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Capítulo Cuarenta




(Canción: Butterflies de Haley Gold)

<< 40 >>


Estaba nerviosa por llegar a casa.

Bueno, mentira, lo sigo estando.

No he estado tan aterrada desde que caminé por estos mismos pasillos hace seis meses.

Cuando cargando con mi pequeña mochila, perdida en busca de la zona para recoger mis dos grandes maletones iba a conocer a la pareja que hasta día de hoy son un apoyo fundamental en mi día a día. Que, cuando me preguntara por sus tres hijos, se convertirían en algo tan importante en mi vida.

Seis meses.

Eso había sido suficiente para poner todos mis planes patas arriba.

Me recoloco la mochila con cierta ansiedad al cruzar el marco y plantarme frente a la cinta de las maletas. Tomo una respiración profunda, intentando no pensar en la posibilidad de tener que verlo tan solo con un par de días de margen tras eso.

«Lo más probable es que no haya venido», me digo a mí misma a modo de consuelo.

No es el único del grupo con coche después de todo.

También está Javi.

Con ese pensamiento recobrando fuerza en mi mente, tiro de la pequeña maleta negra y ando hasta la salida de las llegadas.

Durante un momento, las puertas se abren muy despacio.

Sin embargo, en cuanto lo veo a él ahí, lo han hecho demasiado rápido.

Inconscientemente, doy un paso hacia atrás, provocando que las puertas se hubieran cerrado frente a mí sino fuera por el flujo constante de personas saliendo por ellas. Inhalo aire lentamente y cuadro los hombros. Entonces, desvío la vista de él para centrarla en mi mejor amiga que pega pequeños saltos en su sitio, moviendo las manos para que la localice mientras grita mi nombre.

Me obligo a sonreír cuando llego a su altura y permito no dejar que nada más se entrometa en mi cabeza cuando me abraza, estrechándome con ganas. Dejo caer la mochila junto a la maleta y le devuelvo el abrazo con fuerza, sintiéndome un poco más en casa ahora que la tengo cerca. Cierro los ojos y oculto la cara en su hombro, conteniendo de la mejor forma las lágrimas que amenazan con exteriorizarse.

Al separarnos, me fijo en que Saoirse también tiene los ojos hinchados y rojos por el mismo motivo. A pesar de ello, es capaz de sonreírme.

—Te he echado muchísimo de menos —murmura con voz encogida—. Espero que no se vuelva a repetir —me advierte, señalándome con el dedo.

Sin poder evitarlo, clavo los ojos en Ryu ante su amenaza, encontrándome con que él ya me estaba mirando de vuelta. Aparto rápidamente la mirada.

—Haré lo que pueda —bromeo, sacándole la lengua.

—Más te vale.

—Dejaros de tanta ñoñería, que tiene a más gente a la que saludar —se queja Javi, a su lado, tirando de mí.

Suelto una risa entrecortada cuando me abraza con casi la misma energía que Saoirse.

—No te pongas tan sensible —susurro, divertida, devolviéndole el gesto—. O empezaré a pensar que te caigo bien después de todo.

Esta vez es él quien suelta una pequeña carcajada antes de separarnos. Entonces, se aparta de mi lado dejándome el camino libre para acercarme a Ryu. O para que él elimine la distancia entre los dos.

Nada de eso ocurre.

Incapaz de poder mantenerle la mirada por más de un segundo, me giro en redondo recogiendo mi mochila y arrastro la maleta hasta acabar al lado de Saoirse. Ella frunce el ceño ante mi reacción, pero con un intercambio de miradas es capaz de entrever la situación así que entrelaza nuestros brazos y me acompaña fuera.

Por el sonido de varios pasos a nuestras espaldas, sé que nos están siguiendo de cerca.

Nadie dice nada hasta llegar al coche.

—Señoritas, están de suerte... —proclama Javi, guiñándonos un ojo mientras abre la puerta del piloto—, porque seré vuestro chofer de hoy.

—¿Debo escribirle a Helen para decirle que no llegaremos para cenar? —pregunto, alzando una ceja.

Me arrepiento momentáneamente de haber usado el plural cuando siento su atención sobre mí, pero es demasiado tarde ya para rectificar.

—Deberás si te dejo tirada aquí como sigas así.

Entrecierro los ojos, irritada cuando sonríe ampliamente.

—Te voy a poner súper mala puntuación —le advierto.

Me hace el corte de manga y entra al coche, cerrando detrás de él.

Saoirse parece hacer el amago de sentarse delante, pero Ryu se le adelanta y pega un portazo. Mi mejor amiga frunce aún más el ceño y me lanza una mirada inquisitiva, como si los dos hubiéramos perdido la cabeza.

A lo mejor lo hemos hecho.

Por eso hemos acabado así.

En respuesta, me encojo de hombros cuando termino de guardar la maleta, sentándome detrás de Javi. Saoirse toma el otro asiento, dándole un par de toques sobre el hombro.

—Me iba a sentar yo delante, ¿sabes? —cuestiona, divertida.

Ryu se gira lentamente hasta mirarla por encima del hombro.

—¿Y?

—Me acabas de quitar mi sitio —refunfuña, cruzándose de brazos.

—Haber sido más rápida —ataja, sentándose de frente, cortando la conversación.

Esas son las máximas palabras que le escucho en todo el trayecto. Son muchas más de las que he dicho yo. Al menos eso se lo tengo que conceder.

Durante la hora de viaje hasta casa, son Javi y Saoirse los encargados de llenar el silencio del coche. Yo intervengo cada cierto tiempo con algún monosílabo para que sepan que los estoy escuchando, aunque apenas les esté prestando atención. Estoy más enfocada en la tarea de no mirarlo de reojo.

De no buscarlo con los ojos.

De no escrutarlo en silencio como solía hacer.

De querer sonsacarle algo, lo que sea.

De que me irrite.

De meterme con él.

De discutir.

De besarlo.

Lo que sea.

Sin embargo, no lo hago.

Me limito a observar el paisaje que se abre paso por delante de nosotros.

Cierta nostalgia me invade al localizar el bar con el trébol de cuatro hojas en el cartel que tanto me impactó cuando llegué aquí al igual que la explanada de campo con los caballos salvajes. A diferencia de ese día, no hay ninguna nube en el cielo y la perspectiva es capaz de dejarte sin respiración. Me lamento mentalmente por haber guardado la cámara en la maleta en lugar de en la mochila.

Al pasar por delante del centro comercial, se me escapa un suspiro, aliviada de que solo queden un par de minutos antes de salir de aquí.

Sobre mi regazo, vibra el móvil. Lo levanto, encontrándome con un mensaje de Saoirse.

SAOIRSE:

¿Qué os pasa?

ESTHER:

Nada.

SAOIRSE:

Vale.

Y yo soy morena y de pelo liso.

ESTHER:

Lo hablamos cuando se vayan.

Aparto la vista de la pantalla, buscando a Saoirse con la mirada que no le ha pasado desapercibido el plural y parece cada vez más perdida con la situación.

«Así que no se lo ha dicho», en cuanto el pensamiento se abre paso por mi mente, poso los ojos sobre él.

A mi suerte —o desgracia—, tiene la cara ligeramente girada hacia la ventana, así que es imposible que sepa que lo estoy mirando.

Lleva el pelo más despeinado de la cuenta, como si no dejara de tocárselo. Hay una sombra de barba acechando sus mejillas y mandíbula, pero sin llegar a ocultar el único lunar que tiene. La camiseta tiene pinta de vieja, aunque me resulta familiar. No es hasta que desvío un momento la vista a la ventana cuando me fijo que en realidad es mía.

Un peso se asienta sobre mi pecho ante el detalle.

Cuando ese escozor familiar se apropia de mis ojos, decido que es hora de centrar mi atención en otra cosa.

Como en el hecho de que ya hemos llegado.

—¿Efectivo o con tarjeta? —pregunta Javi, recolocando el espejo retrovisor para poder mirarnos sin necesidad de girarse.

—¿Sirve con amor? —cuestiona en respuesta Saoirse, pestañeando sin parar a modo de parecer atractiva.

—No si las clientas tienen pareja.

«Auch».

Abro la puerta en respuesta, sin meditarlo una segunda vez. Saco la maleta y la mochila del maletero y con un gesto de mano me despido de Javi, dándole las gracias. Antes de entrar, no obstante, busca una última vez a Ryu con la mirada y, al igual que siempre, él ya está observándome de vuelta.

Entro sin cerrar, sabiendo que Saoirse viene pisándome los talones.

Ante los ladridos varios de Boots, lo saco de la terraza, lanzándose el animal sobre mí. Le acaricio la cabeza y detrás de las orejas mientras que mueve la cola con fuerza y saca la lengua, lamiéndome el dorso de la mano.

—Si empiezas a darme lametazos, dejo de acariciarte —le advierto cuando esta vez me chupa el brazo.

Ignora por completo mi advertencia y se tumba boca arriba para que le rasque la barriga.

—¿Qué mosca os ha picado a los dos? —cuestionan a mis espaldas.

Al mirar por encima del hombro, observo a Saoirse dejándose caer sobre una silla de manera dramática al igual que si estuviera a punto de desmayarse.

—Soy demasiado joven para estos sustos, Esther —murmura, estirándose sobre la mesa del comedor.

Si la situación fuera otra, me reiría a su costa con Ryu a mi lado burlándose de ella. Sin embargo, las circunstancias son las que son y no hay nadie junto a mí y reírme ahora mismo se me asemeja como una misión imposible.

Ella alza una ceja, en espera a que diga algo.

En silencio, dejo de acariciar a Boots, que se levanta de golpe de suelo para acostarse sobre su cama y me siento en la silla de enfrente de mi mejor amiga, señalándole la puerta del pasillo. Nos levantamos de la mesa, sabiendo que en cualquier momento podrían aparecer Helen o Kenji con los niños y entramos a mi habitación, sentándonos cada una en una cama.

—No te enfades —le pido, consciente de que está analizando cada uno de mis movimientos.

En respuesta, se endereza en su sitio, cruzándose de brazos preparada para hacer exactamente eso.

—¿Qué ha hecho? —exige, frunciendo el ceño—. No me importa que sea tu novio, nadie se mete con mi mejor amiga. Salvo yo.

«Exnovio», pienso para mis adentros con ese escozor incómodo hormigueándome el pecho.

—Lo hemos hecho los dos más bien.

—¿Qué?

Trago saliva con dificultad, sabiendo que será la primera vez que lo diré en voz alta y no la última.

—Ryu y yo lo hemos dejado.

—¡¿Qué?! —chilla una octava más aguda.

La regaño con la mirada al ver que incumplió en medio de un segundo el trato entre las dos.

—Dime que escuchar a Harry Styles a todo volumen me ha dejado sorda.

Niego con la cabeza, notando el nudo incómodo asentándose en mi garganta. Sorbo por la nariz con fuerza y tengo que pestañear un par de veces para no romper a llorar delante de ella.

Aunque no lo consigo demasiado bien.

Cuando se me emborrona la visión, oigo la madera crujiendo por unos pasos antes de sentir a Saoirse abrazándome por los hombros. Le devuelvo el gesto con ganas. Casi con necesidad. Sintiendo el escozor extendiéndose por todo mi cuerpo, dejando un vacío extraño tras su paso como si me faltara algo, pero no.

—Esther...

—Lo hemos dejado —repito, sorbiendo con violencia los mocos.

Saoirse apoya la cabeza sobre la mía, acariciándome los brazos arriba y abajo al igual que si fuera un cachorrito abandonado en la calle que necesita consuelo.

—Sabía que esto pasaría.... Que no iba a durar... que él... y yo no... —Resoplo, pasándome la manga del jersey por debajo de los ojos con frustración—. Todo ha sido para nada. No ha significado nada.

—El hecho de que lo hayáis dejado no significa que no estuvierais enamorado —murmura con suavidad mientras yo sigo refunfuñando sobre todo lo que hicimos mal, sobre cómo todo estuvo mal desde el inicio, aunque no me crea ni una de mis mentiras—. No significa que, por mucho que lo quieras negar o tapar, o mentirte a ti misma, no lo sigas estando. Y él de ti.

Suelto un nuevo bufido, irritada ante su sabiduría repentina.

—¿Y qué significa entonces?

—¿Honestidad pura?

Saoirse ladea la cabeza a un lado, manteniéndonos la mirada a la otra. Asiento con la cabeza, enarcando una ceja ante el brillo asesino de sus ojos mieles.

—Que sois unos idiotas redomados —concluye, estrechándome con más fuerza—. Los dos, además. ¿Por qué habéis hecho eso?

Se me escapa una risa entrecortada, sorprendida por su reacción.

—Me alegra ver que mi indignación te divierte —refunfuña.

—No me lo esperaba, ¿vale?

El silencio vuelve a caer sobre nosotras. Las palabras sobran para que comprenda que, ahora mismo, lo último que me apetece es analizar el porqué de nuestra ruptura. Me retira un mechón húmedo lejos de la cara, ofreciéndome una pequeña sonrisa a modo de consuelo.

—¿Qué quieres hacer hoy?

Desvío casi por instinto la vista a la pared con fotos en frente de nosotras. A lo largo de estos meses, cada cierto tiempo, me escabullía con Kai y nos íbamos a un laboratorio a revelarlas, pegándolas después una por una hasta formar un collage de cada uno de mis recuerdos aquí.

Lo último que necesito es quedarme rodeada de ellos porque lo buscaría en cada una de las fotografías.

Algunas ni siquiera recuerdo haberlas tomado, otras, tampoco sabía que estaban hasta que las revelé.

La primera, el día en que nevó.

Se puede ver toda nuestra calle cubierta de blanco, los árboles frondosos y verdes, vacíos y carentes de hojas, espolvoreados por azúcar glas, como decía Nara.

En ella está Ryu con el pelo empapado, al igual que yo, los dos con una bola de hielo cada uno preparados para atacar el otro. Por la manera en que sonrío, poca gente pensaría que nos llevábamos mal. Que ni siquiera nos aguantábamos. Mucho menos por la sonrisa genuina que se entrevé en su cara, a pesar de estar ligeramente de espaldas.

La segunda en el merendero.

Está justamente al lado de la primera y se encuentran las dos versiones. Tanto en la que él habla distraído con Javi y yo tengo toda mi atención sobre él, ajena al resto de personas de nuestro alrededor. Ajena al hecho de que nos estuvieran fotografiando.

Y en la otra, intercambiamos los papeles.

Miro irritada a quien supongo será Kieran mientras Ryu parece distraído con los ojos clavados sobre mí, ausente del mundo. Presente únicamente por mí.

La tercera es mi favorita.

Apenas se nos puede venir a ninguno de los dos debido a la distancia, pero es suficiente para rememorar las emociones en ese instante.

Estamos los dos en medio del gran campo de rugby. Él está corriendo delante de mí mientras que yo lo persigo de muy cerca para arrebatárselo. Ni siquiera pensé que todavía estarían en las gradas cuando nos pusimos a hacer el tonto.

El muy idiota nunca admitió que lo alcancé y le robé el balón con facilidad, alegando que me había dejado ganar para que no le diera un nuevo portazo en la nariz cuando llegáramos a casa. Le respondí que, a pesar de su tremendo esfuerzo, lo haría igualmente y se rio antes de decir que no esperaba otra cosa.

—¿Tienes noventa y nueve céntimos?

Saoirse alza una ceja, divertida como si pudiera leerme la mente y asiente con la cabeza con esa complicidad que siento desde el primer día.

Así que sin tener que decir nada más, dejamos la maleta sin deshacer sobre la cama, cogemos los abrigos, el paraguas y los gorritos de lana, corriendo calle abajo para no perder el autobús que está a punto de parar en nuestra parada vacía. Por un momento, soy incapaz de pensar en nada más. En nadie más. La adrenalina me recorre de pies a cabeza, al serpentear entre un coche, saltándonos un semáforo y hacer señas de disculpas mientras que Saoirse hace aspavientos con las manos para que el chofer se detenga.

El pobre señor parece tener un poco de compasión porque lo hace, a pesar de no estar muy contento con su propia decisión.

Terminamos de acortar la distancia con el vehículo y subimos a él, las dos con la respiración acelerada. En cualquier momento se me saldría el corazón del pecho y no me sorprendería en absoluto.

Entre jadeos, recorremos el largo pasillo hasta terminar en los asientos del final. Saoirse arrastra hasta acabar junto a la ventana y yo me dejo caer a su lado, apoyando la cabeza sobre su hombro. En respuesta, lo mueve fingiendo molestia, pero ante el bonito corte de manga que le ofrezco se está quieta.

Entonces, el silencio nos rodea.

Al menos todo lo silencioso que puede estar un bus urbano en medio de un día laboral.

De golpe, aparece un auricular en mi campo de visión. Ni siquiera me molesto en mirarla para leer sus intenciones y me limito a colocarme el casco antes de reacomodarme sobre ella. Por el rabillo del ojo, me fijo en que apoya la cabeza sobre la ventana, dibujando formas irregulares sobre el vaho.

No importa como de cerca pudiéramos estar del verano, aquí se vive en un otoño constante con el que he terminado de familiarizarme.

No sé si podría imaginarme un mayo sin lluvia, un febrero sin nieve, un enero sin congelarme, un marzo con tormentas o un abril helado. O, como ahora, un junio en sudadera.

En cuanto la voz del cantante inunda mis oídos, frunzo el ceño.

—¿Y mi Harry Styles? —pregunto, ladeando la cabeza para mirarla.

—¿Tu Harry Styles? —repite, divertida—. Cualquiera diría que no sabías de su existencia hasta hace un par de meses.

Entorno los ojos, irritada al ver que sonríe.

—Un error lo tiene cualquiera, ¿vale?

Intenta no ampliar la sonrisa sin mucho esfuerzo.

Sin necesidad de que lo diga una segunda vez, rebusca en la larga lista de canciones y le da al play.

—¿Nuestra primera canción? —cuestiono con cierta nostalgia al pensar en todo lo que supuso esa tarde sin yo ser consciente de ello.

—La primera de muchas —alega, guiñándome un ojo.

Asiento con la cabeza, pensativa.

—La primera de muchas.


N/A: Bueno bueno...

¿Qué tal la matanza? (hacia mi persona)

Para vuestra información, el karme funciona que después de actualizar el 39 un par de días y me he puesto mala malísima :)

Eso sí, he aprovechado para terminar "Un inesperado amor" y oficialmente la he terminado. Ahora estoy con el epílogo y un posible extra, pero se irá viendo.

Así que esta semana es la semana de "Un inesperado amor". No hay excusa para no ir al día, es más, os lo recomiendo jeje porque va a haber una sorpresita jiji

Nos vemos el martes, inmaduras 🧡

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