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Capítulo 5. Comida gratis y corazonadas, el oro del siglo XXI

El camino a casa lo recorrí con una enorme sonrisa, de esas que nacen sin pedir permiso. Estaba tan emocionada con el par de noticias favorables que recibí esa noche que creí que nada podía desvanecer mi alegría. Pero me equivoqué, porque cuando distraída giré la llave y lo primero que me recibió fue la cara de papá sentí que toda mi felicidad se esfumó por arte de magia.

Este truco se llama, conflictos familiares.

Apreté los labios, sin disimular mi malestar. Compartimos una fugaz mirada antes de fingir que no había reparado en su presencia, pasé a su lado sin mirarlo dispuesta a subir corriendo a mi cuarto. Sin embargo mi actuación para convencernos éramos invisibles uno del otro, no funcionó.

—¿Cómo te fue en el trabajo, Dulce?

Escuché su voz a mi espalda cuando estaba en el segundo escalón. Mi primer impulso fue ignorarlo, pero algo dentro de mí apagó mi razón. Mis dedos se sostuvieron con fuerza del barandal.

Evitaba a papá todo el tiempo por una razón...

—No te ofendas, pero no creo que te interese —escupí sin contenerme.

Despertaba el monstruo dentro de mí. 

—Dulce, no me gusta que me hables así —suspiró sin perder el temple. Había cansancio en su voz, de ese que se acumula tras perder cada batalla.

Una punzada de culpa me atravesó, porque sabía que tenía parte de razón, pero la lógica no fue más fuerte que mi resentimiento. Cerré los ojos, respiré hondo sin reconocerme, en voz baja me ordené mantener la calma, no perder la cabeza...

—Tienes razón —concedí a mi pesar—, solo no hablemos, ¿de acuerdo? —le pedí igual de agotada de vivir en ese círculo vicioso—. Es lo mejor para todos.

Tal vez quiso protestar o no, no lo sé porque subí deprisa sin deseos de seguirlo escucharlo. Conociéndome sabía que no podría soportarlo mucho más. Mi relación con él se había muerto desde la raíz, no quedaba nada, no podía salvarse y cada que se esforzaba por retomarla solo terminaba lastimándonos más. Hay heridas que no pueden cicatrizar.

Con el ánimo por el suelo, sintiéndome un asco de persona por mi comportamiento, pero sin la fuerza para  cambiarlo, me recargué en la puerta echándole un vistazo a mi solitaria habitación. Mi corazón se arrugó al dar con la imagen de mamá, me esforcé por darle una débil sonrisa. A ella no le gustaba verme triste.

Dejé la mochila en una silla, repleta de ropa que debía echar a la lavadora, antes de sacar las monedas de propinas que ganamos esa noche. No era una fortuna, pero significaba mucho para mí. Al costado de su retrato había un par de tarros grandes de cristal, cada uno con un propósito distinto.

Dividiéndolas en dos lancé una parte en el que se asomaba una fotografía de Chayanne y el resto lo dediqué al que tenía garabateado "mi nuevo hogar". Hogar. La palabra volvió pesado el aire. Extrañando lo que alguna vez tuve crucé los brazos sobre la cómoda estudiando nostálgica los centavos. Comprobé lo lejos que estaba de alcanzarlo. Suspiré, a veces me sentía atrapada, desesperada por huir, pero sin saber a dónde ir.

—Tú puedes —murmuré, intentando no hundirme—. Es un comienzo —me animé. Pequeñísimo, pero uno al fin.

Gracias al cielo la oportuna llegada de Jade disipó mi pena. Fue verla sonreír asomándose por una rendija lo que me recordó tenía muchas cosas buenas en mi vida. Ella, junto a mi tía, eran una de ellas. Para ser mucho más exacta, las únicas junto a mis sueños.

—¿Qué tal estuvo esa primera semana? —curioseó entrando. Jade yo éramos como hermanas, solíamos hablar de todo lo que nos pasó cuando una de las dos volvía a casa, era una especie de pacto que firmamos cuando me dio asilo en su casa.

—Mejor de lo esperado —admití recuperando mi energía. Me puso de pie de un salto y la alcancé para abrazarla emocionada, aunque confieso que también necesitaba uno de sus abrazos para terminar de unir las piezas que comenzaban a tambalear en mi interior. Todo iría bien—. ¡Conseguí el empleo!

Jade se apartó para mirarme sorprendida, sus ojos celestes me estudiaron incrédula. 

—Esa es una gran noticia —me felicitó sincera.

—Lo sé —admití—, y no solo eso... ¡Casi me arrolló un automóvil! —añadí contenta el hecho más raro de mi día.

Ladeó la cabeza, frunciendo las cejas. Bien, esa no fue la descripción más atinada.

—Vaya, lo dices como si fuera un triunfo —se burló. Llevó su palma a mi frente para comprobar no tuviera fiebre. Sonreí, dándole un empujón—. ¿Estás segura que no lo hizo?

—No, estuvo cerca, pero no —reconocí alegre. Reí por su sonrisa derrotada antes de que ella se sentara en la cama. No hizo muchas preguntas, Jade entendía que mi comportamiento era extraño y nunca intentó cambiarlo. Por eso la quería tanto, por eso y muchas cosas más—. ¿Por qué no estaría feliz? ¡Estoy viva! —remarqué optimista sacándome las zapatillas—. Y tú sabes mejor que nadie que eso para mí es lo más importante.

Levantarme cada mañana era mi mayor triunfo.

—Además... —cambié de tema para concentrarme en el presente—, conocí a alguien —añadí escondiendo una sonrisita, desesperada por compartirlo con ella.

Jade, que amaba el chisme, aunque lo disimulara, mandó al diablo su modo serio y activó el señora 

—¿Lo dices en serio? ¡Oh, Dulce, tienes que contarme todo! —me pidió emocionada porque aunque, igual que yo, era una fanática de las historias de amor—. Espera... —me frenó con un ademán apenas abrí la boca—. Por esa sonrisa solo puede significar algo... Se trata del chico que conociste en la cafetería, ¿no es así? —adivinó a la primera, chasqueando los dedos. No necesitó confirmación, me conocía bien—. Dímelo, ¿es tan increíble como en tus sueños?

Pensé en la respuesta, pero pese a mis esfuerzos, no pude dar con ella.

Aún era pronto para adelantar de qué manera Nael cambiaría mi vida, porque sí que lo haría.

—Pues es muy amable —lo describí—. Me defendió del tipo que casi me dejó como tortilla para burrito, y eso que el otro lo doblaba de tamaño —aclaré. Jade aseguró era obra del destino, también me aferré a esa idea—. Y no solo eso, tiene una voz increíble, no de locutor de radio, pero sí perfecto para mi esposo en un futuro —argumenté divertida—. Y una sonrisa bella... —destaqué otro de sus rasgos más mágicos—. Te juro que le perdonaría se le saliera el gallo cada que canta las mañanitas o ronque por las noches si sonríe como lo hace.

Jade escuchó atenta, tal como siempre lo hacía, pero me pareció extraño después de un rato no hiciera ningún comentario. Dejé de prestarle atención a la liga con la que  me andaba el cabello, concentrándome en su mirada perdida. Primera señal de alarma.

—¿Pasa algo? —le pregunté notando algo raro. Tal vez ella había tenido un mal día y yo la había inundado de mis tonterías en lugar de interesarme por sus líos. Siempre fui más egoísta de lo recomendado.

Jade pegó un respingo despertando de su ensoñación. Negó regalándome una débil sonrisa para tranquilizarme.

—Nada, es solo que debe ser hermoso sentir has encontrado al correcto. Me hace muy feliz ver ese brillo en tu mirada de nuevo —comentó sonriendo con ternura. Entendí a qué se refería. Yo solía sonreír, hablar sin parar y actuar de un modo que todo el mundo asumía era la persona más alegre del mundo, sin embargo, los que me conocía sabían la verdad.

Hace años me habían arrebatado algo que sentí esa noche recuperé: mi libertad para soñar a futuro.

—Es solo que tengo una corazonada —le expliqué con un cosquilleo que despertó a causa de la ilusión.  No me refería únicamente a Nael, sino a todo—, de que mi vida va a cambiar a partir de hoy —pronostiqué. Y aunque en aquel momento lo ignoraba, para buena y mala suerte, no me equivoqué.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché una de sus canciones, después de todo mi madre lo adoraba desde que era una adolescente y posiblemente su voz me acompañó en mis canciones de cuna. Sin embargo, cada que aparecía en la radio mi corazón saltaba como si hubiera ganado la lotería. 

Trabajar en la cafetería tenía cosas buenas y malas. Entre las primeras estaba que detrás de la barra teníamos un radio que sonaba a lo largo del día alegrando un poco el ambiente. Hallar una de mis canciones favoritas a media jornada era un regalo inesperado.

Pegué un saltito, dejé de lado el conteo de monedas y me concentré en la melodía que conocía. Amaba cantar en voz alta, tenía la creencia que una buena canción no se vive hasta que se canta a todo pulmón. Así que deshaciéndome de cualquier pizca de pena (si es que la tenía), me dejé llevar. Según yo en un murmullo, pero cuando percibí la mirada interesada de Andy sobre mí descubrí estaba excediéndome en mi efusividad.

Y en un punto así solo existen dos caminos: moderarte o pasar al siguiente nivel. Está más que claro cuál escogí.

Coqueteando junto a él, te encontré en aquel café —canté empuñando mi mano, fijé mis ojos afilados en los de él que intentó disimular lo había atrapado. De nada sirvió—, pero tus ojos se clavaron en mí, te miré y te hice sonreír...

Pintó una sonrisa entretenido por mis ocurrencias, pero distinguí entró en pánico cuando sin aviso me acerqué a él. Sus hombros se tensaron por el temor de no saber qué pretendía. Riendo ante su recelo, aprovechando había pocos clientes quise incluirlo en mi desastre, lo sorprendí tomando su mano y halándolo para que me acompañara mi jugueteo.

Mis dedos se entrelazado a los suyos, primero a su mano libre, luego me aferré a la otra cuando al final abandonó el frasco de chispas con el que estaba decorando un cupcake y me permitió arrastrarlo entre tropezones al centro de la pequeña cocina.

—Canta conmigo —lo animé agitando mi melena rubia. Negó asustado—. Provócame, mujer, provócame. Provócame, a ver, atrévete. Provócame, a mí, acércate. Provócame, aquí, de piel a piel...

Andy no cantó, tampoco lo presioné a sabiendas era difícil para él, me conformé con la sonrisa que escapó de sus labios mientras lo movía de un lado a otro. En un impulso, sintiéndome como una niña comencé a girar sin soltarlo. Era un juego de lo más infantil, propiciado por mí alegría, pero confieso que me sentí orgullosa cuando por primera escuché su risa. Adoraba cuando la gente reía de esa forma, como si no pudiera contenerse, como si el cuerpo necesitara compartir su felicidad. Su risa era tal como la imaginé, tan cálida como su mirada, adorable y sin malicia.

Llevaba poco trabajando con Andy, pero sentía como si fuéramos amigos de toda la vida, porque siempre apoyaba todas mis locuras, no me juzgaba, ni remarcaba mis errores (incluso cuando muchas veces no lograba entenderme). Esperaba algún día ganarme del todo su confianza, porque el simple hecho de verlo más libre, me hizo sonreír como una tonta. Para mí representaba un gran avance.

Aunque esa alegría desmedida murió de golpe cuando mi mirada chocó con una sonrisa familiar que nos contemplaba en primera fila, tras la barra. Y no fue lo único que murió, casi me sumé a la lista al atragantarme con mi propia saliva de la impresión. No sabía demasiado del amor, pero convencida estaba que toser como una desquiciada no era un método de seducción eficaz. Nael sonrió riéndose un poco de mi reacción, mientras Andy me daba un golpecito en la espalda para acomodarme las cuerdas vocales.

¿Cuándo había llegado?, me alarmé. ¿Es que ese chico tenía zapatillas de algodón que impedía adelantar cuando se acercaba? ¿Y por qué siempre tenía que encontrarme comportándome como una loca?

—Tienes talento —me halagó con una media sonrisa cuando logré respirar, pasando por alto mi vergüenza, cruzando sus brazos sobre la barra.

Dios, sentía el rostro tan caliente que estaba segura que de ponerle una bolsa encima hubiera horneado mis mejillas.

—Bueno, eso no dijo el maestro del coro de la iglesia —murmuré entre divertida y avergonzada—. Él solía decir que mis interpretaciones rayaban lo estrafalario —conté. En el fondo, aunque en su momento me ofendí ante su nulo criterio artístico, tenía que reconocer tenía cierta razón—. Yo siempre fui demasiado... —busqué la palabra perfecta, el diccionario entero desfiló ante mí. Pinté una mueca—. Demasiado todo, para acabar rápido  —resumí.

Ni siquiera mi voz de princesa de musical logró hacerme un lugar en el celestial grupo porque tenían que cuidar la salud auditiva de los ángeles. Mientras debatía sobre el paraíso percibí un par de miradas, al alzar la mirada encontré los ojos de ambos fijos en mí. Claro que distintas, la de Andy más cohibida, a comparación de la Nael que no temía dejar claro estaba intentando leer lo que vagaba por tu tonta.

—Que tonta, olvidé lo más importante —me regañé llevando una mano a mi cabeza, cambiando de tema—. Andy. Nael —los presenté con una gran sonrisa, señalando de uno a otro. Silencio—. Y Dulce, si nadie ha clonado mi acta de nacimiento en la última hora —añadí divertida solo para borrar los rastros de tensión que nació por la vergüenza de hace un momento.

Andy sí que lo conocía, no solo porque era cliente frecuente, sino que además no me reprimí al contarle nuestro encuentro del viernes. Si alguien estaba al tanto de esa historia era él. De todos modos, lo disimuló bien, tal vez ayudó que Nael hizo algo que ninguno de los dos esperaba, le ofreció su mano a la par de una sonrisa.

—Un gusto, amigo —lo saludó  tan natural que sumó un millón de puntos en mi conteo. Para mí, una cualidad de oro es la amabilidad. Admito que sonreí sin disimulo cuando Andy un poco más tímido estrechó su mano sobre la barra. Mi imaginación corrió tan rápido que hasta consideré podían acabar siendo buenos amigos—. Lo digo en serio, creo que podrían hacer un buen dúo —nos halagó de buen humor.

—¿Lo oíste, Andy? —le pregunté emocionada—. Podríamos volvernos famoso, ganar un disco de platino, recorrer el mundo, tener nuestro propio club de fans, tal vez hasta lograr que un par de bebés sean bautizados con nuestros nombres, volvernos ricos, desear ser aún más ricos, mucho más —remarqué—, empezar a creer que seríamos más ricos si el otro no se acabara la mitad de galletas del camerino, exigir un camerino individual, pelear en pleno concierto —pronostiqué—, protagonizar revistas de chismes, separarnos y reencontrarnos diez años después —describí—. Admite que sería un gran final —añadí, codeándolo. 

Nael soltó una carcajada ante la expresión de confusión de Andy que intentaba procesar mi avalancha de información. Sí, hasta a mí se me acabó el aire.

—No sé si ganarán un disco de platino —concedió siendo realista, encogiéndose de hombros—, pero podrían obtener una cena gratis en Planeta Neón —planteó, intrigándome.  

—¿Planeta Neón? —repetí confundida. Sonaba a una banda de alienígenas. Y según había oídos los extraterrestres tenían interés en estudiar gente brillante, qué se supone qué yo pintaría ahí.

No tenía idea de qué hablaban, y aunque tuve la impresión Andy sí conocía el dato, por la forma en que asintió, prefirió que fuera el mismo Nael que lo explicara.

—Es un famoso bar cerca de aquí —mencionó—. Los viernes por la noche son de karaoke y la mejor pareja se lleva la cena gratis —nos contó.

—Comida gratis... —repetí, meditándolo—. Eso es como el oro del siglo XXI —argumenté.

—Deberían pasarse —nos animó. Tal vez fue mi imaginación, pero sonó como una invitación y mi bobo corazón se ilusionó tan rápido que me fue imposible frenarlo—. Yo suelo acudir con frecuencia, así que tal vez podríamos encontrarnos por allá.

Mi corazón hizo su propia fiesta.

—Sería maravilloso, ¿no, Andy? —le pregunté esperanzada en que me siguiera la corriente.

Andy no lució tan emocionado. Apretó los labios, pensándolo. A él la idea de estar con mucha gente, música y canto no era precisamente el paraíso, pero estaba tan ilusionada que lo olvidé. Con toda las miradas puesta sobre él, nervioso pasó los dedos por su cabello. En medio del caos sus ojos marrones se encontraron con los míos, y creo que leyó en ellos mi súplica porque tras un segundo de duda, terminó asintiendo. Contuve las ganas de abrazarlo porque sabía que solo lo había hecho para echarme una mano. 

—Bien. Entonces los espero verlos por allá —mencionó para los dos, pero sus ojos estaban puestos en mí con una alegría que provocó un terremoto en mi interior. Sí, era una invitación.

—Así será, Nael —respondí loca de la felicidad, sin pensarlo—. No me lo perdería por nada del mundo —prometí. Otra fuerte corazonada me asaltó, una que grita que esa noche haría la diferencia en mi historia.

¡Hola a todos! Sábado de nuevo capítulo, espero les guste ❤️. Los tres protagonista ya están en el juego y yo estoy emocionada por lo que se viene ❤️. Las preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿Qué creen que suceda? ¿Cuál sería la canción que cantarían en el karaoke? ❤️ Los quiero mucho.

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