XXI
Después de que madre e hijo hablaran y solucionaran todos sus problemas no pasó mucho tiempo antes de que recibieran una carta de Teresa y Mateo, en ella les decía que pronto irían a visitarlos.
– ¿Has preparado la habitación?
– Sí.
– ¿La despensa tiene las galletas que le gustan a la abuela?
– Sí.
– ¿Compraste la carne de pollo que le gusta al abuelo?
– Sí.
– ¿Preparaste ... ?
– Dilan, cariño, todo está listo – le interrumpió Sam – hemos revisado que todo esté en su sitio, hemos limpiado la residencia de arriba abajo y hemos inspeccionado la habitación en la que se quedaran los abuelos durante estos días como unas seis veces ... – le recuerda. – Solo relájate y espera a que ellos lleguen – le pide.
Dilan asiente con la cabeza y corre a sentarse al lado de su madre, la cual había estado respondiendo por cuarta vez todas las preguntas que le hacía su hijo en un intento de asegurarse que todo estuviera donde se suponía que debía estar.
– Lo siento mamá – se disculpa Dilan avergonzado – es solo que estoy muy nervioso – admitió.
Sam le sonríe comprensiva a su hijo y lo atrae hacia ella para abrazarlo.
– No tienes que disculparte cielo – le asegura ella. – Es normal que estés nervioso, después de todo es la primera vez que tus abuelos vienen a visitarnos. Yo también estoy un poco nerviosa – admitió.
Dilan no le respondió nada, simplemente se acurrucó en los brazos de su madre y suspiró.
Por su parte Sam lo apega más a ella y deja un beso en la cabecita de su hijo.
– Dilan, estoy segura de que a tus abuelos no les va a importar que la despensa tenga las galletas que les gustan o que el gel de baño que usen sea el mismo que el que tienen en casa – le dice ella con diversión.
Sam estaba segura de que el dependiente de la tienda no olvidaría a su hijo fácilmente, Dilan había estado un poco insoportable estos días. El pequeño había hecho que todos los centinelas limpiaran de arriba abajo toda la residencia.
Había ido por todas las tiendas de la manada buscando las galletas que tanto le gustaban a su abuela Teresa, las cuales ella seguía odiando, a día de hoy todavía se preguntaba cómo era posible que su madre y su hijo adoraran esas galletas. Las cuales para el gusto de Sam eran cartón duro con una capa de chocolate por encima.
Y lo más importante, había molestado a todos los dependientes de las tiendas de la manada porque ninguno de ellos tenía el gel de baño que sus abuelos usaban en su casa. El solo recordar cómo se puso Dilan al darse cuenta de que no tenía ese gel en ninguna de las tiendas de la manda ...
Cualquiera diría que todo eso era algo excesivo, y siendo realistas. Lo era, pero a para Dilan esos pequeños detalles eran cosas indispensables. Tenían que estar y punto, y bueno, nadie se atrevió a llevarle la contraria al pequeño, porque cuando Stefan intento tranquilizar al pequeño no acabó muy bien ...
– Perdón lo que le hice al tío Stefan – volvió a disculparse.
Sam no pudo evitar reírse.
– No pasa nada pequeño, estoy segura de que Stefan no te guarda rencor – le aseguró ella.
– ...
Dilan no dijo nada más, permaneció tranquilo con la cabeza escondida en el cuello de su madre. De esta forma permanecieron los dos mientras esperaban a que los padres de Sam llamaran a la puerta.
Ya habían pasado unas semanas desde que Sam y Dilan habían recibido la carta de Mateo y Teresa, por una serie de motivos habían tenido que retrasar el encuentro. Pero al final esto acabó siendo lo mejor, gracias a que tuvieron que retrasar la reunión acabó llegando el invierno. Y con estas fechas llegaba la tan deseada navidad, esa temporada del año en la que todas las familias se reúnen para engordar todos juntos y para pelear, porque sí, una navidad sin peleas no es una verdadera navidad.
Como era de esperarse muchos de los que vivían allí se fueron a pasar las fiestas con sus respectivas familias.
Así que aprovechando que la residencia estaba prácticamente vacía y que era navidad, Mateo y Teresa decidieron hacer un viaje a la manada nueva manada de su hija. Se pusieron en contacto con Jordán y le explicaron que querían pasar la navidad en familia, como era lógico Jordán no se opuso a la idea, es más les ayudo en todo lo que pudo.
Y así fue como Sam y Dilan lo estuvieron preparando todo. Compraron la comida, decoraron un poco la sala de estar ... en definitiva, madre e hijo estuvieron los últimos días comprobando que cada cosa estaba donde se suponía que tenía que estar.
El ambiente dentro de la residencia era cálido, Sam y Dilan permanecían acurrucados y atentos a cualquier ruido externo.
– ¡Abuelo! ¡Abuela! – gritó Dilan emocionado en el momento en el que la puerta de la residencia fue abierta, pero grande fue su decepción cuando la persona que apareció por la puerta fue Jordán.
– Lo siento campeón, solo soy yo – se disculpó Jordán al ver como la sonrisa que traía Dilan impresa en la cara caí en cuestión de segundos.
– No pasa nada Jordán – intervino Sam, – Dilan solo está demasiado emocionado con la visita de sus abuelos, la culpa es suya por no esperar para saber quién es el que está entrando por la puerta – le aseguro ella.
– Lo siento Jordán – se disculpa Dilan cabizbajo.
– Oh no Dilan, no hagas esa cara – le pidió Jordán, el cual permanecía todavía en el marco de la puerta.
Dilan se limitó a encogerse de hombros mientras hacia un pequeño puchero.
– ¡Dios! Y yo que te había traído una sorpresa ... – se lamenta Jordán de forma exagera.
– ¿Una sorpresa? – a pesar de la decepción que poseía las palabras de Jordán causaron intriga en el pequeño.
– ¡Dilan! – gritó escandalosamente una voz conocida detrás de Jordán.
Nada más escuchar esa voz detrás de Jordán los ojos de Dilan empezaron a brillar con vida propia y no pasaron ni tres segundos antes de que el pequeño saliera corriendo a fuera.
Sam le sonrió agradecida a Jordán y este solo se encogió de hombros mientras le giña un ojo divertido.
– ¡Abuelo! ¡Abuela! – volvió a gritar Dilan en el momento en el que vio a sus abuelos.
Sin dudarlo un solo segundo Dilan se lanza sobre su Mateo, el cual atrapó a su nieto en el acto.
– ¡Dilan no hagas eso nunca más! – lo reprende Teresa, mientras se acerca con paso apresurado hacia su esposo – casi me da un infarto pequeño – le asegura ella. – Recuerda, tú abuelo ya no es tan joven como antes, así que abstente de asustarme de esa forma. Un día de estos tu abuelo no va a ser capaz de atraparte al vuelo y tú acabaras con tu preciosa cara en el suelo – le asegura ella.
Dilan no responde nada, se limita a sonreírle a su abuela mientras rie.
– ¡Qué dices mujer! ¡Todavía soy todo un chaval! – le asegura Mateo indignado por los comentarios de su esposa.
Molesto, no tarda ni dos segundos en colocar a su nieto tras su cabeza y lo hace sentarse tras su cuello para reafirmar sus palabras.
– Lo que tú digas viejo, – le dice ella mientras rueda los ojos – anda, deja de hacer tonterías y deja a nuestro nieto en el sueño antes de que te hagas daño en la cadera anciano.
Con evidente molestia Mateo le hace caso a su mujer y deja a su nieto en el suelo, lo que hace que Teresa suspire aliviada.
Nunca lo reconocerá, pero Teresa amaba ver a su espero de esa forma, le recuerda a cuando Mateo cargaba a Sam cuando tenía la edad de Dilan, pero el tiempo ha pasado y ahora lo el simple hecho de verlo haciendo lo mismo con Dilan la pone extremadamente nerviosa.
Teresa se encontraba tan distraída con sus recuerdos que no se dio cuenta de que su marido se le había acercado por detrás.
Con un movimiento rápido Mateo cargó a Teresa entre sus brazos, formado de esta forma la típica pose de recién casados.
– ¿A quién llamas viejo ahora? – le susurra seductor en la oreja a su mujer, esto hace que Teresa se sonroje y evite la mirada de su marido.
– A ti – le asegura ella, quien a pesar de la vergüenza que estaba sintiendo en ese mismo momento se niega en darle la razón a su marido.
– ¿A si ... ? – con parsimonia Mateo se acerca poco a poco al cuello de su mujer, está a nada de besarlo cuando el carraspeo de cierta persona rompe de forma instantánea la burbuja en la que se encontraban ambos adultos.
– Os recuerdo que vuestro nieto está todavía presente y que no aparta los ojos de vosotros – les recuerda Sam, divertida.
Las palabras de Sam son el detonante que necesita su madre para volver en sí. Sonrojada le pega en el pecho a su marido, y le ordena que la vuelva a poner en el suelo.
Después de que Mateo dejara con suavidad a Teresa nuevamente sobre sus pies, esta se aleja con paso veloz de su marido y se acerca a su hija para abrazarla.
Sam no deja de sonreírle burlonamente a su madre, quien a pesar de encontrarse profundamente avergonzada no dice ni mu. Por su parte Mateo empieza a murmurar cosas sobre la inoportunidad.
– Gracias cariño – le susurra Teresa mientras la abraza.
– No hay de que mamá – le asegura ella guiñándole el ojo, – ¿pero estas segura de que no quieres que os dejemos solo un poco más? – le pregunta jocosa.
– Por mí no hay problema – le asegura Mateo, interrumpiendo la conversación entre ambas mientras mira con picardía a su mujer.
– ¡Mateo! ¡Sam! – los reprende escandalizada Teresa.
Sam solo se ríe por la reacción de su madre y mira como su padre se acerca con confianza a Jordán y empieza a hablar con él.
Por su parte, Dilan permanece al lado de Mateo, abrazado a su pierna mientras lo mira con ojos chispeantes.
– ¿Os fue bien en el viaje? ¿Habéis tenido algún problema?
– No, no hemos tenido ningún problema hija. El viaje fue muy bien, aunque tengo que admitir que cuando entramos en la manada nos perdimos un poco – reconoce Teresa, – pero gracias a ese amable chico llegamos aquí sin problema.
Le dice Teresa mientras señala a Jordán con la cabeza.
Sam se vuelve y mira como su alfa y su padre intercambian palabras entre risas y como Dilan permanecía con ellos.
La escena es bonita, su padre y su alfa hablando tranquilamente entre ellos mientras su hijo permanece a su lado.
Era algo tan diferente a lo que habían vivido en su antigua manada ...
Un sentimiento incómodo nació dentro de ella, Sam ya sabía que en la manada del alfa Samuel nunca podría haber vivido una escena como esa, pero aun así habría querido que en algún momento su antiguo alfa hubiera sido capaz de estar cerca de Dilan. Así como Jordán lo estaba.
– ¿Vais a pasar todas fiestas con nosotros? – le preguntó un muy emocionado Dilan a su abuelo.
– Ese es el plan muchacho – le confirmo él – estoy deseando conocer a todos tus nuevos amigos – le aseguró Mateo – por cierto campeón, ¿recuerdas nuestra promesa?
– ¿Nuestra promesa? – Dilan inclina la cabeza mientras intenta hacer memoria – ¿qué promesa abuelo? – le pregunta dudoso el pequeño.
– La promesa que hicimos el día en el que os fuisteis ... – le recuerda Mateo – te pedí que cuidaras a tú madre Dilan ¿y bien? ¿lo has hecho?
– Claro que sí abuelo – le asegura – la he cuidado de maravilla.
Mateo sonríe complacido al escuchar a su nieto.
Ahora que Sam y Dilan vivían en otra manada Mateo no podía estar pendiente de los pretendientes de su hija, en su antiguo hogar era sencillo porque todos vivían juntos. Pero ahora que Sam se había ido de la manada la única persona que podía cuidar a su hija era su nieto, siendo sincero, confiaba ciegamente en la intuición del pequeño.
El mejor que nadie sabría cómo proteger a su madre de todos esos degenerados que solo querían a su hija para ...
– Eso es bueno, me alegra saber que cuidas de tú madre pequeño, tenía miedo de que ...
– Además, también tengo la ayuda de todos mis tíos – lo corta Dilan.
– ¿Tus tíos? – en el momento en el que Dilan pronunció la palabra "tios" un tic nervioso empezó en el parpado de Mateo.
– Si, el tío Stefan y el tío William siempre están para ayudar a mamá cuando lo necesita, van a recogerme al colegio cuando ella está muy cansada – admite Dilan – también están el tío Carlos y el tío Mark, ellos me ayudan a escapar de mamá cuando la hago enfada.
Conforme más y más nombres salían por la boca de Dilan más aumentaba el tic de Mateo, y más nervioso se iba poniendo Jordán al ver cómo estaba reaccionando el padre de Sam.
– Pero el que siempre está dispuesto a ayudarla es el alfa Jor...
– Bueno, creo que ya va siendo hora de que me valla – los interrumpió Jordán cuando se dio cuenta de que el siguiente nombre de la lista era el suyo. – Ha sido muy agradable conoceros, espero que lo paséis bien durante vuestra estancia en la manada – dicho esto Jordán se dio la vuelta e intentó emprender una huida rápida, pero la voz de Mateo lo hizo que se parara en seco.
– ¿No pensarás irte verdad hijo? – la voz de Mateo era tan oscura que Jordán instintivamente temió por su vida.
– Em, ¿no? – la respuesta dudosa de Jordán y su evidente nerviosismo fue todo lo que Mateo necesitó para saber que él era alguno de los hombres al que su nieto estaba por mencionar. Antes de que cualquiera de los presentes pudiera decir algo Mateo ya estaba arrastrando a Jordán dentro de la residencia, seguidos por Dilan, el cual no dejaba de sonreír y preguntarse si su abuelo y su alfa ya se habían hecho amigos.
Por su parte Sam y Teresa se miraron e intentaron asimilar lo que acababa de pasar. Al cabo de unos segundos la risa de ambas acabó rompiendo el silencio.
– ¿Algún día cambiará? – le preguntaba Sam entre risas a su madre.
– Para que me preguntas si ya sabes la respuesta – le respondió entre risas Teresa.
Sam solo se encogió de hombros y se acercó al coche de sus padres para sacar las maletas.
– ¿Entonces vais a pasar todas las fiestas con nosotros?
– Esa es la idea – le confirma su madre – tu padre y yo queríamos pasar todas las fiestas con vosotros. Queremos ver como vivís lejos de nosotros y como son las cosas por aquí.
– Las cosas por aquí son muy diferentes de cómo eran por allí – le asegura Sam – y de todas formas os lo he dicho muchas veces, si nos echáis tanto de menos podéis veniros a vivir aquí con nosotros, sabes que a Dilan y a mí nos encantaría teneros aquí con nosotros.
– Lo sé cielo, – le asegura Teresa – te prometo que hay veces en las que me encantaría dejar todo y venirme con vosotros aquí – admite, – pero tú sabes que para tu padre y para mi ese es nuestro hogar.
Sam le sonrió triste a su madre mientras sacaba la última maleta del coche, ella ya había intentado en demasiadas ocasiones convencer a su madre y a su padre para que se fueran a vivir con ellos, daba igual todo lo que ella le dijeran, Sam sabía que para sus padres su único era esa manada.
– Lo sé mamá.
Dicho esto, madre e hija cogieron el equipaje en silencio y se encaminaron a la puerta de la residencia.
– Debo admitir que no esperaba que tú casa fuera tan grande cielo – admitió Teresa mientras cruzaba la puerta.
– No mamá, esta no es mi casa. Esta es la residencia de los centinelas, – le informa – antes era la residencia del alfa, pero se la cedió a los centinelas. Dijo que era mucho más práctico que reunir todos los guardias y centinelas en el mismo lugar, ya que si tuviéramos que ir a buscarlos a las casa de sus padres o de sus parejas no terminaríamos nunca – le explica Sam a su madre.
Teresa permanece callada mientras procesa la información que su hija le dice.
– Además, muchos de los muchachos que viven aquí no tienen una compañera o pareja, así que para ellos es mucho más fácil tratar con sus "amigas".
Teresa se para en mitad de la escalera sonroja y escandaliza por el comentario de su hija.
– ¡SAM! – la reprende en seguida.
– ¿Qué? – Sam se vuelve y la mira con una ceja alzada – no he dicho nada que no sea verdad mamá.
– Lo sé, pero ... pero no deberías de decir esas cosas Sam.
– No empieces mamá, tengo veintiséis años y sé perfectamente lo que me hago – le recuerda – y si te lo estás preguntando, no mama, yo no tengo ningún "amigo" así que estate tranquila – dicho esto Sam sigue subiendo las escaleras sin molestarse en volver a mirar a su madre.
Teresa no añade nada más y se limita a seguir a su hija.
– Papá y tú vais a quedaros en la habitación continua a la nuestra – le informa Sam en el momento que pisan la tercera planta – hable con Carlos y no puso objeción alguna.
– ¿Carlos?
– Perdona mamá, se me olvidó que no lo conoces – reconoce Sam – Carlos es el jefe de los centinelas y por consiguiente, mi jefe – le explica.
– Ah.
En cosa de segundos Sam y Teresa llegan a la puerta de la habitación.
– Dilan y yo limpiamos todo de arriba abajo, así que esperamos que estéis cómodos y que no se nos pasara nada – le dice Sam a su madre mientras abre la puerta.
– Estoy segura de que los dos hicisteis un trabajo estupendo – le aseguró ella.
Sam no dice nada, abre la puerta de la habitación y se hace a un lado para que su madre entre en ella.
Teresa no tardó ni tres segundos en darse cuenta del esfuerzo y la dedicación que habían puesto su hija y su nieto en limpiar y acondicionar la habitación. Estaba todo sumamente ordenado y limpio, no había ni una sola mota de polvo en toda la habitación, de hecho, l habitación no olía absolutamente a nada, tal y como a ella le gustaba. Una habitación limpia sin ningún olor.
– Veo que os habéis esforzado mucho.
– Hemos hecho lo que hemos podido – reconoció Sam – ya sabes que es complicado igualar tú nivel mamá – le dice ella divertida.
– Años y años de práctica cielo.
En el momento en el que todas las maletas estuvieron dentro de la habitación Sam y Teresa bajaron las escaleras y se fueron hacia la cocina. En la cual se respiraba un ambiente un tanto tenso.
– ¿Alguien nos puede explicar qué está pasando aquí? – quiso saber Teresa.
– El abuelo está interrogando a Jordán – les dijo Dilan, el cual estaba sentado en una de las sillas de la cocina con un paquete de galletas abierta y mirando como su abuelo asesinaba con la mirada a un incómodo Jordán.
– ¿Y podrías decirme porqué tú abuelo está haciendo eso? – intervino esta vez Sam, la cual se acercó a su hijo y le acarició dulcemente la cabeza.
– Siendo sincero no lo he entendido muy bien mamá – reconoció el pequeño, el cual había inclinado la cabeza siguiendo la caricia de su madre.
– ¿Y bien papá?
– ... – Mateo no dijo nada, se limitó a mirar a Jordán mientras achicaba sus ojos.
Antes de que este pudiera decir algo su mujer se le acercó y le dio una colleja en el cogote.
– Déjalo ya Mateo, tú hija sabe lo que se hace – le reprendió Teresa.
Mateo no dijo nada, se limitó a gruñir mientras se sobaba la zona golpeada por su mujer.
– No me fio de él.
– Pues deberás de hacerlo, Sam no es ninguna niña, así que ve haciéndote a la idea – le recomendó Teresa.
– No me gusta – reconoció Mateo, el cual se cruzó de brazos y miró hacia otro lado.
Teresa le sonrió a su marido y se acercó a él.
– Sam no es tonta, ella sabe lo que se hace – le aseguró Teresa con una sonrisa, Mateo hizo una mueca mientras le asentía a su mujer.
– Hum, está bien.
– ¿Podrías dejar de hablar de mí como si no estuviera presente? – les pidió Sam.
– Tú mejor cállate – le recomendó Teresa.
Jordán, que hasta el momento había estado nervioso al final acabó riendo por la escena que acaba de vivir.
– Definitivamente me encanta tú familia Sam – le aseguró entre risas.
– ¡Cállate Jordán! – le gritó molesta Sam.
Jordán rio con más ganas ante el tono de su amiga y Teresa y Mateo se dedicaron a mirar a su hija y al joven que tan amablemente los había ayudado.
Después de esto empezaron a preparar la comida, por insistencia de Teresa, Jordán se acabó quedando y ayudó en todo lo que pudo. Al igual que Mateo y Dilan tuvo que rogarle a Sam y a Teresa que le dejara ayudar en la preparación de la comida, pero después de insistir durante un buen rato y hacer un pequeño berrinche consiguió su objetivo.
– Es un buen muchacho – reconoció Teresa.
Sam levantó la mirada y miró lo mismo que estaba mirando su madre, Dilan, Mateo y Jordán estaban enfrascados cortando los vegetales para el sofrito. Mientras Dilan lloraba por culpa de las cebollas, Jordán mojaba un trapo en agua y se lo tendía para que se lo pasara por los ojos.
– Sí que lo es – admitió Sam con una sonrisa.
Teresa miró la sonrisa dulce de su hija antes de hablar.
– Sabes ... tu padre y yo todavía esperamos poder asistir a tú boda – le confesó Teresa.
Ante el comentario de su madre Sam se volvió para mirarla con una ceja alzada.
– ¿Qué insinúas mamá?
– Nada ...
Le aseguro ella con una sonrisa pícara.
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