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5: «Os presento al "príncipe" y os hago reflexionar un poco»

Cuando estoy dirigiendo tan bonitas palabras a mi hermanito, cuando estoy ya despidiéndome de la vida, noto como unos golpecitos en la mejilla y creo escuchar una voz.

Abro los ojos lentamente y casi con miedo, pues no sé si estoy en el infierno rodeada de almas en pena o en el cielo y la voz que he oído pertenece a un ángel. Consigo enfocar la vista y me doy cuenta de que aún me encuentro en el parque, tirada en el suelo al lado de la traicionera farola.

Pues parece que no me estaba muriendo, solo estaba siendo exagerada como siempre.

Pero... ¿y esa voz que he escuchado?

Miro hacia un lado y veo a un chico, que parece tener mi edad, inclinado sobre mí. No veo alas por ningún lado, así que supongo que no es un ángel, a pesar de que su aspecto ayude a pensar lo contrario. Cuando el chico se da cuenta de que he vuelto en mí y lo estoy mirando, cambia su expresión de preocupación por una sonrisa.

—Menos mal, princesa, ya estaba pensando en hacerte el boca a boca —dice sin dejar de sonreír y me ofrece su ayuda para que me incorpore.

Dejo pasar lo de «princesa», porque el pobre chico no sabe nada de la tirria que le tengo a esa palabra y no se merece que le responda de mala manera. Pero lo otro no lo voy a dejar pasar:

—Antes tendrías que llevarme al cine o algo, ¿no te parece? —le digo mientras llevo mi mano al chichón que se está formando en mi sien derecha. Tengo la sensación de que ahora mismo me parezco bastante a un unicornio. Ese pensamiento consigue sacarme la primera sonrisa sincera desde que me enteré del nuevo embarazo de mamá.

—Tendré en cuenta tu propuesta —responde el chico del que aún no conozco su nombre. Se lo preguntaré ahora.

—¿Estás ligando conmigo, chico desconocido? —pregunto intentando fingir seriedad.

—Tal vez —me responde guiñando un ojo—. ¿Te sientes bien para levantarte?
—Asiento y me ayuda a ponerme en pie. No noto que todo gire a mi alrededor ni me caigo de culo, así que todo va bien—. Por cierto, me llamo Fer y me acabo de mudar aquí con mi familia. Aún no conozco la ciudad y he pensado que tal vez tú me la podrías enseñar. Si quieres, claro —sugiere.

—Fer —le digo—, como intento de ligue, me parece un poco chapucero. Pero, a pesar de eso, acepto tu oferta de hacer de guía turística siempre y cuando me pagues por ello. Acepto chocolate o billetes de seiscientos euros como medio de pago.

Por su cara, sé que lo he dejado descolocado. Ya irá conociendo mi sentido del humor si seguimos viéndonos. La verdad, no me importaría conocerlo. Parece majo.

—Además, me apetece pasarme algo de tiempo fuera de casa —añado.

—Antes te he escuchado hablar sola —dice cuando se recupera de mi gran demostración de ingenio—, ¿tienes problemas en casa y por eso quieres escapar de ellos?

Arrugo la nariz, ya que no me gusta cómo suena eso, pues parece que fuera una cobarde que huye de los problemas en vez de enfrentarse a ellos. Lo que he hecho esta tarde, vamos.

—Puede que sí —respondo—, pero no es nada grave. Gracias por preguntar y por no pensar que estaba loca al verme hablar sola. Y también por preocuparte por mí después de la hostia que me he pegado —digo llevándome la mano de nuevo al chichón, el cual no me parece ahora tan exagerado como para hacerme parecer un unicornio.

—No hay de qué. Y, por cierto, deberías ponerte hielo o algo donde te has dado el golpe —me sugiere Fer.

—Lo sé, regreso ahora mismo a casa y me encargo de ello. Un placer haberte conocido. Ya nos veremos para el recorrido turístico que me has pedido —digo echando a andar y alejándome de él.

—Espera —me dice Fer cuando ya he dado un par de pasos—, no sé dónde encontrarte para asegurarme de que no te escaqueas.

—Vivo a tres calles de aquí, en una casa azul de dos plantas con un par de pinos en el jardín delantero. No tiene pérdida —le digo sin girarme.

—Si no me equivoco, vivo muy cerca de ahí. En la casa roja con porche que llevaba unos meses en venta.

—Sé cuál es —digo simplemente.

—Tampoco sé tu nombre, princesa —dice Fer cuando ya estoy a varios metros de distancia.

Otra vez esa dichosa palabra. Tendré que explicarle por qué la detesto, pero mientras tanto me reiré un poco de él.

—Me llamo Blanca Nieves. —Me giro para ver su reacción que, como imaginaba, es de sorpresa, incredulidad y escepticismo.

—Sí, claro —dice con sarcasmo—. Y también tienes a siete enanos esperándote en casa, ¿no?

—No, por ahora son solo seis, pero en unos meses serán siete. —Me cuesta aguantarme la risa al ver su cara, pero lo consigo y sigo mi camino dejándolo ahí, en medio del parque, flipando en colores por haber conocido a alguien con un sentido del humor tan... peculiar, por decirlo de alguna forma.

Ojalá fueran chistes, pero yo simplemente me he dedicado a exponer mis circunstancias familiares, pienso cuando ya estoy a una calle de mi casa.

Sí, lo reconozco, mi vida puede parecer de cuento pero yo no soy una princesa, por mucho que mi nombre sea de el de una y por mucho que Fer parezca estar empeñado en llamarme así. Y él tampoco es un príncipe; solo es un chico mono que me ha caído bien y con el que puede que tenga algo más que una amistad... o no. Quién sabe.

* * *

Vuelvo a estar frente a la puerta de casa, exactamente igual que hace unas pocas horas, cuando regresaba de la cita con el doctor Marber. Aunque parece que fue hace mucho más tiempo, debido a todas las cosas que han pasado.

En esta ocasión, tampoco me decido a entrar en casa directamente. Al menos, no sin antes hacer una última reflexión en este día de tantas emociones.

No soy una princesa. Ya sé que esta es la enésima vez que lo digo pero me da igual. Pero, ¿sabéis qué? Que si lo fuera, no sería de esas princesas que esperan a un príncipe que las rescate de la torre en la que están encerradas. Yo sería una princesa que adoptaría un dragón como mascota y lo pondría a vigilar la puerta de mi castillo para que espantara a todos esos príncipes idiotas que me vieran únicamente como una oportunidad de ganar fama y poder, y no como la persona con sentimientos que soy debajo de la corona.

Pero, como creo que ya dije antes, esto es la vida real —¡Mierda! Acabo de acordarme de que en la vida real hay exámenes para los que aún no he estudiado— y, a pesar de que no pueda tener un dragón de mascota —¡eso sería la hostia!—, esto tampoco está tan mal. El truco está en quedarse con lo bueno y en intentar buscar siempre el lado positivo de las cosas.

Y si no me creéis, miradme a mí, que me estoy planteando hacer un reality show con mi familia como protagonistas para ver si saco algo de este cuento —mejor dicho, de este chiste— que es mi vida.

¡Esto es todo, aquí termina esta disparatada historia!

Espero que no os hayáis arrepentido de pasar este día con nuestra Blancanieves particular y conmigo.

Ya no puedo decir «hasta el próximo capítulo» (aunque todavía falta una parte más en esta historia), pero sí diré que si éste os ha gustado, me hagáis feliz votando y comentando.

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