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Capitulo 11

Capitulo 11

—Día 130—


   Habían pasado días desde que Shinra había hecho su aparición en casa. Izaya, desde entonces, cambió ligeramente su comportamiento. Shizuo notaba que el felino era más nervioso y reservado, más callado de lo normal, y eso le preocupaba.

   Llegaba la hora del desayuno y en lo que el rubio cocinaba, vio al felino sentado en el gran sofá de la estancia. El menor poseía una mirada perdida mientras abrazaba su peluche, quizá por el frío o el sueño de haberse despertado temprano, y era extraño que no hubiese encendido la televisión. Ese inusual comportamiento sólo provocaba que Shizuo no dejara de formular preguntas en su mente.

   Entonces recordó cada momento en el que se decidía por preguntarle algo a su mascota, recordaba sus fracasos en ello. Izaya, cada vez que su dueño hacía una pregunta, aprovechaba para abrazarle y pedir atención, mimos, como si fuese la última vez que pediría algo. Por otro lado, Shizuo mantuvo su ira escondida desde la ida de Shinra, esa molestia por el hecho de que el científico trajera consigo un mal recuerdo para Izaya, esa rabia que escondía mientras estaba con el menor.

  Shinra, el demente chico científico, había desaparecido de la vida del mercenario. Para cualquiera sería un alivio, pero para el rubio era una constante alarma de alerta. Sólo podía imaginar a su amigo haciendo investigaciones y experimentos, y que tuviese que ver con Izaya, le preocupaba mucho más. Celty, la novia de Shinra, le había mensajeado para saber del paradero del chico de bata, pero no había mucho que contar sobre él.

   Era día de trabajar en la tarde, un llamado de última hora, y Shizuo no podía negarse a atender el celular, así tuviese el peor humor de todos. Sin embargo, al dejarse caer en el sofá, Izaya notó su presencia con alegría y se acercó lo suficiente como para recostarse. Shizuo apreció a la hermosa criatura somnolienta que se disponía a dormir sobre su pecho, y por un momento su humor subió dos tonos. Fue entonces que, en lo que Izaya enrroscaba su cola y se acurrucaba, Shizuo recordó su trabajo.

   Con pesar se volvió a levantar del sofá, Izaya a penas notó su ausencia y se enrroscó contra un cojín. Mostrando una dulce sonrisa a la nada, Shizuo arropó al felino con cuidado y cerró las cortinas para que no hubiese nada que fastidiara al azabache. Pronto Izaya se hizo un ovillo en el cómodo sofá, y Shizuo rio enternecido por ello, pero no era suficiente para subirle los ánimos.

   Últimamente, algo impedía que el mercenario pudiese dormir bien, y estaba entre dos opciones un poco ilógicas a su parecer: Izaya, con una rara esencia que despertaba su cuerpo a mitad de noche, o las miles de preguntas que tenía acerca del felino.

   Pensando preguntas sin respuesta, el mercenario terminó por darse una ducha y se vistió con su usual uniforme de camarero. Besó con cariño la cabeza de su mascota y, tras ver como éste movía las orejas, le escuchó nombrarle entre sueños. Shizuo estuvo a punto de abrazar al felino, posiblemente quedarse en casa, pero salió sin miramientos del apartamento antes de caer ante la tentación.


   (...)


   Pasadas algunas horas, Izaya despertó de golpe tras recordar que se había dormido en el sofá.

   Repasó con su vista la soledad en la que estaba, las cortinas estaban cerradas y aun así el frío se colaba por su delgado cuerpo. Queriendo ocultarse del frío, el felino se envolvió en la sábana que Shizuo le había puesto encima, y aspiró con nostalgia el olor de su dueño, sonriedo a penas por tener un poco de él a su lado.

   Izaya terminó por levantarse y, cubierto por la sábana, caminó a la cocina. Allí vio su desayuno, su repentina tristeza aumentó al recordar al rubio cocinando. Se insultó mentalmente por haberse quedado dormido, y sintió como una pequeña parte de su interior se estrujaba por sentirse en plena soledad. Las ganas de comer habían desaparecido.

   Entonces el recuerdo del científico volvió a su mente, ese chico que ahora era el que guiaba sus peores pesadillas desde que quiso ponerle una mano encima. Ese mero recuerdo simplemente le erizaba la piel del miedo, miedo a que Shizuo descubriera la verdad, miedo a ser odiado por él, miedo a ser olvidado como todo el mundo hizo con su horrible persona.

   Fue en medio de sus pesadillas, que un inexplicable sentimiento invadió su corazón temeroso. Sus ojos empezaron a arder, su nariz a picar y su rostro se calentó, y todo eso sólo avisó al azabache que estaba por llorar, no lo podía evitar, y se sentió como la persona más estúpida de la tierra. Entonces vio sus lágrimas de cristal por el lado positivo: estaba sólo, ¿qué importaba si lloraba sólo?

   Estaba por sumergirse en su llanto, volver a sentarse en el sofá para intentar dormir, pero el teléfono de la casa sonó en medio del silencio, causando gran intriga en el felino de ahora mejillas coloradas. Con paso delicado se acercó a la mesa donde reposaba el teléfono y en el identificador de llamadas apareció un nombre: Shizuo.


—Ho-Hola...— Izaya contestó con el mejor ánimo que pudo, a pesar de que un río de lágrimas adornadabn sus pómulos.

Izaya, ¿acabas de despertar?— Preguntó con cierto apuro el mayor al otro lado de la línea, sabía que algo no andaba bien.

—S-Si...—El felino recordó que estaba llorando, y rápidamente se limpió las lágrimas del rostro. Su rostro se sintió cálido ante el tacto de sus fríos dedos, y supuso que no sería tan fácil dejar de llorar.

¿Estás bien, pequeño? Te escucho raro.— Cuestionó Shizuo al otro lado de la línea.

—Si, no te preocupes, Shizu-chan.— Intentó mentir.

¿Estás llorando?— Esta vez, el rubio se sintió seguro de su pregunta. Quería una buena respuesta, un simple llamado para volver a casa puesto que en el trabajo no estaba haciendo nada.

   

   Y con esa pregunta, Izaya se sintió por completo descubierto por la persona que menos quería que le descubriese. Tragó saliva nervioso, no pudo evitar morder su labio inferior para acallar la verdad y sacudió la cabeza en busca de una solución.


—N-No. Voy a hacer algo de comer... ¿Qué te gustaría comer?— Cambió ingeniosamente de pregunta el menor, por un momento se sintió victorioso, pero el sentimiento se esfumó casi al instante.

Espérame para comer contigo. Tienes algo y no me quieres decir, niño tonto.— Shizuo era insistente y para Izaya era difícil mentirle con el corazón en la boca.

—Shizu-chan, eres muy lindo conmigo. Te quiero mucho.— Comentó de improviso el azabache, como si en cualquier momento fuese a desaparecer y esas fuesen sus últimas palabras.

Ya voy para allá. Espérame.— Esa había sido una alerta para el mayor.


   Y la llamada se colgó sin dejar que Izaya respondiera. Pensó por un momento que su dueño le estaba echando una broma, pero Shizuo no bromeaba, luego pensó que quizá no tenía nada que hacer, pero no se negó el sonreír al saber que el rubio iba a ir por él.

   Aún con la sábana sobre sus hombros, el felino caminó a la cocina con una sonrisa en el rostro. Guardó el desayuno en la nevera y rebuscó en los cajones algún ingrediente que fuese delicioso para el mercenario. Sin embargo, no había nada novedoso, nada que pudiese cocinar, y no hubo otra solución que ir de compras.

   El frío pegó contra el cuerpo del felino, le hizo aferrarse a la sábana y quiso descartar la idea de salir del apartamaneto, pero no tenía otra solución. Suspiró resginado antes de volver a la habitación, allí se vistió con un pantalón negro y una franela blanca, luego se acomodó su chaqueta con bordes de terciopelo.

   Poniendo a prueba su nueva habilidad, el felino escondió sus orejas y cola, después de todo la chaqueta ayudaba a esconder sus rasgos y se veía bien en el espejo, tal y como era antes.

   Decidido, caminó hacia la puerta del apartamento, agarró una llaves y salió de su hogar con el dinero suficiente para comprar algo delicioso que cocinar. Quizás estaba asustado, temeroso, pero el cocinarle a su dueño le era emocionante, sería una muestra de que no era un estorbo, así que iba feliz mientras caminaba en la acera con el frío calándose en sus huesos.

    Allí se arrepintió de haber salido.


   (...)


   Por otro lado, Shizuo se sentía ansioso en cuanto colgó la llamada con Izaya. Sabía que el menor estaba o estuvo llorando mientras le hablaba, sabía que podría hacer alguna locura si le dejaba la cocina a su disposición. El mercenario se sintió preocupado por el simple hecho de escuchar la queda voz del azabache, inmensas ganas de abrazarle le invadieron, gran curiosidad pegó contra su mente y deseó en lo más profundo de su ser que Izaya confiara en él como para decirle la verdad de su pasado.

   Tras sellar su tarjeta de salida, Shizuo prendió un cigarrillo entre sus labios después de haberse despedido de Tom. Al salir de las instalaciones Dollars, una suave llovizna pegó contra su rostro para llenar de pequeñas gotas sus lentes y apagar lentamente su cigarrillo, cosa que al rubio no le interesó.

   El cigarrillo se quemó con lentitud mientras Shizuo caminaba con las manos en los bolsillos. Las personas a su alrededor le abrían el paso debido al miedo que le tenían, pero eso le importó en lo más mínimo, pues sabía que Izaya no le tenía miedo. Aun así, el felino no sabía por completo de su trabajo, y tampoco planeaba decírselo.


   (...)


   Izaya volvía casi dichoso por haber hecho sus compras.

   Nadie había notado su inusual chaqueta y nadie le miraba mal, la señora de la tienda le atendió con amabilidad y terminó haciendo sus compras como si fuese una persona normal. Sin embargo, en medio de su camino y felicidad, un par de gotas de lluvia cayeron sobre su nariz, indicando que pronto empezaría a llover.

   Aun así, Izaya intentó concentrarse en el camino a casa. Quería volver por la misma acera, cruzar las mismas calles y caminar frente a los mismos negocios. Intentó ignorar el hecho de sentirse vigilado, y aceleró su paso mientras veía los carteles en busca de recordar el trayecto al edificio.

   Pronto su corazón se aceleró por los nervios, quería centrarse en su camino y olvidar el resto. Pero fue allí, en medio de su agitada respiración, que escuchó un tierno maullar que provocó que se detuviera. Su corazón se calmó de a poco en lo que se acercaba al sonido del gato, se vio adentrado en un callejón junto a un par de botes de basura, y allí, entre la suciedad, aparecieron un par de ojos azules rodeados de pelaje negro. Era un gato negro, un bebé, en busca de comida.

   Izaya se vio impresionado al entender al gato, pero era de esperarse. Con una sonrisa ligera en sus labios, acarició el pelaje del pequeño animal que se dejó mimar, el pelaje era suave y liso, sin nada pegajoso que indicara que fuese un gato callejero.

   Sin embargo, no podía quedarse mucho tiempo allí, así que decidió ponerse en pie. Izaya estaba dispuesto a irse, volver a su trayecto, pero un toque frío en su espalda le erizó la piel y sus ojos se cristalizaron en cuando su cola fue halada bruscamente.


—Señor, ya lo tenemos.— Se escuchó una voz masculina desconocida para el chico-gato, una voz que le llenó de temor por la frase dicha. Aparentemente hablaba a través de un intercomunicador.

Bien. Tráiganle a las instalaciones, vivo.— Fue la respuesta del hombre al otro lado de la línea. Era un voz masculina pero más intimidante, un poco conocida para el felino que no tenía escapatoria.


   La llamada finalizó, fue breve e Izaya intentó idear alguna forma de escapar. Pronto su cola fue halada con mayor fuerza, sacándole un gemido de dolor, y una gran manos le rodeó la cintura en busca de dejarle inmóvil. Luego, una risilla resonó en las orejas del azabache.


—Por fin te encontramos, Orihara.— Aquel aliento pegó en la nuca del menor, un susurró que hizo temblar su espina debido al miedo por escuchar su apellido. Izaya había sido descubierto.


   Entonces otro hombre apareció frente a Izaya. El azabache realmente no conocía a ninguno de sus agresores, pero sabía que éstos le conocían. Fue allí, inmóvil, que vio como el hombre nuevo sacaba de su bolsilo una gran jeringa llena de un raro líquido azul, e Izaya entró en pánico. Empezó a forcejear, las compras cayeron al suelo y el hombre a sus espaldas, ese que le tenía sin escapatoria, volvió a reír.


—Dé-Déjenme. Por favor, suéltenme.— Izaya a penas logró susurrar aquello, su voz estaba por completo trabada en su garganta.

—Cálmate, Orihara.— Recomendó con malicia el hombre a sus espaldas y ejerció más presión en el abdomen del azabache, casi dejándole sin aire por el repentino movimiento.


   Pero Izaya no podía estar tranquilo con dos hombres que posiblemente acabarían con la poca felicidad que tenía. Y fue en su desesperación que el hombre que estaba en frente gruñó estresado, con fuerza le agarró el cuello y clavó la jeringa en la vena principal, inyectando el líquido azul con sumo cuidado. Izaya sintió el metal entrar en su fina piel y no pudo retener el sin fin de lágrimas que hacía rato querían escapar de sus ojos.


—¿Quién diría que el gran Izaya Orihara, el gran sicario y hacker de la ciudad, rogaría por su libertad?— Se burló el chico a sus espaldas, pero Izaya no pudo hacer nada, ni moverse ni hablar, y ambos atacantes lo sabían.

   El azabache a penas podía respirar. Su corazón empezó a bombear con lentitud, sus piernas dejaron de responderle y su mente comentó a nublarse. Izaya temía quedarse dormido, cerrar sus ojos, y deseaba con todo su ser que aquello fuese una pesadilla de la cual Shizuo pronto le despertaría. Rogaba que alguien le salvara, quien sea, pero ¿a quién le importaría si desaparecía?


   (...)


   Shizuo caminaba tranquilo por la acera, pronto llegaría a casa, pero la lluvia no esperó a que llegara para desencadenarse. Un suspiro de irritación salió de labios del mercenario luego de botar su cigarrillo, y estaba por comenzar su andar cuando un lastimero maullido llegó a sus oídos, un maullido que le llamó la atención.

   Despreocupado, el mercenario se asomó al callejón de donde provino aquel maullar y fue cuando una chispa se encendió, una chispa de furia intensa que pronto sería liberada.

   Ahí, en medio de ese callejón, vio como un chico muy conocido para él era cargado descaradamene por un hombre de traje. El hombre caminaba al lado de otro, ambos dirigiéndose hacia un carro negro metálico que estaba estacionado al otro lado del callejón. 

   El chico que se estaban llevando, era Izaya.

   Una macabra sonrisa apareció en su rostro en cuanto sus manos se volvieron puños. Dio con firmeza un par de pasos al frente y agarró lo más cercano que tuviese, algo que sirviera como arma en aquel momento improvisado.


—¿A dónde creen que se llevan a ese chico?— Su ronca y varonil voz retumbó en la paredes y agarró con sus manos una tapa de basurero, esas de metal y que parecían discos, un objeto perfecto para lanzar.


   El hombre que cargaba a Izaya rio al tener que matar a alguien y, dejando a Izaya a un lado, sacó un arma de su cinturón y se volvió, junto a su compañero, dirigiendo la punta de sus armas hacia el desocnocido. Sin embargo, en cuanto reconocieron al rubio, se vieron petrificados e impresionados por ver a la gran Bestia de Ikebukuro.


—Será mejor que se alejen de él, escorias.— Advirtió esta vez neutral el mercenario, viendo desde la distancia a un Izaya inconsciente y con claras lágrimas adornando sus mejillas.


   Y fue suficiente para que uno de los hombres de negro apretara el gatillo. Los disparos volaron directo al rubio, un sin fin de balas bien direccionadas que planeaban acabar con la vida de la Bestia. Pero Shizuo sonrió ante la ingenuidad de sus agresores y a paso tranquilo se acercó a ellos, equivando algunas balas mientras otras rozaban su traje.

   Entonces, a una buena distancia, tomó impulso y lanzó la tapa de basura con brutal fuerza. La tapa, con perfecta trayectoria, se estrelló contra la cabeza de uno de los hombres y su arma cayó al suelo, ésta se disparó y una bala se incrustó en el abdomen del otro hombre.

  Shizuo pensó en la suerte que estaba de su lado por tener buen resultado al primer intento, pero también pensó que era la suerte de ellos, esos hombres, la que evitó que los matara de la forma cruel que tanto imaginaba. Allí, en ese estado, esos hombres sobrevivirían, pero a Shizuo sólo le importó transmitir su mensaje: que se alejen de Izaya.

   Al verles inmóviles, el mercenario se apresuró a acercarse al felino que estaba recostado contra la pared. Respiró lento, estaba preocupado, y le revisó cuidadosamente en busca de alguna herida. Se molestó en cuando vio unas marcas rojizas en su cuello y un pequeño piquete, cosa que indicaba que le habían agarrado con fuerza del cuello y le habían inyectado algo desconocido.


—Eres un niño tonto. Te dije que me esperaras en casa.— Refunfuñó el mercenario con tono molesto. Con cuidado, cargó al felino sobre su espalda y le acomodó la chaqueta para que no se mojara tanto, pronto sintió la respiración del menor en su nuca y con ello se sintió aliviado.


   El guardaespaldas se puso en pie sin problema, Izaya no pesaba tano después de todo, y estuvo por comenzar su recorrido a casa cuando vio a un lado un par de bolsas llenas de comida. Se acercó y vio que todo estaba intacto dentro de ellas, y la respuesta del porqué Izaya estaba en la calle, se respondió sola.

   Con las bolsas en mano y procurando que el azabache no cayera de su espalda, que sus orejas y cola estuviesen escondidas, caminó de regreso a casa. Todos a su alrededor le ignoraron por naturaleza, y agradecía ello pues no quería que nadie más prestara más atención a Izaya de lo que se debía.


   (...)


   Estando en casa, cambiado y seguro de que Izaya estaba en cama, Shizuo se dispuso a cocinar la receta que Izaya había dejado en la laptop.

   Pronto escuchó un lejano sollozo, luego ese sollozo se volvió llanto y Shizuo corrió a la habitación para ver qué pasaba con Izaya. Al llegar, vio que el menor seguía dormido, así que le levantó cuidadosamente y le encerró entre sus brazos, susurrando su nombre y cosas buenas para que se calmara, pero Izaya empezó a luchar, a golpearle eñ pecho con clara debilidad, pero terminó por recostarse en su hombro en medio de las lágrimas.


—Shizu...— la pequeña y rota voz del azabache a penas llegó a oídos del nombrado. Izaya pensó por un momento que todo había sido una pesadilla, pero sabía que no era así.

—Estoy aquí, Izaya. Ya no llores. Sh...— Siseó tranquilo el mercenario mientras acariciaba la cabeza de su mascota, brindándole calma y aliviando su pena.

—¿Cómo...?— Se premitió preguntar Izaya ante el suave tacto de su dueño y alzó la mirada, encontrándose con la hermosa mirada de Shizuo preocupado.

—Siempre estaré para salvarte, Izaya. No lo dudes.— Susurró el calmado rubio sin dejar de acariciar la cabeza del menor. Pronto los truenos se hicieron oír, la lluvia afuera azotaba contra las calles, pero ellos ya estaban en casa a salvo.

—L-La comida...— sollozó el azabache—, yo quería cocinar algo rico para Shizu-chan...— y su rostro se prendió con nuevas ganas de llorar.

—Te dije que esperaras aquí, por lo menos yo te hubiese acompañado a comprar.— Shizuo quiso evitar esas lágrimas, así que se acercó a besar la frente de Izaya y éste se aferró a su camisa, tal y como un gato bebé.

—Shizu-chan huele bien...

—Eres un gatito travieso— el rubio no pudo evitar ese comentario, fue lo primero que pensó al tener a Izaya apegado a su pecho—, por cierto..., asimilo que él fue el culpable de que te distrajeras, ¿no es así?


   E Izaya siguió la mirada de su dueño, y al final se encontró con un pequeño gato negro que estaba acomodado en un cojín en el suelo. El felino pequeño se había colado en una de las bolsas de compra, y al llegar a casa, Shizuo no pudo tirarlo a la calle, menos con la gran luvia que caía afuera. Izaya sonrió al verle.


   (...)


   La noche avanzaba, la luna llena adornaba el cielo y el sueño reinaba en el apartamento.

   Shizuo, tras ver la cocina limpia, se dispuso a darse una ducha antes de dormir, así olvidaría todo lo ocurrido y dormiría en paz junto al felino de traviesa sonrisa.


—Shizu-chan...— El mercenario estaba despojándose de sus prendas cuando escuchó ese suave llamado. Al volverse, vio a Izaya en el marco de la puerta vistiendo uno de sus suéteres. Su rostro estaba pintado de rosa y tenía pena de mirarle, pero allí estaba, tentándole.

—Hoy... ¿Hoy me puedo bañar contigo?— Dio un paso al frente, viendo de reojo la tina llena de agua y espuma. Sin mebargo, Shizuo sólo podía verle a él, verle tierno y apetecible, perfecto para una bestia.


   Con una burlona sonrisa, el mercenario asintió antes de agarrar la cintura del menor para atraerle. Sus miradas se conectaron momentáneamente, y Shizuo salió del embrujo por un instante para deshacerse del gran suerte que Izaya llevaba, ganándose el sonrojo del azabache.

   Terminó por quitarse su ropa hasta quedar en boxers, igual que Izaya, y entró a la tina. Shizuo sintió como el agua fría le relajaba y, agarrando con cariño la mano del menor, le invitó a adentrarse en la tina con él. Izaya tembló en cuanto sus piernas se vieron bajo el agua.


—Es-Está fría...— Se limitó a comentar.


   El rubio soltó una ligera carcajada al ver la preocupación en el rostro de su mascota. Pronto se sentó en la tina, procurando que el agua no se desbordara, y se deleitó con la vista completa que tenía de Izaya frente a sus ojos: la larga cola negra de lado a lado, las tiernas y sedosas orejas negras, la piel delicada y pálida, los pocos lunares que tenía en su cuerpo. Entonces le invitó a sentarse tras agarrarle la mano, y el menor le miró atento.


—No te preocupes, aquí no te puedes hundir ni te puede pasar nada— el susurro tranquilo de Shizuo fue una pastilla tranquilizadora para el felino, quien lentamente se arrodillo frente al mayor sin soltar su mano.

—Pe-Pero...— el felino quiso ponerse de pie para salir del agua.

—Sostente de mi si te da miedo, ¿bueno?— Y con eso, Izaya respiró profundo. Con cuidado, dio media vuelta, se sentó y se deslizó hacia atrás hasta sentir el pecho de su dueño contra su espalda. Allí, le agarró ambos manos.

—No me sueltes...— comentó en lo que unía las manos del mayor alrededor de su cintura, ya dispuesto a relajarse en medio de la espuma.

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