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*** Capítulo 36 ***


Aquel día desperté muy temprano, quería contemplar el amanecer, hay lugares tan hermosos en el planeta que sería un error no contemplarlos, quería experimentar todo aquello que por más insignificante que sea a la vista de otros, me hiciera sentir tan feliz.

Cierro por un momento los ojos y el sonido de las olas me envuelven, alejándome cada vez más de aquel sitio, era tan gratificante, sentía que flotaba, saboreaba la paz, la tenía en mis manos y se sentía bien.

De una manera inesperada siento como una mano se posa sobre mi hombro, abro los ojos y giro hacia mi costado derecho y él está allí, sonriendo en medio de mi soledad.

—Daría mi vida por estar un segundo en tus pensamientos —dice Chris mientras juguetea con la arena.

—Créeme no lo soportarías —respondo de manera sarcástica.

—Recuerda la vez que nos conocimos, en el cuarto de Erick, jamás pensé haber visto a una chica tan hermosa como tú, creo que en ese instante me enamoré de ti —manifiesta y no sé cómo responderle, es tan dulce que quiero alejarme sin hacerle daño.

—No sé si yo pueda sentir lo mismo por ti —maldición, no debí decirlo.

—Pensé que también te gustaba.

—No es eso, solo que...

—¿Qué?, ¿hay algo de malo en mí? —expresa con una expresión preocupada.

Me pongo de pie y trato de evitarlo, no quiero sentir nada más por nadie, al menos fue la promesa que hice la última vez que el fantasma de Dave apareció en el hospital, no era justo, no quería abrigar falsas esperanzas en el corazón de nadie, sabía que tarde o temprano estos sentimientos provocarían metástasis y arrasarían con todo.

—Liz, para por favor, ¿por qué no puedes amarme?, ¿hice algo mal? —cada vez que hablaba, mi corazón se rompía en mil pedazos.

Las emociones me estaban jugando una mala pasada, me detengo por un instante y exploto en lágrimas.

—No eres tú..., solo que yo no puedo amarte por mil razones —digo mientras me doy media vuelta y evito mirarlo a los ojos.

—¿Quiero saber cuáles son esas razones? —pregunta mirándome fijamente, coloca sus manos en mi rostro y seca por un instante las lágrimas que ruedan por mis mejillas.

—No puedo amarte..., por la maldita cruz que llevo encima...

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