4: «Os hablo de los problemas de la princesa»
Salgo de casa y empiezo a andar sin rumbo fijo, intentando no pensar en nada. Cuando me doy cuenta, estoy cerca del parque, donde hay una zona con columpios, toboganes y demás, aparte de un pequeño kiosco y una pista de skate. A esta hora el parque no está muy lleno: un par de ancianos en un banco dando de comer a las palomas, unos pocos niños jugando a la pelota, una pareja dándose el lote en el césped y unos cuantos chicos patinando.
Me dejo caer en un banco y, ahora sí, permito que un montón de pensamientos inunden mi mente.
Oigo a la vocecilla de mi conciencia, que me recuerda que debería volver a casa a estudiar. Yo le respondo mandándola a la mierda, ya que no tengo yo la cabeza ahora como para estudiar.
El primer pensamiento coherente y con cierto sentido que me llega es que esto no puede estar pasando, no puede ser real... Pero, por suerte o por desgracia, sí está pasando y sí es jodidamente real.
Otro embarazo.
Un nuevo bebé.
Otro enano más.
Una risa histérica se escapa de mi boca; si alguien me oye, pensará que estoy loca, y no irá muy desencaminado, porque ahora mismo mi vida es una locura. Dentro de unos meses seré oficialmente Blanca Nieves, la de los siete enanitos.
¿Recordáis eso que dije antes de que me recordárais que me pegara un tiro si llegaba este momento? Pues... olvidadlo; creo que estaba siendo un poco exagerada cuando dije eso.
¿Sabéis qué es lo peor de todo esto? Aparte de que los chistes llevarán ahora toda la razón, obviamente. Pues lo peor es que, conociendo a mi madre como la conozco, seguro que se le ocurrirá la gran idea de hacer una sesión de fotos con sus hijos disfrazados de Blancanieves y los siete enanitos.
Pero hay un pequeño inconveniente para tu gran plan, mamá. ¡Me niego a llevar ese ridículo disfraz! A mí no me pegan los colores tan brillantes del vestido de la princesa de Disney; yo soy más de ropa oscura, por mucho que me digan que me hace más pálida. En eso, en la palidez, me parezco a la Blancanieves de la película de dibujos. Pero solo en eso... Bueno, y en los labios, que últimamente me ha dado por llevar pintados de rojo... Y también me parezco a ella en el pelo, que es negro y me llega por los hombros. ¡Mierda! Voy a tener que raparme o teñirme de algún color, verde fosforito o algo así. ¡Haré lo que sea con tal de fastidiar la dichosa sesión de fotos que seguro se le ocurre a mi madre!
¿Veis? Ya estoy empezando a perder la cordura. Otra risa histérica se me escapa.
Cojo aire tratando de calmarme, pero parece imposible. Venga, Blanca, otro intento.
Inspiro...
... y expiro.
Parece que funciona, solo un poco, pero ya es algo.
Esperad, que me viene otro ataque de locura e ira. A este paso terminaré en un manicomio o en la cárcel por matar a alguien durante un episodio de enajenación mental transitoria.
—A ver, Dios, Parcas, espíritus de los hermanos Grimm o quien sea que haya ahí arriba —espeto en voz alta dirigiendo mi vista al cielo—, os pido que tengáis compasión de mí y dejéis de descojonaros con mi vida. ¿No tenéis que joder a otro pobre infeliz aparte de mí o qué? —digo al tiempo que me levanto del banco y echo a andar de nuevo.
Después de haber dado solo unos pocos pasos, continúo con mi monólogo:
—Quien sea que esté escribiendo esto, es decir, el guión de la peli mala que es mi vida, te doy un consejo: este sería el momento ideal para que viniera una bruja y me diera una manzana envenenada.
Tras decir esto, miro a todos lados por si diera la casualidad de que el supuesto guionista de mi vida ha hecho caso a mi consejo. No veo a nadie con pinta de bruja; pero, como no voy mirando al frente, lo que sí veo son las estrellas debido a la hostia que me pego contra una farola. El golpe es tan fuerte que caigo redonda al suelo.
«¡Farola traicionera, yo te quería!», pienso una vez que mi cuerpo toca el suelo. Hasta ahora en mi relación con las farolas no había dolor, solo amor. De hecho, tengo una foto abrazando a una farola. No iba borracha, simplemente me apeteció hacerlo. Así soy yo.
Estos deben ser los delirios previos a la muerte, si no, no estaría pensando estas tonterías.
Voy a morir sin conocer a Samu. Ese hubiera sido el nombre que yo habría propuesto para él: Samuel. Pero como voy a morir, no podré hacerlo. Y tampoco podré ver su carita, ni oír su primera palabra, ni... nada.
Bueno, al menos hablaré con él una vez antes de ir hacia la luz.
—Hola, Samu —digo para mí misma y también para él, claro—, soy Blanca, tu hermana mayor. Solo quería decirte que, aunque no esperaba tu llegada a este mundo, ya te quiero. Te quiero mucho, igual que al resto de mis enanitos. Y también quiero a papá y mamá. Pero ya no se lo podré decir. —Me trago unas lágrimas que amenazan con salir—. No quiero hablarte de cosas tristes, peque, sino darte la bienvenida a la vida. Una vida de cuento... o de chiste, diría yo.
***
Primero: ¿Pensáis que Blanca se ha vuelto loca? Un poco, ¿no?
Segundo: ¿Creéis que se va a morir por haberse golpeado contra una farola? Descubriréis la respuesta a esta pregunta en el siguiente capítulo, que es también el último.
Hasta el próximo capítulo y, si éste os ha gustado, hacedme feliz votando y comentando.
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