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8.- Try


Alessio.

Una cita.

De todas las cosas que pensé que podrían suceder en mi vida luego del accidente, las citas no formaban parte de la lista.

Y mucho menos, con una chica como Bella Lombardi.

Pero aquí estoy, frente a la mansión Lombardi esperando por la chica con la cual tendré una cita.

Hay una leve sensación nerviosa en mi sistema, una que nunca he experimentado antes de una cita. Pero es como si luego del accidente todo a lo que estaba acostumbrado se esfumara.

Me acomodo la chaqueta y cuando extiendo los brazos, las cicatrices aparecen en el borde de la manga, una nueva sensación de molestia me invade y tiro del cuero en un intento de ocultarla.

El médico dijo que tal vez desaparecerían pero tomaría tiempo la recuperación, pero también dijo que es muy probable que las marcas permanecieran conmigo para siempre.

Y no quería considerar que la segunda opción es la que se ha convertido en mi realidad.

Antes de que pueda seguir torturándome, el sonido del portón siendo abierto capta mi atención.

La figura de Bella aparece, el malestar se va de inmediato cuando sale despidiéndose de los guardias. Lleva unos pantalones holgados en color café y una especie de top blanco que deja al descubierto parte de su abdomen. Su cabello rubio cae sobre sus hombros como una magnífica cascada, las ondas de su cabello lucen mucho más marcadas que de costumbre, y el maquillaje que trae solo la hace lucir mucho más angelical.

Dios santo, es bellísima.

—Si que eres puntual –Dice con una sonrisa.

Sus profundos ojos grises me observan y su sonrisa se amplía un poco más.

—Debo ser un caballero. Pude haber tocado el timbre y no informarte de mi llegada por mensaje de texto.

–Oh, no. Te prometo que no quieres enfrentarte a mi tío y a mis hermanos —una leve risa la invade —esto es mucho mejor.

Se queda a menos de un metro de distancia y evalúa mi atuendo.

—Luces como todo un chico malo —una risa brota de mis labios sin poder contenerla.

—Creo que mi imagen va bien con la tuya —establezco —¿no lo crees?

—No lo creo —responde con seguridad —Estoy segura.

Las comisuras de mis labios tiemblan hasta que una sonrisa crispa mis labios. Dios, esta mujer es tan...decidida.

Bella Lombardi desprende ese aire de seguridad y determinación, una mujer que sabe las cosas que quiere y que no duda en hacer todo para conseguirlo.

—En ese caso...¿vamos? —señalo la calle que se abre frente a nosotros —Tengo un sitio en mente que es buenísimo.

—Ah ¿sí?

Comenzamos a caminar sobre la banqueta. El sol brilla en lo alto pero la brisa que nos golpea hace que sea una caminata agradable.

—Sí, lo descubrí hace varios meses, creo que te va a gustar.

—Parece que tienes buen gusto, así que confío en tu juicio.

—Lamento que tengamos que caminar...

—No es problema —me interrumpe y lanza una suave sonrisa en mi dirección —Debo caminar para poder recuperar la fuerza y movilidad en mi tobillo. Así que esto me va bien.

—¿Has vuelto al ballet?

—Si y no —un corto suspiro brota de sus labios –Estoy comenzando con mis sesiones de rehabilitación. Pero es frustrante. ¿A quién se le ocurre asignar mi entrenamiento en la misma área en donde todo el cuerpo de ballet también ensaya?

Sacude la cabeza y solo mientras dice aquello el aire molesto la envuelve. Como si fuese capaz de mostrar varias facetas y todas ellas la hagan lucir tan diferente. Tiene los labios apretados en una fina línea y el entrecejo fruncido.

—Eso suena como una mala idea —sus ojos viajan hasta mí.

—Lo es por completo. No puedo estar entrenando como principiante cuando el cuerpo de Ballet ensaya a unos metros. Es intolerable ver a quien se quedó en mi lugar haciendo los bailes que deberían ser míos.

—Estoy completamente seguro que eso es temporal —intento animarla —al menos has vuelto, eso es un gran avance. Y tu tobillo parece estar bien.

—Eso es lo que todo el mundo dice —suspira —pero... ¿no has sentido que hay algo que falta?

Me observa como si esperase que yo le entregue las respuestas.

—¿Algo como qué?

—Ese algo que te obligaba a ser el mejor —su voz se vuelve más suave —es como si ahora todo el mundo tuviera su atención esperando ver que queda de ti. Cuando te haces pedazos frente a tanta gente, es aterrador tratar de reconstruirse porque todos esperan que vuelvas igual que antes. Sin fracturas, sin cicatrices. No todo es físico, a veces, creo que lo que me impide volver no es mi tobillo, sino es eso que está en mi mente y no sé cómo hacer que desaparezca.

—Creo que le haces las preguntas a la persona equivocada —fijo la mirada al frente y escondo las manos en mis bolsillos. —Porque yo tampoco sé que hacer para que desaparezcan.

Se mantiene en silencio, caminando a mi costado y me reprendo por no poder decir algo más.

—Pero si de algo sirve, creo que eres más fuerte que cualquier cosa que tu mente diga —le dedico una sonrisa ladeada —apenas te conozco pero me he dado cuenta de que eres tan decidida y determinada. Eso será suficiente para que superes esto.

—¿Lo crees?

—Estoy seguro —sentencio.

—Gracias, Alessio.

Nuestro destino no está demasiado alejado de la mansión Lombardi, así que tras unos agradables veinte minutos caminando, hemos llegado.

—Oh, que bonito es —el prado Solari nos recibe con una preciosa vista.

—Y tenemos muchos lugares para escoger donde comer —señalo a los carritos de foodtruck que hay alrededor del parque y luego señalo una de las mesas del centro. Ella asiente y caminamos hasta ahí, nos deslizamos por los asientos de madera y Bella fija su atención en nuestro alrededor.

Estamos rodeados por muchísimos árboles y rosas de todo tipo. El prado Solari es reconocido por la tranquilidad que emana, solía ser uno de mis sitios favoritos, aunque ahora tiene meses que no volvía por aquí.

—¿Por qué no me hablas más sobre ti? —la curiosidad es evidente en su voz —no olvido que apenas tenemos tres encuentros, y uno de ellos no resultó bien.

Sonrió. Me acomodo en mi asiento cuidando que las cicatrices del brazo no se muestren y fijo la atención en ella.

—¿Qué quieres saber?

—Lo que tú quieras contarme.

—Bueno... —me lo pienso un segundo —Tengo una hermana mayor, Marcella. Tengo veintiséis años, cumpliré 27 en verano, vivo solo, aunque mi hermana se ha colado en mi departamento e insiste en quedarse. Era corredor de autos pero creo que eso ya lo sabes.

—¿Siempre quisiste correr autos?

—Siempre. Mi padre también fue piloto. Tenía su propio equipo y fue él quien me hizo entrar al equipo. Corrí por él y antes del accidente, aún lo hacía. Falleció hace unos años.

Su mirada se suaviza. Extiende la mano y la coloca sobre la mía, no huyo del contacto, sino que me resulta reconfortante.

—Lo siento. Sé que es difícil perder a un padre.

—Lo es. Aun lo extraño.

—Yo también echo de menos a los míos. Y eso que apenas y los recuerdo —suelta un corto suspiro y sus ojos adquieren un aire melancólico.

—Tú los perdiste a ambos. Eso es muchísimo más difícil de enfrentar.

—Lo es. Pero al final del día, trato de vivir como a ellos les gustaría. Trato de que, en donde sea que estén, se sientan orgullosos de mí.

Sí, entiendo eso. Por años luego de la muerte de mis padres intenté hacerlo sentir orgulloso. Y lo hice, di todo de mí, hasta la última gota de mi esfuerzo. Di casi mi vida en ello.

Y ahora todo se ha ido al carajo.

—Vuelve conmigo —la voz de Bella me devuelve a la realidad. Parpadeo enfocándome en los profundos ojos grises que tengo frente a mí.

—Estoy aquí.

—Sí. Pero tus pensamientos no. Así que...vuelve conmigo.

Mis hombros se relajan, ella sonríe levemente y de nuevo, ante ella, la bruma desaparece.

Bella Lombardi es mi fuente de paz. Y no sé si al final del día, eso va a significar un gran problema para mí.

Bella.

Alessio y yo compartimos una tarde estupenda, son cerca de las ocho cuando vuelvo a casa. Hemos hablado de tantas cosas que hasta yo misma me sorprendo. Comimos en un par de carritos de comida y gracias a sus sugerencias probé platillos que nunca antes había comido, anoto mentalmente convencer a mi hermana Anto y a Lía de venir aquí, y tal vez a Jacob.

Para cuando nos sentamos en la banqueta que está afuera de la casa, sé más cosas de Alessio de lo que pude prever.

Sé que siempre ha vivió en Milán, y que su madre es de descendencia americana. Su padre tenía un propio equipo de carreras de autos que se disolvió a su muerte aún cuando él intentó impedirlo. Sé que corre autos desde los diecisiete años, y que no había perdido ni una sola carrera hasta el día de su accidente.

Escucharlo hablar de autos, de carreras, de su equipo, es fascinante. Lo hace con tanta pasión que me deja saber que ama eso tanto como yo amo el ballet.

Pero así como ambos amamos nuestros sueños, también fue eso lo que nos condujo a un estado de frustración y decepción.

Pero igual me contó cosas buenas, como su color favorito, el azul, pero no cualquier azul, sino el tono exacto que tiene el cielo al amanecer. Demasiado exacto a mi parecer pero él parecía que tenía una fascinación por el color.

Sin embargo, soy consciente de como tira de las mangas de su chaqueta cuando estas se corren levemente, aún recuerdo las cicatrices que vi el primer día, y me pregunto si eso es lo que trata de esconder.

—Espero no haber hablado demasiado de mí —dice con una sonrisa cruzando las piernas como si estuviese en una posición de yoga.

—En lo absoluto, comenzaba a creer que eras tú quien sabía todo de mí. Me sentía es desventaja.

—Bueno, creo que estamos a mano, ¿cierto?

—Cierto —parece muchísimo más relajado ahora. Tira la espalda levemente hacia atrás y apoya los brazos en la banqueta.

—Quiero preguntarte algo —voltea hacia mí y me encuentro con un par de ojos curiosos.

Inclino el cuerpo hacia él y lo toma como una invitación.

—Cuando bailes de nuevo, ¿me invitarás? —su pregunta me saca de balance, no hago nada por ocultar mi sorpresa y él parece satisfecho con mi reacción —dijiste que te consideraban la princesa del Ballet.

—Puedes encontrar muchos videos en YouTube —me encojo de hombros intentando mitigar la sensación.

—No es lo mismo.

Sacude la cabeza y se inclina hacia adelante, queda a centímetros de mi cuerpo y un pequeño escalofrío me recorre por completo.

—Quiero estar ahí.

—No sé cuando pueda volver a bailar —confieso —tal vez pase mucho para que pueda volver a estar en un escenario.

Se encoge de hombros como si eso no significara nada.

—Soy un hombre paciente.

Me rio y él lo hace junto conmigo. Un corto silencio se instala entre nosotros, y lo aprovecho para lanzar el mismo cuestionamiento hacia él.

—¿Y tú? Cuando corras tu auto de nuevo, ¿me invitarás?

Contrario a mi reacción, él se tensa por completo. Se aparta de mi cuerpo, soy consciente como el músculo de su mandíbula se cuadra cuando aprieta los dientes y su respiración se agita.

—¿Alessio?

—Es distinto —espeta.

No respondo, comienzo a creer que preguntar eso ha lanzado por la borda nuestra cita porque es como si se hubiese convertido de nuevo en el hombre frío y distante.

—De acuerdo, lo siento —susurro levemente.

Inconscientemente aparto mi cuerpo del suyo, tomo una respiración y entrelazo las manos sobre mis piernas. Considero tal vez que sería buena idea entrar a la casa, después de todo...parece que Alessio tiene muchas ganas de huir.

No habla, la incomodidad nos envuelve y es intolerable así que me incorporo.

—Creo que entraré —sus ojos me enfocan cuando habló —fue una cita estupenda, muchas gracias.

Limpio mis palmas sobre la tela de mi pantalón y doy un paso hacia atrás. Me mantengo esperando una respuesta, pero no la hay. Me siento un poco decepcionada de que el día acabase así, y me siento tonta por haberle preguntado eso cuando es claro que es un tema difícil pero...¿por qué él siempre puede preguntar todo y yo no lo tengo permitido?

—Espero verte pronto, Alessio.

Me giro, cierro los ojos por un par de instantes sintiéndome más decepcionada de lo que debería. Apenas he conseguido avanzar unos pasos cuando un agarre firme en mi brazo me detiene. Observo la mano que se envuelve alrededor de mi piel, no se preocupa en tirar de la manga, así que puedo ver apenas unos centímetros de la piel irregular que comienza debajo de la tela.

Deslizo la mirada hacia él. Sus ojos han dejado de ser fríos...ahora solo lucen...atormentados.

—Lo siento, no quiero que nuestra cita acabe así.

—No, hice una pregunta que no debí...

—No puedo subir a un auto —dice de pronto soltándome —apenas estoy dentro de uno, entro en pánico.

Me acerco, su rostro parece atormentado, su cuerpo está completamente tenso y es como si decir cada palabra le provocara dolor.

—No creo poder correr un auto de nuevo, cuando estoy dentro de uno...recuerdo las llamas, el dolor...recuerdo todo. El accidente que tuve casi me mata, Bell. Las llamas consumieron mi auto hasta hacerlo chatarra, y casi me consumo con él. No me he subido a un auto desde el día que Max casi te arrolla, no puedo hacerlo. Considerarlo...es una pesadilla.

—Alessio...—me acerco extendiendo la mano hacia él, no huye de mi toque, entrelazo mi mano con la suya y me aproximo más de lo que debería —lo siento tanto.

—No creo poder volver a conducir un auto, así que tal vez nunca pueda invitarte.

—Puedes invitarme a hacer muchas otras cosas, ¿sabes? —le sonrío y su cuerpo se relaja —lo que viviste fue horrible.

—Aún tengo pesadillas sobre eso —confiesa en un susurro —toda mi vida se desmorona, Bella.

—Tú dijiste que confiabas en que me recuperaría, que volvería porque sabes que soy fuerte. Así que yo digo lo mismo, porque quien sobrevive a algo como eso, quien intenta retomar su vida...es un luchador, Al.

Extiendo la mano hacia el costado de su rostro, cierra los ojos y se inclina ante mi toque. Es más alto, así que me coloco en puntillas y llevo mis labios hacia su mejilla.

—Bella...

—Eres valiente, y fuerte, Alessio. No dejes que tu mente sea más fuerte y te convenza de lo contrario.

Me aparto de su cuerpo pero él no suelta mi mano de inmediato.

—Pink dijo una vez: Pero solo porque queme no significa que vas a morir. Tienes que levantarte, e intentarlo.

—Ojalá te hubiese conocido antes —susurra siendo él quien acuna mi rostro esta vez —hubieses evitado que llegara a este punto.

—Pero ahora me conoces. Y estás aquí, eso es lo que importa.

—¿Saldrás conmigo otra vez? —sonrío.

—Cada vez que lo preguntes —afirmo.

Su rostro se suaviza, se inclina y deja un beso en mi frente.

Me deja ir un par de segundos después, nos despedimos con un par de sonrisas y una promesa no verbal de que nos volveríamos a ver. 

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