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Capítulo 2: La fiesta de Halloween

Definitivamente la fortuna me había dado la mano.
Exceptuando las dos veces que mi cara se estrelló contra el asfalto...

Entré por la puerta principal, y mi aspecto hizo el resto.

Una ola de niños se acercaron a mí y me empezaron a decir "¿Estás bien?", "¡Dios, estás sangrando!", "¿Eso que llevas es un palo?"...

Y, justo cuando me empecé a sentir agusto, esa chica llamada Carrie abrió paso y me llevó a rastras por los pasillos hasta mi clase, dejando atrás a la ola de niños que, por una vez, por una maldita vez, me habían tratado bien.

Carrie me sentó en una silla de mi clase y le dediqué una mirada estupefacta.

-¿¡Por qué has hecho eso!? -le grité.

El profesor de química me miró de mala manera.

-Por nada -dijo Carrie.

-Eres insufrible ¡Y sólo te conozco desde hace diez minutos!

Carrie se encogió de hombros y se sentó en un pupitre al lado mía.

***

Me quería ir a casa.

Había llegado la hora de volver a casa en el autobús, las clases habían sido interminables, y, para fastidiarme aún más el día, los profesores parecían haberse compinchado para mandar una montaña de deberes cada uno.

Yo, como siempre, fuí a un banco debajo de un árbol para poder esperar al bus en paz, cuando Carrie salió como una exhalación por la puerta principal y se dirigió con paso airado hacia mí.

-¡¿Por qué no me has esperado?! -chilló.

-No tenía por qué esperarte -dije sacando una revista de réplicas de airsoft de mi mochila.

Carrie suspiró y se sentó al lado mía, a lo que me separé un poco más.

-¿Disculpa? -dijo una voz delante mía.

Alzé la vista y ví el pelo rubio intenso de Susane, la chica de la que estaba enamorado desde cuarto grado.

Recordaba ese momento a la perfección.
Ella saliendo de la limusina de su familia, yo observándola embobado... y un séquito de varios chicos mayores que yo mirándola y pidíendole salir.

Oí un gruñido por parte de Carrie.

-¿Sí? -dije sonriendo.

-Pues... he visto que te gusta el airsoft y quería preguntarte si querías venir a mi fiesta de Halloween -dijo Susane entregándome una carta sellada con una pegatina en forma de calabaza-. Mi hermano tiene un par de pistolas y como mi padre tiene un terreno, ellos organizaron la fiesta.

Miré embobado el sobrecito de color blanco marfil.
Denotaba calidad y lujo.

-No va a ir -dijo Carrie levantándose del banco.

Me levanté y fruncí el ceño.

-Claro que voy a ir. Estaré ahí -dije dedicándole una sonrisa a Susane.

Susane sonrió y se dió la vuelta, volviendo con el grupo de amigas con el que se movía siempre.

-No va a acabar bien -dijo Carrie.

-Dios -exclamé recogiendo mis cosas-. Déjame en paz.

Carrie me seguió de cerca mientras yo me dirigía hacia el autobús.

Subí la escalera del autobús y de repente noté como alguien me tiraba desde atrás.

Me estrellé contra el asfalto (por TERCERA vez ese día) y alargué el brazo para coger mi "muleta improvisada".

Un pie embutido en una bota grande y robusta me aplastó el brazo.

-¿Creías que ibas a librarte de mí? -dijo Robert.

-¡Si yo no he hecho nad-!

Una patada en el estómago me sacó todo el aire.

-¡Cállate maldito lisiado! -gritó junto con un puñado de palabrotas-. Por tu culpa me han expulsado una semana.

Me levanté a duras penas e intenté recordar las clases de ataque con cuchillo táctico.
Cortesía de mi padre.

Según él, la mayor preocupación de un jugador de airsoft era quedarse sin munición, así que la alternativa a morir era luchar cuerpo a cuerpo.

Agarré un palo astillado e intenté imaginar que era un cuchillo.

¿Qué pensaba hacer? ¿Matar a Robert?
No sabía qué hacer.

Noté cómo un líquido tibio me caía desde la frente y apreté más el palo.

Grité y le lanzé el palo apuntando al cuello, y dándole en el pecho.

-¿Éso es todo lo que tienes? -dijo Robert haciendo crujir sus nudillos-. Estás muerto Morrison.

Mantuve mi postura confiándo en las clases de lucha cuerpo a cuerpo y noté cómo alguien me daba una patada en la espalda.

-Bien hecho chicos -dijo Robert sonriendo.

Un par de chicos con pañuelos y piedras me rodearon.

Genial.
Las malditas clases de lucha se habían ido por el retrete.

Me encogí en una pelota preparándome para otra paliza cuando oí cómo alguien se peleaba.

Un golpe y una maldición.

Un chillido agudo y el ruido de alguien cayendo al suelo.

Varios golpes más y algo cayendo al suelo.

Levanté la cabeza arriesgándome a una patada en el ojo (me había pasado ya más de una vez) y me quedé boquiabierto.

Eso no podía ser.

Carrie estaba ahí, de pie, con el pelo rubio desparramado sobre su cara y jadeando.

-¿Qué... ha pasado? -pregunté incorporándome.

-¿No lo ves? -dijo con una sonrisa-. ¿Ahora quieres que te deje en paz?

Caminé apoyándome en ella hasta llegar al autobús y me senté en el asiento, aún con la boca abierta.

Robert estaba metido hasta la cintura en una papelera.

Mire a otro lado y ví cómo Carrie se sentaba a mi lado con una sonrisa socarrona.

-¿Cómo has...? -empecé, pero me interrumpí al ver cómo la chica se ponía unos auriculares.

Yo la entendía bien.

La música era como una droga.
Una droga milagrosa y, en esta época, gratis, que distorsionaba, alteraba, y mejoraba la realidad.

Una droga que me alejaba de la realidad.

***

Lo primero que hice al llegar a mi casa fué correr a mi habitación y quitarme la ropa.

Gracias a dios aquella chica (¿Se llamaba Carrie?) se había quedado en el autobús.

No sabía por qué, pero me daba un repelús increíble.

-¿Dónde está mi cuarto? -preguntó Carrie asomándose por la puerta de mi habitación.

Le sostuve la mirada una milésima de segundo y le obligué a que no la bajara.
Sólo llevaba un bóxer.

Acto seguido cerré la puerta.

-¡Voy a llamar a la policía! -grité.

-¿Por?

-¡Ayanamiento de morada! ¡Voy a llamar a mi padre!

-¡Pero si ha sido tu padre quién me ha dicho que me quede! -gritó Carrie.

Me puse un pantalón vaquero (para más comodidad) y abrí la puerta.

-Estás sin camisa -dijo Carrie.

-Me da igual. ¿Cómo que mi padre te ha dicho que te quedes? ¿No me acabas de conocer?

Me peiné el pelo hacia atrás.
Otra manía mía.

-Soy del... -susurró Carrie- del programa de protección de testigos.

-Ah, eso lo aclara todo -dije sarcásticamente.

-Me alegra que lo entiendas -dijo Carrie andando por el pasillo-. ¿Dónde está mi cuarto?

Parpadeé perplejo y le toqué el brazo.

-Eso no aclara nada -dije-. Si fueras del programa de protección de testigos no estarías aquí. ¡Se necesita protección!

-Claro que tengo protección. La tengo delante -dijo Carrie señalándome-. Y los demás agentes están o bien de baja, o bien heridos. No podía quedarme en otro sitio que no fuera la casa del jefazo.

-A que adivino, mi padre te ha dicho que le llames así -dije con una sonrisilla-. Y... un momento ¿Qué has dicho de la protección?

Carrie sonrió y abrió la puerta de mi habitación de par en par.

-¡Hey! -le grité.

-Ésta no es mi habitación... -susurró Carrie mientras miraba las paredes de mi habitación.

Un cóctel de sensaciones me invadió la cara, como el veneno el corazón de un animal.

-¡Deja eso! -le grité al ver que sostenía una de mis pistolas de airsoft.

La más cara de ellas.

Carrie dió un respingo, dejando caer mi pistola al suelo.

Yo, con un movimiento rápido, me lanzé hacia delante para recoger la pistola en el aire...

¿Adivináis qué?

La diosa fortuna me había soltado la mano.

Aterrizé sobre mi tobillo malo y me derrumbé en el suelo con un ruido estrepitoso que me recordó a los dibujos animados que veía cuando era pequeño.

-Por poco... -dijo Carrie echando un vistazo a mis cosas.

-¡¿POR POCO?! -grité intentando levantarme-. ¡Me acabo de caer al suelo!

-¿Qué?

-¡Me he caído al suelo!

-Oh, vale -dijo mirando una foto en concreto-. Yo antes me refería a que no se te ha caído la pistola.

Suspiré exasperadamente y me intenté levantar del suelo.

-¿No me vas a ayudar? -pregunté.

-Puedo, pero no quiero -dijo aún mirando la foto-. Te puedo fabricar algo para tu pierna. Ya sabes, para que no te caigas.

Alargué el brazo para intentar levantarme, arrancando la lampara del enchufe en la pared.

-No me vengas con tonterías y ayúdame a levantarme.

-No son tonterías, te puedo hacer un apaño con esa pierna tuya.

-Hablas de mi pierna como si fuera un vulgar cable eléctrico -dije mirando la pared.

-No me refiero a eso. Digo que te puedo hacer algo para tu pierna.

Me levanté con la ayuda de mis brazos y me senté en la cama.

-He oído eso millones de veces Carrie -dije mascullando-. Sál de mi habitación.

Carrie abrió la boca para hablar, pero le lanzé una camisa sucia antes de que pudiera hacer nada.

-Fuera -dije gesticulando.

-¿Me puedes decir cuál es mi hab-?

-¡Hay una libre al final del pasillo! -grité.

Carrie abrió los ojos de par en par y salió con paso rápido del cuarto.

Estaba harto de eso.

¿Qué podía hacer ella que no hubiera hecho ya un cirujano?

Y encima, tenía un leve carácter autista y sentimental que me era muy odioso. ¿Por qué? Pues... no sé.

Tal vez porque ella no tenía un tobillo amorfo que le había arruinado la vida.




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