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Encuentros inesperados

Un gato contra The Primevals

Capítulo 3: Encuentros inesperados

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Llegaron al extremo de un abismo insondable, la pared que unía ambos lados caía en picada y no se veía el fondo.

—¿Esta segura de esto, señorita Deetz? —preguntó Montana.

—Por lo que me dijeron, ambos ingresaron al valle por un acceso pequeño que conectaba con las cavernas y la torre que vimos. Imposible que una criatura tan enorme como el Yeti hubiera salido al mundo exterior por la misma ruta.

—¿Cree que vino cruzando el abismo? —preguntó Siku.

—Miren, en las paredes del abismo veo salientes rocosos, creo que ese peludo los usó como lo haría un escalador —dijo Percy, contestando la pregunta del guía.

—Genial, ya sabemos como lo hacía para ir y venir, pero ¿cómo le hacemos para cruzar?, no creo que podamos hacer lo mismo, la separación entre cada saliente es mucha.

—Se necesitaría todo un equipo para ir por la pared, clavar seguros y una cuerda hasta el otro extremo, podría preguntar a mis amigos en el pueblo, pero no creo que acepten, es muy peligroso.

—No para mí —dijo Percy que, aprovechando las evaluaciones de los dos hombres, se cargó a sus espaldas una mochila con seguros para cuerdas y amarró una alrededor de su cintura, es más, estaba descalzo y se quitó los guantes.

Sin hacer caso a los gritos de los hombres, corrió hasta el borde del abismo y dio un gran salto, era imposible que un humano saltara tan lejos.

No pudieron procesar lo imposible porque Lydia les pidió que aseguraran el otro extremo de la cuerda.

El ropaje invernal de Percy ocultaba su cola y orejas gatunas; usando su fuerza de chico gato, aseguró una ruta en la pared pequeña y la larga que tenían enfrente.

—Oye, ¿estas bien? —preguntó Montana una vez Percy regresó. Tanto él como Siku estaban sorprendidos que las manos y pies de Percy no mostraran rastros de necrosis por estar expuestos al frío.

—Ya podemos pasar. Lydia, mejor te atas a mi espalda y así pasamos juntos.

—No creo que sea conveniente —dijo Siku.

—Descuide, confío en la fuerza de Percy.

Ambos hombres cruzaron miradas dubitativas, pero ante lo que presenciaron, no les quedó más remedio que confiar en sus clientes de inesperadas habilidades.

Una vez a salvo al otro extremo, ubicaron una senda natural usada por cabras y caminaron por ahí hasta dar con el valle. Como se los dijeron, del vergel no quedó nada, todo estaba cubierto de nieve.

—Si lo desea, podemos ir a la aldea que encontramos —dijo Montana.

La chica gótica aceptó y el grupo se encaminó al sitio donde encontraron a los primitivos homínidos.

Al llegar vieron las estructuras habitacionales que estaban varios metros sobre el suelo, apoyadas en gruesas ramas.

—No se ve la gran cosa —dijo Percy—. Creí que habría más casas. —Lydia empezó sacarle fotos a todo lo que veía.

—De todas maneras, me muero de ganas por investigar, subamos.

Encontraron varios utensilios.

Satisfecha su curiosidad, el grupo analizó lo que descubrieron al abrigo de una de las casas.

—No hay mucha arquitectura empleada en estas construcciones, pero lo hicieron bien con lo que contaron —dijo Lydia—. Señor Montana, ¿cree que las erigieron a esta altura por la crecida del rio o para evitar ser presas de animales salvajes?

—Tal vez fue por los Yetis —dijo Percy.

—Creo que fue por los animales. La vez que estuvimos en la arena de los reptilianos, vi que el abominable hombre de las nieves no tenía nada de abominable, era un gigante gentil, obligado a matar por nuestros captores.

—¡Todos, vengan a ver! —gritó Siku desde el exterior.

Bajaron y vieron que el guía señalaba unas huellas.

—Son recientes, parece que varios aldeanos pasaron junto con animales, tal vez ganado. ¿Seguimos el rastro? Pronto va a nevar y desaparecerá. —Todos miraron a Lydia.

—Llegando hasta aquí, sería tonto no hacerlo —dijo y Percy dio un saltito de la emoción.

Tuvieron que ir rápido porque la nieve amenazaba con caer, luego de un tiempo, llegaron a un complejo de cavernas.

—Es cálido como las cavernas de la torre —dijo Siku.

—Pero la presa se destruyó, amigo mío, seguro esta vez el calor viene de una fuente geotermal.

Avanzaron unos cuantos metros y pusieron rostros de sorpresa.

Divisaron un lugar muy amplio cuyo techo estaba a gran altura, la cima no estaba enclaustrada en roca, sino que grandes cúpulas de vidrio dejaban pasar la luz del sol.

—¡Mira, son montón de peludos y grandes peludos! —gritó Percy al referirse tanto a los antropoides como a los Yetis.

—Veo cajas, este debió ser el almacén de esos reptilianos. Menos mal que la vida del valle no se extinguió, aquí hay suficiente calor, luz de sol y agua para el forraje y la vida vegetal, también veo ganado.

—¿Cómo te sientes al respecto? —preguntó Montana a Siku.

—Antes odiaba a los Yetis porque uno mató a mi hermano, pero ahora sé que solo fueron víctimas, no guardo rencor hacia ellos.

Como la otra vez, el chico gato se adelantó y fue donde los habitantes del valle que sobrevivieron a la helada causada por el derrumbe de la presa y el cese del clima artificial venido de las torres alienígenas.

Tanto Rondo como Siku sujetaron con fuerza sus armas, no obstante, los nativos no se mostraron amenazantes, es más, parecían contentos con la llegada del grupo.

—No entiendo lo que dicen, pero se ve que nos dan la bienvenida —dijo Montana.

—Tienes razón, Rondo. Creo que de alguna forma se enteraron que fuimos sus libertadores la vez que nos enfrentamos a los reptilianos.

—Yo sí puedo entenderlos —dijo Percy para asombro de los hombres—. Es como dices, Siku, nos ven como sus salvadores. —El chico gato estrechaba manos de forma efusiva con los antropoides—. Lydia, nuestros amigos me dicen que hay una mujer como nosotros más adelante.

La chica gótica dejó de tomar fotografías y pidió que los condujeran donde la mujer que mencionaron.

Avanzaron por el complejo de cavernas, muchos lugares contaban con las cúpulas de vidrio.

Llegaron a una caverna pequeña, en su entrada estaban frutas depositadas como ofrendas. El grupo decidió entrar.

El interior estaba iluminado con unas antorchas, había una mesa rústica y lo mismo podría decirse de la silla, no obstante, lo asombroso fue la persona que encontraron.

—¡Doctora! —exclamaron Montana y Siku.

La doctora Claire Collier miró al grupo y les brindó su tan característica sonrisa de felicidad.

CONTINUARÁ...

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