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Derrota

Tras la impactante revelación, un denso silencio se apoderó del bar. Todas las miradas se posaron sobre el encapuchado con una mezcla de terror, confusión y miedo. Los parroquianos intercambiaban murmullos y se alejaban discretamente del extraño individuo, como si su sola presencia fuera venenosa.

El cantinero, con la boca abierta y tartamudeando, señaló al encapuchado. Sus ojos parecían a punto de salirse de sus cuencas, presa del pánico.

— Tú... tú eres... eres ese asesino... —balbuceó con voz trémula.

El encapuchado se levantó lentamente de su asiento, ante la mirada aterrada de todos. Con absoluta calma, dejó unas monedas sobre la barra, pagando su consumo. El cantinero retrocedió unos pasos, con las piernas temblorosas.

Luego, el encapuchado extendió su mano, donde estaba la bolsa negra que colocó sobre la barra frente al petrificado cantinero. Al abrirla ligeramente, la cabeza cercenada de Julius Novachrono se asomó, con sus facciones congeladas en una mueca de horror eterno.

El cantinero soltó un grito de pavor y cayó desmayado al suelo. Los demás parroquianos salieron despavoridos del local, presas del pánico.

Sin inmutarse, el encapuchado tomo la bolsa en su enguantada mano y se encaminó tranquilamente hacia la salida, mientras los gritos de auxilio inundaban las calles del pueblo.

El encapuchado avanzaba con parsimonia por las calles del pueblo, ahora sumido en el caos. Los gritos y el sonido de escobas siendo tomadas histéricamente se escuchaban por doquier, mientras la noticia del sanguinario criminal suelto se extendía como reguero de pólvora.

De pronto, un parroquiano robusto y de mirada desafiante le cerró el paso.

— ¡Tú! ¡Maldito asesino! ¡Pagarás por lo que le hiciste al Rey Mago! —vociferó furioso.

El encapuchado ni se inmutó.

— Fue un bien mayor — respondió con frialdad.

— ¡¿Un bien mayor?! ¡Acabaste con la vida del gobernante del reino! ¡Eres un monstruo! —bramó el parroquiano.

Lo que él no sabía... Es que Julius Novachrono en el futuro iba a ser el causante de la destrucción absoluta de los cuatro reinos.

El parroquiano retrocedió. En ese momento, una patrulla de caballeros mágicos se acercaba rápidamente a su posición.

— ¡No te salvarás de tu destino, asesino! —escupió uno de los caballeros mágicos.

Sin mediar más palabra, el encapuchado desapareció en un destello negro y carmesí, dejando desconcertados a los presentes.

En el cuartel general de los Caballeros Mágicos, los capitanes de las órdenes sostenían una acalorada discusión. La tensión en el ambiente era tan densa que se podía cortar con un cuchillo.

— ¡Debemos encontrar a ese maldito antes de que vuelva a atacar! —exclamó Yami, golpeando la mesa con su puño.

— Por primera vez estoy de acuerdo contigo, bastardo —secundó Jack the Ripper con el ceño fruncido.

— Ese sujeto es increíblemente poderoso, jamás había visto magia similar —comentó Charlotte, con evidente temor en su voz.

William Vangeance del Amanecer Dorado asintió sombríamente.

— Ni siquiera pudimos rozarlo con nuestros hechizos más fuertes. Debemos ser extremadamente cautelosos —dijo con gravedad.

— ¡Bah! ¡Yo me encargaré de freír a ese malnacido! —rugió Mereoleona, soltando algunas llamas de sus puños.

— Cálmate, te estás precipitando —intervino fríamente Nozel—. Necesitamos analizar la situación y trazar un plan adecuado.

¡PAMM!

De pronto, la puerta se abrió de golpe, sobresaltando a los presentes. Un caballero mágico irrumpió agitado.

— ¡Capitanes! ¡Acaba de llegar un reporte urgente! —informó entrecortadamente— ¡El criminal fue visto en Pinewind, un pueblo al norte!

Los capitanes intercambiaron miradas tensas.

— ¡Movilicen a todas las fuerzas disponibles, ahora! —ordenó Nozel.

El caballero asintió y salió a toda prisa a cumplir la orden. Los capitanes siguieron discutiendo acaloradamente sus próximos pasos, con la adrenalina y el miedo corriendo por sus venas.

Sin embargo, el rey Augustus Kira Clover irrumpió como un vendaval en la sala de juntas donde los capitanes discutían acaloradamente un plan.

— ¡Exijo que la mitad de ustedes se quede aquí para protegerme! —chilló histéricamente el rey obeso.

Los capitanes intercambiaron miradas de fastidio.

— Ese criminal ya demostró que puede burlar cualquier defensa, su Majestad —dijo Charlotte con frialdad—. Lo mejor es capturarlo cuanto antes.

— ¡Tonterías! ¡Soy el Rey! ¡Mi seguridad es primordial! —berreó Augustus, dando pisotones como un niño berrinchudo.

Mereoleona puso los ojos en blanco.

— No sea ridículo, ¡ninguno de nosotros será su niñera! Todos iremos tras ese sujeto —declaró tajante la leona, partiendo la mesa con sus puños envueltos en llamas.

— ¡Insubordinados! ¡Los enviaré a todos al calabozo! —chillaba la morsa, con el rostro rojo de ira.

Pero los capitanes ya lo ignoraban y ultimaban los detalles de la misión.

— ¡No me ignoren! ¡Soy su Rey! —gritaba Augustus, haciendo berrinche y pataleando.

Sin hacerle el menor caso, los capitanes convocaron sus escobas y salieron raudos hacia Pinewind, cual meteoros surcando el cielo nocturno.

El Rey Augustus se quedó solo, gritando improperios y maldiciones que resonaban en las paredes. Pero los capitanes ya estaban lejos, determinados a capturar al criminal más buscado del reino.

Asta y Yuno permanecían en el lugar donde momentos antes había ocurrido el macabro asesinato del Rey Mago. Sus rostros mostraban una mezcla de conmoción, horror y confusión.

— No puedo creer lo que acaba de pasar —dijo Asta, aún en estado de shock—. El Rey Mago...

— Cayó en un instante —completó el pelinegro en voz baja—. Ni siquiera pudimos reaccionar.

Ambos rivales se miraron, procesando la implacable escena que acababan de presenciar. La cabeza decapitada de Julius rodando por el suelo estaba grabada a fuego en sus retinas.

— Él era nuestro objetivo... a quien queríamos superar algún día —musitó el cenizo—. Y ese sujeto acabó con él como si nada.

Yuno asintió sombríamente. Una ira contenida se reflejaba en sus ojos dorados.

De pronto, vieron a los capitanes salir volando a toda velocidad. Seguramente para dar caza al misterioso criminal.

— ¡No podemos quedarnos aquí sin hacer nada! —dijo Asta con decisión—. ¡Tenemos que ayudar!

Sin mediar palabra, Yuno invocó una imponente águila de viento. Asta subió a ella y juntos siguieron de cerca la estela dejada por los capitanes, volando a toda prisa detrás de ellos.

Aunque la conmoción los embargaba, su espíritu de lucha seguía vivo. Estaban decididos a hacer pagar al culpable del horrible crimen.

El encapuchado se encontraba de pie, impávido, sobre un risco que dominaba el paisaje. A sus pies se extendía la frondosa y peligrosa zona cuantiosa de mana, la cual servía de conexión a su siguiente objetivo: "El reino Pica".

El viento mecía sus ropajes oscuros mientras observaba el horizonte, como si supiera lo que se avecinaba...

De pronto, una estela de luces surcó el cielo nocturno, acercándose velozmente. Eran los capitanes de las órdenes de caballería, quienes aterrizaron ágilmente formando un círculo alrededor del encapuchado.

Un tenso silencio se apoderó del lugar. Ninguno de los presentes emitió palabra alguna, pero la hostilidad se respiraba en el ambiente. Todos los capitanes miraban fijamente al encapuchado con profunda desconfianza y rencor.

El viento ululaba entre los riscos, adquiriendo un tinte lúgubre y ominoso, en sintonía con la escena que estaba por desarrollarse.

De pronto, el encapuchado dio un paso al frente. Fue apenas un leve movimiento, pero provocó que todos los capitanes adoptaran pose de combate al instante, alzando sus grimorios listos para el ataque.

La tensión escaló a niveles insoportables, como la calma antes de la tormenta. El próximo movimiento desataría una batalla inevitable entre los fieros capitanes y el misterioso criminal perseguido por la muerte del Rey Mago.

Ante la inminente confrontación, el encapuchado alzó sus manos en señal de alto al fuego.

— No soy su enemigo, estoy de su lado —dijo con voz calmada.

— ¡No trates de engañarnos, maldito asesino! —rugió Nozel lanzando una ráfaga de mercurio hacia el encapuchado.

Para sorpresa de todos, el ataque lo traspasó como si fuera un espejismo. El encapuchado estaba suspendido en el aire, sobre un misterioso escalón negro con bordes carmesí como la sangre fresca.

Ante este despliegue de poder, el resto de capitanes liberaron sus grimorios. Una avalancha de hechizos combinados inundo la zona. Pero todo fue en vano, pues el encapuchado permanecía ileso sobre su plataforma, liberando una imponente y ominosa aura oscura.

Furiosa, Mereoleona se lanzó para atacar cuerpo a cuerpo, con sus puños envueltos en ardientes llamas.

— ¡Te daré la paliza de tu vida, malnacido! —rugió furiosa y determinada.

Para sorpresa de todos, el encapuchado simplemente extendió su mano y tocó el hombro de Mereoleona a solo unos segundos de impactar su golpe. Al instante, la fiera capitana cayó de rodillas, jadeando.

— No... no tengo mana... —masculló atónita, de rodillas en el suelo.

Los capitanes miraron estupefactos cómo su compañera había sido despojada de su poder. Rodearon al encapuchado manteniendo distancia, sin atreverse a acercarse.

Yami frunció el ceño. Ese sujeto era demasiado peligroso. Invocó su técnica más poderosa.

— ¡Zona de mana, manto de oscuridad: Corte dimensional! —bramó el Toro Negro, furioso.

Para su desconcierto, el encapuchado libero de quien sabe donde su katana, adopto la misma postura del robusto pelinegro y lanzó el mismo ataque, ambos cortes oscuros colisionaron. La magia de Yami se esfumo en el aire, cual vapor. El corte negro y rojizo le dio de lleno al Toro Negro quien cayó al suelo de la misma manera que la leona: sin mana en su cuerpo.

Los capitanes estaban desconcertados. ¿Cómo podrían vencer a este temible adversario?

Viendo que el poder mágico convencional era inútil, Nozel decidió intentar una táctica diferente.

— ¡Magia de mercurio: Ejecución del planeta de plata! —invocó su hechizo.

De su grimorio surgieron finos hilos de mercurio que se esparcieron cubriendo un amplio rango alrededor del encapuchado. Luego, el letal metal se juntó formando una impenetrable jaula plateada, atrapando al sospechoso en su interior.

Dentro de la jaula, se formaron afiladas lanzas de mercurio listas para empalar al prisionero desde todos los ángulos. El peliplata sonrió con satisfacción, estaba seguro que su técnica contundente acabaría con la amenaza.

Pero para su desconcierto, un aura oscura con bordes carmesí emergió del cuerpo del encapuchado. Esa siniestra energía deshizo la jaula de mercurio como si fuera de arena, ante la mirada atónita de todos.

En un parpadeo, el encapuchado estaba justo detrás de Nozel. Antes de que el capitán pudiera reaccionar, sintió la gélida mano del encapuchado sobre su hombro. Al instante, se desplomó, despojado también de su mana.

Los capitanes estaban cada vez más confundidos y desesperados. Este sujeto los superaba ampliamente en poder y habilidad. ¿Podrían siquiera rasguñarlo?

Preso de la ira, Jack se lanzó imprudentemente hacia el encapuchado blandiendo sus afiladas garras mágicas. Descargó una rápida sucesión de cortes que habrían despedazado a cualquier oponente. Pero para su frustración, el encapuchado esquivaba sus embates con insultante facilidad, sin recibir un solo rasguño.

Finalmente, el sujeto tocó el hombro de Jack, quien al instante se derrumbó privado de su poder mágico, completamente derrotado.

Sin perder tiempo, el encapuchado se dirigió hacia Charlotte, quien invocó un látigo de espinas venenosas en un intento desesperado de defenderse. Pero fue inútil, con solo rozar su hombro con su mano derecha la rubia quedó neutralizada, despojada de su poder mágico.

Uno a uno, los formidables capitanes cuales moscas habían caído ante el abrumador poder del misterioso encapuchado. Éste descendió y aterrizó con parsimonia en medio de los indefensos capitanes.

Antes de que pudiera hablar, Yami se abalanzó blandiendo su katana, en un último intento por detenerlo. El sujeto respondió desenvainando su propia arma y forcejeando con el determinado capitán.

Las hojas de acero rechinaban y lanzaban chispas con el potente forcejeo. Yami luchaba con uñas y dientes, pero se notaba ampliamente superado. Solo era cuestión de tiempo antes de que el encapuchado lo sometiera también.

El forcejeo no se prolongó mucho más, las katanas entrechocaban ferozmente una y otra vez con una clara ventaja del encapuchado. Superando ampliamente la fuerza de Yami.

Aprovechando el desconcierto del Toro Negro, de un veloz movimiento, el sujeto pateó la mano del pelinegro, haciendo que soltara su espada. Ágilmente, la confiscó en el aire, quedando ahora con ambas katanas en su poder.

Yami jadeaba, frustrado por verse vencido tan fácilmente.

— No soy su enemigo —el encapuchado clavó su mirada en los derrotados capitanes y habló con voz grave—, de serlo, ya estarían muertos.

Un tenso silencio siguió a sus palabras. Los capitanes intercambiaron miradas, procesando lo que acababan de escuchar. Era cierto, ninguno tenía un rasguño a pesar de haber sido vencidos.

— Ahora todo irá mejor —continuó el encapuchado—. Créanme, en mi lugar, ustedes habrían hecho lo mismo.

Tras esas enigmáticas palabras, el encapuchado lanzó una pequeña esfera luminosa al cielo, creando un resplandor que iluminó brevemente la zona.

«Esa voz... —mientras observaba aquella luz, una idea cruzó la mente de Yami, esa voz... le resultaba extrañamente familiar— no será de...».

En ese momento, Asta y Yuno llegaron volando a toda velocidad a la zona de confrontación. Al ver a los capitanes derrotados, una ira incontenible se apoderó de ellos.

Yuno invocó una flecha de viento cortante y la lanzó directo hacia el encapuchado. Pero la flecha se deshizo antes de impactar, repelida por el aura ominosa que emanaba del sujeto.

Sin amilanarse, Yuno siguió atacando. Pero el encapuchado moviéndose a una velocidad sobrehumana, le propino un rápido toque en el hombro, el sujeto lo dejó neutralizado, sin poder mágico.

Asta no lo pensó dos veces y blandió su enorme espada ante el misterioso agresor. Ambos quedaron cara a cara, desafiándose con la mirada...

Fue entonces que Yami reparó en algo que lo dejó estupefacto. El ki que ambos desprendían... ¡era casi igual!

— ¡¿Quién eres?! —Yami gritó con todas sus fuerzas atónito— ¡Responde!

Su voz retumbó en las montañas, exigiendo una explicación. El resto contuvo la respiración, expectantes por la respuesta del encapuchado.

Un tenso silencio se apoderó del lugar, mientras Asta y el encapuchado mantenían su duelo de miradas, el cenizo tomo la iniciativa y se lanzó blandiendo a Danma, pero fue inútil.

Con una velocidad sobrehumana, el encapuchado se posicionó detrás del cenizo y le golpeó la nuca cayendo inconsciente al instante.

— No tengo por qué responder esa pregunta —habló el encapuchado con voz grave, mientras el joven caía inconsciente.

Luego caminó hacia un árbol cercano de donde tomó la macabra bolsa con la cabeza del Rey Mago. Sosteniéndola en su enguantada mano, se dirigió nuevamente a los atónitos capitanes.

— Entrenen y vuélvanse más fuertes. Se avecinan grandes amenazas para el reino. Yo ya los he librado de la peor, el resto está en sus manos ahora —sentenció el sujeto.

Tras estas misteriosas palabras, el encapuchado desapareció en un destello negro y carmesí, llevándose consigo el escalofriante contenido de la bolsa.

Los capitanes quedaron estupefactos, procesando todo lo ocurrido. Pero Yami era quien se encontraba en mayor estado de shock. Ese ki... no podía ser coincidencia. ¿Acaso era posible que se tratara de Asta?, esa idea rondaba en su cabeza, pero cada vez que lo pensaba, esa hipótesis se desvanecía al ver a su pupilo tenido en el suelo, inconsciente y fuera de combate.

¿Les gusto el capítulo?

¡Pasen feliz una feliz navidad! 🎄

Hasta la próxima. 

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