2
Llevaban cerca de una hora en el salón de baile con lady Evie, la señora Vivien, el ama de llaves y varios mozos.
—A la otra derecha —exclamó la viuda.
Los mozos movieron el piano a «la otra derecha» por octava vez. Wynter empezaba a entender por qué los hermanos Allardyce salieron huyendo de casa. Ni siquiera el joven Cedric quiso quedarse en su taller, y decidió que no podía seguir posponiendo algunas visitas a White's.
Aiden y ella estaban relegados en una esquina pintando mazorcas, mientras desocupaban ese salón y los otros dos.
—Vivien, querida, ¿ya encontraste la lista de invitados?
La señora Vivien dio un respingo y negó con la cabeza.
A Wynter le hacía mucha gracia que toda la valentía y soltura que Vivien Allardyce demostraba cuando se trataba de su marido, desapareciera cuando estaba con su suegra.
—No. Ea decir, como la lista está extraviada, estoy haciendo otra.
—Muy bien. ¿Quiénes están en ella?
—Los habitantes de esta casa, Amelia y su marido, Sophie; los señores Rees-Mogg, incluidas sus dos hijas, lady Darcy con el marqués, y Rose; los condes de Waverly y...
—¿Y...? —apremió.
—Y lady Susan Montfort.
La viuda torció el gesto.
—¿Se puede saber quién invitó a esa... Jovencita?
—Basil me comentó esta mañana que la invitó para que pudiera pasar tiempo con la familia.
—Si me dieran a elegir entre que Basil se case a los sesenta años y que lo haga con esa chiquilla, gustosa acepto lo primero.
Vivien y ella se miraron.
—Podría decirle que cancelamos —probó Vivien.
—De eso nada. No le daré el gusto a Basil de verme enfadada por culpa de la chiquilla a la que ha decidido cortejar esta vez —Hizo una pausa teatral y le quitó la lista de las manos—. ¿Tu familia no viene?
—No podrán venir. Mi hermana es muy susceptible a la muerte, ya sabe —hizo un ademán con las manos—, y madre prefirió declinar la invitación. Tommy sigue enfadado con Cedric.
—Una pena. Me habría encantado charlar con tu madre, tenemos taaanto en qué ponernos al día.
Vivien sonrió incómoda y mandó a pedir algo de beber.
Aiden mientras tanto, seguía enfrascado en su labor de pintar las hojas de las mazorcas, y los granos de maíz con acuarelas Reeves.
—Los nabos los talló Cedric, una cosa menos de la que preocuparnos —avisó la matriarca a nadie en particular.
Una doncella entró con un montón de tallos secos, detrás de ella, otra con un cesto de paños blancos de algodón, y por último, un muchacho con una escalera para decorar el techo.
Después de casi diez minutos de las doncellas batallando con los tallos de rosas, se apiadó de ellas y empezó a formar pequeños esqueletos, la otra los cubría con los paños y se los pasaba al mozo para que los colgara en el techo.
Del otro lado de la habitación, Vivien se encargaba de cubrir los farolillos con retazos de tela de color naranja, y un par de doncellas los iban colocando por las habitaciones.
—Qué agotador es organizar todo esto en una sola tarde —exclamó lady Evie abanicándose.
Vivien le lanzó una mirada rencorosa desde la otra punta del salón, gesto del que su suegra no se percató.
Wynter río por lo bajo, lo único que lady Evie había hecho era dar órdenes, abanicarse e indicar cómo se debían armar las guirnaldas decorativas de las mesas: tres begonias naranjas, tres pensamientos amarillos, crisantemos de ambos colores y una dalia blanca en el centro.
Terminó de armar los esqueletos y los fantasmas y regresó al lado de Aiden, que estaba pintando la alfombra al habérsele acabado el material de decoración.
—Tu abuela nos va a matar.
Vivien apareció detrás de Wynter, que hizo una mueca graciosa al ver la pintura en la preciada alfombra Aubusson de la matriarca.
—Cedric una vez dejó caer arcilla en la alfombra de su habitación y lady Evie casi lo asesina.
La aludida sacudió la falda de su vestido negro y se acercó a ambas.
Tragó duro cuando se percató de las manchas en la alfombra. Apretó las hojas que llevaba en la mano y le sonrió con ternura.
—Con un jarrón sobre la mancha, nadie lo notará. ¿Tienes hambre, cariño?
Aiden la miró un par de segundos y siguió pintando.
—No.
—Como quieras. Señorita Collins, quiero advertirle que está prohibido que aparezca en la cena con su uniforme de niñera.
—Pero...
—No, señorita Collins, ni se le ocurra. Es más, le prohíbo que use un vestido que no esté acorde a su edad. Deje los colores tristes para las viudas. Disfrácese y diviértase.
—Creo que... Tengo uno que podría servirme.
—Espléndido. Por cierto, señorita Collins, si tuviera que elegir entre una tarta y una magdalena de calabaza, ¿con cuál se queda?
Wynter buscó ayuda en la señora Vivien, que se encogió de hombros tan perdida como ella.
—Con la tarta.
—¿Segura?
—¿Sí?
—Lo suponía —aplaudió—. Bueno queridas, las veo más tarde. Debo encargarme de la cena y los dulces, y ¡es tardísimo!
Esperó a que saliera para hablar.
—¿Por qué quiere saber qué dulce prefiero?
—Ay, señorita Collins, yo le sugiero que no intente descifrar qué se trae mi suegra entre manos. Si tiene que ver con usted, no tardará en descubrirlo.
—¿No sería mejor estar preparada?
—Por intentar ir un paso adelante de ella es que terminé casada con Cedric —rio—, pero de verdad no venga con uniforme y sí con la máscara, o le tocará conocerla realmente enfadada.
Wynter aceptó con humildad el consejo. El tiempo que llevaba trabajando para los Allardyce como niñera de Aiden le había servido para entender dos cosas: en esa familia nadie se comportaba como debía, lo que los hacía impredecibles, y lady Evie siempre estaba tramando algo y las víctimas no solían ser sus hijos, para desgracia de los demás.
Se llevó a Aiden en brazos de vuelta a su habitación, que para cuando entraron, ya estaba dormido en sus brazos.
Wynter también se moría de sueño, pero aún no tenía terminado el disfraz de Aiden, le faltaba coser los ojos para que pudiera ver cuando lo usara y no tropezara ahora que ya podía caminar del todo bien por su cuenta.
Instintivamente, se llevó una mano al pecho, allí donde solía descansar el camafeo que Howard Allardyce le obsequió en su cumpleaños. Era el detalle más bonito que alguien había tenido con ella.
En un rincón de la habitación había un espejo que Aiden solía usar para aprender los partes del cuerpo. Se dio un vistazo de arriba a abajo y cerró los ojos. No le costó imaginarse con el vestido que Howard le regaló, pensó, y no sin un poco de nostalgia, que quizás esa sería la única oportunidad que tendría de usarlo y que él la viera sin ese horroroso uniforme.
—¿Tú también ves a tu mamá allí, Venti?
Wynter se giró para toparse con la expresión somnolienta y concentrada de Aiden.
Se acercó a él despacio y se acuclilló tomándolo de las manos.
—¿Has vuelto a... soñar con ella?
Aiden asintió y señaló un punto en la habitación, indicándole que seguía allí.
—Está muy enfadada con papá. Yo también, Venti.
—¿Por qué estás enfadado con el señor Howard?
—Polque no me quele.
—Tu papá a veces puede ser muy... Serio, sí, muy serio. Y no pasa tanto tiempo contigo, pero te adora.
—No.
—Claro que te adora. Si tú escucharas toooooodas las cosas bonitas que dice de ti, me creerías, estoy segura.
—Yo lo escuché decil que no me quele, Venti. Nadie me quele. Solo mami y tú.
Aiden soltó un suspiro cansado después de su disertación y rodó de la cama hasta caer sobre la alfombra, pero no rio como siempre, se limitó a sacudirse las manos y sentarse en el suelo, frente a una silla y seguir balbuceando.
Llevaba más de un mes repitiendo esa misma rutina, sentarse en el suelo después de la siesta de mediodía para «hablar con mami». Al principio, Wynter lo dejó correr porque le pareció inofensivo. Aiden quería una mamá, y si imaginarla lo hacía feliz, quién era ella para negarle esa pequeña alegría. Creyó que sería cuestión de tiempo para que dejara de hacerlo, pero pronto entendió que no pasaría. Aiden le contó que «su mami» siempre estaba con él.
—Venti... ¡Venti! Quelo galletas.
Wynter lo alzó del suelo cuando se despedía de su madre con un movimiento de manos bastante gracioso. Le echó un vistazo a la esquina donde estaba Page Allardyce y suspiró. Tal vez era momento de decírselo a Howard.
***
Después de comer galletas a escondidas, Aiden volvió a quedarse dormido, esta vez mientras Wynter lo tenía en brazos.
Era cerca de media tarde cuando se aseguró que no rodaría de la cama a la alfombra y corrió al otro extremo de la planta, para hablar con Howard. Si alguien se enteraba de eso, estaría en muy serios apuros.
Tocó la puerta dos veces y giró el pomo, no queriendo correr el riesgo de que la encontraran merodeando por la habitación del señor Allardyce.
Howard estaba sentado en la cama con los ojos perdidos en la esquina de la habitación y balbuceaba algo en voz baja. Wynter sonrió al encontrar otra similitud entre él y Aiden. Sacudió la cabeza al pensar que también pudiera estar hablando con la difunta Page.
—Señor Allardyce...
Howard tardó al menos un par de segundos en sacudir la cabeza y fijarse en que ella estaba de pie al lado de la puerta. Probó a sonreírle, pero solo le salió una mueca torcida.
—Señorita Collins. Qué gusto verla. En mi habitación.
Wynter suspiró. Si algo había aprendido en su trato diario con Howard era que mientras más cínico se mostraba con ella, peor la estaba pasando. A veces estaba frustrado por algún caso, otras, solo molesto por la intromisión de su madre, y cuando no era eso, los culpables de su mal humor eran sus hermanos, en especial el joven Cedric, al que le encantaba llevarlo al límite de la paciencia con sus pullas habituales.
—Aiden está dormido. Solo quería decirle que...
—¿Que mi hijo está enfadado conmigo?
Wynter asintió recordando ese detalle.
—Dice que su padre no lo quiere.
Howard torció el gesto y se llevó las manos a la cabeza. Se notaba exhausto y desesperado.
—Todo esto es mi culpa, Wyn. No debí... ¡maldita sea!
Wynter se acuclilló frente a él y lo tomó de las manos. Estaba helado.
—¿Qué ocurrió?
—Aiden me escuchó hablando con Basil sobre su madre. De lo que pienso de su madre —corrigió—. Cree que porque la odio a ella, no lo quiero a él.
—Hablaré con él. Seguro que si le explico todo...
—Aiden no me quiere ver. No quiere ver a Basil. No habla con mi madre. Ignora a Cedric. Huye de Vivien. Solo quiere estar contigo, no le quites eso también. Yo lo entiendo, si pudiera elegir entre un padre que lo ha hecho todo mal y una hermosa joven llamada Wynter, que oculta una lustrosa melena rubia bajo la cofia más horrenda del mundo, también me quedaría con ella.
Howard le quitó la cofia y soltó el rodete, después retiró las horquillas y deshizo la trenza.
—Debo volver con Aiden...
—Si dependiera de mí, mandaría el protocolo al mismísimo demonio y llevarías el cabello suelto siempre. Siempre. ¿Harías eso por mi?
—¿Llevar el cabello suelto siempre?
—Soltártelo hoy. Esta noche. Sonríe por los dos.
Wynter lo abrazó por la cintura.
Se separó de él al escuchar pasos en el corredor. Se escondió detrás del biombo y esperó a que alguien entrara.
—Te he perdonado muchas cosas, Howard. Muchas. Pero si por tu culpa mi nieto no disfruta de esta fiesta, te juro que te desheredo. ¿Me escuchaste?
—Aiden estará muy feliz. Puedo asegurarlo. Usted debería tranquilizarse, o tendrá que volver a Bath.
Howard sacó a su madre de la habitación, cuando estuvo segura de que estaban lejos, salió de allí y volvió con Aiden.
—Venti... ¿Hoy es Hallowí?
—Sí. Es hora de que te pongas tu disfraz. Los invitados están por llegar.
—No lo quelo.
—¿Por qué no? Ayer te gustaba mucho.
—Polque tú no usas uno.
—El mío está en mi habitación. Incluso tengo una máscara que se parece a la tuya.
—Entonces ponme mi disfaz. ¿Tengo alas?
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