Vidrios rotos, manchas de sangre y el barullo interminable detrás de la puerta, examino mis manos heridas, pero el dolor era tan imperceptible, mi alma estaba destruida y esta angustia era la más insoportable, este sentimiento inenarrable me devoraba por dentro y allá afuera nadie podía entenderlo.

Escuchaba como detrás de la puerta mi madre pedía a gritos que la derribaran, hasta que un golpe en seco hizo que ésta cediera y ante mí dos policías, mi novio y una mujer deshecha me miraban fijamente.

Dave y mi madre se acercaron hasta donde me hallaba, mientras ella detenía la sangre, Dave me tomó entre sus brazos y me sacó de aquel lugar, lo último que escuché fue el maldito sonido de una patrulla.

En mis sueños tenía siete años y me hallaba en un parque, a lo lejos podía ver a mi padre llamarme, estaba con ese semblante único, antes de que la maldita enfermedad lo consumiera, corrí hacia él, y cuando me sostuvo entre sus brazos, encontré la paz, esa que necesitaba en la realidad.

Cuando desperté, mamá me sostenía de las manos, dijo que todo estaría bien, hizo tantas promesas, luego me abrazó y su acción hizo que hallara sosiego entre sus cálidos brazos.

La tarde estaba por concluir, me puse de pie con las pocas fuerzas que aún conservaba, aproveché el momento a solas que tenía sin mamá en la sala, me movilicé con el tripie por el pasadizo, necesitaba de un lugar apartado, hasta que di con la azotea del hospital que me permitía contemplar una hermosa vista de la ciudad, el día estaba empezando a ser gris y con ello se iban mis esperanzas.