermano mayor por todas las idas y venidas que había sufrido con su exnovia.

Pero ellos eran los afectados, no los que infligían dichas situaciones. A los segundo, por otro lado, siempre se les veía bien. Retomaban sus vidas como si nada e incluso salían con alguien nuevo en escasos días como si la relación de años que habían tenido anteriormente no hubiera existido nunca.

Sin embargo, ahora todo eso me parece un mito.

Yo había sido la persona que decidió ponerle fin a nuestra relación.

Yo había sido la que ya no sentía lo mismo por Thais.

Había sido yo y no ella, y aún así había pasado una semana entera encerrada en mi habitación sin querer saber nada de nadie. No me había molestado ni en encender el teléfono. Sabía que mamá había hablado varias veces con Helen, sobre todo los primeros días cuando no le había cogido las llamadas y sin necesidad de decirle nada, había entendido a la perfección la situación.

Le había bastado con un «Estoy bien» que ni me molesté en hacer sonar convincente, ¿para qué?

Aunque eso no me libró de una larga charla sobre lo preocupada que había estado y que la próxima vez le mandase un mensaje estilo: «Te voy a ignorar el resto de la semana, estoy viva. Te quiero» y ella me daría todo el espacio que necesitase.

Papá, por otro lado, no se lo tomó tan bien. Así que al igual que el resto de los otros días, lo tengo hablando conmigo a través del teléfono fijo.

—¿Qué has comido? —pregunta a modo de saludo.

Hay tres preguntas reglamentarias que siempre hace: qué he comido, si he dormido bien y qué pienso hacer hoy, seguido de un «Sé que no quieres hablar del tema, pero nos tienes preocupados, Esther».

—He ayudado a Helen a preparar una lasaña vegetariana.

—¿Sabes que es la favorita de tu madre? —cuestiona él, manteniendo su tono alegre a pesar de la monotonía de mi voz.

—Pensaba que era la pizza hawaiana.

—También —suelta, burlón y no necesito verlo para saber que está sonriendo.

—Pues estaba muy buena... a lo mejor la hago alguna vez en casa cuando vuelva.

—Iván tiene la receta de su abuela por ahí perdida, siempre se la puedes pedir —me aconseja.

Se me forma una pequeña sonrisa al pensar en el desastre de mi tío Iván intentando seguir una receta. Digo intentando, porque todos en casa sabemos que lo máximo que seguirá con suerte es la temperatura del horno e incluso en eso hace de las suyas para que no sea como lo dicta la receta.

—¿Y hoy qué piensas hacer? —pregunta, cuando el silencio se prolonga demasiado.

—Lo de siempre.

—Ah, ¿sí? —responde, sorprendido.

«¿Por qué?», me gustaría preguntarle, pero me muerdo la lengua.

—Sí, ya sabes... sacar a Boots, comer galletas e irme a dormir.

—Suena... interesante.

—Gracias por disimular, papá —ironizo.

—¿Qué? Entiendo tu proceso de luto y comprendo que decidas encerrarte en ti misma y te lamas las heridas por tu cuenta. Respeto que necesites tiempo, aunque no sepa por qué. Tanto tu madre como yo lo hacemos —dice con suavidad.

Yo siento como me escuecen los ojos por las ganas que tengo de ponerme a llorar al igual que una niña pequeña, en espera a que el padre la oiga y corra a abrazarla, pero me detengo.

Porque ni soy una niña, ni mi padre puede venir corriendo a abrazarme.

—Pero también estamos preocupados, Esther. Eres joven, estás en un país extranjero, tienes, hasta donde tengo entendido, un grupo de amigos que te hacen sentir cómoda y hasta hace dos semanas, Irlanda te había cambiado la vida. No dejes que nada ni nadie te arrebate eso. No le des ese poder.

Hago un ruidito de asentimiento, para que sepa que lo he escuchado, pero no me atrevo a hablar por miedo a terminar de derrumbarme por completo. Él parece que me lee la mente, porque decide no preguntarme nada más y yo se lo agradezco profundamente, aunque no se lo haga saber.

—Ahora disfruta, ¿vale?

—Vaaaaaale.

Lo escucho reír.

—Te quiero, niñata.

—Yo también, papá —susurro, antes de colgar.

Aprovecho para mirar los mensajes que tengo pendientes, que resultan ser los de Saoirse, que no ha dejado de enviarme mensajes desde hace una hora.

En lugar de meterlo todo en una frase, ha ido mandando un mensaje por palabra.

MÉRIDA IRLANDESA:

Hay

Una

Fiesta

Universitaria

Te

Recojo

A

Las

19:00

No acepto un no por respuesta, Esther.

Te quiero, idiota.

«Yo no estaría tan segura», pienso para mí misma antes de escribirle una excusa y darle a enviar.


* * *


Al final, como ocurría siempre, Saoirse había conseguido convencerme a que viniese. Con la diferencia de que, esta vez, aceptaba venir bajo mis condiciones, bueno, en realidad solo una: si me quería ir, nos marchábamos juntas.

Ella aceptó, así que aquí estoy ahora.

Miro a mi alrededor, porque sorprendentemente, esta vez no es la casa de Jason, aunque tiene un estilo muy similar. Grande, moderna, ostentosa y hasta arriba de gente. Sé que los gemelos y Javi llevan ya un buen rato junto a Pheebs. Con ella hablamos de camino. No me pasa desapercibido el hecho de que nadie ha hecho mención de Ryu.

En otro momento me extrañaría.

Pero ahora mismo con el caos mental que tengo, casi que lo prefiero.

La música electrónica truena con fuerza. Siento como el corazón se acompasa al ritmo acelerado del tempo y, a pesar de no estar humor, algo dentro de mi cuerpo me pide moverme. Así que, inconscientemente, muevo la cabeza al ritmo de la canción mientras que nos adentramos al salón.

Las luces neón nos dan de lleno, cuando apuntan en nuestra dirección, aunque no tardan en desviarse hasta la otra punta del salón. Localizo como puedo en medio de la oscuridad dos grandes altavoces, colocados en cada punta del lugar. Todo el mundo se arremolina en el centro del salón. Hay alguno por ahí desperdigado, lejos de la locura que hay montada en todo el medio, como nuestro grupo de amigos.

Pheebs es la primera en vernos y comienza a pegar pequeños saltos y mover los brazos de un lado a otro para que los veamos. La imito, para que sepa que ya la he visto y arrastro a Saoirse a través del pasillo, abriéndonos paso a base de codazos y empujones.

Intento no pensar demasiado en la sensación asfixiante que me embarga al darme cuenta de que es mucha más gente de la que pensaba.

—¡Pensaba que no venías! —grita Kieran a modo de saludo.

Antes de que sea capaz de responder, alarga el brazo rodeando el mío y me arrastra hasta él para poder abrazarme. Suelto una risita incrédula, pero agradezco profundamente el gesto.

Mucho más de lo que él alguna vez puede pensar.

Lo estrecho con fuerza y cierro los ojos.

—¿Has bebido ya, Esther? —pregunta con burla.

—Vete a la mierda, ¿quieres? —murmuro contra su pecho.

—La tengo, literalmente, abrazada a mí.

Gruño en respuesta y nos obligo a separarnos, no sin antes darle un codazo en el estómago. Kieran, obviamente, dramatiza el golpe y se retuerce en respuesta. Lo ignoro y me acerco a Kai y a Pheebs para abrazarlos también. Con Javi dudo por un momento, pero es él quien da el paso me abraza y yo no tardo en corresponderle el gesto.

—Me alegra ver que estás viva —susurra, antes de que nos separemos.

—¿Está?

Ni siquiera necesito decir a quién me refiero para que Javi me entienda. Se limita a asentir con la cabeza y yo le sonrío de forma tímida y vuelvo al lado de Kieran, que no tarda en rodearme los hombros.

—¿Qué te apetece beber hoy, cariño?

—Lo más fuerte que haya —respondo con decisión.

Sé que el alcohol no es la solución. Que, en realidad, me va a traer más problemas que soluciones, pero ahora mismo necesito sentirme algo más que una mierda.

Dejamos al resto del grupo atrás y Kieran y yo nos adentramos a la cocina. Abro mucho los ojos al ver la cantidad de botellas que hay esparcidas por la encimera. Me acerco a la bebida más familiar que termina siendo el ron. Cojo la botella, un vaso de plástico y lo lleno más de la mitad, consciente de que con dos vasos de estos, acabaré como una cuba.

Alcanzo el refresco y lo vierto hasta el límite bajo la atenta mirada de Kieran, que silba cuando doy un trago largo que siendo capaz de terminar casi la mitad de la bebida.

—Ve con calma, no queremos aventuras al hospital —me aconseja, codeándome antes de rellenarse él su vaso.

Aunque sé que tiene razón, el estado adormilado que me invade en cuestión de segundos me anima a hacer todo lo contrario y antes de que Kieran sea capaz de darle un trago a su bebida, yo ya me he terminado la mía y estoy rellenando el vaso.

—¿Tenemos ganas de perder la consciencia hoy?

—Olvidar cosas sería mejor definición —murmuro con el vaso pegado a la boca.

—El alcohol nunca es la solución —responde con sorprendentemente seriedad.

Enarco ambas cejas al escucharlo, al darme cuenta del tono sombrío con el que habla, pero tras el primer vaso, mi cerebro tampoco es capaz de analizar demasiado bien lo que eso puede significar y termino por encogerme de hombros y darle un nuevo trago a mi bebida.

—No es la solución, pero es una manera de encontrarla —finalizo, terminándome el segundo vaso y dejándolo de malas formas sobre la encimera.

Kieran hace el amago de decir algo más, pero al tirar de él hacia a mí, se calla.

—No quiero charlas, solo pasármelo bien —le pido, haciendo un puchero.

—Pues vamos a pasarlo bien, ¿no?

Asiento con la cabeza, sonriendo y esta vez soy yo quien nos arrastra a través de la marea de gente, aunque con una idea diferente en mi cabeza.

Sin necesidad de mirar en su dirección, soy capaz de sentir la confusión de Kieran cuando en lugar de ir hacia nuestro grupo de amigos, zigzagueo a través de los cuerpos danzantes hasta que llego a la zona de la música donde hay un ordenador que está conectado a los altavoces.

—¿Qué haces? —sisea Kieran, al ver que me agacho como puedo junto al ordenador.

Sin medir muy bien la distancia con el suelo, termino cayendo en un golpe seco junto al mueble, pero apenas siento el dolor por el impacto. Tengo la cabeza enfocada en otra cosa. Tecleo el título de dos canciones y las añado a la cola antes de levantarme, con ayuda de Kieran, del suelo.

Ahora es él quien nos abre camino hasta llegar a nuestro grupo de amigos.

—Ya pensaba que os ibais a bailar sin nosotros —nos recrimina Saoirse, con voz más chillona de lo normal.

Solo con eso sé que ya va bastante contentilla.

—He ido al ordenador para elegir una canción —explico, soltando una risita divertida ante la perspectiva de lo que va a pasar cuando termine la canción que está sonando ahora mismo.

—Me das miedo —bromea Javi.

—A ti te va a encantar, te lo puedo asegurar.

—Ah, ¿sí? ¿Y eso por...?

Pero antes de que pueda terminar la pregunta, dos acordes muy característicos de la canción son capaces de silenciarlo. Entonces abre mucho los ojos y sonríe abiertamente, de una forma que nunca le había visto antes.

—¡No! —chilla, incrédulo mientras la primera estrofa de la canción invade el salón.

—¡Sí!

Suelto una risotada nerviosa, al ver las caras confusas de nuestros amigos. Estoy a punto de explicarme, pero Javi alarga un brazo en mi dirección y me obliga a dar una vuelta sobre mí misma. Con eso, y siendo conscientes de que solo nosotros dos sabemos la canción, empezamos a bailar con una energía que en ninguna fiesta había sentido.

—¡La mano arriba! —vocifera él, mientras yo lo obligo a dar una vuelta.

—¡Cintura sola!

Kieran y Saoirse no tardan en unirse a nuestros gritos, cantando la canción como pueden mientras pegan saltos a nuestro alrededor.

—¡No te canses ahora, que esto solo empieza!

No sé si sería por el alcohol, o por el hecho de que Javi siempre me había transmitido esa sensación de que podía hacer el tonto a su lado sin apenas conocerlo, y que sin importar dónde, cómo y cuándo es capaz de seguirte el rollo y hacer el tonto a tu lado sin importarle nada más o si era porque llevaba tanto tiempo sin escuchar, exceptuando las veces que hablaba con mis padres, español y que esta canción había conseguido transportarme de vuelta a casa.

A las noches de playa, cartas y canciones cantadas a todo pulmón, o las horas eternas encerrados en el sótano de Marta de conciertos improvisados que siempre tenían carcajadas aseguradas.

No lo sé.

Lo único que sé, es que desde hace dos semanas sentía que no encajaba en ningún sitio, y ahora mismo, parece que todo vuelve a encajar.

—¡No entiendo nada, pero me encanta! —chilla a mi lado Saoirse, saltando junto a Javi y a mí.

—¡Ahora viene la mejor!

—¿Hay otra? —cuestiona Javi a gritos.

—¡Una clásica!

—¡No!

—¡Sí!

Y antes de que ninguno de los dos pueda decir algo más, intercambiamos una mirada divertida.

—¡Tumbado en mi cama apenas puedo verte!

—¡He bebido demasiado apenas puedo sostenerme! —chillo de vuelta.

Siento que se me pega el pelo a la nuca por culpa del calor y el sudor, pero ahora mismo estoy demasiado emocionada para darle importancia. Debo de tener las mejillas rojas y la línea del ojo corrida, porque no sé cuantas veces me habré tocado la cara sin querer al intentar retirarme el pelo de la cara. Javi tiene un aspecto similar. Se ha arremangado la camisa y se la ha abierto casi por completo sin darse cuenta, aunque no parece importarle.

Cuando la canción finaliza, frenamos los dos de saltar de golpe en medio de un suspiro. Me apoyo en él, sin dejar de reírme y escucho como retrocede un par de pasos, aunque no se detiene hasta que nos chocamos contra la pared.

Cierro los ojos, sin dejar de sonreír, intentando acompasar mi respiración.

—No sabía que tenías tanta marcha —confiesa Javi, al cabo de unos segundo en silencio.

—Solo cuando hay buena música.

Él se ríe abiertamente ante mi respuesta y me da un pequeño golpe en el hombro. Abro los ojos, encontrándome con que me está mirando de vuelta.

—¿Estás muy cansada para una segunda ronda? —pregunta él, con diversión.

—Creo que voy a alargar mi tiempo muerto —bromeo, señalando la pista de baile, donde solo veo a Pheebs y a Saoirse juntas. No hay rastro de Kai y Kieran está bailando con una chica que creo que me suena, pero no estoy demasiado segura—. Ve.

—¿Segura? No quiero dejarte sola aquí.

—Estaré bien —respondo, sonriéndole.

—No sé yo... —empieza a decir, pero al mirar por encima de mi cabeza, parece cambiar de opinión—. ¿Sabes qué? Sí, estarás bien.

Frunzo el ceño sin entender nada y miro por encima del hombro, en busca de lo que sea que ha sido capaz de hacerle cambiar de opinión cuando me encuentro con él, acercándose a mí, sin dejar de mirarme.

Trago saliva e intento enderezarme en mi sitio, pero no mido demasiado bien mis movimientos y termino golpeándome con la pared en el momento justo en el que Ryu aparece frente a mis narices. Al menos, esta vez, intenta disimular que se está burlando de mí.

—Hola —dice, reprimiendo la sonrisa.

—Hola.

—¿No vas a seguir bailando? —pregunta de sopetón, apoyándose en la pared justo a mi lado.

Niego con la cabeza, vacilando mi mirada entre la pista de baile y él.

—Tanto salto ha terminado con mi escasa energía de hoy —intento bromear.

Aunque haya más verdad, que broma en ella.

—Mejor —suelta, sonriéndole a la pista. Frunzo el ceño al escucharlo, sin entender absolutamente nada. Él parece captar la pregunta reflejada en mis ojos, porque hace un gesto con la cabeza en una dirección—. Te habría tocado hacer de sujeta velas con Javi.

Sigo la dirección que señala y me encuentro a Javi pegando saltimbanquis muy cerca de una pareja de dos chicas que se están comiendo la boca como si su vida dependiera de ello. Se me escapa un jadeo, cuando al separarse, me doy cuenta de que son Saoirse y Pheebs.

Besándose.

Mutuamente.

Las dos.

Balbuceo un par de veces, intentando encajar las piezas del puzle, pero no soy capaz.

—Eran bastante obvias, si te digo la verdad —comenta él como si nada.

—¿Obvias?

—Mucho, además. Solo hay que fijarse en los pequeños detalles.

—Yo estoy cieguísima entonces —bufo, sin ser capaz de apartar los ojos de ella.

—Sí, lo estás —dice, soltando una risa floja.

—¡Oye!

—¿Qué? Es verdad.

—No lo es.

—Lo acabas de decir tú.

—Ya —suelto de golpe.

Ryu parpadea un par de veces confuso al oírme.

—¿Ya?

—¿Otra vez con sordera, Kimura?

Al escuchar su apellido, sonríe automáticamente de una forma extraña que no le he visto nunca, pero me gusta. No es una sonrisa como tal. Es un atisbo de ella, pero sin llegar a serlo tampoco.

Es raro, pero me gusta.

Mucho.

Bueno, me gusta él.

También mucho.

La sonrisa rara se ensancha cuanto más tiempo la observo y tengo que tragar saliva al darme cuenta de que no estoy pensando en si es una sonrisa o no, sino en las ganas que tengo de besarlo.

Los pensamientos en mi cabeza se amontonan a una velocidad alarmante y apenas puedo pensar con claridad. Aunque el carraspeo sonoro, consigue que desvíe los ojos de sus labios y los clave en los suyos.

—¿Cuánto has bebido, Esther? —cuestiona, borrando la sonrisa en el proceso.

Inconscientemente, hago un puchero lastimero al verla desaparecer.

Y como llevo haciendo toda la noche, se me va la cabeza más de lo normal.

—Me estoy meando —confieso sin venir a cuento.

Ryu parece que está a punto de romper a reír, pero, al igual que antes, parece aguantarse la risa.

—¿Quieres que te acompañe?

—¿Qué? Pf, claro que no —suelto, arrastrando las palabras y haciendo aspavientos con las manos mientras camino hacia las escaleras—. Sé apañármelas solas, Kimura ¡Adiós!

Sin esperar a que él diga algo más, subo las escaleras hasta la segunda planta, agarrándome a la barandilla como si mi vida dependiera de ella. A diferencia de la planta baja donde a pesar de la oscuridad si puedes discernir algo, aquí no veo absolutamente nada. Ni siquiera me molesto en buscar un interruptor.

Dando tumbos y chocándome con un aparador que hay justamente a la derecha de las escaleras, tanteo las puertas y las entreabro muy levemente para intentar entrever cuál de todas ellas es el baño. Al cuarto intento, localizo el váter y no me lo pienso dos veces antes de entrar y sentarme en él.

Todavía a oscuras, me limpio y me lavo las manos antes de tirar de la cisterna. Al levantarme tan de repente, siento como todo mi alrededor da vueltas y tengo que apoyarme sobre el lavabo y respirar un par de veces, intentando aclarar mi cabeza.

Entonces, cuando pienso que no puede ir a peor, oigo que abren la puerta.

Al mirar hacia esta, me encuentro a un Jason bastante perjudicado entrando al cuarto de baño. Al principio no parece percatarse de mi presencia, pero cuando hago el amago de irme, me golpeo el toallero sin querer y lo alerto.

Mi primer error.

La intención con la que ha entrado, queda en un segundo plano y el interés brilla en su mirada cuando la clava sobre mí. Al igual que todas las otras veces, siento que me hago pequeñita y se me forma un nudo en la garganta que me dificulta tragar saliva. Aunque es cuando empieza a acercarse que ese nudo se afianza con fuerza y se me atasca la respiración.

Sin embargo, es la sonrisa que dibuja en su rostro lo que termina de encender por completo mis alarmas.

Empiezo a retroceder por inercia y como puedo sin apartar los ojos de él. Al menos no voy a darle esa satisfacción. Cuando choco contra la pared y sé que no puedo seguir imponiendo distancia entre los dos, pero él sí puede seguir acortándola, intento buscar otra solución. Inevitablemente, desvío la mirada a la puerta, con un plan bastante difuso formándose en mi mente.

No obstante, cuando Jason sigue mi mirada, sé que ya no tengo escapatoria.

Antes de que sea capaz de avanzar más de dos pasos, él se acerca la puerta y echa el pestillo. Tragar saliva supone un esfuerzo y respirar ya no me parece tan vital. Me pego todo lo que puedo a la pared, como si pudiese fusionarme con ella y desaparecer de allí.

No sé cómo he acabado en esta situación, yo solo quería hacer pis y ahora... no quiero pensar.

Jason retoma su acercamiento hasta que nos separan escasos centímetros. Su aliento apesta a whisky con una mezcla de algo que no soy capaz de ubicar. Al ver que se relame el labio, arrugo la nariz asqueada. No entiendo por qué, pero sonríe con lascivia ante el gesto. Me tenso de pies a cabeza, siendo demasiado consciente de la cercanía de los dos.

Al ver que hace el amago de besarme, estiro la cabeza hacia atrás, imponiendo, aunque sean escasos, un par de centímetros entre los dos. Tengo el llanto atorado en la garganta y sé que, si hablase ahora mismo, rompería a llorar como una cría.

Pero es como me siento ahora mismo, como una cría indefensa frente al monstruo del armario que realmente existía después de todo.

—Por favor —le suplico en un susurro tembloroso.

Mis palabras tienen el efecto contrario al que pretendía y la sonrisa se ensancha y apoya una mano sobre mi cintura, obligándome a que me separe de la pared.

—Por favor —repito, con los ojos escociéndome.

Parpadeo un par de veces, intentando retener las lágrimas. No pienso darle satisfacción.

—Llevo queriendo hacer esto desde que te he visto entrar por la puerta esta noche.

Niego con la cabeza, tragando saliva con fuerza y me remuevo bajo su cuerpo. Intento empujarlo y apartarlo de encima de mí, pero ni se inmuta.

—Jason, por favor.

—¿Por favor qué?

—No... no lo hagas —gimoteo.

Él me ignora y empieza a ascender a través de caricias por mi costado hasta que apoya una mano sobre mi pecho. Vuelvo a empujarlo con toda la fuerza que puedo reunir, sin dejar de negar con la cabeza.

—No, no, no —repito una y otra vez. Al oírlo soltar una carcajada, rompo a llorar—. ¡No! ¡Suéltame! ¡Por favor!

—Deja de hacerte la frígida, ¿quieres? Para un rato está bien, pero ya cansa —refuta él con brusquedad.

—¡No!

Lo único que recibo en respuesta es que me estampe contra la pared. Ante el brillo furioso de su mirada no me atrevo a moverme. Es como si me hubiese congelado. Tengo los brazos pegados a mi cuerpo y las manos cerradas en puño. Al ver que vuelve a acercarse, tiemblo de pies a cabeza al igual que una hoja al ser azotada por el viento. No sé si quiero cerrar los ojos o no.

Esta vez en lugar de colocar la mano sobre mi cintura, la apoya encima de mi muslo desnudo. Puede leer sus intenciones con tanta claridad que la bilis empieza a subirme por la garganta y sé que puedo vomitar en cualquier momento.

«A lo mejor así pararía», pienso para mí misma.

—N-No —tartamudeo en medio del llanto.

Jason está a punto de decir algo, cuando el clic del pestillo cediendo nos distrae a ambos y la puerta del baño se abre. No sé si sentirme aliviada o avergonzada ante la perspectiva de que alguien nos encuentre así.

Pero al final termina siendo el primero quien toma el control cuando Bri aparece en mi campo de visión. Solo necesito ver como palidece por un momento para saber qué se ha dado cuenta de lo que estaba pasando y de lo que ha detenido cuando ha decidido entrar.

—Tommy te estaba buscando —se excusa, sin apartar los ojos de mí.

Jason refunfuña algo en voz baja y se separa de mí, apartando de malas maneras a Bri de su camino sin mirar atrás.

Yo no soy capaz de moverme. Tampoco soy capaz de apartar los ojos de Bri, al darme cuenta de que el miedo también está reflejado en su mirada. Me encantaría abrazarla ahora mismo y agradecerle que interviniera. Que se molestase de desbloquear el pestillo y evitase que...

No quiero pensar en eso.

No quiero hacerlo, porque sino sé que acabaré derrumbándome por completo.

Aún así, espero que mi mirada sea capaz de expresar todo el agradecimiento que siento por ella ahora mismo. Bri sale del baño y abre la puerta, para que yo salga también. Me tomo un par de segundos para mí, para recomponerme y repetirme a mí misma que estoy bien, que no ha pasado nada, que podría haber sido peor.

«Estoy bien. Estoy viva», me repito a mí misma.

—¿Esther? —preguntan a mis espaldas.

Al mirar por encima del hombro me doy cuenta de que en control remoto he empezado a bajar las escaleras sin darme cuenta. Bri está en el inicio de ellas, mirándome con preocupación. Me sabe fatal ignorarla, pero ahora mismo necesito estar sola.

Así que, sin responderle, aparto la vista y continuo mi camino con un único objetivo en mente:

Tengo que salir de esta maldita fiesta.

—¡Esther, espera! —grita, acelerando su paso.

Al escucharla más cerca de mí, empiezo a bajar las escaleras con más prisas, sin fijarme en nada ni en nadie hasta que ya es demasiado tarde.

—¿Esther? —pregunta Ryu, cuando me choco con él. Me aparto como si su contacto quemase y hago el amago de rodearlo para marcharme, pero me detiene con suavidad en mi sitio—. ¿Qué pasa?

—Nada —me obligo a decir, con voz pastosa.

Él frunce el ceño, mirándome de arriba abajo con detalle, con la certeza de que con un solo vistazo es capaz de encontrar las respuestas que yo no estoy dispuesta a darle.

Menos mal que, otra vez, Bri me sirve de distracción.

—Esther, ¿podemos hablar? —cuestiona con suavidad, vacilando la mirada entre Ryu y yo.

Me limito a negar con la cabeza, en silencio.

—Por favor, yo... lo siento tanto —susurra, derrotada.

Cada vez se me hace más difícil retener las lágrimas.

—¿Lo sientes? —pregunta Ryu, sin entender nada—. ¿Qué sientes, Bri?

Ella me mira a mí en respuesta y se mantiene en silencio.

En consecuencia, Ryu clava los ojos en mí con una determinación que me hace encogerme en mi sitio.

—¿Qué ha pasado? —susurra con una suavidad que hasta hace un momento no expresaba.

Vuelvo a negar con la cabeza.

—No quiero hablar de ello —musito—. Solo quiero irme.

—Esther... —empieza, acercándose a mí.

De la misma forma que...

No. No. No.

—¡Solo dejadme en paz! —chillo de repente, consumida por el pánico.

Sin mirar atrás, me alejo de ellos y salgo de la casa, tan solo con el vestido. Cierro los ojos con fuerza cuando la primera oleada de viento me azota y tiemblo por culpa de ello, agradeciendo la sensación en mi piel.

Porque de alguna forma, ahora mismo solo puedo pensar en eso, en el frío que tengo. En como me castañean los dientes. En como se me pone la piel de gallina. En como el aire frío se cuela en mis pulmones.

Y aún así, aunque intento no pensar en ello, el contraste de las lágrimas cálidas contra mis mejillas frías me recuerda que solo se queda en eso, en un intento.

Freno en seco mi paso y apoyándome en la fachada de una casa cercana me permito derrumbarme y rompo a llorar. Los espasmos que me sacuden de pies a cabeza son mil veces más intensos que el temblor debido al frío y me llego a olvidar incluso de que estoy en plena intemperie.

O al menos eso hacía, hasta que noto como posan un abrigo sobre mis hombros y me rodean, acercándome a un cuerpo musculado y cálido. Me tenso de arriba abajo, dejando de llorar por culpa de la sorpresa, esperando expectante al siguiente movimiento, recreando una y mil situaciones fatalistas en mi cabeza.

—Soy yo —susurra con lentitud Ryu.

La tensión desaparece de golpe y rompo a llorar de nuevo. Él me estrecha con más fuerza e intenta tranquilizarme, pero es imposible. En otro momento, el abrazo habría sido la mejor forma de consolarme. No ahora. No después de que Jason... casi...

—S-Suéltame —tartamudeo.

—No —dice, negando con la cabeza.

—Suéltame, Ryu.

—Dime qué cojones ha pasado, Esther.

Antes de que sea capaz de decir nada, me obliga a girarme sobre mí misma, acabando los dos de cara.

—Suéltame —le pido de nuevo cuando siento que el horror de hace unos minutos empieza a invadirme—. Suéltame —repito.

Porque es lo único que soy capaz de decir ahora mismo.

—Responde a mí pregunta —insiste, frunciendo el ceño.

Trago saliva como puedo, notando las lágrimas recorriéndome las mejillas, pero no me molesto en retirarlas. No tengo fuerzas para hacerlo.

—Suéltame, por favor —suplico, rompiéndoseme la voz al hablar.

A regañadientes, Ryu cede y deja de abrazarme, dando un par de pasos hacia atrás. Aunque si pensaba que por eso iba a dejar el tema en paz, estaba muy equivocada.

Cuando hago el amago de marcharme y seguir caminando, ahora abrigada con su chaqueta, él me rodea en cuestión de segundos y se planta delante de mí, andando de espaldas sin dejar de observarme.

—¿Qué ha pasado en el baño? —vuelve a preguntar.

—No quiero hablar de ello —mascullo de mala gana.

—Mira tú por donde, yo sí quiero hablarlo. ¿Qué ha pasado?

—Déjame en paz —suelto, mordaz.

Al hacerlo, me arrepiento un poco de mi tono, pero tampoco rectifico.

—No pienso dejarte en paz hasta que me digas qué ha pasado —responde, cruzándose de brazos.

Freno en seco, observándolo con toda la frustración que estoy sintiendo ahora mismo.

—¡No te incumbe! —le grito, al límite de mí misma—. ¡Por qué te importa tanto! ¡Solo déjame en paz y vuelve a la fiesta!

Acelero el paso y lo rodeo de malas formas, sin dejar de llorar en ningún momento. Sé que me está siguiendo porque soy capaz de oír sus pasos muy cerca de los míos.

—¿Sabes qué? —pregunta a gritos—. ¡Me importa, porque me importas tú! ¡Joder! —Lo oigo gruñir, frustrado y como camina más rápido hasta alcanzarme y detenerme en mi sitio—. Metete en la cabeza de una puta vez que me importas, Esther. Así que me da exactamente igual cuantas semanas más quieres ignorarme, por cuantos insultos quieres llamarme o la cantidad de veces que dices que me odias.

Con una delicadeza que no esperaba, ahueca mi rostro con cuidado y me retira el rastro de lágrimas.

—Me importas tú —repite en un susurro ronco—. Siempre lo has hecho.

—Pensaba que al principio me odiabas —suelto de sopetón, sin pensármelo dos veces.

Él niega con la cabeza, sonriendo débilmente.

—Creo que más bien me autoconvencía a mí mismo para hacerlo.

No soy capaz de decir nada.

Tampoco soy capaz de mantenerle la mirada.

No cuando ahora comprendo cada una de las emociones que refleja.

Él parece entenderme a la perfección porque sin decir nada más, me rodea la nuca, acercándome a él hasta poder abrazarme. Lo estrecho con fuerza, sintiendo su corazón rugiendo con fuerza contra su pecho y notando su respiración acelerada. Cierro los ojos e intento centrarme en el ritmo de sus latidos. Uno, dos, tres, cuatro... voy contando cada uno de ellos.

Entonces, al cabo de lo que parece una eternidad así, me obligo a salir de mi escondite, separándome de él.

Aunque nos quedamos muy cerca el uno del otro.

Llevaba pensando en esto toda la fiesta.

Mentira, llevaba desde el partido hace casi tres semanas pensando en esto.

Inconscientemente, bajo la mirada a sus labios, relamiéndome los míos al notarlos secos de repente. No sé si será por un acto reflejo o qué, pero Ryu me imita y eso solo consigue captar aún más mi atención.

Apoyo mi frente sobre la suya, soltando un suspiro tembloroso.

Él respira hondo en respuesta, logrando que su aliento cálido choque contra mi boca, provocando un hormigueo extraño que consigue apagar cualquier otro pensamiento que no sea la idea de besarlos. De pensar en lo suave que se pueden sentir. En el calor que sería capaz de transmitir si estuviese aún más cerca.

Esta vez me muerdo el labio inferior y le rodeo la nuca con las manos, acariciando con los dedos su pelo. Ryu, por otro lado, ahueca un lado de mi cara con una mano mientras que con el brazo que tiene libre me rodea la cintura. Sin poder remediarlo, me tenso en respuesta, pero intento no darle ese poder y me centro en el hormigueo extraño que empieza descender por mi estómago, tensando el nudo en él.

Trago saliva sonoramente, sin saber muy bien qué hacer a continuación.

Al abrir los ojos, me encuentro con que Ryu me está observando de vuelta. Por un momento, me pierdo en las tonalidades de negro que componen sus iris. Tiene toques marrones oscuros en la zona más cerca de la pupila, combinado con un gris oscuro que en la lejanía parece negro, pero no lo es. Sigo con la mirada las líneas grisáceas que se dibujan y se desdibujan en sus ojos.

Él baja la mirada a mi boca y en un acto reflejo, lo imito y también le miro los labios. Me muerdo el mío inferior cuando el mismo cosquilleo antes de que una sensación cálida y extraña comience a descender hasta concentrarse en una zona muy concreta de mi cuerpo.

Sin entender muy bien por qué, al notar que me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja, me recorre un escalofrío de pies a cabeza y cierro los ojos en respuesta ante las sensaciones que despierta.

Solo tendría que girar un poco la cabeza y acortar la distancia para que nos pudiésemos besar.

Solo un poco.

Solo...

—¿No dijimos que nos íbamos juntas? —gritan a nuestras espaldas. Aparto la mirada abruptamente de Ryu, mirando por encima del hombro, encontrándome a Saoirse acercándose a nosotros dando tumbos y con los tacones en la mano—. ¡Pensaba que te había pasado algo!

—No ha pasado nada —miento, acercándome a ella, escuchando a Ryu pisándome los talones—. Perdón por asustarte.

—¿Estás bien? ¿Te quieres ir ya? —pregunta, arrastrando las palabras.

Automáticamente miro a Ryu, que está a mí lado, en busca de ayuda y él me comprende a la perfección.

—Yo la acompañado a casa —dice él, encogiéndose de hombros—. No hace falta que te vayas si no quieres.

—¿Segura? —cuestiona Saoirse, mirándome a mí—. A mí no me importa.

Asiento con la cabeza, obligándome a sonreír para tranquilizarla.

—Estoy bien, de verdad. Despídete de los chicos de mi parte.

Saoirse me sonríe de vuelta, se acerca a mí, me abraza y me da un beso en la mejilla antes de corretear hacia la casa de nuevo. Cuando nos aseguramos de que ha llegado bien y ha entrado a la fiesta, Ryu y yo comenzamos a caminar hacia casa.

En el resto del camino, él no vuelve a preguntarme nada sobre lo qué ha pasado, pero aun así soy capaz de sentir su mirada sobre mí.

Sé que no lo va a dejar pasar.

También sé que no estoy muy segura de cómo sentirme al respecto.

Y que, al final Kieran iba a tener razón y el alcohol no era la solución sino el origen de todos los marrones posibles.

N/A: Creo que hoy pasado mi récord de llegar tarde, pero tengo una excusa buenísima: estaba leyendo. 🤡

Yo leyendo no sé ni en qué día vivo o si es de noche o de día, me pasa también si estoy muy metida en un capítulo que estoy escribiendo, que espero que pase mañana.

➡️ Y bueeeeeeeno, ¿qué tal el capítulo? *sale corriendo*

(En realidad volveré en un ratillo largo para leeros jeje)

A las que no estáis todavía, no queréis estar (que no es obligatorio) en el grupo de telegram, sometí a votación como haríamos las actualizaciones ya que en estas dos semanas se nos van a juntar muchas cosas interesantes y por elección vuestra el orden va a ser el siguiente: Capítulo diecisiete (hoy), Capítulo dieciocho, Especial Navidad, Especial 400K!

Para compensar mi gran tardanza... os dejo un adelanto del próximo capítulo jeje

"La habría besado.

¡Joder! Claro que la habría besado.

No dejo de repetir en mi cabeza una y otra vez el momento."

Nos vemos la próxima semana, inmaduras. 🧡

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