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III

A la mañana siguiente Dilan se levanta como cualquier otro día, prepara su mochila con las cosas de clases y bajó las escaleras con paso lento. Todavía le duele la pierna por culpa del golpe que le dio Sofía.

El pequeño se plantea la opción de quedarse en casa, pero sabe que su mamá no le dejará perder un día de clases.

Como puede termina de bajar las escaleras y una vez en la planta baja va directo a la puerta la casa, sin pasar antes por la cocina para coger algo para el almuerzo.

Dilan sabe que sus abuelos están en la casa, pero el pequeño quiere irse antes de que alguno de los dos le vea el rostro. Su mejilla ya no le dolía, pero se puede imaginar cómo debe de estar su mejilla en ese mismo momento, era casi seguro que no iba a ser una vista muy agradable a primera hora de la mañana.

Además, Dilan no quiere preocupar a sus abuelos, sabe que si ellos lo ven se preocuparan. Es por eso que quiere irse de casa antes de que algún miembro de su familia lo vea, pero antes de que pueda llegar a la puerta se encuentra con sus abuelos, esperándolo, plantados delante de la puerta.

– Jovencito, ¿a dónde crees que vas? – le pregunta enojada su abuela Teresa.

– Voy a la escuela – le responde bajito mientras aprieta con sus manos las asas de su mochila. No le gusta que se abuela le hable así, sabe que no le hará nada, pero cuando los adultos le hablan así siempre acaban pasando cosas malas – mamá siempre dice que debo ir a clases – responde con la mirada gacha.

Si mamá supiese las pocas ganas que tengo de ir a clases ... piensa el pequeño.

– Hoy no pequeño – le asegura su abuelo despeinando su cabello – tú madre nos ha dicho que hoy no iras a clases – su abuelo Mateo le sonríe y le tiende la mano, con duda Dilan acaba aceptando la mano de su abuelo. Este le sonríe y tira de él para llevarlo a la mesa donde se encuentra listo el desayuno.

– ¡De verdad! – pregunta mucho más alegre.

– Sí – le asegura Mateo, quien ha tenido que cogerlo para sentarlo en la silla que está justo a su lado – hoy pasaras el día con tú abuela y conmigo – le responde feliz – podemos ir al parque, al lago o al bosque, aunque también podemos ir a la biblioteca para sacar algún libro que te guste, tú decides Dilan.

Mientras su abuelo le dice todas las cosas que podía hacer, su abuela se sentó delante de ellos, y ve como la sonrisa de Dilan no paraba de aumentar.

Si hay algo que el pequeño adore es poder pasar tiempo con sus abuelos y con su mamá.

Entre semana es muy complicado que estén todos juntos, suelen coincidir en la cena, pero después de cenar Dilan siempre se acaba quedando dormido mientras escucha como sus abuelos y su madre hablan entre ellos. Es por eso que le ilusiona tanto tener un día entero con sus abuelos, aunque le hubiera gustado que su mama estuviera con ellos, sabe que eso es imposible, su mamá ahora mismo está trabajando.

– Viejo chocho, primero deja que el niño desayune – le regaña Teresa a su marido – el niño aún no ha desayunado y tú ya estas organizando todo el día – le reprende mientras se sirve un poco de comida en su plato.

– Déjame Teresa, es normal que esté ilusionado, no todas las semanas puedo pasar un día entre semana con nuestro adorado nieto – le responde Mateo con una sonrisa divertida.

– Lo que tú digas abuelo.

– Te recuerdo que tú también eres una abuela – Teresa rueda los ojos sin añadir nada más.

– Dilan, cielo, ¿qué quieres para desayunar? – le pregunta su abuela con voz dulce.

– ¿Puedo tomar galletas? – pregunta avergonzado.

– Claro cielo – Teresa se levanta de su sitio y va a la cocina a sacar de uno de los estantes la caja con las galletas preferidas del pequeño, curiosamente fueron las mismas galletas que ella tomaba cuando estaba embarazada de Sam, las cuales ella odia.

– Gracias abuela – Dilan no espera más tiempo y muerde con ansias la primera galleta. El sabor dulce de esta hace que la sonrisa del pequeño crezca todavía más.

El día de Dilan no podía mejorar más, hoy no tiene que ir a clases, pasa el día con sus abuelos y le dejan desayunar sus galletas preferidas, era un día perfecto.

Los tres desayunan entre risas y se dedican a discutir a donde irían.

Al final acabaron yendo a la biblioteca, ya que Dilan quería estar en un lugar tranquilo sin mucha gente a su alrededor, sin ruidos fuertes que lo asustaran y lo más importante, sin personas que los mirase raro a él y a sus abuelos. El único lugar que cumplía con esas condiciones era la biblioteca, así que se fueron a pasar el resto de la mañana allí.

Y así pasaron toda la mañana, tranquilos, Mateo y Teresa se turnaron para leerle a Dilan en voz baja el libro que él había escogido.

En ningún momento sus abuelos le preguntaron cómo se había hecho el moratón de su mejilla o los rasguños que tenía por los brazos, tampoco le preguntaron el motivo por el que caminaba tan lento, ni porque no apoyaba del toda una de sus piernas. Ambos abuelos lo dejaron estar, cosa que Dilan agradeció. No quería contarles lo que había pasado con sus compañeros de escuela, bastante tenían que pasar sus abuelos soportando los comentarios que la gente soltaba cada vez que los veían pasar.

La hora de la comida se fue acercando y al final el estómago de Mateo acabo sonando por culpa del hambre, esto hizo que él se avergonzara y que Dilan se riera divertido. Debido a esto decidieron que ya era hora de ir volviendo a casa.

Dejaron el libro en el mismo sitio del que lo sacaron y se encaminaron hacia la casa.

Durante el camino vuelta discutieron que cocinarían, Dilan y Mateo querían ayudar a cocinar, pero Teresa se negaba a que su esposo o su nieto pisaran la cocina.

– Pero yo quiero ayudarte abuela – se quejaba Dilan mientras hacía un tierno puchero.

– Cachorro, he dicho no, y no, es no – Dilan infló molesto sus cachetes a la vez que se cruzaba de brazo.

– No es justo – se queja molesto.

– Ríndete cachorro, tú abuela lleva sin dejar que yo pise la cocina desde antes que tú nacieras – le dice su abuelo mientras se ríe.

– Y sabes de sobra porque lo hago – le recuerda Teresa divertida.

– Por última vez, ¡fue un accidente! – le recuerda Mateo exasperado.

– Y yo te vuelvo a repetir que no pienso cometer el mismo error otra vez – le contesta ella entre risas.

– Pero yo quiero ayudar – se sigue quejando Dilan, sus abuelos intercambian una mirada divertidos.

Mateo mira a Dilan y al ver como el pequeño rugaba su ceño mira a su mujer e intenta convencerla con la mirada. Teresa sabe lo que pasa por la cabeza de su esposo, niega levemente y se agacha para quedar a la altura del pequeño.

– Dilan, la mejor ayuda que puedes ofrecerme a mí y a tú mamá es esperar paciente a la comida que nosotras dos vamos a prepararte con mucho, mucho amor – le asegura su abuela.

Teresa sabe que Dilan puede llegar a ser muy cabezota, pero también sabe que él no es un chico irrazonable. Y como era de esperarse el pequeño acaba descruzando los brazos y deja de hacer su adorable puchero.

– No me estas mintiendo, ¿verdad abuela? – le pregunta bajito y mirándole con ojos de cachorrito.

– Claro que no cielo, nunca lo haría – le asegura ella con la misma voz dulce que uso en la mañana.

Después de eso abuela y nieto intercambiaron un tierno abrazo, el cual les saca una sonrisa a ambos, pero su abuelo, sintiéndose apartado de la situación los separa acusando a su adorable nieto de querer quitarle a su compañera.

La situación fue tan absurda que la misma Teresa acabó riéndose de las tonterías de su esposo, mientras que Dilan y su abuelo mantenía un duelo de miradas, el cual acabó perdiendo Dilan porque su abuelo empezó a hacer caras raras, lo que originó la risa del pequeño.

Siguieron así, entre risas y comentarios tontos hasta llegar a la casa, en la que se encontraron a Sam con la comida ya preparada y lista para servir.

Comieron contándose todo lo que habían hecho en el día, Dilan le contaba a su madre lo divertido que había sido su día en compañía de sus abuelos, y sus abuelos se dedicaban a rellenar los huecos en la narración del pequeño. Después de eso Sam aprovecho para contarles como había sido su día como centinela.

Últimamente Sam estaba más ocupada, por lo que se le hacía más difícil estar al pendiente de su hijo, pero, aun así, siempre acaba descubriendo todo lo que le pasaba al pequeño.

De hecho, ella ya tenía fichados a Samuel, Marcos y Sofía, los cuales habían sido los causantes de la última agresión contra el pequeño. Ahora Sam solo esperaba el momento en el que alguno de los niños hiciera algo para ...

– ¿Mamá estarás esta tarde en casa? – le pregunta un muy feliz Dilan.

– Lo siento cielo, pero no voy a poder – le responde su madre triste – ayer me dejaron cambiar mi turno, así que hoy tengo que recuperarlo – la sonrisa de Dilan cae un poco.

Había tenido una bonita mañana con sus abuelas y pensó que podría tener a su madre por la tarde, pero parece que no iba a poder ser así.

– Lo entiendo – responde cabizbajo, sus abuelos intercambian una mirada triste y miran a su hija, la cual tampoco tenía ese brillo alegre que poseía minutos antes.

El ambiente dentro de la habitación de repente se ha vuelto un poco más pesado.

– Te prometo que este fin de semana pasaremos el día en familia – le asegura su madre, Dilan no levanta la cabeza, pero se asegura de asentir.

– Dilan, si quieres puedes pasar la tarde con nosotros – le sugiere su abuelo.

– No te preocupes abuelo, creo que por la tarde iré a escalar árboles – todos acaban asintiendo, saben de sobra que da igual lo que le digan ahora a Dilan. El pequeño quería pasar la tarde con su mama, y da igual lo que digan, no van a conseguir que vuelva a estar con el humor de antes.

– Asegúrate de no ir demasiado lejos – le pide Sam.

– Descuida mamá, no iré muy lejos – le promete.

La comida pasa tranquila y Sam acaba teniendo que irse para relevar a uno de sus compañeros.

Después de que ella se fuera Dilan sube a su habitación y estudia un poco, hoy no había ido a clases y no sabía hasta donde habrían avanzado, pero si no quería retrasarse tenía que ponerse a estudiar.

Mateo y Teresa estuvieron en la casa toda la tarde, resolviendo algunas dudas que el pequeño tenía con los ejercicios y ayudándolo cuando se atascaba con la teoría.

Cuando por fin terminó los ejercicios fue a dejar su libreta en su cuarto y se enfundo una chaqueta antes de salir, había pensado en escalar algunos árboles, pero la pierna seguía doliéndole así que prefirió salir a pasear.

Hacía mucho tiempo que Dilan no salía él solo, siempre que salía de la casa iba acompañado de su mamá o sus abuelos, pero él quería demostrar que él no era un niño pequeño, así que, aunque estaba aterrado se obligó a andar solo por la manada.

Permanecía lo más lejos que podía de la gente, pero a pesar de ello podía escuchar perfectamente alguno de los comentarios que la gente soltaba cuando pasaba cerca.

Al final acabó sentándose en uno de los bancos de la plaza y se dedicó a mirar como jugaban el resto de niños y como algunas familias paseaban por la zona.

Se pasó gran parte de la tarde así, mirando cómo la gente pasaba. Se encontraba tan ensimismado mirando a la gente que no se dio cuenta del grupo de cinco niños que lo vigilaban desde hacía tiempo.

Cuando vieron como Dilan se levantaba del banco se apresuraron a seguirlo, y como Dilan estaba tan distraído no sé dio cuenta de la emboscada que los niños le tenían prepara hasta que se vio acorralado por Sofía y Samuel.

Marcos solo vigilaba que ninguno de los adultos se hubiera dado cuenta de lo que pasaba, aunque daba igual, los niños sabían de sobra que ningún adulto intervendría ni les dirían nada, después de todo, nadie le tenía aprecio al pequeño gato.

– Hola Dilan – lo saluda un sonriente Samuel.

– ¿Nos has echado de menos? – le pregunta el mismo chico que le pisó ayer la pierna.

– Claro que nos ha echado de menos – le responde el otro seguidor de Sofía.

Dilan no es capaz de decir nada, estaba aterrado, sabía lo que se le avecina y sabía que no podía hacer nada para evitarlo.

Si por lo menos hubiera salido con sus abuelos, se dice a sí mismo.

Volvió a pasar lo mismo que ayer durante el descanso, pero esta vez ni Marcos ni Sofía participaron, ambos niños están apartados mientras miraban como los otros tres se dedicaban a golpear al pequeño Dilan.

Las cosas no podían ir a peor, Dilan estaba recostado en el suelo mientras intenta protegerse sin mucho éxito la pierna lastimada, no estaba muy expuesta, pero aun así Samuel consiguió darle en varias ocasiones, lo que le sacó algún que otro grito.

Dilan estaba a nada de perder la conciencia, pero a lo lejos fue capaz de distinguir a Logan, un chico de su clase que nunca le había dirigido la palabra. Logan es uno de los pocos chicos de su escuela que ignoran completamente a Dilan, no lo tratan mal, pero tampoco lo tratan bien. Simplemente no le importa el pequeño gato.

Sus miradas se cruzan y lo único que puede hacer Dilan fue aferrarse a la idea de que Logan podría ayudarlo, le suplica ayuda con la mirada, pero parece que a Logan le daba igual lo que le pasase a Dilan, porque saluda a Marcos y a Sofía como si nada y siguió con su camino.

Después de que Logan se marchase Sofía también fue a pegar a Dilan, lo que hizo que el pequeño acabara inconsciente.

Cuando Dilan consiguió volver en sí se dio cuenta de que ya había anochecido. Como pudo volvió a su casa, como sus abuelos no estaban aprovechó para subir a su cuarto, ducharse y curar sus heridas. Una vez terminó de curarse se fue a su cama y comenzó a llorar.

Se tapa con las mantas, formando una cueva y llora por la impotencia que siente, Dilan sigue sin entender porque siempre lo molestan, él no ha hecho nada malo, es un niño como cualquier otro. Lo único que lo diferencia del resto de los chicos de la manada es que él es un gato, ¿es tan malo ser un gato?

Él no ha hecho nada malo, solo quiere pasar tiempo con su familia y divertirse con otros niños, ¿acaso es él el problema?

Dilan no sabe cuánto tiempo ha estado llorando, pero siente que ha sido mucho, ya ni siquiera hace ruidos mientras solloza, solo siente como sus lágrimas caen y mojan las sábanas.

– Quiero a mi mamá – llora aferrándose a las mantas.

Como si de una invocación se tratase Sam abre la puerta del cuarto de Dilan, le quita las mantas de encima y lo atrae hacia ella.

Dilan vuelve a llorar sobre los brazos de su madre mientras le pregunta porque nadie lo quiere, a lo que ella le responde que eso no es verdad. Que ella y sus abuelos lo quieren mucho y que siempre van a quererlo.

Sam agarra a su hijo en brazos y lo lleva con ella a su habitación, se quita los zapatos y se mete en la cama con su pequeño todavía en brazos, no se molesta en cambiarse, se acuesta en su cama y coloca a su hijo sobre su pecho.

Dilan ha ido tranquilizándose con la presencia de su madre, y mientras él se tranquiliza Sam solo piensa en lo que va a hacer.

Ella ya no puede soportar más el trato que los niños de la manada le están dando a su hijo, les ha dado suficiente tiempo como para que recapaciten, pero los niños no han hecho eso. En su lugar se han dedica a maltratar a su hijo cada vez que lo ven, y si hay algo que Sam no está dispuesta a tolerar, es el maltrato contra su pequeño.

En un principio ella pensó que solo eran cosas de niños, ya que los niños pueden llegar a ser muy crueles cuando alguien es diferente. Ella les ha dado mucho tiempo, pero en lugar de intentar llevarse bien con Dilan, se habían dedicado a herirlo ... estaba harta, habían acabado con su paciencia. Esto no iba a quedarse así, solucionaría el problema, y si no conseguía solucionarlo iría a hablar con el alfa.

Porque ella ya no estaba dispuesta a esperar más, si el problema no se solucionaba, ella misma haría que se solucionase.

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