1: «Os presento a la "princesa"»
Estoy sentada en la sala de espera del doctor Marber, esperando mi turno. No soy yo la que está enferma, sino mi hermano pequeño. Tiene un resfriado que va a acabar con todas sus reservas de mocos —que parecen ser infinitas— y con mi paciencia de escuchar estornudos. En serio, es desesperante. Y, como mis padres están demasiado ocupados trabajando/cuidando a mis demás hermanos, yo era la única en casa con el suficiente tiempo libre para venir al centro médico a que el doctor recetase un jarabe o algo que acabe con semejante trancazo.
Bueno, si por tiempo libre se entiende tener cuatro exámenes y dos exposiciones orales la semana que viene, sí, tengo mucho tiempo libre ahora mismo.
Miro el reloj que hay en la pared. El doctor lleva casi media hora de retraso y yo me estoy poniendo de mala leche por estar perdiendo el tiempo aquí con todo lo que tengo que hacer. Menos mal que mi mente privilegiada había previsto esto y decidió que sería buena idea traer algo para leer y hacer más soportable la espera. Llevaba en mi mochila el libro que me regaló mi tía en Navidad y ahora lo estoy leyendo. Se titula Fruta Amarga y me tiene completamente enganchada.
—Blanca Nieves del Castillo Encantado, el doctor la recibirá en unos minutos —dice la secretaria con una amable sonrisa. Lo reconozco, me habría reído de ese nombre tan gracioso... si no fuera el mío.
Sí, me llamo así. No, todavía no sé qué droga alteraba la capacidad mental de mis padres el día que decidieron ponerme este nombre.
No los culpo por mis apellidos, porque eso es algo que no se puede elegir, pero bastantes chistes podían hacerse ya con lo de Castillo Encantado como para añadir el nombre de una princesa de cuento.
Algún día demandaré a mis padres por daños y perjuicios a causa de todas las bromas que he soportado a lo largo de mis casi dieciocho años de mi vida. Vale, puede que esté exagerando un poco; no los demandaría porque a pesar de todo los quiero mucho, pero el cachondeo que he aguantado todos estos años sí es verdad.
Y eso que todavía no os he contado lo más gracioso. Veréis, resulta que...
Bueno, luego lo diré, porque tengo que entrar a la consulta del doctor Marber ahora mismo.
—Hola, Blanca —me saluda el doctor con cariño. Sabe de sobra que no me gusta que me llamen por mi nombre completo.
El doctor Marber conoce a mi familia de toda la vida. Estudió con mis padres en el instituto y ha cuidado de la salud de todos los churumbeles de la familia desde que nacimos. De hecho, a mí me vio nacer. Literalmente.
Estaba una tarde en casa, tomando un café con mis padres, cuando mi madre se puso de parto a pesar de que faltaban más de dos semanas para que saliera de cuentas. Total, que el bueno del doctor Marber me trajo al mundo en el sofá del salón.
—Hola, Doc —le respondo con mi habitual desparpajo, mientras aparto de mi mente los recuerdos de mi nacimiento y cojo una piruleta del cuenco que siempre tiene en su escritorio.
—¿Qué te trae por aquí? —pregunta apartando la vista del ordenador.
—Vengo a que me des algo para Marcos, aunque creo que voy a empezar a llamarlo Mocoso.
—¿Resfriado?
Asiento mientras saco la piruleta de su envoltorio.
—¿Lo mismo de todos los años?
Asiento de nuevo llevando la piruleta a mi boca.
Marcos suele pillar uno o dos resfriados gordos al año, aparte de la terrible alergia que soporta cada primavera. A veces siento lástima de su nariz, por todo lo que lleva sufrido la pobre en diez años de existencia.
El doctor dirige su vista nuevamente a la pantalla del ordenador, teclea durante un par de minutos y, después de imprimir las recetas de un par de jarabes —al tercer intento, porque la impresora piensa como mis considerados progenitores en lo referente a mi tiempo libre—, el doctor se despide de mí diciéndome que les recuerde a mis padres que tienen que ir a cenar a su casa un día de estos, porque su mujer no para de insistirle.
Le digo adiós con una sonrisa, la cual se desvanece de mi rostro nada más salir de la consulta. Si mis padres van a esa cena, yo tendré que quedarme en casa cuidando de los enanos.
Así llamo yo a mis hermanos y, no, no es otro chiste sobre Blancanieves, aunque lo parezca.
Resulta que soy la mayor de siete, es decir, que tengo seis hermanos pequeños. Sí, seis. Como imaginaréis, esto contribuye enormemente a los chistes.
Me queda el consuelo de pensar que mis padres ya no van a traer más niños al mundo, ya que hace casi cuatro años que nació el más pequeño y el resto se llevan un año o dos de diferencia. Sería ya el colmo que tuvieran otro y finalmente fuésemos Blancanieves y los siete enanitos.
Si ese momento llega, recordadme que me pegue un tiro.
Mientras iba perdida en mis pensamientos, he llegado a la puerta de la farmacia sin darme cuenta y también he acabado la piruleta, por lo que tiro el palito en una papelera cercana. Entro a la farmacia y le pido a la farmacéutica los jarabes para Marcos.
Cuando estoy pagando, me fijo en las cajas de condones que hay en el mostrador. ¿Tan caros les parecen a mis padres? En mi opinión, sale más caro criar a tantos hijos y, si el problema es que se aburren mucho, pues, no sé, que se pongan a ver una película; por ejemplo, la trilogía de El Señor de los Anillos, en versión extendida, preferiblemente. Así estarían bastantes horas entretenidos.
Salgo de la farmacia y me dirijo a mi casa que, gracias a Dios y a toda la corte celestial, solo está a un par de calles de distancia. Por fin podré volver a casa, encerrarme en mi cuarto y seguir estudiando.
***
Pues esta es Blanca, nuestra Blancanieves particular. ¿Qué os parece? ¿Creéis que logrará estudiar para sus exámenes?
Pronto conoceréis a los enanos, espero que os caigan bien.
Hasta el próximo capítulo y, si éste os ha gustado, hacedme feliz votando y comentando.
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