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VII

Después de hablar con el alfa Samuel, Sam se sentía mucho más tranquila.

Cuando se despidió de sus padres, Sam ya se había mentalizado de que la discusión con su alfa no iba a ser sencilla, ella se esperaba gritos y recriminaciones, pero no pasó nada de eso.

Samuel demostró desde el principio su enojo, estaba molesto por la forma en la que Sam había actuado. No le gustó que ella se hubiera puesto en contacto con otro alfa para solicitar el ingresar en su manada, estaba molesto, sí, pero a pesar de todo, la comprendía.

Samuel se sentía mal por toda la situación, él mejor que nadie sabía que no había sabido llevar de la mejor manera el asunto de Dilan, sabía que Sam había sido permisiva y que había dado muchas oportunidades, pero a pesar de saber eso no se puso de su lado.

Entendía el punto de vista de Sam, pero el trabajo del alfa era ser imparcial, y él no podía ni debía darle preferencia a una sola persona.

Cuando Sam le dijo que iba a dejar la manada junto con su hijo, Samuel pensó que se trataba de un farol, sabía que después de su última discusión estaba molesta, pero nunca pensó que esa charla seria el detonante de todo.

Por no saber ayudar a Sam con la situación de su hijo, no solo perdía al mejor centinela de la manada y perdía también a un niño maravilloso que nadie había querido conocer.

Para Samuel era imposible entender a Dilan, él no entendía porque el chico seguía intentándolo. Lo habían humillado y maltratado, pero a pesar de ello, el chico seguía intentándolo, no se daba por vencido.

Samuel siempre esperaba que la siguiente vez que Sam fuera hablar no fuera porque su hijo había sido golpeado, él siempre esperaba que la siguiente vez que se presentara fuera para decirle que por fin el pequeño había conseguido hacer su primer amigo, pero eso nunca pasó, y ahora él tenía que decirles adiós a los dos.

Sam todavía no terminaba de creerse lo fácil que había sido todo, no hubo gritos, no hubo discutido, no se había recriminado nada ... ni siquiera tuvo que enfrentarse a su alfa para ganarse el derecho a dejar la manada ... nada.

Era todo tan sencillo ...

La única explicación lógica que Sam sacaba de todo esto era que Samuel se sentía culpable por la situación y que por eso no le puso trabas a la hora de aceptar su marcha.

Y ahora, que por fin había solucionado el tema con Samuel por fin Sam podía respirar.

Ahora solo faltaba dar de baja a Dilan en la escuela y hablar con sus compañeros centinelas para avisarles de que se marchaba de la manada.

Sam no se sentía agobiada por esto, sabía que estos dos temas los solucionaría rápido. El verdadero problema era decirle a Dilan.

Porque si, Sam todavía no le había dicho a su hijo que se iban de la manada.

Sam conoce a su hijo, y sabe que en cuando le diga que se van de la manada, pero que sus abuelos no van con ellos, él se opondrá irse.

Dilan no tiene ni amigos ni conocidos en la manada, y eso, lo saben todos.

El pequeño fue rechazado desde el principio por el simple hecho de ser un gato.

Al no tener amigos, su familia se convirtió en sus amigos. Su abuelo y abuela lo consintieron de todas las maneras posibles, se fueron de aventuras con él, jugaron con él hasta que caía dormido, le contaron una y mil historias e incluso formaron parte de algunas de las travesuras y bromas que le gastaron a Sam en algunas ocasiones.

Es por eso, que para el pequeño Dilan separarse de sus abuelos era algo impensable.

Al contrario que muchos otros cachorros, Dilan se pasaba el día pegado a su familia. Desde que se despertaba hasta que se acostaba estaba con algún miembro de su familia, no había momento del día en el que el pequeño no estuviera con alguno de sus abuelos o con su madre, a excepción de las horas que pasaba en la escuela.

Y era por eso, que el pequeño estaba tan apegado a ellos.

Sam sabía que lo más duro de todo esto no iba a ser hablar con el alfa o ir a hablar con sus compañeros, no, lo más duro y lo más complicado iba a ser convencer a su hijo para que dejaran la manada.

Porque, a pesar de que estar en la manada no le hacía bien, Dilan nunca sería capaz de dejar a sus abuelos atrás, y Sam, sabía eso.

Al llegar a casa Sam se encontró a Dilan ayudando a su abuela en la cocina, y a su padre haciéndole morros a su esposa mientras miraba al pequeño.

Era una escena que ya había visto en múltiples ocasiones, pero a pesar de eso, Sam no pudo evitar entristecerse.

Ya no vería a su hijo y a su madre en la cocina mientras su padre se quejaba porque no le dejaban ayudar, ya no vería a su hijo reír mientras impedía que su abuelo se acercara, ya no vería esa escena.

- Hola mamá – le saluda Dilan efusivo en cuando la vio.

Rápidamente, el pequeño dejo lo que está haciendo en la cocina y corrió a los brazos de su madre.

Sam aprovecha la distancia que la separa de su hijo y se quita algunas lágrimas acumuladas en sus ojos, no quiere preocupar al pequeño.

En cuanto Dilan llega Sam se agacha y lo alza en brazos mientras que él se aferre a ella como un koala. El pequeño entierra su cabecita en el cuello de su madre y aspira su aroma familiar mientras ronronea, demostrando así lo a gusto que se encuentra entre los brazos de su madre.

Mientras el pequeño hacia eso Mateo y Teresa intercambian miradas interrogantes con Sam.

- ¿Todo bien? – le pregunta intranquila su madre.

- Todo bien – le responde ella con una sonrisa.

Mateo y Teresa sueltan un suspiro aliviados, ambos adultos estaban en tensión desde que se despidieron de su hija. Ninguno de los dos sabía cómo iban a acabar las cosas, su hija era de temperamento fuerte al igual que el alfa, y si no hablaba calmada las cosas podían complicarse muy rápido. Pero ahora que sabían que todo se había solucionado se sentían mucho más tranquilos.

- ¿Cómo se ha portado el pequeño? – le pregunta Sam a su hijo mientras le acaricia la espalda.

- Me he portado muy bien mami – le asegura Dilan sacando la cabeza de su cuello.

- ¿A sí?

- Si – le asegura el pequeño.

Sam le sonríe a su hijo, le da un beso en la mejilla y lo baja.

- ¿Qué estabas haciendo hasta antes de que llegara? – le pregunta cuando ve la camiseta de su hijo manchada con lo que parecer ser salsa.

- Ayudaba a la abuela en la cocina – le responde con una sonrisa orgullosa.

- ¿De verdad? – Sam está incrédula, no termina de creerse del todo las palabras de Dilan. Mira a su padre con una ceja alzada y este le asiente derrotado con la cabeza, se le nota molesto por ese hecho. – Papa, te das cuenta de que mi pequeño ha conseguido lo que tú no has conseguido en todos estos años de matrimonio – se burla Sam de su padre.

- Cállate – le responde molesto Mateo. Sam se ríe por el comentario de su hijo y se acerca a su padre para abrazarlo.

- Yo también te quiero papa – le responde entre risas. Mateo no dice nada, pero responde al abrazo de su hija – ¿Y cómo ha conseguido el pequeño que le dejes ayudar mama?

- ... insistió – se defiende Teresa.

- Yo también insistí – le recuerda Mateo, Teresa rueda los ojos al escuchar el comentario de su esposo.

- No voy a tener esta conversación de nuevo Mateo – le asegura ella mientras se da la vuelva – Dilan, ¿vienes para terminar lo que estábamos haciendo? – le pide Teresa con voz dulce.

- Si – el pequeño se separa de su madre y corre hacia su abuela.

Dilan está encantado, es la primera vez que su abuela le permite ayudarle mientras cocina y no piensa desaprovechar la oportunidad.

- Suertudo – se queja Mateo mientras hace pucheros.

Dilan se para a mitad de camino y mira a su abuelo, el cual finge estar enojado, mira a su abuela la cual aparenta estar distraída y luego mira a su madre quien le mira con una ceja alzada.

Se queda un rato parado hasta que se decide, asegurándose de que su abuela no le presta atención coge el bol con la ensalada y se lo da a su abuelo, luego le trae algunas especias y los condimentos.

- Aprovecha que la abuela está distraída – le susurra mientras mira de reojo hacia donde está Teresa, la cual se muerde los labios para no sonreír enternecida por la acción de su nieto.

Todos en la sala tienen que contener la risa, Dilan no se ha dado cuenta de que todos han sido capaces de escuchar el comentario del pequeño. Mateo hace un gran esfuerzo para no reírse, le sonríe a su nieto y empieza a aliñar la ensalada.

Sam mira a su hijo con dulzura, es tan grande, pero al mismo tiempo tan inocente.

Cuando por fin todo está todo listo se sientan a comer, hablan de cualquier cosa y se ríen, es una bonita escena en familia. Pero durante toda la comida Sam se ha dedicado a lanzarle miradas a sus padres, los adultos saben que tienen que hablar con Dilan, pero aún no saben cómo sacar el tema.

- ¿Mamá sabes que existen otras manadas aparte de la nuestra? – le pregunta Dilan con su habitual tono curioso.

- Si cariño, lo sé. ¿Sabes tú cuantas manadas hay? – le pregunta ella de vuelta.

- No ... – le responde triste – pero la profesora dice que hay muchas – los ojos de Dilan reflejan emoción – me gustaría poder visitarlas todas, así a lo mejor podría encontrar a mis verdaderos papas.

Un silencio sepulcral se instala en la sala, pero Dilan no es consciente de ello.

El comentario de Dilan no tenía maldad, pero ha dolido igual.

- Algún día podrás hacerlo cariño – le asegura Teresa a su nieto.

Teresa mira a su hija con ojos triste, ella entiende como debe de estar sintiéndose su hija en este momento.

Sam tiene que hacer un gran esfuerzo para no echarse a llorar, entiende que su hijo quiera saber quiénes son sus verdaderos padres, pero le aterra la idea de que los conozca. ¿Y si sus verdaderos padres no lo quieren? ¿Y si cuando los conozca solo buscan aprovecharse de él?

Después de este comentario Sam sabe que tiene que soltarlo ya, no puede seguir así, si no se lo dice ahora sabe que no lo hará nunca.

- Di-Dilan, cielo ... – a Sam le tiembla la voz mientras llama a su hijo.

- ¿Si mami? – le pregunta con una sonrisa.

- ... veras cielo ... nosotros ... – Sam no sabe cómo abordar el tema, si estuviera hablando con Samuel lo soltaría sin más, pero está hablando con su hijo. Y ese, es el problema. – Dices que quieres conocer otras manadas ¿verdad?

- Si – le asegura.

- Veras ... nosotros – Sam no sabe cómo seguir y acaba mirando a su padre aterrada. No sabe cómo darle la noticia a Dilan.

- Dilan, tú madre tiene algo muy importante que decirte – le dice Mateo.

Esta vez Mateo no va a ayudar a su hija, ella tiene que darle la notica por si sola.

- ¿De qué se trata? – pregunta curioso.

- Veras cielo, nosotros vamos a ... cambiarnos de manada – la voz de Sam tiembla mientras habla, no sabe cuál va a ser la reacción de su hijo y eso le aterra.

- ...

Dilan no dice nada mira a su madre sin entender lo que está pasando, pasea su mirada por sus abuelos y de nuevo mira a su madre.

- ¿Y a cuál nos vamos? – pregunta dudoso.

- A la manada del alfa Jordán – le informa Sam.

- ¿Nos iremos todos? – Dilan ha hecho la única pregunta que Sam no quiere responder, se muerde el labio mientras mira su plato.

- No cielo, solo nos iremos tú y yo.

- ¡NO! – el grito de Dilan hace que Sam pegue un bote en su silla.

Después de escuchar eso Dilan deja sus cubiertos de golpe y salta de la silla, sube las escaleras corriendo y se encierra en su habitación dando un portazo.

Sam se lleva las manos a los ojos mientras las lágrimas caen por sus mejillas.

Se lo ha dicho y ha pasado exactamente lo que se temía.

- Lo has hecho bien Sam – le asegura su madre mientras se acerca hacia ella y la abraza.

- Yo no estoy tan segura de eso – le responde mientras se aferra a ella llorando.

- Lo hashecho bien cielo – la consuela su padre – iré a hablar con el pequeño.

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