Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Daylight.

Cassandra...

No veía una mierda.

Solo sabía que con el maldito casco que Killiam se había empeñado en buscar a su apartamento, no podía ver absolutamente nada. Además de que claramente, esta cosa me quedaba demasiado grande. Quizás era un estrategia para mantener en secreto hacia donde me llevaba. Pero joder, solo siento el aire golpear mi cuerpo monstruosamente, casi como si fuéramos a una velocidad estremecedora y sobre todo, el calor que desprende el chico que me rodea. Porque sí, cada vez que su pecho roza mi espalda—siempre—estoy cada vez más cerca de la muerte.

Si muero hoy, es por culpa de un chico jodidamente imbécil.

Mi respiración es agitada y reiteradas veces noto la falda de mi vestido bailando sobre mis muslos. Intento usar mis manos para bajarla, pero las de Killiam se aferran a las mías sin dejarlas escapar.

Genial.

Mierda, quiero sacarme este cachivache de la cabeza, quiero sentir el aire golpeando contra mi rostro, levantar mis brazos en libertad, joder es mi primera experiencia en moto y no la estoy disfrutando por un casco. Killiam fue muy demandante con este asunto, o casco, o no había cita. Idiota. Espero que valga la pena todo este misterio.
 
En un momento exacto, tomo al chico de ojos verdes con la guardia baja, aprovecho para liberar mis manos de los manillares, y en un acto rápido me libero del objeto que obstaculiza a mi visión. 

— ¡Cassandra! ¿¡Qué coño haces!? ¡Ponte el maldito casco! ¡Ahora! —grita Killiam. Por favor, no voy a morirme por eso.
Sonrío satisfecha por su enfado y coloco el casco entre mis muslos antes de observar la carretera. Es una calle desierta, todo lo que veo es verde. Hierba y más hierba. ¿Adónde demonios me está llevando este tío?

— ¿¡Killiam estás intentado secuestrarme!?

— ¿Qué mierda dices? ¡Ponte de una vez el casco!

— ¡No!

— ¡Qué sí!

— ¡Quítate el tuyo, anda! ¡Disfruta del viaje!

— ¡No!

— ¡Amargado!

— ¡Descerebrada!

— ¡Imbécil!

— ¡Pero te encanto!

Mero detalle sin importancia.

— ¡Serás capul...

— ¡Tendremos un accidente por tu culpa!

— ¡Moriré feliz, tranquilo! —mentiras.

Quizás si no fuera virgen.

Repentinamente la motocicleta se detiene abruptamente y tengo que agarrarme de los manillares para no volar por los aires. ¡¿Quiere matarnos este cabrón?!

— ¿¡Quieres matarnos, estúpido!? —le chillo incrédula viendo cómo tranquilamente se baja del vehículo.

—Llegamos. —se limita a decir.
Dibujo un gran signo de interrogación en mi rostro. Bipolar de cojones.

— ¿Es en serio?

Asiente y señala un punto a mi espalda. Me giro a la velocidad de la luz.

No.

No puede ser cierto.

— ¿Qué...? —quedo sin palabras.

—Anda, baja de ahí.

No. No puedo. ¡No puedo creer que me haya traído a la playa! Ni siquiera llevo traje de baño...y no sé nadar. Pero eso no tiene por qué saberlo, je.

—Killiam, te voy anunciando que esta cita no me está gustando ni un pelo.
Dejo de mirar las aguas colisionando con la arena y me volteo hacia él con cara de terror. Él suelta una risita que hace marcar su hoyuelo, su jodidamente increíble hoyuelo, para después tomar mi mano.

—Te gustará, vamos. —me dice con un tono que juraría que ha sonado pervertido.

Al final termino cediendo, joder ¡Me estaba cogiendo de la mano y mirando con esos ojitos del demonio! ¿Cómo iba a rechazarlo?  Camino tras  él, observando todo lo que pasa por nuestro lado. La hierba húmeda acaricia mis pies, pero solo puedo centrar mi atención en la ancha espalda de Killiam. ¿Tendrá tatuajes allí? Sus hombros están relajados, y el agarre de su mano es delicado, pero me da a entender de que nunca me soltará. Antes de sumergirnos en la arena, el chico me invita a despojarme de mis sandalias con un gesto. La extraña textura de la misma invadiendo mis pies es totalmente maravillosa. Hace un tiempo no venía a la playa, ya había olvidado como se sentía. Levanto la mirada y veo a Killiam, que se ha adelantado y se está quitando su ropa a unos pasos del agua. Inconscientemente me sonrojo, pero aún así no aparto mis ojos de él. No doy ni un paso, me quedo quieta, observando cada uno de susmovimientos. Me siento una acosadora.

— ¡Cassandra! —me llama desde lo lejos despojándose de su camiseta. Desde mi posición detecto el comienzo de pequeñas líneas negras desde la cadera hasta perderse por la cinturilla del pantalón.

Obligo a mis pies a llegar hasta él que me espera con su prenda en la mano, aunque la verdad su vista está posada en mí. En todos mis movimientos, en como el viento hace bailar mi vestido exponiendo todos mis muslos.

—Deja de mirarme. —le espeto cuando llego hasta su lugar con los brazos cruzados en mi pecho, así me siento un poco protegida. Ni sé de qué.

— ¿Qué quieres que mire? —pregunta socarronamente.

—Lo que te apetezca, pero a mí no, joder.

—Vaya problema entonces. Me apetece mirarte a ti. —contesta jugando con su piercing.

Aparto la mirada y me limito a observar el mar indignada.

— ¿No piensas quedarte ahí, verdad?

—No tengo traje de baño. —y no sé nadar.

—Ponte mi camiseta.

Sí, claro. Me daría un paro cardíaco.

—No.

— ¿Por qué no?

—Porque no.

—Mírame.

Un poco resignada, me giro y lo veo. Casi caigo de culo, lo juro. Los pantalones junto al resto de su ropa yacen sobre la arena, y Killiam solo lleva unos bóxers que se ajustan totalmente a él. Ahora me permito apreciar mejor el tatuaje de su cadera. Es un poco indefinido pero las plumas que se dibujan en su piel me invitan a asimilar que se trata de un ave, hasta llegar casi a la rodilla.

—No voy a aceptar que te quedes aquí parada. Toma la camiseta. Ahora. —me ordena Killiam haciendo ademán de entregarme su prenda.

—No puedes obligarme. —respondo.

—Sí no lo haces, te meteré yo mismo al agua.

Al oír sus palabras me pongo totalmente alerta e inconscientemente doy algunos pasos atrás cautelosamente. Sin embargo, mientras más me alejo, él se acerca igualmente.

—Killiam... —le advierto. Pero aún así no puedo evitar esbozar una sonrisa. El rostro de él está totalmente iluminado, indicando que en cualquier instante piensa atacar.

—Cassandra...

—No te acerques más. —contesto mirando reiteradas veces a mi espalda, tengo miedo de tropezar y caerme con alguna piedra.

—Muy tarde.

Todo sucede demasiado rápido. Al minuto Killiam está corriendo tras de mí, mientras yo intento escapar de él. Mis pies se hunden en la arena y mi pulso late desbocado. Esto no durará mucho tiempo, soy pésima en las carreras y dudo de que ese imbécil sea igual. Considerando de que estamos a poca distancia uno del otro. Aún así, me lo estoy pasando muy bien. Risas y carcajadas llenan el ambiente y no recuerdo cuando fue la última vez que hice algo así. En un momento exacto, siento unos brazos rodeando mi cadera por completo.

Todavía estoy un poco agitada, pero mi respiración se detiene al sentir el aliento de Killiam en mi oreja. Y recuerdo que su pecho está pegado a mi espalda, que está prácticamente desnudo, cerca de mí. Mierda.

—Te tengo.

Trago saliva y me obligo a hablar.

—Killiam, suéltame.

—No puedes obligarme.

Genial.

—Por favor.

Su repuesta es fortalecer más su agarre en mi cuerpo y así sin más corre conmigo hasta llegar al agua.

— ¡Suéltame! —grito como un posesa golpeando sus costillas con mis codos.

—No creo. —responde tan tranquilo.

— ¡No puedes hacer es...

Mis palabras quedan silenciadas por la repentina sensación que siento de repente. El agua se escabulle por mi nariz y en un dos por tres cada parte de mí cuerpo se encuentra mojado. Abro los ojos y todo se ve borroso. Mi instinto superviviente nada hasta la superficie y cuando llego arriba comienzo a toser desesperadamente. ¿¡Este tío quiere matarme o que le pasa!?

— ¿¡Te falta un tornillo, imbécil?! —espeto aún tosiendo.

Killiam se encuentra frente a mí, observando el espectáculo con una sonrisa canalla y el agua por la mitad de su pecho. Mientras que a mí me llega hasta el cuello.

— ¿¡Me estás oyendo?! —grito apartando el pelo de mi cara.

—Si.

Juro que quiero mantener la calma, pero con él es imposible.

— ¡Pues responde, estúpido!

—Cálmate, ya estás en el agua. ¿Te ha pasado algo?

— ¡Podría haber pasado! ¡No sé nadar!
Inmediatamente el semblante divertido de Killiam se torna algo culpable y comienza a acercarse a donde estoy.

—Oye, no lo sabía. Lo sien...

— ¿¡Cómo vas a saberlo, si me has obligado a entrar al mar!?

—Podrías haberlo dicho antes.

Muy cierto.

—Ya, claro. —respondo con la boca pequeña sobándome los brazos por el frío. Joder, el agua está congelada.

— ¿Tienes frío? —pregunta acercándose cada vez más. Y eso no es muy bueno para mi salud mental.

—No.

Pero los dos sabemos que es mentira. Me giro hacia otro lado dándole la espalda a Killiam, al menos evito su mirada. Sin embargo, pocos segundos después unos brazos envuelven mi cadera lentamente y un calor abrasador se acumula en mi estómago. Las llamas fulgurantes que desprende el pecho de Killiam colisionan mágicamente con mi espalda, y así sin más no puedo mantenerme en pie. El frío ha desaparecido notablemente, siendo reemplazado por la calidez del chico de ojos color jade. Mi cuerpo descansa sobre el suyo inconscientemente y cierro los ojos cuando sus dedos agarran la tela de mi vestido bajo el agua y acarician en círculos mi piel bajo ella. Solo se escucha el sonido de las pequeñas olas, más allá solo estamos nosotros, él y yo, como ocurre siempre que estoy con él.

—Killiam...—musito cuando sus manos suben un poco más mi falda exponiendo mis muslos y parte de mi ropa interior. La temperatura es una mezcla de calor lujurioso y el frío templado del agua.

—¿Mhm? —emite un sonido ronco cerca de mi oreja que siento en cada parte de mí. Mis manos no tienen vida, flotan débiles en el mar. Los dedos de Killiam exploran bajo mi vestido, trazan líneas en mi estómago y solo necesito un delicado toque bajo la cinturilla de mi ropa interior para expulsar un gemido gutural.

A medida que continúan su camino, mi cuerpo se pega más al suyo para sostenerse, hasta el punto de notar su erección golpeando mi espalda.

— ¿Qué ha–haces? —pregunto casi inaudible.

Ni siquiera soy capaz pronunciar una palabra sin tartamudear.
Su boca deja un beso húmedo detrás de mi oreja y su aliento entrecortado impacta con la misma.

—Así no tienes frío. —contesta con un matiz estremecedor, dejando un camino de pequeños besos por mi cuello.

Lentamente, con dedicación, poniendo mi corazón a mil. Sus manos se han detenido en mi ombligo, de modo que sus nudillos acarician mi piel. Su boca termina con un sublime mordisco en mi hombro expuesto, y el contacto del metal con esa zona hace que todas mis extremidades comiencen a temblar. Repentinamente se detiene, pero noto su respiración pausada contra mi oído. No sé por qué mis cuerdas vocales ansían suplicarle que continúe, y que todos los lugares que acariciaba anteriormente, los siento vacíos y añoran su atención. Abro los ojos con pesar, y al principio me cuesta un poco enfocar donde estoy.

En un movimiento rápido que ni siquiera detecto, acabo frente a Killiam, con sus manos en la parte baja de mi espalda. Tengo que colocar las mías en su pecho para no darme de bruces con él. Siento su corazón latiendo desesperado, e inmediatamente un millón de mariposas comienzan a danzar en mi interior. Mis minúsculos dedos queman sobre su piel, al igual que esa zona donde hace contacto conmigo, arde en llamas a tal punto de creer que pueda abrirle una hueco al vestido de tal intensidad. Levanto la mirada y me encuentro su rostro observándome con expectación. A través de sus pupilas chisporrotea el deseo y están notablemente dilatadas. Las mías deben estar en el mismo estado. Sus mejillas, algo rojas y mis yemas pican por las ganas de perfilar su mandíbula contraída. Pero prefiero contenerme.

—Has parado. —consigo pronunciar malamente. Pero aún así, me doy una reprimenda mental por ser esas, las primeras palabras coherentes que han salido de mi boca.

Estúpida Cassandra.

En su cara se dibuja una sonrisa que hace marcar su hoyuelo, al mismo tiempo que veo caer una gota de agua por su cuello. ¿Cómo puede ser tan... irresistible?

—Sí...Lo siento, pero no te traje para...esto. Aunque me apetezca descomunalmente. —contesta posando sus intensos iris en parte de mi escote, subiendo lastimosamente hasta mi clavícula, donde toma el piercing entre sus dientes.

Caigo en la cuenta de que la fina capa de ropa que me cubre se encuentra totalmente húmeda, por lo tanto, se amolda a mí como una segunda piel, dibujando todas mis curvas y perfilando la línea de mi sujetador. Mejor no contar los pensamientos que se me pasan por la cabeza. Recuerdo su repuesta y me dispongo a hablar.

— ¿Para qué me trajiste?

—Para hablar.

Suelto una risa llena de humor. Para hablar, ya. Y yo soy la hija perdida de Lana del Rey.

—Pues bien, hablemos. —digo aún con una sonrisa en mi cara.

—No te burles.

—No lo hago.

Pero es imposible no hacerlo. Desde que llegamos aprovecha cualquier oportunidad para tocarme o algo parecido, nadie creería que quiere que hablemos.

—Es en serio, Cassandra. —pero pega cada vez más nuestros cuerpos. No, si quiere que platiquemos no puedo hacerlo pegada a él. Sería ultra mega imposible pronunciar una palabra sintiendo su calor. Por eso, con mucho pesar, aparto el agarre de sus manos y me impulso hacia atrás para crear una distancia aceptable entre nosotros. Enseguida el semblante de Killiam delata que no le ha gustado para nada la idea, sin embargo, respeta mi decisión.

A la velocidad de la luz, noto el frío desolador en mi piel, y un vacío desgarrador. Pero me mantengo callada al igual que él. Ahora que pienso con más claridad, me doy cuenta que si que necesitamos hablar. Definir esto, lo que sea que tenemos. Es claro que nos gustamos, que sentimos deseo el uno por el otro. Pero aún no le hemos puesto un nombre a esta...relación. Solo nos hemos visto un par de veces, han sido...intensas, sí. Pero técnicamente, no nos conocemos uno al otro. No me gustan los rollos de un par de veces. Mejor dicho, no quiero ser su rollo de un par de veces. Aunque la verdad no confío en la yo que soy cuando estoy con él. Es como si destruyera todas mis defensas y aceptara todas sus peticiones. Y no me gusta. Me aterra pensar que soy la única que siente esto. Me aterra que me rompa el corazón. Así de fácil.
 
Me aclaro la garganta un poco incómoda por el rumbo que han tomado mis pensamientos y luego de echar un vistazo a mi alrededor, por fin rompo el silencio.

— ¿Vienes aquí a menudo?

—En algunas ocasiones, sí. —responde Killiam sin apartar sus ojos de mí. No se percata de que eso me pone muy nerviosa.

— ¿Es tu estrategia para ligar, acaso? —bromeo. Pero sin embargo, al pronunciar la pregunta siento un sabor amargo en el paladar. La idea de que traiga a más chicas aquí, es como una punzada agridulce. Mas, no puedo reclamarle, no somos nada.

— ¿Quieres saber si eres la primera que traigo aquí? —sus esmeraldas destilan un brillo que por más que lo evite, me hacen tener una esperanza de que soy la primera.

— ¿Lo soy?

Suceden unos segundos.

—No. Eres la segunda chica que viene conmigo a este lugar.

La segunda.

Sus palabras impactan como un puñal que se retuerce dolorosamente en mi corazón. De repente, quiero irme de aquí.

Me siento incómoda.

Aparto la mirada y me remuevo inquieta.

—Pero eres la primera a la que traigo y no puedo dejar de mirar. Dejar de buscar una excusa para tocarla, para acariciar su piel. Dejar de imaginar cómo sería volver a besarla. La primera que traigo y cada uno de mis latidos frenéticos, van dirigidos a ella.

¿Acaso este tío siempre sabe que decir para acelerar mi pulso? Para sentirme especial, para sentir que para él, solo existo yo. No debería ser así, acabamos de conocernos. Siento que sabe exactamente que decir para hacer que caiga a sus pies, pero también para destrozar todas mis barreras. Pero es inevitablemente que sus palabras no tengan un gran efecto en mí, intento ocultar mi sonrisa.

— ¿Era tu novia? —pregunto lo primero que me viene a la cabeza. Aunque no es que me apetezca mucho hablar de eso igualmente.

— ¿Quién?

—La anterior a mí. —aclaro.

Me permito observar a Killiam. Su semblante se ha tornado algo evasivo. Decide contestarme luego de una tensa exasperación.

—No quiero hablar de eso.

Bien. Yo tampoco. No es muy ético hablar de tu exnovia con la chica con quién estás comenzando algo en la primera cita.

—Ayer, cuando te fuiste de la tienda ¿Pudiste solucionar tu urgencia?

Frunzo el ceño. ¿En serio hablaremos de esto?

—Sí, gracias por preocuparte.

Se crea un silencio incómodo. Ya que, ninguno de los dos sabe que hacer. En la mirada de Killiam prevalece la cautela de sí acercarse o no, por eso permanece observándome a mí, solo a mí. Mientras que yo tengo la sensación de estar totalmente expuesta a él, física y emocionalmente. Que puede leer todos mis pensamientos y acariciar mi cuerpo con sus ojos. En un momento dado, se me ocurre una idea para acabar de una vez con este ambiente tenso. Camino unos pasos en dirección a él, y rápidamente le salpico con el agua, tomándolo por sorpresa. Pero al instante capta mis intenciones y me devuelve el gesto.
Mojándome hasta la coronilla.

—¡Killiam! —le chillo.

Me apresuro a escapar de él, pero me atrapa enseguida y nos hundimos en una batalla de salpicaduras. Carcajadas y risas protagonizan el ambiente mientras nosotros estamos totalmente concentrados en nuestro juego. El sonido de los chapoteos es constante, y en ocasiones trago demasiada agua, pero no me preocupa en lo absoluto. Puede ser infantil, una estupidez o lo más ridículo que podamos hacer en nuestra primera cita. Pero, cuando es con la persona correcta, hasta lo más estúpido, es increíble.

***

—Tu nombre completo.

—Killiam Morgan Ford. ¿El tuyo?

—Cassandra Turner Foster. —respondo mientras seguimos caminando sobre la arena.

Luego de terminar nuestra batalla, que claramente terminó ganando Killiam, decidimos salir y caminar un rato. Al parecer la cita no acababa aquí, aunque el muy idiota no quiso contarme nada más. Ahora nos encontramos hundiendo nuestros pies en la arena con cada paso, yo con la chaqueta de Killiam, hacía un frío de cojones cuando salí del agua.

Además, el vestido, debido a estar mojado, se me pega a la piel y no me aporta ninguna calidez. Pero ahora, no puedo evitar pensar en que huele demasiado a él, a una colonia que no tengo ni idea de que está hecha, pero es muy... él. Es como, estar abrazada por Killiam, se siente muy bien. Sin contar los pequeños paros cardíacos.
 
Sin embargo, mi compañero se decantó por usar solo el pantalón, dejando su torso desnudo. Lo que por un lado agradezco y por otro, me molesta. Lo agradezco, ya que no podría hablar con claridad mientras el está semidesnudo. Okey, culpen a la hormonas. Y bueno, me molesta porque aunque no es muy sano para mi salud mental que se pasee en bóxers, tampoco voy quejarme, je.

— ¿Color favorito? —Killiam rompe el silencio.

—Verde. —como el de tus ojos.

Obvio, eso no se lo cuento. No soy tan valiente como él para expresar todo lo que se me pasa por la cabeza. Mis sentimientos son muy personales.

—Adivino, el tuyo es el azul. —digo con una sonrisa. Es muy típico.

—Casi.

— ¿Cuál entonces?

—El de tus ojos. —confiesa sin mirarme a los mismos, solo se limita a seguir caminando tranquilamente. Mas, yo he notado como una de mis barreras se ha derrumbando.

—Es azul igualmente. —respondo intentando ocultar el impacto que causaron sus palabras.

—Para mí no. Tus pupilas son jodidamente hipnotizantes. Eléctricas...profundas. No sabes la calma que me aportan con sólo verlas. Joder, no sé si me explico.

Lo entiendo todo, siento lo mismo, exactamente igual. Cada palabra se me clava como espinas de acero, haciendo temblar cada parte de mí. Es imposible que diga ese tipo de cosas y no espere que me afecten en lo absoluto.

— ¿Killiam, a dónde esperas que llegue todo esto? —le pregunto directamente colocando una mano en su pecho y deteniendo sus pasos. Basta de palabras bonitas y besos robados, necesito aclarar lo que está surgiendo entre nosotros. Si no existe la posibilidad de estar juntos, salir, prefiero no ilusionarme. Dejar las cosas claras antes de llegar más lejos. Antes de que caiga en el abismo.

— ¿Qué llegue qué? —inquiere frunciendo notablemente las cejas.

—Esto. Lo que sea que se está creando entre los dos. La atracción visible que existe. Necesito saber que me digas ¿A dónde quieres que llegue todo?
Bajo mi mano, detecto como sus músculos se tensan uno por uno creando una cadena de defensas. Inmediatamente, su gesto me causa un malestar en mi estómago, llenándolo de trozos de esperanzas rotas.

Killiam se limita a colocar las manos en sus caderas y mover el metal entre sus dientes. Su mirada se pierde un segundo hacia el mar, con el rostro completamente abatido, antes de tomar mi mano entre las suyas y devolverme la vista decididamente.

—Cassandra, me gustas. Mucho.

Aunque escuchar su confesión me haya hecho sentir demasiadas mariposas, presiento que no es lo único que tiene que decir. Retiro la conexión cálida que tenía con sus dedos, y me preparo para preguntar.

— ¿Pero?

—Pero no estoy preparado para un relación seria.

Todas las ilusiones, al retrete.

— ¿Por qué?

—Son motivos personales. —sentencia, dando a conocer que no hablará sobre ellos.

—Entonces no sé que mierda hago aquí. —espeto lanzando la cazadora a la arena y haciendo ademán de marcharme. No sé cómo salir de este lugar, pero me las arreglaré.
 
Sin embargo, a poco de dar dos pasos, un fuerte agarre se aferra a mi codo y me retiene en el sitio. Los dedos de Killiam me toman lo suficientemente suave como para no hacerme daño, pero para no dejarme escapar.

—Por favor, déjame terminar. —me dice suavizando el agarre con la esperanza de que acepte. En su voz detecto una nota suplicante, que mi lado masoquista toma como iniciativa para quedarse.

—Bien, pero suéltame.

Lo hace al instante y pasa a restregarse el cabello en un gesto nervioso.

—Hay una propuesta que llevo teniendo todo el día en mi cabeza.
Me cruzo de brazos.

—Habla.

—Podríamos ser amigos. Pero amigos que puedan besarse, tocarse o enrollarse cuando les apetezca. Amigos por encima de todo, pero con esa condición.

Vaya propuesta, joder.

—O sea, amigos que follan ¿No es así?

—Técnicamente. —responde con una sonrisilla avergonzada.

—Ya...¿Y por qué no podemos ser solo amigos?

Automáticamente, Killiam comienza a negar continuamente con la cabeza.

—No lo entiendes. Yo no podría ser solo tu amigo. Es imposible.

Ya, yo mucho menos.
 
Esto es totalmente complicado. Tengo la oportunidad frente a mis narices, pero aún así dudo en aceptarla. Tengo la impresión de que esto conlleva...condiciones.

—Supongo que cada uno tendrá que poner su condiciones ¿O no? —inquiero y veo el destello en los ojos de Killiam al ver que estoy pensando en su propuesta.

—Por supuesto.

Me relamo los labios.

—¿Podría darte una respuesta al final de la cita?

—Claro. Como quieras. —esboza una sonrisa. Ahora ha relajado un poco más los músculos.
 
Esto no me lo esperaba en absoluto. Quizás que no habría una posibilidad de estar juntos, pero...esto, sin dudas de qué no. Mucho menos que lo tuviera que pensar. La Cassandra de antes, habría rechazado rotundamente la oferta.

Finalmente los amigos con derechos, terminan jodiendo su amistad, los sentimientos se entremezclan y ya no solo ves a un amigo, si no a alguien con quién podrías pasar el resto de tu vida. Si los sentimientos no están bien definidos y son confusos, comenzar este tipo de relación, es como lanzarte hacia un agujero negro. O en mi caso, que uno de los dos no puede ofrecer estabilidad como pareja, y acaba pensando en esta iniciativa, pero uno de nosotros, yo, termina quedando inconforme. A final de cuentas, cuando se intenta arreglarlo todo, es imposible porque no es lo mismo seguir siendo amigos cuando conocen a la perfección el cuerpo uno del otro. Todo se ve contaminado por la incomodidad y la vergüenza. Algunos pueden con eso, pero yo soy diferente.

Aunque...es raro que ahora mismo no me importaría joderme, a cambio de estar con él.

***

— ¿En serio cocinarás para mí?

—No es solo para ti, es para nosotros. —dice concentrado en su labor: cortar frutas.

—Sí, claro...—al final termino riendo y acabo sentándome en la encimera. A unos centímetros de él.

Killiam terminó llevándome a su apartamento, para comer aquí. En realidad, imaginaba que pediría comida, no que cocinaría. Me reprendo a mi misma por pensar que no sabría cocinar.

No todos son como tú, Cassandra. Que no sabes ni freír un puto huevo.

Tú cómo siempre, igual de encantadora.

Su casa es... básica. Tiene algo atrayente y que a la vez te hace sentir bien, como si también fuera tuya. La decoración es cómoda, aunque hace entrever que no pasa mucho tiempo aquí. Nada de plantas y algunos objetos están cubiertos por una fina capa de polvo. Eliminando el hecho de que su despensa si estaba colmada de comida, mucha comida. Al entrar te das de bruces con un salón algo pequeño, con dos muebles cenizas de tamaño promedio. Un televisor monstruoso hasta decir basta, clavado en la pared de piedra que lo divide de la cocina. Un ventanal inmenso cubre todo el concreto que colinda con los sofás, aportando unas buenas vistas. La moqueta es de granito, lo cual hace resonar entre las cuatro paredes todos tus pasos. En el extremo izquierdo, un pasillo te conduce hasta las habitaciones, son solo dos–según Killiam–. Y pues, si te diriges hacia la derecha, entrarás en la cocina. No es muy pequeña, tiene lo básico, incluyendo una pequeña isla. No hay cuadros familiares, ni algo que grite "personal", así pues, no pude descubrir nada.
  
Estoy sentada sobre la fría loza de la encimera, con el cabello algo húmedo tapando parte de mi rostro. Decidí soltarme la coleta y dejarlo libre, si seguía así terminaría secándose luego de una eternidad. La mayor parte de mi vestido está seca, solo que donde se concentra mayormente el agua es sobre mi sujetador y mi braga. Y lamentablemente no deja de acelerarcerme el corazón cada vez que Killiam desvía su mirada hacia allí. Estoy descalza, mis pies cuelgan desde arriba sin llegar tocar el suelo.

Mientras tanto el estéreo sonido del cuchillo colisionando con la madera es lo único que se escucha en el ambiente. Concentro mi mirada en Killiam, que sigue concentrado en sus frutas. No lleva camiseta, decidió quitársela al llegar. Fue algo como "fuera de aquí", y así sin más la lanzó sobre uno de los muebles. Ahora lleva un pantalón de chándal negro, que se le ajusta a las caderas, dejando escapar la cinturilla de su bóxer. Sus músculos se contraen con cada movimiento. Es hábil.
 
Parte de sus rizos le caen en cascada como pequeñas gotas y algún que otro se le interpone ante sus ojos. Aclaro que muchas veces pienso en apartárselo, pero termino desistiendo y el mismo lo hace con un soplido. Atrapa reiteradas veces el piercing, me he dado cuenta de que lo hace para concentrarse.  He descifrado algunos de sus tatuajes, en el brazo, cerca del hombro, tiene una pequeña mariposa con algunas cadenas aferrándose a sus alas. En los dedos, cada uno tiene unas letras extremadamente raras en sus inicios, y en la parte posterior de la muñeca, un reloj de arena. Me pregunto qué podrá significar cada uno, digo, supongo que deban explicar algo. Nos mantenemos en completo silencio, pero no es incómodo, todo lo contrario. Podría quedarme así para siempre. Mientras
Killiam no se percate de que lo miro como una auténtica acosadora...
 
En un acto de impulsividad, echo un vistazo hacia la tabla y tomo entre mis dedos un trozo relativamente grande de melón para meterlo en mi boca.     Inmediatamente siento el sabor dulce y el jugo de la fruta se me escapa un poco por los labios. Dios que delicia. En ese momento, Killiam levanta la mirada y me encuentra masticando el melón como si me fuera la vida en ello. Sus ojos bajan hasta mi boca, y se quedan fijos en ese punto por unos segundos. En ellos veo la indecisión, la perturbación. Mas, deja de lado todo eso y se aproxima a mi rostro, soltando el cuchillo que hace un ruido contra la madera.

Sus pupilas siguen hipnotizadas en el punto donde siento el néctar de la fruta, y mis latidos se disparan al sentir su pulgar y su índice agarrando mi mandíbula. Su lengua impacta con mi labio en un gesto sensual, que más bien que hacerme un favor, me ha parado la respiración. He sentido miles de cosas con solo un toque, mis ojos se cierran inconscientemente. Ya no hay indicios de jugo, y mucho menos de su lengua. Pero sus dedos aún permanecen en mi piel, quemándola por completo y doblando uno poco mi cuello hacia atrás, exponiéndolo. Sus entrecortadas exhalaciones van a parar a las comisuras de mi boca y estoy segura de que me va a besar, esta vez de verdad.

Su nariz casi roza la mía, nuestras respiraciones se entremezclan, al igual que nuestros pensamientos. Sin embargo, noto el vacío de sus yemas en mi rostro y la terrible distancia que siento cuando se aleja. Abro los ojos y enfoco la mirada en él, que se lame su labio inferior.

—Dulce. —termina diciendo, y no sé si se refiere al líquido o a mi boca en sí. El pensamiento me hace sonrojar y bajo el semblante observando como mis pies se entrelazan.

—Gracias, por lo de...

—Tranquila. —contesta y nuevamente centra su atención en continuar cocinando.

— ¿Desde cuándo sabes cocinar? —pregunto solo para amenizar el ambiente, que ha elevado su temperatura notablemente, y no es por la calefacción precisamente. Además, así descubro más de él.

—Alrededor de los dieciséis.

Vaya.

— ¿Qué edad tienes? —inquiero con demasiada curiosidad.
Killiam me echa una miradita antes de responder.

—Veinticuatro.

Seis años. Es mayor por seis años.

— ¿Sabes cocinar de todo?

—Sí, aunque no se me da muy bien hornear dulces. Pero mi pasta te hará alucinar y preguntarte por qué no me habías conocido antes. —dice orgulloso de sí mismo. En ocasiones es un poco engreído.

—Creo que exageras. Engreído.

—Si te gusto. ¿Cómo no ser engreído?

Le doy un manotazo en el hombro y el se echa a reír. Me indigno aún más.

—Fue una broma. Sin violencia. —dice entre carcajadas. El sonido es simplemente... increíble.

—Eres un pesado.

—Gracias, preciosa. —me guiña un ojo antes de continuar con el cuchillo.
Intento fingir que no me ha provocado mariposas su guiño.

— ¡Agh! —farfullo conteniendo la sonrisa. 

—Te enfadas fácilmente.

—Es que tú me pones de los nervios. —contesto con los brazos cruzados.

Killiam detiene sus movimientos y se dispone a observarme fijamente. Ya no hay rastro de su sonrisa, sus ojos son directos e intensos. Su rostro queda a un palmo del mío, y siento como una de sus manos descansa cerca de mi muslo que apenas está cubierto por la falda de mi vestido.

— ¿Te pongo nerviosa? —pregunta y su aliento impacta con mis rasgos faciales. Es cauteloso, pero seductor. Casi como si quisiera acariciarme con su voz.

En este preciso instante mis cuerdas vocales desaparecieron, porque todos mis sentidos están concentrados en la cara del chico frente a mí. Sus pupilas verdes atravesando mis barreras, y mirándome como si solo existiera yo en esta maldita habitación. Como si nada pudiera destruir este momento. Suceden unos segundos en los que decide colocar sus manos en cada extremo detrás de mi espalda, inclinándose sobre mí, poniendo su rodilla entre mis piernas. La fricción de la tela de su pantalón con mi piel hace que instintivamente mi sexo comience a palpitar.

Acabo aferrando fuertemente las mismas a su pierna. Arqueando un poco mi cuerpo hacia atrás para mirarlo mejor, aún hipnotizada y sin habla. Killiam acerca su boca a mi oreja y el metal frío me roza la piel. Inmediatamente un escalofrío me recorre la espina dorsal.

—Responde, Cassandra ¿Te pongo nerviosa? —su lengua acaricia lentamente mi oreja.

Tiemblo de arriba abajo y con agudeza en mi voz, contesto:

—¿Quién t–te ha he–hecho creer eso?

Soy estúpida.

Escucho una leve risa cerca de mi oído antes de que Killiam vuelva a hablar.

—Tus gestos. Estás temblando, tartamudeas, y tú pulso late desbocado. No puedes engañarme, caramelo.

Fortalezco más mi agarre, y mis uñas se clavan en mis brazos desgarradoramente, creando pequeñas medialunas.

—Deberías seguir cocinando. —digo con la boca pequeña.

—Debería...—echa su cabeza hacia atrás, alejándose de mi oreja y quedándose a un palmo de mi rostro. Mirándome fijamente.

Solo nos miramos, solo nosotros. Él y yo, él que hace que mi cuerpo tiemble con solo una mirada, que con cada gesto, es como si tuviera mi corazón en las manos.

Su cara no se ha movido ni un centímetro, sus pupilas están dilatadas y de vez en cuando bajan hacia mis labios. Sus dedos rozan mi cabello y me lo colocan detrás de la oreja. Su mano desciende hasta mi mejilla y permanece allí. Me quedo expectante, sin saber que hacer. Besarlo o no. Mierda. 

—Eres preciosa. —suelta de repente rompiendo el íntimo silencio. No tengo la menor duda que mis mejillas se tornaron de un color rojizo, pero no puedo evitarlo.

  No me da tiempo a nada más, su boca se posa sobre mi nariz y deja un beso allí. Un tierno y casto beso que hace que cierre lo ojos. Sin embargo, luego se aparta rápidamente con un carraspeo, para retomar su labor.  No digo una palabra, y él tampoco hace el intento de explicar nada.

  Pronto el ruido molesto de la licuadora llena todo el espacio, llevándose con él, el deseo y el calor. Las frutas se convierten en zumo rápidamente, mientras Killiam me da la espalda. Aún tengo la respiración entrecortada, mis pensamientos están revueltos. Y todavía no he tomado una decisión. Luego de unos minutos, me ofrece un vaso con un líquido de tonalidad roja. Supongo que es zumo de melón. Le echo un vistazo a su rostro antes de cogerlo en mi mano y llevármelo a los labios. Madre mía.

— ¿Te gusta? —pregunta antes de tomar del suyo también, a mi lado.

Asiento con la cabeza. No me puedo creer que un jugo esté tan bueno. Nos lo tomamos en silencio, yo sentada en la encimera, y él a un costado.

—Yo no tengo una mínima idea de cocina. Ni siquiera sé preparar un café. —respondo colocando el vaso vacío a mi lado, y haciendo un mohín con mis labios.

—Podría enseñarte. —sugiere esbozando una sonrisa.

Repentinamente, también se me contagia y comienzo a negar con la cabeza.

—Soy pésima. De verdad.

—No es tan difícil. Cuando le coges el tranquillo incluso puede llegarte a gustar.

Frunzo las cejas y niego.

—No te creo.

—Hablo en serio. —sonrie aún más haciendo marcar su hoyuelo.

—Sí, claro. 

Después de eso, hago ademán de ir hacia el salón. Al parecer aún falta hacer la pasta, y ya mi culo está sufriendo por estar sentada sobre la loza. Killiam no me detiene, pero siento sus ojos en mi nuca, y quizás un poco más abajo. No lo confirmo, sigo mi camino hasta caer sobre el cómodo sofá del centro. Echo un vistazo a mi alrededor. Me extraña mucho que no hayan retratos familiares, la verdad tengo mucha curiosidad. Supongo que tendré que preguntarle. A través de las ventanas, el cielo se oscurece delatando el anochecer. Mis sandalias descansan cerca de la puerta y mi bolso en un extremo del sofá, no me apatece revisar el celular ahora mismo. Estamos en un sexto piso, nunca antes había venido por aquí. Incluso me atrevo a decir que estamos bastante lejos de casa, ya que fueron bastantes minutos de viaje en motocicleta hasta llegar al apartamento.
  
Alrededor de media hora después, cuando casi tengo el impulso de levantarme y curiosear, la silueta de Killiam aparece.

—Ya está todo listo. —se revuelve el cabello.

Me levanto del mueble, y lo sigo hasta la cocina. Cuando llegamos, automáticamente el delicioso olor a salsa me hace perder la cabeza. Sobre la isla de mármol, descansan dos platos repletos de pasta, uno frente al otro. En el centro, permanecen dos vasos con agua. La comida tiene una pinta increíble.
Repentinamente, el aroma me guía hasta la silla, casi flotando.

—Huele que alimenta. —digo mientras me siento.

Killiam hace lo mismo y sonríe ante mis palabras.

—Y aún no la haz probado. —dice socarronamente.

Me echo el cabello hacia atrás, tomo los fríos cubiertos y enrollo un poco de pasta en el tenedor antes de probarla. Cuando el sabor explota dentro de mi boca, expulso un gemido sin ser consciente y cierro los ojos.

Joder.

¿Qué mierda es esto?

— ¿Está buena, verdad? —pregunta con una sonrisa engreída el chico frente a mis narices. Me jode tener que reconocerlo, pero esto es el paraíso.

—Dios. —me limito a responder aún con la mente cautivada por el sabor. Supongo que con mi respuesta le baste.

—Te lo dije.

— ¿Dónde aprendiste a cocinar así? —pregunto alucinando a lo grande

—Realmente, aprendí a cocinar solo. Tenía que cuidar a mi hermano pequeño en muchas ocasiones. A veces, mi madre llegaba demasiado tarde del trabajo y yo me encargaba de casa.

— ¿Tienes hermanos? —me sorprendo. Nunca me lo había dicho. Bueno, tampoco es que le haya preguntado.

Él asiente mientras come de su plato. Pero noto sus hombros algo tensos desde que menciona al susodicho.

—Solo uno.

— ¿Vive contigo? —me atrevo a preguntar.

Se tarda unos segundos en responder.

—No. —su tono es cortante. Como si no le apareciera hablar del tema.

Decido no insistir y concentrarme en mi comida. Debo decir que es muy raro que no quiera hablarme sobre su familia, no sé. Tal vez son paranoias mías y solo es un asunto personal.

— ¿Y tú, eres hija única? —dice un tiempo después.

—Sí. Mi madre no quiso tener más hijos. Aunque siempre he querido tener un hermano ¿Sabes?

—Tiene sus ventajas. —se limita a responder algo incómodo.

Okey...

— ¿Eres de Nueva York? ¿O simplemente te mudaste acá?

—Vengo de Filadelfia. Me mudé aquí hace unos meses. ¿Y tú?

—Nací aquí, la verdad. —contesto.

Asiente y luego baja la vista a su plato para seguir comiendo. Nos limitamos a eso, a comer. El chirriante sonido de los cubiertos impactando con la vasija es lo que llena el ambiente. Y yo podría comer esto mi vida entera, de verdad. Me sonrojo al pensar en Killiam cocinando para mí todos los días, no puedo evitar que note mariposas. Pero de repente recuerdo en su propuesta, en que le prometí darle una respuesta al final de la cita, en que mi corazón grita que acepte, pero mi cerebro se niega a hacerlo.
Quizás debería dejarme llevar, nos gustamos ¿Qué más da? Esto es frustrante.
 
La respuesta ronda en mi cabeza todo el tiempo hasta que terminamos y Killiam se levanta para recojer los platos. Yo me retuerzo los dedos un poco nerviosa, ya que imagino que aquí  acaba todo. Después de colocar las cosas en el lavavajillas, él se gira hacia mí indicándome que vayamos al salón. Me levanto lentamente y tomo el camino hasta el mismo. Killiam va tras de mí, y noto como apaga las luces a nuestras espaldas dejando un silencio sepulcral. Llegamos hasta los muebles y los dos tomamos asiento, uno frente al otro.

— ¿Estuvo bien la cena? —pregunta rascándose la nuca. Está nervioso, al igual que yo.

—Sí, tengo que admitir que tu pasta es la mejor que he probado en toda mi vida.

Eso le hace sonreír, lo que provoca que aparezca su hoyuelo.

—Puedo hacerla cuando quieras.

Genial ¿Podría ser siempre?

Se hace un vacío, no sabemos que decir. No sé que decir. Él, parece ser que tampoco. Incómodo de cojones.
 
Me remuevo en el cojín un poco inquieta y decido hablar yo.

—He estado pensado en lo que me dijiste en la tarde.

El rostro de Killiam se ilumina por completo, dejando entrever signos de esperanza.

— ¿Y?

— ¿Cuáles serían las condiciones? —pregunto en lugar de darle una respuesta.

Killiam relaja los hombros y toma aire:

—Bueno, tu pones las que desees. Yo solo tengo dos, si decides aceptar.

—Dímelas.

—Uno: exclusividad.

Me parece bien, tampoco soportaría que estuviera con otra mientras está conmigo.

Asiento.

—Y dos: no enamorarse. —contesta firme.
Al segundo de asimilar sus palabras, algo se quiebra dentro de mí. Un nudo me retuerce la garganta y siento como mi corazón pierde algunos pedazos.

— ¿Por–por qué? —inquiero dolida.

—No quiero hacerte daño. —responde como si fuera la razón más importante de todas. Al ver que niego con la cabeza continuamente, toma mis mejillas con sus manos y juntas nuestras frentes.

—Cassandra, no puedo ofrecerte una relación formal. No puedo. Es la única manera de tenerte cerca, por favor. No quiero que te enamores de mí, temo que eso acabe haciéndote mucho más daño que esto. Te mereces alguien que si pueda darte estabilidad, pero soy tan egoísta que no puedo dejarte ir. Por favor...—susurra contra mi boca.

Ahora mismo solo tengo ganas de enfadarme con el mundo. De lanzar algo, de gritar, joder. Esto es muy difícil.

—Killiam...—musito agarrando sus manos, que aún están en mis mejillas.

Él comienza a besarme las comisuras de la boca, suavemente, como si quisiera memorizar cada parte de mí.

—Acepta, por favor...—suplica siguiendo su camino de besos hasta mi oreja. Su piercing me roza muchas veces, y los pelos se me ponen de punta. No sé que hacer, estoy confundida.

Así no puedo pensar con claridad. Killiam me gusta ¿Qué me impide aceptar?

El miedo a enamorarme.

El miedo a que si sucede, termine con el
corazón roto.

Que es lo que sucederá.

Pero lástima que no lo pienso mejor antes de aceptar.

Antes de lanzarme al puto abismo.

Antes de que de mis labios, salga esa palabra que acabará pesándome en algún momento:

—Está bien.

Killiam detiene sus caricias y se permite observarme fijamente.

— ¿En serio? —pregunta perplejo.

—Sí. —mi voz sale cortada, pastosa.

Al instante, él se abalanza sobre mí y estampa sus labios con los míos. Una de sus manos estruja mi cabello, mientras que otra me acaricia constantemente uno de mis pómulos.

Le correspondo al beso, es inevitable.
Su lengua se abre paso dentro de mí, haciéndome arder. Mis manos agarran su cabello y se aferran a él, al mismo tiempo que me inclino sobre él. Killiam, baja su mano hasta mi cadera y me pega más a su pecho, como si no quisiera dejarme ir.
No tiene de qué preocuparse, no pienso hacerlo.

Termino encima de él en el sofá, con el corazón a mil. Él se separa de mi boca para descender por mi cuello, mordiendo y lamiendo cuanto se le antoja. Profiero un gemido gutural cuando succiona un punto sobre mi clavícula y casi agradezco de no estar parada, de lo contrario no podría sostenerme. Nuestras respiraciones son agitadas, y Killiam gruñe contra mi rostro, cuando mis dedos acarician en círculos su torso.  La temperatura sube a cada segundo notablemente.
 
Sin embargo, llega un instante en el que el chico de ojos verdes, detiene mis movimientos, tomando mis caderas y apartándome de encima de él.

Me saltan todas las alarmas.

— ¿Qué sucede? ¿Hice algo mal? —pregunto confundida.

—Para nada. Pero aún no me has dicho tus condiciones.

Ya, era eso. Niego con la cabeza, no se me ha ocurrido ninguna.

—No tengo ninguna, por ahora. No he tenido mucho tiempo para pensar.

Él asiente.

— ¿Te ha gustado la cita? —pregunta poniendo un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

—No es como si me hubieras bajado las estrellas, pero bueno...—bromeo y me entra la risa cuando Killiam me cae encima.

Mordiendo el lóbulo de mi oreja.

—No me tientes, caramelo. —advierte seductoramente.

— ¿Y si lo hago qué?

—No podré parar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro