Capítulo Catorce
Capítulo dedicado a ilybrratz es poco higiénico, pero respeto tu fetiche con los pies, yo también se los besaría a Saoirse jeje 🔥
Felicidades adelantadas a dencyscs <3
(Canción: Saturday Sun de Vance Joy)
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Al final el jueves no me fui a dormir hasta después de cenar.
Ryu y yo estuvimos hablando por horas. Muchas. Ni siquiera me había preocupado en mirar mi teléfono, ni si Helen y Kenji habían llegado, ni si Nara estaba pendiente de cuando llegase. No fue hasta que Boots empezó a arañar la puerta cuando nuestra pequeña burbujita se rompió.
En esas horas descubrí que el color favorito de Ryu es el negro, que prefiere mil veces antes el verano que el invierno y yo tuve que darle una larga explicación sobre por qué el invierno es la mejor estación en realidad, a lo que él me rebatió con un: «Tienes muy mal gusto».
Y, por razones obvias, esa se convirtió en su respuesta favorita cada vez que yo decía algo, pero fue cuando al confesar que era una enamorada empedernida de los libros de romance y él se burló, que yo solté un: «Me importa una mierda tu opinión».
Esa terminó convirtiéndose en la mía.
También descubrí que tiene una cicatriz debajo de la barbilla y que se la hizo porque un mini-Ryu de la edad de Kairi decidió escalar árboles para intentar cazar una ardilla y terminó cayéndose por culpa de una rama, chocando con una piedra que había en el suelo.
Mi anécdota con animales salvajes no es tan espectacular como la suya, pero se resume en que el chihuahua de Evelyn me mordió de pequeña la nariz y desde entonces le tengo pánico a los perros. Al único que soporto ahora mismo es a Boots, pero es que esa bola de pelo no haría daño ni a una mosca.
Quién iba a pensar que el engreído que se coló en mi habitación la primera noche iba a resultar tan interesante.
Aunque eso no quita que siga sacándome de quicio cada vez que tiene oportunidad como está haciendo ahora mismo al intentar contener una sonrisa divertida ante mi exasperación por no saber a dónde nos dirigimos.
—¿Por qué no vamos a los bolos al final? —pregunto de nuevo, irritada cuando lo único que recibo en respuesta es que él y Saoirse intercambien una mirada cómplice.
—Ha habido un cambio de planes —acaba respondiendo al cabo de unos segundo en silencio mi mejor amiga.
Agarra el paraguas del cubo negro antes de salir de casa, arrastrándome con ella al exterior. Bajamos las escaleras con nuestros brazos entrelazados y soy capaz de oír como cierran la puerta detrás de nosotras. No necesito mirar por encima de mi hombro para saber que Ryu está pisándonos los talones.
—¿Qué? ¿Por qué? —refunfuño, al igual que le he oído hacer a Nara cada vez que Helen le da una fruta en lugar de un yogur para merendar.
«Al final Enzo va a terminar teniendo razón», me regaño mentalmente al darme cuenta.
—En Irlanda llueve los trescientos sesenta y cinco días del año, period. —Desenlaza nuestros brazos y abre la puerta del copiloto, alentándome a que entre al coche y me siente en el asiento. Frunzo el ceño, sin entender nada de lo que está pasando, pero obedezco igualmente—. Así que hoy tenemos que aprovechar los dos rayitos de sol que hay.
Parpadeo un par de veces al escucharla, sin ser capaz de comprender que está maquinando en su cabeza. Me giro en su dirección, entrecerrando los ojos y ladeando ligeramente la cabeza cada vez más confundida.
—Entonces... ¿cuál es el plan?
—¿Es una sorpresa?
Antes de que pueda abrir la boca para rebatirle dicha lógica, cierra la puerta en mis narices y camina por delante del morro del coche hacia el otro lado, abriendo la puerta de los asientos traseros. Hago el amago de preguntarle algo, pero al ver a Ryu sentándose en el asiento del conductor termino por silenciarme, observándolo.
Sin decir nada al respecto, me mira de reojo antes de arrancar y salir de nuestra calle, adentrándose en la autovía con destino a no sé dónde.
—¡Ah! ¡Casi se me olvida! —exclama Saoirse desde la parte de atrás. Con la mala costumbre que ha adquirido de meterse en medio de los asientos, asoma la cabeza, sonriendo divertida ante mi confusión—. Tu cámara. —Estira la mano, ofreciéndome mi cámara digital con el objetivo de 50 mm ya puesto.
Se deja caer hacia atrás en los asientos y comienza a juguetear con su teléfono, ignorando mi confusión por completo. Clavo la vista en la carretera, enfurruñada con los dos por no decir nada al respecto. Me encantaría gritarles mil cosas distintas, pero termino haciéndolo mentalmente, a la vez que los insulto y maldigo mientras que por fuera parezco una persona civilizada admirando el prado verde que se abre frente a nuestros ojos.
Ni siquiera me doy cuenta de que comienzo a juguetear con la correa de la cámara ante la incertidumbre de no saber a dónde me están llevando hasta que Ryu habla por primera vez en diez minutos.
—Lo estás haciendo de nuevo —susurra, solo para que yo pueda escucharlo.
Aunque solo necesito una mirada de reojo en dirección a Saoirse para saber que, incluso gritándolo, ella no se enteraría porque tiene puestos sus auriculares lilas y menea la cabeza al ritmo de alguna canción.
—¿Haciendo el qué? —pregunto, centrando mi atención en Ryu, que me mira de soslayo, sin despegar los ojos de la carretera.
—Eso que haces cada vez que estás nerviosa —dice, como si al nombrarlo yo debería saber a lo que se está refiriendo. En realidad, lo sé, pero prefiero que lo diga él—. Siempre jugueteas con algo, retorciéndolo entre tus dedos. El día del faro fueron las asas de la bolsa, el jueves fue el dobladillo de la camisa y hoy es la correa de la cámara.
En cuanto nombra lo último dejo de hacerlo.
Todavía con la imperiosa necesidad de tener que distraerme con algo, me recoloco un mechón de pelo, mordiéndome el labio inferior ante el silencio denso que se asienta sobre nosotros.
Sé que me está mirando.
Lo sé demasiado bien.
Soy capaz de sentir su mirada sin necesidad de mirar en su dirección, de sentir su presencia sin necesidad de girarme para mirarlo, de saber que tengo su atención sin necesidad de estar atenta a mi alrededor.
Una fuerza externa que no comprendo me engulle siempre que él está cerca y, aunque debería asustarme ante lo presente que parece en mi vida, no es aterrador en absoluto. Sino todo lo contrario y es eso, el hecho de que no me dé miedo, lo que realmente me aterra.
—¿Música? —pregunta, rompiendo el silencio en el que se ha sumido el coche.
Asiento en respuesta. Apoyo la cabeza sobre la ventana y, aunque en otro momento sacaría millones de fotos del paisaje, estoy demasiado distraída ante la incógnita para poder enfocarme en otra cosa. Además, saber que él va a estar atento a mis movimientos, aunque solo sea de reojo, tampoco ayuda.
Me pone de los nervios. En todos los sentidos, habidos y por haber.
—El otro día descubrí una cosa —comenta al cabo de unos segundos en silencio.
Giro la cabeza sobre el cristal para poder mirarlo, en espera a que añada algo más. Ante mi mutismo, él enarca una ceja y no necesito que lo diga para saber que quiere que sea yo quien le pregunte. Refunfuño, molesta al entrever la sonrisa en su rostro y a pesar de haberlo insultado en voz muy baja, Ryu es capaz de escucharme y amplía aún más su estúpida sonrisa.
—¿Qué descubriste el otro día? —pregunto a regañadientes.
—Que no eres tan inmadura como creía.
Bufo incrédula al escucharlo y al oír como se carcajea ante mi reacción, parpadeo un par de veces sorprendida. Entrecierro los ojos en su dirección, irritada al ver que su risa es cada vez más escandalosa.
—Tú eres tan engreído como pensaba.
Esta vez es Ryu quien bufa incrédulo ante mi respuesta.
—Sabes que eso no es verdad —rebate, falsamente molesto.
—No. —Niego con la cabeza, sin poder ocultar la sonrisa mucho más tiempo—. No lo es.
—Mi alto ego totalmente justificado acepta tus disculpas —dice con sorna.
Le propino un golpe en el hombro al oírlo.
—¡No era una disculpa! —me quejo.
—Shhhh. —Me pide que guarde silencio haciendo aspavientos con la mano libre—. No escucho la canción.
—Pero...
—Sh.
—¿Quién te crees que...?
—Shhhh —repite, esta vez tapándome la boca con la mano en el proceso.
—Gilipollas —murmuro contra la palma de su mano.
Aunque por la sonrisa divertida que surca su rostro, me ha entendido a la perfección.
Al igual que la vez que Helen tocó a la puerta cuando estábamos los dos juntos en su habitación, le lamo la mano y él la aparta haciendo la misma mueca de asco que hizo aquella vez.
Le sonrío victoriosa, obteniendo únicamente un golpe en el hombro juguetón de su parte. Él centra su atención de nuevo en la carretera cuando el semáforo se vuelve verde y yo disfruto de la música en silencio, sin dejar de observar al detalle el paisaje a nuestro alrededor. Aunque, extrañamente, me resulta demasiado familiar.
Pero no es hasta que Ryu gira en una calle estrecha que reconozco la fachada de ladrillos rojos y pintura blanca característico de la tienda donde trabajo.
—¿Qué estamos haciendo aquí?
Mi respuesta llega en forma del tintineo característico de la campana que hay colgada en la puerta de la entrada que, a pesar de tener las ventanas subidas y las puertas cerradas del coche, suena con fuerza cuando salen del local y Pheebs aparece frente a nosotros con una bolsa de... ¿zanahorias? La sigo con la mirada hasta que abre la puerta de los asientos traseros y se deja caer junto a Saoirse, que se quita los auriculares en cuanto la ve.
—¡Hola, hola! —saluda con una energía que ya me gustaría sentir a mí a estas horas de la mañana. Deja la bolsa de zanahorias en la consola central donde hay un compartimento que se abre y las coloca en su interior antes de cerrarlo. Ni a Ryu ni a Saoirse les parece extraño que lleve eso—. Javi está de camino para recoger a los gemelos.
Ryu asiente en respuesta y arranca el coche, saliendo de nuevo hacia la autopista. Lo único que interrumpe el silencio es la canción de la playlist de Ryu y la charla bastante animada, al parecer, de Saoirse y Pheebs.
Al principio intentaron hacerme partícipe de ella, pero ante mis respuestas monosílabas y como me dispersaba en cuanto se descuidaban un momento, han continuado ellas hablando y yo me he limitado a intentar averiguar a dónde nos dirigimos.
Mentiría si dijese que no he intentado jugar sucio, porque lo he hecho.
Cuando Ryu estaba un poco más distraído de la cuenta he intentado sonsacarle calles y lugares por los que pasábamos para poder buscarlas en el GPS y averiguar algo. También he intentado sobornar a Kai por mensajes a base de chocolatinas para que me dijese a dónde íbamos y Kieran ha acabado llamando a Ryu, que tenía el bluetooth activado y todos han descubierto mi plan.
Al ver de reojo un cartel del Zoo, pienso que es ahí donde me están llevando y, aunque no me hace demasiada gracia ir a ver animales enjaulados, fuera de sus hábitats naturales, al menos sabré a dónde nos estamos digiriendo, pero al pasar por delante de la entrada y seguir hacia delante, todas mis ilusiones se esfuman más rápido que una Guinness en un pub.
El coche da varios tumbos cuando nos adentramos en un descampado. Me sujeto en la puerta y agarro con fuerza la cámara, temiendo más el hecho de que se pueda romper a que a mí me pueda pasar algo.
Tardo un par de segundos en ser capaz de reconocer el coche junto al que hemos aparcado. Es el de Javi, aunque no me da demasiado tiempo a mirarlo detalladamente cuando Kieran, sí, así de fácil sé que es él, aporrea mi ventana para que la baje.
En su lugar abro la puerta, haciendo que él tenga que dar un paso hacia atrás para que no acabe estampándola contra su cuerpo.
—¿Nos hemos levantado con el pie izquierdo hoy? —pregunta a modo de saludo.
—Nis himis livintidi cin il pi izqirdi hiy —lo imito, refunfuñando.
Kieran está a punto de soltar una risotada al escucharme, pero cuando su mirada se cruza con la mía termina carraspeando, en un intento de disimularla.
—Está molesta porque no le hemos dicho a dónde la llevamos —responde Ryu, a mis espaldas.
Ni siquiera necesito mirarlo para saber que, sin necesidad de sonreír, se está divirtiendo con la situación.
—Estoy molesta porque tengo unos amigos horribles —bufo, empezando a caminar dios sabrá dónde, porque yo no.
—¿Nos acaba de llamar amigos? —pregunta Kieran con falsa emoción, a modo de burla.
—Yo creo que sí, ¿no? —responde Ryu, sin disimular la diversión en su voz—. ¿Tú qué crees?
—Yo nos llamaría personas que soporto por obligación y para poder salir de vez en cuando, pero «amigos» también me sirve —añade Saoirse.
Gruño, irritada cuando escucho como rompen a reír a la vez.
Sin mirar atrás sigo caminando, sin fijarme en mi alrededor. Estoy demasiado concentrada en no pisar algún charco ni llenarme los botines de barro. Aunque viviendo en Irlanda es algo inevitable a estas alturas. Aun así, que no se diga que no lo intenté.
En el único momento en que me permito apartar la mirada del suelo es para asegurarme de que mi precioso bebé no tiene ningún rasguño.
Por eso mismo, ni siquiera se me pasa por la cabeza que los gritos de «Miss» vayan dirigidos en mi dirección hasta que es demasiado tarde.
—¡Miss! ¡Miss! —gritan repetidamente.
Al mirar por encima de mi hombro me encuentro a un señor barrigón que tendrá alrededor de cincuenta años corriendo en mi dirección lo más rápido que le permite su baja estatura, subiendo casi ahogado la colina donde me encuentro. Hace aspavientos con las manos, señalando algo a mi derecha.
Frunciendo el ceño, miro a donde está señalando y entonces los veo.
Ciervos.
Doy un traspié sorprendida, sin ser capaz de apartar los ojos de la gran corona que decora la cabeza de unos de ellos, que está mirándome.
Sus ojos oscuros me observan con el brillo salvaje iluminando su mirada, vacilándola entre el segurata y yo. Trago saliva y doy un nuevo paso hacia atrás cuando el ciervo da un nuevo paso hacia delante.
Ni siquiera soy capaz de encender la cámara en condiciones, me tiemblan las manos.
Detrás de él, hay dos más con una corona mucho más pequeña y unos cuernos más delgados, pero igual de imponentes. El de la corona grande tiene el pelaje de color canela, rozando el blanco mientras que los otros dos son de un calor castaño tostado. Son preciosos, de eso no cabe duda.
Al oír el crujido de una rama, echo un vistazo rápido a mi izquierda encontrándome con Ryu, vacilando su mirada entre los ciervos y yo mientras se acerca lentamente a donde me encuentro con un par de zanahorias en su mano.
Inconscientemente doy pasos más rápidos hasta acortar la distancia por completo con él.
—Son una pasada, ¿verdad? —dice casi sin aliento.
Aunque no es tanto por el esfuerzo de haber tenido que subir la colina sino por la imagen que se abre paso frente a nosotros.
A diferencia de hace unos segundos que solo estaban los tres ciervos, ahora se han ido acercando poco a poco más. Detrás de ellos soy capaz de entrever a una madre con su cervatillo entre sus patas, observándonos con la misma curiosidad con la que los estamos observando nosotros.
—Era tu animal favorito, ¿no? —hablo, me tiembla ligeramente la voz, todavía impresionada.
—Ajá. —Termina de hacer desaparecer la distancia entre los dos y me rodea la cintura con el brazo antes de empezar a avanzar hacia los ciervos, que están atentos a cada paso que damos—. ¿No piensas sacar ninguna foto? —dice en voz muy baja.
«Sacar fotos con las manos temblando no es la mejor forma de sacar fotos».
—Antes estaba muy nerviosa para pensar en ello —me sincero, a medias.
—Pero ya no lo estás, ¿no?
Ryu aparta un segundo la mirada del ciervo de la corona más grande para centrarla en mí. Si creía que de esa forma iba a conseguir relajarme está muy equivocado, porque que me observen con tanto detalle me altera en demasía, pero que lo haga él me desconcentra por completo y no soy capaz ni de pensar en condiciones.
—Esther... —murmura mi nombre con esa ronquez que no soportaba y que ahora... bueno, ahora no sé...—. ¿Esther?
Parpadeo un par de veces, volviendo a la realidad.
—¿Qué decías? —me obligo a preguntar.
—Que si querías que sacase yo las fotos por ti.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¿No me has escuchado antes? —pregunta él, frunciendo ligeramente el ceño.
«No. Estaba más atenta pensando en por qué cojones me pones tan nerviosa».
—Claro —miento, aunque me sale la voz un poco más aguda de lo normal.
Ryu está a punto de rebatir mi respuesta, pero termina por callarse cuando tanto Saoirse, como Pheebs y los gemelos nos alcanzan, quedándose Javi rezagado un par de pasos detrás de ellos.
—¿Has visto ese de ahí? —pregunta Kieran a mi lado señalando uno de cuernos grandes, corona ancha y de un pelaje muy oscuro—. Tiene pinta de ser el malhumorado del grupo.
—¿Y cómo has llegado a esa conclusión, exactamente? —le pregunta Ryu con burla.
—Porque se parece a ti, está claro —lo irrita él.
Intento contenerla, pero es inevitable la risa floja que se me escapa al escucharlo.
—Esther piensa igual que yo —se defiende Kieran ante la mala mirada de Ryu.
—Yo no he dicho eso.
—Pero lo piensas —dice Ryu, mirándome de nuevo. Frunzo los labios en una línea recta, intentando ocultar la sonrisa que amenaza por surcarme el rostro—. No pasa nada, tú te pareces a ese —dice, señalando un ciervo al fondo.
Por los pequeños cuernos que le decoran la cabeza sé que es macho. Está mirando fijamente a una mariposa que revolotea a su alrededor, sin percatarse de lo que hay cerca de él, terminando por chocar con el ciervo de pelaje oscuro al que Kieran ha comparado con Ryu. Me fijo en como abre mucho los orificios nasales en respuesta ante el golpe y lo suelta con furia, el ciervo distraído hace caso omiso a su supuesta molestia y vuelve a perseguir a la pequeña mariposita.
Sonrío con ternura al ver como se queda quieto cuando la mariposa se posa sobre su hocico y la observa casi con fascinación.
Ni siquiera me lo pienso dos veces.
Como si algo dentro de mí me lo estuviese pidiendo a gritos, doy un par de pasos más cerca, bajando por un lado de la colina rodeando al trío de ciervos que hay frente a nosotros con una sola misión en mi cabeza.
Me acuclillo con cuidado de no perder el equilibrio ante la inclinación del suelo e hinco un codo sobre la rodilla para mantener la cámara en el plano más estable que me puedo permitir. Compruebo en la pantalla de la cámara que el plano esté equilibrado antes de disparar, cliqueo sobre el botón estabilizador y empiezo a girar la ruedecilla del objetivo hasta obtener la imagen lo más nítida posible.
Guiño un ojo para poder mirar con el otro a través del visor en lugar de la imagen que me ofrece la cámara en la parte trasera, intentando captar el más mínimo detalle.
Todo eso lo hago en cuestión de segundos y casi en control remoto, me alejo un poco la cámara de la cara para asegurarme de que el ciervo y la mariposa siguen jugueteando cerca de la zona en la que me encuentro y comienzo a disparar sin pararme a mirar a nada más.
En un par de ocasiones tengo que recolocar el enfoque cuando cambio el apoyo del codo de una rodilla a otra y la imagen se emborrona un poco, pero nada que pulsando al disparador no pueda solucionar para que se vuelva a enfocar.
También aprovecho para sacarle un par de fotos al trío de ciervos que siguen con la vista fija en mi grupo de amigos, en una especie de desafío silencioso. Aunque solo tiene que dar un paso Pheebs con las zanahorias en la mano para que el de pelaje canela se acerque a ella, olisqueando el puñado de zanahorias, avanzando con lentitud.
La rubia sonríe satisfecha cuando las acepta y aprovecho para capturar el momento.
A Pheebs le brillan los ojos, fascinada cuando es capaz incluso de acariciarle la cabeza. Ryu no tarda en unirse y el ciervo pequeño, al que antes estaba fotografiando, se acerca hasta él y también acepta la zanahoria.
—¿No quieres acercarte? —cuestiona Ryu, sin apartar los ojos del cervatillo.
Acerco la cámara a mi pecho, sin moverme de mi posición acuclillada en la ladera de la colina.
—¿En serio? —habla de nuevo, mirándome de reojo—. Nunca pensé que en lugar de ser inmadura serías una cobarde.
Arrugo la nariz al escuchar el adjetivo. No necesita mirar en mi dirección para saber que ha dado en el clavo y sonríe satisfecho. Aunque es cuando comienzo a avanzar hasta llegar a su altura cuando me observa triunfante.
—Una cobarde con muchas agallas —añade, silbando al ver que acorto la distancia entre los tres decidida.
—No soy ninguna cobarde, muchas gracias —refunfuño, colocándome a su lado.
El cervatillo desvía su atención de Ryu y clava su mirada oscura en mí, olisqueando en mi dirección, acercándose en el proceso. Inconscientemente doy un traspié. Ryu suelta una carcajada, que al mirarlo mal intenta disimular tosiendo.
—¿Y bien? —Enarca una ceja, observando al cervatillo avanzar en mi dirección y yo retrocediendo en respuesta.
—¿Y bien qué?
—Ni siy ningini cibirdi, michis gricis —repite lo que dije antes.
—Odio cuando me imitas.
—Y yo adoro hacerlo.
—Seguiré odiándolo —refuto, sin despegar los ojos del cervatillo.
—Yo seguiré haciéndolo igualmente.
—¿Por qué no me sorprende? —pregunto con ironía.
Ryu sonríe con la boca cerrada a modo de respuesta y empieza a retroceder varios pasos hasta posicionarse a mi lado.
—¿Piensas acariciarlo en algún momento o estás esperando a caerte por la colina?
—No me voy a... —empiezo a decir, pero al no estar atenta doy un paso en falso y trastabillo.
Espero sentir mi culo chocando contra el suelo embarrado, pero no sucede. En su lugar me rodea el brazo y me pega a su pecho, acabando a escasos metros del ciervo.
—Estabas diciendo... —susurra Ryu en mi oído.
Trago saliva, no sé muy bien si por el hecho de que el ciervo esté más cerca de nosotros, si por el calor que es capaz de emanar Ryu a través de la ropa y como consigue erizarme la piel al chocar su aliento cálido en la zona de mi oreja o porque mi corazón late embravecido ante la mezcla de las dos.
—Te odio —mascullo, zafándome de su agarre en mi brazo, pero sin distanciarme de su cercanía.
—Creo recordar que llegamos a la conclusión de que realmente no piensas eso. —Vuelve a hacer lo mismo de antes, esta vez incluso más pegado aún, logrando que sus labios se rocen con la piel sensible de mi cuello.
—Y yo recuerdo que te metí un empujón después, ¿quieres repetirlo?
—Si eso implica que vuelves a estar debajo de mí... entonces sí.
—Eres increíble —murmuro, poniendo los ojos en blanco.
—Gracias.
—Era sarcasmo.
Suelta una risa floja en respuesta.
—Ah, ¿sí? —pregunta con burla—. No me había dado cuenta.
Sin embargo, nuestra conversación es interrumpida cuando el ciervo suelta un berrido, captando nuestra atención.
Le arrebato un par de zanahorias a Ryu y sin tener todas conmigo todavía, me acerco al ciervo, que me mantiene la mirada. Trago saliva cuando apenas queda un palmo de distancia entre los dos y empiezo a acercar la mano con lentitud a su dirección, acercándola a su boca. Antes de que sea capaz de comprender qué está pasando, el ciervo le pega un mordisco que me pilla desprevenida, pegando un respingo, sorprendida.
A mis espaldas escucho a Ryu romper a reír. Lo miro mal por encima del hombro, recibiendo una sonrisa ladeada a modo de disculpa.
—¿Qué? —pregunto, entrecerrando los ojos en su dirección.
—Nada, nada. ¿Tienes hambre?
Frunzo el ceño, confusa ante el cambio de tema. Aún así, respondo a su pregunta.
—La verdad que sí. ¿Qué vamos a comer?
No he visto ningún restaurante cerca a menos de cinco kilómetros a la redonda y escuché antes a Kai decir que tenían pensado recorrer el Phoenix Park entero porque él y Pheebs querían observar los pequeños monumentos que habían repartidos, la casa del presidente de Irlanda y echarle un vistazo al bosque que hay en la zona sur, muy cerca del descampado donde hemos aparcado.
—¿Zanahorias? —Sonríe y señala la otra bolsa que tiene Pheebs, que sigue alimentando a todo ciervo que se le acerca. Desvío mi atención de nuevo a él y suelta una risa corta ante mi cara de pánico—. Es broma. Hay un merendero en la parte norte con un bar cerca de las afueras del parque.
Le doy un golpe en el brazo molesta y Ryu me rodea los hombros en respuesta, estrechándome más cerca de él.
—No te aguanto —mascullo, retorciéndome entre sus brazos.
—Eso tampoco es verdad.
«No. No lo es».
* * *
El resto del día transcurre demasiado rápido para mi gusto.
Pheebs fue la que más rezagada con los ciervos se quedó cuando empezamos a caminar hacia la zona norte para comer algo. Fue un caminito más largo del que esperaba, pero tampoco teníamos nada mejor que hacer y para una vez que hacía soleado, incluso agradecía que se alargase el paseo.
Tuvimos que salir del parque y cruzar la calle hasta acabar en otro parque más pequeño donde se ubicaba el merendero y el bar que lo único que servía era Fish and Chips. También compramos helado a pesar de que la temperatura no superaba los quince grados.
En el merendero aproveché para sacarles fotos a todos y, por primera vez, le dejé a Saoirse mi cámara para que fotografiara lo que quisiera y estaba segura de que, si en lugar de ser mi cámara digital hubiera sido la analógica, me habría quedado sin carrete de la cantidad de veces que sacó fotos.
Aunque la mitad de las fotos estén medio borrosas.
—Tengo que enseñarte a enfocar mejor —digo elevando la voz para que me escuche.
Saoirse asoma la cabeza entre nuestros asientos y me sonríe de manera angelical.
—Las fotos importantes no están borrosas. Eso es lo importante.
Se deja caer de nuevo hacia atrás y empieza a trastear con el móvil antes de empezar a parlotear con Pheebs.
Hace diez minutos que nos marchamos del parque y ahora estamos de camino a la tienda de Jackson, porque tanto Pheebs como yo tenemos que trabajar hoy, aunque no sienta las piernas por culpa de la caminata y me pesen los párpados del cansancio.
Por eso he aprovechado el trayecto en coche para revisar todas las fotos que ha sacado Saoirse y mantenerme despierta de alguna forma.
Aunque no ha sido demasiado difícil revisando cada fotografía que ha hecho mi mejor amiga, me he encontrado con verdaderas joyas, a pesar de su escasa experiencia con la cámara y con varias borrosas también.
Sigo pasando las fotos, observando como ha fotografiado una flor desde distintos ángulos y distancias. Me muerdo el labio inferior, negando con la cabeza al tener que borrar más de la mitad de ellas.
Sin embargo, al pasar la última de su colección floral, me quedo mirando más de la cuenta la siguiente.
Ni siquiera sé cuándo la ha sacado.
Estamos Ryu y yo sentados en la mesa del merendero, los dos muy cerca.
Él está hablando con Javi, sonriendo de la manera que le he visto hacer pocas veces, aunque no entenderé nunca por qué. Le brillan los ojos, que están más achinados de lo normal ante el gesto.
Sin duda alguna de todas las sonrisas que me ha ofrecido a lo largo de estos dos meses y medio, esta es mi favorita.
Por eso mismo no me sorprende que en la foto esté mirándole cuando lo hace.
Lo que sí me sorprende es que al pasar a la siguiente foto, donde me estoy riendo por un comentario de Kieran, no cabe duda al estar riéndome a la misma vez que enseño el dedo corazón, Ryu esté mirándome a mí.
No sé cómo no me percaté de su mirada clavada en mí, sonriendo de la misma manera genuina que le he visto hacer en la foto anterior.
No puedo evitar mirarlo de reojo ahora.
Tiene la mirada clavada en la carretera, tamborileando los dedos sobre el volante al ritmo de la canción mientras murmura la letra. Apenas puedo escucharlo porque el volumen está muy alto, pero sé que la está cantando gracias a los movimientos de sus labios.
Se pasa una mano por el pelo, revolviéndolo aún más si eso es posible. Varios mechones caen desordenados sobre su frente, que por mucho que intenta retirárselos, vuelven a su sitio. Siento como me hormiguean la punta de los dedos ante la inexplicable necesidad de ser yo quien se los retire.
Aprovecho que está distraído para poder observarlo con el detalle que no me he atrevido hasta ahora.
Tiene la nariz recta, ligeramente torcida por culpa de un mal golpe de pequeño cuando empezó a jugar al rugby. Apenas se nota. Si no me lo hubiese dicho el jueves, nunca me habría dado cuenta de ello.
Sus pestañas son espesas y muy oscuras, cualquier chica desearía tener unas pestañas como las suyas porque no necesitaría llevar máscara en absoluto. A mí me encantaría tenerlas, para qué mentir. Tiene las mejillas ligeramente hundidas, realzando de esa manera aún más su nariz y sus gruesos labios rosados.
Como si no lo supiese ya, bajo con la mirada hasta su cuello encontrándome con la única marca en toda su piel: un lunar. No tiene marcas de acné, ni lunares, ni pecas en el rostro. Solo un pequeño lunar en el cuello y las pecas que motean la piel de su torso.
No es hasta que alguien carraspea a mi lado, que desvío los ojos de él.
Saoirse me observa con ambas cejas enarcadas y una sonrisa ladeada dibujándose en su rostro. Hace el amago de decir algo, pero cierra la boca cuando Ryu aparca y Pheebs abre la puerta de los asientos traseros.
—Gracias, chofer —bromea antes de cerrar la puerta.
La imito, librándome del interrogatorio de Saoirse y susurrando un gracias.
Entonces, mientras que Pheebs empieza a desbloquear la puerta de la tienda para poder abrirla, silban a nuestras espaldas. Yo soy la primera en girarme, encontrándome con Ryu todavía aparcado en frente de la tienda, esta vez con las ventanillas bajadas.
—¡Dadme cinco estrellas en la aplicación! —vocifera y sin dejarnos decir nada de vuelta, arranca desapareciendo por la avenida.
Pheebs y yo intercambiamos una mirada antes de soltar una risa incrédula y entramos a la tienda, con la jornada de cuatro horas por delante.
* * *
La mayoría del tiempo la paso encerrada en el almacén, haciendo recuento de los productos, etiquetándoles los precios adecuados y pegando en los estantes poco después las pegatinas de ofertas en el lugar que corresponden.
Aunque estar en caja es más entretenido porque puedes charlas con los clientes o te entretienes con las imágenes captadas por la cámara de videovigilancia, con lo cansada que estoy es un alivio hacer lo aburrido hoy.
No por eso me he librado de tener que atender las dudas de un par de señoras mayores que no encontraban un producto de una marca específica y me han tenido yendo y viniendo de la parte de atrás un par de veces.
Tampoco me he librado de los destrozos que son capaces de crear los niños pequeños cuando sus padres se despistan un segundo de ellos ni de tener que saludar a compañeros de clase que vienen a comprar todo lo necesario para poder montarse una buena tarde con amigos o una fiesta.
Depende de con quién te encuentres.
Pero bueno, dentro de lo que cabe, no ha estado tan mal.
Incluso Jackson nos ha dado veinte minutos de descanso cuando ha venido a revisar la caja y hacer recuento cuando la tienda estaba vacía.
Así que Pheebs y yo hemos aprovechado para coger una bolsa de patatas y comérnosla sentadas en el escalón de la puerta que da hacia el aparcamiento que, por cierto, apesta.
Así que tampoco hemos estado más rato del necesario y, aunque sé que a Pheebs no le importaría hacerme el favor de quedarse hoy el día completo en la caja, hemos hecho el relevo.
Lo bueno es que ya no dejo la caja registradora medio abierta frente a los clientes, ni se me caen las cosas y tampoco doy mal el cambio. Algo tenía que haber mejorado en un mes y medio trabajando aquí.
Sin embargo, eso no evita que centre mi atención en la puerta cada vez que oigo la campanita a pesar de estar acostumbrada a que lo haga cada vez que alguien entra o sale, llevándome la sorpresa esta vez de que, quien entra, no me es indiferente.
—¡Hey! —saluda Pheebs, sacudiendo la mano con una bolsa de garbanzos al ver a Ryu y a otro chico que no conozco de nada acercándose a ella—. ¿Qué hacéis por aquí?
—Ryu quería ver-... —empieza el pelirrojo que no conozco, pero termina callándose cuando Ryu lo mira.
—Mi madre me ha pedido que me acerque a comprar un par de cosas para casa —responde tranquilamente, todavía sin mirar en mi dirección.
«Qué raro», pienso para mí misma.
Normalmente, si Helen necesita cualquier cosa de la tienda suele pedírmelas a mí.
Lo que hago es guardárselas en una de las cajas de cartón que usa Jackson para el reparto de la compra y las llevo a final de mi jornada a casa. Siempre acabamos discutiendo porque ella quiere pagármelo y yo no le dejo. A veces, cedo, pero la mayoría de veces son dos tonterías y no se lo permito.
—¿Qué necesitas? —Me hago oír desde la otra punta de la tienda.
Los tres se giran en mi dirección, aunque es cuando la mirada de Ryu y la mía se cruzan que me encojo en mi sitio y la tentación de estirar el dobladillo de mi polo de trabajo suena muy tentador.
—Agua —suelta de golpe.
El pelirrojo lo observa confundido ante su respuesta y, a pesar de la distancia, soy capaz de captar como Ryu se acaricia la nuca.
Solo le he visto hacer eso cuando está verdaderamente nervioso.
«¿Qué le pasa?»
—¿Agua? —repito.
Asiente con la cabeza, acercándose al mostrador con paso seguro.
—¿Para casa? —pregunto cuando no dice nada más.
—Ajá.
Pero si en casa bebemos del grifo porque tiene un filtro... ¿por qué?
—Tú eres Esther, ¿no? —habla el pelirrojo, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.
Desvío mi atención de Ryu, centrándolo en él, dándome cuenta de que al igual que Ryu va vestido con la ropa de entrenamiento. Aunque, a diferencia de Ryu que tiene una cinta negra atada en su antebrazo y unos pantalones cortos negros, él no tiene nada en los brazos y viste unos pantalones blancos, aunque ahora mismo son más beiges por culpa del barro.
—¿Sí? —pregunto en respuesta.
—Interesante.
Antes de que yo sea capaz de decir nada, Ryu le mete un copón cuando me sonríe abiertamente y se apoya sobre el mostrador, invadiendo mi espacio personal.
—¿En serio, Peter? —cuestiona, incrédulo—. Tiene novia.
—¿N-Novia?
Asiento divertida al ver como palidece al escuchar la «a» y no la «o» al final de la palabra. Podría aclarar que tener novia no significa que no me gusten los chicos, desgraciadamente también me siento atraída por todo aquel que porte el cromosoma Y, pero decido callármelo.
—Pensaba que solo entrenabas los lunes y los miércoles —comento sin pensar.
—Supuestamente. —Apoya ambos brazos sobre el mostrador sin apartar los ojos de mí mientras que invade mi espacio personal, al igual que hizo Peter. Sin embargo, a diferencia con el pelirrojo, esta vez no me molesta—. Pero cuando tenemos un partido cerca, nos toca entrenar todos los días que podamos.
—¿Vendrás a vernos el viernes? —pregunta Peter, incorporándose a la conversación.
Miro de reojo a Ryu en busca de una respuesta.
La última vez que tuvo un partido importante no me dijo nada.
Es cierto que desde entonces nuestra relación ha cambiado mucho a lo largo de estas semanas, pero a lo mejor para él, el cambio no ha sido tan grande como para mí.
—Eh... —balbuceo, insegura.
—Te lo iba a preguntar hoy cuando volvieses de trabajar —se explica Ryu, ligeramente nervioso. Podría asegurar incluso que se ha sonrojado un poco. Se acaricia de nuevo la nuca y traga saliva—. No tienes que venir si no quieres.
—Quiero verte —respondo demasiado rápido. Carraspeo, incómoda al darme cuenta de lo que acabo de soltar—. Es decir... quiero veros.
Sin embargo, sé por la sonrisa de suficiencia que decora su rostro que ha entendido demasiado bien lo primero.
—Entonces, te veré ahí.
Hago un ruidito de asentamiento, optando por no decir nada más verbalmente, vaya a meter más aún la pata.
—Te espero fuera —dice a modo de despedida.
Ni siquiera me da tiempo a decir nada más cuando Peter y él salen de la tienda. Pheebs se acerca al mostrador, frunciendo el ceño y ladeando un poco la cabeza.
—¿Qué? —pregunto, al ver como inspecciona el mostrador antes de desviar los ojos a un punto de la tienda.
—Dijo que venía a por agua... —murmura, no sé si más para sí misma que para que yo la escuche—. Pero no ha comprado nada.
—Se le habrá olvidado.
Pheebs arquea una ceja y me mira de la misma manera que hizo Saoirse antes en el coche cuando me pilló mirando más tiempo del que debía a Ryu.
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@Teguisedcg
N/A: Voy tarde, lo sé. Vamos a dejar claro que si digo que actualizo a las ocho y media, significa que es a las nueve y media xd.
Tampoco me quiero enrollar mucho en la nota de autora porque sé que le tenéis muchas ganas al capítulo, pero solo diré una cosa: ya queda menos para el momento beso.
*Menos= 87236592386492 capítulos después.
Es brooooooma. Aunque lo sí que os puedo decir es que va a ser en el momento que menos lo esperéis y que estoy deseando que leáis la transición enemies to loooooovers, porque cuando hay tanta tensión, significa que va a haber mucha intensidad *guiño guiño*
En fin, no sé qué más decir. Hoy las preguntas las hacéis vosotras y yo las responderé jeje.
Espero que hayáis tenido una buena semana, la mía ha estado llena de exámenes y hoy he tenido uno de matemáticas que me podría haber salido mejor, ya os diré qué tal me va.
Nos vemos dentro de dos viernes, engreídas 🧡
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