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Capítulo Cuarenta y Uno


(Canción: Out of Love de Alessia Cara)

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Después de la tarde en el puerto de Dan Laoghaire he intentado no darle demasiadas vueltas a lo qué pasará el treinta de este mes.

Me he propuesto centrarme en metas más pequeñas y a corto plazo para no echarme a llorar cada rato posible.

Aunque una cosa es la intención y otra es muy distinta lo que realmente ocurre.

Esta semana terminamos por fin los exámenes, así que tampoco he tenido mucho tiempo para comerme la cabeza. También ha sido la excusa perfecta para poder evitar cenar con los Kimura cada vez que he tenido ocasión. Si no eran los exámenes, eran Saoirse o Kieran.

En estos días, no sé qué habría hecho sin ellos.

Saoirse ha venido cada día que ha podido a ayudarme a empacar las cosas, descolgar las fotos, poner lavadoras y preparar las maletas porque decida lo que decida tendría que irme de mi habitación.

Porque después de todo este tiempo, es mía.

Se me hace raro no ver la cama vacía con un centenar de cosas encima, la bola de ropa sucia junto al escritorio, las fotos medio a despegar de la pared, las pequeñas luces colgadas sobre los cuadros de Helen, los cajones vacíos y cerrados cuando normalmente estaban llenos de ropa y medio abiertos, las perchas colgando desnudas, la mesa despejada y el espejo sin pegatinas.

Ayer, en lugar de venir Saoirse, se acercó Kieran para apilar las últimas cajas junto a las escaleras, listas para lo que sea que se avecine.

Mientras yo me peleo con la cinta adhesiva, me fijo en que Kieran se sienta sobre la cama vacía y desvestida, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño, con la mirada clavada en mí.

—¿Qué? —pregunto, al terminar, apartándome el dichoso mechón de delante.

Niega con la cabeza, resoplando.

—Venga, Kieran. Di lo que estás pensando.

—Se me hará raro no venir aquí —confiesa con un hilo de voz—. Ya se me está haciendo raro al pensarlo.

Paseo la mirada alrededor de la habitación, contemplando sus palabras.

—Está muy... vacía, ¿no?

Al centrar mi atención de nuevo en él, asiente con la cabeza dándome la razón.

—Pero no es eso solo lo que querías decir, ¿verdad?

Se limita a negar con la cabeza.

Arrastro la caja lejos de mí, dejando la cinta sobre ella y me siento junto a mi mejor amigo, dándole un pequeño codazo, sonriéndole. Sin embargo, cuando sigue con esa actitud nostálgica, la sonrisa tambalea un poco.

—¿Sigues sin saber nada? —pregunta con cierto deje ansioso.

—Todavía nada.

Eso es otra cosa a la que tampoco he querido dar demasiadas vueltas.

—Seguro que entras —asegura, dándome un pequeño apretón en el brazo.

Esta vez, soy yo quien no dice nada y se limita a asentir con la cabeza.

La tía Esme suele decir que aquello que no somos capaces de controlar, no vale la pena que pensemos en ello.

Claro que es mucho más sencillo la teoría que la práctica.

Porque estoy todo el puñetero día con eso en la mente.

Apoyo la cabeza sobre su hombro, con la vista pérdida en la pared blanca, permitiendo por un diminuto instante recrearme en el futuro y en la posibilidad que se abriría frente a mí si Kieran estuviera en lo cierto.

***

Todavía dudando en si realmente vale la pena o no, estiro las arrugas invisibles de la falda del vestido antes de elevar la mirada hasta chocar con mi reflejo.

Sin importar la decisión que tome, es innegable que es precioso.

La tela satinada turquesa oscura cae en forma de cascadas hasta hacer desaparecer los calcetines de tortugas. Solo puedo ver un retazo de ellos ante la abertura en la pierna izquierda que llega hasta la parte superior de mi muslo. A partir de las cinturas el vestido se estrecha, realzando de forma sorprendentemente elegante las curvas del tronco superior. Entonces, pequeñas lentejuelas de un color verde más apagado forman una especie de enredadera hasta abarcar todo mi pecho y ascender a modo de tiras.

Al igual que me sugirió —aunque más bien dicho sería exigir— Saoirse, doy una vuelta sobre mí misma, observando la parte de atrás.

La enredadera me rodea por completo hasta descender en media espalda, dejando la superior al descubierto. Muevo los hombros en un acto reflejo al ver la tensión en los músculos y me dejo el pelo suelto, ocultándola, soltando un suspiro.

Sigo con mi idea de que esto es una reverenda tontería.

Antes de que pueda siquiera pensar en quitármelo, Saoirse asoma la cabeza al deslizar un poco la cortina.

—Esther, estamos todas esperando por...

Con su dramatismo habitual, apoya una mano sobre el pecho y otra en la frente, fingiendo que se desmaya. Me da un repaso de pies a cabeza con aprobación y sin pedirme opinión, termina de abrir la cortina, dejando que tanto Bri como Pheebs también lo vean.

Bueno, me vean.

Trago saliva, alisando por segunda vez consecutiva la tela como si lo necesitara.

—Sabía que ese color te iba a quedar genial —alega Bri con una sonrisa.

—No va... —Pheebs carraspea—. Es decir, no van a ser capaces de quitarte los ojos de encima —silba Saoirse, volviendo a analizarme de pies a cabeza.

—Sigo sin estar muy segura —confieso, mirándome de reojo.

La chica de la tienda descruza los brazos y se acerca hasta el banco en el que estoy subida para ayudarme a bajar.

—¿Quieres probar otros modelos? —cuestiona, observándome sorprendida—. También tengo este en rojo si lo prefieres.

—No hace falta —digo, negando con la cabeza antes de sonreírle a modo de agradecimiento.

Parece estar a punto de añadir algo más, pero Saoirse se encarga de intervenir igual de puntual que un reloj.

—¿Nos permite un momentito? —le pregunta, entrelazando nuestros brazos.

Le lanza una mirada a nuestras dos amigas, levantándose ambas de los sillones ipso facto. Cada una desde un extremo, cierran las cortinas de nuevo, dándonos un poco de privacidad.

Al menos, la suficiente en una tienda que está llena de adolescentes como nosotras probándose vestidos para las graduaciones que sucederán dentro de una semana.

—¿Por qué no te gusta?

Parpadeo un par de veces con la guardia baja.

Por un momento no sé qué responder.

El vestido no es el problema.

Ni de lejos.

—No es mi estilo —miento.

Mi mejor amiga frunce el ceño y hace una mueca, pensativa.

—Yo he visto uno rosa palo muy bonito en la parte de atrás —comenta Bri, moviendo a Saoirse a un lado para acabar frente a mí—. Si quieres puedo ir a por él y...

—No hace falta —murmuro, retorciendo la cinta entre los dedos.

Bri balbucea, sorprendida e intercambia una mirada entre Pheebs y Saoirse.

—¿No?

Niego con la cabeza, sentándome sobre la butaca, enterrando la cara en mis manos. Al sentir ese escozor demasiado familiar, cierro los ojos y respiro hondo.

Oigo que se mueven a mi alrededor. Las siento sentarse una a cada lado mientras que una tercera arrastra lo que creo que es una silla por la moqueta hasta acabar delante de mí, apoyando las manos sobre mi regazo, dándome un apretón en la rodilla.

—¿Qué te pasa? —murmura Pheebs con una suavidad que, si no fuera porque estamos en un sitio público, habría roto a llorar como hice el otro día con Kieran.

Vuelvo a negar con la cabeza, incapaz de articular una palabra.

—¡Abrazo de grupo! —vocifera Saoirse a mi lado antes de abalanzarse sobre mí.

Bri suelta una pequeña carcajada en el lado contrario, pero me rodea los hombros y Pheebs parece estirarse hacia delante para poder abrazarme también. Como puedo, les devuelvo el gesto y ellas me estrechan incluso con más fuerzo.

—Gracias —susurro, sorbiendo por la nariz.

Saoirse gruñe, insatisfecha por mi respuesta.

—Da menos las gracias y dinos lo que te pasa —insiste Saoirse con voz ahogada porque todavía seguimos abrazadas.

Tomo una respiración profunda.

—No quiero arruinaros el baile de fin de curso —confieso en un tono apenas audible.

Claramente, estando las unas pegadas a las otras, lo escuchan a la perfección.

—Esther...

Soy yo quien rompe el abrazo entre las cuatro y miro una por una antes de encogerme de hombros.

—No pasa nada —aseguro, retirándome el mismo dichoso mechón de la frente—. Tú y Saoirse vais a ir juntas. —Señalo a Pheebs, ambas vestidas con la ropa que llevaran a la graduación, igual que Bri—. Y ella irá con Kai.

Bri me mira con cierta sorpresa y hago un gesto de cabeza hacia Saoirse a modo de explicación.

—Me contó que al final se lo tuviste que pedir tú.

—¡Te dije que no lo dijeras! —se queja mi mejor amiga.

—¡Pero si se lo he dicho a ella! —alego, indignada.

—¡Pues eso mismo!

La susodicha suelta una pequeña carcajada, negando con la cabeza, divertida.

—Se lo pedí yo sí —confirma, sonriente—. Era eso o esperar a que se atreviera a pedírmelo al terminar la carrera —bromea con un brillo distinto en la mirada—. Aunque se ha encargado de compensármelo. Ayer me llevó a un picnic en un campo de orquídeas para ver el atardecer juntos y me dejó elegir la música tanto a la ida como a la vuelta.

Me es imposible ocultar la sonrisa ante ese detalle.

Ni en un millón de años hubiera imaginado al silencioso de los gemelos permitiendo que alguien que no fuera él tocara su móvil y escogiera una canción sin tener ningún tipo de poder sobre ello.

—Pues eso. Vais en pareja y yo... —Me froto la cara al notar las sienes palpitándome otra vez—. No creo que valga la pena ni siquiera que me lo compre.

—¿Y cómo irías a la graduación entonces? —cuestiona, Saoirse, alzando una ceja.

—Tengo un vestido formal de la boda de oro de mis abuelos, puedo reutilizarlo.

—¿Kieran no se había ofrecido a ir contigo? —interviene Pheebs, redirigiendo el tema de conversación.

Ah, sí, eso.

Mi mejor amigo se ha visto en la obligación de ni siquiera pedirle ir al baile a la chica de la que lleva detrás desde que lo conozco para no dejarme sola.

Un planazo.

Antes de que pueda responder, dan un par de golpes a la columna de madera, advirtiéndonos de su presencia para después descorrer la cortina.

—Ha venido el fotógrafo en prácticas del que os hablamos, por si queríais una todas juntas vestidas antes del gran día —nos informa la misma chica de antes.

En estos momentos, no tengo ni voz ni voto, así que me limito a imitar a mis amigas, levantándome sobre el banco. Saoirse me rodea la cintura con el brazo mientras que yo abrazo de lado a Bri y esta a Pheebs. En tan solo un par de minutos aparece un chico de piel olivácea y unos impresionantes ojos marrones lo suficientemente llamativos para pillarnos desprevenidas.

—¿Listas? —pregunta, el italiano presente en su inglés.

Asentimos con la cabeza a la vez que sonreímos cuando él se acuclilla.

En la foto se puede apreciar mucho mejor cada atuendo por separado, a pesar de estar muy juntas.

Cada una destacando con su propio estilo.

Ellas pagan los vestidos y por petición de Saoirse, dejo el mío en reserva por si, según ella, cambiara de opinión de aquí en una semana.

Estamos sentadas en la parada de autobús esperando a que Kai aparezca para recoger a Bri.

No es hasta que escucho su nombre cuando reconecto a la conversación.

—Kieran y Ryu están teniendo rollos raros —murmura Saoirse para que no la escuche.

—Según me dijo Kai, no se estaba portando muy bien con él que digamos —añade Bri, observándome las dos de reojo.

Aunque tengo la música detenida, sigo con los auriculares puestos. Finjo que las nubes grises y deformes que hay acumulándose en el cielo son la cosa más interesante del mundo mientras que ellas siguen hablando.

—Kieran puede ser muy intenso a veces también.

Como si fuera una especie de invocación, los focos de un coche nos alumbran momentáneamente antes de que piloto y copiloto se bajen de él. Mi mejor amigo va directo, tirando de mí. Me ofrece una mirada a modo de pregunta y niego con la cabeza, todavía sin noticias.

—Ya verás que tendré razón —sentencia con altanería antes de abrazarme.

Se me escapa una risotada tonta cuando continúa con su monólogo reafirmando que, a pesar de que no le crea, proviene de antepasados brujos y es capaz de ver el futuro.

—¿Queréis que os acerquemos? —cuestiona Kai, con un brazo alrededor de los hombros de Bri.

—Pues... ha habido una cosita que, bueno... —balbucea Saoirse con esa sonrisa incómoda que suele ser siempre la antesala de problemas.

Al ver que Kai intercambia una mirada con Kieran, desvío la atención a mi mejor amigo en busca de una respuesta, confundida.

Lo último que espero que haga al mirarme de vuelta sea bufar.

Entonces, me doy cuenta de que no me está mirando.

Con algo dentro de mí gritando que no lo haga y a la vez alentándome a que siga, lentamente me giro hasta toparme de frente con Ryu acercándose hasta nosotros.

No sé por qué me choca tanto verlo, pero lo hace.

Tampoco es como si lleváramos toda esta semana sin vernos y, aún así, sin lógica alguna hay un nerviosismo extrañamente familiar que me invade cuando nuestras miradas se encuentran.

Por un momento, me da la sensación de que es febrero, que todavía seguimos con esa dinámica en la que no nos llevamos mal, pero no somos capaces de aceptar que nos caemos bien. Al mirar de reojo a Saoirse y entrever la sonrisilla divertida que amenaza con surcarle la cara, la sensación de deja vu solo incrementa dentro de mí.

Siento a Kieran tensándose a mis espaldas, todavía rodeándome los hombros con el brazo.

Ese detalle tampoco pasa desapercibido para él.

Me mira de arriba abajo de una forma que no estoy segura de saber interpretar.

Trago saliva, incapaz de apartar los ojos de él.

A diferencia de lo que me tenía acostumbrada, no hay ni un rastro de color en su ropa. Lleva una sudadera negra holgada acompañada de unos vaqueros igual de oscuros junto a unas zapatillas. Tampoco puedo ver el dragón, aunque sé exactamente donde está. Por el cuello de la sudadera juraría poder ver un poco del hocico del reptil.

Ni siquiera sé en qué momento Kieran dejó de rodearme, pero lo sé cuando echo los hombros hacia atrás junto a la cabeza para poder mantenerle la mirada al acabar peligrosamente cerca de mí.

Lo suficiente para que me llegue a oleadas su colonia y que el mismo sentimiento de añoranza me azote igual que el otro día.

Lo suficiente para que pueda sentir su calor envolviéndome, pero sin que me rodee del todo debido a la distancia.

Lo suficiente para que yo terminara de acortar la distancia, pero no lo hace.

Yo tampoco.

—Hola —murmura, sin apartar la mirada.

Trago saliva de nuevo.

—Hola.

Parece estar a punto de decir algo más cuando Saoirse interviene para salvarme de la situación.

—¿Dónde has dejado el coche? —pregunta, rodeándome los hombros de la misma forma que lo había hecho Kieran.

Ryu parpadea un par de veces, volviendo del trance en el que estaba y carraspea de manera muy imperceptible, pero no lo suficiente para que yo pueda darme cuenta de ello.

—Está en la calle de abajo —dice, aunque no la mira de vuelta.

No.

Sigue con los ojos clavados en mí.

La tentación de encogerme en mi sitio es cada vez más fuerte.

—Pues vamos tirando, ¿no? —interviene de nuevo cuando el silencio nos invade.

Esta vez, quien tiene que parpadear para volver a la realidad soy yo.

Me quito el brazo de Saoirse de encima y busco a Kieran con la mirada. Pheebs me hace un gesto de cabeza en dirección al coche de Kai, encontrándome a mi mejor amigo sentado en el asiento de conductor con mirada furibunda.

Él parece leer mis intenciones porque abre la puerta del piloto, alentándome a que haga lo que estaba planeando.

Al llegar a su altura, suaviza un poco el gesto.

—¿Estás enfadado? —cuestiono, ladeando la cabeza.

—No contigo —se limita a responder.

Frunzo el ceño, volviendo a seguir con los ojos la dirección de su mirada, encontrándome a Ryu con la vista clavada en nosotros.

—¿Por qué estás enfadado con él?

Se cruza de brazos y masculla algo en voz tan baja que incluso estando tan cerca, no soy capaz de escuchar.

—¿Qué?

—Porque te dejó —refunfuña—. Y te ha hecho llorar. Mucho, además. Aunque tú digas que no.

Aprieto los labios con fuerza para no sonreír, divertida con el escozor de los ojos haciendo mella, dificultándome la tarea de no ponerme a llorar como el otro día.

Otra vez.

—Kieran —lo llamo, sonriendo. Él me mira confuso, con el enfado todavía intacto—. Gracias.

—¿Por qué?

Niego con la cabeza, estirándome hacia delante para abrazarlo. A pesar de la sorpresa, me devuelve el abrazo.

—Ahora quien me va a hacer llorar vas a ser tú —murmuro cuando me estrecha con más fuerza.

—No me puedo pelear conmigo mismo, Esther.

Suelto una pequeña carcajada, ahogada por la cercanía entre los dos.

—Todavía —le corrijo.

—Todavía.

Al separarnos, apoya ambas manos sobre mis hombros y me zarandea suavemente al igual que cada vez que estoy nerviosa. Sin saberlo es justo lo que necesitaba en esos momentos.

—Intenta no matarle en el viaje en coche —me pide, sonriendo de la única manera que sabe.

—No te prometo nada.

—No esperaba que lo hicieras.

Le doy un golpe en el hombro antes de separarme del coche y caminar hacia donde se han quedado los otros rezagados en la entrada de la tienda. Saoirse me hace un gesto con la mirada cuestionándome si todo está solucionado y yo me limito a asentir con la cabeza a modo de respuesta.

Entonces, comienzan a andar hacia el lugar donde ha señalado Ryu que aparcó, dejándonos a atrás.

Tengo que emplear toda mi fuerza de voluntad para no mirarlo de reojo.

Al menos no ahora que puede darse cuenta.

A lo mejor en el coche no empleo tanto esfuerzo.

Sin embargo, sé que él sí lo hace.

Soy demasiado consciente de su mirada clavada en mi perfil.

Me estiro el jersey hacia abajo, jugueteando con la tela en un intento de distraerme. Hasta eso se me hace raro estando cerca de él.

En otro momento, me hubiera apartado la mano, entrelazándola con la suya.

Miro de soslayo su mano lánguida a escasos centímetros de mí. Por un segundo, la aprieta antes de estirar todos los dedos al igual que si tuviera alguna especie de calambre. Aparto los ojos de ella cuando vuelve a apretarla.

Con la sensación de deja vu intacta, Saoirse y Pheebs se sientan en los asientos traseros, dejándome el asiento de copiloto.

Aposta.

Ni siquiera necesito mirar a mi mejor amiga para que me lo confirme.

La conozco lo suficientemente bien para saberlo.

Durante los primeros diez minutos nadie dice nada. Ni en los cinoc siguientes.

La expectación de algo, no sabría decir exactamente el qué, está en el aire.

Oigo el murmullo de Pheebs y Saoirse, pero es como si se encontraran en un coche aparte al nuestro. Han intento intervenir antes e incluirnos en la conversación, pero Ryu no ha dado muchas señales de querer hablar ahora mismo. U hoy. O nunca, ya que estamos. Se ha limitado a subirle el volumen de la radio y mantener la mirada al frente.

Yo, por otro lado, me he permitido mirarle de reojo una vez.

Y un segunda.

Y... también una tercera.

Al ver que va frunciendo cada vez más el ceño, he decidido mantener mi atención en la carretera también.

No he durado mucho haciéndolo cuando al mirar de reojo en un semáforo en rojo, me he encontrado con que él me está mirando de vuelta.

—¿Vas a quedarte a cenar hoy? —musito con un hilo de voz.

Lo último que necesito es que haga como con Saoirse y suba aún más el volumen de la radio.

Entonces, veo que gira la ruedecilla al lado contrario, silenciándola del todo.

Hasta el murmullo de Saoirse y Pheebs ha muerto.

—No lo sé —responde, encogiéndose de hombros antes de girar hacia la derecha—. Estoy hasta arriba de exámenes.

Sutil, Kimura.

Muy sutil.

Aparto la vista de él, centrándola en el gran edificio comercial al igual que si fuera la cosa más interesante del mundo en estos momentos.

Intento no pensar en su respuesta como un rechazo, pero no lo consigo demasiado bien.

Ahora mismo, habría preferido que me ignorara y hubiera subido la música de la radio.

—Aunque, si no voy, creo que mi madre sería capaz de plantarse en mi piso —bromea en medio de un carraspeo—. Según ella, últimamente no estoy comiendo en condiciones.

Tengo que obligarme a mí misma a reprimir la sonrisa cuando al mirarlo de reojo, me encuentro con un atisbo asomándose en su cara.

—¿Y desde cuánto te importa la opinión de tu madre?

Al parar el coche, caigo en la cuenta de que ya hemos llegado a casa. Apoya la cabeza sobre el asiento, girándola ligeramente para seguir manteniéndome la mirada.

—Eso me gustaría saber a mí —reflexiona.

Esta vez, cuando nos invade el silencio, no me siento incómoda. Tampoco rara.

Esta vez me siento como si lo de hace dos semanas no hubiera pasado.

Me siento en casa, aunque dicho en voz alta —mentalmente— suene extraño.

Ante el carraspeo a nuestras espaldas, aparto los ojos de él.

—Muchas gracias por traernos, chofer. Excelente servicio —canturrea mi mejor amiga.

Se asoma entre los asientos delanteros y tamborilea con los dedos sobre mi hombro antes de zarandearme con energía renovada.

—¡Cinco días para graduarnos! —chilla, extasiada y se baja del coche.

El silencio vuelve a envolvernos sin que ningún de los dos parezca tener intención de romperlo.

Al menos, no en un principio.

Sin embargo, cuando está a punto de decir algo, aporrean en el cristal de mi puerta.

Me basta con no ver a nadie al otro salvo una pequeña mano para saber que se trata de Nara. Con cuidado de no golpearla, la abro, apareciendo frente a nosotros con el ceño fruncido y cruzada de brazos. Casi en control remoto me desabrocho el cinturón, alentándola a que se siente encima de mí al estirar una mano en su dirección.

No se lo piensa una segunda vez, acomodándose sobre mí con una sonrisita infantil. A diferencia de hacer un par de meses, ya le han salido los dientes de «adultos» como suele decir ella, dejando de estar desdentada.

—Mamá dice que, si no entráis ya, os quedaréis sin cenar —nos informa genuinamente preocupada.

Finjo ahogar un grito, escandalizada.

—¿Me dejarías sin comida?

Ella niega con la cabeza muchas veces, provocando que le reboten las pequeñas coletas antes de mirarme de nuevo.

—No —sentencia, seriamente—. Te escondería un plato para después como hago con el brócoli que se come Boots —murmura a modo de cómplice.

—¿A Boots le gusta el brócoli? No lo sabía.

Nara no pilla en absoluto el tono irónico, pero por la risa suave que escucho a mi derecha, sé de alguien que sí.

Asiente con la cabeza.

—¡Pero mamá no lo puede saber!

Le hago un gesto con el dedo para que se acerque más a mí.

—Tus secretos están a salvo conmigo —susurro, divertida—. Ya lo sabes.

Sonríe satisfecha, bajándose del coche. Entonces estira una mano hacia mí y dejo que me arrastre hacia el interior de la casa.

El olor a comida recién hecha invade toda la estancia, consiguiendo que me ruja el estómago en respuesta ante el vaho que expulsa la olla. Helen me ofrece una sonrisa antes de alzar un poco más la vista y no necesito girarme para saber que Ryu está a mis espaldas.

Entonces, pillándome desprevenida, apoya una mano en mi espalda para poder cruzar por delante de mí y acercarse a Kairi.

Aunque no me da demasiado tiempo a pensar en ello cuando me vibra el móvil en el bolsillo del pantalón.

Al desbloquearlo, descubro que es un correo.

¡Enhorabuena!

Nos complace anunciarle que ha sido admitido en el grado de Biología Marina en la Universidad de Gallway.

Más adelante se le asignará una fecha para que se acerque a la institución en nuestra jornada de puertas abiertas y presentación del docente.

Al elevar la mirada del móvil, me doy cuenta de que Nara me observa con el ceño fruncido y no es hasta ese momento en que me percato de que estoy sonriéndole al móvil.

N/A: Llego tarde y no porque quiera sino que he salido más tarde de la cuenta de clases y se me ha ido acumulando todo, pero aquí estoy.

No ha sido hasta esta tarde en la biblioteca cuando he corregido el capítulo cuarenta y dos (este viernes lo leeréis) que me he dado cuenta de que realmente se acaba. Que ya no habrá más viernes de Rysther, al menos durante una temporada hasta que empiece con IT, pero no será lo mismo.

Soy super sensiblera con esto, para otras cosas no, pero para los libros y sobre todo para MIS libros soy horrible. Tengo un apego emocional y sentimental que no sé. Se me hace muy raro.

No creí que me iba a afectar tanto.

Falsas esperanza e ilusiones.

Pero bueno, siempre me auto consuelo a mí misma que vendrán nuevas historias y que, no serán ellos, pero serán otros (*c va a iorar a una esquina*)

¿Podemos volver a junio del año pasado?

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