
-Cinco-
Disclamer: Como ya sabéis ^^ ni los personajes, ni parte de la trama, ni los lugares me pertenecen a mí, sino a la prolífica imaginación de la gran Rumiko Takahashi que este año ha querido bendecirnos permitiendo que se hiciera un remake maravilloso de este anime que tanto adoramos *__* ¡Feliz Navidad Rumiko sensei!
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Nota de la Autora: Aquí vengo para compartiros una nueva historia Rankane (por supuesto) con sabor navideño e invernal ^^ inspirándome en el tema escogido para esta noche tan especial. ¡Gracias a las maravillosas administradoras de la página "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" por su #Dinamica_Invernal #Calendario_de_Adviento! Espero que os guste. ¡Gracias por estar ahí, una navidad más!
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24 de Diciembre: Abrazo.
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Un Gesto
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—Cinco—
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16 de enero. Martes
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Ranma se sopló las palmas de las manos por tercera vez, en busca de algo de calor.
Llevaba cerca de quince minutos escondido tras la puerta entreabierta del dojo en los que su mirada no se apartaba de la casa. Esperaba muy atento, a pesar del frío que le estaba agarrotando los dedos de los pies, pues en el dojo no había calefacción ni nada parecido que aplacara el viento helado que se colaba del exterior. Una nueva nevada se acercaba a la ciudad, como cada noche, para cubrirla con su manto blanco y atraparla en esa jaula de ventiscas nocturnas que estaban siendo la norma ese primer mes del año.
Pero Ranma tenía una buena razón para estar ahí, soportando el frío y el aburrimiento; ya sabía cómo cumplir su parte del trato que había hecho con Akane.
Era tan inteligente que no le había costado nada dar con la solución, aunque sí había tenido que meditar un poco para concretar los detalles más prácticos.
Akane quería un abrazo, para lo cual necesitaban un lugar seguro y elegir el momento más propicio. Encontrar el dónde había sido fácil, Ranma tuvo claro cuál era el sitio perfecto enseguida, así que se centró en descubrir el cuándo.
¿Cuándo era más probable que su familia los dejara en paz?
La puerta de la casa se abrió y Nabiki salió. Ranma tuvo el tiempo justo para esconderse de modo que no le viera mientras atravesaba el patio rumbo al portón. Iba ataviada con sus mallas de gimnasia, sus deportivas y una enorme mochila negra al hombro donde, de seguro, llevaba la ropa que se pondría después para volver a casa tras su clase de aerobic.
Nadie de la familia sabía bien a dónde iba a dar esas clases, ni cuánto le costaban, pero desde hacía una semana, la mediana se iba siempre a esa hora, estaba fuera casi toda la tarde y regresaba agotada y un poco malhumorada. Si le preguntaban, lo único que declaraba era que tenía que ponerse en forma tras los excesos navideños.
En cuanto la chica se fue, comprobó la hora.
Dos horas a partir de ahora, calculó. Y, raudo, salió del dojo y trotó hasta la casa. Entró del modo más sigiloso que pudo y se deslizó por el pasillo en penumbras, como una sombra, hasta la puerta del comedor. Del interior salía una sintonía estridente que procedía del televisor de la sala.
—¡Ya empieza! —exclamó Soun Tendo con emoción.
Ranma sonrió.
Perfecto.
Pegado al muro, asomó apenas la mitad del rostro en el interior del cuarto para ver las tres figuras: Kasumi, su padre y su tío, en sus respectivos lugares, con las miradas ansiosas clavadas en la pantalla del televisor.
Justo a tiempo. Comprobó, tras buscar también allí la hora en el reloj. Como mínimo tenemos noventa minutos.
Era tiempo de sobra pero debía darse prisa.
Se echó al suelo y gateó, haciendo el menor ruido posible, hasta las escaleras y una vez allí, suspiró.
El momento propicio.
Con Nabiki fuera de la casa y esos tres enganchados a su serie favorita no había riesgo alguno de que los molestaran. La euforia empezó a correr por sus venas, como le ocurría siempre que uno de sus planes tenía éxito.
Empezó a subir los peldaños más deprisa hacia el piso de arriba, con el corazón colmado de vanidad y alabanzas hacia sí mismo. ¿Acaso no era un genio? Akane y él tenían el camino libre para llevar a cabo sus planes. Ella aún no lo sabía, pero estaba deseando ver su cara cuando le dijera que ya lo había resuelto todo.
Espero que eso haga que se sienta mejor, deseó.
La había estado observando en el instituto y ahora sí que estaba convencido de que Akane estaba mal, no sabía lo que era, pero algo no andaba bien desde que habían vuelto a las clases.
Le molestaba un poco no saberlo, pero él tampoco había vuelto a un remanso de paz precisamente. El nuevo director no dejaba de acosarle ni un minuto así que se pasaba los días vigilando su espalda (más bien, su trenza) y esquivando los traicioneros ataques de ese maniaco que odiaba el pelo largo. ¡Era odioso! Por ahora había logrado sobrellevarlo, tomárselo incluso con buen humor porque no le parecía que, siendo él un artista marcial consagrado, debiera darle mayor importancia a algo así.
La verdad es que es un incordio, admitió para sí.
No era solo lidiar con el director, sino además aguantar las locuras de siempre de Kuno, los chismorreos habituales, las burlas del resto de alumnos... Quizás por eso no había prestado mucha atención a Akane aquellos días, pero a cambio, se había esforzado en complacerla lo antes posible con el asunto del abrazo, pese a que le seguía sonando un poco extraño.
Como sea, me lo he tomado muy en serio, se dijo. Esperaba que ella se diera cuenta.
Por fin, llegó ante la puerta de la chica, pero ésta se abrió ante sus narices antes si quiera que hubiera levantado la mano para llamar. Una Akane, sorprendida por encontrarle allí, apareció ante sus ojos.
—¿Qué pasa? —Le preguntó, curiosa.
—He encontrado el lugar perfecto para... —Iba a decir abrazarte, pero la palabra se le atragantó, a causa del nerviosismo—; para lo que tú querías.
A pesar de todo, Akane debió entenderle, pues preguntó en voz más baja:
—¿Ah, sí?
—Además, creo que éste es el momento adecuado —continuó él—. Nabiki se ha ido a su clase de gimnasia y los demás están viendo su serie —Se repitió lo grandioso que era su plan, lo bien que lo había hecho todo y sonrió—. Nadie nos molestará, por lo menos, en hora y media.
>>. ¡Podemos hacer lo que queramos!
Akane arqueó las cejas.
—¿Lo que queramos?
—¡O sea...! ¡Ya sabes! —Se corrigió él a toda prisa—. Lo de tu... abrazo.
—Mi abrazo —repitió ella con una voz bajita, incluso con un leve deje de fastidio. Cuando la vio resoplar, el chico temió que hubiera cambiado de opinión y fuera a rechazarle. ¡Después de las molestias que se había tomado por ella! Akane alzó los ojos, todavía lucían algo apagados, y le miró con detenimiento un par de segundos—. Vale —musitó, sin demasiado entusiasmo—. ¿Dónde está ese sitio?
Ranma se quedó algo decepcionado por esa reacción pero, como él nunca se echaba atrás, le indicó que le siguiera sin hacer ruido.
—Lo he pensado mucho y solo se me han ocurrido dos lugares seguros en esta casa —Aun tenía la esperanza de impresionarla, de modo que se puso a explicarle sus averiguaciones—. El primero es el tejado, sería perfecto si fuera verano —Mientras tanto, bajaron al piso inferior, igual de silenciosos, hasta que llegaron al último peldaño y el chico la indicó que esperara—. Pero con el frío que hace ahora y las ventiscas, sería muy peligroso subir ahí.
—¿Y el otro?
Le señaló la puerta del comedor para indicarle que los demás estaban dentro y no había que llamar su atención. Después, tiró de la manga de la blusa de la chica para que ésta le siguiera. Caminaron en dirección contraria, por el pasillo que iba hacia la cocina y después seguía hasta el baño y la habitación de Soun Tendo. Un poco más allá, estaba la zona de la casa donde confluían varios pasillos repletos de recovecos que habían sido convertidos en armarios que iban del suelo al techo.
Se amontonaban todos en la misma pared, en fila, y por lo general, estaban llenos de ropa de cama, toallas, futones viejos y trastos en desuso. Nadie se preocupaba por lo que había ahí guardado, a no ser que fuera época de limpieza o un cambio de estación que implicara, también, un cambio de ropa.
Ranma la llevó al final de aquel corredor, donde el silencio se hacía más y más intenso y se paró frente al último de esos armarios. Era el que parecía más viejo. La madera estaba llena de arañazos y el dibujo de los paneles se había descolorido. Incluso Akane, que había vivido en esa casa toda su vida, adoptó una expresión de perplejidad ante ese lugar.
—Aquí está —Le anunció, orgulloso.
—¿Un armario?
—Es más que eso, pero... —Torció el rostro y miró a la chica, con gravedad—. Tienes que prometer que guardarás el secreto de este sitio.
—¿Qué secreto? —inquirió Akane, que no entendía nada de lo que estaba pasando—. ¿Qué es esto?
Su prometido se dio la vuelta y posó la mano sobre el asidero con cierta inquietud. Era la primera vez que se lo mostraba a alguien más y aún se sentía inseguro sobre su decisión. Lo había meditado mucho desde el día anterior hasta estar seguro de que no había otra opción si quería ayudar a Akane.
Ese era el único lugar válido de la casa.
Está bien, se repitió. Es Akane. Guardará el secreto.
Sabía que podía confiar en ella, en que ella entendería. No obstante, todavía con algo de reticencia, deslizó la puerta poco a poco para descubrir el que, hasta ese momento, había sido su único refugio en el dojo Tendo.
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El armario estaba dividido en dos espacios.
El espacio que estaba a ras del suelo era muy bajo, apenas mediría setenta o setenta y cinco centímetros, la verdad, nunca lo había medido. El superior, separado del otro por una firme tabla de madera, era mucho más amplio. Tenía varios metros de longitud y otros tantos de profundidad, además de una altura suficiente para estar cómodamente sentado sin necesidad de encorvarse.
Sobre la tabla de madera había colocado una tela que, en el pasado, había sido mullida, aunque ahora se veía mucho más fina. Era una ligera protección contra la dureza de la madera. Las paredes también habían sido forradas para amortiguar el sonido y que el frío no se colara con tanta fuerza. Pero de lo que más orgulloso se sentía Ranma era de haber conseguido instalar una pequeña lámpara allí dentro para disponer de luz. Había sido una tarea titánica conectarla a la red eléctrica a través de la pared, pero el resultado lo compensaba.
No era mucho, pero a él le gustaba.
Akane, por el contrario, puso una cara muy extraña cuando se asomó dentro y vio todas esas cosas.
—¿Qué significa esto? —Le preguntó, igual de confusa que al principio.
—Es mi cuarto secreto.
La palabra cuarto le quedaba algo grande, pero le pareció que sonaba mejor que armario secreto.
—¿Por qué tienes tú un cuarto secreto? —quiso saber ella.
—Pues porque compartir el dormitorio con mi padre y el maestro Happosai se hace muy complicado —Decidió ser sincero, ya que había llegado tan lejos. Además, Akane también conocía a los susodichos y no le extrañaría nada de lo que le contara—. Son escandalosos, ruidosos y se pelean todo el tiempo, ¿sabes?
>>. O se ponen a pelear entre sí y lo destrozan todo a su paso o, en el peor de los casos, si se aburren, me meten a mí en sus trifulcas. ¡Es imposible estar en calma con esos dos alrededor!
No podía leer, dormir, ni tan siquiera pensar tranquilo. Nunca podía estar solo, pues en cuanto Ranma se escabullía con un manga o un pastelito para comérselo a gusto a su habitación, uno de esos dos locos aparecía por la puerta y, o bien le molestaban con sus gritos hasta que tiraba el manga contra la pared, furioso, o se le echaban encima para quitarle la comida.
¡No tenía intimidad!
Ni siquiera podía dejar sus pertenencias en ese cuarto con tranquilidad porque cuando regresaba podía encontrarlas rotas o, tal vez, no encontrarlas. Ranma ya no soportaba compartir cuarto y todo lo demás con un par de ladronzuelos insoportables como eran su padre y el viejo Happosai.
—¿Y por qué nunca dijiste nada? —Le interrumpió Akane—. Mi padre podría haberte buscado otro lugar en la casa.
—Tu padre ya ha sido bastante bueno acogiéndonos, no quería quejarme —Se encogió de hombros—. Al final, lo pude resolver yo solo.
Había sido una bendición encontrar ese escondrijo en la casa para poder descansar del jaleo y las peleas.
—¿Y desde cuándo usas esto?
—Desde el verano —respondió—. Cuando Kasumi quiso cambiar las mantas de invierno por sabanas más frescas, me pidió ayuda para revisar estos armarios y encontré éste.
>>. Estaba lleno de trastos viejos y muy sucio, pero tu hermana me dijo que todo era basura y que llevaba años queriendo hacer limpieza, así que...
—Tú tiraste todo, limpiaste y te quedaste el armario —Adivinó ella—. Y nunca se lo dijiste a nadie.
Ranma desvió la mirada y ocultó las manos a su espalda.
—Bueno, ya sé que no tenía derecho a mantenerlo en secreto. No es mi casa —admitió con pesar y un resoplido—. Pensé en preguntarle a tu padre si podía usarlo pero, temía que él se lo contara al mío —Confesó con fastidio—. Ya sabes que me quita todo lo que tengo.
—Solo es un armario, Ranma.
—Es un sitio donde nadie me molesta —replicó él, algo ofendido. Ya sabía que no era gran cosa, pero era lo más cerca que había estado nunca de tener un lugar que consideraba suyo, donde nadie se colaba para fastidiarle y podía pensar con calma—. Da igual, no lo entiendes.
Akane dio un respingo y meneó la cabeza.
—¡Sí, lo entiendo! —Afirmó a toda prisa—. No quería decir que no fuera importante para ti —Le sonrió un poquito—. Te agradezco que quieras compartir conmigo tu lugar secreto.
>>. No se lo diré a nadie.
Él asintió.
—Nadie viene nunca a esta zona de la casa —Le explicó—. Y hay espacio para los dos —De un pequeño impulso, se subió a la parte superior y se arrastró hasta el fondo del hueco para encender la lámpara—. Venga, sube.
Akane obedeció de mejor talante de lo que estaba antes, aunque todavía observaba aquel espacio pequeño y algo sombrío mordiéndose el labio inferior. Avanzó de rodillas para sentarse frente al chico y se tensó un poco cuando éste cerró la puerta. La oscuridad creció, por supuesto, pero la luz de la bombilla era suficiente para que se vieran las caras con bastante claridad.
—¿Servirá? —preguntó él, entonces—. Para ese tipo de abrazo que quieres.
La chica hizo una mueca, juntando las rodillas y sentándose sobre sus tobillos.
—No es un tipo de abrazo especial o algo así —Quiso aclararle—. Basta con que no me aprietes como si fuera un erizo que está clavándote las púas —A Ranma le hizo gracia esa comparación, así que sonrió—. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
>>. Sé que odias los abrazos.
—¿Quién ha dicho eso?
—No hace falta que lo digas, es evidente —Pero él siguió mirándola escandalizado, como si jamás hubiera oído una tontería semejante—. ¡Estabas horrorizado cuando Shampoo te hechizó con esa seta!
—¡Porque no me gustaba ir por ahí abrazando a cualquier desconocido que estornudara delante de mí!
—Tampoco parecías muy contento por abrazar a Shampoo...
Ah, así que ahora reconoce que no parecía muy contento, pensó él, sorprendido. El día anterior le había acusado justo de lo contrario. ¿Qué pensaba ella en realidad? En cualquier caso, alzó el mentón con seguridad y se cruzó de brazos.
—¿Por qué tendría eso que ponerme contento?
—También parecías disgustado por tener que abrazarme a mí —añadió ella, esta vez sin mirarle a la cara.
Ranma calló, pensativo. ¿Tendría eso que ver con el hecho de que Akane estuviera tan triste?
¡Pero si había pasado más de un mes de aquello!
—Eso es porque sabía que tú me darías una paliza —Le explicó—. ¡Y lo hiciste! —Soltó a toda prisa cuando ella volvió a mirarle. Mantuvieron la mirada unos instantes y Ranma sintió que el corazón se le empezaba a acelerar—. Pero ahora no lo harás, ¿verdad?
La chica sacudió la cabeza y se mantuvo callada un poco más.
Las paredes de madera que recubrían el armario amortiguaban bien cualquier sonido del resto de la casa, apenas si podía escuchar el eco del sonido enlatado de la televisión, o las embestidas de los primeros vientos de la ventisca que estaba casi sobre ellos. En tardes como aquellas, Ranma acusaba el frío que traspasaba los muros aprovechando los huecos y agujeros de la estructura de la casa, pero ese día no era así. Su cuerpo, tenso, desprendía su propio calor, más intenso cuanto más miraba a la chica que tenía frente a él.
Finalmente, ella habló:
—Entonces... ¿empezamos ya?
—Sí... ¡claro! —respondió él, aunque fue incapaz de moverse. Permaneció quieto hasta que Akane se irguió sobre sus rodillas y se acercó a él, con los ojos bajos, tan grandes y tan tristes, casi turbios. Sus gestos eran pesados, lentos. ¿Qué le estaba pasando? ¿Y por qué no se lo decía en lugar de andarse con peticiones misteriosas?
Akane se paró, mirando sus brazos aún cruzados sobre su pecho. Nervioso, los abrió al instante, con las mejillas encendidas, pero antes de que la chica avanzara más, le preguntó:
—¿Qué es lo que pasa, Akane?
—¿Qué pasa de qué?
Regresó a la postura sobre sus tobillos, expectante.
—Tienes algún problema, ¿verdad? —insistió él—. ¿No serán esos idiotas del Club de Lucha?
>>. He oído que se están metiendo con algunas chicas.
—Esos tipos no me asustan.
—Pero si tienes algún problema, tú sabes que puedes pedirme ayuda, ¿verdad?
Akane le observó con atención, considerando sus palabras o al menos eso le pareció a él. Su rostro seguía igual de pálido que el día anterior pero, poco a poco, fue tomando color, pudo verlo gracias a la débil luz de la lámpara. Un frágil brillo cobró vida en sus pupilas castañas al tiempo que una sonrisa más amplia brotaba en sus labios que, al dejar de apretar, recobraron también su natural tonalidad rosada.
Ranma, que pensaba que ya conocía de sobra a esa chica, quedó embelesado ante ese cambio lento y fascinante que se produjo en su rostro.
¿Habían sido sus palabras?
—Ya te he pedido ayuda —respondió ella y volvió a erguirse, extendiendo apenas sus manos hacia él, no había espacio para más—. Y me has traído a tu lugar secreto para ayudarme, ¿o no?
—Ah... —Ranma se quedó con alguna posible respuesta revoloteando en su mente, que se perdió cuando Akane se acercó, ya del todo, y le echó los brazos al cuello. Lo apretó con fuerza, pegando su cuerpo al de él y de la impresión, el chico se quedó paralizado, mirando a la viga de madera que tenía frente a sus ojos.
Venga, reacciona se animó.
Cogió aire y levantó sus brazos. Le pesaban, pero eran suyos y podía controlarlos. Los llevó hasta la espalda de la chica y los posó, con cuidado. Permaneció estático, sin atreverse a nada más hasta que Akane se removió.
—Aprieta un poco más —Le susurró—. No voy a pegarte.
Creyó captar algo de burla en esas últimas palabras y eso le calmó. Extendió aún más los brazos, rodeándola y la estrechó más fuerte. Sus curvas se fundieron con las de él y el rostro de la chica se escondió en su hombro. Ranma esperó, inquieto, pero nada pasó. Su corazón se aceleró muchísimo y después, poco a poco, empezó a calmarse.
Suspiró, tranquilo.
No había sido tan difícil como había creído. En realidad, no sabía por qué le había preocupado tanto; estaba abrazando a Akane y todo iba bien. Ella estaba bien, quiso pensar, la estaba consolando como ella quería, ¿verdad?
Pero, ¿de verdad es tan fácil? Se preguntó, extrañado. ¿Solo con esto y ya se siente mejor?
Era agradable, eso no podía negarlo. Mucho más que recibir una patada o un puñetazo en el costado. En realidad, era bastante más agradable que muchas de las cosas que había experimentado en su vida.
Como no había recibido demasiados abrazos, pensó que era normal que para él fuera así. Pero ella habría abrazado a muchas personas antes. ¿Por qué había querido que fuera él en concreto? Ranma no creía que fuera capaz de consolarla mejor que sus hermanas, por ejemplo, ya que no tenía mucha idea acerca de esos temas.
No pudo quedarse con la duda.
—¿Ya te sientes mejor?
—Sí —respondió ella y, de hecho, su voz sonó mucho más parecida a la que usaba siempre. El tono triste se había ido—. Gracias por contarme tu secreto.
Ranma se puso rojo y prefirió no hablar más.
Se centró en seguir abrazándola y manteniendo sus nervios bajo control.
Todavía le costaba creerlo, que se pudiera lograr así que otra persona se recuperara tan rápido de un problema, pero estaba bien si Akane se animaba de una vez.
Y lo había logrado él, por supuesto.
Pasaron los minutos y Ranma comenzó a relajarse también. En el silencio y la media luz de aquel armario, su lugar seguro. No le importaba que Akane estuviera allí y conociera su existencia, la verdad, aunque nunca pensó que lo compartiría con nadie más.
Fue extraño pero, según pasaban los minutos y él mismo se hacía consciente de la sosegada respiración de la chica o de cómo su olor se iba propagando entre esas cuatro estrechas paredes, empezó a sentirse más animado, más contento y también, más ligero. Se le fueron de la cabeza todos los problemas con el maldito director del Furinkan, todo eso se convirtió en algo lejano, borroso. Iba camino de desaparecer para siempre.
Ese armario era demasiado pequeño para albergar tonterías tan grandes.
Ranma se sintió bien y no se preguntó por qué. Le apeteció cerrar los ojos y lo hizo. Todo estaba bien, de repente, ni si quiera podía oír a la ventisca acercándose a ellos.
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Hola amigos y amigas ^^
¿Cómo habéis estado? Por si os lo preguntáis, yo estoy pasando un frío insoportable, casi tanto como el que pasan Akane y Ranma en esta historia, pero como lo prefiero mil veces al calor sofocante del verano, no me quejo. Informo, pero no me quejo.
Aquí tenéis el siguiente capítulo de este fic *___* En otros fanfics sí que le he puesto título a los capítulos, aunque en éste no me dio por ahí; si tuviera que ponerle uno a este capítulo en concreto creo que sería algo como: Quiero enseñarte mi lugar secreto, jejeje. Para mí tiene sentido que Ranma necesite un lugar tranquilo para descansar de la locura que, en ocasiones, gobierna su vida.
¿Qué os ha parecido? A ver, solo es el primer abrazo...
Como siempre, os agradezco mucho todos vuestros comentarios.
¡Besotes para todos y todas!
PD: ¡Ah! Se me olvidaba. ¿Alguien recuerda los oneshots que estuve publicando en diciembre para el calendario de Adviento Rankane? Pues he estado trabajando en los tres últimos que conforman una pequeña trilogía y (si todo va como quiero) publicaré la semana que viene *__* Con ellos daré por terminado el calendario. ¡Espero que os gusten! Tienen que ver con magia, un hechizo de amor, persecuciones, peleas, declaraciones de amor vergonzosas, celos muy divertidos: lo más Rankane que he podido.
—EroLady
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