Ojalá hubiera una puerta al cielo, así estaría a un paso de la felicidad...

Estaba en una especie de habitación en el hospital, lo último que recordaba era que bajaba del estrado y todo se oscurecía ante mis ojos. A mi lado izquierdo se hallaba una mesita con flores frescas y en el costado contrario mi madre con el control del televisor cambiando de canal, de repente veo que se detiene en las noticias y oigo mencionar mi caso, los monstruos habían recibido lo suyo, por un instante me sentí feliz, sabía que no volverían a hacerle daño a nadie.

Mamá nota que estoy despierta y no duda en acercarse, me abraza y la oigo decir —"cariño todo va a estar bien, todo ha pasado"—; por un lado sus palabras me reconfortan, pero por otro me provocaban un sin fin de emociones, embriagadas con angustia.

El reloj marcaba las siete en punto de la noche, unas cuantas enfermeras entraban y salían del cuarto para monitorear mi estado, me agobiaba un poco, trato de llevar un sándwich a mi boca, aunque sentía una pesadez en el estómago, evito prender la televisión, todos los canales estarían hablando del juicio y no quería revivir el pasado, así que tomo mi mp3 y escucho a MICHL, a Dave le encantaba su música, mierda, como si mi pensamiento lo evocaran aparece en la habitación, llevaba su cabello tan cuidado y sensual, la chaqueta gris y los vaqueros que llevaba encima se amoldaban perfectamente a su cuerpo, ahora recordaba bien lo que me atraía de él, su forma de vestir y su inocencia, me odiaba tanto por dentro, había dejado ir a un gran chico, pero sabía bien en el fondo que nunca volvería a ser feliz con él, ni con nadie.

—Hola Liz, solo pasaba para ver cómo estás, no pienso quedarme mucho tiempo —trato de contener mis ganas de abrazarlo, de besarlo, y él prosigue— recuerda que siempre estaré para ti, aunque hayas decidido dejarme de amar —me besa en la frente, se aleja y cierra la puerta tras de él, esa noche fue la última vez que su fantasma se hizo presente en mis sueños.