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XXXII

– ¿Crees que se pondrá de nuestro lado?

– La pregunta ofende – le responde desganado Marcos desde la cama de su amigo, mientras se estira, haciendo que sus huesos crujan – es cuestión de días – le asegura. – Sofía no va a soportar mucho más, ver como "el amor de su vida" es continuamente rechazado por la persona que más odias – le asegura aburrido.

– Ya ... yo no estoy tan seguro – interviene Alan sin despegar sus ojos de la pantalla de la televisión – Sofía ha cambiado mucho, lleva años sin hacer alguna de las suyas – les recuerda este, todavía con los ojos puestos en el juego.

– Alan, hay veces que me sorprende lo idiota que eres – reconoce Marcos divertido.

– ¡Oye!

– Cállate idiota, Marcos tiene razón, – le corta el otro chico – Sofía no ha cambiado nada, por dentro sigue siendo la misma niña que nos ayudaba y formaba planes con nosotros para molestar al tierno gatito.

– Exacto – concuerda Marcos – esa idiota solo está ocultando sus verdaderos colores. Por dentro sigue siendo la misma niña insoportable que se divertía viendo como amasábamos al pequeño gatito para luego dar el golpe de gracia – les recuerda divertido. Una sonrisa malvada nace en los labios de Marcos al recordar la maldad en los ojos de la pequeña loba.

Hacia tanto tiempo desde la última vez que vio esa faceta en Sofía ... ah, la extrañaba. Extrañaba tanto su lado perverso.

– Si tú lo dices ...

Alan no está muy convencido, porque, al igual que esos dos, él había visto el cambio en la actitud de Sofía a lo largo de los años. Sinceramente, duda mucho de las palabras dichas por sus amigos, ¿cómo alguien aguantaría tanto tiempo siendo alguien que no era? De solo imaginarse haciendo lo mismo su rostro se desfiguraba.

– En el hipotético caso de que tengáis razón, ¿no deberíamos ir organizándonos un poco? – les sugiere – ¿debería avisar al resto de chicos? – les pregunta mientras apartando por primera vez en lo que lleva de tarde la vista de la pantalla.

– No es mala idea – le responde Marcos todavía tumbado sobre la cama de Raul.

Al mismo tiempo, en otro lado de la manada, sentado en la cocina de sus abuelos, un joven mira desganado la superficie de la mesa mientras reflexiona.

Teresa, que no había dejado de mirar a su nieto en toda la tarde, intercambia una mirada preocupada con a su esposo.

Dilan no había dicho una palabra desde que volvió de su paseo, y eso les preocupaba a ambos.

El pequeño era reflexivo de vez en cuando, pero la actitud que estaba teniendo en ese momento, no era normal.

– Dilan, cielo, ¿está todo bien? – le pregunta dudosa Teresa.

El joven levanta la cabeza y mira a su abuela extrañado.

– Sí, ¿por qué no iba a estarlo?

– Bueno ... has estado callado desde que llegaste a casa – le recuerda ella – y siendo sincera, me preocupa que haya podido pasar algo mientras paseabas. ¿Acaso ... ha pasado algo? – le vuelve a preguntar preocupada.

– No abuela, no ha pasado nada ...

Le asegura él con tono abatido.

– Pero eso es bueno, ¿no?

– Si ...

De nuevo la conversación muere, Mateo y Teresa vuelven a intercambiar miradas y ven nuevamente como su nieto se calla y se abstrae del mundo.

A pesar de su ensoñación, Dilan sabe que está preocupando a sus abuelos con su actitud, por eso, decide levantarse de la mesa e ir a su cuarto.

Una vez dentro de este se tira en la cama y mira el techo.

¿Por qué lo dejo ir ...? Se pregunta el joven mientras frunce su ceño.

¿Por qué no lo paraba? ¿Por qué seguía insistiendo día a día si sabía que siempre acabaría de la misma forma? ¿Por qué se empeñaba tanto en intentar hablar con él ...?

Siendo realistas, Dilan no entendía como Logan era capaz de seguir intentándolo cuando él siempre le respondía de la misma forma. Bueno, realmente no respondía, lo miraba, suspiraba y luego se iba. Pero ..., porque el joven lobo continuaba insistiendo.

Eso era lo que carcomía al joven.

Ellos nunca fueron cercanos, de hecho, incluso podía contar con los dedos de una mano las pocas veces que intercambiaron palabras de niños.

Entonces ... ¿por qué Logan estaba tan empeñado en entrar en su vida? ¿Por qué no se cansaba?

Dilan llevaba preguntándose lo mismo desde hacía ya unos días, pero no conseguía encontrar una respuesta lógica.

Si el lobo solo quería que lo perdonase, pues bueno, le diría que ya lo había hecho y así por fin lo dejaría tranquilo ¿no?

En el silencio de su habitación Dilan frunció el ceño, pero ... ¿realmente él quería que lo dejara tranquilo? Se preguntó a sí mismo.

Por primera vez desde que volvió a la manada de sus abuelos, el gato interno de Dilan levantó la cabeza de sus patitas delanteras y gruñó enojado, consiguiendo de esta forma, desconcertar aún más al joven.

– ¿Y ahora a ti que te pasa?

Obviamente su animal interno no le respondió, se limitó a gruñirle molesto durante unos segundos para justo después darse la vuelta y volver a su posición.

Y a pesar de que el gato interno de Dilan no podía comunicarse con él, Dilan supo que su gato estaba molesto.

Cosa que le desconcertaba al joven, ya que no estaba acostumbrado a esas reacciones por parte de minino.

El gato interno de Dilan al igual que la loba de su madre no solía dar indicios de su presencia dentro del joven. Dilan sabía que estaba con él porque si se concentraba lo suficiente podía sentir a su felino interno, pero este no se mostraba. Permanecía dentro de él tranquilo.

Por eso a Dilan se sorprendió al sentir con tanta intensidad el disgusto del minino. ¿Qué era lo que le molestaba a su animal interno?

Sin saber cómo responder a sus preguntas Dilan simplemente decidió cerrar sus ojos y echar una cabezacita, necesitaba desconectar por un rato, necesitaba que su cerebro dejara de funcionar durante unos minutos. Y la única forma que conocía el joven para conseguir aquello era descansando durante unos minutos en el mundo de los sueños.

Con parsimonia, Dilan se estira en la colcha de su cama, se pone de costado y cierra los ojos, necesita dormir un poco y desconectar.

Por otra parte, en la planta baja de la casa, Mateo y Teresa tiene una pequeña charla en voz baja.

– ¿Crees que nos haya dicho la verdad? – le pregunta preocupada Teresa a su marino.

– Acaso lo dudas – el silencio de Teresa confirma las sospechas de Mateo – Teresa, cariño, Dilan no nos mentiría, no a nosotros – le asegura Mateo.

– Ya, pero ...

– Lo sé cariño, sé tan bien como tú, que nuestro pequeño y adorado nieto nos está ocultando algo, pero cariño. Nosotros no podemos hacer nada si él no nos lo dice – le recuerda Mateo con voz tranquila a su mujer – yo también estoy preocupado por él, pero es su decisión. Además, llámame loco, pero siento que ni él mismo sabe que es lo que está mal.

Teresa cierra sus ojos y suspira cansada, le gustaría tener las palabras necesarias para refutar a Mateo, pero sabe que tiene razón. Si Dilan no abre la boca y les dice que es lo que anda mal, ellos no van a poder hacer nada. Además, como bien a dicho su marido, ella también siente que Dilan realmente no sabe que es lo que anda mal.

– Lo sé cariño, pero ... soy su abuela, no puedo evitar preocuparme por él. Esta faceta está ligado al título de abuelo – le dice entre risas suaves.

Mateo le sonríe dulce a su esposa.

– Nuevamente, me robas las palabras de la boca – le acusa divertido.

– Bueno ... eso no va a ser lo único que te robe – le asegura Teresa con tono divertido, pero a la vez pícaro.

– ¿Ah sí? – le sigue el juego Mateo mientras da un paso más cerca de su mujer.

La cercanía entre ambos es nula, Teresa, levanta levemente su cabeza para no perder el contacto visual con su marido y le sonríe picara.

– ¿Y qué más pretende robarme? – le pregunta divertido Mateo, deseando saber cuál será el próximo movimiento de su mujer.

– Esto – le dice Teresa, para justo después robarle un beso a su marido y salir corriendo.

Mateo deja salir una pequeña risa y se da la vuelta y seguir a su juguetona mujer, la cual ya ha salido de la casa.

– Bueno, parece que volveremos a jugar al gato y al rato – dice Mateo mientras se encamina a la puerta de la casa, la cual está abierta, ya que Teresa salió por esta para así huir de él.

Teresa se ríe divertida y le sonríe a su marido desde la distancia, esperando a que él salga y cierre la puerta de la casa para empezar a correr y comenzar así con el juego.

– ¿¡Estás preparado cariño!? – le pregunta Mateo con una sonrisa desde la puerta de la casa.

– ¡Yo nací prepara amor! – le responde ella, para justo después, volverse y empezar a correr por el bosque.

Mateo suelta un suspiro mientras sonríe y niega con la cabeza, definitivamente, su mujer nunca cambiará. Y eso a él le encanta.

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