Better Than Revenge.
Cassandra...
Llegué a la parte trasera de la casa guiada por un camino de pequeñas piedras clavadas en la hierba. Al menos pude hacer un pequeño repaso alrededor y no ha cambiado nada. Siguen en su lugar las mismas esculturas escandalosas, ya saben, fuentes con formas abstractas y a saber que otro animal raro. Mientras más caro, más chic; gran estupidez y falta de cultura. Arquitectura asimétrica y colores neutrales, dándole un toque transparente y gélido a la vivienda. Nada de emociones. Todavía tengo recuerdos de las pocas veces que vine aquí, todas con Natalia. Si viniera sola terminaría encima de Paola, me conozco demasiado como para saber que soy muy impulsiva, je.
Alardea mucho sobre su riqueza, su padre gestiona un bufete de abogados, pero...por favor. Admito que sus padres son muy buenas personas, mas, a su hija el dinero le lavó el cerebro. Incluso su fortuna influye mucho en nuestro instituto. Ruecuerdo aquella vez que publicaron en las noticias del insti, un artículo sobre Paola (casi asesino a la encargada de publicar esa cosa) Ni que fuera Kylie Jenner, dios. Creo que hablaron hasta sobre la marca de su labial solo por ser la presidenta de la clase. Aún no sé como votaron por ella, propone ideas estúpidas.
El jardín está muy bien decorado, no dudo que se haya gastado una pasta pagando a una decoradora. Porque sí, su padre no es que esté muy al tanto de todos sus caprichos. Pero Lorena, su madre, es la única vía para conseguir lo que quiere, considerando que es igual de ambiciosa que su hija. Ella es así, organiza eventos sin motivo alguno. En fin, ricos sin nada que hacer.
Las mesas están esparcidas por todo el lugar. Ha oscurecido y las guirnaldas que rodean el jardín tienen un efecto muy bonito. Todo hermoso, hasta que un grito impaca mis oídos:
— ¡JODER! ¿Dónde encontraste esa ropa?
Me siento una basura con este vestido. —replica Natalia, dándome un beso en la mejilla con una copa de licor en la mano izquierda y señalándose de arriba a abajo.
Sabía que le encantaría mi decisión de top gris, pantalones anchos, abrigo y Converse blancas. Nunca me había arreglado tanto así, creo.
—No exageres, te ves increíble. Pero debo echarte en cara que no tengo tan mal gusto después de todo. —le sonrío con orgullo. Si supiera que mi fiel amigo Pinterest fue mi estilista personal...
—Puede que te haya subestimado, cielito. Sin embargo, el alma de la moda aquí, soy yo.
— ¿Quieres averiguarlo? —la reto en broma.
—Eso ya lo veremos. —le da un sorbo a su copa.
— ¿Dónde estabas?
Me engancha de un brazo y caminamos entre las mesas. El aura creída brota por los poros de las personas, solo vestidos "Prada" y trajes "Luis Vuitton". No tengo ni la menor idea de por qué nos han invitado. Claramente esto es un evento privado, aquí habrían del instituto como máximo cinco o diez chicos. Me temo que detrás de esto hay algo más, no confío ni un poco en la reina del incordio. Todos sus planes tienen dobles intenciones y pronto se desmantelarían las propuestas para esta fiesta.
—Lorena me ha invitado a pasar, se alegró mucho de verme. Me mantuvo atada de un brazo como un jodido chicle. No sabes cuanto calor hace allá dentro, mientras me hablaba de la bañera de hidromasaje que compró. No tiene nada mejor que hacer que gastar el dinero de su esposo en bañeras y sesiones de toga.
—me explica gesticulando con la manos hasta llegar a los aperitivos.
Es increíble como Natalia encaja en este tipo de acontecimientos, aunque su familia no posea un dineral ni nada por el estilo. Sabe muy bien como comunicarse con personas de dinero. Ya sabéis, muchas de ellas aseguran que pueden comprarlo todo con su fortuna, hay que tener paciencia para no mandarlos al demonio. Créanme, mi amiga no tiene ni una pizca de perseverancia en su ser, pero se le da muy bien.
—Tienes que probar esos de ahí. —Señala unos canapés—. Los del cathering se esmeraron mucho.
Sin esperar ni un segundo más, pruebo uno, y no sabía que tenía tanta hambre hasta este momento. La explosión de sabores sólo me permite cerrar los ojos y proferir un gemido de gusto. Vaya, sí que están buenos. Pero creo que ahora mismo todo me parece aceptable.
—Tienes razón. —Paseo la mirada por todo mi alrededor esperando encontrar el detonante para arruinar el momento. Para mi sorpresa, sigue todo totalmente normal. Olor a perfumes caros y atuendos que te nublan la vista—. ¿Y la anfitriona? ¿No debería estar sirviendo al prójimo? —bromeo.
—Supongo que está ocupada hablando con Sofía, se irá de vacaciones a Estambul. Que asco da poder comprar un billete de avión para ir a dónde quieras. Me recuerda la increíble vida que tengo. Que no tengo ni planes para mañana. —hace un mohín con los labios—. Y ella tiene su vacaciones planeadas con destino a Türkiye.
—Ya te digo, no tienen nada mejor que hacer. —rodeo sus hombros con un brazo.
Me dedica una mirada divertida negando con la cabeza y se bebe su copa de un trago sin derramar ni una sola gota. Suerte que no es alcohol, ya la vería con los tacones en las manos. Se recompone enseguida y se queda observando a su derecha. Yo por mi parte, me dedico a comer canapés. Joder, están deliciosos.
En segundos recibo un codazo justo en las costillas. Que hace que casi escupa el aperitivo. Casi. ¡No puedo ni comer en paz! Aquí la culpable, Natalia Parker, toda delicadeza.
—Oye ¿Ese no es el chico de la cafetería? —pregunta señalando a un tío indiscretamente a su derecha.
— ¿Qué chico? —pregunto con los ojos en blanco.
— ¿No recuerdas? —Niego—. El que estaba hablando contigo hoy.
No puedo creer que casi muero atragantado por ese idiota.
Ya lo has dicho, casi. Todavía sigues molestando.
En serio, el premio a la mejor consoladora. Gracias, conciencia.
—Ese...—logro reconocerlo. Está solo, con una copa en una mano y en la otra su móvil. Parece muy entretenido, típico chico que le importa una mierda esta fiesta. ¡Oh hola, a mí también!—...sí. —expreso secamente.
— ¿Qué te dijo? —pregunta la muy cotilla con voz pícara—. Se os veía "muuy alegres" —pone los dedos en forma de comillas y sonríe.
— ¿Qué puedo decirte? Es muy divertido ese chico. —le sigo el rollo.
—Más bien, tímido.
—Normal, con esa mirada de vampiro hambriento que le echaste. —le recuerdo colocándole una mano en el hombro.
Se gira hacía mí con una sonrisa:
—Pobrecito, mis ojazos color miel intimidan mucho. —alardea señalando sus ojos.
— ¡Oye! —Le pincho la mejilla con el dedo
—. No te lo tengas tan creidito.
—No podrás bajar mi autoestima aunque lo intentes.
Natalia se queda observando ningún punto en concreto con los brazos cruzados, la copa vacía aún en la mano y la parte baja de la espalda recostada en la mesa. Mientras siento una sensación rara en mi interior, algo me dice que esto será una catástrofe. Maldita conciencia.
—Confieso que tengo un poquito de miedo de lo que puede estar tramando, Paola. Porque su cabeza aunque del tamaño de una nuez, siempre planea algo contra mí.
—Olvida esa paranoia. Iré a buscar alguna bebida, la señorita necesita divertirse. —me da unos golpecitos en la mejilla.
—Recuerda que si no me encuentras, estoy encerrando a esa rubia castrosa en el sótano de su casa.
—No sé si me da más miedo la acción en sí, o que sepas que tiene un sótano.
—Tonta. —bufo.
—Me encantaría ayudarte, pero tengo cosas que hacer. Si quieres irte, al menos me mandas un mensaje. —Asiento—. Te quiero, aburrida. —me sonríe y se
marcha.
Ocupo mi tiempo en comer, pues sí, eso. Ah, y en criticar un poco la fiesta. Debo reconocer que la comida está buenísima. Aunque me hubiera gustado que añadieran al menú algo más...simple. La música si que es rara, de hecho, muy rara. Voy a aprender a valorar mis momentos junto a la mía. No me preocupo en hablar con nadie, y por supuesto tampoco se preocupan en hablar conmigo. La verdad todos están en su mundo y yo prefiero dejar el banquete de Paola vacío, el plan perfecto. No puedo entender por qué preparan tanta comida, las personas solo se preocupan en comer unas pocas aceitunas y charlar. Está muy mal desperdiciar comida, pero para evitarlo estoy yo. Agradezco que pueda comer todo lo que quiera sin engordar un gramo.
Al pasar alrededor de una hora de estar llenando mi estómago, me entran ganas de ir al cuarto de baño, por lo que decido entrar en el interior de la casa en busca de uno. Como esperaba, adentro es aún más sorprendente que el exterior. Me da hasta un poco de penilla ensuciar el suelo de mármol. Hay menos personas dentro, pero me siento asfixiada en este ambiente. Es que no encajo, simple conclusión. Alguien como yo prefiere unas hamburguesas, música pop y buena compañía ¿A que sí?
Después de tanto andar entre charlas esnob y gente estirada, por fin encuentro el baño. Juro que me siento en el paraíso, pero nada puede ser eterno, mis fieles lectores. Un rostro con expresión divertida, piel lechosa y cabello brillante se cruzan en mi campo de visión:
Paola. A buena hora vino a aparecer.
—Pero mira a quien tenemos aquí. —se cruza de brazos y esboza un gesto perversa. Muy mala señal. Llamen rápido al manicomio, se les ha escapado una loca.
—Que alegría me da verte, Paola. —ironizo y adopto su expresión.
—No tanto como yo, y digo la verdad. —
Agranda su sonrisa y puedo jurar que me recuerda a Pennywise. El payaso ese loco, la primera vez que lo vi estuve sin dormir una semana. Y eso que después veía dibujos animados todas las noches. Pero la sonrisa de la humana que tengo delante es de verdad aterradora.
— ¿Qué quieres? —pregunto enmarcando una ceja y mostrando cara de cansancio. Prefiero ser clara, no es que sea fanática a pasar momentos con ella. Por pocos que sean.
—Ahora mismo, una copa de champaña. Espera. —hace un gesto para que se acerque alguien del personal de servicio detrás de mí. Espero impaciente a que se tome su estúpida champaña y termine de explicarme qué demonios quiere. El de servicio se acerca a nosotros, al menos escucho pasos en dirección nuestra. Mientras, Paola va agrandando su sonrisa a cada paso que dá. Yo simplemente me dedico a detallar mis uñas y lanzo un bostezo aclarando que me importa un pepino su bebida.
Y entonces ocurre...Sí, ocurre.
En pocos segundos siento recorrerme por encima del top hasta precipitarse hacia mi estómago, un líquido glacial. A Paola gritando como una posesa a lo que parece ser el empleado y miles de pedacitos de cristal siendo esparcidos por el suelo frente a mis ojos, provocando un estruendo totalmente chirriante. Siento pares de ojos en todos los sitios de mi cuerpo. Solo escucho los chillidos de Paola...y ¡Joder! ¿De dónde sacaron esta champaña? ¿Del Polo Norte? Porque juro que mi estómago se está congelando con unas cuantas gotas. Posiblemente esté haciendo el ridículo, parezco una de esas esculturas de la casa, toda tiesas y pálidas.
Intento reaccionar y observar como quedó mi ropa después de la sustancia derramada...no está tan mal. Solo lavarla y listo. Pero el espectáculo ante mis ojos es mucho más explosivo. La persona de servicio agachada recogiendo los añicos en que se convirtió la copa...y además, los gritos de Paola:
— ¡¿PERO QUÉ DIABLOS HAZ HECHO?! —chilla enfadada, con una voz de pito que haría sangrar los tímpanos de cualquiera.
Hace mil gestos frenéticos y lo único que consigue es la atención de todos, que nos observan como si de un centauro se tratara. Yo solo me limito a intentar secar un poco mi top y me acerco a Paola para intentar calmarla y parar su gritos.
Le coloco una mano en el hombro.
—Ya basta, todo nos miran. —zanjo con tono determinado.
<<Aquí la voz de la razón>>.
La aludida para sus exclamaciones, deja caer sus manos alrededor de las caderas y suelta una gran exasperación. La situación es muy incómoda. En especial cuando un rostro conocido se detiene frente a nosotras con la bandeja de bebidas y los pequeños cristales sobre esta. Al principio solo me observa a mí con expresión frustrada, como si quisiera desaparecer. Yo...supongo que denoto una gran confusión en este momento.
Fijo mis ojos en esa mirada tan conocida. La palabra brota de mis labios con tono estupefacto, hace eco entre el silencio y frunzo las cejas inmediatamente:
— ¿Mamá?
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