Capitulo 8
Capitulo 8
—Día 120—
La hora digital marcaba un cuarto para el medio día, y fue cuando la cansada mente de Shizuo despertó de su relajante sueño, aún sin abrir sus ojos. El cuerpo del rubio, sin embargo, se sentía raramente pesado, ciertamente inmovilizado en su propia cama. Intentó tantear torpemente a su lado en busca del felino, pero la cama estaba vacia, por ello terminó por abrir los ojos ante la curiosidad, encontrando algo inesperado.
—Buenos días, Shizu-chan.
Una alegre sonrisa felina fue lo que Shizuo pudo admirar en cuanto su mirada se fijó en la criatura que estaba acostada sobre su cuerpo. Detalló brevemente aquella criatura de ojos carmesí y cabello azabache, asimilando que era Izaya era el culpable de que no pudiese mover su cuerpo tullido. Pronto una risilla burlesca salió de labios ajenos y el mercenario, suspirando aliviado, acarició la cabeza del felino ahora de 20 años aproximadamente.
Dejando a Izaya sobre su cuerpo, Shizuo pensó seriamente en el hecho de que su compañero creciera de una forma tan avanzada que por un momento entró en pánico, pues no quería perderle tan pronto. Entonces se fijó en Izaya, quien aún se burlaba de su cansancio, y fue incapaz de decir palabra alguna.
—Que lindo es Shizu-chan mientras duerme— su sonrisa pícara y la cercanía con el rostro ajeno, no hacía más que irritar al mercenario de poca paciencia. Shizuo se mantuvo en silencio y fue cuando el azabache acercó su cola a la mejilla del mayor, acariciando con suavidad y gentileza aquel lugar—. Shizu-chan, tengo hambre— se quejó como de costumbre el felino, esta vez posicionándose sobre el torso del guardaespaldas.
Y es que aún con más de 20 años, Izaya no dejaba su personalidad infantil y bromista de lado. Seguía siendo él mismo, quizá más atevido y travieso que antes, pero igual que siempre.
Desde hacía unos días, el felino había descubierto que tenía la habilidad de guardar sus rasgos gatunos de la vista de los demás, pero le seguía siendo difícil controlar aquel poder por lo cual no solía usarlo. Saliendo voluntariamente de sus pensamientos, Shizuo rodeó suavemente la cintura del menor con sus brazos y se fijó en que su compañero no tenía planeado moverse de su sitio, por lo que soltó un ligero bufido sin afanes de moverse.
—Pulga— llamó el mayor sin mucha energía, e Izaya volvió a recostarse sobre su pecho junto a su traviesa sonrisa—. Vas a tener que aprender a cocinar— y tras aquella sugerencia, el mercenario cambió la posiciones en un veloz movimiento de brazos, dejando al felino de juguetona sonrisa bajo su cuerpo.
—¿Por qué?— Izaya no le tomó importancia al cambio de posiciones. Enrrolló sus brazos alrededor del cuello de su dueño y su cola alrededor de la cintura de éste, manteniendo sus carmesís orbes frente a los contrarios—. Shizu-chan siempre está para mí, así que no me hace falta aprender a cocinar.
—Claro que sí— insistió el mayor con su ceño fruncido.
—¿Shizu-chan no estará siempre conmigo?— La mirada del menor cambió levemente, mostrando unos brillosos rubíes llenos de inocencia y ternura, hipnotizando por un instante al mercenario que casi cayó en la trampa del felino. Éste, seduciendo involuntariamente al mayor, le acercó a su rostro e hizo una ligera mueca de tristeza, completando su máscara de niño angelical.
—Deja de jugar, Izaya— el rubio enchinó su mirada y acercó su mano a la cabeza del azabache, haciendo pensar al azabache que iba a ser mimado por el rubio, cuando éste, sin dudarlo mucho, le haló una oreja para alejarle de su rostro.
El minino frunció su ceño y cruzó sus brazos junto a un puchero en sus pálidos labios, probablemente molesto por la irritación que ahora sentía en la oreja halada. Shizuo, por otro lado, sonrió victorioso ante dicha actitud del contrario y se decidió a salir de la cama, dispuesto a darse una breve ducha y empezar con el desayuno del nuevo día, o mejor dicho, su almuerzo.
Habían pasado aproximadamente 6 meses desde la llegada de Izaya a la vida del mercenario, y para éste, el felino se había vuelto un factor importante en su vida cotidiana, una persona que le influenciaba sin siquiera notarlo, que le hacía cambiar su actitud y calmar su bestia interior. Sin embargo, Shizuo tenía a diario el pensamiento de sacar a a Izaya a las calles, pasear con él, mostrarle los diversos espacios que existían, pero el menor era temeroso de todo aquello y aún se preguntaba el por qué de aquel miedo, pues aún le parecía inusual que un chico tan alegre tuviese algo oculto. Dejarle sólo ya era preocupante para el mayor, pues un chico tan energético no debía estar encerrado en cuatro paredes, pero no veía oposición en el azabache.
—¿Te vas a bañar conmigo?— La voz de Shizuo resonó en la habitación antes de que se adentrara al baño. Ya no llevaba puesta su camisa e Izaya, desde la cama, le comía con la mirada mientras movía la cola.
El miedo al agua era algo que Izaya aún no superaba. Su mirada carmesí rápidamente se volvió de impresión y, con las mejillas pintadas, se envolvió velozmente entre las sábanas de la cama, lo que se entendía como una plena negación.
Cada mañana, Shizuo hacía esa pregunta con la esperanza de que el azabache aceptara, pero hoy, día en el que Izaya era un adulto, era increíble el que se hubiese negado a bañarse. Esta mañana, esa inocente pregunta había tomado otro sentido para el mercenario, un significado que decidió ignorar al instante.
—¿Por qué no quieres?— Insistió el mayor en lo que se terminaba de quitar la ropa, cerrando después la puerta a sus espaldas, dejándola a medias.
El menor, ante la mirada de Shizuo, podría bañarse sólo si así quisiera pues esta vez no se ahogaría o hundiría en la tina. Recordar ese trágico suceso, sólo llevaba al mercenario al momento en que Izaya recibió su peluche, recordaba su sonrisa alegre, sus coloradas mejillas y la ilusión que había nacido en sus grandes ojos. El aún peluche se mantenía como nuevo y como fiel acompañante de Izaya durante las noches.
El agua fría pegó contra la espina del rubio, un choque que le quitó por completo el sueño, y rápidamente se dispuso a enjabonarse. De soslayo, podía ver como la mirada carmesí del gatuno se asomaba desde la puerta y, tras ser pillado por el mayor, Izaya se alejó de la puerta. Un sonoró golpe resonó en las paredes, Shizuo apenas de asomó a la puerta y se fijó en como el azabache, quien estaba boca abajo en el suelo, se había tropezado con uno de sus juguetes. Sin tomarle importancia, más bien riendo por aquel hecho, el guardaespaldas siguió con su baño.
(...)
—Shizu-chan no me quiere— el dramático lloriqueo del felino entre las sábanas empezó mientral Shizuo se vestía de espaldas a la cama, sonriendo ligeramente por la actitud ajena.
Izaya, al caer por culpa de su propio desorden, no había logrado reaccionar antes de que su rostro pegara contra el suelo milagrosamene cubierto de alfombra. Su nariz estaba roja al igual que sus mejillas y sus orejas estaban caídas por su mal instinto gatuno, y aún así mantenía su dramática actitud.
—La curiosidad mató al gato— cantureó amargamente el mercenario en lo que terminaba de ponerse una franela—, vamos a hacer el desayuno.
Shizuo entonces se dispuso a salir de la habitación, sin tomarle importancia a lo "mal herido" que estaba su mascota. En cuanto sintió que caminaba sólo, se volvió al felino azabache el cual tenía los brazos entre las piernas y la cabeza baja, sin mover siquiera la cola. Un ligero resoplido salió de los labios del mayor al verse frente al muchacho con puchero en labios.
—Enano— llamó suavemente el mayor con los brazos cruzados, esperando algún movimiento del cuerpo ajeno, pero éste le ignoró.
Con la mirada entrecerrada, Shizuo de a poco perdía la paciencia con el felino al cual se acercó. Sin embargo, suavemente deslizó su mano hacia la quijada de Izaya para alzarle la mirada y, al tenerle mirándole fijamente con el ceño fruncido, se acercó a besarle la nariz, allí donde estaba roja, cosa que coloró entonces las mejillas del azabache en una sonrisa leve.
—Sanará rápido— murmuró el rubio sin darle vueltas al asunto. Y fue como, por ese simple gesto, vio como la alegría volvía al cuerpo del menor, quien movió sus orejas y cola casi al instante—. Ahora deja de lloriquear y vamos a hacer el desayuno.
Volviendo a su postura derecha y firme, Shizuo se alejó del felino nuevamente alegre. Izaya, evitando soltar alguna risilla de emoción, se puso en pie para seguir a su dueño, esta vez teniendo cuidado con lo que pisaba. El mercenario, aparte de pensar en el desayuno que haría, rememoraba la caída del menor para su propia gracia.
(...)
El día fue tranquilo con Shizuo en la casa. Su jefe le había comentado que no haría falta que fuese, y Shizuo ya tenía una razón para quedarse en casa, por ello decidió quedarse en casa.
Por la mente del guardaespaldas, sin embargo, pasaban los acontecimientos recientes, los cuales habían sido demasiado pocos. Ikebukuro se conocía por tener las bandas y mafias más peligrosas del país, apare del centro de reuniones de los extranjeros, pero los últimos días habían sido tranquilos para lo que Shizuo esperaba, sin robos u asesinatos que necesitasen de él. Todo aquello era raro.
Por otro lado, Izaya había descubierto que su querido dueño, era de las personas más temidas en la ciudad. Supo de su gran fuerza y de su peligroso trabajo como guardaespaldas de las personas importantes que pisaban la zona. El azabache no se vio asustado en saber aquello, supuso que su dueño debía tener una actitud tan tosca por algo, y ese trabajo era el culpable.
Aunque Izaya no quisiese aceptarlo, cada tarde esperaba atento a la ventana para ver a Shizuo llegar sano y salvo. Izaya sabía de ese tipo de trabajos, demasiado para lo que deseaba, y por ello siempre regañaba al rubio en cuanto salía de casa, siempre le ordenaba que volviese rápido o que tuviese cuidado, y todo para que Shizuo terminara por regalarle una sonrisa arrogante junto a un beso en la frente.
—¿Quisieras salir al parque?— la gruesa voz del mercenario retumbó cerca del oído del menor y éste rápidamente le miró, estando a escasos centímetros de su rostro.
El silencio tardó un par de segundos mientras se encontraban sentado en el gran sofá de la sala. Shizuo estaba aburrido en lo que trataba de distraerse con el cabello del menor, dándole caricias y respingones, e Izaya quería seguir durmiendo, mucho más con aquellas dulces caricias que recibía en la cabeza y el suave golpeteo del corazón ajeno.
—No— negó tranquilamente el felino, acurrucándose suavemente en el pecho del mayor en busca de más calor corporal.
—¿Por qué no quieres?— se atrevió a preguntar, insistir, el rubio. Y se arrepintió inmediatamente de haber abiero su boca.
Izaya suspiró irritado ante aquella curiosidad. Sentándose erguido en el sofá, miró con nostalgia a su dueño, mostrando las orejas en alto y la cola alrededor de su cintura, y terminó por ponerse en pie, dispuesto a dejar la sala de estar. En silecio entró a la habitación sin cerrar la puerta y, tras tirarse a la cama, se envolvió en las sábanas con clara pereza característica de un gato.
Se había vuelto usual ese comportamiento en Izaya cada vez que se le hacía alguna pregunta. Al azabache no le gustaba hablar de su vida, responder preguntar, hablar cosas innecesarias, y Shizuo lo sabía desde que éste era una criatura pequeña, cambiando el hecho de que antes era más tierno y ahora su mirada podía llegar a ser más fría. El mercenario, aun así, quería saber qué había pasado con el menor como para que éste tuviese tanto miedo oculto en su mirada.
Resignado a su soledad en el sofá, Shizuo echó su cabeza hacia atrás con los ojos cerrado. Supuso que Izaya no le hablaría en un rato, así que decidio salir por su cuenta en busca de algo que animara al menor: un postre tal vez. Sin esperar respuesta a su despedida, el mercenario salió de casa junto a una chaqueta en mano.
Estando afuera del edificio y a unas cuadras de éste, Shizuo se fijó en que había sido una mala idea salir en ese momento.
Se encontraba en la plaza principal, esa que quedaba cerca del edificio, sentado y con un cigarrillo entre los labios, cuando se desencadenó la lluvia que usualmente arruinaba sus momentos para fumar. Al principio pensó en quedarse allí, la lluvia era suave y acariciaba su piel, pero pronto aquellas pequeñas gotas empezaron a caer con más fuerza, obligando al mercenario a volver al apartamento.
Con tranquilidad, Shizuo se puso en pie y se encaminó al edificio, botando de camino el cigarrillo al cesto de basura más cercano. Ahora que lo pensaba, Izaya tal vez presentía aquella lluvia y no le había comentado, imaginaba al felino muriendo de risa por verle desde la ventana.
Los niños y adultos corrían bajo la fuerte lluvia, esa que de a poco se volvía una tormenta, y fue cuando por fin se vio pisando los escalones que le daban la bienvenida al edificio, pronto el ascensor le recibió con la puera abierta y bufó en cuanto éstas se cerraron tras marcar su piso.
Lentos eran sus pasos en cuanto salió del ascensor hacia la puerta de su apartamento. El gran número dorado marcaba la puerta y en pocos segundos ya estaba abriendo la puerta, cabizbajo y con la chaqueta por completo empapada por no haber caminado rápido.
—Por fin llegas— la pícara voz de Izaya se hizo notar en cuanto la puerta se abrió la puerta. El felino saltó de su asiento, dejando de lado su vaso de leche, y corrió hacia su dueño.
Sin embargo, en cuanto vio al rubio por completo empapado, detuvo su andar. Izaya miró detenidamente a su dueño, desde los zapatos hasta la punta de su cabello, y su sonrisa se amplió gradualmente hasta llegar a la risa, ligeras risillas que el azabache evitaba convertir en carcajadas. Pronto se fijó en el semblante de Shizuo y mantuvo su sonrisa en labios, mientras el contrario no podía evitar su ceño fruncido y mirada fija.
—Shizu-chan se puede enfermar si no se quita la ropa— mencionó con gracia el azabache en cuanto tocó con su dedo el pecho del mayor. Luchó consigo mismo para no soltar alguna carcajada, y sus mejillas de a poco se pintaron de rosado por la gracia que le causaba en aquel momento.
Shizuo, por otro lado, pensaba en lo irritante que era el Izaya mayor, el Izaya adulto y felino, el Izaya que le encantaba al despertar cada mañana y al acostarse cada noche. Por más irritane que fuese, Shizuo quería demasiado a Izaya. Era algo que el mercenario no podía describir ni explicar, pero no veía problema en aquello. Justo en ese momento, Izaya mantenía su rostro a escasos centímetros de su rostro frío, con esa sonrisa traviesa que golpeaba su orgullo.
Acatando el silencio por parte de su dueño, Izaya se deshizo de la chaqueta que éste llevaba y juguetonamente le guio al sofá para que se sentara, luego corrió a la habitación con total animo.
—¿Shizu-chan está molesto?— nuevamente la voz de Izaya se escuchó en la sala en cuanto salió de la habitación con una toalla en manos. Por un instante la pregunta había sonado seria, pero el rubio se fijó en la sonrisa traviesa que su mascota llevaba: se estaba burlando de su mala suerte.
Ignorando su mal semblante, el felino se acomodó sobre el regazo de su dueño y suavemente se dispuso a secarle el cabello con la toalla. El minino de vez en cuando reía, le era divertido estar haciendo aquello, pero Shizuo, por otro lado, agradecía internamente que el menor estuviese tomándose la molestia de ayudarle. Rápidamene el cabello de shizuo volvió a estar seco e Izaya, dejando la toalla de lado, trajo una frazada de la habitación para sentarse junto a su dueño y darle algo de calor después de tanto frío.
—Gracias— un simple murmurllo salió de labios de Shizuo, quien evitaba mirar al azabache que tenía sentado al lado con total comodidad.
Un suave ronronear se escuchó por parte de Izaya, algo dulce y bajito, mientras Shizuo acariciaba la cabeza del menor en forma igual de agradecimiento. Entonces el felino se acomodó contra el brazo del rubio, frotando allí su rostro, y Shizuo entendió que lo que Izaya quería era un abrazo, y no se negó a dárselo al rodearle la cintura con su brazos.
(...)
La noche era clara, la luna iluminaba la gran ciudad luego de la fuerte lluvia, y Shizuo no había logrado conciliar el sueño.
Se encontraba en la cocina con un vaso de chocolatada en mano. Había tomado un sorbo, luego otro, y esperaba que en cualquier momento el sueño pegara contra su cuerpo y lo obligara a ir a la alcoba. La tenue luz de la cocina apenas entraba a la habitación. La cabeza le dolía intensamente, sentía los huesos pesados y sentía que se quedaría sin aire si se acostaba por un instante.
—¿Shizu—chan?— Izaya había despertado— ¿Te sientes bien?
—Disculpa el haberte despertado— el ronco y apagado murmuro de Shizuo había preocupado al menor—, estoy bien, no te preocupes.
El menor funció su ceño casi al instante. Sus pasos acelerados se acercaron a su dueño y tras pegar su frente con la de él, suspiro ciertamente aliviado antes de soltar una ligera risilla.
—Estas caliente— sonrió victorioso el chico gato, moviendo su cola de lado a lado con emoción.
—Gracias por hacermelo saber— le dio otro sorbo a la chocolatada que permanecía tibia. Tenía tiempo sin sentirse tan terriblemente mal.
—Toma un baño caliente— sugirió—. Puedes usarme como almohada; eso me curó la vez que me enfermé, tu me dejaste usar tu pecho como almohada y fue muy cómodo.
Shizuo recordó aquel momento. Izaya aún era pequeño, y se enfermó por acostarse con ropa poco abrigada: había amanecido con fiebre y tenía ojeras, estaba sensible y era tierno ante la mirada del rubio. Esa noche, tras una chocolatada y un jarabe, le dejó dormir sobre su pecho y el niño, al día siguiente, estaba mejor.
Recordar aquello, provocó que el mercenario riera levemente y negó, sin afanes de moverse mucho.
—Eras un crío, yo soy un adulto. No creo que sirva— le miró dubitativo, y terminó con su bebida chocolatada. Aún su cabeza daba vueltas.
—Yo creo que si— sonrió el felino con esperanzas y, antes de alguna protesta, haló a su dueño del brazo para llevarlo a la alcoba. Izaya intentaba esconder su preocupación tras su sonrisa, pues nunca había visto a Shizuo enfermo.
Acostándole suavemente en la cama, Izaya se acomodó al lado de Shizuo en lo que estiraba la frazada sobre ambos cuerpos. Se notaba la emoción en el felino por ayudar por fin a su dueño.
—Ahora, pon tu cabeza aquí— entre las sábanas, Izaya señaló su pecho antes de abrir sus brazos, mostrando una dulce sonrisa para que el rubio confiara en que no haría alguna travesura.
No había nada que perder.
Casi sin pensarlo, tras un suspiro cansado, Shizuo se acercó al pecho ajeno con cuidado. Se tomó la libertad de rodear la delgada cintura del menor y reposó su cabeza en el pecho del felino, consiguiendo rápidamente el palpiar del corazón ajeno. Pronto los brazos del azabache le abrazaron cariñosamente y Shizuo pudo asegurar que su mente de a poco quedaba en blanco.
—Hoy Shizu-chan no me ha mimado— un quejjón murmurllo salió de los labios del felino. Estaba distraído igualmente con el liso y rubio cabello de su dueño, e imitaba las caricias que éste le daba en la cabeza, así le relajaría—. ¿Estás molesto conmigo?— esa pregunta bajó más de tono, como si no quisiese preguntar realmente—, no repondiste mi pregunta esta mañana. ¿Hice algo malo?
Con el ceño fruncido, el rubio acercó el cuerpo contrario al suyo, en busca de mayor comodidad. Lentamente alzó la mirada entonces, encontrándose con la mirada sin brillo de Izaya en espera de alguna respuesta. Pensó brevemente en que ese jugetón muchacho era el único que se atrevía a hablarle con normalidad, que le echaba bromas, que no le temía, y era quizá la persona que no quería que se apartara jamás de su lado.
—Me repetirías la pregunta, por favor— pidió calmado el mercenario con su quijada apoyada en la clavícula del azabache, cansado y recuperando por fin el sueño. Izaya desvió su mirada.
—¿Shizu-chan estará... siempre conmigo?
Una tranquila risa salió de labios del mayor, cosa que llamó la atención de Izaya quien pensaba que se estaba burlando.
—Si Izaya— afirmó seguro Shizuo—, no te librarás de mí con facilidad. Siempre estaré contigo.— Y tras aquella respuesta, con una sonrisa en el rostro, el rubio se acurrucó en el cuerpo del menor dispuesto a dormir.
—Shizu-chan no me abandonara— un comentario tan sencillo había sonado con mucha alegría. Izaya, nuevamente con la mirada traviesa y brillante en emoción, besó la cabeza de su dueño antes de arroparle como si de un niño se tratase.
Shizuo había hecho una promesa. Izaya no lo olvidaría.
---Continuará---
Mi bella clientenla 7w7 Desde aquí es que verdaderamente comienza la historia, desde aquí se empieza a desarrollar. Los demás "Caps" eran como cortos para que sepan cómo se conocieron los personajes owo y tales cortos tienen información valiosa que usaré más adelante xD
Espero que les haya gustado y les agradezco a los que leen que no me hayan olvidado QwQ Los quiero mucho!
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