Capítulo quince:
24 DE DICIEMBRE
—Ponte esto.
Acababa de amanecer, hacía aún más frío y una leve nevada caía a nuestro alrededor. Artemis ya había desmontado todo el campamento y apagado la fogata, lo que me dejaba tirado en el suelo nuevamente helado hasta los huesos.
Miré la prenda de ropa que la diosa me ofrecía, una vieja sudadera que había decidido traer conmigo por si acaso.
Sólo entonces caí en cuenta de que A) todo mi equipaje se había perdido durante el ataque de Gambazilla, y B) no tenía nada puesto a demás de unos pantalones desgarrados y un montón de vendas.
—C-claro... lo siento...
Me vestí tratando de hacer caso omiso a cada uno de mis músculos chillando de dolor y me volví hacia la diosa, que estudiaba el suelo en búsqueda de un rastro.
—Lamento no haber podido rescatar más de tus cosas—dijo—. Esperemos que eso sea suficiente por el momento.
Ambos sabíamos que la poca ropa que me quedaba no sería en lo absoluto suficiente, pero decidí confiar en que encontraríamos el arco de Artemisa (o me moriría de forma dolorosa) antes de sucumbir a la hipotermia.
Comenzamos nuestro camino a lomos de una enorme osa, la cual, según Artemisa, se había ofrecido a llevarnos.
No iba a ser yo quien se quejase. Después de todo, a duras penas podía caminar, y no era muy distinto a montar sobre mi perro del infierno, la Señorita O'Leary. Eso sí, me preguntaba como había hecho aquella osa para crecer tanto.
—Agárrate de mí si no quieres caerte—repitió Artemis por tercera vez—. Un oso pardo puede correr en promedio a cincuenta kilómetros por hora. Y con mi bendición, seguramente podrá triplicarlo.
—Estoy bien—prometí—. Realmente no quiero incomodarte...
La osa dio un repentino acelerón, y lo siguiente que supe es que estaba mirando hacia el cielo con aire de derrota. El rostro de Artemis apareció sobre mí, mirándome burlonamente.
—Te lo advertí.
Rodé los ojos.
—Tú ganas...—murmuré, antes de que se apoderase de mí un impulso de idiotez—. Pero no prometo no disfrutarlo.
Artemis frunció el ceño.
—¿Qué tú no qué?
Me las arreglé para reincorporarme y sonreír a duras penas.
—Bueno, ¿quién no amaría viajar tan de cerca con una diosa tan hermosa como tú?
Lo siguiente que supe es que nuevamente estaba en el suelo.
Sí... quizá esa vez me había excedido un poco.
Y... ya había tomado algunas bofetadas como esa antes, pero en ese entonces no acababa de estar a punto de catapultarme hasta la órbita. Digamos que mi cuerpo no se sintió muy feliz de recibir un golpe de tales magnitudes.
Viajamos en silencio por un par de horas, lo que me dio tiempo a meditar un poco sobre lo que acababa de suceder.
¿En qué había estado pensando? Normalmente molestar a una diosa de aquella manera sólo servía para ser asesinado de formas espantosas. Pero yo de hecho sabía que Artemis sentí algo por mí, aunque fuese en contra de su voluntad.
Hablarle de esa manera había sido como picarle los huevos a un dragón dormido, no podía haber terminado bien.
Pero más allá de la imprudencia, ¿por qué había sacado el tema a colación? Había estado actuando de esa forma desde el inicio del viaje, lo que me hizo cuestionarme seriamente que tanta era la influencia de Eros sobre mí en ese momento.
Ya no lo sentía en mi cabeza, pero seguía comportándome igual de estúpido.
Entonces me di cuenta de que Artemis estaba observándome de reojo.
—¿Te lastimé?—preguntó finalmente.
No respondí nada, estaba demasiado confundido con respecto a mis propios sentimientos como para pensar siquiera en hablarle.
—¿Estás molesto conmigo?—insistió ella.
¿Exactamente cómo me sentía?
No iba a negar que estaba un poco molesto, pero tampoco podía negar que todo había sido mi culpa.
—Mira, creo que sobre-reaccioné un poco—murmuró Artemis—. Lo lamento. No estoy acostumbrada a pasar tanto tiempo en compañía de un hombre, y mucho menos a verme afectada por la magia de Eros.
¿Eso era todo? ¿Realmente no existía posibilidad alguna de que sus sentimientos fuesen genuinos? Sabía que era una esperanza vana, pero aún así no podía evitar preguntarme si no habría forma de que realmente me quisiese a su lado una vez terminásemos nuestro viaje.
—¿Por qué no me respondes?—preguntó finalmente.
—Yo... simplemente estoy cansado—suspiré—. Ya sabes... aún me duele... forzar mis límites de esa forma no fue buena idea...
Artemis giró sobre sí misma, volviéndose para mirarme a los ojos y tomando suavemente mi rostro entre sus manos.
—¿Qué tanto te duele?—quizo saber—. Quizá pueda hacer algo para aliviarte...
—No gastes... tu energía... conmigo...—le pedí—. Yo sólo... intentaré descansar... hasta que...
—No necesito usar mis poderes para ayudarte...
Se inclinó lentamente hacia mí, cerré los ojos y probé sus labios.
Por un momento, todo fue perfecto.
Pero cuando abrí los ojos, descubrí que Artemis ni siquiera estaba mirando en mi dirección.
"¿Estoy alucinando otra vez?"—me pregunté—. "Esta tiene que ser una muy cruel broma..."
Estaba harto de todo aquello. Era en cierto modo doloroso desear a alguien que sabes que no podrás tener, y es aún peor cuando empiezas a perder contacto con la realidad por ello.
Ya tenía suficiente con no poder ser correspondido por Artemis y encima tener que pasar tanto tiempo junto a ella aún así. Pero Eros insistía en meterse con mi cabeza, tentándome con aquella diosa cada vez que me descuidaba.
—¿Me estás escuchando?—preguntó Artemisa.
—Eh... no, lo siento... Me distraje...
—Pregunté si hay algo que pueda hacer—dijo—. Quizá pueda ayudarte. Sólo dímelo.
—No lo sé... no quiero... que gastes parte de tu poder... en ayudarme...
—Vamos, aunque sea sólo una cosa—insistió—. Si es algo que pueda hacer, haré lo que sea, lo juro.
—¿De... verdad...?
—Por el Estigio si es necesario.
Un trueno sonó a la distancia. Alcé una ceja.
—Así que... lo que sea... ¿eh?
Artemis se puso rígida y sus orejas se tiñeron de dorado. Una gota plateada de sudor nervioso bajó por su rostro.
—S-supongo que ahora ya no puedo retractarme...
—Vaya... eso es... interesante...
Ella guardó un repentino silencio total, aún con el cuerpo extremadamente rígido. A pesar del frío, estaba sudando a mares.
Supe al instante lo que ella se estaba imaginando. Seguramente se estaría mordiendo la lengua en ese momento, maldiciéndose por aquella estupidez.
Pero... bueno, los dioses tienen esa extraña costumbre de jurar por el estigio conceder deseos muy a la ligera, supongo que era algo que tendría que pasar tarde o temprano.
Me divertí torturándola un poco con la espera. Apreté un poco mi agarré alrededor de su cintura, aguantándome la risa cuando soltó un agudo chillido tratando de tragarse el pánico.
—Lo que sea...—repetí, paladeando la palabra.
Me incliné hacia su oido. Podía escuchar su corazón palpitar velozmente y ver como su rostro se encendía.
—¿Qué te parece si nos... divertimos... un poco?—pregunté.
—¿A-a... a qué te refieres?
—Bueno... ya va a ser medio día—señalé—. Hay que tomarnos un momento... para descansar...
—¿Y...?
—Y creo que... podrías enseñarme un poco sobre...
—Escúchame bien, Perseus Jackson—advirtió—. Si me pides lo que creo que me vas a pedir, te juro que...
—Podrías enseñarme como usar el arco—concluí—. Siempre he sido terrible en ello... y creo que si alguien puede enseñarme... eres tú...
La diosa suspiró.
—Cla-claro... por supuesto...—soltó una risa ligeramente histérica—. Vamos a tomarnos una hora para descansar.
Me reí a carcajadas sin poder evitarlo, Artemis me fulminó con la mirada.
—Muy gracioso...—gruñó-
—No habrás creído que realmente te pediría "eso", ¿o sí?
—Con los chicos nunca se sabe—bufó.
—Oye, soy una criatura simple e hiperactiva—señalé—. Enséñame cómo hacer algo genial y estaré entretenido con ello por un buen rato...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro