Capítulo 3
Louise
No tuve otra opción más decirles a mis padres, lo que ocurrió con Gastón, ya que el siguió llamando a mi padre e insistiendo en que aceptara dinero para salir de bache económico en el que estaba, siendo yo el único aval que mis padres tenían.
La lista de personas que podían ayudarme se cerraban ante mí una por una. Poco a poco y en una lista invisible en donde iba tachando con tinta indeleble a quienes en algún momento creí amigos y hoy me daban la espalda.
Quedarme de brazos cruzados no estaba dentro de mis planes, por lo que ese jueves muy temprano en la mañana fui por la prensa y con mi currículo en mano fui tachando posibles oportunidades de empleo. No limité mi mente en aquello que había estudiado, apunte a puestos más bajos, retiré mi diploma de contaduría y el de publicista.
Para todos tenía el calificativo de torpe y con una extraña miel para atraer situaciones cómicas, sin embargo y pese a todo, no era una cerrada en los estudios y pude graduarme en dos carreras sin problemas. Una vez he encerrado todos los posibles lugares que podría visitar esa mañana y tras vestirme decido hacer mi primer recorrido en búsqueda de trabajo.
Adrien se le había pospuesto la llegada, parece que los restaurantes de su padre y que él estaba administrando requerían más presencia suya que de costumbre. Me llamaba casi todas las noches y me daba moral, mis papás solían mirar todo con ojos distintos y me decían que lo mejor era que le echara tierra a esa relación. Lo más probable es que el padre de Adrien quiera que su hijo se case con alguien a su nivel.
Para ellos, yo nunca dejé de ser la hija de dos humildes pobres que tuvieron suerte en los negocios. Adrien pertenece a una sociedad muy por encima de mi estatus social (según sus padres) y la única manera de coincidir fue porque mis padres siempre me dieron la mejor educación. Somos novios desde hace doce meses, nos conocimos en un congreso al que fui en reemplazo de mi padre y él había ido por el suyo.
Ambos éramos hijos de propietarios de restaurante, siendo los del padre de Adrien mucho más prestigiosos que el de nosotros. Los Le Blanc, llevaban más de seis décadas en Francia y tenían sedes en España, Bélgica e Italia, nosotros a la fuerza estamos en dos ciudades más.
Ha pasado dos meses desde que nos fuimos de casa y el restaurante ha abierto sus puertas de manera tímida. Poco a poco, nos hemos hecho a un puñado de clientes que nos da para medio subsistir y mantenernos en pie, pero sé que hace falta mucho más.
—¿Vas a salir? —pregunta mamá al verme salir por la única puerta que tiene la cueva como la hemos bautizado y que comunica con el restaurante.
—Sí, voy a buscar suerte —digo con alzando los currículos y mostrándoselos.
Me acerco a la cafetera y me sirvo un café cargado sin azúcar, para poder despertar porque llevo varias noches sin poder dormir. Mientras le narro mi itinerario esa mañana y prometo estar a tiempo para entregar los domicilios en las oficinas. Ante la imposibilidad de pagar a un mensajero yo hacia esos turnos.
Mamá me había cocido un cómico enterizo, con gorro incluido de los antiguos que solían llevar sus mensajeros cuando recién comenzaron. Era una versión moderna de súper Mario Bross, con gorra incluida, pero me divertía en la bici y despejaba mi mente.
—Creo que por hoy diremos que no hay pedidos a domicilio —dice y niego mirando la hora.
—Todos son cerca y no hay ninguna entrevista, solo dejaré esto y regreso —hablo segura. —me despediré de papá.
Tras recibir la bendición junto con todas las recomendaciones de siempre lleno otra taza de café y me dirijo a la mini oficina de papá. El grupo de cuentas por pagar crece un poco más cada día, pero por fortuna hay ingresos con los que podemos tapar pequeños agujeros.
Una vez me ve en la puerta alza su rostro dejando a un lado la pluma y sus lentes para recibir su café. Es una costumbre que tengo desde que tengo memoria, el llevar café mi padre mientras trabajo es un acto ceremonioso para ambos.
—Mi princesa, buenos días ¿Qué tal dormiste?
—Bien, ¿Y tú? Esas ojeras no mienten —digo señalando sus ojos, tristes y sin el brillo que solían tener.
Me toma de la mano y me acompaña a sentarme en una de las sillas plásticas acomodándose en otra.
—No es tan malo como creímos, el banco nos ha dado un préstamo en cuotas que podemos pagar —es la primera vez que lo veo animado desde el suceso y me muestra los documentos sonriendo—si nos mantenemos como ahora, en seis meses podemos arreglas algunas cosas, cambiar mesas y pintura, hasta un mensajero.
Detallo el registro del préstamo y suspiro aliviada viendo que tiene razón, no tendremos la solvencia económica de antes, pero tampoco estaremos en la calle. Si logro conseguir un empleo, con mi sueldo yo podría pagar esa cuota y la posibilidad de arreglar el local aumenta.
—Esto es una buena noticia papá —digo y sonríe tomando el documento —¿has pensando en denunciar a quienes te metieron en esta situación?
Su rostro se ensordece y niega tomando todos los documentos y guardándolo en un cajón que cierra y cuelga la llave en su cuello. Siempre que toco el tema de la estafa obtengo la misma respuesta o me dice que son personas peligrosas con las que es mejor no meterse.
—Deberías por lo menos buscar a alguno de esos Doyle, ellos podrían...
—¿Crees que ellos nos ayudarían? — salto al ver su mano impactar el viejo escritorio y puedo ver sus ojos marrones brillar por la inminente llegada de las lágrimas —son multimillonarios y nosotros solo peones para ellos, esos hombres ni siquiera sabían de esa estafa.
Una razón de más para buscarlos y decirle que alguien había robado a otros usando su nombre, pienso, pero decido no hablarlo en voz alta. Quizás no recuperemos el dinero, pero el culpable si irá a prisión y no dañará a nadie más.
—Está bien, prometo no volver a tocar el tema papi —digo acercándome a él y besando ambas mejillas. —nos vemos al medio día.
No espero respuesta y salgo de allí, no pienso tocarle el tema porque yo misma buscaré a ese Doyle y le diré que mi familia, la de Adrien y otro grupo más fueron robadas por personas que aseguraron vendían acciones de la naciente empresa de whisky en este país.
Tres horas más tarde...
Con la entrega de mi último currículo y con la fe intacta en que encontraré algo mejor detengo mi andar cerca al lugar en donde funcionaba uno de los Louise, asi se llamaban los restaurantes de mi padre en honor a mi abuela, la madre de mamá. La nostalgia llega a mí al ver que están retirando el letrero icono y orgullo de mis padres.
—Es una verdadera vergüenza —escucho decir al grupo que junto a mi presencia la escena y guardo silencio —Oliver y Adrien Le Blanc son unas bestias y algún día le rendirán cuentas a Dios.
Busco la voz que ha dicho aquello, pero solo observo a un grupo de ancianos tan confundidos como yo. Sin la menor intención de quedarme con la duda decido preguntar al aire la pregunta en búsqueda que alguien me dé una respuesta.
—¿Qué tiene que ver los dueños de Le Blanc en esto? —una mujer de cabello blanco corto y con un abrigo marrón mira en mi dirección y sonríe tristemente.
—Todos lo saben en esta zona, Oliver envió a su hijo a conquistar a la hija de ese humilde hombre —habla segura —fue el quien llevó a la ruina a esa pobre familia y solo porque estos restaurantes era la competencia más fuerte.
—Todos saben que es la manera que tiene de quitar a la competencia —dice una segunda anciana —¿Crees que es casualidad que enviara a su hijo a Londres cuando todo ocurrió? Ya los había arruinado, ahora anuncia la boda con la hija de la hija ese senador.
—¡Mírenlo! Allí está con ella.
Y como si de una película de terror se tratara mi giro en cámara lenta para verlo bajar del auto del lado del conductor, lo rodea rápidamente y abre las puertas a una mujer alta estilizada. El grupo empieza a abuchearlo y alza su rostro hacia la multitud, por un momento su rostro se tensa al mirar a todos insultarlos hasta que su mirada cruza la mía. Cada musculo de mi cuerpo se tensa en espera que haga o diga algo, estoy a escasos cinco o seis metros de él y puedo escuchar claramente a la mujer preguntar.
—¿La conoces?
—Sí, es la hija del antiguo dueño del local y una vergüenza que se preste para un acto asi —responde con voz fría —es claro que su padre hizo una mala inversión, en donde hasta mi padre también perdió mucho dinero.
Dejo de escuchar al grupo o a lo que sea le sigue diciendo a la mujer, alzo el mentón con la poca dignidad que me queda y me alejo de ese sitio. No sé cómo o de qué manera él destruyó a mi padre sacándolo del camino, lo que si tengo presente y estoy decida es averiguarlo.
Adrien Le Blanc pagara cada lagrima que mis padres han derramado, porque yo no estoy dispuesta a derramar una sola de las mías por él. De camino a casa busco otra prensa y esta vez sé que noticia buscar.
Importante destilería escocesa busca personal...
Gael
El cambio de ambiente no solo ayudó a exorcizar mis malos recuerdos a dejar en el olvido el fantasma de Odette. La ciudad luz, con su magia y su gente me envolvió de tal manera que realmente no extraña mucho a mi familia. Lo único que me tenía inquieto era el silencio de Gerald y la renuencia a vernos, pero me dije que quizás lo estaba pasando también como yo.
Poco a poco la empresa empezaba a funcionar y el personal que faltaba era muy poco. Detengo el auto en un semáforo y estoy sumido en mis pensamientos, cuando el auto a mi derecha acelera volándose el semáforo y se lleva por delante a un chico con un mono rojo, parece de esos mensajeros de restaurante.
Los vehículos pasan sin prestar mayor atención al chico que recoge algunos documentos del suelo. Avanzo cuando el semáforo cambia y detengo el auto un poco más adelante. Me bajo y recojo la hoja que golpea en mi pierna, descubriendo al leerla que se trata de una publicidad de un restaurante Louise.
—¿Te encuentras bien? —le pregunto al chico delgado que acomoda su gorra mientras maldice en su lengua natal. —estas sangrando —insisto al ver que su codo tiene un raspón, pero el sigue ajeno a todo más que a su enojo.
—Sí, gracias señor — responde tras una larga pausa.
Al girar en mi dirección su gorra vuelve a rodarse haciendo que de ella caiga como en cascada una brillante cabellera marrón. En toda mi vida no había visto un rostro más angelical que el que estaba viendo, siendo sus ojos la parte que más llama mi atención porque son de un azul intenso. Sonríe divertida claramente por la cara de idiota que debo estar dándole y dos hoyuelos se muestran en sus mejillas.
—Usted debe ser una persona especial, se ha detenido a ver si estoy bien cuando todos hasta el que me choco, me ha ignorado —habla, pero mi cerebro parece haberse apagado. —es mi turno de preguntar ¿Se encuentra usted bien? Porque tengo un pedido que llevar, no puedo llevarlo a una clínica no tengo el seguro al día. Mi BWM es nuevo —habla señalando la vieja bicicleta.
—Soy Gael —le digo extendiendo mi mano que toma sin dejar de sonreír y suelta rápidamente.
—Fue un gusto Gael —habla montándose de nuevo en la bici...
—NO me has dicho tu nombre...
—Cuando nos volvamos a ver —responde perdiéndose en el tráfico.
Observo a la figura en braga roja y camisa blanca perderse dentro del tráfico, por un momento no me doy cuenta hasta que lo hago.
—¡Va en contra vía! —le grito, pero solo mueve su brazo al aire mostrándome su risueño y hermoso rostro una última vez. —Louise —leo el nombre del restaurante y sonrío —solo hay una forma de volverte a ver y es pidiendo comida en este lugar.
Con esa intensión regreso al auto y llego a la oficina, memorizo la dirección y el teléfono del domicilio. Desde ese día y los que siguen solicito comida en ese lugar, sin resultados positivos.
Nadie me dio razón de la chica con rostro de ángel, pues me dijeron que el día del accidente fue su último día de trabajo. La comida era maravillosa, el servicio excelente, pero sin rastro de mi chica, Se la había tragado la tierra ¿Cómo podría encontrarla si no sabía ni su nombre?
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