Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo once:


22 DE DICIEMBRE

Percy:

Me desperté con un sobresalto, aún sintiendo como si me hubiesen atravesado el corazón con una flecha. Estaba sentado en un tren, todas mis cosas estaban conmigo, el paisaje pasaba a toda velocidad por la ventana.

Me miré las manos, estaba temblando sin poder controlarme. Respiraba con dificultad y me dolía todo el cuerpo.

¿Había sido todo un sueño?

No... ya había tenido dioses metidos en la cabeza en el pasado, y me seguía sintiendo extrañamente incómodo en mi propio cuerpo, como si la presencia de Eros siguiese entremezclándose con mis pensamientos, incitándome a hacer cosas que jamás haría normalmente.

Me froté los ojos para intentar despejarme la vista. Supuse que estaba de camino a San Francisco, aunque no recordaba nada después del ataque de Cupido en Chicago, ¿él nos había llevado hasta el tren? ¿O quizá lo había hecho Céfiro?

Sólo entonces reparé en la presencia de Artemis, quien dormía plácidamente apoyada sobre mi hombro. Me pregunté si ella también había sido abordada por Eros. La experiencia me era borrosa y confusa, pero recordaba muy claramente lo traumática que fue. No podía soportar la idea de que Artemis pasase por algo similar.

"Te deseo..."—había admitido. ¿Por qué le interesaba tanto a Eros lo que pudiese o no sentir con respecto a esa diosa prohibida? ¿Habría sido enviado por Afrodita y su promesa de hacer mi vida amorosa "interesante"?

Sacudí esos pensamientos de mi cabeza. Eros tenía razón en una cosa, tenía miedo de que Artemis pudiese sentir algo por mí. Lo sé, era una idea ridícula, pero después de nuestras interacciones los últimos días, no me sentía tan seguro.

Quizá Eros había estado jugando con nosotros desde el primer momento. Quizá había sido parte del robo del arco, o más probablemente, simplemente se aprovechó de la situación para divertirse a su retorcida manera.

En ese momento, Artemis comenzó a abrir los ojos muy lentamente. Miró alrededor desconcertada y se quedó un minuto en silencio, como si estuviese procesando algo realmente difícil de digerir.

Entonces rompió a llorar, y supe al instante que había sido torturada por el dios del amor de igual forma que yo.

—Artemis...

Quise reconfortarla, pero no sabía cómo. Se me ocurrió poner una mano sobre su hombro, que supiese que no estaba sola. Pero en el segundo en que hice el ademán de acercarme, ella me apartó el brazo de un golpe.

—¡No me toques!—gritó—. ¡No te me acerques!

Tragué saliva y me aparté tanto como pude. Los demás pasajeros en el tren nos miraban con confusión, como si acabásemos de aparecer de la nada.

—Artemis... yo... no sé que es lo que...

—¡Cállate!—ordenó, tapándose los oídos—. Necesito... necesito estar un tiempo a solas...

Se puso en pie y corrió hacia otro vagón. Sentí la tentación de seguirla, pero me figuré que posiblemente no sería la mejor idea.

—¿Qué te hizo ese monstruo, Artemis?—pregunté al aire—. ¿Qué cosa te mostró...?

Miré por la ventana, el sol brillaba en las alturas como de costumbre. Sentí la tentación de gritarle a Apolo, si había un dios que respondería mi llamado sería él. Él podría ayudarnos.

Pero sabía que él no podía hacer nada por Artemis, al menos no si Eros estaba implicado.

Me abracé a mí mismo y traté de dormir. Me sentía exhausto y desconsolado. No obstante, mi mente estaba demasiado alterada como para permitirse descansar.







Las siguientes horas fueron las peores.

Artemis no me dirigió la palabra ni una sola vez. Si llegaba a encontrármela en algún vagón, me evadía y seguía con lo suyo. Tampoco es que yo haya insistido demasiado, no sabía qué le había mostrado Eros en su visión, pero estaba muy afectada.

El tiempo parecía transcurrir más lentamente de lo usual, aunque posiblemente sólo fuese mi hiperactividad. Intenté analizar mi propia alucinación: Nico, Calipso, Rachel y Reyna, personas que habían estado dispuestas a amarme y que jamás correspondí de la misma manera. Zoë, alguien que en cierto modo le había quitado a Artemis al no poder salvarla. Y Annabeth... alguien a quien yo había perdido.

Había visto morir a mucha gente en el pasado, Beckendorf, Silena, Lee, Michel, Bianca y la propia Zoë. Había perdido a amigos como Jason y me había hecho a la idea de que perdería a muchos más tarde o temprano. Así era la vida de un semidiós. Pero nunca me había sentido especialmente culpable por ninguno de ellos, había hecho todo en mis manos por ayudarles y sus sacrificios nunca fueron en vano.

Pero desde que perdí a Annabeth... nada había sido lo mismo. Era el único fantasma que realmente me atormentaba.

¿Qué me diría ella que hiciera en esta situación?

No lo sabía, los pensamientos dentro de su mente siempre fueron un enigma para mí. Pero independientemente de ello, sabía que cualquier consejo me hubiese sido de gran ayuda.







23 DE DICIEMBRE

Cuando finalmente llegamos a San Francisco, me sentía física y mentalmente agotado.

La luna brillaba en las alturas, lo que parecía mejorar un poco el humor y estado físico de Artemis, quien caminaba delante de mí sin dirigirme la palabra a travez de las calles.

Eran las cuatro de la mañana. Hacía bastante frío, pero la humedad en el aire era reconfortante.

—Artemis...—murmuré—. Entiendo que no quieras hablar conmigo sobre lo que pasó... ¿pero podemos cuanto menos comunicarnos acerca de la misión?

Ella me miró por encima del hombro por varios segundos. Sus fríos ojos parecían estar rebuscando en mi interior alguna clase de intención oculta, pero pareció no encontrar nada que le alertase.

—Muy bien—dijo duramente—. ¿Qué quieres saber?

Señalé hacia el norte.

—¿Exactamente cómo planeamos llegar a Oregón en menos de un día?

Se encogió de hombros.

—Tu eres el héroe, será mejor que lo resuelvas.

Me paré en seco y me crucé de brazos.

—¿Así que eso soy ahora?—pregunté—. ¿Sólo otro héroe que los dioses pueden usar para cumplir sus ridículas misiones?

Me fulminó con la mirada.

—Cuida tu tono, recuerda que estás hablando con...

—Te voy a detener ahí—gruñí—. Ya veo lo que estás haciendo, y déjame ponerte una o dos cosas bien en claro. No sé y no me importa lo que Eros te haya hecho ver, yo no tengo la culpa. Después de todas las cosas que he hecho por el Olimpo, no voy a permitir que me faltes al respeto sólo porque tu frágil ego de diosa se vio dañado.

Debería haberme detenido, cada palabra que salía de mi boca era una firma más para mi sentencia de muerte, pero ya era tarde para parar.

—Intentas poner distancia emocional entre nosotros con el juego de "yo soy la diosa y tú sólo el mestizo", pero después de los últimos días sólo se ve como un intento patético de mantener la compostura. Y yo no tengo por qué soportar esa actitud. Si realmente eres tan débil como para dudar de todos tus ideales sólo porque Eros...

—¡Silencio!

Artemis me tomó del cuello y me alzó en alto, sus ojos brillaban intensamente por la ira y la impotencia.

—Adelante...—logré decir—. Mátame... maldíceme... conviérteme en animal... veamos quién está dispuesto a ayudarte a estas alturas...

Ella soltó un gruñido y me arrojó de lado.

—Te odio...—murmuró, aunque ni siquiera ella parecía creérselo del todo. Era como si intentase convencerse a sí misma.

Me puse en pie y me sacudí el polvo, intentando no mostrarme tan emocionalmente dolido como me sentía.

—Gracias...—gruñí—. Ahora, en realidad... creo que se me ocurrió una idea.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro