3. El mejor regalo de navidad (Comedia-Romance)
Canción: Thinking out loud - Ed Sheeran
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Hay momentos en la vida para los que todos nos preparamos, bueno yo no estaba lista para eso. No con el magnate del que había sido advertida por el gerente del hotel con anterioridad. Y es que, realmente, no esperaba un comienzo tan extraño. Su nombre era Kevin O'Donell y ese día creí que quedaría desempleada.
«El señor O'Donell es todo lo que alguna vez podrías considerar una estrella, haz que disfrute su estancia y entonces yo me pensaré dejarla definitivamente en su lugar», había prometido mi jefe y sentí agarrar las nubes.
Dirán que es exagerado, pero, para una chica que acababa de graduarse de la universidad, trabajar en hotel Diamonds, recién inaugurado en Colombia y con una nómina bastante extensa por llenar, lo mejor que podía hacer era sonreír como recepcionista, deseando pronto le quitarle el puesto a mi jefe.
Había reparado en todo e incluso me había maquillado y arreglado como para un coctel. Esperaba impresionar a uno de los mejores y más raros clientes. Y sí, digo extraño porque su estadía se limitaría hasta el día 24 de diciembre, contando una semana antes de la fecha. El protocolo estaba siendo bien ejecutado y mis nuevas amigas, Zela, Oscary, Mhavel y Diana, ya habían pasado por mi lado asintiendo y mostrando su dedo pulgar.
Respiré profundo cuando una comitiva de diez hombres de traje entró a la recepción, acompañando a un hombre demasiado informal para ser creíble. Supe que era la esperada visita, porque recibí el asentimiento de Sergio, uno de los porteros y miembros de la seguridad, que se había hecho un gran colaborador a mi causa de convertirme en gerente.
Salí de mi lugar, esperando atender al hombre, antes de que si quiera se acercara al mostrador, debido a que sus reservas ya estaban preparadas, cuando frente a mis ojos se meció el más loco espectáculo de circo. Y es que, literalmente, un perro de la calle, andrajoso y de un pelaje negro, ya blanco debido al polvo y la suciedad entraba a mi recepción a asustar a los clientes, mientras Sergio y la mayoría de los miembros de seguridad corrían intentando atraparlo.
No sé cómo pasó, solo sé que de un momento a otro, pasé de estar de pie a deslizarme por el suelo siguiendo las huellas del can que parecía predestinado a destruir mi vida y eso lo comprobé, cuando el mismísimo Kevin O'Donell se agachó para tomar al animalito y me miró como si la callejera fuera yo.
—¿Sucede algo, Señorita? —cuestionó el hombre, sin ningún acento, sorprendiéndome.
—Yo... bueno, solo intentaba atrapar al perro —respondí, cuando fui ayudada por uno de sus hombres a ponerme de pie. Desconozco la razón, pero algo me decía que ese hombre empezaba a divertirse a mi costa.
—¿Se refiere a este cachorrito? —Señaló al animal en sus bazos y solo pude asentir de manera mecánica—. Ya no va a ser necesario, yo me quedaré con él.
—Pero señor...
—¿Tiene algún problema con ello?
—Las políticas del hotel no permiten mascotas, señor O'Donell —Me vi obligada a explicarle y podría jurar que incluso los miembros de su seguridad jadearon por mi atrevimiento.
—Entonces ayúdeme a conseguir un lugar donde pueda quedarme con mi mascota —dijo y podría haberme desmayado allí mismo, de no ser porque uno de los gigantes de su comitiva, permanecía tras de mí.
—Usted no puede hacer eso...
—¿Entonces sugiere algo mejor? —Creo que ese día había estado más blanca que de costumbre, pues hasta mi labio temblaba en anticipación—. ¿Me está diciendo que debo abandonar al animalito, señorita? ¿No le gustan los perros?
«¿Qué fue lo que hice para merecer eso?»
—De hecho, me gustan los perros, pero usted no puede quedarse con el animal, al menos no aquí.
—¿Pero usted sí puede? —inquirió, levantando una ceja.
Habría maldecido en contra de su descendencia, pero en ese momento fui consciente de lo buenmozo que era el tipo. Su cabello era negro y caía desordenado por su rostro, mientras una chaqueta de cuero le protegía del frío, sin ninguna camisa debajo de ello.
«¿A dónde saldría ese hombre así?» Con el frío de la capital, no sé cómo no le daba una gripa horrible.
—¿Entonces usted se quedará con mi mascota? —continuó, ante mi mutismo y no vi venir cuando el perro fue colocado en mis manos—. Muy bien, señorita...
—Peña, Alba Peña, señor O'Donell —completé.
—Entonces quedamos así, usted se encarga de mi mascota y yo le giraré el dinero necesario para mantenerlo, además de su paga por ello.
«¡¿Qué?!»
—No necesito que me pague —dije, rápidamente.
—Pero yo quiero hacerlo, señorita Peña.
—No tiene por qué, le aseguro que gano lo suficiente.
—Entonces no insistiré en pagarle, pero de ninguna manera se rehusará a recibir para la manutención de mi mascota.
Y, bueno, así fue como conseguí un perro, que compartía espacio en mi apartamento de soltera.
No pregunten como, pero ese fue el comienzo de una buena amistad. Resulta que Kevin O'Donell había cumplido su promesa y yo recibía una pensión mensual para la manutención de Chocolate, su perro. Uno al que solo veía en navidad, pero que él insistía en nombrar como suyo.
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Así, cada año durante festividades, teníamos paseos y divertidas charlas "en familia" —como insistían en llamarnos las chicas—, que cada vez eran menos formales.
—Entonces, ¿eres la nueva gerente del hotel? —Fue su saludó ese día, luego de cinco años de extraña amistad, por lo que me fue imposible no rodar los ojos.
—Así es, Kevin, saluda a la mejor niñera de perros y gerente hotelera del mundo —Sonreí con suficiencia, a la vez que él negaba con la cabeza.
—La mejor niñera no puede llamar a un perro Chocolate.
—Es que amo el chocolate, no podía ser de otra forma —afirmé segura y reí al ver la caja inmensa que escondía tras su espalda. Jamás dejaría de hacerlo.
—La política de la empresa me prohíbe recibir regalos.
—Pues eso no dijiste el año pasado cuando te lanzaste de boca a la fuente de chocolate en mi habitación —Se burló—. Y más vale que aceptes el detalle o mostraré las fotos que subiste al Facebook, twitter, Tumblr, Instagram y hasta de perfil tienes en Wattpad.
—Maldito.
—Bruja —replicó y dejó la caja en mis manos, antes de esquivarme y seguir por el pasillo—. ¿A qué hora voy a verlo, señorita Peña?
—A las seis de la tarde nos vamos, señor O'Donell —dije sin voltear y corrí a los camarines esperando encontrar a las chicas, para compartir mis dulces.
Por supuesto, y como no podía esperar menos, el año siguiente, en el cumpleaños número seis de mi chocolate, simplemente sucedió algo que no esperaba. Estaba en el baño, retocándome el maquillaje, por tercera vez ese día, cuando las chicas arribaron en el lugar.
—Y luego dice que no le gusta —bromeó Oscary, haciendo reír a los demás.
—Pues yo digo que ya ha debido ponerlo contra el muro —ronroneó Mhavel y hasta yo las acompañé en las carcajadas.
—La pollito solo piensa en sexo —negó Diana y junto a Zela me ayudaron a acicalarme un poco.
—¿Cómo está Chocolate? —cuestionó Zela e inmediatamente me puse a contarles cuan gordo estaba y lo maravilloso que era compartir mis espacio con él.
—¿Y el padre ha girado el dinero? —Me guiñó Oscary.
—Como cada mes hace seis años —asentí, ignorando su indirecta.
—Ese hombre es mejor que mi exmarido —bufó la pollito—. Él idiota se olvidó que tiene hijos y se fue con la secretaria de paseo por el Caribe.
Como de costumbre, las maldiciones al pobre hombre no se hicieron esperar, así que, con el dolor de mi alma, tuve que hacerlas volver al trabajo y acercarme a recepción, esperando que mi amigo cruzara el umbral en cualquier momento.
Limpié arrugas invisibles y me encajé casi cinco veces en menos de una hora, pero, contrario a lo que esperaba, cuando Kevin entró por la puerta, el idiota me ignoró, hablando por su teléfono. Estaba lejos de la sorpresa.
«¿Qué es lo que le pasaba?»
Por supuesto y como no soy conocida por la prudencia, seguí al tipo hasta su habitación, esperando decirle todo lo que me pasaba por la cabeza, pero todo se fue por donde vino cuando lo escuché.
—¿Cuánto tiempo? —cuestionó. Sonaba nervioso—. ¿Siete días? Pero no es suficiente, mamá... ¿cómo quieres que me quede tranquilo con esa noticia?... Ya no importa —dijo y colgó.
Escuché una maldición y luego no pude seguir allí.
Mi cuerpo temblaba, sentí las energías abandonarme y solo pude caminar como autómata hasta el salón de enceres, donde sabía que las chicas me esperarían para cotillear.
—¡Vamos, Alba, suelta la sopa! —gritó una de ellas. Ni siquiera me detuve a pensar quién había sido, estaba lejos de la comprensión.
—Cariño, ¿estás bien? —Zela se me acercó preocupada, mientras las lágrimas de miedo y frustración se escapaban de mis ojos.
«¡Tráele agua, pollito!» «¡Déjenla respirar!» «Mínimo el galán se le declaró» «Habrá boda pronto» «¿La argolla era cara o es duro el extranjero?» «Chicas, creo que Alba en serio está mal, cállense»
No supe quien decía nada, yo solo lloraba y jadeaba. Y no era para menos, había perdido a mi amado, antes de ser mi amado. ¡Ay! ¡Eso solo me pasaba a mí! ¡¿Cómo le explicaría a Chocolate?!
Lo siguiente que sentí fue la fría agua en mi cara y las gotas cayendo de mi cabello.
—¡¿Qué es lo que pasó?! —chilló Diana, con los ojos a punto de salir de sus orbitas, mientras el resto de las chicas trataba de controlar las risas. ¿En serio me habían lanzado agua?
—Él... —balbuceé recordando todo—. Le quedan siete días, chicas. Mi Kevin se va a morir —Y decirlo sí que fue terrible.
Las chicas hicieron, por primera vez desde que las conozco, un minuto de silencio y me abrazaron hasta que no quedaron más lagrimas que borrar.
—Tienes que decirle que lo quieres, cariño —susurró Zela, luego de unos minutos. Sus ojos se encontraron con los míos y, ofreciéndome una sonrisa, limpió mi rostro.
—Nada de eso, ella tiene que llevarlo al altar como en "Un paseo para recordar" y vivir los mejores días de su vida junto a él —suspiró Diana.
—¡Mujeres, ella lo que tiene que hacer es acostarse con el guapote y quedar embarazada para no perder esos genes! —exclamó Mhavel, haciéndonos reír entre los nervios.
—Yo voto por todos los anteriores —completó Oscary, pero antes de que le pudiera decir que no estaba dispuesta a ninguna de aquellas locuras, sus ojos se iluminaron y, saltando de emoción, nos explicó "el mejor plan de su vida"—. Haz que pase los mejores días de su vida a tu lado y olvídense de todo, Alba.
Las chicas saltaron emocionadas, apoyando el plan y no supe en que momento había entrado a formar parte de la operación: "El mejor regalo de navidad". Pidieron unas vacaciones para mí, sin que lo supiera y, ¿cómo no?, la operación tenía pasos. O días, más bien. Todos nombrados con películas.
Día 1: ¡Un paseo para recordar!
«Invítalo a tu casa, hablen hasta que confiese lo que le sucede —sería lo mejor— y luego salgan a dar un paseo. No tiene fallas, solo arréglate hermosamente y déjanos a Chocolate. Dile que habías olvidado que tus amigas lo llevaron de paseo y no tendrá excusas luego de que estén solos»
Todo fue perfecto, excepto claro hasta que se me ocurrió la brillante —nótese el sarcasmo— idea de sacar una botella de ron. Aunque era bastante intolerable al alcohol.
—Es buen día, para pasear, ¿no crees? —le pregunté, luego de unas tres o diez copas, ¿quién las cuenta? y que mis zapatos desaparecieran debajo del mueble.
Supe que estaba ebria cuando un rayo cruzó el cielo y un estúpido trueno me hizo caer del mueble. Por supuesto que no era un gran día, había una tormenta eléctrica y yo estaba en un pequeño departamento, junto a un sexy hombre con hoyuelos. ¿Había mencionado que se le hacen hoyuelos cuando sonríe?
—No creo que podamos salir, Alba —dijo y rió, quitando la botella de roncito de mis manos.
—Eh, ¿qué te pasa? ¡Dame un poco de eso! ¡hip! ¡Anda! ¿Tienes un hermano gemelo? —cuestioné viendo a mis invitados—. ¿Son trillizos? ¡hip!
—Ay, por favor, cállense —pedí, sosteniendo una bolsa de hielo en mi cabeza, mientras mis queridas amigas se reían de lo poco que recordaba de la noche anterior.
—¿Segura que no hubo "duro contra el muro"? —preguntó Mhavel de manera sugestiva.
—No... O sea, no creo, me levanté vestida, haciendo cucharita. ¡Ay! ¡Trágame tierra! ¡Lo tiré de la cama en cuanto abrí los ojos! —chillé, haciendo que el dolor de cabeza se acentuara.
—Eres única, mujer, única —negó Oscary.
—Y eso no es lo peor...
—¿Hay más? —jadeó Diana.
—Le dije por qué odio el queso...
—Dios santo, el hombre no volverá a ver el queso de la misma manera —dijo Zela y solo pudimos reír.
De hecho, nadie que conocía a mi tía abuela Gretel y le olía los pies volvía a comer un lácteo sin vomitar.
Día 2: ¡Hachiko!
«Van a pasear junto a Chocolate y le harás vivir la mejor tarde familiar del mundo»
Bueno, olvidando la jaqueca que cargaba y el frío que hacía, pero del que no había podido cubrirme, debido a que las chicas dijeron que tenía que mostrar las piernas de infarto que tenía, el día estaba yendo bien.
Chocolate estaba junto a nosotros en la silla, mientras Kevin y yo compartíamos unos pasabocas en las bancas del parque. Bueno, al menos así fue hasta que quise darle comida a mi perro y descubrí que estaba sola.
Había llorado como niña, mientras caminábamos por el parque llamando a nuestro perro. Sí, ese día el muy puto de Kevin había reconocido que el perro no era solo suyo.
Cuatro horas, casi toda la tarde, y los hombres de Kevin ayudando, valieron para hallar a mi mascota durmiendo bajo un árbol, mientras abrazaba un hueso. ¡Me había abandonado por un hueso, luego de que le diera todo mi amor!
—Algo me dice que no lo alimentas bien —bromeó Kevin y pude haberlo pateado, pero luego recordé su condición y tuve que tragarme cada palabra u acción agresiva.
Temblaba, literalmente lo hacía, sentía la cara tesa y no era para menos, debía tener el maquillaje, los mocos y hasta la saliva pegada a la cara.
—No sobrevivirías en Alemania, mujer, tus mocos serían estalactitas allá —bromeó y se quitó el abrigo, antes de irnos de vuelta a casa, para evitarme una hipotermia.
—El calor, definitivamente ese elegiría si tuviera opción —comenté, luego de que fuéramos a su auto, junto a sus hombres siguiéndonos.
—Es bueno saberlo.
Día 3: ¡Esto no es una cita!
«Invítalo a cenar, mujer, pero intenta que esta vez no explote nada»
Error 404.
—Y, bueno, explosiones fueron la palabra clave y no porque hubiera terroristas, ¡hubo cucarachas! Finalmente, destruí un restaurante al completo, luego de saltar sobre las mesas al ver al bicho que sobrevolaba por mi cabeza. La cuenta a pagar fue millonaria, luego de que sacaran la suma de desastres que había causado, pero ¿adivinen qué? Yo no tenía para pagar esa suma y mi compañero, quién sí podría no había llevado su billetera, porque le rogué que me dejara agasajarlo. ¡Por idea tuya! —grité a una Oscary que se arrastraba por el suelo muerta de la risa.
—¿Y qué hicieron entonces? —cuestionó, Diana, quien parecía la única evidentemente preocupada.
—A Kevin le quedan lindos los delantales —Me encogí de hombros y esta vez yo reí con ellas.
Nota mental para mí: Jamás volveré a lavar un plato en el mundo.
Día 4: ¡La cena!
«Esta vez pedirán comida en el hotel y tú hablarás con él. En serio debes hacerlo, Alba»
Segunda nota mental para mí: Intenta probar si la comida te da alergia, con anterioridad.
—¿Parezco un monstruo, chicas? —balbuceé, sintiendo la lengua pesada.
—Bueno, tus labios son como los de Carmen Mairena... ¡Eh, Diana, no me pegues, hay que ser sinceras con la Albita! —Se quejó Oscary, haciéndonos reír.
—¿Entonces no pudiste conseguir nada con tu galán? —Suspiró Zela, sentándose a mi lado en la cama.
—Bueno, ¿cuenta la respiración boca a boca?
—No si estabas inconsciente —negó Mhavel.
—Entonces nada, chicas —Hice un puchero y todos explotaron en risas—. ¡Ay! ¡Denme todos los des inflamatorios del mundo, aún nos quedan tres días!
Día 5: ¡La piscina!
«Vayan a nadar, te pones un bikini sexy y juegan a los ahogados, hasta que alguno necesite un poco de respiración boca a boca»
Tercera nota mental: No hay perfectos completos.
—¡¿Bromeas?! —chillaron juntas y tuve que cubrir mi cuerpo para no recibir tantos golpes.
—¡¿Cómo iba a saber que no sabía nadar?!
—¡Mujer, casi le haces ver la luz antes de tiempo! —gritó la pollito, haciendo que me encogiera aún más en mi silla.
Día 6: ...
Cancelado por hospitalización del galán.
Día 7: ¡El último regalo!
«No planes para esto, todos los anteriores fallaron, necesitamos que las cosas solo se den»
Toqué la puerta con miedo. Esta vez me había preparado para todo, tenía las piernas bien cubiertas en unos bluejeans, una hermosa blusa manga larga y había recogido mi melena de león en un moño alto. Incluso había usado zapatillas, para evitar accidentes extraños y había colocado una delgada bufanda en mi cuello.
—Alba —dijo Kevin, antes de hacerse a un lado e invitarme a pasar a su habitación.
Estaba viendo una película en pijama y todo el lugar estaba muy poco iluminado.
—Yo... Siento lo de la última semana —expliqué, cuando cerró la puerta tras él y me siguió hasta los sillones en la sala principal.
—En realidad, me sorprende que estuvieras aquí —No pude evitar fruncir el ceño, haciéndolo reír—. Es que dijiste y cito: Soy una basura, no puedo ni siquiera darte una buena semana, porque entonces o te pongo en peligro de muerte o termino yo igual.
—Estabas inconsciente —balbuceé, más para mí que para él.
—En realidad, escuchaba fuerte y claro. Solo estaba agotado y no podía abrir los ojos —Mis ojos se abrieron de abrupto, pero antes de que dijera algo el sacudió sus manos y se levantó del lugar que había ocupado junto a mí—. ¿Y si salimos una última vez? —propuso y sentí mis ojos aguarse, en anticipación. ¿Él en serio moriría sin decirme nada?—. ¿No te gusta la idea? Si no te agrada, siempre podemos quedarnos.
—No, solo estaba emocionada, eso es todo. Cámbiate, yo te espero.
No sé cuánto tiempo esperé, solo sé que el suficiente para planear la que sería mi última noche con Kevin. Lo llevaría a caminar por el centro y veríamos las luces de la ciudad y, entonces, yo lo abrazaría. Le diría que nos vemos el próximo año, siendo consciente de que probablemente no volverá, pero sabiendo que si él no desea decirme, no puedo exigírselo.
Un nudo se formó en mi garganta y estuve a punto de huir de allí como una cobarde, pero Kevin apreció frente a mí antes de que pudiera intentarlo.
—¿Vamos, señorita Peña? —Me tendió su mano, ofreciéndome una sonrisa y podía haberme desmayado al estar, por última vez, tan cerca de él, más sin embargo, solo le tendí mi mano y me levanté, siguiendo sus bromas.
—Está usted demasiado arreglado, señor O'Donell, ¿planea conquistar a alguien esta noche?
—Siempre adivinando mis acciones, ¿cierto, Alba?
—Por supuesto, Kevin. Siempre.
Decir que me divertí como nunca sería un eufemismo. De hecho, podría jurar que esas habían sido las horas más maravillosas de mi vida. Había convencido a Kevin de comprarme todos los globos de una señora y los habíamos repartido entre los niños de la plaza. Comí chocolates hasta perder la cordura y caminamos por las calles de mi ciudad como si de turistas nos tratáramos. Conté cada uno de nuestros pasos, esperando recordar nuestra última noche juntos, por el resto de mi vida, pero detuve todo, cuando frente al gran árbol de la plaza, Kevin me instó a hacer una parada en el paseo.
—¿Te sucede algo? —cuestioné asustada.
—No, solo... Yo quiero besarte, Alba.
Podría haber dicho que las mariposas atacaron mi estómago, pero estaría mintiendo, ni siquiera pude sentir aquello, porque solo pude observar sus ojos brillando por la luz de los faroles que nos rodeaban y cómo el mundo y las personas a nuestro alrededor se detenían.
—Hazlo —consentí, antes de levantarme en puntillas y llevar mis brazos a su cuello, esperando que él me besara y así lo hizo.
Sus labios se unieron con los míos en un delicado roce y cuando sentía a su lengua delinear mi labio inferior, esperando que le permitiera la entrada, simplemente me derretí, pero eso no fue lo mejor. No, eso fue después y ocurrió cuando un gran espectáculo de luces y pirotecnia explotó en el cielo, haciéndonos apartar riendo.
De haberme puesto de acuerdo con el destino para besarlo a la media noche, eso jamás hubiera ocurrido, pero solo sucedió porque fue espontáneo.
—Feliz navidad, Kevin —susurré, sobre sus labios, antes de cerrar nuestra última parada con el mejor beso que había dado en mi vida.
Sin embargo, mi felicidad no duró para siempre y esta, paradójicamente, se fue al piso, cuando Kevin dijo las únicas palabras que siempre esperé desde que lo vi por segunda vez en los hoteles.
—¿Quieres ser mi novia, Alba?
Llorar es poco para todo lo que tenía acumulado en mi corazón. Yo solo no pude evitar sostenerme a él y sollozar en su pecho, mientras las luces en el cielo seguían iluminando todo.
—¿Qué sucede, linda?
—¿Por qué me haces esto ahora? —cuestioné, sorbiendo por mi nariz, de una manera para nada femenina.
—¿No quieres ser mi novia? —Su voz sonaba asustada, por lo que tuve que alejarme un poco para mirarle a los ojos.
—Por supuesto que quiero, Kevin, ¿sabes la cantidad de veces que soñé que me pedías algo como eso? ¡Dios santo, pero eres un egoísta! —golpeé su pecho, pero no una, sino dos... tres... cuatro, en realidad perdí la cuenta en el momento en que él me sostuvo por los brazos y me atrajo nuevamente a su pecho.
—¿Qué sucede, Alba? Explícame porque no entiendo nada.
—Escuché tu llamada el primer día. Solo te quedan siete días y no me lo dijiste, ¿por qué no merecía saberlo?
—No creí que te interesara, Alba.
—¡¿Cómo no va a importar que vayas a morir?! ¡Maldito insensible! —grité, sacudiéndome de su agarre y corriendo hasta la banca más cercana.
—Alba, yo no...
—Cállate, no te haces una idea de todo lo que intenté que estos últimos días fueran maravillosos, quería darte el mejor regalo de navidad, enseñarte mi mundo y abrazarte hasta que tuviera suficiente. Estoy enamorada de ti, desde no sé cuánto tiempo y el día que te lo planeaba decir me entero que vas a morir. ¡Por Dios, me siento en una novela de Nicholas Spark!
—Yo también lo creo, eres tan dramática como sus protagonistas —Se burló.
—¡Y encima te ríes de mi desgracia! —chillé, limpiando mis lágrimas con brusquedad.
—Yo no sé si es desgracia, pero ¿cómo quieres que no me ría si me estás matando cuando aún tengo mucha vida por delante?
—Es que... Espera, ¿qué dijiste? —jadeé.
—Lo que escuchaste era una llamada de mi madre, ella quería que volviera a casa con una novia y me dio siete días para lograrlo. Yo pensé que era poco tiempo, porque la única chica que me gustaba era una loca gerente de hoteles y niñera de perros que no me miraba más que para gastarme bromas y comer mis chocolates desde hace seis años.
—Oh. Dios. Mío —dije, cubriendo mi rostro con ambas manos y tratando de reprimir mis risas—. ¿Entonces no vas a morir?
—Pues a menos que haya una bomba aquí, las probabilidades son una vida junto a ti y me agrada el panorama, aunque creo que enloqueceré.
—Lo siento, Kevin. ¡Ay! ¡Por Dios! ¡Las chicas me matarán!
—¿Las locas de tus amigas creen que moriré también? —Asentí en respuesta, haciéndolo reír—. No sé porque no me sorprende.
—¿Qué estás tratando de decir? —Le miré con mis ojos hechos rendijas.
—Nada, Alba, solo levántate de esa banca —Señaló el letrero a un costado y creo que al leerlos sí lloré de verdad.
«Pintura fresa»
—Soy un desastre —balbuceé y caminé tras él con la cabeza gacha—. Ni siquiera pude darte el mejor regalo de navidad —Me quejé, escuchando las risas de todas las personas que me veían en el camino.
—Pues yo creo que tú eres el mejor regalo de navidad, Alba. Feliz navidad, cariño —dijo sin voltear y literalmente salté sobre su espalda.
—¿Fin? —cuestionó Oscary.
—Y sí, bueno, así fue como le di el mejor regalo de navidad —les expliqué a mis amigas, que solo rieron a mi costa—. ¿Qué es tan gracioso?
—Que creo que el mejor regalo fue el que le diste en la noche y por el que ahora cargas nueve meses de embarazo —bromeó Mhavel, haciéndome que le lanzara el cojín que me mantenía sentada en la cama, así que caí hacía atrás por inercia.
—¡Vengan a ayudarme ahora!
—Estás agresiva, amiga —dijo Zela y junto a Diana me ayudaron a acomodarme en la cama, nuevamente.
—Eso es mentira —bufé, sacudiendo mis gordas manos para restarle importancia.
—¿En serio? ¿Entonces por qué Kevin tiene puntos en la cabeza luego de que le tiraras la tapa de la olla? —cuestionó Diana.
—Eso es otro asunto, él me llamó gorda y bueno, ese tema me pone sensible —dije y todas explotamos en carcajadas, al menos hasta que un grito escapó de mis labios.
—¡Rayos! ¡Rompió fuente! —gritó Mhavel.
—Sí y también romperá mis brazos —lloró Diana, haciendo una mueca al ser apretada por mis gordas manos en un intento de aplacar mi dolor.
—¡Traigan a Kevin ahora! ¡No voy a ninguna parte sin mi marido!
—¡Pero está durmiendo, luego de los puntos!
—¡Tráiganlo ya, chicas, perderé la circulación! —chilló Diana y todo se volvió un caos.
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