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Especial Navideño y de Año Nuevo

Especial de Navidad y Año Nuevo


   Había sido un día agotador, la gente estaba más loca de lo normal, más cursi y con mayores ganas de comprar, y el ordinario chico de cabellos azabaches no se explicaba la razón, porque las vacaciones escolares no eran cosa que le animaran, siempre tenía que trabajar extra. Lo bueno quizás era que sus hermanas viajaban y dejaban el apartamento para él solo.

   Iba con las manos en los bolsillos de su chaqueta y lo que más quería era llegar a su pequeño apartamento para dormir lo que restaba de la noche. Eran aproximadamente las 8 de la noche y no tendría que trabajar hasta la noche siguiente, porque su trabajo usualmente era en la tarde, o cuando el sol se ocultaba. Quizá por ello se sentía una sombra.

   Sus pasos eran tranquilos, nadie se metía en su camino. Desde la acera podía ver al otro lado de la calle a los niños que comían helados, los adolescentes que se tomaban fotos entre ellos y los adultos que iban cansados, al igual que él, de regreso a sus hogares. Con una sonrisa sarcástica chaqueó la lengua y volvió su mirada al frente.

   Hubiese seguido su camino, tranquilo y sin mucho apuro, si no se hubiese detenido a mirar el cielo, los árboles dejaban que sus hojas cayesen al compás del trinar de las cigarras, era un poco bonito, sin embargo, en cuanto alzó la mirada y vio un par de colores florales adornar los aires, una bola de pelos amarilla cayó en su cara. El chico sonrió con ganas de querer asesinar a lo que sea que lo golpeó, así que agarró con brusquedad al extraño animal que había caído de un árbol y, antes de lanzarlo lejos, se fijó en que no era un simple animal.

   Su mirada carmesí se apaciguó al detallar a la pequeña criatura, era tierna. Era una persona miniatura, un chico, pero con rasgos perrunos, como un par de orejas peludas sobre su cabeza y una esponjosa cola sobresaliendo de su espalda baja. Una ligera sonrisa se posó en labios del de cabellos azabaches, así que acercó uno de sus dedos al rostro de la extraña criatura para acariciarle.

   Sin embargo, el mini-humano en cuanto sintió el toque en su rostro, mordió la mano que se había atrevido a tocarle. La mordida no dolió lo suficiente, eso pensó el de ojos carmesí, pero alejó su mano y prestó atención en como la criatura peleaba con el aire, lanzando su pequeñas manos en busca de defenderse, todo en vano.

   Izaya no sabía cómo reaccionar ante tal descubrimiento, nunca había visto algo parecido a un chico con orejas de perro. Tal vez sería buena opción dejarle a su suerte, así no le mordería otra vez, pero algo en el de cabellos azabache le dijo que no le podía dejar solo.

   Pronto la criatura dejó de pelear, sus orejas bajaron y pareció perder el conocimiento en ese instante. Izaya se asustó, lo posó en la palma de su mano con cuidado e intentó ver su respiraba, y sí, el ser diminuto respiraba aún. Más calmado y sin ganas de matar a nadie, Izaya guardó al pequeño animal en uno de los bolsillos de su chaqueta y caminó a casa, esta vez más acelerado y curioso por saber qué era lo que había encontrado.

   En cuanto llegó a casa, sacó a la personita de su bolsillo y la llevó a su cama para empezar con un chequeo especial. La acobijó sobre una de las esponjosas almohadas y corrió en busca de un botiquin de primero auxilios que tenía bien guardado. Al volver a la habitación, pudo ver que la personita había despertado.


—No voy a lastimarte, perrito. Quédate así.— Murmuraba el azabache mientras se acercaba a la cama a paso lento. Sin embargo, la criatura le miraba con el ceño fruncido y se preparaba para saltar a morderle como ya había hecho.


   Y así fue, la criatura saltó para atacar e Izaya, pensando rápido, la atrapó dentro de su sábana. La personita se movía sin control, buscaba una salida, Izaya podía descifrar que el chico de rasgos perrunos estaba en un estado de desesperación y pánico. Pero no sabía cómo calmarle, su trabajo era matar gente, no cuidar de ellas.

   Respiró profundo entonces, se preparó para lo que venía, y quitó la sábana de encima de la criatura en cuanto vio que ésta se quedo inmovil. Estaba por reír, se sentía victorioso, pero al ver al chico de orejas de perro temblando y mirándole aún con rabia, el azabache se negó a carcajear, sobretodo por ver los cristalinos ojos que su descubrimiento tenía.

   Se acercó a él, rogando que no le atacara, y frunció igual el ceño para tener una guerra de miradas con la criatura. Izaya pudo apreciar esta vez el color dorado de los cabellos del pequeño ser, antes no había prestado atención en ello, y ahora le parecían brillantes y muy bonitos. Igualmente notó la ropa desaliñada que el rubio tenía, estaba todo sucio y empapado, tenía rastros de sangre en sus prendas, pero no se veía que estuviese lastimado.


—Cosa— comenzó Izaya con afánes de molestar a su nuevo compañero, éste frunció más su ceño—, veo que me entiendes. Pensé que no eras capaz de hacerlo.— Rio burlón entonces el azabache, y la criatura gruñó—. Quiero ver si estás herido, ¿lo estás?— La criatura negó— Y... ¿Por qué te desmayaste?


   Izaya sonrió ligero, esperaba que la pequeña cosa hablara, pero solo bajó la mirada y terminó por sentarse sobre la almohada. Con descaro, le dio la espalda al azabache y cruzó sus brazos. Izaya se sintió ofendido, pero soltó una leve carcajada.


—Desde este mometo eres mío, cosa— sonrió alegre el de ojos carmesí, y la criatura le miró con indignación—. Te compraré comida y te pondré un nombre, ¿o tienes nombre?— Izaya, sabiendo que sacaría de quicio al rubio, le pasó una hoja con un lápiz.


   La criatura agarró el lápiz con mal genio e hizo el gran esfuerzo para escribir lo que era su nombre. Izaya rio por lo tierno que se veía la personita cargando algo que era más grande que su pequeño cuerpo, pero terminó impresionado al ver que la cosa tenía un nombre y lo había escrito a la perfección con una hermosa letra cursiva.


—Shizuo— leyó Izaya, y la criatura asintió aún con su mal gesto y los brazos cruzados—. Shizu-chan es más lindo— comentó, dejando el papel de lado y sin querer, mostró una sonrisa burlona que erizó la piel de la criatura, la cual se veía aún más molesta que antes.


   —Meses de después—


   Izaya, que volvía dichoso de su trabajo, revisaba que los postres que había comprado estuviesen en perfecto estado. Era Diciembre, sus hermanas se habían ido de viaje y tenía la casa por muchos días para compartir con su querida pero malhumorada mascota de cabellos dorados.

   Abriendo la puerta del apartamento, su ceño se frunció al instante por el horrible olor a cigarrillo que emanaba de su hogar, y terminó por entrar con una sonrisa maliciosa a la sala principal, donde Shizuo fiamaba con seriedad uno de sus cigarrillos, cosa que Izaya detestaba.

   El hombre no se preocupó en cuanto su dueño llegó, simplemente esquivó la mirada contraria con total descaro. Izaya, aún con su tétrica sonrisa, dejó los postres a un lado y se acercó a su mascota, le agarró de la cuerda que le tenía atada al collar que le había puesto meses atrás y le haló hasta tenerle a centímetros de su rostro.


—Pensé haberte dicho que aquí no se puede fumar, Shizu-chan— Izaya se acercó peligroso, seductor, a los labios del hombre rubio que ahora era su mascota.


   Shizuo se mantuvo en silencio, tiró el cigarrillo apagado al bote de la basura y sopló el último humo tóxico al rostro del azabache, sabiendo a la perfección que con ello le sacaría de quicio.


—Detesto que me dejes todo el día en casa, lo sabes— el rubio, aprovechando que su dueño tosió por el humo, le rodeó la cintura antes de hacerle caer sobre sus piernas. El chico de orejas de perro sonrió con su mirada neutral y pudo apreciar las mejillas coloradas del chico que había querido intimidarle.

—Odias muchas cosas, Shizu-chan— a pesar de la posición tan provocativa y lo seductor que el rubio había sido, Izaya intentó mantenerse firme y burlón, quizás el juego podía ser jugado por dos—. Eso puede ser malo para tu corazón.— Terminó por tocar el pecho del rubio, señalando su corazón con una sonrisa felina en sus labios.

—Claro, claro.— Era usual que Shizuo pasara por alto la actitud del azabache, porque por alguna razón no podía morderle como hacía cuando alguien le sacaba de quicio.

—¿Has estado ansioso?— Preguntó entonces Izaya sin ganas de ofender. Esta vez dejó de lado su molestía y patanería para abrazar al hombre que ya le rodeaba la cintura con necesidad—. ¿Qué te preocupa tanto, Shizu-chan?

—No me gusta ser tu responsabilidad— Izaya se sintió dolido—, te causo problemas, soy una amenaza y tu me tratas como si fuese alguien inofensivo. Podría romperte de un solo golpe, podría despedazarte, ¿qué tal si un día me convierto en una verdadera bestia y te lastimo?— Y tras esa duda, el rubio recostó su cabeza en el hombro del contrario—. Era humano, ahora soy un experimento.


   Izaya no pudo sentirse peor, podía ver las orejas caídas de su querido compañero y no pudo evitar abrazarlo con mayor fuerza, aunque ésta no lastimara de ninguna manera al rubio. Izaya sabía mejor que nadie que Shizuo era un ser gruñón y temperamental, pero era el chico que le escuchaba quejarse a diario, el que le cocinaba, el que le acobijaba en sus brazos cada vez que se sentía mal, el que le acompañaba a tomar una ducha cada mañana. Su Shizu-chan no era un monstruo.


—Es cierto que a veces eres un ogro gruñón— escuchó por un momento como un bufido salió de labios del rubio, y sus orejas bajaron más—, pero eres el gruñón más tierno que he conocido. No eres una bestia, necesitas amor. Yo te daré todo el amor que te pueda dar, ¿será suficiente para que dejes de pensar así?— Tal vez Shizuo no alzó la mirada, pero su cola empezó a moverse emocionada.


   Izaya sonrió, porque sabía que sus palabras habían alegrado a alguien, y no una persona común, sino su querido Shizu-chan, a quien más amaba y por el que daría su vida. Sin embargo, el azabache no permitiría que su ánimo alegre y optimista, el burlón de siempre, se opacara por toda la tarde, menos el día de Navidad.

   La correa de Shizuo seguía entre sus manos, así que la apretó. Se balanceó un poco hasta que cayó de pleno al sofá y Shizuo, debido a la fuerza ejercida por la cadena de su collar, cayó sobre el cuerpo de su dueño . Izaya entonces pudo apreciar la mirada cristalina y las mejillas poco coloradas del can, pudo sentir lo nervioso que estaba el rubio con la cercanía y se sonrió pícaro por aquello.

   Shizuo usualmente evitaba cualqueir tipo de afecto que Izaya le diera, porque tenía miedo de lastimarle, pero Izaya hacía lo posible para que el rubio le aceptara un beso o un abrazo, y era el mejor momento para ponerlo a prueba. El azabache haló la cadena con más fuerza, provocando que el rubio se acercara más y más, tanto que sus alientos chocaron.

  El azabache notó entonces que su compañero estaba por hablar, así que acercó su mano libre a su rostro. Con suavidad tocó sus labios con el dedo índice, le hizo una clara señal de que permaneciera en silencio, y Shizuo no podía negarse, porque tampoco sabía exactamente qué iba a decir. Como si fuese lo más importante, Izaya se acercó tentador a los labios ajenos.

   A penas los rozó y su cuerpo se erizó como si se tratase de un gato. Pero le gustó aquella sensación, Shizuo debía admitir que también le gustaba. Así comenzaron un juego, un juego en el que Izaya dominaba a la bestia, le seducía con un par de caricias y roces y labios, todo hasta que finalmente unieron sus labios en un profundo beso.

   Izaya desde hacía tiempo quería avanzar en aquella relación que tenía con Shizuo, quería más cercanía, quería terminar de dominar a la bestia. Sus labios emepzaron a moverse con sensualidad, sus manos a seducir el cuero ajeno y Shizuo, sin fuerza para alejarse, no pudo evitar que su camisa volara a algún sitio de la habitación.

   El momento se estaba poniendo cómodo, Izaya ya podía sentir que Shizuo haría un movimiento, pero todo se vio cruelmente interrumpido cuando estornudó. Izaya había estornudado y Shizuo salió de su hechizo, mostrando así una sonrisa pequeña y traviesa.


—Pareces un pequeño gato enjaulado ahora— rio suave el can, con una mirada tan hipnotizante que el azabache se nagaba a caer ante ella.

—Te recuerdo que yo soy el que te domina, Shizu-chan— rio tierno y travieso el azabache por otro lado.

—Pero ya sabemos quien dominará esto— y sin esperarlo, Shizuo adentró sus caderas entre las piernas de su querido dueño, logrando así que éste se sonrojara y suspirara en voz baja. El can se vio satisfecho con aquella expresión, había debilitado por completo a su presa, y logró zafarse de sus manos—. Veo que trajiste algunos bocadillos.


   Izaya se vio sin habla y rendido, débil, molesto. Como si se tratase de un niño, cruzó sus brazos y se negó a mirar a su provocador can de cabellos rubios que no llevaba camisa. Luego recordó que le tenía regalos, que éste podría abrirlos antes de la media noche, y corrió al comedor donde había dejado las bolsas. Shizuo, por su parte, bajó un poco la mirada para aparentar su tierna cara de cachorro, pero Izaya lo miró feróz para que no se acercara a los regalos.


   (...)


   Tras la Navidad, una muy fría y agitada, Izaya se había aprovechado del calor de su mascota para dormir durante la noche y disfrutar de los días de descanso que en su trabajo le habían dado. Sin embargo, últimamente el azabache había estado pensando en el cuerpo ajeno, en el extremo calor que le brindaba y el cariño que tanto le daba.

   Quería avanzar, pero sabía que Shizuo no sería nada fácil de convencer. Pero nada le haría cambiar de opinión, no se rendiría hasta obtener lo que quería. Con esa última meta del año, Izaya empezó su plan para seducir al rubio, para robarle el aliento y para provocar que dejara salir a la verdadera bestia. Quería ser comido.

   Día tras días, Izaya cambiaba de táctica. Usaba grandes camisas, se bañaba con el rubio, le pedía más abrazos, intentaba ser más tierno, pero al parecer nada de eso afectaba al rubio de fruncido semblante. Quizá tenía que usar una estrategia más fuerte.

   Fue así que a horas de finalizar el año y cuando Shizuo se preparaba para dormir, que Izaya tuvo la mejor idea para que el rubio cayese ante sus garras. Porque sí, se sentía tan travieso como un gato y sabía que podía ser tan tierno como uno. El azabache no dudaba de sus dotes, era inteligente.

   Con la mayoría de las luces apagadas, Izaya comenzó su plan. Los fuegos artificiales sonaban por doquier, pero a Shizuo no le afectaba en lo más mínimo, solo esperaba que su dueño volviese a la cama y durmiese a su lado. Shizuo conocía las intenciones del menor, sabía de su fantasía, sabía que intentaba provocarle, pero el can era tan buen actor, que había llevado a Izaya a su límite.

   Acostado en cama y mirando el techo, Shizuo fue emboscado por el azabache muchacho. El chico había saltado sobre su cuerpo y antes de que gruñera en respuesta des golpe, Izaya ya le besaba con necesidad y profundidad. Shizuo disfrutaba del momento, era cierto, pero no se podía permitir lastimar al tierno e inocente muchacho que no sabía en qué se estaba metiendo.

   Intentó apartarlo, pero Izaya le susurraba cosas muy provocadoras. El muchacho sentía que tenía bajo su control al can, eso le fascinaba.

   Con descaro se acercó al rostro del rubio, le besó los labios, deslizó sus besos por todo su rostro. Le lamió el lóbulo de la oreja, se afincó en su pelvis, acarició su cuello y deslizó las escurridizas manos hacía el pecho del mayor, le desabotonó la camisa, le miró con ternura. Izaya le estaba dominando de una manera inigualable.

   Pronto el azabache volvió a besar sus labios, los saboreó como nunca antes había hecho, dejó que sus manos recorrieran el cuerpo del rubio como tanto había querido. Shizuo aún intentaba oponerse, pero su guardia estaba baja, su pasión crecía por el chico que tenía encima y sus manos, las cuales ya no controlaba, empezaron a hacer de las suyas.

   Las grandes y calientes manos de Shizuo se deslizaron con suavidad por el cuerpo del azabache, éste suspiraba por lo caliente del tacto. Esas mágicas manos recorrieron su espalda mientras él suspiraba, llegaron a sus piernas y así Izaya sintió que algo crecía bajo sus nalgas. Su plan estaba funcionando.

   Fue entonces que el rubio le agarró de la manos antes de robarle un beso y le tiró a la cama, el azabache aún le miraba con deseo, pero en esa mirada Shizuo vio algo que le obligó a detenerse.

  Fue como un balde de agua fría lo que sintió al abrir los ojos y ver al felino Izaya bajo su cuerpo, mirándole con ternura y curiosidad, como si no supiese lo que estaba por hacerle. Shizuo había despertado de su sueño, de un mundo donde Izaya no era el mismo, donde le había provocado y tentado.

   El mercenario sintió como sus cabeza daba vueltas, se sintió hirviendo en furia y terminó por caer en cuenta de que ya había vuelto a la realidad.


—Izaya— Fue lo primero que se le vino a la mente, porque ahora se sentía un ser desgraciado y con impuros deseos. Sabía que podría lastimar a su querido niño azabache—. ¿¡Por qué demonios no me detuviste!?— Terminó por gritarle al inocente gatito, furioso más consigo mismo que por el hecho de que Izaya hubiese esperado lo que él estaba por hacer.


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   Wuajajajajajajaja me siento tan cruel. Quiero que sepan que este es el famoso sueño que hizo que Shizuo estuviese tan preocupado, un sueño medio erótico y tierno que tuvo que ver con la época decembrina. ¿Les gustó su regalo? Wuajajajaja

   Yo sé que aún me aman uwu

   Besos y los amo òwó

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