Y ahí estábamos, entre copas, risas y unas cuantas burdas historias, el bar quedaba cerca de la avenida principal, a unas cuantas cuadras en donde se había desarrollado el concierto. A Tiffany le estaba empezando hacer efecto los tragos que llevaba encima, Dave a pesar de los vasos que había ingerido aún era capaz de mantenerse de pie y a mi simplemente todo me empezaba a dar vueltas; acompañé a mi amiga hasta el baño y podía sentir como unas miradas frívolas empezaban a desvestirnos.

Apenas me abrí paso de entre las parejas que bailaban a nuestro alrededor, pude divisar la puerta de color café oscuro que indicaba el baño de mujeres, entramos y una chica rubia de mirada cortante estaba enjuagando su rostro contra el lavamanos, conduje a Tiffany hasta el inodoro y la puerta se cerró tras ella. La cabeza seguía dándome una y mil vueltas más, sabía que ya era la hora de salir de aquel bar y en cuanto mi compañera lo hiciera le pediría a Dave que nos marcháramos.

Apenas pusimos un pie fuera del baño mi teléfono empezó a sonar, salí junto a Tiffany por la puerta trasera del bar, para poder evadir el ruido de adentro, ella se sentía un poco mejor, apenas contesté mi madre empezaba a preguntar por mi hora de llegada al hotel, con una voz casi pausado le dije que lo haría pronto.

De repente un auto de color negro se estacionó a unos metros de nosotras, y de él, un hombre de mediana estatura se bajó, adelantó sus pasos apresuradamente hacia nuestra dirección, en un abrir y cerrar de ojos Tiffany fue arrastrada por el hombre extraño hasta el carro, en ese instante me quedé catatónica, pero tomé fuerzas y me abalancé hasta el malhechor, quien propinó un fuerte golpe en mi rostro, provocando que mi nariz sangrara sin control.

Fue así como el forcejeo entre los dos empezó, de forma inesperada sacó un arma de entre su ropa, la apuntó hacia mí, ya no tenía escapatoria, después de eso perdí la conciencia.

En cuanto desperté me hallaba en una especie de bodega, atada fuertemente por cuerdas a la cama, en el lugar se hallaban dos hombres de contextura gruesa, el uno con un tatuaje en el cuello, de cabello oscuro, mirada maliciosa y aparentaba unos treinta años, el otro llevaba un pasamontaña en su rostro, lo que no permitía dilucidar sus facciones, en su abdomen descubierto tenía tatuado las iniciales de un nombre.

De repente, las manos frías del hombre tatuado en el cuello empezaron a tocar mis piernas, no tuve más opciones que gritar, el otro se abalanzó de manera rápida y colocó una chalina en mi boca, solo podía escuchar como empezaba el parloteo entre ellos.

—Tranquila, si te estás quieta, no te dolerá nada— farfullaba el hombre mientras me tocaba el muslo.

—Apúrate Fred, puede que ya la estén buscando— dijo algo nervioso el otro hombre, entonces sentí sus asquerosos dedos introducirse en mis zonas íntimas, el dolor era insoportable, cada vez más lo hacía de forma violenta, y me sentía asqueada, acabada.

No sé cuánto tiempo pasó desde que se habían ido, las lágrimas rodaban en mi rostro, el dolor punzante en mi vientre me hizo regresar a la realidad, por dentro me consumía la angustia, me sentía deshecha, como un animal moribundo y sin fuerzas.