Capitulo 9
Capitulo 9
—Día 121—
El reloj digital de la habitación marcaba las 3:05 a.m. El cielo seguía oscuro y la alcoba fría, y fue cuando Shizuo se despertó por el insesante temblor del cuerpo de Izaya, quien se aferraba a su cuerpo y apretaba con fuerza sus ojos.
El rubio se sentía mejor, pero un leve dolor de cabeza aún le atormentaba. Bajó entonces la mirada al chico azabache que ahora dormía acurrucado a su pecho, y se dio cuenta de que el joven no estaba bien. Vio como Izaya, en medio de su sueño, se aferraba con mayor fuerza a su camisa y, teniendo poca visibilidad del rostro ajeno, Shizuo pudo notar las lágrimas que recorrían la pálida tez del felino.
Shizuo pensó en la posibilidad de que Izaya estuviese pasando por una atroz pesadilla, y con el ceño fruncido, se dispuso a despertarle para que pudiese calmarse un poco. Sin embargo, en cuanto el mercenario tocó el hombro, el felino tembló y empezó a hablar cosas raras que crisparon la piel del mayor, provocando que alejara su mano lentamente.
—No...— se escucho un mísero murmuro—, no se atrevan...— sollozó esta vez, y de pronto sus uñas crecieron tales como las garras de un gato y éstas se clavaron en el pecho de Shizuo, sacando sangre de la piel casi de inmendiato.
Un bajo gruñdo nació de la garganta del mercenario, aquel daño imprevisto le había dolido momenténeamente, pero algo en su interior le pedía que prestara atención a lo que Izaya murmuraba, a cada sollozo y gesto que el menor hiciese.
—No las toquen...— Izaya dobló su espalda contra su dueño, como intentando zafarse de algún agarre inexistente, y fue que su ceño se frunció y Shizuo notó como los colmillos le brillaban, esos característicos colmillos gatunos—. Malditos...— insultó brevemente, pero su ceño cambió a un gesto de claro sufrimiento y preocupación—. No, Shizuo no, no— sollozó con mayor esmero, pero su voz se partía y Shizuo supo que era hora de despertarle.
Las garras del felino se enterraron profundamente en la piel del rubio, sus orejas temblaron y su cola estaba tiesa alrededor de su cintura, crispada y tensa. Shizuo, ignorando la inquietud que provocaban las garras clavadas en su pecho, se sentó en la cama y obligó a Izaya a que hiciera lo mismo, aunque siguiese dormido. Con fuerza le abrazó a su pecho, sintió allí la humedad de la sangre, y empezó a gritarle, llamarle, para que despertara de aquel profundo abismo.
—Izaya, ¡despierta malditasea!— Gruñó finalmente el rubio estando a pocos centímetros del rosto ajeno y, agradeciendo a los cielos, vio los orbes abiertos de su mascota, esos hermosos ojos carmesí que estaban sumidos en tristeza y desesperación, que le miraban atentos y sin pestañear. Izaya había abierto sus ojos.
Pronto el minino volvió en sí. Su garganta se atoró y hippeó, tratando de recuperar el aire, y terminó por toser mientras tapaba su boca, intentando salir de su pesadilla aún clara en su mente. Sin embargo, las lágrimas se agolparon en su bella mirada y no dudaron en caer por las mejillas del azabache, le dificultaron la respiración por segunda vez pero esta vez Shizuo podía aclara que el menor estaba despierto.
Una ola de alivio recorrió el cuerpo del rubio por un momento, algo corto, pues Izaya seguía temblando y con miedo, el mayor lo podía notar. Lo único que Shizuo podía admitir era que su mascota, el travieso chico azabache, escondía algo que aún le atormentaba y no hallaba la forma de sacarle la verdad.
—Shizu-chan...— un murmuro quedo salió de los delgados labios del felino. Shizuo le miró y acarició con cuidado sus mejillas, quitando el rastro de lágrimas que empapaban el rostro del menor.
Sin pensarlo, Shizuo rodeó posesivo al azabache y éste, sin protesta, terminó sentado sobre el regazo del guardaespaldas. Apenas se movía sin decir nada, e Izaya de a poco sentía que la calma invadía su cuerpo al estar con Shizuo. Aun así, éste evitaba mirarle directamente, pues un sin fin de preguntas habían nacido en su mente tras lo sucedido y sabía que el menor no estaba preparado para decirle algo.
—Soñé que Shizu-chan moría, que le mataban frente a mi; no quiero que nada te pase, todo será mi culpa— sin que se lo pidieran, Izaya no logró esconder aquellas palabras, y las horribles imágenes invadieron su mente para que volviera a caer en depresión—. Si ellos llegan a hacerle algo a Shizu-chan, no me lo perdonaría, no podría aguantarlo— y su llanto incremento sin que lo deseara, sus orejas bajaron debido a su estado de ánimo y sintió como sus garras volvían a ser sus uñas normales, sin saber que estaban enterradas en piel ajena—. Shizu-chan está en peligro conmigo.
—Izaya, mírame— Shizuo no pensó en otra forma de calmar al menor, de hacerle ver que todo había sido un sueño.
—Shizu-chan me odiará, ya no tendré a nadie que me quiera—el menor, a pesar de estar despierto, seguía estando dentro de aquel sueño y decía lo primero que se le venía a la mente. Sus sollozos eran golpes para el mercenario, las cristalinas lágrimas no paraban y la voz del felino se cortaba por la respiración que le hacía falta—. Yo soy malo, Shizu-chan se alejara de mi porque soy malo.
Aquel sin fin de extrañas frases eran un diluvio incontrolable para Shizuo. Su corazón se aceleró en cuanto Izaya empezó nuevamente a hippear y, sin pensarlo dos veces, le alzó con suavidad la mirada y le obligó a que le mirara fijamente. La cristalina cascada que empapaba el rostro de Izaya, era algo que el rubio nunca había visto en los últimos seis meses, pues nunca había visto al felino llorar con aquella intensidad.
—Pulga, ¿qué ves ahora?— la susurrante voz de Shizuo, esa masculina y ronca voz, captaron la atención de Izaya por completo, teniéndole en un trance momentáneo en el que se podía hundir en la mirada miel de su dueño.
—Te veo a ti, Shizu-chan...— finalmente respondió Izaya con la voz queda tras jurungar uno de sus ojos. Sentía el corazón roto, las voces internas de su cabeza no hacían más que hacerle malas bromas.
—¿Cómo estoy?— Shizuo mantuvo su tono de voz firme y ronco, esa voz que era capaz de ahuyentar cualquier maldad que se acercara a Izaya. El mercenario se aproximó lentamente al rostro contrario, evitando que el azabache desviara la mirada.
—Guapo... Con sueño...— comentó con inocencia el felino, mostrando la mirada cansada. Fue un comentario tan tierno e infantil, tan inocente, que a Shizuo se le escapó una sonrisilla.
—Entonces no tienes que preocuparte mientras yo siga "Guapo y con sueño"— esta vez el rubio se acercó más al rostro del menor, logrando hipnotizarlo con su voz, y fue cuando notó como la cola y las orejas se empezaron a mover emocionadas, y sus pálidas mejillas agarraron color con tal cercanía.
—Pero...— las voces malévolas no le daban tregua, y un sin fin de dudas aparecieron en su mente.
—Mientras estés junto a mi, no dejaré que te pase nada. Nadie te hará daño, ¿está bien?— Izaya negó sin querer, asustado y aferrándose a los brazos de su dueño, del chico con el que tanto se había encariñado.
—Shizu-chan me cuidará... Pero ¿quién cuidará a Shizu-chan?— Esa incógnita hizo pensar al mayor, pues su ego se sentía un poco atacado. Era la Bestia de Ikebukuro, invencible, y aun así Izaya temía por su bienestar.
—¿Dónde está el niño travieso y atrevido que no le teme a nada? Aparte del agua, claro.— El mercenario terminó por sonreír, una ligera sonrisa que transmitía calidez y tranquilidad, y acarició la cabeza del felino con cariño para alejar aquellos pensamientos de su cabeza. Le preocupaba que el niño alegre, tuviese miedo.
—No sé...— ese suave farfullo causó más gracia en el mercenario, y fue cuando sintió como Izaya empezaba a hacer dibujos en su camisa con sus delgados dedos al desviar la mirada. Allí evitó que bajara la vista, pues de seguro se preocuparía por ver la sangre que de seguro había pintado la franela blanca que llevaba puesta.
—Me gusta más ese Izaya, ¿sabes?— Shizuo volvió a comentar con ganas de alegrar al minino, y logró que éste volviese a posar su mirada en sus ojos miel. Izaya se vio repentinamente ilusionado y tímido.
—Shizu—chan...— el minino se veía emocionado y tenía ganas de saltar encima de su dueño, de llenarle el rostro de besos por sus hermosas palabras y hacerle molestar por sus cariños, sabiendo que le gustaban.
—¿Mm?
—Te quiero— Izaya no lo pudo evitar y, sin que Shizuo pudiera decir algo, el azabache le robó un ligero roce de labios.
El mercenario no supo cómo reccionar ante aquella muestra. Izaya entonces vio el gesto de Shizuo, un gesto de pura impresión, y sin esfuerzo logró acostarse junto al rubio, abrazándose a él y pensando en cosas bonitas que le ayudaran a dormir.
Shizuo, asimilando el beso y el estar acostado, se convenció de que ese acto había sido simple inocencia por parte de Izaya y que seguramente no significaba nada para el menor, así que no dudó en abrazarle con cariño antes de volver a dormir, pues aún era muy temprano para estar despiertos.
(...)
Horas después, Shizuo despertó con mejores ánimos. Sintió el fuerte abrazo a su torso y, al volverse, vio como Izaya se aferraba a su espalda y luego se acercaba más hasta quedar pegado al brazo del mercenario como si fuese su peluche. El mayor rio por dicho pensamiento, recordando al peluche, pues apenas alzó la mirada, vio al pobre juguete a punto de caer de la cama.
Con sumo cuidado, el guardaespaldas se deshizo del agarre de Izaya pues era hora de ir al trabajo. Salvó al peluche y lo acomodó al lado del felino chico, éste lo abrazó contra su pecho y se acurrucó entre las sábanas. Shizuo rio ante la escena, y fue cuando vio por la ventana: un sin fin de gotas de lluvia evitaban que viese la ciudad, y con ello, fuertes ganas de volver a la cama le atacaron.
Aun así, y tras un gruñido de fastidio, Shizuo arropó del intenso frío al azabache y fue al baño en busca de una ducha que posiblemente le dejarían muerto de frío.
Tras salir de la ducha y vestirse con su clásico traje de barman, el rubio notó como Izaya seguía en profundo sueño mientras abrazaba al peluche, ahora bien querido. Con cuidado y sigilo, el mayor se acercó a la cama y besó la sien de su mascota, pensando en que sería la primera vez que Izaya no se levantaba para despedirle. Con una sonrisa ligera, el mercenario terminó por salir del apartamento con una gran chaqueta en manos.
(...)
Iban marcando las 9:30 a.m. cuando Izaya bostezó antes de abrir sus ojos. Inmediatamente se dio cuenta de la hora, se levantó de golpe de las cómodas sábanas e hizo un gesto de genuina tristeza en cuanto supo que el apartamento estaba en plena soledad.
No había despertado para despedirse de Shizuo.
Ese simple hecho le desanimó por completo y provocó que abrazara el Shizu-peluche contra su pecho, buscando algo de consuelo en aquel juguete. Pronto notó las cortinas cerradas de la habitación y, abriéndolas un poco, vio la fuerte lluvia que azotaba la ciudad, y mayor se volvió su depresión por dejar que Shizuo se fuese sin buena protección.
Con el ceño fruncido, Izaya sintió como su corazón se estrujaba en sus adentros. Grandes ganas de llorar le atacaron, detestaba tales instintos, y miró el teléfono que tenía al lado con un sin fin de palabras de disculpa para Shizuo, pensaba llamarlo, pero se negó a molestarle mientras trabajaba. Izaya odiaba estar sólo, sentir que tal vez su dueño no volvería por el horrible trabajo que tenía, era mucho para su pequeño corazón.
Resignándose a tomar el teléfono, el felino se puso sus pantuflas y caminó hacia la cocina con su peluche entre brazos. Allí, en el mesón, sonrió al ver un plato con su desayuno: tostadas con mermelada y queso junto a un delicioso vaso de leche dulce, cosa que hizo que el estómago del azabache rugiera en busca de alimento.
Fue mientras comía sus tostadas que las escurridizas voces volvieron a su mente.
Los recuerdos de sus hermanas evitaron que siguiera comiendo. Tener en mente a sus hermanas menores, era una incógnita para el felino, pues ellas igualmente habían pagado por su propio error. Le preocupaba el no saber qué hacían, dónde estaban o con quién, pero asimilaba que estaban juntas.
Luego sonrió para si mismo, pues estaba agradecido de que hubiese sido Shizuo quien lo encontró aquel día de lluvia, fue él quien no le abandonó y lo cuidó, se hizo cargo y tomó responsabilidad de un desastre como lo era Izaya. El azabache agradecía que Shizuo era diferente al resto de humanos, no buscaba beneficio propio al conocerle, pues si hubiese sio así, lo hubiese vendido a algún laboratorio o al gobierno.
Recordando entonces eso, se le vino a la mente al extraño amigo que su dueño tenía. El científico de bata, de cabellos castaños y gafas, ese chico le erizaba la piel del nerviosismo, lo detestaba, pero se negaba a decírselo a Shizuo. Temía que ese raro muchacho le quisiera hacer daño, que fuese como todos los de su clase y buscara algo para dañarle. Izaya tenía ciertos celos hacia el joven de bata, aparte de miedo, pues se veía muy cercano con Shizuo.
Sin darse cuenta, Izaya terminó con su desayuno y se sintió lleno tras tomar su deliciosa leche azucarada. Con pereza se levantó de su asiento y, sin tener opción, comenzó con su rutina diaria: ver televisión. Para Izaya ya no era divertido destrozar las cosas de Shizuo, pues los hermosos cojines de terciopelo le acariciaban cada que se acostaba en el sofá y el gran sillón se había vuelto su lugar favorito para dormir, luego de dormir junto a Shizuo, claro.
Su mirada carmesí se perdía en las caricaturas que presentaban en la televisión, pronto terminaba viendo la ciudad cubierta por las nubes grises y sus incesantes gotas. Su soledad se hizo más presente y por ello se le vino a la mente el rubio de mal caracter, pues a pesar de todo, le tenía mimado y cariñoso, le daba la atención que quería y nunca le negaba sus carpichos. Para Izaya, Shizuo era la mejor persona del mundo, pues le había dado otra perspectiva de la vida que nunca había imaginado.
Nadie se había preocupado por él como lo hacía Shizuo, nadie le prestaba atención como el rubio hacía, a nadie le importaba cuando lloraba así como a Shizuo le importa. El guardaespaldas representaba todo lo que Izaya nunca conoció, y por eso le amaba con cada fibra carpichosa de su piel.
Entonces, antes de que pudiese sonreír, horribles recuerdos llegaron a la mente de Izaya, recuerdos que le asustaban y provocaban que se abrazara a su pequeño peluche. Pensar en la mísera posibilidad de que Shizuo le odiase, le estrujaba el corazón y le llenaba de temor, pues lo que menos quería era ser odiado por la persona que amaba. Pero su pasado le perseguía, y no podía hacer nada.
Fue en ese momento que los truenos resaltaron las nubes grises, el suelo tembló debido al ruido e Izaya miró atónito hacia las afueras, asustado por el repentino trueno que casi le hace caer del sofá. Su corazón acelerado le recordaba lo que era el miedo, ese sentimiento que en su antigua vidad nunca había conocido y por el que ahora rogaba que acabara.
Antes Izaya no sabía qué era el miedo, ahora ese sentimiento dominaba su vida.
(...)
La gran bestia de Ikebukuro, en medio de una pelea, aprovechaba el resonar de los truenos para atacar a sus oponentes. El gran fierro metálico que tenía entre sus manos, era el arma que dejaba muertos a sus atacantes gracias a la fuerza con la que impactaba contra sus cuerpos.
Una pelea con un simple objeto le garantizaba la batalla, pues Shizuo Heiwajima era el hombre más fuerte de la ciudad, era la bestia desencadenada.
Pronto se vio triunfante en en medio de algunos cuerpos inertes, y sintió como una hilera de sangre bajó suavemente desde su labio hasta su barbilla. Sonrió por apenas tener un rasguño y soltó su arma para concluir su trabajo.
Aquellos cuerpos pertenecían a los agentes de compañía desconocida. Eran enemigos de Tom, el jefe de la compañía en la que Shizuo trabajaba, pues buscaban a toda costa al genio estafador que se ganaba su dinero en apuestas y trampas.
Tom Tanaka dirigía la compañía con las manos llenas de billetes, pagaba muy bien a sus trabajadores y procuparab velar por el bienestar de cada uno. Su compañía era la mejor de la ciudad pues garantizaba a los mafiosos una protección inigualable, hombres y mujeres fuertes y expertos en armas que les sacaran de aprietos. Tom se tomaba su trabajo en serio, era algo peligroso, pero confiaba en que las compañías secuaces siempre estarían allí para sacarle de cualquier problema que no pudiese solucionar.
Para Shizuo, Tom era un empresario buen amigo al que conocía desde la secundaria, por ello entre ellos había confianza más que sólo trabajo.
Pronto la lluvia deshizo la sangre, llevándola hacia las cañerias y desapareciendo cualuier rastro. Shizuo, por otro lado, salió de aquel callejón mientras la lluvia se dedicaba a limpiar su traje, dejándole casi intacto. Un sin fin de miradas le atacaron, como era usual, pero no prestó atención a tales transeúntes pues suponía que aún tenía tareas que realizar.
Mientras caminaba hacia la primera parada de autobús que logró visualizar, sacó su celular para ver la lista que Tom le había mandado con las direcciones en donde debía estar las personas de las cuales deshacerse. Sin embargo, la lista ya estaba completa y Shizuo se dio cuenta de que había cumplido cada tarea con demasiada rapidez. No había nada pendiente.
Tras un suspiro de alivio y guardando el celular, Shizuo retomó su caminar, esta vez hacia el edificio en el que vivía el cual quedaba algunas cuadras más adelante. Mientras miraba como las personas a su alrededor corrían en busca de algún refugio, el mercenario suponía que Izaya debía estar nervioso en el sofá, abrazado a su peluche en medio de la oscuridad del apartamento.
Durante el trayecto a casa, la bestia pensaba en el cambio de su personaje en los últimos seis meses. Era raro que alguien le conociese bien, pues Shizuo era una persona que no confiaba fácilmente en alguien, y como ejemplo estaban sus amigos: Shinra, Celty y Tom, los más cernados que tenía. Sin embargo, Izaya era algo aparte, era el chico que le cambió por completo, que le hizo ver que no le tenía miedo, que era capaz de tratarle como una persona normal a pesar de su caracter explosivo.
Shizuo nunca había pensado demasiado en alguien que no fuese sí mismo, pero Izaya había cambiado eso. Ahora el felino vivía en su mente, le hacía sonreír el recordar las sonrisas del menor, le preocupaba cuando éste lloraba y un sin fin de preguntas inhundaban su mente con relación al pasado del chico gatuno. Aun así, adoraba al chico atrevido que había conocido, ese niño travieso y tierno que le sacaba de su zona de confort, ese joven de ojos carmesí que le acompañaba sin miedo alguno.
Por eso, sólo por eso, se prometió a sí mismo el protegerlo de todo.
Con aquellos raros pensamientos, Shizuo pronto se vio frente a las puertas del edificio y en breve frente a la puerta de su apartamento. Sonrió por lo distraído que había estado y sacó las llaves de su bolsillo. Estando a punto de meter la llave en la cerradura, escuchó como alguien adentro de la vivienda abría la puerta y así fue que Izaya, con clara alegría, saltó a sus brazos en bienvenida.
—¡Shizu-chan!— Festejó el felino al enredar sus piernas alrededor de la cintura de su dueño como forma de abrazo, algo que dejó impresionado al mercenario.
—Veo que tu oído ha mejorado— un leve bufido salió de labios del mayor al rodear la cintura del felino. Con cuidado dio un par de pasos dentro del apartamento y cerró la puerta detrás de sí.
—Hoy llegas temprano; quiero que Shizu-chan me mime hoy. Me sentía sólo.— Comentó en tono triste el azabache, mirando con ojos cristalinos a Shizuo pues sabía ue así le prestaría mayor atención.
—Tranquilo, está bien.
Izaya sonrió pícaro tras darle un beso en la mejilla al mercenario, y saltó de sus brazos para correr al sofá. Se sentó allí con las piernas cruzadas y miró en súplica a su dueño, esperando a que éste se sentara a su lado para empezar una sesión de caricias y ronroneos.
—Ire a cambiarme primero— y todas las ilusiones de Izaya se fueron, cosa que le hizo torcer el gesto en un puchero.
Paciente, Izaya esperó mientras miraba a la nada. Shizuo pronto salió de la habitación con una bermuda y una franela, y se sentó al lado del azabache. Un tierno ronroneo salió de la garganta del menor y Shizuo se dedicó a acariciarle la cabeza, luego deslizó la mano hacia la mejilla de éste y pasó después hacia la quijada, allí justamente donde le daban cosquillas a Izaya.
Sin esperar una invitación, Izaya se acomodó sobre el regazo de Shizuo en busca de más contacto y el mayor no se negó a dárselo. Entonces se topó con el collar que el azabache llevaba, un fino collar de cuero rojo con una medalla dorada que tenía el nombre del chico plasmada en ella: Izaya. En medio de aquella distración, Shizuo notó que la piel del menor se erizó en cuanto deslizó las yemas de sus dedos por la nuca de éste, y sonrió por descubrir aquella reacción tan peculiar.
—¿Qué hiciste hoy?— Shizuo no supo que más preguntar, y por un momento se sintió la peor persona del mundo.
—Jugué con la laptop...— murmuró extasiado el menor, y luego se volvió hacia la laptop que estaba sobre el mesón de la cocina, intacto.
—No imaginé que supieses sobre la tecnología— fue una leve burla por parte del mayor.
—Muy cómico— Izaya hizo un gesto divertido, burlándose igual del rubio—, vi algunos videos y fotos, pero me gustaron más los juegos.
—Ya veo— murmuró leve el mercenario. Pronto sus manos volvieron a los mimos, una mano acariciando la cabeza del azabache mientras la otra le rodeaba la cintura para que no cayase de su regazo—, no me gusta que te quedes tanto tiempo sólo aquí en casa, ¿no te aburres?
Un nuevo ronroneo se hizo escuchar por parte de Izaya junto a una sonrisa. Con disimulo, las pequeñas manos del felino se adentraron en la camisa de Shizuo, en busca de calor, e hicieron sentir al mayor lo frías que estaban las yemas de sus dedos.
—No— respondió con seguridad—. Pero me gustan más los días en los que te tengo aquí en casa, sobretodo cuando llueve y tengo frío.
Izaya susurró aquella última frase y se acercó al pecho de su dueño, sintiendo el calor del cuerpo contrario. Era por naturaleza que Shizuo fuese de piel tibia, mientras Izaya usualmente tenía la piel fría, por ello ambos disfrutaban del tacto contrario.
—¿Buscas seducirme con tales palabras?— Una seductora voz salió de labios del mayor, resonando peligrosamente en el oído del felino.
—Shizu-chan es sólo mío— terminó por declarar Izaya, esta vez con su inocente sonrisa en labios, pues sus palabras eran un hecho que no cambiaría.
(...)
Caía la noche cuando Izaya se preparaba para dormir. Vestía una camisa de Izaya que le llegaba a medio muslo, y se dirigía a la cocina a acompañar a su dueño cuando la puerta del apartamento fue tocada con brusquedad y repetidas veces. Shizuo dejó lo que hacía, la cena, para abrir la puerta.
—¿Shinra?— El castaño se presentaba ante sus ojos con clara angustia. En cuanto la puerta se abrió, el científico entró a la vivienda sin permiso y buscó con la mirada algo, o mejor dicho, a alguien.
—Necesito hablar contigo, Shizuo.— Su ronca y seria voz hizo que Shizuo alzara una ceja, pues su amigo aún no paraba su mirada en su persona.
Y fue cuando el rubio notó como Shinra detenía su movimiento. El castaño miraba atento a Izaya, el elgre chico que le ponía azúcar a su vaso de leche, pero que luego se volvió a mirar al extraño muchacho que le miraba como si se tratase de un juguete nuevo, un dulce al cual deseaba, e Izaya bajó sus orejas en señal de un mal presentimiento.
—... Y es sobre él.— Señaló descaradamente a Izaya.
El felino no dudo en correr hacia su dueño y escudarse detrás de él. Shizuo estaba confundido, no por la actitud de Izaya, sino por la actitud de su amigo, el cual parecía más demente de lo normal. Entonces Shinra se enderezó y dio un paso hacia el guardaespaldas y su mascota.
Shizuo se sintió atacado con aquel acercamiento.
---Continuará---
Disculpen las tardazas ono He tenido algunos problemas y pues, quería darles un cap digno de leer, así que esperé el momento indicado para venir a traerles el cap.
Espero que les guste. Comenten que les parece n.n Besos
¿Qué pasará en el próximo cap?
¿Qué tipo de pasado tuvo Izaya?
¿Qué es "eso" que siente Shizuo por el felino?
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