Capítulo 27: Cuando un corazón habla
No fue hasta que sentí el cálido aliento de Andy rozando mis labios que caí en cuenta de la realidad. Andy, yo, beso... Hice cortocircuito. Apenas tuve tiempo de detenerlo, coloqué mis manos en sus hombros y di un paso atrás, apartándolo antes de que nuestras boca se tocaran. Parpadeé deprisa, procesando lo cerca que estuvimos. ¡Estuve a punto de besar a Andy!
—Wow, wow, ¿qué fue eso? —pregunté desconcertada, pero también estaba exigiéndome a mí misma un respuesta. Había llegado demasiado lejos. Mi rostro se había puesto pálido y el suyo tan rojo que no sabía quién moriría primero.
Andy cerró los ojos con fuerza arrepentido, tuve la impresión que estaba regañándose en su interior.
—Yo... Lo siento, no debí...
—¿Tienes fiebre? —dudé sorprendiéndolo cuando me paré de puntillas y coloqué mi palma en su frente. Torcí los labios, su temperatura era normal.
—¿Qué? No...
—¿Estás borracho? —lancé confundida.
—No —respondió sin pensarlo. Fruncí las cejas, no tenía sentido—. Estoy en mis cinco sentidos.
—Entonces yo hice algo, te mandé señales incorrectas —deduje intentando dar con una razón. Claro que eso fue, Dulce—. Fue por la forma en que tomé tu mano, oh —me alarmé cubriendo mi boca—. Perdón, yo no quería que...
—No, no —detuvo mi parloteo tomándome con cuidado de los hombros para que lo mirara a los ojos, calmando el caos de mi cabeza. Respiré hondo—. Tú no hiciste nada malo —me tranquilizó hablándome de esa forma tan dulce que siempre utilizaba.
—Pero...
—Yo lo hice porque deseaba hacerlo —confirmó. Eso fue incluso más raro. Andy titubeó, pareció librar una lucha que terminó con un profundo suspiro—, porque ya no puedo mantener todo lo que siento solo para mí...
Entonces el maní que tenía como cerebro comenzó a girar y entendió a dónde nos dirigíamos. Entré en pánico. Retrocedí deprisa para plantear distancia, temiendo enfrentarme a la verdad, fue un milagro que en mi huida no acabará en el suelo.
—No, no, no lo digas —le exigí asustada.
Cubrí mis oídos con mis manos, negando con la cabeza.
—Dulce.
—No quiero oírlo —repetí. Eso no podía estar pasando—. Esto no está bien, tú sabes que yo siento algo por otra persona y no puedo gustarte —sentencié.
—¿Por qué no? —me cuestionó como si en verdad deseara saberlo.
Que no viera lo evidente me hizo sentir pena por él.
—Andy, que esté viviendo en tu casa, ¿no te da razones suficientes? He sobrevivido gracias a la ayuda de otros —describí tragándome mi orgullo—, estoy tan lejos de un futuro prometedor, mi presente es un caos y mi pasado un verdadero desastre. Soy un imán de problemas —le recordé—, una rencorosa que no puede superar el ayer, que te estancaría en sus líos sin resolver, en sus mediocres sueños. Tú tienes un montón de metas fabulosas, tienes talento —remarqué para que notara que no éramos compatibles—. Yo estoy destinada a servir cafés toda la vida y suspirar por un cantante que ni siquiera conoce su nombre, y no porque no desee algo más, sino porque mi cerebro nunca ha superados las pruebas, no soy inteligente, mis decisiones son una locura —me desahogué. Quise ponerme a llorar del coraje y no con él, sino conmigo misma.
—Eso no es verdad —me detuvo compasivo, se acercó y me sostuvo suavemente. Una parte quiso evadirlo, pero otra lo olvidó al no hallar pena en sus ojos, ni lastima en su sonrisa—. Tú no eres tonta, ni nada parecido. ¿Sabes? Fuiste capaz de hacerme sonreír cuando ya casi lo había olvidado —declaró dibujando una tímida sonrisa—, y no solo porque eres la chica más divertida que he conocido, sino porque eres amable y haces sentir amado a todo el mundo. Tienes un corazón honesto y generoso, ves siempre lo mejor en otros y te esfuerzas porque los demás lo hagan —mencionó con tanto amor que parpadeé para alejar el llanto—. Y cuando sonríes, Dios, creo que voy a morir cada vez que lo haces —añadió riéndose consigo mismo. Había en su voz tanta sinceridad que pensé me derretiría ahí mismo, sin embargo, cuando sus dedos intentaron acariciar mi mejilla me fue imposible no sentir estaba acercándome al peligro. Él lo notó por la forma en que me agité, por eso no se atrevió a rozarme—. Y yo estoy completamente loco por ti...
Sintiéndome débil me solté para no ceder.
—Todo esto estuvo mal —sentencié usando la cabeza sin importar cómo me sintiera—. Tanta cercanía entre los dos te confundió —argumenté rodeándonos, sentía que cada que estábamos cerca sentía perdía mi poco autocontrol—, hemos pasado demasiado tiempo juntos. Jamás debí venir a esta casa —acepté, odiándome porque desde el principio supe que terminaría mal y no lo detuve, seguí hasta que lo arruiné.
Me hubiera gustado regresar el tiempo, justo al momento donde no podía herirlo, por desgracia, aunque en ese momento lo desconocía tenía que darle demasiadas vueltas hacia atrás al reloj, porque cuando me di la vuelta dispuesta a plantear distancia, entrar y encontrar una solución lejos del torbellino, Andy soltó el golpe final. Esa noche nadie se iría con verdades a medias.
—Estoy enamorado de ti desde la primera vez que te vi en la cafetería.
Escuché la voz de Andy resonar a mi espalda. Frené, deteniendo el tiempo al igual que mi respiración. Me tensé ante la firmeza de sus palabras, tan llenas de seguridad que estaban tirando abajo mi escudo.
—¿Qué? —murmuré.
Al darme la vuelta no encontré dudas en su mirada.
—Me enamoré de ti desde que mandaste felicitar al chef —repitió confirmando había escuchado bien. Llevé una mano a mi cabeza, demasiada información—, cuando te escuchaba hablar sin parar frente a la barra y sonreías a todo aquel que se cruzara en tu camino.
Hice las cuentas, no podía ser.
—Pero tú dijiste...
—Nunca hubo otra chica, hablaba de ti —aclaró antes pudiera hablar. Quise golpearme contra la pared. Yo era la reina de las ciegas—. Siempre fuiste tú, y no hiciste nada así que no era algo que podías evitar —afirmó para eliminar rastro de culpa en mí—. Solo sucedió, me perdí la primera vez que te vi sonreír y lo seguí haciendo cada que visitabas el local, al escuchar tus comentarios hacia la comida o la gente. Y sabía que era un tonto porque tú eras inalcanzable para mí porque jamás lograría tomar el valor de acercarme a ti —expuso honesto. Mi corazón se estrujó en mi pecho—. Entonces, de la nada, el destino jugó a mi favor y un día apareciste, hablaste conmigo y te quedaste —narró hablándole al cielo—. Y si había algo que me mantuviera cuerdo se esfumó, porque eras mucho mejor que cualquier cosa que mi cabeza había creado.
Apreté los labios, resistiendo los deseos de desenredar el nudo en mi garganta.
—Eras tan auténtica que resultó imposible no caer. Tenía miedo, miedo de lo que opinarías cuando te dieras cuentas de mi problema, pero hiciste lo que nadie había hecho, no solo me impulsaste a confiar en mí mismo, sino que me convenciste de que no había algo malo en mí. Había tanta luz en ti que me ayudaste a salir de las tinieblas en las que me había encerrado. Mi vida cambió el día que entraste en ella, me atreví a hacer cosas que jamás me pasó haría, y me enamoré de ti como un loco porque solo contigo me permitía ser yo mismo —describió con una sonrisa que hizo cosquillas en mi pecho, mis ojos ardían—. Y dejé de suspirar en secreto por la hermosa rubia que compraba cup cakes de chocolates a no dejar de pensar en la mujer con la que bailé por primera vez, me atreví a cantar y disfrutaba escuchar por horas. Podría hacerlo toda la vida. Estoy completamente seguro de lo que siento por ti —repitió—, porque si no es amor mis deseos de descubrir cada pequeña cosa de ti y adorar tu compañía como lo hago, no sé qué nombre le daría...
Dejé escapar un pesado suspiro, con la mente blanco. Andy estuvo enamorado de mí desde que lo conocí. Hice un recuento. No supe si quise ponerme a llorar de la impresión, de la vergüenza o impotencia. Y yo le hablé de Nael durante horas, crucé la línea cientos de veces. ¿Cómo jamás noté no era la amistad lo que impulsaba sus acciones?
—Tu abuela lo sabía —deduje en medio de mi enredo, recordando la charla que tuvimos hace unos días—. Claro que sí, por eso fue tan linda conmigo. —Eso lo explicaba todo. Yo no era solo la amiga de Andy. Negué, chasqueando la lengua, pensando ingenuamente que me querían mucho por arte de magia—. Y esto lo hicieron para que me lo dijeras —concluí cuando las piezas encajaron.
—No —me corrigió enseguida, pero afilé la mirada sin creerle—. Yo no pensaba decírtelo nunca —aseguró—, es solo que cuando te vi ya no pude callármelo. Y no espero que me correspondas —mencionó—, porque soy muy consciente que tú no me quieres.
Mi cuerpo saltó sin permitirle terminar.
—Es porque te quiero que no puedo hacerte esto —lo interrumpí—. Andy, yo he sido la primera chica con la que has establecido un lazo tan cercano, tal vez eso... —le hice ver con la cabeza fría, modulando el volumen de mi voz.
—Estoy seguro que lo que siento por ti —defendió para que ni siquiera me esforzara por hacerlo cambiar de opinión.
Acababa de perder el control de lo único que deseaba conservar.
—Entonces lamento no poder decirte que sí, y no importa si es egoísta o no —escupí—, así como tú tienes certeza de tus sentimientos, yo de lo que te espera conmigo, y no voy a hundirte. Andy, las personas como yo —me señalé—, intentan amar a otras personas y en el camino las arrastran a su declive. No voy a condenarte a ti —concluí. Era lo mejor para ambos.
—¿Y por qué sí con Nael? —cuestionó, desconcertándome—. ¿Qué me hace diferente? —me reclamó sin quedarse callado. Ambos estábamos en nuestro límite.
—¿Qué te hace diferente? —repetí antes de reír con amargura—. Porque cuando te veo no puedo dejar de pensar que jamás estaré a tu altura —solté, sincerándome—, en ningún sentido —añadí cuando al acercarme parecía una pulguita a su lado—. Siempre serás demasiado bueno, noble, demasiado Andy, siempre será la misma historia, tú salvándome, tú dando la vida por mí y yo solo siendo testigo cómo intentas sostener mi mundo que se cae a pedazos —exploté superada, con la voz entrecortada—. Yo sí veo lo que tú no eres capaz porque es una historia repetida, que siempre tiene el mismo final —expuse. La gente hacía tanto por mí y terminaba cansándose. No quería que él también formara parte de la lista de personas que dio tanto por mí que se hartó. El problema no era Andy, sino yo, porque para mí, yo era el castigo. Quise marcharme, pero regresé porque había olvidado algo importante—. Y solo para que lo sepas no tengo nada con Nael, nunca he tenido nada con él, ni con nadie —remarqué—. Y no sé ni siquiera por qué te lo aclaro —me regañé por la explicación innecesaria.
—¿Tal vez porque sí me quieres un poco? —planteó la opción con un deje de esperanza, sorprendiéndome al desparecer la distancia entre los dos. De un momento a otro ya estaba tan cerca de mí que me fue imposible apartar la mirada de sus ojos.
—No mereces estar con alguien que te quiero un poco, sino que te ame, Andy —le recordé, pero solo hablé por hablar porque me costó pensar con la cabeza. Estando frente a mí sentí que el piso se sacudió a mis pies, me costó mantenerme firme.
—¿Y tú no lo haces? —me preguntó suavizando la voz, inclinándose para quedar a mi altura y mirarme directa a la cara con esos enormes ojos marrones que parecían poder colarse a mi alma—. Porque cuando veo tu mirada a veces creo que sí y tal vez soy un ingenuo... —se burló de sí mismo, pintando una sonrisa triste—, pero cuando me abrazas creo que me quieres tanto como yo —susurró.
Mi intención fue alegar, no sé ni con qué argumento, pero mi voz se estancó en mi garganta, cuando Andy se atrevió a reposar su frente en la mía. Primero contuve la respiración, pero al verlo cerrar los ojos terminé cediendo a su cercanía, mis parpados cayeron de a poco mientras procesaba el ritmo de su respiración. Aspiré el aroma de su piel, reconociéndolo. Percibí el suave roce de su nariz contra la mía al acariciarla con ternura, en un dulce gesto que me puso las piernas a temblar. Mis labios se entreabrieron al sentir su cálido aliento mezclándose con el mío, pero sin atreverse a dar el siguiente paso, entendí que no lo haría hasta que yo estuviera segura. Y aunque una parte de mí, tal vez más fuerte que mi razón, deseó olvidar por un segundo mis propios argumentos, lanzarme al vacío y descubrir el sabor de uno de sus besos, sin importar lo que viniera después, también sabía que de hacerlo empezaría a escribir el final. Tenía miedo de mí misma, de mi manera excepcional de estropear todo lo que amaba.
—Lo siento —murmuré, con toda mi fuerza de voluntad me aparté, rompiéndonos a ambos el corazón—. En verdad lo lamento —repetí agobiada saliendo de mi embobamiento. Contemplar el momento exacto donde los ojos de Andy se llenaron de desilusión me dolió hondo—, pero no puedo quererte como tú deseas —concluí sin el coraje de mentirle a la cara. El ambiente entre los dos se puso tan incómodo que me costó respirar—. Y yo no debería estar aquí, cada minuto que pasa en esta casa solo nos torturo más.
—Dulce, solo no te vayas —me pidió, noté la suplica en su mirada cuando me tomó con cuidado del brazo en mi intento de retenerme—. Yo te doy mi palabra que no volveré a tocar el tema. Lo entendí, ya no voy a insistir —me aseguró. Mi corazón se conmovió ante su sinceridad.
—Yo lo sé, Andy —lo tranquilicé dándole una débil sonrisa, lo conocía, él no haría algo para incomodarme—, pero no puedo quedarme aquí a sabiendas que te lastimo, y no quiero aprovecharme de tus sentimientos —expuse mi sentir porque aunque esa no fuera la realidad no podía evitar sentirme de ese modo. Él negó, quiso alegar, pero negué despacio—. Por favor, respeta mi decisión —le pedí para no hacerlo más difícil.
En contra de sus propios deseos no replicó, suspiró estrujando su rostro entre sus manos. Yo tampoco lo pensé porque no me detendría. Le regalé una última sonrisa agradeciéndole su comprensión antes de entrar a casa. Conteniendo el huracán en mi cabeza ni siquiera me di permiso de respirar, pensar y hacerme preguntas, aun con los latidos resonando en mi pecho guardé mis cosas, sabiendo que solo quedaba un sitio donde no haría daño. En medio del caos la única certeza a la que me aferraba era que no quería seguir hiriendo su corazón, incluso cuando yo sentía que había abandonado el mío con él.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro