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Capítulo 8

Marnie

—No puedes hacer esto —Me tenso. Una vez ingresé en casa no perdí un solo segundo en verificar a mi padre, o pedirle perdón como le hubiese gustado. No, nisiquiera reparé en su figura al entrar en el mismo espacio que él. Preferí correr hacia el piso de arriba y refugiarme en mi habitación, y aunque pensé en mi madre e ir hacia ella y consolarla por el pleito de abajo, no pude completar esa sola tarea. No sabría que decirle, como ayudarla. Menos, sabía como ayudarme a mi misma.

Pero, como era de esperarse, si la montaña no va a Mahoma.

» Creí que había extinguido esas partes de ti —Recuerdo cada uno de sus métodos, cada enseñanza que aplicó con exfuerzo—. Esas partes defectuosas de tu persona.

Siempre fui su experimento favorito y también, su tarea más compleja, la que desempeñó con mano dura. Lamentablemente al parecer, su arduo trabajo quedó sin terminar.

Mis brazos se presionan con fuerza, oprimiendo mis piernas hasta que duelen, mi cabeza descansa sobre mis rodillas y mis pies descalzos sienten el frío del mosaico, una necesaria disciplina.

—¿Eso crees que hiciste? —El susurro se me escapa con pesar, el sentimiento es difícil de ocultar—. ¿Arreglarme, perfeccionarme?

Lo intenté, en verdad lo intenté. Cumplí sus ejercicios con extrema obediencia, me esforcé y me entregué en el trabajo que fue pulirme. Y creí que era por una buena razón, que la entrega valdría la pena. Pero no hay entrega sin sacrificio. Nunca pensé en lo que perdería, en lo que nunca podría volver a recuperar.

Y todo se lo debo a él.

Está cómodamente apoyado en la puerta de mi habitación, como lo que es, el dueño y amo de todo el lugar.

—Lo creas o no, siempre quise tu bien —En otro momento habría creído sus palabras, como lo hice en el pasado, pero no volveré a caer en el mismo error.

—Es cierto —Las palabras fluyen como agua, no siento ningún freno, no hay nada que las detengan—. No te creo.

Mis ojos arden, pero no suelto ni una sola lágrima, desde hace tiempo me es imposible, el dolor nunca supera al vacío.

Eso es lo que siento, nada. Como si un remolino hubiese azotado las costas de mi cordura y devastado todo a su paso. Me siento en pedazos, incompleta, sin orden.

—¿Crees que lo que hago es para dañarte? —Cuestiona. Siempre usó las mismas palabras: Que era por mi bien, que quería lo mejor para mi, que todo era por un bien mayor—. ¿En serio crees, sinceramente, que busco lastimarte?

No, nunca me lastimó o al menos nunca noté las heridas que dejaba a su paso. Jugó un juego más complejo, con técnicas más delicadas. Usó sus herramientas de una forma tan sutil e imperceptible que nunca detecté el abismo donde me llevaba, cuando lo hice ya fue tarde. Su proyecto fue echar abajo las piezas que no servían y tallar nuevas formas para las que no embonaban en los espacios vacíos, sólo que el proceso de tallado fue más que doloroso y cruel.

—No se trata de mí —No quiero iniciar una guerra contra él, en mi nombre. Mi madre es la afectada, la que sufre. A mí me dejó de doler hace mucho tiempo. Pero sé a lo que se refiere, su última enseñanza, la que tenía por tarea erradicar mi debilidad—. Lo que pasó, me acompañará toda la vida —Aún lo hace, pienso en esa noche al levantarme, me acompaña durante el día y se refugia en mis sueños—. Nunca me dejará ir, pero viviré aún así.

Es mi meta, no siempre logro culminar el día sin caerme pero lo intento una vez más al siguiente día.

—¿Sigues culpándome?

No hay otra forma de verlo, las cosas sucedieron de una única manera y él estuvo a cargo en cada momento, él fue quien llevó todo a ese desastroso final. En su mente, esa pieza debía sacrificarse, era por un bien mayor. ¿Pero por quién? ¿Por el bien del caso, por ese último caso? ¿O por él?

—Fue tu culpa, de nadie más —Fuerzo la voz, aún manteniendo la conversación en susurro, sólo para nuestros oídos—. Y un día... Un día, todo caerá en su lugar.

Un día, seré yo quien juegue el juego y si debo sacrificarme, sólo para terminar con él, lo haré.

En su nombre, por ella.

—Tienes que superarlo —Susurra amargamente. Y aún así tiene el descaro de sonreír. No lamenta su pérdida, le da exactamente igual, pero yo la mantengo siempre presente.

—Lo hice, que esté aquí es prueba de que lo hice —Estar aquí es un peso muy duro, una carga imposible pero el deber es primero—. No significa que lo olvide.

No, nunca lo olvidaré. Nunca la olvidaré.

Su mirada ha cambiado, puedo ver cierta advertencia en su iris. Desearía no disfrutarlo tanto.

» ¿Me tienes miedo? —No logro filtrar la confusión, nunca ha mostrado cuidado conmigo, es una verdadera sorpresa causarle el más mínimo estremezón.

Ladea el rostro, y ríe despacio. Es mentira, lo sé. Puedo ver que quiere esconder su miedo. ¿Purgaste todas y cada una de tus debilidades, papí? Porque creo que encontré una, que tiene nombre y apellido, actualmente grabados en una lápida con la fecha del año pasado.

—¿Debería tenerlo? —Debería agradecerle en verdad a los rusos su invasión. Desde hace años que no he tenido una conversación tan esclarecedora con mi padre—. Si se llega a saber, no seré el único afectado.

¿Es una amenaza lo que escucho? El perro no ladra hasta que ve aproximarse un peligro y yo soy el peligro, soy un peligro para el maldito Carter Masen. Celebro internamente.

Un logro a la vista, mi logro. Me desechó antes de tiempo, sin conocer todos mis usos y beneficios. Y ahora, cuando estoy en lo más profundo de mi hueco, donde él me dejó, descubro que tiene sus propias ventajas estar tan debajo.

—Ay papá... —Susurro con fingida pena, alargando cada una de las sílabas e imprimiendo mi inexistente sufrir en cada una de mis palabras—. Yo ya he sido sacrificada, ya nada puede dañarme, no tengo nada que perder.

Cuando te encuentras tan vacía, tan hueca por dentro, ya nadie puede dañarte.

Prensa la mandíbula.

—Tu madre no diría lo mismo.

¿Acaba de amenazar con dañar a su propia esposa? ¿Qué es lo peor que podría pasar si la verdad sale a la luz? ¿Qué pasaría con mi madre si el numerito se echa abajo?

• ────── ᯽ ────── •

Contemplo su espalda mientras bajamos las escaleras, él va delante de mí por varios pasos y es el primero en pisar el suelo del living. Se mueve rápido, pese a sus heridas, se aproxima hacia él pasillo. Entra en la oficina—lo sigo de cerca— y abre el primer cajón de su escritorio, de donde saca un revólver. Su arma de apoyo.

—¿No aprendiste nada con el primer golpe? —Le pregunto sin enfocarlo, mi mirada está puesta en la cocina vacía. Contemplo la habitación desde afuera. La puerta trasera sigue abierta, apenas apoyada contra el marco—. ¿O con el segundo?

—¿Ya te agradan? —Cuestiona recargando con balas el tambor cilindro y el chasquido suena al cerrase.

—Van a matarte —Anuncio viendo la sangre seca que decora el perfil de su rostro.

Me sorprende que siga de pie, después de los golpes que recibió de Kirill. Pero pensándolo con cuidado, no es nada comparado con heridas del pasado, cada disparo o puñalada que recibió cumpliendo el deber dejó sus huellas. Incluso yo, tengo las mías.

—O yo, a ellos —Resuelve.

Una voz inicia en mi cabeza, como un narrador que cuenta el inicio de una película, en ésta ocasión es la de un presentador de noticias, relatando el boletín informativo en días posteriores del gran éxito. Alabando al gran héroe, diciendo: "Ningún oficial está verdaderamente retirado y el juramento que hacen es eterno, llevan la placa grabada en la piel debajo de su ropa de civil". Y su imagen, de él con su uniforme, llenando todos los canales de noticieros.

—Y todo culminará como un logro más del teniente Masen —La ironía desborda. Observo la placa de identificación que descansa en el mueble: "D. T. Carter Masen CPD"

—Haré lo que no pudiste —Obviamente, nunca perdería la oportunidad de echarme en cara mis fracasos.

—Harás que te maten —Repito e internamente rezo para que se cumpla. Me recargo en la puerta y con dos dedos, llevándolos a mis ojos, aprieto el puente de mi nariz.

—Deberías escuchar a tu hija —La voz proviene de detrás de mi espalda. Y volteo abruptamente.

Artem.

El arma que sostiene sobrepasa mi cabeza, apuntando a mi padre.

» Muévete —Me habla y con su cabeza señala el pasillo a su espalda. Obedezco y me muevo afuera de la oficina, y me recargo en la pared. Para contemplar el enfrentamiento desde cerca.

» No los puedo dejar solos un segundo —Suspira y niega lentamente, mi padre lo apunta también.

Ambos tienen la mira fija en su objetivo y el pulso estable. Puedo predecir el desenlace, ambos hombres vaciando su carga completa en el otro y yaciendo en el lugar, posteriormente los vecinos llenando las líneas telefónicas de las autoridades encargadas de velar por el orden público.

—Si, es lo que pasa cuando dejas a los rehenes solos —Le hablo a su espalda—. Corren sin control... Como dicen: Cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta —Río irónicamente y para rematar mi burla, detengo mi risa y fuerzo un gesto de concentración—. No es muy responsable de su parte.

—Cállate —Gruñe. Y curvo los labios instintivamente.

—No me grites —Lo regaño sonriendo—. ¿Cómo no lo anticipaste?

Ahora que lo pienso, tuve la oportunidad de avisar a la policía o de buscar un arma con que defenderme contra ellos, ¿porqué no la tomé?

» No puedes dejarnos solos, somos tu responsabilidad —Levanto el dedo índice y lo sacudo en su dirección, exageradamente—. ¿O eso es lo que sucede con los niños?

El dedo termina en mi barbilla y mi ceño se frunce, en una expresión pensativa.

—Entrégueme el arma —Le pide a mi padre, extendiendo la mano sobrante y flexionando los dedos en su dirección, animándolo a obedecerlo—. No quiere que las cosas terminen mal.

» Falta poco —Continúa—, falta muy poco. Al salir el sol todo habrá terminado.

Giro impulsivamente hacia la ventana más cercana, una pared obstruye la visión, apenas se ve un extremo del armazón y el cristal, la oscuridad lo gobierna todo. Falta mucho para que la luz reclame el día.

—¿Porqué esperar? —Mi padre reniega su orden, y dando un paso hacia adelante, impulsa su arma en dirección a su frente.

Artem no parece preocupado, su posición no vacila, sus hombros se mantienen arriba, firmes. Mi padre tampoco parece querer retroceder.

—Proteja a su familia, evite que salgan lastimados —Le aconseja y casi se me escapa una carcajada.

—Ja —Expreso mi descontento aún sin decir una sola frase completa e interrumpir su discusión.

Y ninguno parece oírme, siguen viéndose sin interrupción, retándose con la mirada.

—¡Vamos, entréguemela! —Sigue insistiendo.
Alza la voz, la prudencia dejó de servir y ahora, suena intimidante.

Su rival niega con la cabeza.

—Entraron a mi casa, me atacaron, me faltaron el respeto —Enumera con rabia en su hablar—. ¿Quién te educó muchacho? —Pregunta con cierta inflexión en su voz, del enojo a la burla, una mezcla entre ambas emociones—. Deberías saber que eso no se le hace a un hombre...

Eso es lo peor, el pecado mayor, faltarle el respeto.

—Un hombre debería reconocer sus límites...

Jamás lo hará, nunca dejará de pelear, no es propio de él ceder su voluntad o inclinar la cabeza ante otro hombre.

Un movimiento no anticipado y que pasa en cuestión de segundos ocurre ante mis ojos, Artem le arrebata el revólver de su poder. Estaban muy cerca, él uno del otro y por ello fue posible.

» Camine hasta la sala —Ordena con timbre duro—, no me haga repetirlo.

Se retira de la habitación caminando de espaldas y sin dejar de apuntarle, con el camino libre mi padre da los pasos faltantes. Camina enfrente de mi y me supera. Kirill está recargado en la división entre las habitaciones, no sé desde cuando, jamás noté su presencia. No se mueve de su lugar cuando mi padre pasa junto a él, ni borra su mirada furiosa en su dirección.

—Necesito aclarar algunos puntos de nuestra pronta sociedad —Artem atrae mi atención posicionándose frente a mí.

¿Así que sigue en pie?

—Ya no sé —Suspiro amargamente.

—No es momento de flaquear —Lo veo guardar su arma en su cintura y luego la de mi padre—. Tenemos un trato.

—No es así, nunca me comprometí a nada —Discuto, pero volviendo el curso de mi mirada al camino que recorrió mi padre, lo pienso mejor—. Si lo hago, necesitaré algo de ti.

Lo enfoco.

—¿Tienes condiciones? —Me pregunta evaluándome—. Bien, porque yo tengo las mías.

Unos pasos se escuchan desde la cocina y ambos encaramos a la figura que se acerca.

—¡Hey! —Su voz suena rara. Marko asiente con la cabeza, saludando. Lleva la boca llena y las manos, con una olla en la mano izquierda y una cuchara en la derecha.

¿Ese es el estofado de mi madre?

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