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Capítulo 9: Fangirleando desde el cielo (Nuevo capítulo)

El plan inicial era bailar una canción para ganar un poco de atención, pero culpé al encargado de la música, que tuvo la fantástica de embriagarme con música del amor de mi vida, de agregar un par más. Cuando volví a la realidad, extrañada por esa carga de felicidad que resultaba irreal, reconocí me había emocionado. Despierta, Dulce. Obligándome a despertar solté sutilmente de Andy y acomodé tímida mi cabello que se había vuelto tan loco como mi interpretación. Quise hacer un comentario gracioso para disipar la vergüenza, pero no se me ocurrió nada. Mi cerebro había dejado de funcionar. De todos modos, en medio de mi balbuceo él me sonrió regalándome poco a poco la calma al igual que la respiración.

Aunque esta volvió a descompensarse cuando alguien se acercó a saludarnos. Oh, no. Era lo que buscaba, pero no se sintió como planeé. Supongo que olvidé que uno puede intentar controlar cada detalle, sin embargo nunca logrará domar las emociones. Había una sonrisa en sus labios, sin embargo, siendo más avispada pude distinguir otra emoción bailando en su mirada oscura. No alcancé a descifrarla.

—Nael, hola —lancé torpe.

—Veo que se animaron a venir —mencionó animado. Asentí antes de que señalara al muchacho moreno que le acompañaba. Viéndolo de cerca parecía ser un par de años más joven, aunque tal vez se debía al aire juguetón que destacaba en su mirada—. Asher, ellos son Dulce y Andy, los chicos que conocí en la cafetería —nos presentó.

—Wow, ese baile fue la sensación. Chica, sabes como robarte el show —me halagó. Sonreí cohibida. No estaba segura si había escogido la forma adecuada de "robar el espectáculo"—. Aunque no me sorprende, Nael ha hablado mucho de ti, de ustedes en realidad —se corrigió, sorprendiéndome.

Intenté disimular mi mirada curiosa, pidiéndole en secreto detalles.

—Ya me da miedo preguntar cosas buenas — murmuré divertida a Andy, dándole un codazo—. ¿Ustedes son hermanos? —dudé porque emanaban una confianza que solo pueden darte los años o los lazos de sangre.

—Casi. Digamos que mi abuelo se encariñó con Nael hace unos años y nos hizo prometer nos trataríamos como tal. No es fácil —bromeó encogiéndose de hombros—. Ya sabes, hay que cumplir esa clase de juramentos.

—Tu abuelo debió ser un gran hombre —destaqué enternecida ante su gesto. Siempre creía que la gente que abrazaba como parte de su familia a los desconocidos tenía mucho amor para dar—. Seguro está en el cielo.

Después de todo, no hay acto más generoso que amar a las personas. Asher escondió una sonrisita, pero no pudo mantenerla oculta por mucho.

—Qué va. Está dormido a dos calles del Mercado de Abasto —se burló de mi metedura de pata.

Quise cubrirme la cara de la vergüenza. Ya andaba enterrando al hombre en plena fiesta. Sentí arder mis mejillas con su carcajada de fondo. Apenada le di un vistazo a Andy que se encogió de hombros y deslumbré que Nael echó la mirada a un lado para disimular su sonrisa, no burlona, sino natural.

—Perdón, perdón —solté deprisa—. Dios, disculpa, no quise...

—No te preocupes —le restó importancia—, ya me habían advertido de tu imaginación —añadió—. Por cierto, ¿cómo sigues de tu golpe en la cabeza?

Por inercia llevé a mi frente. Él rio, sonreí al notar lo tonta que estaba comportándome.

—Al menos ya no parezco una alcancía —destaqué optimista—. Creo que poco a poco se borrará la marca. ¿Tú también eres enfermero? —me atreví a preguntar.

—Paramédico, pero estoy preparándome para ingresar a medicina —contó con un deje de orgullo, y no era para menos. No cualquiera tomaba ese noble sendero. Era fan de la gente que ejercía esa carrera por lo cerca que estuve de ella—. Siempre he creído que no hay nada más impresionante que ayudar a curar a las personas —mencionó. Compartía su opinión—, y tener remedio para todo mal. Tal vez el único que se me resistirá será el del corazón roto porque dudo que exista fórmula.

Y aunque se trató de una broma, fue una pena porque sí que lo necesitaríamos.

El resto de la velada fue de lo más agradable. Asher habló hasta por los codos, por lo que no hubo espacio para incómodos silencios. Además, Andy encontró maravilloso el menú y notando su interés me atreví a preguntarle a una chica que trabajaba en el lugar algunos consejos para un cocinero en potencia como mi fiel amigo. Absorbida por la charla con otros apenas hablé con Nael, a mi pesar, pero recibí muchas de sus sonrisas que revolucionaron las mariposas en mi estómago.

Por desgracia, perdí la pista de mi prima por completo así que tuve que renunciar a mi plan de regresar con ella a casa.

Aún con el recuerdo del asalto vivo en mi memoria decidí marcharme un poco antes de la medianoche. Andy se ofreció a acompañarme, pero rechacé su dulce invitación porque no quería que se hiciera costumbre. Ya hacía suficiente cuidándome la espalda de la cafetería a casa todos los días.

Maldije entre dientes cuando el viento revoloteó mi cabello y fui capaz de percibir el frío que comenzaba a sentirse. Me regañé por no traer conmigo un abrigo, pero en mi vanidosa opinión el vestido era demasiado bonito para cubrirlo.

Pasé un buen trecho del camino reprochándome mi falta de previsión y estaba en el momento cumbre de mi debate cuando escuché una voz que paralizó mi corazón. 

—¡Dulce!

¿Qué? De no haberla reconocido hubiera salido corriendo, pero tenía tan presente el sonido de mi nombre en sus labios que no pude evitar preguntarme si estaría soñando. Me di la vuelta despacio, cuando deslumbré a Nael trotando hacia mí, con su abrigo sacudiéndose y una sonrisa reluciendo en la oscuridad no me pareció tan descabellado que me hubiera quedado dormida y ahora estuviera delirando en una banqueta.

—¿No te acompaña Andy? —me preguntó al alcanzarme.

Yo tardé en responder, estudiándolo para comprobar se trataba de él. Sí, lo era. Esa sonrisa era inconfundible.

Parpadeé con una sonrisa tonta. Reacciona, Dulce, me ordené agitando mi cabeza.

—No, le aconsejé que se quedara un rato más, parecía emocionado con todos los secretos que logró reunir de la cocina —destaqué sonriendo al recordar lo feliz que lucía. Eso era lo suyo, su rostro se iluminaba de una manera especial cuando se adentraba a ese mundo. Era feliz por él.

Nael asintió, entendiéndolo, al retomar el paso caminando a mi lado con las manos en sus bolsillos.

—Hacen una buena pareja —comentó de pronto.

—Lo sé, y eso que no ensayamos —reconocí igual de admirada porque había sido una gran sorpresa lo bien que nos entendimos en la pista.

Y Andy aseguró que no sabía bailar. Ajá. Me pregunté qué otras sorpresas daría.

—¿Llevan mucho saliendo? —lanzó de pronto, mirándome de reojo, obligándome a detener mi avance de golpe.

No fue hasta repetí la cuestión en mi cabeza que caí en cuenta de lo que trataba de decir. Solté una risa sin poder controlarme. ¡Nael pensaba que estaba "saliendo" con Andy en plan romántico!

—No —respondí enseguida, riéndome de lo raro que sonaba—. Es decir, no creas que tengo algo en contra de él. Andy es un chico maravilloso —aclaré enseguida—, con un corazón enorme y le quiero muchísimo —acepté porque se había colado en mi corazón con una facilidad admirable—, pero es un cariño de hermanos.

Fraternal, del que muchas veces resulta más poderoso que el romántico. La sola idea de que tuviéramos algo me parecía rebuscada, no éramos compatibles, es decir, Andy era el chico perfecto, yo un desastre. Para él calzaba mucho mejor una mujer igual de adorable, no un terremoto que no salía de un lío para meterse en otro. Eso nunca tiene un buen final.

—No sé porque saberlo me hizo sentir mucho mejor —mencionó dibujando una media sonrisa con una seguridad que me hizo cosquillas en la piel.

Mi corazón dio una voltereta, un par de acrobacias antes de acabar tendido en el suelo para recuperarse por el subidón de emoción. Contuve mis deseos de sonreír en un esfuerzo de no delatar la ilusión que me regalaron sus palabras. Entre los dos se formó un silencio que sentí la necesidad de romper, o tal vez estropear, porque con la mente en blanco solté lo primero que apareció en ella con tal de seguir hablando.

—¿Te han dicho que te pareces mucho a Chayanne? —escupí sin meditarlo.

¿Es en serio, Dulce?, me reclamé queriendo golpearme.

Nael soltó una natural carcajada ante la inusual pregunta.

—Lo siento, no sé, fue solo un comentario —me exenté cuando mi cerebro empezó a carburar—. Y es un halago —aclaré deprisa. Claro que lo era, por Dios, me refería a Chayanne. ¡Chayanne!—. Tal vez no sepas de quién te hablo, es un...

—Me temo que lo conozco bastante bien —me interrumpió divertido. Alcé una ceja al distinguir algo oculto en su expresión, no necesité preguntar, él se encargó de evaporar mis dudas—. Culpo a la adoración de mi madre por él —explicó.

—¿Le gusta? —pregunté tan emocionada como siempre que encontraba alguien que entendiera mi amor por ese hombre. Así debía sentirse hallar a tu alma gemela—. Wow, tal vez podríamos ser amigas o podría invitarla a formar parte del club de fans de la ciudad —propuse barajeando todas las ideas que desfilaban por mi mente—. Soy parte del comité principal y...

—Ella murió hace tiempo —soltó, cortando mi eufórico parloteo.

Dios, otra vez quise cubrirme la cara de pena. Yo debía ser la única tonta que enterraba a los vivos y armaba fiesta para los muertos. Un agujero se formó en mi estómago. De pronto todo pareció adquirir un tono oscuro.

—Lo siento muchísimo —mencioné sincera.

Por todo, por soltar incoherencias, por su perdida, por recordarle el momento.

Creo que él logró percibir que hablaba en serio porque me dedico una débil sonrisa que ayudó a disipar un poco la tormenta en mi cabeza.

—No te preocupes, eso fue hace mucho tiempo. Yo tendría unos diez años —rememoró.

—Vaya, debió ser muy duro crecer sin ella —murmuré sintiendo una punzada en el pecho al imaginarlo. Él suspiró sin querer entrar en detalles, respeté su silencio—. Yo también perdí a mi mamá hace muy poco —compartí sintiendo la necesidad de hablarlo. Y aunque tuve la suerte de estar a su lado algún tiempo, siempre deseé más, necesité más. Cada día resentía su ausencia, asumí que para siendo un niño fue más complicado—. Miento, no fue tan poco, fueron dos años —me corregí, meditándolo—, pero a veces tengo la sensación de que el tiempo frenó y otras que fue demasiado rápido... No sé cómo explicarlo —admití para mí, acariciando mi brazo, riendo incómoda. Aún me costaba mucho hablar del tema.

No creí algún día pudiera contárselo a alguien, por más confianza hubiera entre nosotros.

Cada que lo intentaba, mi garganta se cerraba. El dolor más grande de mi vida lo guardaba solo para mí.

Aún no terminaba de creer que un día simplemente, mi mejor amiga, la mujer que siempre estaba a mi lado, ya no estaba. El día que murió también lo hizo una parte de mí, una que jamás volvería a recuperar. No se la llevó, era demasiado generosa para arrebatar algo, incluso cuando le pertenecía, yo se lo entregué para estar cerca de ella. En casa no solíamos hablar del tema, porque de cierto modo estábamos acostumbrados a fingir que el dolor no estaba ahí, por lo que cada que la realidad tocaba mis labios un sutil temblor se apoderaba de ellos. Fue una suerte algo me sacara a la superficie cuando estaba a punto de ahogarme en los dolorosos recuerdos.

Pensé que me desmayaría cuando sin aviso Nael tomó mi mano y acarició con su pulgar mi palma, reconfortándome. Fue una caricia para un corazón que estaba tiritando por el frío que inunda la soledad. Le agradecí con una sonrisa ese gesto.

—¿Sabes qué? —me atreví a hablar, y aunque pronto callé dudando si sería correcto, acabé soltando lo que mi alma exigió liberar—. Creo que tu madre y la mía deben estar fangirleando juntas desde el cielo.

—Suena bien —admitió con una sonrisa especial, de esas que arrugan los ojos y encienden el corazón—. Conociendo a mi madre es muy posible —mencionó con un toque nostálgico bailando en su garganta. El viento agitó algunos mechones de su cabello, pero se mantuvo inmutable hasta que alzó el mentón, encontrándose con mi mirada—, pero si la tuya se parece un poco a ti es un hecho.

—¿De dónde crees que aprendí todo? —bromeé divertida, encogiéndome de hombros. La temperatura había comenzado a descender, pero apenas reparé en el clima porque dentro de mi pecho mi corazón ardía en una emoción tan poderosa como devastadora—. Me gusta pensar que le aprendí algunas cosas, claro que no todas. Ella no se rompía la cabeza con mesas o tropezaba cada diez minutos —admití riéndome de mis defectos, aquellos que eran imposible esconder—. La gente solía decir que si el sol se transformara en una mujer se parecerían, en su corazón había luz suficiente para iluminar las más oscuras de las noches —le conté uno de mis halagos favoritos—. Y tenían razón, ella era especial.

Tan especial como hallar una flor en un desierto o una estrella en medio de la tormenta. Nael escuchó mi drama con una paciencia infinita y no fue solo su templanza lo que hizo eco en mi corazón, sino su respuesta lo que se quedó grabado en él con una nitidez que sería imposible borrar. Sonrió, con eso lo dijo todo.

—Entonces eres idéntica a ella, Dulce.

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