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Capítulo 8. Ritual de apareamiento (Nuevo capítulo)

Parecía que era verdad que todo el mundo estaba ansioso por la inauguración del nuevo restaurante porque la cafetería quedó vacía antes de lo acostumbrado. Gracias al cielo no quedaba cerca de la zona, ni se dedicaba al mismo rubro por lo que no eran una competencia directa, pero sí había logrado que la mayoría de la gente del barrio lo marcara en su agenda.

Yo era una de ellas, así que no me mordí la lengua para suplicarle a Don Julio nos dejara salir temprano esa noche. Es decir, no servía de nada encerrarnos en un local donde no vagaba ni un alma. Y tal vez fueron mis brillantes argumentos, o su desesperación por librarse de mi voz, lo que le llevó a aceptar.

No le di tiempo de arrepentirse antes de correr a casa para arreglarme tanto como mis pocos conocimientos en peinado y maquillaje me lo permitiera. No solía preocuparme por cómo me veía, siempre me daba un baño, peinaba mi cabello a toda prisa, me ponía el primer pantalón de mezclilla que encontraba junto a un par de zapatillas que me permitieran andar sin problemas. Sin embargo, esa noche quería lucir diferente. No lo suficiente para no reconocerme, solo para remarcar se trataba de una noche especial.

Terminé escogiendo un sencillo vestido celeste que me encantaba y me ponía tan poco que apenas podía recordarlo. Sonreí enamorada de la caída a la rodilla que daba la apariencia de ser una nube de azúcar. Me arriesgué a ponerme unos tacones de mamá, rezando por no romperme de nuevo la cara ahora que la herida había comenzado a borrarse. Quise probar con un maquillaje digno de una alfombra roja, capaz de robar miradas, mas con el tiempo en contra, y a sabiendas que era el peor momento para experimentar, agradecí mi pulso no fallara mientras delineaba mis ojos. Apliqué un poco de rímel sin sacarme un ojo y utilicé mi tono favorito entre rosa y durazno para mis mejillas y labios. Sin importarme realmente si era adecuado para la ocasión sonreí satisfecha a mi reflejo mientras sujetaba dos mechones rubios con un broche. Simple, natural, digno de la carrera que retomé cuando salí de casa tras despedirme de mi tía.

Pensé invitar a Jade a unirse, pero me avisaron que había salido, algo raro teniendo en cuenta prefería quedarse los fines de semana leyendo. Aunque tras pensarlo mejor deducí que tal vez había decidido despejarse un rato. En las últimas semanas la universidad la absorbía por completo. Ella era una estudiante ejemplar, tenía unas notas destacables y todos sus maestros le auguraban un gran futuro, estaba segura lo alcanzaría. La admiraba, no solo porque era inteligente, sino también disciplinada, no por nada sacó un alto puntaje en su ingreso en la universidad. Yo en cambio, presenté dos veces y jamás pude hacerme un lugar.

De todos modos, me prohibí pensar en mis fracasos esa noche para no entristecerme. Sonreí recorriendo las calles sintiéndome un poco más libre. Desde el asalto se me complicaba andar por las noches, por suerte aún era temprano y había mucha gente en los alrededores. Me llené de calma cuando desde lejos deslumbré el punto exacto de reunión. Había un grupo de personas en el exterior esperando por alguien. Entre ellos encontré a Andy.

Reconociéndolo en un vistazo alcé mi mano y la agité haciéndome notar. El sitio donde escapaba música latina tenía una vibra contagiosa que me era fácil absorber. Andy me regaló una de esas sonrisas que parecía tener destinadas solo para mí, de las que no piden permiso y por eso resultan tan auténticas.

—¡Ya estoy aquí! —anuncié lo evidente, respirando hondo porque la carrera del último trecho en tacones estaba a punto de convertirme en deportista—. Pero mira que tenemos aquí, vinimos en modo galán —lo halagué juguetona.

Andy, fiel a su estilo, no cambió demasiado, pero acostumbrada a verlo con camisetas y delantal, reconozco que esa noche tenía un aire un poco más intelectual. No egocéntrico, su sonrisa era demasiado cálida dejando a la luz su sencillez. La prueba estuvo en que incluso luciendo tan bien le restó importancia.

—Tú...Tú te ves preciosa, Dulce —comentó con una enorme sonrisa que lo hizo lucir mucho más adorable.

—¿En serio? ¿Crees que le guste? —le pregunté en confianza. Él no se burló de mi absurda preocupación, en cambio me regaló una débil sonrisa.

—Du-dudo que a alguien no.

—Te aseguro que cuando me rompa la cara con estos—argumenté mostrándole mis zapatos altos—, desapareceré de la lista de varios—. Pero no importa, hay que intentarlo, ¿no? —lancé de buen humor antes de señalarle con la cabeza la puerta. Estaba impaciente por descubrí el interior.

Y no me decepcionó. No era del todo un restaurante, o al menos no a primera vista. Haciendo honor a su nombre había espacio con césped verde, algunas flores y árboles decorados con luces. En el centro había una pista amplia y al fondo una barra. Las mesas rodeaban el corazón del local, y eran las únicas cubiertas porque el resto tenía como techo el cielo. Suspiré admirando no había una sola nube. La oscuridad, contrastando con los faroles, le daban un aspecto mágico.

—Esto es hermoso —murmuré emocionada, girando sobre mis talones para admirar cada detalle. Llevé mis manos al pecho sintiendo mi corazón acelerarse.

Y en medio de mi análisis encontré a Andy contemplándome con una expresión distinta. Había una sonrisa en sus labios, similar a la que había visto cientos de veces, pero había algo en su mirada que me fue imposible descifrar.

—¿Qué? —pregunté cuando no apartó la mirada—. Oh, ya, estoy siendo demasiado demostrativa —me disculpé al notar estaba llamando la atención.

—No, no, no —me corrigió deprisa, sonriendo aún—. En realidad, es-es una tontería... —aseguró, pasando sus dedos por su cabello, cohibido.

—Como reina de las tonterías exijo saberla. Vamos, Andy, no puedes dejarme picada, sabes que soy chismosa —le recordé sin poder aguantar mi curiosidad. Él río, dándome la razón.

—Es que... —titubeó tímido, pero lo soltó sonriendo para él solo—. No sé, es-es raro, cuando estoy con-contigo siento que el mundo parece más sencillo.

Mi corazón se enterneció ante sus palabras. Ese era el halago más bonito que había recibido en toda mi vida. Una sonrisa apareció de a poco antes de tomarlo de las manos para halarlo.

—Entonces descubramos que otras cosas mágicas hay por aquí —le animé emocionada.

Andy no opuso resistencia, se dejó arrastrar entre la gente, guiado por un torbellino que llevaba mi nombre, escuchando cada tontería que aparecía en mi cabeza y riendo por la mayoría. Hablé sin parar de cada cosa que aparecía en mi camino, pero mi fugaz recorrido frenó de golpe al encontrar al último rostro que creí hallaría en medio de la multitud. Me di tiempo de estudiarla. Reconocería esa melena rubia hasta en otra vida.

—¿Jade? —murmuré extrañada contemplándola sola, sentada en un banco. Primero pensé que era cosa mía, pero pronto distinguí sus ojos celestes—. ¡Sí, es Jade! —celebré emocionada antes de correr hacia ella.

No hubo necesidad de llamarla, ella misma se percató de mi presencia y correspondió al fuerte abrazo que le di pese a que la tomó por sorpresa. Era mucho más alta que yo, pero mi energía fue capaz de sacudirla un poco haciéndola reír.

—No sabía que estarías aquí —comenté apenas me aparté un poco para verla. Era una buena noticia, mejor de lo planeado.

—Salí a distraerme un poco —me explicó un poco aletargada.

—Te lo mereces. Te hará bien —apoyé. Necesitaba un descanso. Pronto caí en cuenta de una mirada—. Por cierto, quería presentarte a alguien. Andy —lo señalé cuando me alcanzó. Sonreí con una nueva idea andando en mi cabeza apenas vi a uno frente a otro—. Ella es Jade, mi prima.

—Un placer, Andy —dijo ella ofreciéndole su mano, junto a una de sus brillantes sonrisas.

Mirándolos a los dos no pude evitar imaginar que serían una gran pareja. Es decir, Andy era la clase de chico que mi prima merecía. Ambos eran tiernos, de buen corazón, algo tímidos, pero adorables. Mi prima jamás había tenido novio porque estaba esperando a su príncipe azul. Andy calzaba a la perfección. Y por si fuera poco, Jade lucía como una princesa con ese vestido rojo que hacía contraste con su piel pálida y cabello platinado. Alta, de figura delicada y gestos elegantes eran la perfecta combinación. Además, no podía arrancarme de la cabeza que a él le gustaba, después de todo, él mismo admitió la veía en el local y se puso muy extraño cuando mencioné la posibilidad. ¿Se imaginan que Andy y yo termináramos siendo familia?

—I-Igualmente.

—Dulce nos dijo que la cuidaste mucho durante el asalto, estamos todos muy agradecidos contigo —mencionó amable.

Andy se sonrojó de pies a cabeza, culpé a la sonrisa que mi prima le dedicó.

—No-no, no hice nada en realidad.

—Es modesto, una de sus virtudes —destaqué guiñándole un ojo a mi prima. Ella río ante el gesto, y el sonido supongo que ocasionó el corazón de Andy estuviera a punto de explotar porque siguió luciendo algo cohibido. No se atrevió a hablar, llevó su mirada al suelo y entre los tres se hizo un horrible silencio—. Pues... —retomé al ver que ninguno reanudaba la conversación—. ¿Estás esperando a alguien? —curioseó. Si la respuesta era no pensé dejarlo solos para que se conocieran un poco, tal vez mi presencia era el mal tercio.

—Sí —me sorprendió, sobre todo cuando su sonrisa se ensanchó mirando algo a mi espalda—. A él.

No hubo necesidad ni de girarme, cuando caí en cuenta un muchacho se había unido al grupo. Mis dudas se disiparon y otras se acumularon cuando sin aviso le plantó un beso en los labios. Incómoda por la demostración de afecto y a sabiendas también la presenció Andy eché la mirada a un lado. Él también clavó sus ojos en el suelo y casi pude escuchar su corazón romperse. Me sentí terrible. Esto es a lo que yo llamo una corta historia de amor. Duró dos minutos y medio.

—Llegaste —mencionó ilusionada mi prima. Nunca la había visto sonreír así. Estudié a su pareja, un moreno de cabello oscuro y ojos del mismo tono, delgado e incluso más alto que ella—. Es una buena ocasión para presentarlos. Él es Silverio, mi novio —añadió. ¿Novio? Confieso que me desconcertó un poco no haber oído nunca su nombre antes cuando se suponía nos contábamos todo. De igual manera, atontada armé una sonrisa para no ser descortés—. Ellos son Andy y Dulce.

—Así que eres la famosa Dulce —reparó en mí con más atención de la que me gustaría. Él sí sabía de mí—. Jade habla mucho de ti.

—¿Cosas buenas? —pregunté divertida.

—Pues, te diré —respondió echándose a reír.

Okey...
Adoraba que la gente riera sin disimulo, pero confieso que con él no aplicó. Forcé una sonrisa ante el mal chiste.

—Está bromeando —lo justificó dándole un codazo que él respondió pasando su brazo por sus hombros con una naturalidad que me costó asimilar. Siempre imaginé al novio de mi prima diferente...

—¿Se conocieron en la universidad? —curioseé intentando llevar la conversación.

Él volvió a reír de esa forma que me hizo sentir un escalofrío.

—Qué va. La mente brillante en este par es Jade. Yo la vi una vez cuando esperaba el autobús. Pensé: no puedes dejar ir semejante belleza y la esperé todos los días para coincidir —me resumió su historia de amor. Jade se sonrojó ante el cumplido.

—Te has sacado la lotería con Jade —le dije, aunque lo deseaba decirle era que la cuidara, pero no me atreví a meterme en sus asuntos. Reparé en Andy que se había mantenido en silencio durante un largo rato. Dios, sácame de aquí—. Saben una cosa, de pronto sentí una sed terrible, creo que iré por un refresco... —improvisé.

—¿Quieres que te lo traiga? —me preguntó deprisa Andy, deseoso de querer salir de ahí.

—No, puedo hacerlo sola —resolví para que no me robara mi excusa—, pero te invitaré uno —añadí halándolo de la mano. Para él debía ser incluso más cruel presenciar esa escena.

Jade asintió sin sospechar de mi verdadera idea y Andy me siguió apenas me encaminé a la barra. Di un par de pasos y cuando me aseguré habían perdido el interés en nosotros giré en otra dirección, mucho más lejos de ellos, donde no pudieran vernos. Necesitaba ordenar mis ideas. ¡Jade tenía novio! Y no tenía nada de malo, solo me sorprendió. Miré de reojo a Andy, avergonzada.

—Lamento que vieras eso —solté muerta de pena. Eso me pasó por hacerla de celestina.

—No te preocupes, veo-veo mu-muchas parejas en el café —me tranquilizó.

—Sí, pero debe ser horrible ver a quién quieres con otro —reconocí lamentándolo.

Andy abrió los ojos alarmado.

—Ja-Jade no me gusta —repitió, pero su sonrojo alegó lo contrario.

—Ajá. Fase de negación —concluí sin esperar lo aceptara—. Pero no te preocupes, Andy —le animé mirando a donde ellos estaban. El tipo seguía apoyado en ella, mientras le contaba algo que parecía muy divertido. Ella sonreí sin parecer escucharlo—. Tal vez no duren —opiné. Apreté los labios, reprendiéndome, al caer en cuenta eso era desearles mal y no era justo si eran felices—. O tú encontrarás a alguien más —añadí otra opción.

—Seguro.

—En una de esas encuentras a alguien aquí mismo que te robe suspiros —expuse optimista—. ¿No ves a alguien que crees podría ser el amor de tu vida? —probé. Él me siguió el juego, sus ojos recorrieron de punta a punta el lugar, pero pronto se rindió y acabo tal como empiezo, con sus ojos puestos en mí.

Lo entendí. Era difícil.

—Sabes qué, te ayudaré un poco —dicté.

Andy alzó una ceja sin adelantar mi próxima locura. La cara que puso cuando me aventuré a treparme sobre la banca de concreto fue digna de una fotografía. Estuve a punto de caerme por culpa de los tacones mientras luchaba con mi falda para no dejar nada a la vista, y aunque eso último lo cumplí, casi me costó perder un par de dientes. Por suerte, los rápidos reflejos de Andy volvieron a salvarme. Me sostuve de sus hombros al perder el equilibrio. Reí agradeciéndole su ayuda.

—¡Ahora soy más alta que tú, Andy! —noté emocionada soltándome al colocar bien los pies. No demasiado, pero sí lo suficiente para hacerlo alzar la cabeza. Él sonrió enternecido ante mi tonto triunfo—. Me siento poderosa desde aquí —comenté divertida contemplando el lugar por completo.

Había muchísima gente. Todos parecían hacer lo que les dictara el corazón, reían, bailaban, jugueteaban sin importar el resto, por esa razón ni siquiera repararon en mí.
—Andy, hay un montón de personas hermosas aquí, si no te animas tú voy a robártelos yo —bromeé.

Sin embargo la sonrisa se esfumó y fue reemplazada por el pánico cuando distinguí a los recién llegados. ¡Esto no es un simulacro! ¡Repito: no es un simulacro!

—¡Está ahí!

Fue un milagro que no me rompiera un tobillo al bajar de un salto, aunque también ayudó que mi compañero me diera una mano.

Apenas logré tocar tierra rodeé el árbol para esconderme detrás de él.

Contemplé a Nael a lo lejos, charlando animadamente con otro chico, un poco más joven que él. Esta vez no llevaba chaquetas de cuero, solo un abrigo y pantalones negros, lo único que rompía la oscuridad era un camisa blanca que relucía como su sonrisa. Parecía feliz, no dejaba de sonreír.

—¿Será su hermano, amigo o novio? —pregunté.

Andy también se asomó por encima de mí, casi apoyó su mentón en mi cabeza. Desventajas de ser tan pequeña.

—Podrías preguntárselo —planteó la opción más viable.

Fruncí los labios, pensándolo.

—O podría deducirlo —expuse otro método. La mirada de Andy me advirtió que con mi imaginación esa no era el camino más asertivo—. O podría preguntárselo.

—Bien. En-entonces vamos...

Sin embargo, apenas había dado un paso afuera lo tomé su brazo y lo halé de vuelta a mi escondite.

—No puedo ir y saludarlo así nada más —le expliqué.

Alzó una ceja, sin comprender.

—¿Ah, no?

—No... Bueno sí —reconocí ladeando mi cabeza—, pero no hoy. Para quedarse en la memoria de alguien debes hacer una entrada triunfal —le expliqué. Él hizo un mohín con los labios, dudando—. Eso funciona en las películas —argumenté.

Piensa, piensa, piensa, repetí obligando a mi cerebro a fabricar el inicio más espectacular para una historia de amor, por desgracia mi imaginación brilló por su ausencia y las únicas opciones que me presentó, más por obligación que por propia convicción, eran yo tropezando, yo haciendo el ridículo, yo contando un mal chiste...

Entonces de pronto, una voz como la de un ángel apareció disipando mis dudas. Chayanne siempre estaba ahí para salvarme. Bastó el primer acordé para que la solución emergiera como la lava de un volcán, incendiando la sangre en mis venas.

—¿Has visto alguna vez un ritual de animales a punto de aparearse? —solté tal cual como apareció en mi cabeza.

Andy comenzó a atragantarse con su propia saliva.

—¿Qué? —murmuró en una bocanada.

—Bien, no escogí las palabras correctas —admití—. ¿Bailarías conmigo? —me corregí usando algo más convencional.

—No-no sé bailar...

—No te preocupes, yo te enseño —resolví para que no se angustiara por eso.

Tomé su mano, pero no di ni un paso antes de que él frenara.

—Si qui-quieres impresionarlo, será contra-contraproducente —me advirtió—, porque lo hago terrible.

—¿Del uno al diez que tan terrible? —dudé.

—Veinte.

—Es aceptable —concluí encogiéndome de hombros. Reí ante su cara de pánico cuando lo halé al centro—. Vamos, Andy, solo inténtalo —insistí.

Ahora sé que estuvo mal, pero era inmadura, la única manera que conocía de superar el miedo era lanzarme al vacío sin pararme a pensar un segundo en el paracaídas. Nadie me había enseñado lo contrario, y siendo honesta yo tampoco tuve la inteligencia de adquirir el conocimiento por mi cuenta. En el fondo, pensaba que no solo estaba logrando algo por mí, sino que además en el camino ayudaba a Andy, demostrándole que equivocarse era tan humano como acertar.

Así que la sonrisa que le di cuenta logré llevarlo al corazón de la pista, rodeado de gente, ruido y movimiento, no fue de burla, ni de victoria, sino de alegría porque creí que estaba cada vez más cerca. Tenía la corazonada de que Andy estaba destinado a cosas grandes, solo necesitaba un pequeño empujón.

Conocía esa canción de memoria, la había escuchado tantas veces que podría cantarla al derecho y al revés sin esfuerzo, pero esa noche me pareció desconocida a causa de los nervios de solo pensar quién podría estar viéndonos. No fui la única, Andy ni siquiera dónde colocar sus manos.

—Esto es fácil —empecé sonriéndole para que se tranquilizara—. Lo primero que debemos hacer es respirar hondo —dicté antes de aspirar despacio, poniéndole el ejemplo. Andy me imitó, llenó sin prisas mis pulmones, desprendiéndose de parte de la tensión de sus hombros—. Hay que relajarnos porque nada malo pasará.

—¿Qué si fallo?

Una débil sonrisa se me escapó ante su temor.

—Como en la vida, solo hay que volver a empezar —resolví con sencillez, encogiéndome de hombros—. Y si el resto se ríe, nos reímos con ellos fingiendo era parte del espectáculo —planteé otro catastrófico escenario. Lo entendió—. Caerse está permitido, podríamos inventar es un nuevo paso, también tardar un poco en levantarse, pero no acostumbrarnos en estar en el suelo, Andy —nos recordé.

Tomé su mano temblorosa y la guie sin prisas a mi cintura donde la coloqué con cuidado. Él sonrió, entre tímido y nervioso, antes de pedirle permiso con el mismo recelo para posar mis dedos sobre su hombro. Andy era mucho más alto que yo, incluso con mis tacones apenas superaba un poco su hombro, por lo que tuve que alzar el mentón para encontrarme con sus ojos.

—Ahora...

—Solo sostente bien —le recomendé divertida antes de tomarlo por sorpresa, deslizando mis pies por la pista.

Recordé la primera vez que bailé con papá, debía tener unos diez años, y nunca olvidé las palabras que me dio mamá cuando le pregunté cómo hacerlo. Ella dijo que el mejor baile, al igual que el amor, es el que se siente en el corazón. Así aprendí a vivir, sin seguir planes, ni reglas. Era un alma libre que siempre improvisaba sobre la marcha y arrastraba los cimientos que encontraba a su paso.

Los dedos de un paniqueado Andy se aferraron a los míos mientras me movía entre la gente. La mirada de él se mantuvo en el suelo, pero la mía no se apartó de él hasta que lo notó. Sonreí cuando al fin logré capturar su atención lo suficiente para que olvidara el rumbo de sus pasos. Y cuando su cabeza dejó de preocuparse por lo correcto todo comenzó a fluir de manera casi mágica.

De noviembre hasta enero, sé que te necesito. Ay, de junio a febrero quiero que estés conmigo...

Olvidándome del mundo a mi alrededor, sintiéndome libre de hacer que deseara, me arriesgué a juguetear, fingiendo saber qué demonios hacía. Estoy segura que cualquier profesional hubiera llorado al ver mi intento, pero estaba demasiado emocionada que comencé a meterme en mi papel, ante la sonrisa que se ensanchó en sus labios. Le sostuve la mirada retándolo a la par de la música, y culpé a la apasionante melodía de que la tensión aumentara entre los dos.

Mi corazón se aceleró cuando capturó mi mano y me haló suavemente a su cuerpo. Sus dedos me sostuvieron de la cintura con firmeza, no de esa que te hace daño, pero sí de la que te atrae como un imán. Sus ojos brillaron al atreverse a girarme. Atontada por la adrenalina, su cercanía y la música, me perdí en el momento. En mi respiración descompensarse, en el sonido de nuestras risas mezclarse al aceptar nos estábamos comportando como un par de locos, en lo poco que nos importó, en la euforia que te da la libertad, a la inmensa felicidad que sacude cada fibra de tu ser. No sé si logré hacer sentir a Andy parte del mundo, pero sí que me ayudó a sentirme fuera de él. 

¡Hola! Ya estamos de regreso con las actualizaciones semanales. Los extrañé mucho. Estoy muy emocionada por retomar esta historia. Estas semanas ausentes, no solo me encargué de pulir Todos quieren ser Jena Cuervo, sino que estuve trabajando en más historias del club. Así que les agradezco su apoyo. Espero les gustara el capítulo. Amaría leer sus comentarios, así que las preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿Cuál es la canción que siempre los pone a bailar?


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