Welcome to New York.
Cassandra...
Todas las mañanas son iguales aquí, en Nueva York, o quizás sean solo las mías. La monótona rutina se repite cada día, como una constante agridulce de mi aburrida vida. Los despertares nunca han sido lo mío, no necesito recalcar el rostro somnoliento y deshecho que siempre acompaña mis mañanas, ese que se refleja en el espejo del baño. Con los frascos de cremas hidratantes y mascarillas capilares devolviéndome la mirada a punto de caducar, sin ser utilizadas. En mi caso, no soy amante de los cosméticos en sí, todo lo contrario a mi madre, que sigue al pie de la letra la tradición de regalarme en cualquier ocasión algún producto de estos. Quizás para despertar en mí la manía de usarlos. Recuerdo la primera paleta de maquillaje que recibí de su parte a los quince años; Natalia la terminó en cuatro citas y seis fiestas para ser exactos. A mis dieciocho, solo he usado rubor y un poco de bálsamo labial. Créanme, lo más incómodo del mundo es comer con labial puesto, me dan arcadas solo de pensar en el sabor de algo salado con el insípido de esos pintalabios permanentes.
Regresando a la realidad, no soy para nada fan de las mañanas, como ya decía. Es exactamente como si volvieras de otro universo y tardaras unos cinco segundos en recordar todo lo ocurrido el día anterior. Lo digo en serio, al levantarme tengo un humor de perros y puedo pagarlo con cualquiera; incluso con la almohada si es necesario. Normalmente para mí, comenzar la mañana con buen pie es yendo a mi cafetería favorita en todo el mundo: "Esspresso's". Luego, pedir un moca con extra de canela y dos cucharadas de vainilla; y no exagero cuando digo que es el mejor. Queda a unas tres calles de casa, no es el típico establecimiento elegante, pero nada más traspasar la entrada se respira el aroma a caramelo y sientes que vibras en un cosmo azucarado. Con suelos de galletas y alfombras de malvaviscos. Cuenta con unas seis mesas interiores, inmobiliario vintage y la paleta de tono predominantes son cálidos y acogedores. Lamparillas tenues, sin exagerar. Empapelado marrón en las paredes, con algún que otro tulipán blanquecino en los rincones. Aunque lo mejor del local sin dudas es Vivian, la dependienta, una chica super alegre.
Suelo ir sola la mayoría de las veces al instituto, acompañada de un buen moca y buena música, además. Mi madre dice que es peligroso andar por ahí con los cascos, pero nunca me ha ocurrido nada.
El instituto es muy normal como cualquier otro, diferenciado solo por las personas que estudian en él. Ya sabéis, los populares y los floreros de adorno. La chica perfecta sale con el quaterback del equipo de fútbol y son la pareja perfecta. Las estúpidas se burlan de los defectos de las inseguras y lo más tópico de todo esto: el villano recapacita y ayuda a los demás a encontrar su propósito en la vida, menudo cliché. Pero no nos alejamos mucho de la realidad, queridos. Paola, es el prototipo de tocapelotas personal. Una rubia con demasiado oxígeno metido en el cerebro que le impide pensar con racionalidad, que alardea de su cutis perfecto y su manicura impecable. Se caracteriza por ser un grano en el culo, y expulsar por su ignorante boca, comentarios venenosos. Claramente, no se encuentra sola, sus dos títeres encarceladas caminan junto a ella por los atestados pasillos como si de unas calles del parque se trataran. Bryton, es el estudiante con mayor poder económico de todo el instituto; todos comentan que puede permanecer en una relación oculta con Paola. Pobrecito.
Creo que os podréis imaginar en que grupo me incluyo. Si creyeron que era una de las acaudaladas y afortunadas, pues no. Lamento informarles que estoy entre el florero y la aburrida de la clase, no sé cuál de los dos es peor, la verdad. Me gusta mantenerme en perfil bajo, soy muy buena académicamente; pero en lo que se dice vida social, convivo con el Titanic—nótese el sarcasmo—. Mi grupo de amigos se resume en mi mejor amiga, Natalia y mi mejor amigo Matteo. Natalia estudia conmigo en el insti, así pues, noz vemos muy seguido. Ella está ahí para mí en todo: crisis existenciales, bajones, locuras (cabe destacar que muy pocas), cumpleaños...en fin. Sin ella, imposible sobrevivir. Matteo cursa la universidad, y desde hace un tiempo no hemos mantenido el contacto constante. Es algo así como un superhéroe al rescate cuando estamos en problemas—gracias a Natalia—. Matt es el mejor salvando nuestros hermosos culos.
¿De dónde surgió ese repentino ataque de autoestima?
Ahora no empieces, no interrumpas mi monólogo.
¿No vas a presentarme?
Oh, casi se me olvida, será porque no eres importante, estorbo.
Ingrata.
Mapache pulgoso. Cállate.
Ya es mi último año de instituto, siete años observando el ordinario salón color azul cerúleo, los pasillos de lozas blancas y los rostros de mis adorados compañeros. ¿A qué es perfecto? Hoy—y todos los días literalmente—la clase de literatura resulta una nana para dormir, ni el moca puede mantenerme despierta con este muermo. Me encanta la literatura, en serio. Pero el profesor Spencer es un muerto viviente. En todos los aspectos, incluso hasta en su elección de ropa. ¿Conocen a esos que siempre visten con chalecos de cuadros impecables, corbatas, anteojos con cristales embotellados y maletines de cuero escabroso? Pues, la copia original de mi profesor. Añadiendo su gran motivación por hablar, lo adora. No tengo ni la menor idea de cuantos litros de agua toma al llegar a casa...¿Quien querrá aguantar a un señor tan cotorra toda su vida? Escuché unos rumores de que planea retirarse pronto, por mi parte puedo hacerlo ya. Le enviaremos una caja de bombones y unas flores por su ardua labor.
He aquí mi salvación, el timbre del recreo. Recojo mis cosas como un ave libre y me dirijo hacia la cafetería para encontrarme con Natalia. Lamentablemente no coincidimos mucho en las clases, y este momento es como un respiro. Me coloco los auriculares y tomo asiento con mi bandeja en una mesa apartada; la más apartada que puedo encontrar. Después de todo no llamo mucho la atención, de hecho no la llamo. Supongo que desprendo alegría por los poros, aquí abundan chicas con pelos de colores y mentes rosas, literal y figuradamente.
Un chico de cabello rubio y sudadera gris se interpone en mi campo de visión, a unos pasos de la mesa. Capto sus movimientos y su boca moverse, articulando palabras que no comprendo por la música resonando mis tímpanos. Decido quitármelos y preguntar que quiere.
—Hola ¿Se te ha perdido algo? —pregunto estoica.
Rara vez alguien que no sea mi mejor amiga me habla, suelo ser invisible. Ah, y la idiota de Paola para insultarme. Fuera de ahí, nadie más. Aunque conozco a todos aquí y puedo asegurar que él, es nuevo. Clavo mis ojos en los suyos con cierta incomodidad:
— ¿Podría sentarme? —señala la silla a mi lado.
Lo observo dubitativa, antes de negar con la cabeza.
—Está ocupada.
Enarca un ceja:
—Perdona, pero no hay nadie ocupando el puesto. —refuta férreo.
Le dedico una mirada gélida, notando como la irritación va naciendo dentro de mí. Joder, ¿es qué no puede marcharse y buscar otro lugar? Si pensaba hacer amigos, ha elegido a la persona equivocada.
—Está. Ocupado. ¿Podrías irte y dejarme comer? —inquiero despectiva.
—Estás siendo grosera.
Oh, no podré dormir de la culpa que me carcome.
—Y tú un impertinente. —suelto intolerante.
Antes de que pueda abrir la boca, un voz chillona y demasiado familiar para mí, lo interrumpe.
— ¡Cass!
La voz de Natalia reverbera en el espacio, haciendo que me gire hacia ella. Camina con expresión alegre y agitada, como si hubiera corrido una maratón. Sus pómulos rojos por la falta de oxígeno.
—...llevo medio rato buscándote ¿Que haces? —pregunta ya frente a mí, con una sonrisa radiante. En cuanto nota el chico a mi lado, esta decae. Comeinza a recorrerlo con la mirada como un depredador a su presa, nada discreta. Noto al chico encogerse en su lugar con cierta vergüenza—. Y...¿Quien eres? —lo señala con un dedo, mirándome al mismo tiempo.
—Nadie importante. —articula molesto. Antes de dedicarnos un vistazo a ambas y desparecer en la cafetería.
Me quedo con mi amiga, que al parecer esta situación le resulta muy divertida. Se sienta a mi lado y se mantiene en silencio, pero puedo notar una sonrisilla bajo la línea de sus labios.
— ¿Qué? —insinúo con disciplencia.
—Está cañón. —se limita a responder, con disfrute.
Ay, no.
—No empieces, por favor. —le suplico con agonía.
—Vale, está bien. Por cierto, en la noche hay una fiesta en casa de Paola. En la tarde paso a escoger el conjunto contigo ¿Ok? —No entiendo por qué pregunta, siempre me termina arrastrando con ella. Aunque intente evitarlo por todos los medios posibles.
—Una fiesta en casa de esa, el mejor plan del mundo. —contesto con aversión.
Ella se limita a colocar una pajita en su caja de néctar como si conociera este tipo de conversaciones y esté cansada de que siempre proteste; y al final acabe yendo.
—Cassandra...—Me observa con expresión de reproche. ¡La que debe estar reprochando algo soy yo a ella! Vaya cambio de papeles—...no quiero ir sola y además, tienen que empezar a llevarse bien de una vez. Ella y yo nos hablamos, tendrán que coincidir en algún momento.
Ese es el problema, que tengo que recordar que ellas se hablan y <<tendremos que coincidir en algún momento>>, en contra de mi voluntad.
—No sabes cuanto deseo que no sea así...Iré. —se le iluminan los ojos al instante—. Pero con una condición. —deja reposar su néctar en la mesa antes de hablar:
—Admito que me da miedo lo que puedas decir.
—Te recuerdo, querida amiga, que la de las locuras aquí, eres tú. —la señalo con una sonrisa—. Pero creo que no te va a gustar de todas formas.
Suceden unos segundos en los que mi acompañante me observa con cara de querer estrangularme como siga con este dramatismo. Hasta que respondo:
—Yo elijo mi ropa.
Se le contrae el gesto en uno muy gracioso, cualquiera pensaría que le he propuesto besar a un sapo.
— ¿No puede ser otra cosa, por favor? —me suplica con las manos unidas. Es cierto que tiene muy buen estilo. Pero desgraciadamente, tenemos preferencias distintas en cuanto a la forma de vestirnos cada una.
Niego con la cabeza ante su súplica fallida.
—Cassie querida, pagarás por esto. —me señala con un dedo y noto cierto rencor en su voz.
Me echo a reír a carcajadas, mientras ella hace un ademán de lanzarme su hamburguesa.
***
En la tarde le envié un mensaje a mi amiga recordándole que me esperara en la fiesta. Ya iría yo sola, como podrán imaginar, se puso a freír espárragos. Soy muy previsible y estaba segura de que tardaría unos mil años en arreglarse, pero estaría genial. Supongo que todos tenemos nuestras virtudes, yo por ejemplo, puedo hacer muchas cosas a la vez.
Me encuentro en una de esas situaciones, mientras intento maquillarme un poco (nada exagerado), aguanto a mi vida social gritando al otro lado de la línea sobre el taxista. Según ella un imbécil que le cobró más de la cuenta. A todos nos pasa, pero es que lo de "drama queen" lo lleva en la sangre.
—Deberías haberlo visto, menudo idiota. A ver como se toma que le dé cero estrellas en las opiniones.
—Natalia, por favor no exageres. — intentando mediar por el pobre hombre que de seguro tuvo un mal día. Necesito que deje de vociferar contra la línea, requiero de concentración para delinear mis ojos ligeramente.
— ¿¡QUÉ NO EXAGERE!? —chilla y yo tengo que apartar el móvil de mi oreja para no quedarme sorda—. Me ha gastado la mitad de la cartera.
—Natalia, siento tener que colgar per...
Ella mismo termina la llamada, genial. Se ha enfadado por unos malditos seis dólares.
Termino de arreglarme como puedo, en mi tiempo en casa voy a dedicarme a mirar en Amazon y comprar maquillaje para Natalia. Siempre toma el mío, que es bastante miserable, la verdad. Voy a por el abrigo en mi escritorio, normalmente no hace mucho frío pero prefiero no tener los brazos congelados por este top sinceramente. Envío un mensaje a mamá para decirle que no voy a estar en casa y que no espere hasta muy tarde. Aunque sé que no me hará caso, prefiere esperarme dormida en el sofá y con la tele encendida.
El viaje en taxi se me hace demasiado corto. Sin embargo, para poder entrar directamente a la casa, transcurre un tiempo ridículamente largo. Tantas verjas no evitarán que "la mansión" esté ubicada en el condado que Paola tanto aborrece. Después de todo estoy frente a esta, que sigue como antes. Dos pisos, escaleras de mármol, lámparas por todas partes, colores fríos, arquitectura extravagante...En fin, su maldito castillo. Me encamino hacia el jardín, allí se celebra la fiesta.
Siento que esta fiesta acabará muy mal.
¿Tú qué dices ahora?
La pura verdad.
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