Al volver a la casa de sus padres, Sam no perdió el tiempo, fue directa a su habitación y empezó a guardarlo todo en las maletas que habían traído para la semana que supuestamente iba a pasar con sus padres. Mientras ella guardaba todo era observada por su hijo.
– ¿Por qué guardas las cosas de nuevo mamá? – le preguntó inocentemente Dilan.
Sam paro sus acciones y suspiró cansada.
¿Cómo le iba a explicar a su hijo que por su culpa debían salir de la manada antes de que acabara el día?
Simplemente no podía.
Sam dejó lo que tenía entre las manos y paso sus manos por su cara.
– Lo siento cariño – se limitó a decirle sin voltearse.
Sam miro el techo de su habitación mientras tomaba aire y se volvió para mirar a su hijo. Dilan la miraba curioso y con la cabeza levemente inclinada hacia un lado, un gesto que llevaba haciendo desde que era pequeño y que siempre le había parecido tremendamente adorable.
– Mamá no reaccionó bien y ahora por mi culpa tenemos que irnos – le dijo, las palabras de Sam hicieron que Dilan abriera mucho los ojos.
– ¿Nos vamos? – la mirada de Dilan dejaba ver lo mucho que le dolía escuchar eso.
– Lo siento cariño – le aseguró ella – mamá tiene la culpa – Sam le sonrió triste mientras luchaba por no llorar.
Ver la desesperación en los ojos de su hijo era demasiado para ella.
– Lo siento – se limitó a decir, cerró los ojos y apartó la mirada. Sam no era capaz de enfrentarse a Dilan en ese momento. Ella mejor que nadie sabía la ilusión que tenía su hijo por ver a su abuelo, y ahora, por su culpa no podían quedarse.
Dilan no quiso escuchar nada más y salió corriendo de la habitación, corrió por la casa hasta encontrar a sus abuelos sentados en el salón, y se tiró sobre Teresa.
Por la forma en la que Sam había entrado en la casa, ambos adultos intuían como había acabo la conversación entre Sam y el alfa Samuel.
– ¡No quiero irme! – gritó Dilan mientras se abrazaba a su abuela – ¡No quiero irme! – volvió a repetir mientras las primeras lagrimas caían – ¡No quiero dejarlos! – lloró con más fuerza.
– Dilan ... – Teresa abrazó a su nieto y le acarició la cabeza.
Ambos abuelos intercambiaron una mirada triste y vieron como su nieto lloraba sobre Teresa. Ninguno de ellos quería que Sam y Dilan se fueran, pero ellos podían intuir como acabarían las cosas si ellos no se iban.
– Cariño – lo llamó Teresa con voz dulce – ni tú abuelo, ni yo queremos que os valláis – le aseguró ella mientras le quitaba algunas de las lágrimas que bajaban por las mejillas del pequeño – pero tienes que hacerlo – le aseguró ella con el mismo tono de voz.
– ¡NO! – le gritó mientras se aferraba con más fuerza a ella – ¡NO QUIERO!
– Dilan ... – esta vez lo intentó su abuelo.
– ¡NO! – volvió a repetir el niño.
Ambos adultos cerraron sus bocas y miraron con pena a su nieto, acaban de reunirse y ya volvían a despedirse ...
– Dilan ... – volvió a intentarlo Mateo.
– ¡HE DICHO QUE NO! – le gritó por primera vez – no quiero irme – le dijo mientras más y más lagrimas caían por sus pequeños ojos – ... no quiero dejarlos ...
Ni Mateo, ni Teresa supo que decir. Dilan nunca les había gritado, el pequeño no era de los que hacía berrinche, siempre había sido un niño muy dócil ... es por eso que ninguno sabía qué hacer, no estaban preparados para esto.
Ninguno de los dos dijo algo, solo miraron a su nieto con ojos tristes mientras los escuchaban llorar.
Mientras tanto, en la segunda planta de la casa Sam terminaba de guardarlo todo mientras escuchaba como su hijo lloraba y como sus padres intentaban hablar con él.
Cuando todo estuvo guardado Sam bajo las escaleras de la casa con las maletas en mano y fue al salón.
Allí se encontró con Dilan aferrado a su madre mientras lloraba, al mismo tiempo su padre y su madre intercambiaban una mirada triste.
– Dilan, despídete de tus abuelos. Nos vamos – el tono firme de Sam no admitía discusión.
Sino la mirabas podrías llegar a pensar que por su tono a ella no le importaba lo que estaba pasando, pero si te tomaban la molestia de mirarla a los ojos podrías ver como ella estaba luchando consigo misma para no derramar las lágrimas que amenazaban por salir en cualquier momento.
– ¡NO! – volvió a gritar el pequeño.
Suspirando Sam fue a fuera de la casa y guardó las cosas en el coche, cuando terminó volvió a la casa y fue directa hacia su hijo.
Lo cogió en brazos y empezó a caminar hacia la salida de la casa.
– ¡HE DICHO QUE NO QUIERO IRME! – le gritaba Dilan mientras se removía entre los brazos de su madre y lloraba – ¡ABUELO! ¡ABUELA! – gritaba desesperado el pequeño mientras alargaba sus brazos en un intento desesperado por llegar a ellos.
Mateo y Teresa miraban la escena mientras gruesas lagrimas caían por sus mejillas, nunca habían visto a Dilan actuando así, tan desesperado, tan dolido.
A ambos les dolía, les dolía ver la situación en la que se encontraban. Sam luchando con su propio hijo que no paraba de gritarle que lo soltara, ¡dios! Dolía como el infierno, pero ... todos sabían que lo que Sam estaba haciendo era lo correcto.
Ni Mateo, ni Teresa se interpusieron en el camino de su hija. Vieron como Sam llegaba al coche, abría la puerta y acomodaba a Dilan en su silla de viaje mientras este le pegaba y le gritaba que lo soltara.
Era tan duro ver eso, tan doloroso ...
Después de mucho esfuerzo Sam consiguió cerrar el cinturón de seguridad de la silla de su hijo, cerró la puerta del coche y se aseguró de echar el seguro, ella sabía que si Dilan conseguía quitarse el cinturón lo primero que haría sería salir del coche. Lo mejor que podía hacer era asegurar el coche.
Con paso firme Sam se acercó a sus padres y los abrazó.
– Lo siento ... – se disculpó mientras las lágrimas que hasta el momento había aguantado empezaban a bajar por sus mejillas – si no hubiera actuado así ... – se lamentó.
– Tranquila cariño – la consolaba Mateo – tú madre y yo entendemos porqué lo hiciste. – Le aseguró él – si nosotros no nos hubiéramos alejado de él esto no habría pasado – le recordó el – la culpa también es nuestra.
Teresa no dijo nada, solo se limitó a abrazar a su hija y a consolarla. Ella era la única que todavía permanecía estable.
– Esto solo nos a echo entender que las cosas nunca cambiaran por aquí – se lamentó Teresa – no pasa nada cariño – le aseguró ella – a partir de ahora seremos nosotros los que vallamos de viaje – le aseguro.
Sam la miró sin entender a lo que se refería su madre.
– Lo que tú madre intenta decirte es que la próxima vez seremos nosotros los que vayamos a visitarlos – le explicó Mateo.
Sam sonrió un poco después de escuchar a sus padres.
– Me encantaría que vinieran a vernos – reconoció – estoy seguro que les encantará la manada de Jordán.
Mateo y Teresa le lanzaron una mirada insinuante a su hija al ver como ella se refería a su nuevo alfa.
– No es lo que piensan – les aseguró ella – él no está muy acostumbrado a las formalidades – les explicó – todos en la manada lo llamamos por su nombre.
– Ya ...
Sam rodó los ojos al escuchar el tono de su madre, no quería ponerse a pelear antes de irse.
– Cariño, confía en nuestra hija – le aconsejó Mateo – si ella dice que no es eso confía en ella.
Teresa asintió no muy confiada, pero no añadió nada más.
– Avísanos si Dilan se pone muy difícil – le pidió Mateo a su hija – iremos a verlos en cuanto las cosas se calmen un poco por aquí – le aseguró él.
Sam asintió triste y abrazó a su madre una última vez antes de soltarla para abrazar a su padre.
– Los quiero – le aseguro – ... siento todo esto – volvió a disculparse.
– No te preocupes – le pidió su padre.
– Somos una familia Sam – le recodó Teresa – nosotros no pensamos que te hayas equivocado – le aseguró Teresa.
– La culpa la tienen los miembros de esta manada, si no juzgaran y se molestaran en conocer a Dilan nada de esto habría pasado ...
Teresa asintió conforme con su marido.
Después de esto ambos padres vieron como Sam volvía a su coche y se metía en este.
Vieron como Dilan se quedó en su sitio resignado todavía con las lágrimas cayendo por sus ojos.
Tuvieron que ver como su hija miraba a su hijo con pena y como les lanzaba una mirada con una sonrisa rota.
Después de esto el coche arrancó y se fue, dejando así una estela de dolor y decepción que tardaría en ser olvidada.
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