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marjorie.

Cassandra...

Hay momentos en nuestra vida, que de una forma u otra quedan enfrascados en las disímiles maquinarias de tu cerebro como un punto de no retorno. Que crean inmensas barreras y es imposible continuar como normalmente hacías. Palabras que hacen que te preguntes si estuviste viviendo una mentira, o es simplemente el puto destino que se encarga de joderlo todo.

Una pequeña parte de mí, no quiere creer esa frase irracional. Sin embargo, una mucho más extensa, piensa que...puede que sea cierto. Aún así, me niego a imaginar eso, a pensar en todo lo que pueden llegar a desencadenar esas palabras. En que, si continúo alargando mis pensamientos, la respuesta sea mucho más aterradora.

He adoptado mi mejor cara de póker, a pesar de que en mi cabeza se está llevando a cabo una tempestad abrumadora. Mis sentidos aparentemente no han asimilado lo que Lucas acaba de pronunciar. Intento pensar con todas mis fuerzas que se trata de una broma de mal gusto, pero no sé por qué veo esa oportunidad tan inalcanzable.

El rostro de Lucas se encuentra aún más nervioso, todos sus tendones se muestran notablemente contraídos. Quizás espera que monte un espectáculo, o que me levante de la silla con los humos subidos y obvie la importante conversación que debemos tener. Nada de eso sucede, me mantengo apasible. Esperando alguna señal de que está jugando conmigo. Me voy desinflando cada vez más al ver que eso no ocurre.

— ¿Cassandra...? —su voz sale cortada, y puedo agregar que también cautelosa. Sigo todos sus movimientos, incluso cuando traga por su garganta y el gran nudo desaparece. Él mío está enfrascado, impidiendo que pronuncie alguna palabra.

Al notar que no tengo intenciones de hablar, su desesperación aumenta.

—Cassandra, por favor. Dime algo. —expresa frustrado.

Me permito darle vida a mis cuerdas vocales. Seguir así es apabullante.

— ¿Qué quieres que diga? —mi tono escapa moderado. Estoy intentando mantener la calma, sin exaltarme.

—Lo que sea, pero solo habla. Este silencio es acojonante.

—Dime para qué me trajiste aquí. No juegues conmigo, deja las tonterías. —contesto amargamente.

Algo en su expresión exclama compasión, como si entendiera mi ignorancia. Y eso me aterra, demasiado.

—Cassandra...—comienza con un matiz cálido en su voz—no estoy bromeando. Es cierto. Soy tu hermano.

En alguna parte, en el fondo de mi cabeza escucho las risas clásicas de serie de humor. El jodido karma de ríe de mí. Aunque haya vuelto a pronunciar las mismas palabras del inicio, sigo sin entenderlas del todo. Mi sistema ha quedado bloqueado, una verja de negación se ha instalado en mi interior.

Llevo mis dedos hacia el puente de mi nariz.

—Lucas...

—Cassandra, nuestro padre no murió. —afirma seguro de sí.

El celestial cuchicheo de los secretos ocultos danza en mi mente. Es imposible que diga algo así. Mi padre está muerto, murió cuando apenas había nacido. No conservo recuerdos de él, mamá tampoco se encargó de hacerlos volver. Fue muy repentino, un día estaba y al otro ya no.

—No sabes de lo que hablas. —respondo esbozando una sonrisa, al borde de perder la paciencia.

Lucas niega:

—Claro que lo sé. Papá está vivo, en Filadelfia. Tiene otra hija, además de nosotros dos. Vine aquí a buscarte a ti, a conocerte. Quería conocer a mi hermana. Es inútil que te aferres a lo que tu madre te contó, es mentira.

«Es mentira».

«Es mentira».

El terror me carcome el alma entera. Era difícil creer lo que escapaba de su boca, lo que mencionaba con tanta seguridad. Simplemente mi mente no localiza como mi madre pudo llegar a mentir de ese modo, a mantenerme en una densa burbuja durante tanto tiempo. Era de locos, prácticamente impensable.

Los engranajes continuaban trabajando. El sendero por el cual me adentraba no era nada beneficioso. Habían lagunas que lo llenaban todo de niebla, me impedían recordar nada. Desde poco más de nacer, mi padre no formaba parte de mi vida. Quizás llegué a sentir su ausencia algún día, quizás de pequeña tuve curiosidad por saber más de él. Sin embargo, esos deseos fueron desapareciendo. Puede que deba sentirme mal por ello, nunca lo conocí, pero es mi padre al fin y al cabo. Mas, no podía tener sentimientos hacia alguien que nunca formó parte de mí, del que ni siquiera mencionaban en casa. Era un fantasma que se había esfumado hacía mucho tiempo.

Ahora recibir esta noticia, era demoledor. Pensar que ese hombre nunca había muerto, que está en algún lugar, con otra familia. Simplemente no podía asimilarlo. No cabía en mi interior que fuera cierto, que todo lo que alguna vez llegué a pensar sobre mi padre, era un gran mentira.

—No...No es cierto.

Comienzo a frotarme las manos mientras el chico se limita a tomar su teléfono y teclear rápidamente. Mi rostro ha perdido el color, y mis piernas tiemblan deliberadamente.

De repente, ante mis ojos se enfrasca una imagen muy feliz y colorida. Una niña de cabello platino sonríe hacia un divertido Lucas con tierna mirada. Él la tiene entre sus brazos, sus expresiones son tan contentas que escucho las carcajadas que simulan en la fotografía.

—Ella es Rose. Nuestra hermana. —dice.

Descoloco mi semblante y trago saliva, aún así no consigo que baje el terrible amarre que se ha formado en mi  garganta.

Rose. Hermana.

Es demasiada información. No. No. No puede ser posible. No puedo creer todos los hechos que rodean mi vida, y no tenía ni puta idea. He estado viviendo mi día a día sin conocer nada de mí, no sé quién soy. No puedo confiar en nadie, en absolutamente nadie. Todos me ocultan cosas y termino sabiendo en el último momento. No puedo estar más decepcionada de todos a mi alrededor, no sé si despertaré mañana y no seré Cassandra. Tengo miedo de que todo lo que he vivido, sea una jodida mentira. Que sea un reflejo, que nada es real. Es la certeza de estar viviendo algo equivocado, de permanecer con una máscara en el rostro. Estoy perdida, y rodeada de cientos de mentirosos.

—Este es papá. —comenta Lucas señalando a un hombre esbelto en su teléfono. No enfoco bien la foto, mi vista se va nublando poco a poco. Olvido todo a mi alrededor, mientras que un silbido agobiante ataca mis tímpanos.

La voz del chico se hace lejana, las ganas de vomitar son lo único que puedo notar. Tengo ganas de soltarlo todo, tanto estrés me está matando. Toda está confesión ha revolcado mi mundo, ya no quiero pensar. Solo soltar.

Repentinamente, me levanto de la silla y corro desesperadamente al baño. Sin importar las miradas curiosas que todos depositan en mí, huyo. Automáticamente, nada más abrir la puerta del cubículo, mis pies me guían hacía un váter y lo hecho todo. El vómito sale incontrolable y mi piel se cubre por una fina pátina de gélido sudor. Mis manos se aferran a los bordes del inodoro, con fuerza. La rodillas se clavan en el suelo, mientras sigo expulsando por mi boca toda mi ansiedad.

Al terminar, paso el dorso de mi mano por las comisuras de mis labios y recuesto mi espalda en las frías lozas de la pared. La temperatura traspasa la delicada tela de mi blusa menta, y me permito relajar los músculos. Me limpio un poco las gotas de sudor en mi frente, al mismo tiempo que mi respiración sale entrecortada. En lentos niveles. Cierro los ojos para ahuyentar las tontas ganas de llorar. Todo me da vueltas, no puedo evitar los punzantes deseos de dejar que las lágrimas bajen por mis mejillas. La situación es más compleja de lo que se puede llegar a razonar, todo ha escapado de sus límites.

Esto no es una simple pelea con mamá, es un camino en mi vida que nunca experimenté, que nadie me permitió visitar. Que debido a mi desconocimiento, no me permití indagar más.

Después de un largo tiempo en el suelo, decido levantarme con mucho pesar. No tengo idea de si mi acompañante decidió irse, poco me importa. No me apetece pedirle explicaciones, la única persona a la que debo hacerle preguntas es a mi madre. Sus respuestas podrían destrozarme o aliviarme.

Camino hacia el lavabo y abro el grifo para hacer desaparecer la horrible sensación que ha dejado el vómito en mi boca. Me echo un par de vistazos en el espejo, luego de enjuagar mi rostro. El agua cálida me reconforta los sentidos, es como una deliciosa medicina. Sin embargo, dura poco.

Mis pasos son relajados, pero toda yo me encuentro abrumada. Sigo el camino hacia la mesa, suplicando silenciosamente que Lucas se haya ido. No estoy preparada para hablar más sobre este asunto, aunque sea lo que más necesito. Puede que sea una cobarde, lo admito. Además, tengo turno en la tienda, no puedo ausentarme. No sé cómo podré trabajar con tantas cosas en mi cabeza, intentaré todo lo que pueda.

Mientras avanzo cada ves más, mi ceño se frunce al mismo tiempo. Una silueta perfectamente conocida, se interpone delante de mis narices impidiendo que pueda ver más allá de ella. Se encuentra frente al chico de los rizos, gesticulando exageradamente al igual que él.

—...pero eso no te limita a follarte a Paola cuando te vienen las ganas. —espeta Natalia en un tono ácido.

Es lo único que escucho antes de pararme a su lado. Inmediatamente nota mi presencia y detiene sus reclamos. Mi supuesto hermano se mantiene con expresión obstinada, pellizcándose la nariz reiteradas veces.

— ¿Qué haces aquí? —pregunto confundida a mi mejor amiga. Creí que le había dicho que no viniera.

Ella suspira antes de dedicarme una mirada neutral.

—Tenía que hablar con él. Es importante. —hace un gesto hacia su estómago indicando el motivo.

Su embarazo, cierto. Joder.

Me había olvidado de eso. Entonces significa que...ese niño es mi sobrino. Si realmente Lucas resultara ser mi verdadero hermano, yo sería la tía del hijo que espera Natalia. Mierda, todo está estrechamente conectado.

Observo a mi amiga, quisiera contarle todo lo que está sucediendo, todo lo que acabo descubrir. Pero no es momento para ello.

— ¿Ya lo saben tus padres?

Mi amiga esboza una expresión de vergüenza y baja la vista:

—Les envié un mensaje. —dice con la boca pequeña.

¿Es en serio?

— ¿Cómo que un mensaje? Natalia algo así no se cuenta de ese modo. —la regaño.

— ¡Ya lo sé! Pero no podía perder esta oportunidad de ver a Lucas y contarle. Actúe por impulso.

— ¿Contarme qué? —inquiere la desconcertada voz del chico. Por un segundo me había olvidado de él, nuestra disputa se había llevado a cabo con Lucas de espectador.

Ambas lo miramos.

—Yo me voy. —aclaro evitando su mirada, cada vez que tropiezan nuestros ojos soy incapaz de no pensar en lo que me confesó hace unos pocos minutos. Se siente extraño.

—Cassandra aún no puedes irte, necesitamos terminar nuestra conversación. —aclara el rubio con voz autoritaria. Hace ademán de levantarse pero es en vano, ya me escabullía por las puertas del local sin mirar a atrás.

Deseaba que la situación con Natalia terminara lo mejor posible, que llegaran a un acuerdo. Yo la apoyaría en la decisión que tomase, la que sea. Pero ahora es tiempo de descansar los problemas, me espera una larga jornada de trabajo.

***
Temía que el señor Parker irrumpiera en la tienda y comenzara a hacer preguntas como su esposa. Creí que vendría a pedirme explicaciones, buscar respuestas sobre el mensaje que le envío su hija, pero no ocurrió.

Cuando la oscuridad inundaba el cielo y las minúsculas luces de los establecimientos adornaban las calles, yo me encontraba cerrando el local. Hoy ha sido el peor turno que he tenido desde que comencé a trabajar. Me distraje demasiadas veces como para poder contarlas, no me mantenía concentrada en los clientes. Milagrosamente logré vender algo, fue horrible. Desde el minuto cero en que pisé este suelo, tuve deseos de salir corriendo y tirarme en la cama. Pero finalmente había culminado, ahora se acercaba la parte más difícil. La que estaba evitando, la única razón, además de que no quería decepcionar a Benjamin; para quedarme a trabajar.

Volver a casa. Obtener las respuestas que quiero. Que necesito. Que me corresponden.

El frío de la noche cala mis huesos y me abofeteo mentalmente por no traer al menos un chaqueta conmigo. Eso me recuerda a la cita con Killiam, cuando creí que moriría de hipotermia al salir demasiado rápido de la playa y me prestó la suya. Olía a él, simplemente a él. Un olor que no sabía identificar, pero era característico de su personalidad. Reconocía su aroma donde fuera, era como un imán. Atrayente, irresistible. Y era mío, de un extraña manera, pero lo era.

Aparto los pensamientos de mi mente, no quisiera volver a tener un accidente en la bici. Aunque esta vez no me molestaría encontrarme a Killiam en medio de un callejón. Siento que necesito estar en sus brazos, siento que así se esfumaran todos los problemas. Es raro, pero en ellos es donde me siento más segura, protegida y deseada. Nunca lo había sentido. Sus besos, sus caricias, todo me hace vibrar en un cosmos único. Con cada roce me hace olvidar cada vez más, cuando está él, somos solo nosotros. Noto que el mundo desaparece. Es una sensación aplastante y cálida.

No recibir noticias de él en todo el día me ha decepcionado un poco, aunque no he tenido demasiado tiempo para pensar en eso. Decidí no preocuparme.

La brisa hace danzar los pequeños mechones de cabello que quedan libres de la coleta, mientras que mis pupilas se detienen en cada edificación. Las mismas que he visto cientos de veces de tanto pasar por aquí. En unos diez minutos, cruzo la esquina y el porche floreado de casa resalta entre todos.

Pongo total atención en mi bicicleta, así evito ponerme más nerviosa de lo que estoy. Es inevitable que posibles respuestas pasen por mi mente, que cree posibles escenarios. Es aterrador. Frente a la puerta de casa, rebusco las llaves. Antes de abrir, tomo una bocanada de aire. La madera cruje al ser abierta, entro la bici desarmada y la coloco al lado del espacio con cautela. El sonido de la entrada debió alertar a mamá, que aparece con cara neutral al tiempo que iba a cruzar el salón. Sus rasgos cansados me observan. Lleva una simple ropa de andar por casa, y el pelo desordenado. A estas horas debería estar durmiendo. Que se haya quedado despierta demuestra que quiere hablar conmigo. Bien, yo igual.

— ¿Por qué llegaste tarde anoche? No trabajas los domingos, no me mientas. —recalca en tono cortante.

Al momento frunzo las cejas.

— ¿Cómo sabes que no trabajo el domingo?

Suelta una risa amarga mientras se cruza de brazos.

—Cassandra ¿Creías que Benjamin no me lo había contado? ¿Creías que no sabía dónde trabajaba mi hija?

Sus palabras me oprimen el corazón. Siempre pensé que no le interesaba donde realizaba mi trabajo.

—Pues como ya lo sabes. No estaba trabajando, venía de una cita. —digo con voz firme.

Ella se extraña:

— ¿Con quién?

—Un chico. No lo conoces.

— ¿Del instituto?

—No. —respondo secamente.

Eso la alerta.

— ¿Es tu novio?

«Amigos que follan».

No quiero decirle a mi madre la verdadera relación que tengo con Killiam. Puede que estalle y quiera verlo en persona para hablar. Así pues, digo una verdad a medias.

—Solo somos amigos.

—Ya. —se limita a decir.

Se crea un incómodo silencio, donde me debato en comenzar la difícil conversación. No sé cómo pueda reaccionar, no sé si comenzará a negar todo lo que pregunte. O que vuelva a mentirme.

Antes de hablar me relamo los labios:

—Mamá...voy a hacerte una pregunta. Quiero que seas sincera, por favor.

Asiente, instándome a seguir.

— ¿Papá nunca murió?

Veo el momento exacto en que sus iris se vuelven tan oscuros como la noche, en que su semblante cambia totalmente. Sus delgados hombros se tensan, al tiempo que baja la mirada y comienza a dar pequeños círculos en su posición. Sus manos van a parar a su cabello, tocándolo lentamente. Todos sus movimientos indican que está nerviosa, todos son signos de tensión. Al instante de asimilarlo, un tic frenético empieza a hacer palpitar mi ojo, mientras el pulso late desbocado.

—Claro que sí ¿A qué viene esa pregunta? —contesta con voz aguda y temeraria.

— ¡No me mientas! Sé que no es verdad. —grito con la vena del cuello latiendo sin parar.

Mi madre se encoge y de repente las lágrimas escapan de sus ojos, al igual que los estremecedores sollozos que expulsa de su boca. Se abraza a sí misma, y yo solo puedo alejarme cada vez más con indignación. Sin embargo, las ganas de llorar hacen acto de presencia.

No puede ser.

No puedo creerlo.

No puede estar pasando.

Me aferré con todas mis fuerzas a la posibilidad de que todo fuera una mentira, una equivocación. No cabía en mi cabeza que mi propia madre, me haya mentido durante toda mi vida. Yo había confiado en ella ¡Joder! Tiene que ser una broma, o hay una cámara oculta en el salón y soy víctima de un engaño. Tanto tiempo viviendo en un puto circo.

Siento rabia, decepción, tristeza, me siento traicionada. Ahora mismo no tengo la menor idea de quién soy, no sé si alguien a mi alrededor me oculta algo más y eso me jode. Soy como un juguete con el que todos han jugado, al que todos le han mentido. Aunque hubiera sido por una buena razón, me mintieron igualmente. Todos estos días he tenido una máscara en mi rostro que no me ha permitido ver la verdad, una venda  espiritual no me dejaba ver la realidad de mi día a día. El tumulto de emociones se acumula lentamente y pronto me hará explotar.

—Cassandra...cariño, puedo explicarte. Todo lo hice por tu bien. —su voz se rompe al final de la frase, y los sonidos desgarradores que salen de ella son incontrolables.

Mi vista se nubla por las gotas que se precipitan por mis pómulos. Comienzo a negar deliberadamente con la cabeza, ya no hay nada a lo que aferrarse, todo es cierto. La sensación de sentirte perdida en el mundo es demoledora, es como estar vacía.

—No...No hay nada q–que explicar ¡Eres una mentirosa! ¡Me has mentido todo este tiempo! —exclamo al borde del colapso. Mis lamentos continúan, pero que horrible es saber que no te devolverán al pasado. Que no cambiarán nada.

—Mi niña, no digas...no digas eso. Por favor, déjame explicarte. —suplica con la cara hinchada de tanto llorar.

—No hay nada que explicar ¡Nada!

En un impulso, mi pasos hacen que salga del salón como un huracán, llevando mis demonios conmigo.

— ¡Cassandra! ¡¿A dónde vas?! —escucho a mi madre a mis espaldas.

— ¡No puedo seguir aquí! ¡Es imposible!

Subo las escaleras ignorando sus reclamos. Solo quiero irme de aquí, esta casa me asfixia. No lo soporto.

En un movimiento rápido, entro a mi habitación y cierro la puerta con seguro. Ignoro los golpes y gritos que mamá profiere desde fuera, no abriré. Recuesto mi frente en la templada madera, las lágrimas no se detienen, mi frustración va en aumento. En un intento de calmarme, tomo varias bocanadas de aire, con mis párpados cerrados.

Inhala.

Exhala.

Inhala.

Exhala.

Cuando mi corazón ya no late desesperado, cuando creo que me he calmado un poco y afuera no se escucha nada, me permito voltearme.

Decir que quedo perpleja, es quedarme corta.

Desde el techo de mi habitación, cientos de finos hilos cuelgan hacia abajo. Cada uno, en su terminación, lleva pequeñas estrellas luminosas. El espectáculo de luces es increíble, tanto que me roba el aliento. Me obligo a caminar hacia ellas, paso mis dedos por sus bordes, cautivada. Mi vista va a parar a una tarjeta que descansa en mi escritorio, que resalta en él. Mis latidos se aceleran, las mariposas se toman el atrevimiento de batir sus alas. Cuando tengo la nota entre mis dedos, el brillo en mis ojos se hace más notable.

Sí que puedo bajarte las estrellas si me lo pides. Puedo hacer lo que sea.

P.D. Llámame.

Killiam.

La felicidad es imposible controlarla, la sonrisa que se forma en mis labios sin importar las lágrimas, es inmensa. Solo unas pocas palabras hicieron que temblara todo mi cuerpo, solo con ver su caligrafía, se me calentó el pecho. Saber que está ahí para mí, es...reconfortante.

Sin esperar más, tomo el móvil de mi bolsillo y busco su nombre desesperadamente. Responde al segundo tono:

—Ya debes haberlo visto. —es lo primero que dice. Escuchar su voz es como sentir una sensación cálida en mi interior. Hace que en mi mirada resalten pequeños destellos.

—Estás loco. —contesto con un tono algo acuoso de tanto llorar. Aún así sonrío como una tonta.

— ¿Estás llorando? —pregunta preocupado.

—Yo...No...no.

—  ¿Sucede algo? ¿Es por las estrellas? Joder, no lo hice con esa intención. —el matiz culpable en sus palabras es demasiado tierno. 

—No, claro que no. No...no es por eso. Es que...

—Dímelo ¿Que sucedió? —ordena.

—No quiero molestarte con mis problemas. —contesto suavemente.

—Nunca molestas. Tus problemas, son mis problemas. Somos amigos, cuéntame que pasa.

Lo pienso un segundo.

— ¿Puedes venir a recogerme a mi casa? Sé que es muy tarde y...

—Enseguida estoy ahí. —me interrumpe.

Suspiro.

—Gracias. —sonrío como si él pudiera verme.

—Para lo que quieras.

Corto la llamada con cientos de dragones alzando el vuelo. Siento que ahora mismo, Killiam es el único que puede hacerme sentir mejor. ¿Es peligroso dónde me estoy metiendo? Lo es ¿Me preocupa? En lo absoluto.

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