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Capítulo 4. Definitivamente él no es San Pedro, ni yo un ángel

No establecí un plan, decidí que improvisaría cuando volviera a verlo. Me emocioné porque según Andy nuestro encuentro no demoraría, solía visitar la cafetería todas las noches. Pero fallé, no hubo pista del chico misterioso durante días. Definitivamente su carrera como vidente terminó antes de comenzar.

Andy, apenado por su desatinada predicción, aseguró que era tan extraña su ausencia que comencé a creer que se trataba de una indirecta del universo que quería salvarlo de mis garras. Con todo el dolor del mundo lo di por perdido.

Y eso duró una hora, porque el caprichoso destino lo puso de nuevo en mi camino justo la noche que me había resignado a olvidarlo. De la nada la puerta se abrió, y al alzar la mirada contemplé como ingresó con aire pensativo, llevando un maletín colgando del brazo y un par de libros que dejó sobre la mesa sin hacer el menor escándalo. Mi corazón se enredó sin entender a qué estábamos jugando.

—Que conste que ya había tirado la toalla —expuse hablándole al cielo.

Sin embargo, no podía rendirme teniendo la oportunidad frente a mí. Solo tenía que hablar con él, un par de frases, con eso bastaría para un inicio... Pero había un pequeñísimo problema que era imposible pasar por alto: Celia.

Celia era la encargada de las mesas, una imponente morena de cabello a media espalda rojo oscuro, tan oscuro como el color que pintaba sus labios donde rara vez se asomaba una sonrisa. Apenas habíamos hablado, aun así cada que se acercaba resonando sus botas de casquillo tenía el impulso de persignarme. Esta noche no puedes darte el lujo de ser una cobarde, me animé sacudiendo la tensión de mis hombros, como si estuviera punto de entrar al ring.

—Hey, Celia —la saludé casual cuando dejó distraída la bandeja sobre la barra. Alzó la mirada confundida, como si se preguntara lo habría imaginado. Para su desgracia era real. Pasé saliva nerviosa al sentir sus ojos negros fijos en mí—. Estaba pensando que has trabajado mucho... —comencé condescendiente. Elevó una ceja—. Quizás necesitas un pequeño descanso. Si quieres yo puedo ayudarte a atender las últimas mesas... —propuse.

—Escucha, rubita —me cortó como si hubiera estado esperando leerme la cartilla desde que llegué. Fruncí las cejas ante el apodo. ¿Rubita?—. No sé qué pretendas, pero no me interesa —respondió de mala gana.

Suspiré ante el desencanto. Siendo víctima de su honestidad asumí que ella valoraría más la sinceridad que cualquier interpretación, por lo que cambié de estrategia.

—Te diré la verdad —me sinceré, suspirando. Me impulsé sobre la barra para que solo ella pudiera escucharme—. ¿Alguna vez has deseado ser la hada madrina de una inolvidable historia de amor...?

—No —escupió sin pensarlo dejándome con las palabras en la boca.

Bien, eso no era el final que esperaba, admití desconcertada cuando me dio la espalda.

—Ce-Celia es un poco di-difícil... —intentó justificarla apenado Andy a mi espalda, creyendo había roto mi corazón. Sin embargo, apenas lo escuché. Estaba más ocupada planeando cómo abrir otra puerta que llorando por la que se había cerrado.

—Voy a esperarlo —determiné.

Después de todo, los viernes salía temprano y faltaba una media hora para el cierre. Así que con mis ojos fijos en él terminé mis deberes, pendiente de que no se marchara en un descuido. Él ni siquiera se percató de mi atención, permaneció absorto en las páginas, haciendo anotaciones y remarcando párrafos con un plumón que destacaba entre su caos. Supuse que podría tratarse de un estudiante universitario, la mayoría de los clientes lo eran, por la cercanía con la facultad. Me pregunté qué estudiaría...

—Dulce.

Pegué un respingo asustada al escuchar una voz a mi espalda. Giré sobre mis talones chocando con mi jefe. Sentí mi alma hundirse en el suelo al encontrarlo frunciendo los labios y cruzándose de brazos. Eso no gritaba buenas noticias. En un segundo repasé todo lo que pude haber hecho mal, intentando adelantar qué me diría, pero había tantas opciones que se me acabó el tiempo.

—Dulce —repitió sacándome de mi aletargamiento.

En un acto reflejo me erguí, alcé el mentón y llevé mi mano a la frente en un saludo militar.

—¡Presente, señor!

Él me miró como si estuviera loca, pero contrario a lo que esperé se le escapó una sonrisa.

—¿Cómo van las cosas?

—¡Excelente, señor! —respondí sin titubear.

—¿Ningún herido? —continuó su interrogatorio.

—¡Ningún muerto en batalla!

Y eso era más que suficiente. Don Julio lució satisfecho. Revisó a detalle la barra en búsqueda de un error. Recé por haber tirado la envoltura de mi chocolate. Volví a respirar aliviada cuando no encontró motivo para reprenderme.

—No sé cómo lo hiciste, pero contrario a mis pronósticos no hubo otra cabeza rota —comenzó suavizándome un poco sus facciones, aunque no lo suficiente para bajar la guardia. Yo tampoco podía creerlo—. Superaste la semana de prueba, por lo que el trabajo es tuyo —lanzó sin darme tiempo de procesarlo.

El empleo era mío...

—¿Habla en serio? —dudé, con el corazón haciendo estragos en mi pecho.

—¿Quieres que sea broma? —respondió, volviendo a su característica amabilidad.

—No. Claro que habla en serio —me corregí deprisa, enfatizando lo último.

—Bien. Mañana quiero tu papelería para firmar el contrato —me ordenó.

Sonreí efusiva sin terminar de creerlo. Llámenme infantil, pero para mí este trabajo era un cambio enorme. Tras años en pausa sentía que comenzaba a ponerme de nuevo en marcha.

Asentí como una tonta mientras él me dictaba qué documentos debía entregarle, sin entender un comino, pero luciendo convencida hasta que me dio la espalda para regresar a la oficina. Ni siquiera terminó de cerrar cuando pegué un salto liberando la energía acumulada en mi pecho. Andy mirándome de reojo, que había estado al pendiente de la conversación, pareció resistir el impulso de preguntarme la noticia, pero me adelanté para que fuera el primero en saberlo. Después de todo, en parte era gracias a él.

—¡Me dieron el empleo, Andy! —le informé tan emocionada que tuve que sostenerme de sus brazos para no ceder a mis ganas de ponerme a dar piruetas. Una de sus inocentes sonrisas iluminó su rostro, dejando claro estaba feliz por mí—. ¡El empleo es míooooo! —repetí gritando para volverlo una realidad.

No podía creerlo. Andy rio ante mi ataque de alegría que despertó la atención de varios comensales, no pude comprobar cuántos, porque sin pensarlo lo sorprendí abrazándolo con todas mis fuerzas, y aunque era diminuta comparada con él mi adrenalina logró sacudirlo un poco, contagiándolo. Fue un contacto fugaz, ni siquiera le di oportunidad de corresponderme, pero me alegró encontrar una sonrisa en sus labios cuando un segundo después me aparté rápido al caer en cuenta tal vez me había excedido un poco. 

Estuve a punto de disculparme por mi impulso, prometerle que no volvería a invadir su espacio personal sin permiso, pero me distraje porque en un vistazo a la mesas me di cuenta que algo había cambiado. Todo pasó a segundo plano. ¡Dulce, concéntrate! Reprochándome mi descuido busqué al chico en la mesa al fondo, pero estaba vacía. Pasé deprisa mi mirada por todo el local, cada rincón, esperanzada por alcanzarlo, mas no encontré rastro de él. Se había marchado.

Imposible, ese chico debía tener algún poder para desaparecer en un parpadeo. No quedó ni su sombra. Casi me había acabado los lagrimales para no perderlo de vista y le habían bastado unos minutos para esfumarse por arte de magia. Comencé a considerar que tal vez era un ilusionista...

—Celia... —me atreví a hablar cuando se acercó, sin contener mi curiosidad—. Por favor, no me asesines —rogué asustada al enfrentarme con su dura mirada que parecía maldecir al destino por tener que cruzar palabra conmigo dos veces en el mismo día—. Solo quería preguntarte si sabes sobre el...

—¿El chico de la mesa del fondo? —me robó las palabras. No supe si aplaudir su increíble observación o regañarme por ser tan evidente—. Se fue hace apenas un momento —avisó colocando unas monedas en el tarro de propinas. Eso podía deducirlo por mí misma—. Por cierto, me dijo algo sobre ti... —soltó de pronto, intrigándome. 

—¿Sobre mí? —repetí en voz baja, a punto de sufrir un infarto.

—Dijo que le parecías linda —comentó indiferente, encogiéndose de hombros.

Sentí que el corazón se me escaparía del pecho. ¿Él se dio cuenta que existía? Definitivamente morí, renací, volví a morir en un segundo. ¡Se fijó en mí! Mi rostro se iluminó, sin pedir permiso una sonrisa que apenas cabía en mi cara se me escapó.

—¿En serio?

—Obvio que no —soltó a la par de una ruidosa carcajada, riéndose de mi ingenuidad. Me desinflé como globo en fiesta—. Ni siquiera sabe que existes —mató mi esperanza con una cruel verdad.

Tuve que tragarme el orgullo y la desilusión, ni siquiera pude contradecirle cuando se marchó a limpiar las últimas mesas porque no mentía. Resoplé, apoyé mi mejilla en mi palma mientras la veía a lo lejos mofándose del cuento que me había inventado. Era tan fácil engañarme.

—No-no lo tomes per-personal —me pidió Andy, acercándose cuidadoso a mi lado—. Ce-Celia es así con todo el mundo —me explicó.

—¿Qué? —pregunté distraída alzando mi mirada a él, con la cabeza en las nubes. Negué con una débil sonrisa para que no se angustiara—. En realidad, estaba preguntándome cómo se teñirá el cabello —confesé. Suspiré admirando lo bien que lucía—. Si no me odiara le pediría un consejo, ahora no, a menos que quiera protagonizar un programa de las más maneras más originales de morir —murmuré—. La única vez que intenté hacerlo terminé hecha un desastre —le compartí, antes de mostrarle uno de los mechones que caían sobre mis hombros—. Se supone que sería una cautivadora pelirroja al estilo de Jessica Rabbit, pero al final casi creí me contrarían como doble de acción de Chucky.

Andy dibujó una tímida sonrisita que me hizo sentir un poco mejor.

—Bueno, otro día será —me animé resignada.

Mamá decía que cada vez que la vida te gritaba que no, tú debías contestarle con tres . Una de las dos debía cansarse primero y conociéndome no sería yo. Oportunidades no faltarían ahora que pasaría todos los días en aquel local. Algún día hablaríamos, sino era mañana, pasado, en un mes o cuando hiciéramos fila para solicitar la pensión.

Cinco minutos después de mi chasco, me despedí de Andy y de Celia con un ademán. Agradecí la sonrisa del primero para comprobar no era invisible, porque esa noche todo parecía indicar me había convertido en familiar de Gasparín.

Y no hablaba solo del rechazo de mi compañera, que parecía cómoda fingiendo yo era parte de la utilería, sino por la figura que hallé afuera del local cuando empujé la puerta de cristal. No sé qué se detuvo primero, si mi respiración o los latidos de mi corazón. Agradecí en silencio lograr sostenerme de la perilla para no irme de espaldas.

Era él.

¡Era él!

El chico de la cafetería estaba en el estacionamiento delantero, colocándose unos guantes oscuros, junto a una motocicleta que parecía a punto de arrancar. Sonreí como una adolescente teniéndolo justo frente a mis ojos, sintiéndome en un sueño. E incluso cuando me congelé y mi mirada no se apartó de él, no reparó en mi presencia.

En un impulso di un paso delante armándose de valor. Abrí la boca para saludarlo, pero no se me ocurrió nada. Para ser honesta, en el café la excusa del pedido era el primer tirón, después vendría la improvisación (mi especialidad), pero ahora era distinto. Si una desconocida aparece de la nada a desearte buenas noches, lo único que ganaría es una orden de restricción.

Hola, ¿cómo estás? Mi nombre es Dulce. Seguro te estarás preguntando qué demonios hago aquí —murmuré practicándolo—. Ni siquiera yo lo sé... —Frené mi avance, negué con la cabeza al caer cuenta de lo raro que sonaba. Suspiré, se trataba de un inicio terrible.

Caminé de espaldas sin querer perderlo de vista, regañándome por mi nula creatividad. ¿De qué servía tener una lengua que no puede quedarse quieta si a la hora que la necesitas no coopera?, me regañé.  Derrotada me di la vuelta, dispuesta a volver a casa, pero iba tan distraída que había ignorado tenía ya un pie en la calle. No lo noté hasta que algo perforó mis oídos, escupiéndome en la realidad.

La sangre se heló en mis venas cuando una inesperada luz me cegó, obligándome a cerrar los ojos. Un claxonazo me revolvió el estómago con violencia. Quise correr, pero mis pies parecieron pegarse al asfalto impidiéndome moverme. No pude hacer más. Aterrada esperé el impacto, la sangre, los gritos, casi pude imaginar la voz del paramédico llamando a mi tía para darle la mala  noticia. Pensé en su llanto, en mi estupidez. Me arrepentí de todos mis pecados, que aquí entre nos eran muchísimos para resumirlos en treinta segundos. Mi vida entera pasó como una cinta en la que apenas logré distinguir  algunos capítulos, y la pregunta que había mantenido bloqueada durante años, por miedo a la respuesta, retumbó en mi mente: ¿Morir dolería?

Pero no lo hizo. En realidad no sentía nada. Y eso en lugar de un consuelo, me inundó de un miedo terrible. Había pensado durante noches enteras en la muerte, tras la perdida de mamá visualicé un sin fin de escenarios excepto ese. Si la muerte no te sacude, ¿qué demonios lo hará?

Con dificultad distinguí un débil destello que imaginé sería esa luz de la que todos hablan, la que te lleva al cielo, porque asumí esa sería mi parada...Vamos, que no era una santa, pero creí que aún no juntaba tantos desaciertos para terminar como una salchicha humana.

Sin embargo, pese a mis esfuerzos no pude llegar a ella. Arrugué mi nariz confundida y entonces descubrí mantenía los párpados apretados. Temerosa fue abriéndolos de a poco, librándome de la oscuridad, sin saber qué me esperaría del otro lado. Lo que descubrí mi dejó helada.

La tímida luz no era más que la de un coche que me golpeaba directo a la cara. Sin respirar contemplé el automóvil a unos centímetros de mí. Estaba viva, ¡viva! Lo comprobé por el ritmo desenfrenado de mi corazón que apretó mi pecho, deseoso de librarse de aquella angustia.

—¡¿Por qué no te fijas por dónde caminas?!

El grito me hizo pegar un salto. Alcé la vista topándome con un hombre que se sostenía de la puerta del conductor, acribillándome con la mirada. Casi pude escucharlo deseándome esa muerte que por poco llegó. Tras un fugaz análisis concluí no se trataba de San Pedro, según buenas fuentes era alguien muy amable, y él...

—¿No viste lo que casi provocas? —insistió ante mi embobamiento.

Sí, pero no me salió la voz, fue como si el corazón se atorara en mi garganta. Afiló su mirada, obligándome a soltar algo más. Hice mi mayor esfuerzo.

—Eh... —murmuré con las piernas temblando. ¿Es enserio, Dulce? Miles de palabras en el diccionario y eliges balbucear como un bebé. Ni siquiera sabía cómo se mantenían en pie cuando sentía que en cualquier momento me vendría abajo. Lo pronuncié tan bajo que ni siquiera logré escucharme. Eso lo exasperó más, pensé que le explotaría la vena de la frente o sufriría un infarto. Me reprendí por no saber primeros auxilios, adelanté lo necesitaría. 

—¿A parte de ciega eres muda, idiota? —gritó haciéndome pegar otro respingo ante su agresividad. No solía achicarme ante la gente, pero en aquel momento me sentí tan vulnerable y perdida que solo quería hacerme un ovillo.

Estuve a punto de decir algo, no me pregunten qué porque no lo sé, pero una voz evitando una desgracia me regresó al presente.

—Tranquilo, está asustada —intervino alguien a mi espalda. Mi cerebro, que se había tomado un descanso, después de que casi lo asesiné, ni siquiera perdió el tiempo intentando adivinar de quién se trataba porque estaba en blanco—. ¿No ves que casi la matas?

Atontada me giré topándome con la persona que menos esperaba. Mis neuronas sufrieron un cortocircuito. ¿Quieren matarme? Demasiadas emociones para una noche. Estudié los ojos negros del chico de la cafetería a unos pasos de mí por si se trataba de una alucinación.

Tal vez sí morí...

—¿Yo? —se ofendió ante el reclamo.

Enfadado rompió mi barrera de seguridad, acercándose para aniquilarnos. Por inercia di un paso atrás chocando mi espalda con su pecho. Quise esconder mi cabeza en el suelo. Aturdida pasé la mirada de uno a otro, sin saber con quién disculparme primero. Sin embargo, teniendo al grandulón a unos pasos, no tardé demasiado en decidirlo. Era más cobarde que romántica.

—¡Esta loca fue la que se atravesó a medio camino! —mencionó hablando tan alto que posiblemente hasta el presidente lo escuchó.

—Si condujera con cuidado no lo hubiera tomado por sorpresa —argumentó. Me parecía que tenía un buen punto, pero el hombre no parecía muy razonable, todo lo contrario. De hecho la manera que empuñó las manos me adelantó buscaría liberar su furia de una forma poco diplomática. Tuve que ser más rápida.

Deseando calmar el caos, extendí mis brazos marcando una pausa.

—No, no, él tiene razón —cedí para calmar las aguas embravecidas—. Venía distraída, no me fijé al cruzar la calle. Fue mi culpa, lo siento... —acepté avergonzada. El hombre pareció satisfecho de que asumiera mi responsabilidad, hinchó el pecho orgulloso. El chico negó ante su cinismo y que no lo reconociera volvió a ponerlo a la defensiva. Me vi en la necesidad de volver a hablar—. Es una suerte que frenara justo a tiempo para que no le pasara nada a esta belleza —halagué dándole un golpecito al cofre. Él afiló la mirada ante la confianza, sonreí nerviosa y limpié mi mano en mi pantalón.

—No me interesa —me calló, desesperado de mi parloteo. Apreté los labios—. Hazte a un lado —ordenó con voz grave. No lo pensé dos veces. Como usted mande, general.

—Es justo lo que haré —aseguré deprisa antes de ponerme en un lugar seguro, corriendo como una gallina. Me hubiera gustado mostrarme fuerte e imponente, pero qué puedo decir, cuando la has visto tan cerca tu integridad va sobre tu honor.

El muchacho, en cambio, negó con una mirada de desaprobación, resistiendo un instante sus ganas de confrontarlo hasta que pareció darse cuenta no valía la pena. Dejé escapar un suspiro aliviada cuando decidió subirse a la acera, colocándose a mi lado para que el conductor siguiera adelante. El alma me regresó al cuerpo mientras mis ojos lo veían desparecer doblando en la esquina. Estábamos a salvo.

—¿Estás bien?¿No te lastimó?

Tardé un instante en procesar que me estaba hablando a mí. Me tensé de pies a cabeza. ¡No entres en pánico!, me ordené haciendo todo lo contrario. Temiendo se tratara de un sueño me resistí un poco a darle la cara, mantuve la mirada clavada en los coches avanzando, los sentidos en las luces, en el sonido de las llantas deslizándose por el pavimento, pero pronto entendí no podía vivir así toda la vida y alcé la mirada. Me encontré sus ojos negros fijos en mí, en los que brillaba un deje de preocupación. El corazón me dolió por lo rápido que iba en mi pecho.

¡Habla, Dulce, habla!

—Sí, estoy bien. El automóvil no me rozó —aseguré. Había sido más el susto que el golpe. Ante mi respuesta mediocre añadí nerviosa otro dato tonto—: Además, tengo buena salud.

Quise golpearme la frente con la palma al meditarlo. ¿Eso qué? ¡No es el Doctor Simi, poco le importa cuantas veces te resfrías por año! 

—Me alegro —respondió divertido ante mi sonrojo, salvándome de otra metida de pata cuando quise explicarle—. Vas a tener que cruzar con más cuidado, la gente últimamente maneja como loca —me recomendó—. Yo también he terminado en el suelo varias veces por tipos como ese —me contó señalando con un ademán su medio de transporte.

—Pero estás vivo —remarqué optimista.

Mi cerebro firmó su carta de renuncia.

Él pensó un instante en mi respuesta, pensé que se reiría por lo boba y simple que sonó, pero contra mis pronósticos, no se mostró fastidiado, sino que dibujó una sonrisa. Fue tal como la imaginé, brillante y encantadora, de esas que invitan a imitarlas, 

—Sí, hemos corrido con suerte —aceptó de buen humor—. Pero no debemos ampararnos demasiado a ella.

—Muchas gracias por ayudarme... —soltó sincera para no olvidar lo más valioso. Su apoyo fue muy oportuno, quise hacérselo saber, pero él le restó importancia.

—¿Eres nueva? —curioseó, cambiando de tema. 

—¿Hablas de la zona o desatando el caos? —cuestioné. No se había borrado la anterior sonrisa cuando una nueva se ensanchó. Le gustaba sonreír, anoté.

—Tengo la corazonada de que tienes experiencia en el segundo tema —acertó, divertido. Intenté disimular el sonrojo, no se equivocó.

—Sí, llevo unos días ayudando a Don Julio con la caja —platiqué mostrándole el local a nuestra espalda. El chico dejó de escucharme un instante, frunció las cejas y no fue hasta que soltó lo que revoloteaba sus pensamiento que entendí estaba intentado hallar algo... Por desgracia, lo encontró en mi cara.

—Claro, eres la chica del saludo militar —mencionó contento al dar con la respuesta.

Mi rostro se desencajó. Esa no es precisamente la palabra que te gustaría usara tu amor platónico para describirte.

—¿Oíste eso? —murmuré avergonzada. Quise que me tragara la tierra y me escupiera en Miami—. Pensé que los cliente no reparaban en lo que pasaba del otro lado de la barra... —justifiqué mi raro comportamiento, acomodando un mechón rebelde.

—Comúnmente no —aceptó sin perder la jovialidad—, pero te aseguro que más de la mitad lo hizo.

Cerré los ojos, reprendiéndome entre dientes mientras él sacaba un casco.

—Bien, no pienses que estoy loca —aclaré deprisa cuando posó de vuelta sus ojos en mí, pero por más que me esforcé, no encontré argumentos a mi favor. En pleno incidente me mostré sin disfraces, ahora no podía engañarlo—. O tal vez un poquito... —reconocí para mí, por la forma en que me miró descubrí me había escuchado. Tiene buen oído—. Lo que sucedió es que estaba muy emocionada porque logré quedarme con el puesto. Y cuando estoy feliz hago cosas raras, lo cual es la mayoría del tiempo... —admití en un murmullo—, pero raras en el sentido divertidas, no creas que de esas que te envían a prisión..

—No creas que te estoy juzgando, me agrada la gente que no se reprime —confesó ante mi enredo. Sonreí por la sencillez que me contagió—. De no ser porque tenía prisa me hubiera quedado a ver el espectáculo.

—Y yo aquí quitándote el tiempo —comprendí la indirecta. Esperé no haberme mostrarme demasiado desesperada por hablar con él—. Disculpa...

—Quizás volvamos a vernos, vengo con frecuencia —comentó de pronto, sonriéndome. 

Hice un esfuerzo por no ponerme a dar de saltos cuando él mismo lo puso sobre la mesa.

—Seguro. Yo trabajo aquí todos los días, excepto los domingo, porque Don Julio puede ser un poco explotador, pero como buen cristiano no permitiría faltara a misa. Sabe que mi estadía en el cielo depende de él —bromeé.

—Es considerado —me dio la razón, divertido, antes de colocarse el casco. Lo único que resaltaron fueron sus profundos ojos negros—. Espero que mi profesor también lo sea.

—Ojalá que sí —deseé, mostrándole mis dedos cruzados—. Funcionará. Nunca fallan. Si no, puedes decirle que evitaste una desgracia. Seguro te perdona. Nada puede dejarlo más helado que salvar una vida. Tal vez hasta te de un punto extra —propuse una idea.

Él me estudió despacio con una sonrisa que me hizo cosquillas en el estómago.

—Gracias por el consejo... —Titubeó un segundo, sin recordar si ya le había dicho mi nombre.

—Dulce.

—Dulce —repitió analizándolo. La sonrisa que se pintó en sus labios pareció dejar a la luz le agradó, tanto como a mí el sonido de su voz pronunciándolo—. Nael —se presentó. Memoricé ese par de sílabas, las grabé en un lugar especial.

—Cuídate, Nael —comenté, levantando la mirada al cielo notando no faltaría mucho para que empezara a llover. Cuando regresé la vista a él, percibí tenía una sonrisa peculiar en sus labios, no coqueta, ni burlona, sino una emoción especial a lo que me fue imposible darle nombre.

—Eso haré. Cuídate también, Dulce —me deseó con una sinceridad que paralizó mi ya afectado corazón por su presencia.

Asentí sonriendo como una tonta contemplándolo marchar, manteniendo vivo en mi cabeza la última mirada que me dedicó antes de arrancar. Tuve la corazonada así empezaban muchas historias épicas de amor. Nael era un buen nombre, acepté, tanto como su sonrisa, su voz y oído. Mordí mi labio escondiendo una sonrisa, me emocionaba descubrir si su corazón compartiría esa cualidad.

¡Hola a todos! Dulce no aplica la de no ilusionarse e ir con calma 😂❤️. ¿Qué creen que suceda con Nael? Pues les adelanto que en el próximo capítulo se da un par de encuentros interesantes entre varios personajes ❤️,  les recomiendo no perdérselos. Estamos en el inicio de la novela, por eso quiero agradecer a todas las personas que están aquí desde este punto, que en mi experiencia siempre es el más difícil ❤️. Significan mucho para mí, son el motor de esta novela. Ahora sí, las preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿De qué país son? Yo soy de Mexico ❤️🇲🇽. Los quiero muchísimo. 

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