Un Final Diferente
"No sabía la razón exacta de las preocupaciones mundanas de mi pueblo, probablemente porque la falsa calma tensa y las sonrisas fingidas de sus habitantes a mi me parecieron reales, pero como escuche alguna vez todo pequeño pueblo tiene una gran maldición."
— Madre — insistí en un tono suplicante con los ojitos de perrito aguado para que me dejara quedarme esta vez.
— Pequeña Roja, mi dulce ángel sabes que debes visitar a tu abuela, ella esta muy sola — paso junto a mi con una tarta que colocó en la pequeña cesta dándome una dulce caricia de consuelo a su paso.
Mis pucheros esta vez eran en vano, no podría convencer a mi madre; siempre sucedía del mismo modo, cada mes yo debía visitar a la abuela con una cesta de manjares preparados por mi madre y hacerle compañía.
— Listo — dijo mi madre paseándose aún por la cocina, luego tomó la pequeña cesta y me la entregó — no olvides llevar tu capa roja, recuerda que es para que los leñadores puedan verte — agregó con una sonrisa.
Corrí de inmediato a tomar mi capa y posarla sobre mis hombros, la capa que me había regalado la abuela hace mucho tiempo ya ahora me llegaba hasta los tobillos, sin duda podía notarse lo mucho que había crecido, ya casi tendría 13 pronto.
— ¡Roja! — oí un grito que me indicaba que debía apresurarme y así lo hice, baje a toda prisa por las escaleras, esta vez con mejor ánimo y predisposición.
Tomé la cesta con una gran sonrisa y besé a mi madre en la mejilla para salir corriendo rumbo al viejo bosque de pinos y robles los cuales se alzaban con todo su verdor, dando la bienvenida a esta humilde intrusa.
Camine un buen rato, jugando con las ramas y observando a los pajarillos en sus nidos sobre los árboles, no tenía mucho de que preocuparme, había recorrido el mismo camino tantas veces que incluso podría llegar a mi destino con los ojos cerrados, solo debía tener cuidado de una sola cosa, de la noche, porque la noche es la morada de grotescas criaturas que solo podrían vivir escondidas bajo el manto de las sombras; realmente no creía en eso, pero no estaba de más ser precavida.
Llegué pronto a la cabaña de mi abuela y abrí la puerta con alegría para que ella pudiera ver lo feliz que estaba de verla otra vez. Por desgracia no recibí una bienvenida cálida como las de siempre.
— ¿Abuela? — pregunte entrando despacio, todo esta perfectamente ordenado como de costumbre.
Una ligera tos que provenía de su habitación me indico a donde debía dirigirme, me acerque a la puerta y muy despacio la abrí hasta poder observarla recostada sobre la cama.
— ¿Abuela, que te pasa? — me acerque a ella muy preocupada, tocándole la frente supe que no se encontraba para nada bien.
— ¡Oh mi niña! — se quejo con pesar acariciando mi mejilla.
— Iré por mamá — me apresuré a salir de la habitación para informarle a mi madre de la situación, pero un fuerte apretón en mi muñeca me obligó a detenerme.
— Espera pequeña — dijo algo asustada — ya es tarde, no puedes regresar — continuó cuando voltee hacía ella.
— Pero, abuela... — refuté de inmediato.
— No te preocupes mi niña, mañana estaré mejor — me interrumpió con una leve sonrisa dibujada en su rostro para calmar mi preocupación, no tenía opción así que solo asentí resignada.
Sabía muy bien que la noche llegaría pronto y el frio se haría aun más intenso, así que decidí prender la chimenea y preparar una rica sopa caliente para cuidar como se debe a mi amada abuela.
No tarde mucho y poco a poco el sol se fue escondiendo, haciendo que la luz de la chimenea iluminara el lugar con sus tintineante flamas, tome un plato y serví la sopa que contrastaba con el helado clima de la región, presurosa la lleve ante mi abuela cuidando de sobremanera en no quedar chamuscada por los vapores que salían de ella.
— Abuela — susurre bajito para llamar su atención.
Un poco fastidiada volteo y al verme con la sopa en las manos procedió a sentarse para degustar el manjar preparado por mis manos, creo que exagero pero esperaba que al menos la sopa le ayudara con el malestar.
No dijimos mucho durante la peculiar cena, una vez acabo, mi abuela cayo rendida nuevamente sobre la almohada y quedó profundamente dormida, yo también decidí dejarme llevar por los brazos de Morfeo, después de todo la vajilla no se iría a ningún lado y podría lavarla mañana.
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Narrador Omnisciente
Sus ojos se abrieron llenos de furia e ira, dando paso a su locura, corrió en cuatro patas por todo el lugar oliendo a cada paso la carne fresca de su víctima que la llamaba, destrozó todo a su paso y en medio del bosque nadie pudo oír los quejidos de la anciana, los desesperados gritos de auxilio que resonaban a través de los árboles muy lejos de la civilización.
Pero su hambre no estaba saciada, necesitaba más, más carne y sangre para saciar su hambre, salió derribando la ventana y ni los vidrios que se pegaron a su piel le hicieron sentir ningún tipo de dolor, solo quería encontrar a su siguiente víctima, se apresuro a olfatear al siguiente y el olor le guio por en medio de los arbustos hasta llegar a la casa de un leñador que afilaba su hacha afuera cerca de una fogata.
Se acercó sigilosamente por detrás y con un enorme zarpazo derribó a su víctima para luego devorarlo en menos de un minuto, el pobre ni siquiera pudo usar el hacha para defenderse, solo sus gritos ahogados por la muerte se oyeron en el pueblo, ellos estaban familiarizados con aquello, sabían que la bestia que los atormentaba estaba cerca y que era hora de esconderse.
Corrieron a esconderse mientras la bestia se acercaba aún hambrienta, camino por entre las calles desoladas buscando una nueva víctima mientras la luna llena iluminaba de plateado su camino en busca de su nueva presa, pero no logró devorar nada esta vez; el reloj corría y la temible bestia olio la pólvora cerca, aquel olor le era familiar y sabía que nada bueno les esperaba si se quedaba, nuevamente comenzó a correr y se internó en el bosque huyendo de sus verdugos sin haber saciado su hambre por completo, perdiéndose a plena vista de los hombres que planeaban dispararle.
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Los finos rayos del sol y su calor me indicaron que el nuevo día había llegado, desperté más cansada de lo normal, supongo que a veces los sueños son agotadores y algo adolorida también supuse que por la dura cama que me proporcionaba la abuela.
Me estiré un poco antes de abrir los ojos por completo, logré divisar un montón de manchas rojas que me rodeaban por todas partes, observé mi lastimado cuerpo con varias heridas abiertas de las cuales aún brotaba la sangre y pedazos de mi camisón estaban esparcidas por el piso cayendo en cuenta de que estaba completamente desnuda.
No tenia ni la más mínima idea de que sucedía, el dolor se hacía cada vez más intenso en las zonas de mis heridas y por más que intentaba buscar dentro de mi cabeza algo que me indicará lo que había sucedido, no había más que un vacío en el cuál ninguna explicación lógica encajaba.
Tomé algunas prendas con las que había llegado el día anterior y me las puse con dificultad, algunos pequeños pedazos rojos cayeron de una herida abierta, no logre descifrar lo que era y tampoco me interesaba mucho, solo cuando estuve tapada decentemente corrí a encontrar a mi abuela.
Ella no estaba, su cama tenía una enorme mancha roja chorreante que se desparramaba por toda la cama destendida, la ventana rota dejaba pasar el aire contra mi cara, mis ojos comenzaron a lagrimear al ver aquella escena y me salí corriendo con rumbo a casa sim importarme nada más, corrí tan rápido como pude con las lágrimas aún atragantadas en mi garganta.
Tan pronto llegue a casa, mis padres se asustaron, las ropas que traía se había impregnado también con la sangre de mis heridas, les conté todo tan a prisa que sentí que el aire me faltaba y luego me eche a llorar desconsoladamente en los brazos de mi madre.
— Tranquila — intentaba calmarme mi madre acariciando mi cabeza.
Sentí a mi padre acariciándome la espalda y luego esta sensación desapareció con el sonido de la puerta por la que había entrado cerrándose, supuse que se dirigía a casa de mi abuela para confirmar lo que había dicho.
Mi madre espero pacientemente a que me calmara y sin hacer una sola pregunta me dirigió a mi habitación, como si de una muñeca se tratara, ella me curó, me bañó y me vistió manejándome de un lado a otro como si el shock me hubiera paralizado por completo, no podía hablar ni siquiera moverme por mi cuenta y el dolor de mis heridas no era nada comparado con el dolor que pesaba sobre mi corazón en ese instante. Mi madre me dejo "descansar" cerrando las cortinas y arropándome en mi cama, pero como podría cerrar los ojos nuevamente.
Por más que me esforzaba, ningún recuerdo llegaba a mi memoria, pero muy en el fondo de todas las emociones que estaban revueltas dentro de mi, había una en especial que me carcomía, y esa era la culpa; de alguna manera siempre supe que yo era diferente, siempre que yo estaba lejos, algo malo pasaba, alguien moría y ahora estaba más que segura que eso tenía que ver conmigo.
No pude soportarlo más, siempre pensé que mis padres trataban de protegerme de algo malo, pero creo que más bien trataban de protegerme de mi misma y eso ya no podía soportarlo, tomé una mochila y puse varias prendas en ella, espere a que oscureciera y que la calma reinara para escabullirme sin llamar la atención.
Desde ahora yo decidiría mi destino, elegiría a donde quería ir y de quien sería el verdugo, sabía muy bien que estaba condenada por mis acciones, tal vez para toda la eternidad, pero no dejaría que nadie cargara conmigo, me alejaría para siempre de los que amaba para no lastimarlos nunca más y viviría en medio de las sombras que ahora serian mi nuevo hogar...
FIN
Posdata: Retelling del cuento de Caperucita Roja.
Espero te gustara y que puedas apoyarme con algún comentario o voto 😁.
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